Читать книгу La amistad argumentada - Rómulo Ramírez Daza y García - Страница 9
ОглавлениеIntroducción
Aristóteles, con sus dudas, vacilaciones y contradicciones,
nos habla […] Y nos cuesta reconocer lo que dice,
aunque las palabras parezcan tan comunes.
Su oscuridad resulta altamente poética, sin pretenderlo,
y descifrar lo que quiso decir y a qué se refería
supone un esfuerzo de limpieza para nosotros,
de purificación de demasiados convencionalismos dictados […]
Es bueno que así sea, para que la historia […] continúe evolucionando
y, ya se sabe, a veces para avanzar es preciso regresar al origen
Javier González de Durana, “El anti-pantone”
(Aristóteles, Sobre los colores, p. 12)
La amistad para Aristóteles —como para todo griego de la Antigüedad Clásica— es una dimensión moral de carácter necesario, de hecho se expresa en una gama de relaciones tan importantes que cobran dimensión política, y son vistas como una parte indispensable para alcanzar la felicidad individual, pues ningún bien puede sustituirla realmente. “El término habitual para ‘amigo’ en la Grecia Clásica (y posterior) es phílos. Designa una parte de un vínculo voluntario de afecto y buena voluntad” (Konstan, 2019, p. 112).
La aportación que Aristóteles hace en este tema abona una doble dimensión: por una parte, teoriza el tema mediante un tratamiento sistemático como nunca la ciencia lo había hecho hasta ese momento (y hay quienes piensan que nadie en la posteridad lo igualaría, y que fungiría como paradigma de los estudios De amicitia), y por otra parte, él sería un amigo ejemplar, como intentamos mostrar al lector. Lo primero es bien sabido pero no así lo segundo. Hasta donde se nos alcanza, nadie había presentado un listado de sus amigos, dejando ver la aplicación práctica de su propia teoría en términos materiales. Esta parte es la más novedosa de este libro.
La amistad es entendida por Aristóteles1 en términos éticos, pero es poco frecuente que se presenten las implicaciones retóricas en su discurso, por lo que nuestra investigación no es una monografía de dicha teoría, parte de su ética, sino a las implicaciones que tiene con el lenguaje, o con la fuerza del logos —como diríamos en términos griegos—. Nos moveremos alrededor de la amistad en aproximaciones sucesivas y mostraremos su centro desde una perspectiva referente a su argumentación y a su práctica.
Ahora bien, ¿qué importancia tiene este estudio en nuestros tiempos? ¿Tiene actualidad esto que pensó un griego de hace más de 2 400 años? La filosofía por su alcance formal trasciende la historia, y su universalidad le permite replantear con actualidad sus prístinos cuestionamientos. Ciertamente, las expresiones y fórmulas no pueden ir mas allá de su tiempo y obedecen a su estilo, modos de expresión local, etc. Por ello se requiere un diálogo permanente de tipo hermenéutico para apropiarnos de su riqueza y poner al hombre de hoy en podium de su ágora y hacer posible el diálogo inteligente con los sabios del pasado.2
Aristóteles entendió a la philía como una posibilidad de humanización que permite desenvolver los afectos y/o los intereses que un individuo tiene al interior de una comunidad para lograr sus fines. Por eso, tal como Aristóteles entendía a la amistad va más allá de lo que hoy entendemos por tal, ya que la amistad para el Estagirita es polifacética y poliédrica, va desde un interés pragmático o utilitario, hasta el ideal de realización humana conjunta con quienes podemos intimar y confiar a lo largo de nuestros avatares vitales nuestros más hondos secretos. La generalidad del tema y la universalidad de los planteamientos permite acercarnos con emoción a este gran personaje, tanto de manera teórica como práctica, tanto de manera especulativa como material, pues “se discute no poco sobre ella” (en, 1155a33). Y la ocasión es motivo tanto de un pensamiento humanista que se nos presenta de una manera accesible, como de una oportunidad de reflexión sobre la naturaleza de su discurso argumentado.
¿Cómo Aristóteles se acerca a plantear con argumentos este tema? ¿Qué implicaciones dialécticas y retóricas tienen sus razonamientos en su exposición ética de la amistad? ¿Fue Aristóteles un buen amigo, y cómo podemos saber eso? ¿El modelo de la ética del sabio es compatible con el buen amigo que hace ocasión de compartir sus riquezas y virtudes con quienes le rodean? Todas estas preguntas hacen al caso en este libro, que tiene tanto un interés metódico sobre la racionalidad práctica como un interés ético y práctico. La argumentación no es incompatible con la práctica razonada de las relaciones humanas, antes bien, es su vehículo natural para la expresión de la práctica racional dirigida a las acciones que nos dignifican, como es precisamente el amistar en todos sus niveles y especies.
Por cuanto toca a la metodología, después de presentar en las siguientes líneas la actualidad de Aristóteles por las muchas razones que esgrimiremos a continuación en esta breve Introducción, en contraste con nuestro presente, nos enfocaremos a resaltar el carácter argumental de la racionalidad práctica de la ética aristotélica en la Primera parte. Luego, en la Segunda parte, expondremos con muchos argumentos de tipo histórico y éticos, quiénes y por qué fueron los amigos del filósofo los personajes que presentamos (en esta parte el lector podrá disfrutar de nutridas notas históricas que enriquecerán sus conocimientos de la época). En esta segunda sección que cierra el libro explicaremos, caso por caso, la naturaleza de sus relaciones de amistad. Esperamos que el lector pueda verse reflejado en este o en aquel cuadro, o que valore empáticamente la humanidad de nuestro paladín del pensamiento, no sin llevarse conocimientos de la vida cotidiana de los antiguos filósofos griegos.
Ante los acuciantes problemas del hombre en los tiempos actuales que han multiplicado sus problemas históricos y vivenciales en todo orden de cosas, la filosofía a su vez ha multiplicado sus esfuerzos para dar respuesta a los mismos, desde modelos éticos, políticos, e incluso metafísicos, renovados. Por esta razón, desde una óptica moral, se vuelve imperiosa la necesidad de rescatar algunas ideas de la tradición griega, tal como virtudes cultivadas en el pasado que, como prácticas sociales e individuales, en un cierto sentido se han ido relegando injustificadamente al paso de los siglos, en pro de un criterio pragmático. Una de esas virtudes es justamente la amistad.
Una conciencia esclarecida (y aristotélica) nos fuerza a considerar lo que otros han dicho acertadamente respecto de este insoslayable fenómeno humano que es la amistad, pues el aprender del pasado y saberlo aplicar a nuestro presente es siempre algo presente en el acontecer de la vida, y un elemento central de nuestra configuración como entes racionales que gozamos historia y tradición, y “se debe recordar que es hombre […] aquel que se dedica a las demostraciones” (Vita Aristotelis Marciana, 433, pp. 10-15). Pensar con los sabios del pasado es una manera legítima y tradicional de hacer filosofía, inaugurada por los antiguos griegos; y pensar con Aristóteles y desde Aristóteles queda autorizado por una larga tradición conocida ampliamente como: aristotelismo. Deliberadamente me inserto en esta tradición de pensamiento como una forma de hacer filosofía y porque el tema de la amistad es de profundo interés para todo humano.
Pese a que hoy por hoy reconocemos una múltiple influencia del pensamiento griego en nuestra cultura, se ha dicho que: “en conjunto la presente crisis en la ciencia moderna apunta a la necesidad de llevar a cabo una revisión de sus principios hasta los estratos más profundos. Esto constituye, pues, un nuevo incentivo para plantear una vez más el retorno a un estudio asiduo del pensamiento griego” (Schrödinger, 2006, p. 34); lo cual fortalece lo que otros helenistas, filólogos y filósofos han observado.
Por otra parte, no podemos plantear, ciertamente, un regreso lineal e idílico al pensamiento antiguo, porque simplemente sería improcedente, y hay que reconocerlo: el tiempo no puede retrotraerse y debemos en cambio mirar hacia el futuro. Pero sí que podemos nutrir nuestro pensamiento contemporáneo con lo que sea actual y necesario para nuestras problemáticas cada vez más refinadas, emplazando un diálogo perpetuo con la tradición clásica.
La Antigüedad constituye un preclaro antecedente de lo que hoy somos en gran medida, sus enfoques son aún vigentes en muchos casos y de cara a las nuevas teorías no dejan de aportar un impulso en la investigación científica y en su interlocución permanente. La cultura griega es realmente “una historia que todos nosotros nos hemos visto prendidos en ella, al tiempo que ella misma se ha ido haciendo parte de nosotros” (Guthrie, 1993, p. 8), como piedra angular de la cultura Occidental. Volver a considerarla con seriedad, como Hegel recomienda, sería un deber, por eso “lo que pretendo defender es la necesidad de resituar la razón en su historia griega” (Martínez de la Escalera, 1997, p. 176).
El mismo Aristóteles se expresa retrospectivamente en las Refutaciones Sofísticas 34, acerca de la magna importancia de reconsiderar la piedra de toque o cimiento vernáculo sobre el que se levanta la edificación toda, que representa el conocimiento humano en su conjunto construido al paso de los siglos. Para sus contemporáneos, cual si pareciere hablar a los hombres venideros —que somos nosotros—, dice lo siguiente:
Los descubrimientos […] han avanzado parcial y penosamente gracias a los que los han recogido después; en cambio, las cosas descubiertas desde el principio acostumbran a recibir un desarrollo inicial pequeño, pero mucho más útil que el posterior desenvolvimiento a partir de aquello: pues sin duda el principio […], es lo más importante de todo […] Y, una vez descubierto esto, es más fácil aumentarlo y añadir lo que falta: que es precisamente lo que ha ocurrido en torno a los argumentos […] y, prácticamente, en torno a todas las otras técnicas. En efecto: unos, descubrieron los principios, […] otros, a lo largo de una especie de sucesión, hicieron avanzar la cosa paulatinamente, la han desarrollado ampliamente hasta este punto (Ref. Sof., 183b17-31).
Por otra parte, las teorías ético-políticas son, enhorabuena, las encargadas de cultivar y coadyuvar a la realización del ser humano; porque se guarda la esperanza para el porvenir de una humanidad más justa, que a su vez es el ideal que ha perseguido en buena medida la filosofía en toda su historia. La filosofía práctica existe para alcanzar un nivel de vida más digno y más justo para todos, mediante la expansión de su radio de inclusión.
El tema de la amistad nos inserta en la discusión de dos campos muy en boga de la filosofía actual: la Teoría de la argumentación y la dimensión Ética-Política. En este estudio apelo al enfoque metodológico argumentativo, que puede tener hoy en día para nosotros la obra aristotélica. En efecto, en el estado actual de las investigaciones, “en el fondo, el esfuerzo ya no se concentra solamente en la reconstrucción del sistema o de sus revisiones a partir de las tesis defendidas por el filósofo, sino en la argumentación que éste utiliza para defenderlas, como si Aristóteles fuera nuestro contemporáneo y ofreciera sus opiniones para que fueran discutidas por sus lectores actuales. Nos encontramos en este punto” (Bodéüs, 2010, 20).3
Y esta razón apunta al abordaje contemporáneo de nuestro autor en un tema muy actual como es la amistad. Como estudiar en toda su vastedad la ética aristotélica constituye una empresa titánica —tarea que han enfrentado los comentadores de Aristóteles a lo largo de los siglos—, que está por encima del objetivo de esta obra, nos limitamos a un tema que puede dar respuesta a la violencia en todas sus formas, que atestiguamos hoy más que nunca en nuestro presente: el tema de la amistad (De Romilly, 2010).
El objetivo de este libro es pues presentar el pensamiento y la amistad en Aristóteles, su pensamiento teórico y su práctica de la amistad. De esta manera, quiero ceñir como en un haz de conjunto, las variables que intervienen en la estructura dialéctica del discurso aristotélico. A la vez, deseo proyectar una óptica del autor que hasta ahora no hemos visto en la literatura, su faceta como amigo con cada uno de los que entabló ese tipo de relación (philía). A este tema dada su importancia Aristóteles dedica dos libros enteros de diez que posee la Ética Nicomaquea (cuantitativamente la quinta parte de la obra), lo cual indica que se trata de un tema altamente significativo dentro del conjunto de la ética, y por ende, dentro del Corpus Aristotelicum. Y es que “en relación con el tema específico de la amistad, el texto (en viii-ix), si se medita a fondo, quizás pueda valer por sí mismo como un pequeño tratado de ética y aun como una filosofía política en miniatura” (Adomeit, 1992, p. 11); sobre todo si consideramos cómo Aristóteles fue amigo de varios personajes de su tiempo.
Y es que no podemos dejar de lado un estudio de la amistad en un pensador que hizo del cuadro de la realidad la multiplicidad de lo particular, y siendo ese su primer lema de batalla dialéctica contra su maestro Platón. Por ello es que tenemos que ver cómo fueron sus relaciones particulares. En esta segunda parte del presente libro: Práctica de la amistad, se exponen sus amistades reales, con base en la documentación que tenemos, a la luz de las narraciones históricas de la vida del filósofo y de sus contemporáneos: su testamento, cartas de la época, y tratados de la mentalidad ético-popular de la gente de la época, contrastando las relaciones que tuvo con sus doce amigos de los que tenemos noticia (p. 67). Ello es una muestra de cómo Aristóteles ejercía las relaciones políticas.
Finalmente es en la política donde se rezuman todos los esfuerzos particulares que coadyuvan al bien común,4 que es donde desembocarán las relaciones interpersonales de amistad, con sus respectivas especies. En efecto, de cara a la ciencia política: “el fin último de la existencia humana, siempre según Aristóteles, es el objetivo de una técnica particular que de alguna manera utiliza todas las otras para su propio fin: la política, la cual persigue la felicidad del hombre” (Bodéüs, 2010, p. 37).
Actualidad de Aristóteles
Escribir un estudio contemporáneo sobre Aristóteles es algo digno, serio y formativo, y representa un reto de cara al pluralismo filosófico actual. De su actualidad hay que decir que hoy sabemos que su cosmología especulativa está más que superada (debido a la inexistencia del éter y de la no inmortalidad de los cuerpos celestes en su imagen del universo observable); sabemos también que su lógica no es muy abarcadora como Tomás, Kant y Hegel pensaban; que algunas de sus teorías fisiológicas son falsas (como la función del cerebro, y la del corazón humano); y que algunas de sus teorías biológicas eran demasiado especulativas, que por lo mismo cayeron en el error (como la teoría de la generación espontánea o su problemática teoría de la sensación).5
Pero pese a estos golpes de martillo de la crítica histórica, no se desamortizan aún —y tal vez nunca lo hagan—, aunque sí merman en parte los cimientos de la importancia histórica indiscutible, que Aristóteles como tal tiene en el pensamiento Occidental, sino sólo las partes específicas de dichos cotos del saber en que ya está ampliamente superado, pero sólo después de dos mil años: desde la modernidad hasta la fech.6 La importancia de Aristóteles, y por ende su actualidad, no está en la influencia que esas teorías erradas tuvieron en la posteridad (pues ni se sabían falsas desde antiguo, ni podía saberse efectivamente, sino hasta después de muchos siglos de avance científico mediante los esfuerzos de la comunidad científica posterior; antes bien, dichas tesis fungieron como una base de reflexión formal por largo tiempo, y funcionaron para efectos explicativos significativos), sino en las que todavía son propositivas, y plausibles.
Parte de la grandeza del filósofo griego reside en su actitud universalista de cara a la verdad, siempre abierta a la investigación renovada y al sano replanteamiento como era su costumbre; actitud no exclusiva pero sí propia de Aristóteles, de la cual también hemos aprendido tras el paso de las generaciones. Y pese a los renacimientos de Aristóteles dados en otras épocas, y pese a sus detractores, creo que estamos en deuda todavía. Por ello, podríamos decir en coro: “Que resuene de nuevo la polifonía del carácter griego […] aquello que estamos obligados a amar y a venerar para siempre y lo que jamás nos será robado mediante otro tipo de conocimiento” (Nietzsche, 2003, p. 30).
La actualidad de Aristóteles está más que probada por muchos expertos tanto helenistas como de otros campos. Un clásico parece tener siempre posibilidades de embates futuros con los nuevos pensadores, y han mostrado en todo momento ser altamente sugerentes y útiles para la resolución de problemáticas futuras, debido a la perspectiva que se toma cuando son consultados. Pero esto sólo es posible a través de sus epígonos que le dan vida. De la pertinencia de la antigüedad en general para el replanteamiento de cuestiones que hoy nos aquejan por su urgencia, ha sido un recurso filosófico fecundo en toda la historia, y yo me sumo a ello en esta manera de filosofar. Pero hablar de esto no es posible si primero no se profundiza a fondo en el conocimiento de tales autores que llamamos “clásicos”, valorando sus aportes a la luz de sus carencias, y ver en qué y a título de qué están vigentes.
Aristóteles es uno de los autores obligados que debemos estudiar como decía Hegel, uno de aquellos que fundaron la filosofía como tal, y goza de una envergadura tal que habla de cara a los siglos postreros; entre algunas razones, porque la ética es siempre necesaria, y aún más en tiempos de penuria moral como es nuestra época (de ahí que tanto interés tenga para nuestra filosofía contemporánea). Aristóteles fue, junto con Sócrates y Platón, uno de sus fundadores, y, por principio, hay que ir al comienzo para poder saber los efectos de algo, pues un error en los comienzos se hace grande y desastroso al final: “por poco que uno se desvíe de la verdad [al principio], esa desviación se hace muchísimo mayor a medida que avanza […], y por eso lo inicialmente pequeño se convierte al final en algo enorme” (De Caelo, 271b9-14).
Quizás nuestra época sufra las consecuencias —es una sugerencia objetable ciertamente, pero también válida— de haber perdido el rumbo que los moralistas de antaño intentaron imprimirle a la moralidad de sus pueblos. Además de la ética, la racionalidad práctica extendida a la política es de interés acuciante en tiempos posmodernos por la urgencia de pensar nuestros actuales problemas. Aristóteles teorizó en ambas líneas interconectándolas armónicamente, y ha sido rescatado por autores que defienden la ética de virtudes o también llamada ética de bienes, en contraposición a las éticas del deber de corte kantiano, o a las éticas utilitaristas, pragmáticas o del acuerdo.
La historia es testigo de la importancia de la amistad en los grandes personajes (Sáenz, 1952). Así, a efectos de constatación de lo que dice Aristóteles, aunque en muy diversos contextos, tiempos y latitudes, mencionemos al menos unos casos impostergables para que el lector sopese la gravedad del asunto. Ciertamente hay casos que aparecen en la literatura homérica, pero en la historia los paradigmas vivientes son mayormente persuasivos. Un primer modelo es la gran amistad habida entre Platón y Aristóteles, dos gigantes de la filosofía que, tras la muerte del primero, su nombre llegó a consagración por mano del segundo.
Otro ejemplo de la Antigüedad es el de Erasto y Corisco (que siempre son mencionados el uno junto al otro, a tal grado que resultan inseparables sus nombres); en la alta Edad Media aparece Aurelio Agustín y su alma gemela, su otro yo (que amó hasta las lágrimas y que su pérdida representó una muy honda depresión en su alma), recordándonos que Aristóteles decía que la relación de amistad es “un alma que habita en dos cuerpos” (D.L. V, 10). En el Renacimiento aparece Michel de Montaigne y Esteban de La Boétie (dos intelectuales que se encontraron tarde en la vida, pero una vez encontrados nunca se separaron). En el siglo xvi tenemos a San Juan de la Cruz y a Santa Teresa de Ávila (almas gemelas en la causa de la reforma espiritual del Carmelo); y en la época virreinal de la Nueva España tenemos el caso de Sor Juana Inés de la Cruz y Don Carlos de Sigüenza y Góngora (inseparablemente unidos por amor y sed hidrópica ante el conocimiento).
También la historia registra otros casos tipificados que pasan de un tipo de amor a otro, pero consagrados finalmente en la amistad, casos que por diversos motivos metamorfosearon eros en philía: San Jerónimo y Santa Paula (en su causa religiosa para la dirección de las almas); San Francisco y Santa Clara de Asís (en su fiel vida evangélica); y Pedro Abelardo y Eloísa (en su apasionado amor que se trocó en impedido pero racionalizado). No tenemos iguales noticias de todos estos casos, pero sabemos que entre dichos intelectuales hubo tal nexo entre sí que representan para nuestro tema modelos paradigmáticos de amistad perfecta, tan finamente descrita y tratada aquí por Aristóteles, el primer teórico pionero en el tema.
En síntesis, nuestra apuesta por la amistad se abre paso como un recurso siempre perenne que no podemos echar por tierra o dejar de lado sino en detrimento de lo humano. Nuestro tiempo nos pide a gritos las verdaderas virtudes, pues es una época que vivimos tan llena de penurias, de virus amenazantes, de propagación de enfermedades externas (tanto sociales como corporales) e internas de la mente humana (enajenación, ludopatías, crisis emocionales, etc.), enfermedades del cuerpo y del espíritu que se potencian cuando se presentan juntas, y que se dejan sentir en prácticas que coartan las posibilidades efectivas de las buenas acciones. Necesitamos un apoyo sincero y personal que es producto de nuestra libertad, que vaya más allá de la conectividad de nuestras redes sociales o de las terapias especializadas; un recurso que además del amor o complementario a él, nos permita acompasar nuestros pasos por la vida y no refugiarse en un amiguismo ramplón y permisivo de bajezas, sino en nexos anclados en valores verdaderos y tendientes de plenitud, justo como nos los proporciona la virtud de la amistad.
1 Para las citas de Aristóteles se utilizará la nomenclatura científica de la edición canónica de Bekker (1870): página, columna (letra) y línea en arábigos, antecedida del nombre abreviado de la obra (p. 3) en referencia parentética.
2 Hay varios manuales sobre la amistad en la Antigüedad que pueden dar el encuadre temático y profundizar en Aristóteles y en otros pensadores antiguos. Pueden consultarse al respecto: (Pizzolato, 2001), (Zamora, 2009), (Gual, Lledó, Hadot, 2013), (Konstan, 2019).
3 Una sinopsis hipersintética de la recepción del Corpus Aristotelicum que da razón de gran parte de las investigaciones actuales sobre Aristóteles, es la siguiente: “Las tesis principales de Aristóteles fueron sucesivamente consideradas desde tres perspectivas. En un principio, se intentó mostrar las relaciones y los vínculos recíprocos, explícitos o implícitos, de las tesis, para poder así reconstruir un sistema de pensamiento coherente, de preferencia alrededor de una única idea fundamental. Este intento de reconstrucción encontró tales dificultades que llevó a discutir el presupuesto tradicional que lo sustentaba. Se afirmó entonces que las principales tesis de Aristóteles no formaban un sistema coherente; antes bien, eran testimonio de un pensamiento en constante progreso. Por lo tanto, se hizo el esfuerzo por reconstruir el tipo de itinerario filosófico en el que las tesis podrían ubicarse y en el curso del cual Aristóteles habría revisado o precisado cada vez más su posición respecto a la cuestión discutida. El intento […] produjo resultados criticables […] Por eso se regresó un poco a los antiguos senderos con la hipótesis, esta vez moderada, de que las tesis del filósofo proveen los elementos de un sistema incoativo o inacabado, aunque quede la posibilidad de que haya una evolución que permita la conquista de tal sistema” (Bodéüs, 2010, pp. 19-20).
4 Eso se explica bien a bien en la obra que lleva el mismo nombre: la Política (Politéia).
5 Una formulación previa de este contenido lo trabajé en un trabajo titulado: Aristóteles El filósofo (Ramírez-Daza, 2016, pp. 3-33).
6 Y aún superado había que seguirle estudiando para tener perspectiva histórica y punto de confrontación con las nuevas doctrinas que ocuparon su lugar. De hecho, por mucho tiempo “todos sabían que era una potencia con la que había de contar y una de las bases del mundo moderno, pero no pasó de ser una tradición, si no por otras razones, por la simple de que […] siguieron los hombres necesitando aún demasiado de su contenido” (Jaeger, 1997, p. 14). Entonces, podríamos aplicarle a la tradición filosófica moderna y actual, respecto al mismo estudio de Aristóteles, el mismo argumento lógico de disyunción excluyente que el Estagirita lúcidamente esgrimió contra los que no querían estudiar filosofía, al no ver la supuesta necesidad de ella para la vida humana. Más o menos reza así: si no es necesaria hay que demostrarlo, y al intentarlo se estará filosofando; o bien, si es necesaria, simplemente hay que estudiarla. Por tanto, de cualquier manera hay que estudiar filosofía como dice Aristóteles en el Protréptico. Lo mismo podríamos decir del estudio de Aristóteles mismo, del que nada nos excluye, y que antes bien, considero necesario.