Читать книгу La vida de Dios en el alma del hombre - Robert Leighton, Henry Scougal - Страница 6
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“Los hombres pueden escribir grandes volúmenes y, como decimos, hablar mucho y no decir nada; pero es algo maravilloso hablar poco y decir mucho”. Estas palabras fueron pronunciadas por George Gairden en el funeral de su amigo Henry Scougal. Scougal había muerto de tuberculosis unos días antes, el 13 de junio de 1678. Tenía solo veintiocho años.
Según todos los informes, Henry Scougal era un joven brillante y devoto. Al principio de su vida, su padre, Patrick, había dedicado a Henry al ministerio del Señor y su infancia estuvo marcada por un rápido desarrollo espiritual e intelectual. Memorizó grandes porciones de las Escrituras y aprendió hebreo, griego y latín, así como otros idiomas. Era experto en matemáticas e historia y aprendió de forma autodidacta las complejidades de la filosofía. Scougal ingresó al King’s College en Aberdeen, Escocia, a la edad de quince años y terminó sus estudios cuatro años después.
Durante su breve vida, Scougal sirvió como profesor en King’s College durante cuatro años, pastoreó la iglesia en Auchterless durante un año y luego regresó al King’s College, donde entrenó a jóvenes para el ministerio como profesor de divinidades. Scougal utilizó cada una de estas posiciones para llevar a cabo la misión de su vida de ayudar a otros a experimentar la vida abundante que proviene de un conocimiento salvador de Cristo.
En su enseñanza, su predicación, su escritura y sus relaciones personales, Scougal siempre se enfocó en este único objetivo: ayudar a otros a conocer a Cristo y a encontrar su felicidad en Él. Tomaba cada conversación casual como una oportunidad para plantar semillas de evangelio en los corazones de las personas. Cada sermón fuepreparado, no solo estudiando el significado de un texto bíblico, sino también estudiando qué palabras, frases e ilustraciones serían las mejores para comunicar la verdad a aquellos que escucharían el mensaje. Cada vez que compraba un libro, pensaba en alguien que podría ser bendecido por su contenido.
Fue este deseo de Scougal de llevar a otros a Cristo que dio a luz a The Life of God in the Soul of Man [La vida de Dios en el alma del hombre]. Originalmente escribió este libro como una carta a un amigo con la esperanza de verlo llegar a una fe verdadera. Algunos de los amigos de Scougal leyeron la carta y se emocionaron tanto por su contenido que le dieron una copia al obispo Gilbert Burnet con la solicitud de que considerara publicarla. Una vez que leyó la carta de Scougal, Burnet no dudó en conceder la solicitud. Burnet no imaginó el gran impacto que traería publicar la carta de Scougal.
La lista de personas cuyas vidas han sido influenciadas por este libro es amplia. John Newton, el autor del himno “Sublime gracia”, consideraba esta obra como una de sus favoritas. Más recientemente, J.I. Packer escribió el prólogo de una edición de La vida de Dios y Los deleites de Dios de John Piper, quien se inspiró en la obra de Scougal.
Susanna Wesley, la madre de John y Charles Wesley, se conmovió tanto con este libro que animó a sus hijos a estudiarlo. John lo hizo y este estudio ayudó a dar forma a su creencia de que el cristianismo es ante todo una religión del corazón y el alma. John quedó tan impresionado por la presentación del evangelio de Scougal que se unió a su madre para pedirle a Charles que leyera la obra de Scougal. Debió causar una profunda impresión en Charles porque cuando su amigo George Whitfield luchaba por encontrar la paz con Dios, este es el libro que Charles le dio a leer.
Dios usó La vida de Dios para abrir los ojos de George Whitfield y ver que todas sus obras religiosas nunca podrían salvarlo y que él necesitaba la nueva vida que viene a través de Cristo.
Whitfield, al hablar sobre este incidente en su vida, dijo: “Aunque ayuné, observé, oré, y recibí la Santa Cena por tanto tiempo, nunca supe qué era la verdadera religión hasta que Dios me envió ese excelente tratado de la mano de mi amigo”. Años después, en un sermón, Whitfield relató esa experiencia diciendo: “Debo dar testimonio de mi viejo amigo, el Sr. Charles Wesley. Puso un libro en mis manos llamado La vida de Dios en el alma del hombre, donde Dios me mostró que debo nacer de nuevo o ser condenado”. Whitfield, por supuesto, se convirtió en ese poderoso instrumento de Dios en el Gran Avivamiento que trajo multitudes al reino de Dios. El mensaje que predicó fue el mensaje que aprendió primero al leer La vida de Dios en el alma del hombre.
Yo me familiaricé con el nombre de Henry Scougal a través de la escritura de John Piper y la biografía de George Whitfield. Primero leí La vida de Dios deseando saber qué contenía que influyó tan poderosamente en las vidas de tanta gente. Francamente, el lenguaje arcaico y la estructura de las oraciones demostraron ser una barrera para comprender completamente la intención del autor. Para superar esa barrera pedí prestado un diccionario de inglés antiguo y me propuse traducir las palabras de Scougal al inglés moderno. En el transcurso de un par de años caminé a través de La vida de Dios en numerosas ocasiones. Cada relectura aportó nuevos conocimientos y bendiciones. La obra de Scougal es una mirada hermosa y fresca sobre lo que significa experimentar la vida abundante de Dios.
En este momento de la historia, muchas personas tienen religión, pero pocas parecen tener una vida espiritual real. Scougal aborda directamente este problema y abre un camino para que otros caminen en la plenitud de la vida de Dios. Espero sinceramente que una traducción moderna de su obra tenga el mismo efecto transformador que la escritura original.
Aunque la vida de Scougal fue de unos breves veintiocho años, la influencia de su vida es inconmensurable. Para citar nuevamente el mensaje funerario de George Gairden: “la duración de la vida no debe medirse por los años, sino por el progreso que hemos realizado en el gran diseño para el cual somos enviados al mundo... él ha vivido mucho en unos pocos años y murió siendo anciano a los veintiocho años”.
Agrego a la escritura de Scougal un breve trabajo de Robert Leighton (1611-1684) titulado Rules and Instructions for a Holy Life [Reglas e instrucciones para una vida santa]. Parece apropiado poner estas dos obras juntas. Leighton influyó mucho en Henry Scougal. Leighton vivió un momento turbulento en la historia de la iglesia. A lo largo de su vida hubo una lucha constante entre los líderes presbiterianos y episcopales en Escocia por la supremacía en la iglesia. Su padre había sido un ministro presbiteriano que fue perseguido por sus puntos de vista y que persiguió a otros por los suyos.
Robert primero comenzó su ministerio como un ministro presbiteriano ordenado, pero después de desencantarse con algunas de las acciones entre sus compañeros recibió la ordenación episcopal. El objetivo final de Leighton era encontrar lo mejor en ambos sistemas y unirlos en una sola iglesia. Fue una experiencia frustrante para Leighton, que finalmente abandonó.
El legado de la vida de Robert Leighton no es que haya cambiado el mundo en el que vivió, sino que el mundo en el que vivió no lo cambió. Vivió su vida en el ojo de una tormenta, pero siguió siendo un hombre de profunda espiritualidad e integridad moral. Nunca buscó el poder personal y se comportó en todo momento honorablemente con los demás. Nunca intentó usar la fuerza o la coacción para cambiar a otras personas. Consideró perseguir a otros por sus puntos de vista para “escalar al cielo con escalas traídas del infierno”.
Leighton creía profundamente que lo que las personas necesitaban era una verdadera vida espiritual interna. Fue la pasión de Leighton por la religión sincera lo que, en parte, influyó en el pensamiento de Henry Scougal. Lo que era importante para Leighton se puede observar en su respuesta a una pregunta que le hicieron sobre el contenido de su predicación. Cuando se le preguntó por qué no estaba predicando sobre los problemas actuales, respondió preguntando quién estaba predicando esas cosas. Le dijeron que todos los hermanos lo estaban haciendo. A lo que él respondió: “Si todos predican los tiempos, seguramente pueden permitir que un pobre hermano predique de Cristo Jesús y la eternidad”.
Ese fue realmente el deseo de la vida de Robert Leighton: dar a conocer a Jesucristo y encontrar vida en Él. La visión y el corazón de Leighton encuentran un espíritu afín en Henry Scougal. Por lo tanto, es apropiado que las obras de estos dos hombres se unan en este volumen, llamando a la gente a experimentar, no solo la religión, sino una vida abundante en Jesucristo.
-Steve Hanchett, 2003