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Prólogo

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Mi amigo, cuyas conversaciones he recogido en este libro hasta el límite de lo que soy capaz, debería ser el primero en reseñar (como de hecho está siempre ansioso de hacer) el papel de un profesor acreditado, que no es otro sino aquel que le confirió el oficio sagrado.

Todo lo que él reclamaba (y esto seguramente estaba dentro de sus derechos) era ser al menos sincero en sus percepciones y expresiones de la verdad espiritual. Su poder, como él tuvo cuidado en explicarme, no era más que un particular desarrollo de una facultad común a todos los que poseen una vida espiritual coherente. En algunos la Verdad Divina encuentra entrada a través de las leyes de la naturaleza, en otros por medio de otras artes y ciencias, a mi amigo se le presentaba como una forma sensible directamente. Sus experiencias vividas, sin embargo, pareciendo incluso contravenir la Revelación Divina, él las habría rechazado con horror: la entera sumisión al Maestro Divino sobre la tierra, como él me dijo más de una vez, debe normalmente preceder al ejercicio de cualquier otra facultad espiritual. La inversión deliberada de esto no es más que Protestantismo en su forma más extrema, y debe finalmente resultar en la extinción de la fe.

Por lo demás, yo no puedo añadir nada a sus propias palabras. Es por supuesto más que posible que aquí y allí yo haya fallado al presentar su significado exacto; pero al menos me he tomado la molestia de someter el libro antes de su publicación al juicio de quienes poseen una formación teológica suficiente para asegurarme de que al menos no he malentendido las palabras e historias de mi amigo, presentándole como un trasgresor de las leyes de la teología ascética, moral, mística o dogmática.

A estos consejeros debo expresarles mi gratitud, también como a todos quienes amablemente me han dado el ánimo de su simpatía.

R. B.

1 La túnica verde“Para ver un mundo en de arena un grano,y un cielo entero en una simple rosa;sostén el infinito en una sola mano,y ten la eternidad en una hora.”BlakeEl viejo sacerdote permaneció en silencio un instante. El zumbido de una gran abeja rompió en la distancia y cesó al tiempo que una campanilla blanca caía a mi lado empujada por su propio peso.–No he sido muy claro –dijo el sacerdote de nuevo–. Déjeme pensar un minuto –y se recostó hacia atrás.Estábamos sentados en una pequeña grada de losetas rojas en su jardín, en un protegido rincón del muro. A un lado se alzaba la casa irregular, con sus ventanas cuadriculadas, y su tejado cubierto de liquen y rematado con una espadaña; al otro lado, se podía ver el agradable jardín donde grandes amapolas encarnadas colgaban como llamas inmóviles bajo el caluroso sol de junio, hacia el muro viviente de tejo, sobre el que se levantaban pesadas masas verdes de un olmo donde se lamentaba una paloma, y sobre todo eso un acogedor cielo azul. El sacerdote miraba fijamente al frente con grandes ojos infantiles que brillaron de forma misteriosa en su cara delgada bajo el cabello blanco. Vestía una sotana vieja, que parecía roída y con reflejos verdosos.–No –dijo de pronto–, no es fe a lo que me refiero; es solo una forma intensa de don de percepción espiritual que Dios me ha concedido; don que por otro lado es común a todos nosotros a nuestra medida. Es la facultad por la cual verificamos lo que hemos recibido por obediencia y sostenemos por fe. La vida espiritual consiste en gran medida en ejercitar esta facultad. Bien, pues esta forma de esa facultad me ha sido concedida por Dios, de igual manera que a usted le ha concedido una capacidad especial de ver y disfrutar de la belleza donde otros quizá no vean nada; eso que se llama percepción artística. No es por causa de un mérito suyo o mío, igual que el color de nuestros ojos, o la facultad para las matemáticas, o estar dotado de un cuerpo atlético.«Ahora en mi caso, en el que usted se ha interesado amablemente, la percepción es a veces tan intensa que el mundo espiritual aparece ante mí tan visible como lo que llamamos el mundo natural. En esos momentos, aunque generalmente soy consciente de la diferencia entre lo espiritual y lo natural, ambos aparecen ante mí simultáneamente, como en el mismo plano. Depende de mi elección cuál de los dos veré con mayor claridad.«Déjeme explicarle mejor. Es cuestión de enfoque. Hace pocos minutos usted estaba mirando al cielo, pero usted no veía el cielo. Su propio pensamiento ocupaba ese lugar ante usted. Entonces yo le hablé, usted me dirigió una mirada y me atendió, y su pensamiento se desvaneció. ¿Puede entenderme ahora si le digo que esas rápidas visiones que Dios me concede, eran como esos pensamientos suyos mientras miraba al cielo, usted veía el cielo y sus pensamientos a la vez, en el mismo plano, como yo le he dicho? O piense en ello de otra manera. Usted conoce la hoja de vidrio que protege la parte alta de la chimenea de mi estudio. Bien, depende de cómo enfoque su mirada, y de su intención, que usted vea el cristal y el fuego que protege, o la habitación que el cristal refleja. ¿Puede imaginar ahora qué sería ver ambas cosas a la vez? Es como eso– E hizo in gesto con las manos hacia afuera.–Bien –dije–. Lo entiendo con dificultad. Pero por favor cuénteme, si lo desea, su primera visión de este tipo.–Creo –comenzó–, que siendo un chaval vino a mí una clara visión, pero es una suposición a partir del diario de mi madre. No tengo el diario ahora conmigo, pero hay un apunte en él describiendo cómo le conté haber visto una cara mirando desde un muro y cómo yo había corrido adentro desde el jardín; medio asustado, pero no aterrorizado. Pero no soy capaz de recordarlo, y mi madre parece haber pensado que debía haber sido un sueño despierto; y si no fuera por lo que me ha pasado después yo también habría pensado que fue un sueño. Pero ahora la otra explicación me parece más verosímil. Entonces la primera visión clara que yo recuerdo fue de la siguiente forma:«Cuando yo tenía unos catorce años volvía a casa al final de julio por mis vacaciones de verano. La calesa me esperaba en la estación cuando llegué sobre las cuatro de la tarde; pero como había un atajo a través del bosque, puse mi equipaje en el coche y comencé a caminar la milla y media de distancia por mi propio pie. El sendero pronto se introdujo entre los pinares y yo me lancé sobre las resbaladizas agujas y bajo los grandes arcos de los troncos con ese éxtasis de felicidad de la vuelta a casa tan bien conocido por algunas naturalezas. A veces espero que los primeros pasos al otro lado de la muerte puedan ser como aquellos. El aire estaba lleno de sonidos delicados que parecían resaltar la profunda quietud de los bosques, y de suaves luces que se mezclaban con las sombras llenas de verdor. Sé todo esto ahora, aunque no lo sabía entonces. Hasta ese día la belleza, el color y el sonido del mundo me afectaban ciertamente, aunque no era consciente de todos ellos, no más que del aire que respiraba, porque no sabía entonces lo que significaban. Bien, yo seguía en esta brillante penumbra, fijándome solo en los árboles que podía trepar, las ardillas y mariposas que podía atrapar, y en los palos que podían ser convertidos en arcos o flechas.«Debo decirle algo también de mi religión en esos tiempos. Era la religión de los chicos bien educados. Por delante, si puedo ponerlo así, estaba la moral. No podía hacer algunas cosas; estaba obligado a hacer otras. En la equidistancia estaba una percepción de Dios. Déjeme decirle que yo me daba cuenta de que estaba presente para Dios, pero no de que Él estaba presente para mí. Nuestro Salvador moraba en esa equidistancia, y me parecía normalmente amable, algunas veces severo. En el fondo reposaban ciertos misterios, sacramentales y de otro tipo. Esos eran principalmente problemas de gente adulta. E infinitamente lejos, como nubes apiladas en el horizonte del mar, estaba el invisible mundo del cielo desde el cual Dios me miraba, con puertas doradas y avenidas, ahora encumbradas en su exclusividad, ahora los domingos por la tarde brillando con una luz de esperanza, ahora en las húmedas mañanas inexpresablemente tristes. Pero eso no me interesaba en absoluto. Aquí, alrededor mío estaba disponible el mundo tangible que podía disfrutar, esa era la realidad: allí en una imagen mística reposaba la religión, reclamando, como yo sabía, mi homenaje, pero no mi corazón. Bien, entonces caminaba por estos bosques, una criatura humana insignificante, aún mayor, si yo lo hubiera sabido, que esos gigantes de cuerpos y brazos rojizos, y cabezas adornadas de hojas que se mecían por encima de mí.«Ahora no sabría decirle como empezó la visión; pero me encontré, sin experimentar conscientemente ninguna impresión, de pie perfectamente quieto, mis labios secos, mis ojos escociéndome por la intensidad con la que miraba intensamente el claro, y un pie doliéndome por la presión con la que me estaba apoyando sobre él. Debió llegar a mí fascinándome tan rápidamente que mi cerebro no tuvo tiempo de reaccionar. No era obra, por lo tanto, de la imaginación, sino una clara y súbita visión. Esto es lo que recuerdo haber visto.«Yo estaba de pie al borde de una enorme túnica, fabricada de un material verde. Un gran pliegue se extendía a la vista, pero yo era consciente de que se extendía hasta una distancia casi ilimitada de kilómetros. Esta enorme túnica verde resplandecía con bordados. Había bandas consecutivas de bordados de color leonado a cada lado que se fundían de nuevo con un verde más oscuro y con mayor relieve. Justo en el centro descansaba una pálida ágata cosida delicadamente a la prenda con elegantes y oscuras puntadas; cubriendo todo, el forro azul de esta túnica sedosa formaba una especie de arco. Era consciente de que esta túnica era enorme más allá de lo que podía concebir, y que estaba de pie en una especie de doblez, como si reposara extendida sobre un suelo oculto a la vista. Pero, más claramente que cualquier otro pensamiento, permanecía en mi mente la certeza de que esta túnica no había sido doblada y dejada, sino que una Persona la llevaba puesta. E incluso este pensamiento mostraba una onda correr a lo largo del alto relieve en la oscura hierba, como si el portador de la túnica acabara de moverse. Y sentí en mi cara la brisa de Su movimiento. Y creo que fue esto lo que me hizo volver en mí.«Luego miré de nuevo, todo estaba como había estado la última vez que pasé por allí. Estaba el claro y el estanque y los pinos y el cielo sobre ellos, y la Presencia se había ido. Yo era un chico caminando hacia casa desde la estación, con deseos de disfrutar del pony y de la escopeta de aire, y los despertares de cada mañana en mi alfombrada habitación, todo eso ante mí.«Intenté, sin embargo, verlo de nuevo como lo había visto. No, no era igual que una túnica; y sobre todo ¿dónde estaba la Persona que la vestía? No había nadie vivo alrededor, excepto yo mismo y los insectos que zumbaban en el aire, y la silente y meditativa vida de las plantas creciendo. Pero, ¿quién era esa Persona que había percibido súbitamente? Y entonces me llegó como un golpe, y aún era incrédulo. No podía ser el Dios de los sermones y las largas oraciones que reclamaba mi presencia domingo tras domingo en Su pequeña iglesia, ese Dios que me observaba como un padre severo. ¿Por qué la religión, pensé, me dijo que todo era vanidad e irrealidad, y aquellos conejos y estanques y claros eran nada comparados con Él que se sienta en el gran trono blanco?«No tengo que decirle que nunca hablé de esto en casa. Me parecía que había tropezado con una escena que era casi terrorífica, sobre la que debería pensar en la cama, o durante una solitaria y aburrida mañana en el jardín, pero nunca hablar de ella, y apenas puedo precisarle cuando llegó el momento en que entendí que no era otro sino Dios quien estaba allí.El anciano dejó de hablar. Miré de nuevo hacia el jardín sin contestarle y probé a ver cómo las amapolas estaban engalanando una túnica, y escuchar como el piar de los estorninos no era más que el roce de su movimiento, el sonido de las joyas al rozarse, y el gemido de la paloma el crujir de la pesada seda, pero no pude. Las amapolas resplandecían y los pájaros cantaron y gimieron, pero eso fue todo.

2 El observador“Il faut d’abord rendre l’organe de la vision analogue et semblable à l’objet qu’il doit contempler.”1MaeterlinckEl día siguiente salimos pronto después de desayunar, caminamos arriba y abajo por un camino de césped entre dos setos de tejo; el rocío aún permanecía en la hierba que quedaba a la sombra; finos parches de telarañas aún colgaban como desgarros de batista sobre los brotes de tejo a cada lado. Cuando subíamos por segunda vez el camino, el anciano se paró de pronto, echó a un lado una hoja de acedera al pie del seto y cogió un ratoncillo muerto, vio como reposaba rígido en la palma de su mano y pude ver cómo sus ojos se empañaban con lágrimas de vejez.–Él ha elegido su propio lugar de reposo –dijo–. Dejémosle yacer aquí. ¿Por qué perturbé su descanso? –y volvió a depositarlo suavemente en el suelo; entonces, recogiendo un puñado de tierra húmeda lo esparció sobre el ratoncillo–. La tierra a la tierra, las cenizas a la ceniza –dijo–, en segura y veraz esperanza –se detuvo; y tras enderezarse con dificultad volvió a caminar, le seguí.–Parecía usted interesado –me dijo– en mi historia de ayer. Debería contarle como tuve otra visión cuando era un poco más mayor –Cuando le dije lo extraña y atractiva que me había resultado su historia, él comenzó:–Le conté como me resultó imposible ver de nuevo lo que había visto en el claro. Durante unas pocas semanas, quizá meses, intenté una y otra vez forzarme a sentir aquella Presencia, o al menos volver a ver esa túnica, pero no pude, porque es un don de Dios, y no puede ser ganado con esfuerzo, como la vista ordinaria no puede ser ganada por un ciego; pronto dejé de intentarlo.«Había alcanzado al menos los dieciocho años, aquella terrible edad en la que el alma parece haber sido reducida a una burbuja sepultada por una montaña de cenizas –cuando la sangre y el fuego y la muerte y los ruidos estridentes parecen las únicas cosas interesantes, y todas las cosas delicadas retroceden y se ocultan desde el terrible mediodía de la mayoría de edad. Alguien me dio una de esas pistolas que usted habrá visto, a mí me encantaba la sensación de poder que me otorgaba, nunca había tenido un arma. Durante una o dos semanas en las vacaciones de verano me contentaba con disparar a una marca, o a la superficie del agua, y me entusiasmaba ver el cartón hecho añicos o el tranquilo estanque desgarrarse en jirones a lo largo de su espejo cuando el cielo y la hierba parecían dormidos. Después eso dejó de interesarme, y ansiaba ver algo vivo dejar rápidamente de estar vivo a mi voluntad. Ahora –levantó una mano con gesto de desaprobación–, pienso que la caza es necesaria para algunas naturalezas. Después de todo, el matar criaturas es necesario para alimentar a las personas, y la caza como usted me dirá es la remanencia del placer humano por conseguir alimento, y eso requiere ciertas cualidades nobles de constancia y habilidad. Sé todo eso, y sé más aun que para algunas naturalezas es un alivio, una liberación de tensiones que de otra manera encontrarían un desahogo violento y diabólico. Pero sé también esto: que para mí no es necesario.«Sin embargo, podría dar todo tipo de excusas, salí de buena gana una tarde de verano con la intención de disparar a algún conejo que corriera a refugiarse desde el campo abierto. Caminé a lo largo de una valla con un bosque sobre mí y a mi izquierda, y una verde pradera a mi derecha. Probablemente debido a mi falta de experiencia, aunque podía escuchar las pisadas y las carreras de los conejos a mi alrededor, y podía verlos a la distancia sentados y escuchado con sus orejas levantadas, como me había parapetado en la valla, no pude acercarme lo suficiente para disparar con alguna esperanza de lo que se me antojaba como un resultado exitoso; y cuando alcancé el final de la arboleda, estaba sumido en un estado de impaciencia.«Permanecí varios minutos apoyado en la valla contemplado el placentero y refrescante aspecto de la pradera más allá; el sol acababa de esconderse tras la colina ante mí y todo estaba a la sombra excepto una corona de luz que colgaba de las hojas más altas de un haya que aún alcanzaba los rayos del sol. Los pájaros empezaban a regresar de los campos, posándose uno a uno en los árboles sobre mí, donde quedaban para cantar las últimas líneas de sus melodías. Pude escuchar una sorda carrera y el rápido golpear de las alas de una paloma volviendo a casa, y cuando prestaba atención podía escuchar gorjear por encima de todos los sonidos la larga y fluida canción de un zorzal en algún sitio sobre mi cabeza. Busqué vanamente intentado ver ese pájaro y al cabo de un rato conseguí identificarlo cuando las hojas del haya se apartaban por la brisa, su cabeza erguida y su cuerpo vibrando con la alegría de la vida y de la música. Se podría decir que su cuerpo era un corazón latiendo. Los últimos rayos de sol tras la colina le alcanzaron bañándolo en un dorado resplandor. Al cesar la brisa las hojas le ocultaron pero su canción seguía sonando.«En ese momento me inundó un ciego deseo de matarlo. Todas las otras criaturas me habían esquivado corriendo a sus casas. Aquí al menos estaba la víctima, y yo derramaría ese amargo odio que había estado acumulando durante mi paseo, y que demandaba esta vida como sustituto. Al mismo tiempo recordé claramente que había salido a cazar para comer: ésta era mi única justificación. Vi a la vez las dos cosas y no tenía excusa, ninguna excusa.«Giré la cabeza a ambos lados y me moví uno o dos pasos atrás para recuperar una visión directa de nuevo, y, aunque esto pueda sonar fantástico y recargado, todo mi ser estaba en lucha entre la luz y la oscuridad. Cada fibra de mi ser me decía que el zorzal tenía el derecho a vivir. ¡Ah! Él se lo había ganado, lo hizo a propósito, por esa misma canción que estaba guiando a la muerte hacia él, y no por el negro y amargo odio que había nublado mi conciencia y que estaba ahora empujando sin parar hasta que el proyectil fuera disparado. Esperé una ráfaga de brisa, y cuando llegó, fría y de dulce olor como el aroma de un jardín, las hojas se abrieron. Allí volvió a cantar bajo un rayo de sol, en un instante levanté la pistola y apreté el gatillo.«Con el estallido de la pólvora sobrevino el silencio, y después de lo que pareció un interminable instante vino el suave sonido de algo cayendo y el imperceptible impacto entre las caídas hojas caducas. Permanecí medio aterrado, mirando entre las hojas muertas. Todo parecía penumbra misteriosa. Mis ojos estaban aún algo deslumbrados por el brillante horizonte de aire luminoso y nubes rosadas que había estado contemplando con intensidad, el espacio entre las ramas era un mundo de sombras. Aun busqué algunos metros más allá, intentando encontrar el cuerpo del zorzal, y temiendo escuchar un empuje o batir de alas entre las hojas secas.«Entonces elevé ligeramente los ojos, vagamente. Pocos metros más atrás de donde yacía el zorzal había un arbusto de azalea. Las flores se habían caído y le rodeaba la oscuridad, sus hojas lacias estaban apenas perfiladas por un tenue toque de color. Cuando lo miré vi un rostro mirando hacia abajo desde sus ramas más altas.«Era una cabeza perfectamente calva y una cara, finos labios formaban una sonrisa alegre, había innumerables líneas en torno a los extremos de la boca, y los ojos estaban rodeados de arrugas de diversión. Quizá lo más terrible de todo era que los ojos no estaban mirándome a mí, sino hacia abajo entre las hojas; los pesados párpados colgaban, y largas, estrechas y brillantes ranuras mostraban como unos ojos divirtiéndose. La frente caía súbitamente hacia atrás, como la cabeza de un gato. La cara era del color de la tierra, los perfiles de la cabeza caían por debajo de los oídos y la barbilla hacia la tiniebla del oscuro arbusto. No había cuello, o cuerpo o brazos hasta donde yo podía ver. La cara simplemente colgaba allí como una abandonada máscara africana en una vieja tienda de curiosidades. Y sonrió con descarado placer, no a mí, sino al cuerpo del zorzal. No hubo ningún cambio en su expresión mientras la estuve mirando, solo una silenciosa sonrisa de placer petrificada en la cara. No pude quitar mis ojos de ella.«Al cabo de un minuto más o menos, la cara había desaparecido. No la vi irse, solo me di cuenta de que estaba mirando a unas simples hojas.«No; no había sido dibujada por las hojas, o por un juego de sombras que pudieran tomar la forma de una cara. Imagínese cómo intenté convencerme de que eso fue todo; cómo miré una y otra vez para volver a verla; pero no había rastro de la cara.«No sé decirle cómo lo hice; pero aunque estaba medio paralizado por el miedo, fui hacia el arbusto y busqué furiosamente entre las hojas el cuerpo del zorzal; hasta que finalmente lo encontré y lo cogí. Estaba todavía blando y caliente al tacto, su pecho algo despeinado, y tenía una pequeña gota de sangre en la raíz del pico bajo los ojos, como una lágrima de desaliento y dolor por tan inmerecida, inesperada muerte.«Lo llevé hasta la valla, la salté y comencé a correr a grandes zancadas, mirando una y otra vez horrorizado al conjunto de sombras del bosque que dejaba atrás, donde la cara riente se había mofado de la muerte. Pienso, mirando ahora hacia el pasado, que mi intención dominante no era otra que alejar el zorzal de aquel lugar donde había sido objeto de burla, y que debía dejarlo en la pradera llena de aire limpio. Cuando alcancé el centro de la pradera me acerqué a una poza de las que nunca se secan incluso con los calores más intensos del verano. Dejé el zorzal en la orilla y con todas mis fuerzas arrojé la pistola en el agua, vacié mis bolsillos de cartuchos y los tiré también.«Después me volví de nuevo al pequeño y mísero pajarillo, sintiendo que, al menos, yo había intentado enmendarme. Había una vieja madriguera de conejos, la hierba casi tapaba la entrada junto a unas telarañas y hojas secas. Hice un hueco entre las hojas y dejé allí al zorzal; tomé un puñado de tierra arenosa y cubrí su cuerpo, diciendo, lo recuerdo, medio inconsciente: “Tierra a la tierra, cenizas a las cenizas, en segura y veraz esperanza”. Entonces me detuve, temiendo haber hecho algo irreverente, aunque no lo creo así ahora. Volví a casa.«Cuando me vestía para la cena, mirando hacia la oscura pradera donde el zorzal reposaba, recuerdo sentir con agrado que ninguna cosa maligna podría mofarse de los indefensos muertos allí fuera en la limpia pradera donde sopla el viento y las estrellas vigilan.En nuestro ir y venir por el sendero entre los tejos alcanzamos un pequeño banco dando la espalda al camino. Frente a él colgaba un crucifijo, con un techado sobre él que el anciano había colocado hacía años. Como no decía nada me volví hacia él, vi que tenía la mirada fija en la Cruz; pensé cómo Aquel que cargó con nuestras penas y soportó nuestros sufrimientos era uno con el Padre celestial, y no cae ni un gorrión a tierra sin que él lo sepa.

3 El águila de sangreEsto es lo que sé: si la única Luz Verdadera prende para Amar o para Odiar, bastante me obsesiona,una sola mirada Suya desde el Tabernáculo atrapa más que estar completamente perdido en el Templo.Omar KhayyamUna noche, cuando iba a mi habitación, encontré un libro en un pequeño estante junto a la ventana, su título no lo recuerdo, que describía los lejanos días en los que la religión de Cristo y los dioses del norte pugnaban entre sí en Inglaterra. Estuve leyendo una hora o dos hasta irme a dormir y continué al despertarme. Lo comenté en el desayuno.–Sí –dijo el anciano–, era uno de los libros de mi padre. Recuerdo haberlo leído siendo un muchacho. Creo que se decía en aquellos tiempos que era un libro poco científico y mal documentado. Mis padres solían pensar que todas las religiones excepto el cristianismo venían del diablo. Sin embargo, creo que san Pablo nos enseña a verlas con una mayor esperanza.No dijo más por el momento; pero en el transcurso de la mañana, mientras yo paseaba arriba y abajo por el terreno elevado que corre bajo los pinos junto al paseo, vi al sacerdote venir hacia mí con un cuaderno en sus manos. Estaba algo polvoriento y azorado.–Fui a buscar algo que pensé que podría interesarle después de lo que comentó en el desayuno –comenzó– y finalmente lo encontré en el desván.Comenzamos a pasear juntos arriba y abajo.–Me ocurrió algo muy curioso –me dijo– cuando era un chaval. Recuerdo contárselo a mi padre al regresar a casa y aún permanece en mi cabeza. Pocos años después, un viejo profesor estaba con nosotros y una noche, después de la cena, después de hablar de lo mismo que comentábamos esta mañana, mi padre me pidió que lo volviera a contar. Al terminar, el profesor me pidió que lo escribiera para él. Así que lo escribí en este cuaderno, luego hice una copia para él y se lo mandé. Este cuaderno realmente es una especie de diario irregular en el que solía escribir algunas veces. ¿Quiere escucharlo?Le dije que me encantaría escuchar esa historia, así que prosiguió.–Primero debo contarle las circunstancias del hecho. Tenía unos dieciséis años, mis padres estaban fuera por vacaciones y me marché a casa de un amigo del colegio, no lejos de Ascot. Era el periodo alrededor de Navidad y solíamos llevarnos la comida, especialmente los días soleados, estábamos todo el día fuera sobre el brezo. Debo recordarle que yo era solo un chaval en aquellos tiempos, por lo que apuesto que exageré o elaboré alguno de los detalles un poquito, pero los hechos fundamentales de la historia son de plena confianza. ¿Nos sentamos mientras le leo lo que pasó?Sentados en un banco que se alzaba al final de la explanada, con la vieja casa ante nosotros recibiendo los cálidos rayos del sol, comenzó a leer:«Sobre las seis de la tarde de un día al final de enero, Jack y yo recorríamos errantes los altos campos de brezo cerca de Ascot. Habíamos caminado todo el día y nos habíamos perdido, pero seguíamos avanzando tan en línea recta como podíamos, sabiendo que tarde o temprano nos cruzaríamos con la carretera. Estábamos bastante cansados y silenciosos, de pronto Jack profirió una exclamación y señaló una luz a través de la vegetación. Esperamos un momento a ver si se movía, pero permaneció inmóvil.“¿Qué es eso?”, pregunté. “No debería haber ninguna casa por aquí.”“Es una choza de tejedores de brezo, supongo”, dijo Jack.Le pregunté qué quería decir con eso.“¡Oh! No sé exactamente”, dijo Jack. “Son una especie de gitanos”.Había aparecido en medio del brezal, la luz crecía constantemente al acercarnos. La luna estaba empezando a levantarse y era una noche clara, una de esas heladoras noches sin viento que algunas veces vienen después de un otoño húmedo. Jack se escurrió por un hueco hasta una oculta acequia, y pude escuchar el hielo quebrarse cuando salía gateando.“Patinaremos mañana, por Júpiter”, le escuché decir.Cuando nos acercamos, empecé a ver que nos aproximábamos a un grupo de abetos; el brezo empezó a ser más bajo. Al mirar a la luz, vi el contorno de una choza en la que brillaba. La ventana aparentemente era de forma irregular, y la cabaña parecía estar apoyada contra un alto abeto en el extremo de la arboleda. Al acercarnos pisando silenciosos el suave brezo, vi que la choza estaba construida completamente alrededor del abeto, que servía de pilar central. Estaba hecha de ramas colgantes y sujetas fuertemente con brezo.Sentí más y más curiosidad porque nunca había oído nada de los ‘tejedores de brezo’, y a la vez, debo confesarlo, algo de miedo, porque era un lugar solitario y nosotros solo dos niños. Yo iba delante, llegué a la ventana y me asomé.Los muros interiores estaban cubiertos de mantas y ropas para mantener el viento afuera, había un viejo y largo banco en una esquina, aparentemente el suelo estaba alfombrado con ramas y mantas y había una salida al otro lado, parcialmente cerrada por un parapeto colgante apoyado contra el hueco. Medio sentada y medio tumbada en el banco había una anciana con la cara oculta. Una lámpara de aceite colgaba de una de las ramas de abeto que formaban el techo. No había signo de ningún otro ser viviente en aquel lugar. Entonces Jack se asomó tras de mí y habló sobre mi hombro.“¿Puede indicarnos el camino a la carretera más cercana?”, preguntó.La anciana se sentó de pronto, con una mirada de pánico en su cara. Estaba extraordinariamente sucia y parecía enferma. Pude ver a la tenue luz de la lámpara que tenía un rostro avejentado lleno de arrugas, con profundos ojos negros, blancas cejas y pelo totalmente canoso. Su boca empezó a balbucear cuando nos vio. De repente hizo un gesto violento para que nos fuéramos de la ventana.Jack repitió la pregunta y la vieja se levantó, caminó cojeando despacio y dificultosamente hasta la puerta y en un momento había rodeado la cabaña y la teníamos a nuestro lado. Entonces me di cuenta de lo pequeña que era. No podía tener más de un metro y medio y estaba muy jorobada. Debo decir que me sentía muy incómodo y asustado con esa terrorífica criatura cerca de mí y mirándome a la cara. Me cogió del abrigo y con su otra mano apuntaba rápidamente alrededor hacia todas las direcciones. Parecía querer advertirnos de algo fuera de la arboleda, pero no pronunció palabra alguna.Jack se impacientó.“¡Vieja sorda loca!”, dijo en un tono bajo, y luego elevando la voz y lentamente: “¿Puede decirnos por dónde llegar a la carretera más cercana?”Entonces ella pareció entender y apuntó vigorosamente en la dirección en la que habíamos llegado.“¡No tiene sentido!”, dijo Jack, “Hemos venido por allí. Vayamos en la otra dirección”, continuó, “no podemos perder aquí toda la noche”. Y rodeando la cabaña desapareció en la arboleda.La anciana soltó mi abrigo al instante y empezó a correr tras Jack. Rodeé la cabaña por el otro lado y vi a Jack alejarse delante de mí por los abetos que se dispersaban al extremo de la arboleda dejando que la luz de la luna iluminara entre ellos. Al volver mi mirada hacia el bosquecillo, vi que la anciana se había detenido al comprobar que no podría alcanzarnos. Estaba con sus manos extendidas y emitiendo un extraño sonido, mitad llanto mitad gemido. Yo me sentía incómodo porque no la habíamos tratado con cortesía y me detuve, pero en ese momento Jack me llamó.“Vamos”, me dijo, “seguro que encontramos la carretera al final de esto”.Así que le seguí.Me volví otra vez y vi entre los árboles a la pequeña anciana como la habíamos dejado, se llevó una mano a la boca y lanzó un curioso silbido lastimero hacia nosotros que me sobrecogió. Parecía demasiado potente para alguien tan pequeño.Según avanzábamos por el bosque crecía la oscuridad. Aquí y allá la blanca luz de la luna se colaba entre las agujas de los abetos y grandes espacios de tenue luz nos rodeaban. Los árboles se levantaban a gran altura, crecían tan espesos que no alcanzábamos a ver nada de los alrededores. De vez en cuando tropezábamos en una raíz o nos enganchábamos en una zarza, parecía que estábamos siguiendo un camino estrecho que conducía más y más hacia el corazón del bosque. De pronto Jack se detuvo y levantó su mano.“¡Silencio!”, dijo.Me paré también y escuché sin respirar durante un instante.“¡Silencio!”, repitió, “Algo viene”, y saltó a un lado del camino escondiéndose detrás de un árbol. Yo le seguí.Entonces escuchamos un ruido atropellado ante nosotros y un gruñido, y una criatura grande llegó a toda prisa por el sendero. Cuando pasó pude verla, dejándome aterrorizado, era un enorme cerdo; pero lo que me dejó aterrorizado fue que recorriendo casi la totalidad de la espalda tenía una profunda herida por la que brotaba sangre. La criatura, entre fuertes gruñidos, siguió el camino hacia la choza y en seguida el sonido murió en la distancia. Como estaba apoyado sobre Jack, pude sentir su brazo temblar mientras se agarraba al tronco del árbol.“¡Oh!”, dijo en un momento, “Debemos salir de aquí. ¿Hacia dónde? ¿Hacia dónde?”Pero yo seguía alerta mientras le tranquilizaba.“Espera”, le dije, “hay algo más”.Saliendo del bosque, delante de nosotros, nos llegaba un jadeo y los suaves sonidos de pasos cojeando por el camino. Nos agazapamos y observamos. Entonces la figura de un anciano jorobado apareció ante nosotros, recorriendo rápidamente el camino. Parecía asustado y sin respiración. Su boca se movía y parecía hablarse a sí mismo en voz baja y en tono de queja, sus ojos buscaban en el bosque a uno y otro lado.Cuando llegó cerca de nosotros, acurrucados y temiendo respirar, vi una de sus manos por delante de él abriéndose y cerrándose, y manchada con algo que parecía de color negro a la luz de la luna. No nos vio, estábamos ocultos tras una enorme zarza, y pasó bajando el camino. Después de eso todo quedó en silencio.Tras unos minutos en perfecta quietud, nos levantamos y seguimos, pero ninguno de nosotros pensó continuar por el camino por donde esas dos terribles cosas habían llegado, así que fuimos dando tubos campo a través, manteniendo un curso paralelo al camino durante casi doscientos metros. Jack había empezado a recuperarse, incluso comenzó a hablar y a reírse de haberse asustado de un cerdo y un anciano. Más tarde me contó que no había visto la mano del viejo.Entonces el camino empezó a empinarse. En ese momento detuve a Jack.“¿Ves algo?”, pregunté.Difícilmente recuerdo lo que dije o hice, pero esto fue lo que mi amigo me contó después. Jack dijo que allí no había nada más que un pequeño montículo delante, donde no había árboles.“¿No ves nada en la alto del montículo? Fuera, en el claro, donde ilumina la luz de la luna.”Jack me contó después que pensó que me había vuelto repentinamente loco y comenzó a asustarse.“¿Ves una mujer que está allí? Tiene una larga cabellera rubia en dos trenzas y gruesos brazaletes de oro en sus brazos desnudos. Una túnica, ceñida por un cinturón, que llega por debajo de sus rodillas, y joyas rojas en el pelo, el cinturón y en los brazaletes, sus ojos brillan a la luz de la luna y está esperando, esperando aquello que ha escapado.”Luego Jack me contó que cuando dije aquello tenía un rostro inexpresivo, mis manos extendidas y comencé a hablar, pero que no podía entender una palabra de lo que yo decía. Él miraba fijamente al montículo pero no había mucho que ver, solo abetos formando un círculo alrededor y un espacio desnudo en el medio, sin brezo, eso era todo. Estaríamos a unos quince metros de distancia.Me tumbé allí, me contó Jack, y tras unos minutos me senté y miré a mi alrededor. Entonces recordé que había visto al cerdo y al anciano, pero nada más, sin embargo estaba aterrorizado al recordarlo e insistía sobre descartar una nueva incursión por el bosque y en dejar el montículo a nuestra izquierda. No era capaz de entender por qué el montículo me aterraba, pero no quería ni acercarme. Jack, sabiamente, no dijo nada más sobre ello hasta después. Finalmente encontramos un camino fuera de la arboleda, a través del brezal al largo de medio kilómetro hasta que llegamos a la carretera que Jack conocía y pudimos volver a casa.Cuando contamos nuestra historia, añadiendo Jack, para mi sorpresa, la parte que yo no era capaz de recordar, el padre de Jack no dijo mucho, pero al día siguiente nos llevó a explorar el lugar. Para nuestra sorpresa, la choza de los tejedores de brezo había desaparecido; sí quedaban las ramas tronchadas alrededor del árbol, y las manchas de humo donde la lámpara de aceite estaba colgada y las cenizas de la fogata fuera de la casa, pero no había rastro del anciano o de su esposa. Al seguir el sendero, ahora bajo los cálidos y deliciosos rayos del sol, encontramos oscuras salpicaduras por aquí y por allí en las zarzas, pero estaban secas y descoloridas. Entonces llegamos al montículo.Según nos acercábamos, yo me sentía cada vez más incómodo, pero me avergonzaba mostrar mi temor estando a plena luz del sol.En lo alto encontramos algo curioso que el padre de Jack nos dijo que era una de las costumbres de los tejedores de brezo que nadie fue capaz de explicar. El terreno estaba escavado formando una especie de túnel en rampa que se introducía en la tierra. No tenía más de cinco metros de largo y terminaba donde estaba ya cubierto por la tierra, con una especie de altar, hecho de tierra y piedras machacadas, y como alicatado con trozos de cristal y loza. Pero lo que nos dejó sorprendidos fue encontrar una mancha de algo oscuro que había calado profundamente la tierra ante el altar. Aún estaba empapado.»El anciano terminó de leer y cerró el cuaderno.–Cuando conté todo esto al profesor –me dijo–, él pareció profundamente interesado. Nos explicó, recuerdo, que la herida infringida al cerdo revelaba la naturaleza del sacrificio que el anciano había empezado a oficiar. Él la llamó un “águila de sangre”, y añadió algunos detalles con los que no quiero incomodarle. Dijo también que el tejedor de brezo había confundido dos ritos, porque solo los sacrificios humanos se ofrecían con el “águila de sangre”. De hecho, todo eso parecía ser algo perfectamente familiar para él, incluso dijo muchas cosas más de las que apenas soy capaz de recordar y menos de verificar.–¿Y la mujer en lo algo del montículo? –le pregunté.–Bien –dijo el anciano sonriendo–, el Profesor no tuvo en cuenta mi evidencia al respecto. Él aceptó la primera parte de la historia y simplemente declinó prestar atención a la mujer. Dijo que yo habría estado leyendo cuentos normandos o que me lo imaginaba. Incluso apuntó que debía estar enamorado. Bajo otras circunstancias esta forma de tratar la evidencia sería llamada “Método histórico-crítico”, supongo.–¡Pero no era más que un brutal y desagradable ritual! –exclamé.–Sí, sí –dijo el anciano–, tremendamente desagradable y brutal, pero ¿no era mucho peor la fe del Profesor? Él no era más que un experto Ritualista después de todo, como ve.

4 Sobre el pórtico“–Por la fe, que cuando el dolor aprieta,Resplandece tras la puerta semi-abierta,Y muestra el hogar sobre la tierra–“Un cántico a las cosas comunesEstábamos sentados juntos una mañana en el salón central de la casa. Había llovido durante la noche y pensaron mejor que el anciano no debía sentarse en el jardín hasta que no estuviera seco, por eso nos quedamos en el interior pero con la puerta principal totalmente abierta, lo que nos dejaba ver un rectángulo de césped que se extendía ante la casa. En otro tiempo un paseo había llevado desde esta entrada hasta un pórtico con pedestales y bolas de piedra que se alzaba justamente al otro lado, más de quince metros más allá, pero el camino se había cubierto de hierba, aunque aun se adivinaban levemente dos rodadas sobre la hierba que llevaban desde el pórtico hasta la puerta. Por el otro lado el césped estaba rodeado por un bajo muro de ladrillo, casi oculto por una gran cantidad de hiedra, en las que contrastaban las enormes masas de color formadas por las cabezas de lirios púrpuras y amarillos y los leonados alhelíes.El anciano había estado silencioso durante el desayuno. Había ofrecido el Santo Sacrificio esa mañana como de costumbre en la pequeña capilla del piso superior, y ya le había notado yo que parecía preocupado: había hablado muy poco en el desayuno, abandonando la conversación de todos los temas que le sugería. Entendí finalmente que sus pensamientos estaban muy lejos en el pasado, y yo no deseaba perturbarle.Estábamos sentados junto a la puerta en dos sillas altas talladas, sus piernas cubiertas por una manta y su mirada triste y fija hacia el exterior, a través de la puerta de hierro labrado que franqueaba el muro. La hierba crecida en la franja de la pradera que había quedado sin podar se apoyaba en la reja o empujaba sus plumeros atravesándola. Observé que el anciano miraba fijamente el pórtico, dejando sus ojos vagar sobre cada detalle de las plantas trepadoras, el enrejado o los viejos ladrillos, y no, como había pensado al principio, rebuscando en las difusas distancias de los años dejados atrás.Súbitamente rompió su prolongado silencio.–¿Le he contado alguna vez –me preguntó– lo que vi allí en el jardín? Parece bastante normal ahora, aunque yo vi allí lo que supongo que nunca veré de nuevo antes de morir, o al menos hasta que no esté en la propia puerta de la muerte.Miré yo también hacia afuera. La atmósfera estaba llena de esa “limpieza brillante tras la lluvia” a la que cantó el Rey David, era aire hecho visible y radiante por la unión de la luz y del agua, esas dos gozosas criaturas de Dios. Un gran castaño tapaba la vista más allá del pórtico.–Cuéntemelo si quiere –le dije–, ya sabe cuánto me gusta oír esas historias.–Hace años, como quizá sepa, no mucho después de mi ordenación yo estaba trabajando en Londres. Mi padre vivía aquí entonces, como su padre antes que él. Ese escudo de armas en el centro de la puerta enrejada fue colocado por él poco después de acceder a la propiedad. Yo solía venir aquí, entonces como ahora, para respirar el aíre del campo. Difícilmente recuerdo ningún placer tan deseado como el venir a este glorioso ambiente campestre huyendo del humo y del ruido de Londres, o tumbarme despierto por la noche con el susurro de los pinos junto a mi ventana en lugar del incesante alboroto humano de la ciudad.«Bien, vine aquí una vez, de improviso, una noche de verano, trayendo una mala noticia. No necesito entrar en detalles, sería inútil hacerlo, pero baste decir que las noticias no me afectaban a mí o a mi familia. No fueron más que una curiosa serie de circunstancias las que me llevaron a ser portador de tal noticia, empezando por el simple hecho de que estaba destinada a una señora que casualmente estaba con mi familia. Yo apenas la conocía, de hecho solo la había visto una vez anteriormente. La noticia había llegado hasta mis oídos en Londres, con el comentario de que a quien más le concernía no la conocía, y que nadie se atrevía a escribirle o telegrafiarle. Por supuesto, me presté voluntario para llevar la noticia en persona.«Con un gran peso en mi corazón caminé desde la estación, el camino me pareció intolerablemente corto. Sabía que la noticia rompería el corazón de quien debía escucharla. Llegué por el pórtico del final de la avenida (señaló con la mano hacia la derecha) y rodeé la casa hacia la parte de atrás, a nuestra espalda. Esta puerta, donde estamos sentados ahora había sido la puerta principal, pero el camino acababa de ser levantado y usábamos en su lugar la puerta trasera, y este césped era mucho más que lo que puede ver ahora, solo el camino se mostraba claramente, como una larga tumba atravesando la hierba.«Cuando entré por la puerta de atrás ella salía con un libro y una silla de mano para sentarse en el jardín. Mi corazón dio un terrible pálpito de dolor, sabía que en cuanto cumpliera mi misión no habría lugar para un tranquilo atardecer en el jardín, y que la apariencia de serena felicidad sería barrida de su rostro, y todo eso por lo que yo tenía que decirle. En un primer instante no me reconoció en la oscuridad de la entrada y permaneció de espaldas hasta que me acerqué, entonces…–¿Cómo usted? –exclamó–. Ha venido a casa. ¿No sabía que le esperaban?Yo respiré un momento para recuperarme.–No me esperaban –le dije. Y un momento después– ¿Puedo hablar con usted?–¿Hablar conmigo? Por qué, por supuesto. ¿Aquí o en el jardín?–Aquí –contesté, y me adelanté para abrir la puerta de esta habitación.«Ella me siguió y se quedó aquí, de pie junto a la puerta, sujetando su libro, con un dedo metido entre las hojas.«Se estará usted preguntando, supongo, por qué no busqué a alguna otra mujer para darle la noticia. Bien, yo me había debatido desde que me había ofrecido voluntario para ser el portador de tal mensaje y, en parte porque tenía miedo de ser un cobarde, llámelo orgullo si quiere, y en parte por otras razones que no necesito mencionar, sentí que estaba capacitado para cumplir mi promesa literalmente. Podía ser, pensé también, que ella prefiriera que tal noticia fuera conocida por el menor número de personas posible. De manera, acertada o no, aquí estaba yo con mi tarea ante mí.«Ella estaba allí –el anciano continuó, apuntando a la jamba derecha de la puerta–, y yo aquí –indicando como a un metro detrás– y la puerta estaba bastante abierta, como ahora, y la aromática brisa del atardecer pasaba pura a la habitación. Su rostro quedaba parcialmente entre sombras, pero en sus ojos había solo un albor de sorpresa ante mi brusquedad, quizá con un leve matiz de ansiedad, pero nada más.–He venido– le dije lentamente, mirando hacia el jardín– a cumplir un duro encargo –No pude seguir. Me volví y la miré. ¡Ah!, la tristeza se había intensificado ligeramente–. Y le concierne a usted y a su felicidad –La miré de nuevo y recuerdo como su rostro había cambiado. Sus labios estaban entreabiertos y sus ojos brillaban muy abiertos, medio a la sombra, medio a la luz, y había nuevas y terribles finas líneas en su frente. Entonces se lo dije.«Todo estuvo dicho en una frase o dos y cuando la miré de nuevo sus labios se habían cerrado y su mano se había agarrado a la moldura de la jamba. Podía ver sus anillos brillando a la luz que se colaba sobre el castaño (ahora más tenue) hacia el interior de la habitación. Sus labios se movieron una vez o dos, su mano se desengachó vacilante y cruzó despacio la habitación. Había allí un gran sofá, ella se sentó y hundió su rostro entre el brazo y el respaldo.«Esperé junto a la entrada, mirando hacia la portada de hierro. En aquel momento, el sufrimiento era algo nuevo para mí. Aún no había aprendido a entenderlo, o a permanecer en paz bajo su peso. En aquel momento solo entendía que había una terrible lucha ocurriendo en la habitación que dejaba atrás. Allí, frente a mí, había un jardín lleno de paz y dulzura bajo la tenue luz del anochecer, y tras de mí había algo que se asemejaba al abismo, en medio estaba yo, entre la vida y la muerte.«Entonces recordé que era un sacerdote y estaba obligado a ser capaz de decir algo, al menos una palabra del mensaje Divino que nos trajo el Salvador, pero no pude. Me sentí perdido en aguas profundas. Incluso Dios parecía estar muy lejos, intolerablemente sereno y distante; entonces anhelé con toda mi energía humana poder rezar y cargar sobre mí algo de esa batalla, de la cual me sentía separado por algo tan enorme como un océano. Entonces Dios me concedió de nuevo una clara visión.–¿Ve la portada de hierro? –continuó el anciano mientras la señalaba– Bien, entre esos dos pilares, pero ligeramente sobre ellos, recortado claramente contra el castaño, más allá, vi la figura de un hombre.«No sé muy bien cómo explicarme, pero era consciente de que a través de todo este mundo material de luz y color se cruzaba un plano del mundo espiritual, y que allí donde se cruzaban ambos mundos yo podía mirar y ver lo que estaba más allá. Era como humo cruzando un rayo de sol, donde cada uno hace visible al otro.Bueno, esa figura humana, entonces, estaba arrodillada en el aire, esa es la única forma en que puedo describirlo, su cara se giró hacia mí, pero sobre mí. La cosa más curiosa que me impactó en ese instante fue que él estaba, todo estaba, inclinado con un ángulo agudo hacia un lado, pero no parecía nada grotesco; el castaño también estaba fuera de la perpendicular, el muro fuera de la horizontal. El único nivel auténtico era el de aquel hombre.«Sé que todo esto suena disparatado, pero me mostraba como el mundo de los espíritus era el mundo real y el mundo de los sentidos comparativamente irreal, justo como si el dolor de la mujer que estaba detrás de mí fuera más real que las vigas que estaban sobre nosotros.«Y de nuevo, comparados con la figura arrodillada, el castaño y el pórtico parecían insustanciales y ensombrecidos. Ya sé que aquellos que ven visiones nos dicen que es al revés. Todo lo que yo puedo decir es que no fue así conmigo. Esta figura estaba arrodillada, como he dicho; su capa ondeaba a su espalda, una enorme prenda, colgando firme de sus hombros, como si estuviera luchando contra un fuerte viento, el viento de la Gracia, supuse, que siempre sopla desde el Trono. Sus brazos estaban extendidos ante él, pero suficientemente abiertos para dejarme ver su rostro, y ese rostro estará conmigo hasta que muera, y gracias a Dios aún después. No llevaba barba y mostraba el inequívoco carácter de un rostro sacerdotal.«Ahora sabe usted lo próximos que el más intenso dolor y la más intensa alegría pueden mantenerse juntos. Sus líneas se encontraban tan cerca. En el rostro de ese hombre se cruzaron. Angustia y éxtasis fueron uno. Sus ojos estaban abiertos, sus labios entreabiertos. No podría decir si era viejo o joven. Su rostro no tenía edad, como los rostros de todos los que miran hacia él que habita en la eternidad. No puedo decir mucho más. Él había abierto su corazón al sufrimiento de esa mujer. Él lo había hecho propio, lo encontró allí, en la petición si desea llamarlo así, o en resignación si prefiere ese nombre, o en adoración, usted puede designarlo como quiera, todo eso es verdad y todo es inadecuado, pero ese dolor se encontró allí con su purificada voluntad, lo que lo convertía en una cosa con la voluntad eterna de Dios. Le digo que lo sé.«Le miré, en mis oídos estaba el llanto que venía de la habitación, pero mientras veía la gloria de la angustia sumergida en su rostro, el llanto tras de mí disminuía y cesaba, escuché un susuro con el nombre de Dios y de Su Hijo, y la visión ante mí había pasado; allí permanecía el castaño de nuevo tan real y hermoso como antes, me volví y la mujer estaba de pie con la luz de la conquista en sus ojos.«Ella me tendió su mano, me incliné y la besé, pero no me atreví a retenerla porque ella había estado en lugares celestiales. Yo había visto su dolor transportado y ofrecido ante el trono de Dios por alguien mayor que cualquiera de nosotros, y algo de su gloria quedaba sobre ella.La voz del anciano cesó. Cuando me volví hacia él seguía mirando fijamente a la portada de hierro junto al muro, y sus ojos brillaban como el brillante aire de afuera.–No sé –él dijo en un momento– si ella vive o ha muerto, pero esta mañana ofrecí el Santo Sacrificio por ella, esté donde esté.

La invisible luz

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