Читать книгу La inquietud bajo la piel: la parte amarga - Roberto Carrasco Calvente - Страница 7

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Dicen que no puedo sentir. Que no puedo sentir miedo. Que no puedo sentir dolor. Ni amor. Ni odio. Dicen que no puedo sentir nada, pero se equivocan. Porque siento deseo. Deseo mi vientre contra su vientre. Tomar sus nalgas entre mis manos y abrirlas como un fruto maduro. Saborear una vez más su pulpa. Dibujar un hilo de sangre con mi navaja y dejar que se abra como río desbocado a través de su torso desnudo. Desnudo, frío y níveo como un paisaje lunar.

Deja el cuaderno sobre el catre y se dirige hacia el lavabo. Hay seis pasos desde el catre al lavabo, su mente los cuenta inconscientemente cada vez que los recorre. Uno, dos, tres, cuatro, cinco y seis. Y ya está frente al espejo, observando cómo van apareciendo nuevas arrugas en el rostro y nuevas canas entre el follaje azabache que otrora fuera su cabello. A él no le importan las arrugas. Tampoco las canas. Nunca ha sido bello. Nunca ha sido el tipo de hombre por el que se podría haber sentido atraído. Nunca ha sido el tipo de hombre al que hubiera gustado matar. El que le mira desde el espejo le produce tanta indiferencia como el resto de los mortales. Él solo ama ángeles. Él solo mata ángeles. Por eso está en aquel lugar, por haber amado y haber matado a un ángel. Deshace los seis pasos. Uno, dos, tres, cuatro, cinco y seis. Y de nuevo se encuentra recostado en el catre. Las sábanas acartonadas dibujan cordilleras de arrugas pero están limpias. Piensa en chicos que recuerda. En chicos de anuncios, en chicos que juegan en el parque, en chicos que le pegan a la salida del colegio. Piensa en ángeles. Y se toca, primero acaricia suavemente el escroto, del que surgen pequeños espasmos eléctricos que recorren el perineo. Piensa en un ángel en concreto. En cómo penetraba en su interior húmedo y cálido como las tardes de agosto en la casa junto al mar. Su pene es ahora una barra dura e inquebrantable, palpita ansioso por que las manos lo agarren, lo aprieten, lo retuerzan, le expriman hasta la última gota de jugo. Pero no, no lo hará. No quiere desperdiciar su leche con una paja. No quiere manchar las sábanas. Toma el dedo índice y se lo introduce en la boca. Lo lame con cuidado, como si lamiese un pene pequeño. Cuando lo retira, bien ensalivado, recorre con su yema el diámetro del ano y, tras haber explorado la zona, aprieta un poco, hace fuerza, y consigue meterlo dentro. El placer es una ola de mar que destruye todos los castillos de arena que encuentra a su paso. Es entonces cuando el pene vuelve a su estado de flacidez, no quiere malgastar su semen. Ha hecho una promesa. De nuevo coge el cuaderno, y cuando lo coge lo hace como si estuviese hecho de alas de mariposa, con miedo de desgarrarlo, y de la misma manera, casi ritual, saca de la espiral de este el bolígrafo con el que escribe.

La inquietud bajo la piel: la parte amarga

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