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Frentes Populares: fenómeno global y realidades locales
(1930-1948)
La simultaneidad del Frente Popular chileno con experiencias análogas en el mundo permitió a los actores políticos sumar un nuevo elemento discursivo a sus prácticas. El reordenamiento del sistema político chileno a partir de 1932, tanto a nivel electoral como discursivo, utilizó el arsenal de teorías y prácticas provenientes tanto del fascismo como del antifascismo. El ejemplo europeo inundó el espacio político chileno, siendo replicadas en clave local muchas de las teorías regenerativas de lo social que propuso el fascismo. Asimismo, buena parte de la cultura política antifascista europea fue conocida y apoyada por el frentepopulismo chileno con disímiles grados de conocimiento de la realidad del viejo continente. La persistente utilización de términos como “fascismo” y “antifascismo” en la prensa chilena, a partir de 1933, es un ejemplo. Sin embargo, la sola utilización y registro de esos discursos no significa que hayan tenido existencia real. La expansión de ideas y prácticas fascistas, socialistas y comunistas tuvo transformaciones no menores a la hora de ser aplicadas a contextos no europeos. Como se revisará en el siguiente capítulo, la aplicación de la estrategia del Frente Popular en otras realidades no europeas, se desarrolló incorporando sectores que encajaban perfectamente con la definición de fascismo que proporcionó la Internacional Comunista (Comintern). Al mismo tiempo, los partidos de la izquierda marxista (comunistas y socialistas) mantuvieron un discurso que entrelazó el clivaje fascismo/antifascismo en su retórica política con la promoción de mayor injerencia estatal en la vida económica y de aumento de la cobertura de la seguridad social.
Los comunistas chilenos tuvieron, desde su aceptación en el Comintern (1922) hasta 1934, momentos de mayor apertura, como en 1925, y otros de mayor aislamiento, con la aplicación de la táctica “clase contra clase” que coincidió con la persecución llevada a cabo por el dictador Ibáñez entre 1927 y 1931. Aunque el comunismo mostró credenciales de fidelidad a la línea soviética, en el plano local mantuvo un lenguaje mucho menos retórico en torno al fascismo y más vinculado a los problemas de subsistencias y promoción del intervencionismo estatal. Los socialistas chilenos, desde sus orígenes, se orientaron por aumentar el rol del Estado, cuestión con la que coincidían plenamente con los sectores estatistas al interior de las fuerzas armadas y otros grupos nacionalistas.
Las fuerzas de centro, representadas por el radicalismo, también se valieron de la antinomia fascismo/antifascismo para perfilar su rol hegemónico en el Frente Popular, aunque matizado por sus propias diferencias internas. A todos los partidos que formarán la coalición del Frente Popular e incluso entre quienes levantaron la candidatura de Carlos Ibáñez del Campo bajo el formato de la Alianza Popular Libertadora, el clivaje fascismo/antifascismo sirvió como campo de generación del antagonismo político. Este clivaje tuvo un carácter transnacional por la forma como se expandió entre regiones, actores políticos e institucionales de forma simultánea al que se incorporaron las particulares propias de los procesos históricos.26 En el contexto chileno de la década de 1930, el clivaje en torno al fascismo permitió la diferenciación de dos bloques antagónicos en torno a los cuales establecer la competencia electoral. Sin la presencia significativa de culturas fascistas y antifascistas, dicha diferenciación se llenó con otros contenidos y prácticas que otorgaron al caso chileno la permanencia y estabilidad que no tuvieron los ejemplos europeos y latinoamericanos.
Las variaciones que tuvo la aplicación de la estrategia de los frentes populares entre 1934 y 1943 en diferentes partes del mundo fueron provocadas, en parte, por las necesidades que tuvo la Unión Soviética en materia de política internacional. Sin embargo, entre las resoluciones del VII Congreso del Comintern y su fin en 1943 se registraron una serie de combinaciones políticas de actores identificados con la izquierda marxista, que bajo la denominación “frente popular” accedieron al poder en contextos de competencia electoral amparados por un régimen jurídico-institucional. La revisión de los antecedentes del giro del Comintern en 1935 muestra la rápida adecuación de la teoría política con la praxis de los contextos locales, a pesar del exceso de retórica de las justificaciones políticas de los líderes del Comintern y de sus subordinados nacionales. Aunque el contenido del frentepopulismo produjo definiciones poco precisas del fascismo –que insistieron en la estrecha interrelación entre capitalismo y fascismo–, del antifascismo y de las implicancias de la estrategia del Frente Popular, fueron las formas inclusivas del discurso frentepopulista las que trascendieron al escenario europeo. Así, la terminología de los funcionarios del Comintern permitió la generación de condiciones para que otros actores (socialdemócratas, radicales, católicos sociales, nacionalistas, entre otros) confluyeran a un tipo específico de coalición.
La cuestión del límite y porosidad de las fronteras entre el fascismo y el antifascismo fue relativamente más simple en el contexto europeo, ante un campo real de alternativas fascistas operando en el poder. Aunque la fórmula del VII Congreso se mostró exitosa en la práctica de cómo hacer una colación electoral, fue un fracaso en su implementación, una vez llegados al poder. En Francia, a pesar de los éxitos en materia de ampliación de derechos laborales, el Gobierno frentepopulista no tuvo la capacidad de resistir las demandas sociales generadas por los propios partidarios de la coalición. En el caso de España, el estallido del conflicto civil y las divisiones al interior del republicanismo rompieron de facto la supuesta unidad antifascista. A pesar de esto, la estrategia frentepopulista europea mantuvo una cierta alineación con el Comintern, gracias a que los actores participantes (comunistas y socialistas) tenían una presencia más importante en la política europea. Sin embargo, fuera del contexto europeo las definiciones del Comintern tuvieron poco respaldo con las particularidades regionales y locales. Por esta razón, el comportamiento de los actores que confluyeron al frentepopulismo fue ambiguo y contradictorio como fue la participación de comunistas junto a dictadores, como ocurrió en Venezuela y Cuba. La convergencia de los comunistas chinos con los nacionalistas mostró cuán conveniente podía ser la adecuación de la estrategia del frente popular cuando estaba subordinada a los intereses coyunturales.
Esta adecuación no sólo fue una cuestión de manipulación de los comunistas latinoamericanos orquestados con las otras latitudes, tal como sostiene la perspectiva trotskista de Víctor Alba, pues supondría que los comunistas habrían tenido un peso mayor del que realmente tuvieron.27 Tanto en México como Venezuela y Cuba, los comunistas funcionaron como socios minoritarios de coaliciones con diferentes grados de formalización e institucionalización; en Brasil los comunistas tuvieron una mejor posición en la ANL especialmente gracias al carisma de Prestes. Los comunistas chilenos no fueron ni los primeros ni los únicos en modificar su discurso revolucionario ni en cambiar de acuerdo a las circunstancias y a sus socios de coalición.
El Frente Popular chileno recogió esta ambigüedad periférica adoptando los dos modos de configuración frentepopulista. Por una parte, la estructuración de una coalición en el formato franco-español con partidos insertos en el sistema parlamentario, pero por la otra, con mecanismos populistas que ampliaron el arco de combinaciones electorales. La mecánica lectura del fascismo que realizó y propagó el Comintern fue la que permitió en cierta medida generar estos lugares retóricos del fascismo en Latinoamérica, que propiciaron la organización de sectores antifascistas y posteriormente frentepopulistas.
En este capítulo se describirá el contexto político transnacional en el que surgirá el Frente Popular chileno y las políticas de expansión estatal. Se caracterizará el proceso de formación política en Europa (Francia y España), China y algunos casos latinoamericanos (México,Venezuela, Cuba y Brasil) con el propósito de comprender que el proceso chileno compartió particularidades contemporáneas a otros escenarios globales, lo que permite evaluar con mayor perspectiva histórica el período analizado en este libro.
Del frente único al frente popular. La formación del ejemplo europeo
La expresión Frente Popular vino a reemplazar en el imaginario político de influencia comunista y socialista la expresión Frente Único acuñada en las resoluciones del III Congreso de la Internacional Comunista a finales de 1921. La expansión mundial de la estrategia del Frente Popular no fue homogénea, adecuándose a las realidades locales donde se llevó a cabo en la que no cabían las lecturas mecanicistas del Comintern. Sin embargo, la estrategia llevada a cabo por Moscú a partir de 1935, permitió instalar el antagonismo discursivo y la delimitación social de las fuerzas “antifascistas” y articularlas en torno a un proyecto político. En ese sentido, el giro conceptual de Frente Único a Frente Popular fue decisivo no sólo para los comunistas (minoritarios en Chile) sino para las otras alternativas que se identificaron con la coalición frentepopulista en el país.
Para los comunistas chilenos, la aplicabilidad de la nueva estrategia no estuvo exenta de problemas. Las tesis del Comintern sobre la estabilidad primero, el derrumbe del capitalismo después, y la formación de nuevas alianzas populares, fueron incorporadas a la praxis en la medida de lo posible y con el único saldo a favor del aislamiento de los otros actores políticos. El camino del Frente Único impuso a los comunistas del mundo la negativa de formar coaliciones, a pesar de algunos encuentros sin éxito con los socialistas de la II Internacional en abril de 1922. El IV Congreso del Comintern de diciembre de 1922 aisló aún más a los comunistas en su política del Frente Único, que redobló su apuesta no sólo en contra del capitalismo sino que también de todo aquello que sonara a reformismo y a socialdemocracia.28 La respuesta del lado socialdemócrata vino en 1923 con la fundación de la Internacional Socialista en Hamburgo, que criticó en duros términos la actitud de los bolcheviques y de la IC.29 A pesar de ello, los comunistas mantuvieron alianzas electorales con otros sectores levantando incluso candidaturas presidenciales, como en 1920 y 1925.
A pesar de que desde el V (junio-julio 1924) y el VI (septiembre 1928) Congreso del Comintern se condenó cualquier colaboración con la socialdemocracia, lo cierto es que este era el único terreno real donde se podía materializar la política del Frente Único. Ya en febrero de 1933 la Internacional Obrera Socialista (IOS), heredera de la Internacional Socialista, manifestó su disposición a un encuentro entre las dos Internacionales que, aunque no despertó ninguna manifestación de apoyo de parte del Comintern, se constituyó en un precedente importante frente a lo que venían realizando el PCF y la Sección Francesa de la Internacional Obrera (SFIO) que, a su vez, había realizado alianzas tácticas con el radicalismo francés durante los años veinte.30 La violencia con que las ligas fascistas amenazaron la estabilidad de la frágil III República y el temor que despertaba el fascismo habría facilitado la unificación en torno al enemigo común.
¿Por qué el fascismo se transformó en una amenaza para el Comintern? El lugar común para responder a esta pregunta ha sido, como señala Jonathan Haslam, entender la respuesta antifascista de Stalin como un complemento al tratado de mutua asistencia franco-soviético de mayo de 1935.31 A pesar de que Stalin quiso ampliar el pacto hacia algo más allá que la mera “no agresión” y transformarlo en una alianza militar frente a una posible invasión alemana, el Gobierno de León Blum priorizó por su alianza con Gran Bretaña.32 El interés de Stalin, hacia 1934, estaba puesto en la seguridad de la URSS, objetivo que involucraba a todas las secciones de la Internacional Comunista.
Para el historiador Jonathan Haslam, los partidos comunistas nacionales tuvieron un rol mucho más relevante que ser sólo cadenas transmisoras de las consignas emanadas de Moscú. Prueba de ello fue que el fracaso de la política anterior –el Frente Único– demostró que las estrategias tenían que estar tanto en conformidad con las necesidades de los partidos locales como con las demandas del Gobierno soviético.33 Este equilibrio entre lo nacional y las necesidades exteriores de Stalin fueron un fenómeno más o menos generalizado en los partidos comunistas mundiales; a excepción de Alemania, donde el partido Comunista (KPD) que era el más importante fuera de la URSS, resultó ser el más radical en la interpretación de los “períodos” fijados por PCUS y el más abiertamente opositor a la socialdemocracia. La maximización de las consignas de “tercer periodo” llevó al KPD a ajustarse en demasía a los intereses soviéticos por sobre los alemanes. La llegada de Hitler no significó que por parte de Stalin hubiese un reconocimiento del fracaso alemán. Sólo hubo un pequeño cambio en la política de alianzas permitida desde Moscú luego de las elecciones parlamentarias alemanas del 5 de marzo de 1933, aceptando de forma contradictoria la colaboración entre socialistas y comunistas en un Frente Popular “por abajo” sin inmiscuir a las cúpulas. Las contradicciones del Comintern se agravaron ante el intento de golpe fascista luego del “affaire Stavisky” iniciado el 6 de febrero de 1934 en el que los comunistas terminaron apoyando a los socialistas frente al enemigo en común. Una semana después, el socialismo austriaco sería eliminado por el canciller Engelbert Dollfuss, dejando la sensación de que el fascismo tenía un avance imparable en Europa.34
Como respuesta, en París, la huelga del 12 de febrero de 1934, realizada conjuntamente entre comunistas y socialistas, fue el bautizo de la unidad de acción (desechada en 1928) que quedó definitivamente consagrada el 27 de julio del mismo año cuando se firmó el pacto de unidad.35 El acuerdo contemplaba realizar acciones conjuntas contra el “fascismo”, organizadas a través de un comité de coordinación paritario de catorce miembros en donde no se aceptaba en la creación de frentes únicos a los sin partido.36 El Comintern dio su bendición a la unión entre el PCF y la SFIO en mayo de 1934, en medio de los preparativos del VII Congreso. A pesar de que Dimitrov, en un gesto reconciliador, eliminara el término “socialfascista”, la Internacional Obrera Socialista fue reacia a aceptar durante 1933 y los primeros meses de 1934 cualquier acercamiento. A partir de ese momento, el Comintern buscó alianzas más amplias que abarcaran al conjunto del “pueblo” y lo unieran en contra de sus enemigos. Por lo mismo, se hicieron algunos retoques en la estrategia de la lucha de clases que interpelaba, en teoría, sólo a la clase obrera, extendiéndola hacia una esfera más amplia: el espacio de lo popular y de lo nacional, a modo de acabar con la temida “amenaza” fascista. La airada defensa de los intereses nacionales dio a los comunistas los argumentos en contra de quienes los tachaban de simples títeres de las políticas moscovitas, legitimándolos de cara a la formación de alianzas con los partidos burgueses.37
Las conclusiones de Dimitrov –de que en una época de retirada, la izquierda debía luchar por objetivos más amplios como la defensa de la democracia– esperaban tranquilizar a los sectores sociales donde debía abonarse la idea del Frente Popular: liberales, radicales, republicanos, movimientos religiosos, demandas sectoriales, movimientos pacifistas, incluyendo a sectores conservadores que estuvieran dispuestos a defender la paz y la democracia en Europa. De paso se pretendía sacar del aislamiento y debilitamiento que sufrían los partidos comunistas. Visto de esta manera, la estrategia del Frente Popular fue exitosa, pues permitió que los socialistas y radicales redujeran el rechazo de unirse con un partido de proyecto revolucionario.
El ¿exitoso? ejemplo europeo para Chile: Francia y España (1934-1937)
La formación de frentes populares en Francia y España fue seguida con atención por el incipiente frentepopulismo chileno. En noviembre de 1935 el diario radical La Hora se hizo eco de este entusiasmo:
“En Francia –señaló un dirigente radical– el fascismo, mezcla de clericalismo, bonapartismo, monarquismo y burguesía es una realidad amenazadora, al igual que para nosotros. Pues bien, los trabajadores de todas las tendencias (socialistas, comunistas, radical-socialistas) han ido a cobijarse bajo el gran manto de la Democracia para sostener que el único medio para frenar al fascismo es robustecer, vigorizar y mantener las grandes conquistas democráticas”38.
La prensa chilena siguió con atención las huelgas promovidas en Francia por las ligas fascistas que repudiaban el sistema parlamentario que provocaron la sorpresiva renuncia del primer Ministro, el radical Edouard Daladier, en de febrero de 1934. Aunque para los comunistas franceses (y de todo el mundo) el seguimiento de las consignas del llamado “Tercer Período” aún estaban vigentes, el líder comunista francés Maurice Thorez llamó a la creación del “Frente Popular del trabajo, la libertad y la paz” interpelando directamente a socialistas y radicales a sumarse a la discusión de cuestiones nacionales como la defensa de la Constitución, la disolución de las ligas fascistas, la mejora de los salarios, la creación de nuevos impuestos sobre las fortunas y una serie de ayudas y subvenciones dirigidas al pequeño comercio y al campesinado. Con una buena cuota de pragmatismo, el emplazamiento de Thorez tuvo sustento en el avance electoral de los comunistas y el acuerdo de amistad franco-soviético de mayo de 1935. Ese mismo pragmatismo permitió la unidad sindical entre comunistas y socialistas en el Congreso de unificación de Toulouse en marzo de 1936. La simbólica manifestación del 14 de julio de 1935 reforzó la imagen de unidad nacional en contra del fascismo que vio la luz cuando en enero de 1936 se firmó el programa de Gobierno del Frente Popular. Las elecciones del 26 de abril y del 3 de mayo de 1936 dieron la victoria electoral a los partidos del Frente Popular en la que en la primera vuelta los comunistas duplicaron el número de sus sufragios afianzando la mayoría del Frente Popular en la Cámara de los Diputados. Los comunistas ocuparon 72 escaños (en lugar de 10), los socialistas 146 (en lugar de 97), en tanto que los radicales bajaron de 159 a 116. El Frente Popular logró 370 escaños frente a los 258 de los partidos de derecha.
Las elecciones parlamentarias francesas de abril de 1936 fueron leídas desde Chile con un particular interés; la flamante coalición frentepopulista criolla debutaba en una elección senatorial. Aunque la atención estuvo en los dos Frentes Populares europeos, el caso francés tuvo menos eco que el español. Aunque más similar a Francia en el proceso político, el frentepopulismo español acaparó las miradas de la política chilena. Durante el “bienio conservador” de Alejandro Lerroux (1933-1934) se intensificó el conflicto político y social en la frágil república española. Al incoporar a la Corporación Española de Derechas Autónomas (CEDA) Lerroux acrecentó conflicto social expresado en la huelga de Asturias de 1934 y en el conflicto con el país vasco y la Generalitat de Catalunya En Francia, las masivas huelgas de comienzos de 1937 y el freno de Blum a las reformas sociales comenzadas durante el Frente Popular dieron la impresión en Chile que los factores internos podían ser decisivos para hacer fracasar un proyecto frentepopulista. Aunque en España también fue un conflicto interno el que acabó con el Frente Popular y la República,tuvo la característica de ser una guerra civil la que abortó dicho proyecto.
Del caso francés, la prensa santiaguina destacó el clivaje entre fascismo contra democracia. Así, el diario La Opinión, del Partido Radical Socialista, destacó que la campaña electoral francesa “será aún más reñida que en ocasiones anteriores, pues el centro ha dejado de existir temporalmente en vista que los Radical Socialistas se han unido con los socialistas y comunistas, mientras los centristas de derecha cooperan con otros nacionalistas. La prensa chilena denominó estas elecciones como las del ‘fascismo contra la democracia’”.39 Así, el día 26 de abril de 1936 once millones de franceses volvieron a votar en la repetición de las elecciones en 119 distritos. Se esperaba un ajustado pero seguro triunfo del Frente Popular y se informaba que no se habían registrado incidentes en las elecciones. Los socialistas chilenos enfatizaron el “entusiasmo que causa en España el triunfo del Frente Popular francés […] y el temor que generó en las derechas españolas […] el triunfo de las izquierdas francesas anime a los izquierdistas españoles. Las derechas españolas tienen especialmente aprensión con respecto a los socialistas y comunistas. Creen que los rojos franceses y españoles están obrando con estrecha relación con la ayuda de Moscú”.40
Una de las cuestiones que sorprendió del frentepopulismo francés fue la reticencia de los comunistas a participar en el poder, cosa que fue “… fuertemente criticada por los otros partidos del Frente Popular, quienes dicen que millón y medio de electores que votaron por los candidatos comunistas, deberían tomar parte en las responsabilidades del Gobierno de izquierda”.41 Lo positivo para Chile fue el anuncio de Francia de aumentar la compra de salitre chileno. Esto debido, especialmente, a que los socialistas deseaban impresionar a los agricultores en el momento de subir al poder, y que, por lo tanto, podían reducir los costos de los nitratos.
A partir de mayo de 1936, la prensa frentepopulista chilena alarmó sobre la intensificación del movimiento huelguístico francés.42 Las huelgas iniciadas en las factorías Bréguet de L’Havre se extendieron con rapidez en diferentes sectores productivos, a excepción de los servicios públicos. Se calcula que la paralización de faenas y el movimiento reivindicativo del poder obrero tomaron carácter de verdadera fiesta. Una de las principales características del movimiento huelguístico, a juicio de Adrian Rossiter, fue su rápido esparcimiento y su aparente espontaneidad, en la que ni siquiera los propios huelguistas conocían las demandas ni la cabeza política del movimiento.43 La respuesta de Blum (ganador de los comicios del 3 de mayo) tardó algunos días, dado que su Gobierno asumió el 4 de junio. Una vez en el poder, Blum se aferró a la legalidad ante la primera negativa de los patrones a negociar cualquier tipo de acuerdo hasta que los manifestantes desocuparan las fábricas. La negociación entre Blum y los patrones reveló en cierta medida la problemática del poder del frentepopulismo: la gestión de las demandas populares y los costos que ello tiene en la base política de apoyo. Las negociaciones incluyeron las famosas 40 horas semanales, las vacaciones pagadas, el aumento de salarios y el no pago de los días de huelga: el acuerdo entre los sindicatos, el Gobierno y las patronales quedó firmado pasado la medianoche del 7 de junio, conocido como los acuerdos de Matignon.44
A mediados de 1936, el Gobierno del Frente Popular pudo mostrar con éxito los acuerdos de Matignon, pero se vio acorralado por el desborde de las demandas populares. A pesar de que el PCF no formó parte del Gobierno de Blum –dándole una ventaja abierta frente a los socialistas y radicales– se preocupó de alertar sobre las consecuencias que producirían las huelgas en el Gobierno. Por ello, el discurso de los comunistas fue el de supeditar las huelgas al carácter táctico de la lucha contra el “fascismo” y no como un camino hacia la revolución social, por lo que había que poner un límite para no afectar al Gobierno frentepopulista y, al mismo tiempo, lograr los objetivos de mejoras sustantivas en las condiciones laborales de los trabajadores. No contaban con que los radicales, el socio más reacio a los comunistas, volvería a aliarse con la derecha en junio de 1937. De esta forma, el Gobierno del Frente Popular quedó aislado por la derecha y, luego de las primeras críticas a Blum ante la crisis económica interna y la grave situación del Frente Popular español en junio de 1936, por la izquierda. Esto alertó sobre la naturaleza que debía tener la alianza.45
El comienzo de la Guerra Civil Española dejó mal parado al premier socialista francés, pues luego de su apoyo inicial a la causa republicana tuvo que retroceder y quedar a favor de la no intervención, debido a las presiones de los radicales y del Gobierno británico de no prestar ayuda al frentepopulismo español. En octubre de 1936, el ministro de Hacienda Vincent Auriol anunció la devaluación de franco, aumentando la oposición de centro y de derecha; en febrero de 1937, imposibilitado de continuar con el gasto público, Blum frenó las reformas sociales iniciadas meses atrás por lo que sumó el malestar de los comunistas y del ala izquierdista de su propio partido.
Los problemas internos en la coalición, especialmente con los radicales, a raíz del Frente Popular español y la Guerra Civil del mismo país, llevaron, junto con la actividad de fuerte oposición de las fuerzas capitalistas y de derechas, a que el Frente Popular entrara en crisis y con ello la dimisión Léon Blum en junio 1937. El conflicto interno de los partidos frentepopulistas franceses continuó hasta comienzo de la Segunda Guerra Mundial, hundiendo la estructura de la Tercera República que, para el inicio del conflicto, podía darse por agotada. El derrumbe del Frente Popular francés dejó abruptamente de tener importancia para la prensa frentepopulista chilena y un marcado interés para la prensa liberal como El Mercurio. A partir de julio de 1936, el protagonismo se lo llevó el golpe de Estado llevado a cabo por Franco. Sin embargo, el Frente Popular español tuvo un seguimiento más detenido de la prensa chilena probablemente por la cercanía cultural e idiomática con España. Otro factor importante fue la presencia de una consolidada colonia española. Hacia 1930, la población hispana radicada en Chile era de unos 45.000 residentes repartidos sobre todo en las grandes ciudades de Santiago, Valparaíso y en las provincias del norte.
Las elecciones de enero de 1936, en las que debutó la versión española del Frente Popular, fueron seguidas con abiertas comparaciones al frentepopulismo chileno. El diario radical socialista La Opinión señaló en su Editorial:
“no hay nada que atraiga más simpatías ni que procure mejor ambiente de adhesión y solidaridad que el ser perseguido injustamente. […] en Chile estamos, tal vez, camino de desanudamientos semejantes, pese al ensoberbecimiento con que hoy las fuerzas reaccionarias imperantes desafían y vejan al único gran juez de la Democracia: el pueblo […] El mayor problema que deberá sortear Azaña será frenar las aspiraciones excesivas de las izquierdas asociadas y comunistas, amparándose en el compromiso de alianza con el acto electoral. El gobierno ha decidido intensificar una política social que permita ampliar el campo de los pequeños propietarios, como una panacea para combatir el extremismo”.46
Desde aproximadamente 1933, el Partido Comunista Español levantó tímidas iniciativas frentepopulistas como el Frente Popular en Málaga o el apoyo de las Alianzas Obreras –luego del levantamiento de Asturias de octubre de 1934–. Estos acercamientos estuvieron dirigidos para reactivar los vínculos con el sector más radicalizado del Partido Socialista Obrero Español (PSOE).47 A partir de 1934, los espacios casi obligados de convivencia se fueron haciendo más comunes, aún sin tener la claridad táctica (o conveniencia política) de sus homólogos franceses y, al igual que otros partidos comunistas, incluyendo al chileno, el PCE tuvo a comienzos de 1935 confusiones acerca del nombre de la nueva estrategia política. El VII Congreso del Comintern no había comenzado y la experiencia francesa no daba una referencia clara para nombrar la nueva estrategia: ¿Frente Único o Frente Popular para nombrar la unidad de acción? El historiador Santos Juliá señala que esta confusión tuvo una justificación al menos para el verano boreal de 1935:
“[…] la preferencia que durante este verano se muestra hacia la expresión ‘unidad de acción’ sobre la tradicional de ‘Frente Único’ para designar la nueva política, indica que incluso ha existido la preocupación de introducir cambios semánticos que no levanten viejas resonancias. Ciertamente, los comunistas no renunciarán a la expresión de Frente Único, ni siquiera cuando la unidad de acción haya dejado paso al Frente Popular”.48
A pesar de esta aparente o real polisemia, el PCE actuó desde 1934 guiado casi exclusivamente por el PCF en materias políticas, traduciendo en muchos casos de manera literal las cartas que los comunistas franceses enviaban a los dirigentes de la SFIO, con la diferencia de que los socialistas españoles hacían caso omiso de los llamados a la unidad de acción de los comunistas. Los socialistas creían que el espacio natural de convergencia era la Alianza Obrera y no el Frente Popular.49 A pesar de que los socialistas españoles, al igual que en Chile y en Francia, eran más numerosos, temían organizar instancias en que estuvieran representados los diferentes partidos por la desconfianza de que los comunistas, menos numerosos, tendieran a utilizar esas instancias para su provecho, tal como hiciera la socialdemocracia alemana durante la República de Weimar que, a pesar de tener una clase obrera más preparada y especializada que los comunistas, no pudo con la propaganda del “socialfascismo” del KDP que terminó por hundirlos electoralmente.50
A partir de 1930 el socialismo español pudo revitalizarse con su entrada en el primer gabinete de la II República en los ministerios de Hacienda, Trabajo y Justicia, transformándose en el partido más votado en las elecciones de 1931. A pesar de ser la fuerza parlamentaria, a fines de 1933 el sufragio socialista disminuyó frente a la derecha. Las divisiones entre las diferentes facciones socialistas aumentaron la crisis entre quienes optaban directamente por la revolución, como Largo Caballero, y quienes seguían defendiendo el modelo socialdemócrata, como Julián Besteiro. El encendido discurso de Largo Caballero tuvo eco entre los sectores más radicalizados de la izquierda no comunista en el pacto que dio vida a la Alianza Obrera en 1933, a la que sumaron el Bloc Obrer i Camperol de Joaquín Maurín, algunos sectores trotskistas, la catalanista Unión Socialista de Catalunya y otros grupos anarquistas escindidos de la CNT. Los comunistas, anclados en las consignas del “tercer período”, vieron en esas alianzas otro experimento “socialfascista” repitiendo la estrategia del Frente Único.51
La entrada de la CEDA al Gobierno, en octubre de 1934, activó con mayor energía los contactos entre comunistas socialistas, a lo que se sumaría el partido de Izquierda Republicana liderado por Manuel Azaña. De hecho, las demandas de los radicales de Izquierda Republicana se presentaron como convergentes a las de socialistas y comunistas. Ellas incluían el restablecimiento de las garantías constitucionales, la libertad para los presos detenidos por los sucesos de octubre, la revisión de los expedientes de los funcionarios y obreros despedidos y el restablecimiento de los derechos sindicales eliminados luego de las revueltas ocurridas en octubre de 1934. Fue, como señala Juliá, una especie de pre-programa del Frente Popular, que luego se materializará a comienzos de 1936.52
La centralidad que tuvo en la conformación del Frente Popular el parti-do de Azaña hace que esta experiencia difiera del proceso frentepopulista francés en el que los comunistas tuvieron un peso más gravitante, quizás porque en Francia el apoyo del Comintern fue más decidido que en España. En ese sentido, y salvando las enormes diferencias, es posible buscar algunas similitudes con el proceso frentepopulista chileno, debido a que en él el factor decisivo no fue tanto la alianza entre socialistas y comunistas sino el desembarco de los sectores de centro, afines a la izquierda.
De cara a las elecciones de enero de 1936, el programa electoral del Frente Popular español fue reproducido en extenso en los diarios frentepopulistas chilenos. En especial interesaron los mecanismos internos de los partidos y las organizaciones participantes de cómo “dejar a salvo los postulados de sus doctrinas, han llegado a comprometer un plan político común que sirva de fundamento y cartel a la coalición de sus respectivas fuerzas en la inmediata contienda electoral y de norma de gobierno que habrán de desarrollar los partidos republicanos de izquierda con el apoyo de las fuerzas obreras, en el caso de victoria. Declaran ante la opinión pública las bases y los límites de su coincidencia política”.53 Los frentepopulistas chilenos vieron puntos de encuentro, más allá del tema fascismoantifascismo, entre sus propuestas y las del programa del Frente Popular español. Especialmente en el primer punto del programa español referido a la “amnistía y readmisión de los despedidos y reparación de las víctimas”, en el punto 2 de la Defensa de la República y cumplimiento de la Constitución y Libertad y justicia y en lo relativos al fomento y protección de la industria, obras públicas y enseñanza54. Otras medidas del Gobierno de Azaña, comentadas en clave chilena, fueron la disolución de las ligas fascistas y las sanciones al personal en retiro que participara en asociaciones ilegales: la referencia era a las milicias republicanas y al golpismo ibañista transversalmente omnipresente en la política chilena.55
Para los frentepopulistas chilenos, el Frente Popular español fue un ejemplo digno de ser imitado, sobre todo porque se “está desarrollando una labor utilísima para las masas que lo componen y que prueba hasta qué puntos de innegable trascendencia general se desplaza la actividad de organizaciones de su naturaleza”. Así como la unidad de los sindicatos franceses tuvo una buena acogida entre los trabajadores chilenos, la unidad de las juventudes socialistas y comunistas también fue un hecho celebrado por las milicias jóvenes de ambos partidos en Chile, así como la posibilidad de que en España, la Confederación Nacional de Trabajo (CNT) abriera vínculos con la Unión General de Trabajadores (UGT) que contaba con 500 mil adherentes56. Evidentemente, los frentepopulistas chilenos se iban nutriendo de elementos tácticos que realizaban los frentistas españoles, pero de manera más funcional que efectiva, ya que las supuestas equiparaciones que se intentaron establecer entre las derechas y las izquierdas españolas con las chilenas eran forzadas y poco ajustadas al debate interno del frentepopulismo chileno.
Pero también había recelo y cuidado. Sobre todo por las resonancias internas que provocó la unión con comunistas y socialistas cuando en el contexto chileno aún no se superaban las desconfianzas mutuas entre socialistas, comunistas y radicales. El 23 de febrero se alertó que “el premier Azaña sabe que tendrá que frenar las aspiraciones excesivas de las izquierdas asociadas y comunistas, amparándose en el compromiso de alianza con el acto electoral. El gobierno ha decidido intensificar una política social que permita ampliar el campo de los pequeños propietarios, como una panacea para combatir el extremismo”.57
El optimismo con el Frente Popular español sirvió también como revulsivo ante la política represiva impuesta por el Gobierno de Alessandri, quien, gracias a la mayoría parlamentaria, impuso “facultades extraordinarias y el Estado de Sitio” para establecer el orden público, a raíz de la declaración de huelga de los sindicatos de ferroviarios. Esto implicó la detención, encarcelamiento y relegación de numerosos dirigentes de los partidos frentepopulistas. La semana del 24 de febrero de 1936 se reprodujo en los periódicos frentistas (La Hora, La Opinión, Consigna y Frente Popular) extensos párrafos del programa electoral del Frente Popular español, subrayando sobre todo el hecho de que “sin perjuicio de dejar a salvo los postulados de sus doctrinas, han llegado a comprometer un plan político común que sirva de fundamento y cartel a la coalición de sus respectivas fuerzas en la inmediata contienda electoral”58. Además, dada la situación del Estado de Sitio y de la persecución llevada a cabo por Alessandri, se enfatizó el punto primero del programa español que hablaba de la “Amnistía y readmisión de los despedidos y reparación a las víctimas”.59 Por lo mismo, se calificaba que “el Frente Popular español, que hemos citado en otras oportunidades como ejemplo digno de imitación, está desarrollando una labor utilísima para las masas que lo componen y que prueba hasta qué puntos de innegable trascendencia general se desplaza la actividad de organizaciones de su naturaleza”.60
Luego de julio de 1936 y el golpe de Estado encabezado por Francisco Franco, la discusión frentepopulista se volvió más ideológica, influida en parte por la evolución de la Guerra Civil Española y por el desarrollo del Frente Popular con Léon Blum en Francia, pero en un sentido distinto. Dados los fracasos frentepopulistas español y francés se borrarán todas las posibles similitudes con Chile y se enfatizará la peculiaridad del frentepopulismo chileno y su carácter no rupturista. Sin embargo, el Frente Popular español siguió generando expectativas en una posible reedición en el contexto chileno. El 27 de julio se señaló que “la revolución de España es una lección para el Frente Popular de Chile cuando gobierne”.61
Ante las críticas oficialistas que remarcaban las consecuencias violentas del conflicto civil en España, el frentepopulismo chileno trató de mantener una prudente distancia con el Frente Popular español. Una editorial del diario La Hora señaló que la derecha presenta a todos los partidos “confundidos bajo la etiqueta comunista. Se va aún más lejos en este sistema confusionista y se identifica al Frente Popular español con el Frente Popular chileno y se atribuyen a este último de antemano los desmanes que según ciertas noticias (siempre desmentidas) comete el primero”.62
Por lo mismo, a pesar del conflicto español y de las similitudes que se podrían establecer, el frentepopulismo chileno fue cauto en no romper los débiles lazos que existían entre los partidos. El Partido Comunista, en su diario Frente Popular, advierte sobre los posibles beneficios de una alianza con sectores de centro, dado que “sería útil conducir al proletariado a un conflicto con fuerzas que pueden ser sus aliados en los primeros tramos de su movimiento emancipador”.63 Los radicales socialistas del diario La Opinión (Radical Socialista) matizaron la presencia comunista en el Frente Popular destacando que éste:
“no tiene carácter comunista y que la totalidad de los partidos que lo conforman, incluso el que profesa esa doctrina, no persiguen dentro del Frente otra cosa que fundar una verdadera democracia, esencialmente anti-imperialista y anti-fascista, en donde exista una verdadera libertad y se hagan imposibles las tiranías –cualquiera que sean [y en que] prevalezca un auténtico orden público, tanto en el funcionamiento de las instituciones como en la calle”.64
La coyuntura de 1936 estuvo marcada por el influjo que tuvo el Frente Popular francés y español en la configuración del concepto de pueblo del Frente Popular chileno. Fue una influencia que llegó justo en el momento indicado: en medio de la crisis política del Gobierno de Alessandri. Los ejemplos francés y español –tal como lo señaló la prensa de la época fueron recibidos con gran entusiasmo por el movimiento frentepopulista chileno ya que la invocación de “lo popular” fue algo simultáneo a comienzos de 1936: las elecciones parlamentarias de Francia, los comicios en España, la formación del Frente Popular chileno y las votaciones para cubrir una vacante senatorial en la sureña provincia del Biobío, que fueron realizadas en clave Frente Popular v/s oligarquía.
La analogía entre el ascenso y caída del Frente Popular español y la incipiente alianza frentepopulista chilena, tuvo dos caras. Una, de carácter más simbólico, sirvió para articular la línea divisoria entre las fuerzas “del pueblo” y las fuerzas reaccionarias. Aunque ni Alessandri ni su partido −el Liberal−, ni el Partido Conservador, podrían ser considerados en un sentido estricto como “fascistas”, el conflicto español le sirvió al frentepopulismo chileno para generar la dicotomía de la que se sirve el populismo para articular las demandas insatisfechas en función del proyecto político específico. Esto fue útil o al menos funcional de cara a las elecciones que debió sortear el frentepopulismo chileno entre abril y agosto de 1936.
La otra cara fue más prudente e incluso crítica de la situación española, estableciendo claramente que el proceso chileno estaba claramente por el orden democrático en el que no cabía ni la revolución social ni el peligro golpista de una posible amenaza fascista.
Nacionalismo y comunismo en el frentepopulismo chino
El derrumbe del Frente Popular francés en 1937, la derrota republicana española de comienzos de 1939 y el Pacto Ribbentrop-Mólotov de agosto del mismo año echaron por tierra la viabilidad de la estrategia del Frente Popular. Asimismo, la invasión nazi a la Unión Soviética modificó abruptamente los planes de Stalin con la estrategia de los frentes populares. Las nuevas exigencias de la guerra y el realineamiento de la URSS con los aliados tuvieron como consecuencia que Moscú disolviera el Comintern en 1943. Finalizada la Segunda Guerra, entre 1945 y 1948 la URSS promovió la creación de una nueva fórmula frentepopulista en los países donde impuso su hegemonía. De esta forma, a partir de 1945 la URSS promovió en Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania, Bulgaria,Yugoslavia y Albania, las denominadas “democracias populares” bajo la hegemonía de los partidos comunistas locales. La apariencia de que estas experiencias eran la reedición de la estrategia de los frentes populares se desechó rápidamente hacia 1947, luego de que los comunistas aplastaran la amplitud política de las que aparentemente gozó esta nueva versión del frentepopulismo.65
La flexibilidad con que Moscú recicló el frentepopulismo de 1935 una década más tarde bajo un formato patriótico y nacional, tuvo como precedente la experiencia China en que comunistas y nacionalistas tuvieron una tregua ante el enemigo común japonés. El Frente Popular de China de los años 30, fue la primera experiencia reconocida por el Comintern, aunque no la primera para el Partido Comunista Chino (PCChino), que durante sus primeros años –bajo estrecha vigilancia del Comintern– realizó su conocida alianza con el partido Nacionalista o Kuomintang (KMT), cerrada abruptamente en 1927 con la casi completa destrucción del PCChino por el KMT. Luego de este desastre el PCChino, diezmado casi en su totalidad, no le quedó más alternativa que ampliar sus bases rurales en el sur central de China, fuera de la influencia del KMT y bajo las órdenes del díscolo Mao Tse Tung. Este,sin el apoyo del Comintern –el preferido de la IC era Wang Ming– comenzó a desarrollar el PCChino aún bajo el asedio de Chiang Kai Shek. Mao priorizó la lucha en el espacio rural desde don-de comenzó su épica Larga Marcha que terminó un año más tarde en la provincia de Shensi, cerca de Yenan en 1936, de cuyo nombre se extrajo la expresión táctica de Yenan para aplicarla luego a los frentes populares.66
De forma paralela al conflicto entre los comunistas y el KTM, la agresión japonesa avanzaba sin tregua por el norte de China, logrando en 1931 conquistar la región de Manchuria. A partir de entonces el PCChino empezó a reconsiderar la idea de un Frente Popular desde dos niveles independientes: uno por arriba –las relaciones que empezaron a establecerse con Chiang Kai Shek, el KMT y varios poderes regionales–, y otro por abajo, para ganar apoyo popular masivo bajo banderas de nacionalismo y un moderado programa social. Aunque a Moscú la idea de un Frente Popular “por abajo” no le interesaba, en la práctica fue una de las cuestiones que más preocupó al denostado Mao Tse Tung, quien pudo efectivamente ampliar las simpatías de los no comunistas hacia ciertos principios que incluyeran nacionalismo y proclamas en apoyo de los campesinos. Mao llegó a sostener que:
“[…] hay sectores sociales, hay países en los que se desarrolla una política de partidos; hay allí una vida democrática, libertades cívicas efectivas, en donde se desarrolla, en fin, una política civilizada. Allí, sin lugar a dudas, se impone la política del Frente Popular: atraer izquierdistas e izquierdizantes, buenos o malos, sinceros o pícaros, no importa. Tentarlos. Crear tentaciones para su ambición particular; inventar tentaciones como el demonio”.67
Aunque esta afirmación parece definitiva, Mao no fue un ferviente adepto a la idea de un Frente Popular y mantuvo serias diferencias con Moscú en la aplicación de las directrices del VII Congreso. A esto había que sumar otro factor: la desconexión entre los comunistas desde el inicio de “la gran marcha”, desde noviembre de 1934 hasta junio de 1936. Mao no tuvo contacto con los dirigentes del Comintern, excepto durante un breve período en el otoño de 1935. Una vez que las comunicaciones por radio se restablecieron, el Comintern criticó la “Larga marcha” por poco realista, dio órdenes de terminar la guerra civil y formar un Frente Popular contra Japón, expedición que fue cancelada por los líderes comunistas chinos por varias razones, entre ellas la instrucción de Moscú por radio. Desde fines de febrero empezaron aperturas de diálogo con Chiang, quien envió representantes para negociar con el PCChino, lo que fue respondido por los comunistas con sus condiciones a finales de abril de 1936 –que incluían libertad política para todos los movimientos anti japoneses, creación de un Gobierno de base nacional de defensa, liberación de todos los prisioneros políticos patrióticos, término de la guerra civil, incluyendo los ataques al área soviética, y reconocimiento de la posición legal del área chino soviética–, a lo que el KTM respondió afirmando que la participación del PCChino en una guerra contra Japón era bienvenida, pero que el ejército comunista debía ser reorganizado y estar a la par con el ejército de Nanking.
Desde la perspectiva de Mao, la búsqueda de un frente común con Chiang era un grave error del Comintern pues, a su juicio, el militar no entendía la realidad de la política China. Entonces ¿por qué Mao terminó cediendo a las presiones del Comintern? En primer lugar, porque para 1935 la posición del dirigente chino era todavía débil dentro de su partido, teniendo aún varios rivales ante los cuales legitimarse como los favoritos de Moscú, llamados los 28 bolcheviques. Además, Mao todavía esperaba asegurar asistencia material de los soviéticos, para lo cual tenía que mantener algún grado de fidelidad con la URSS. Pero el factor más importante era que el dirigente deseaba utilizar la cuestión nacional como elemento de agitación y así transformarse en el líder del nacionalismo anti japonés. De esta manera, expandiría la influencia comunista y mantendría, al mismo tiempo, la buena relación con los soviéticos.68 El conocido incidente de Xian cambió la correlación de fuerzas entre el Mao y el KMT. El conocido incidente fue el aprisionamiento de Chiang Kai-Shek por los líderes de Xian, capital de la provincia de Shensei, los cuales eran abiertos al Frente Popular y querían, por esta vía, presionar al KMT a pactar con el PCChino. Stalin ordenó al PCChino luchar por la liberación de Chiang y, aunque estos no tomaron ninguna posición oficial por una semana, se abocaron posteriormente a la liberación de Chiang, que ocurrió finalmente el 25 de diciembre de 1936. Sin duda, esta cuestión derivó rápidamente en el pacto entre el KMT y el PCChino, en el que los comunistas aceptaron, algo apesadumbrados, luchar por la realización de los “Tres Principios del Pueblo”escritos por el fundador del KMT Sun Yat-Sen,y de esta manera detener las revueltas armadas, la sovietización y las confiscaciones de tierras. Asimismo, esto significaba poner al Ejército Rojo bajo la dirección del comando nacional del KMT, lo cual no implicó, al menos en la forma, renunciar a su autoproclamado rol de liderazgo ni a los objetivos revolucionarios de dicho ejército sobre las áreas ocupadas. Esta sería la gran diferencia de independencia que tenía el PCChino en comparación con los otros del mundo: sólo en China y en la URSS los comunistas manejaban su propio ejército y tenían su propio territorio.69
De esta manera, la guerra chino japonesa activó la formación del Frente Popular hacia 1937. Para los comunistas esto significó adoptar la estrategia del Frente Popular “por abajo”, mediante políticas de desarrollo para ganar el “apoyo masivo” (utilizando la terminología nacionalista) y, al mismo tiempo, trabajar por un Frente Popular “por arriba” sobre la base de la cooperación entre el PCChino y el KMT. Esta alianza frentepopulista mostró sorprendentes resultados al comienzo, pero a medida que los japoneses bajaron sus ofensivas, los viejos antagonismos comenzaron a renacer, así como la desconfianza y los conflictos por la influencia en el nivel local. En esta esfera los comunistas obtuvieron los mejores resultados, llenando rápidamente el vacío administrativo que había quedado inicialmente con los ataques de Japón, trabajando con la población local, organizando la resistencia, creando instituciones e iniciando nuevas políticas sociales –rentas e intereses fueron cesados para los pobres, con cooperativas de terratenientes y/o prestamistas que se les aseguraba su pago–. El resultado fue que durante 1937 el PCChino logró formar una variedad de organizaciones de masas en las que participó una amplia gama de sectores sociales (milicia local, seguridad e inteligencia, salud y educación pública, organizaciones de mujeres) atrayendo hacia dentro de la estructura política a personas que no estaban en el partido, incluso a aristócratas, todo justificado por la lucha común contra los japoneses.70
Entre 1939 y 1940 el Frente Popular chino consolidó el poder de los comunistas. Para Mao este dominio tenía tres componentes clave: el propio Frente Popular, la lucha armada y la construcción de partido.71 Al mismo tiempo, las alianzas que fijaba el Frente Popular podían tener, en el sistema de Mao, aliados temporales que podían ser modificados eventualmente. Esto sucedió al fin de la guerra con los japoneses en que el enemigo volvió a ser el KMT, enfrentados en la guerra civil de 1945-49. En este nuevo escenario, Mao declamó por el valor absoluto del partido, el frente unido y la milicia. En este escenario, el término “Frente Popular” cambió de sentido, pues el objetivo era ganar apoyo masivo para el nuevo régimen, transformando el concepto de patriotismo en la aceptación del liderazgo del partido, y en el que el nuevo enemigo fueron los terratenientes. Con este argumento se llevó a cabo una reforma agraria y de eliminación de los grandes propietarios, en el que también se consiguió eliminar a las clases rurales más acomodadas. Ya en 1957 la transformación de la sociedad china estaba “completa”, a decir de Mao, con una reconstrucción económica y con una nueva constitución (de 1954), con la colectivización de la agricultura, la creación de cooperativas y con toda la industria estatizada.72
La experiencia China demostró cuán lejos podía llegar el límite del frentepopulismo y cuán subordinados podían quedar los disímiles objetivos políticos de comunistas y nacionalistas ante la definición de un antagonista en común. Sin embargo, la aplicación de la “táctica de Yenán” también demostró que la subordinación de unos intereses por otros fue contextual y que varió según las necesidades de legitimación del frentepopulismo chino, que una vez acabada la amenaza nipona reeditó el conflicto entre comunistas y nacionalistas.
Institucionalización, nacionalismo y reformismo militar: algunas variedades del frentepopulismo latinoamericano
Las condiciones del surgimiento del populismo latinoamericano –entendido más como una polifonía de voces– están vinculadas a las consecuencias y crisis del modelo de producción capitalista liberal de laissez-faire en las sociedades latinoamericanas. Estas políticas mostraron por un lado la cara de la modernización, la industrialización y la urbanización acelerada, y por otra, hicieron aún más visible la pobreza del campo y las ciudades. Pasada la crisis de la I Guerra Mundial, el aumento del estatismo tuvo un repunte luego de la crisis de 1929, en parte, gracias a lo que los cientistas políticos Hartlyn y Valenzuela denominan “inmensas organizaciones burocráticas que permitieron aumentar la capacidad estatal para proporcionar asistencia social y estimular el desarrollo económico que el liberalismo no pudo o no quiso llevar a cabo. Esta capacidad estuvo normada en las constituciones políticas de países como Argentina, Brasil, Colombia, Costa Rica, Chile, Perú, Uruguay y Venezuela que otorgaron al ejecutivo poderes para promover leyes así como también para promulgar decretos, o decretos con fuerza de ley, en cuestiones tan diversas como la defensa nacional y el orden público, la hacienda pública y la creación de nuevos organismos y cargos gubernamentales.73
La construcción estatal mexicana realizada fundamentalmente en el Gobierno de Plutarco Elías Calles se mantuvo prácticamente inalterable de 1920 a 1934. El control de Elías Calles se sostuvo en precarios equilibrios de fuerzas que le permitieron aumentar el control estatal de la sociedad aun cuando el conflicto entre clases, facciones y regiones era latente. Concomitante a este proceso de institucionalización fue la creación de la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM) en 1918 y del Partido Nacional Revolucionario (1929). Elías Calle pudo mantener los equilibrios de interés sólo hasta que la crisis de 1929 lo permitió: el aumento de la movilización social y de demandas regionales terminaron por debilitar el “maximato” (de “jefe máximo”, cargo que ocupó Calles cuando dejó la presidencia que ejerció entre 1928-1934). La designación de Lázaro Cárdenas como candidato del PNR, aunque apoyada por el ala de izquierda del partido, parecía la decisión acertada para los intereses de Calles de mantener su hegemonía. Cárdenas tenía una carrera como militar, como gobernador de Michoacán y había ocupado la Secretaría de Guerra. Mantenía un bajo perfil incluso para la izquierda comunista, que no le prestó apoyo.
Durante la campaña presidencial, Cárdenas dio muestras de un estilo cercano, no tan anticlerical como Calles y con una renovada retórica reformista. El debut de Cárdenas estuvo marcado por fuertes movilizaciones sociales, con una CROM debilitada y con fuertes rupturas internas como la del ala izquierdista de Vicente Lombardo Toledano en 1933. Estos, más los sindicatos comunistas, promovieron hacia 1935 la estrategia del Frente Popular a la que se sumaron los descolgados de la CROM. Asimismo, Cárdenas afianzó sus relaciones con las organizaciones campesinas, clave para su reforma agraria.74 Junto a ello, Cárdenas desarrolló una poderosa red clientelar con el objetivo de restarle poder a Calles y, de esta manera, legitimar lo que se ha denominado como socialismo estatista y nacionalizador o “socialismo de la revolución mexicana”.75
Sin embargo, las bases de soporte del cardenismo eran muy disímiles y el desafío era hacerlas confluir. El mayor apoyo que logró articular Cárdenas fue a través de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), creada en 1936 bajo el liderazgo de Vicente Lombardo Toledano y con una fuerte influencia del Partido Comunista mexicano (PCM). La CTM se convirtió en la base legitimadora para llevar a cabo las políticas de nacionalización y librarse de los opositores del “pueblo”.76 Otro aspecto clave para el populismo cardenista fue la reforma agraria, que sirvió como arma política para eliminar a sus enemigos, así como para legitimarse en el propósito de la integración regional y el desarrollo económico. Los logros de Cárdenas fueron impresionantes: en 1940 ya había repartido alrededor de 18 millones de hectáreas de tierra entre unos 800.000 beneficiarios.77 Otro aspecto por el que se ganó la legitimidad popular fue la puesta en marcha de la “educación socialista” basada en la expansión de la escuela pública, en la movilización del profesorado y en el anticlericalismo, con el que muchos maestros simpatizaron por ser un gremio mayoritariamente comunista. Como señala Alan Knigth, la reforma agraria y la movilización campesina estaban vinculadas de modo “que a veces los maestros estimulaban un agrarismo latente y de vez en cuando contribuían a imponerlo a las comunidades que no lo deseaban; pero también hubo casos en que fueron los propios campesinos quienes ganaron a los maestros para la causa agraria”.78
Estas políticas de corte frentepopulista permitieron a Cárdenas contar con las simpatías del Comintern que, en su VII Congreso apoyó abiertamente su programa de reformas De esta forma el PCM formó, junto a la CTM, un frente electoral común junto al PNR, consolidando la estrategia frentepopulista mexicana. Las políticas de nacionalización de los ferrocarriles y del petróleo legitimaron el poder de Cárdenas en los sindicatos, especialmente en el de los ferroviarios, al hacerlos partícipes en la gestión de la producción.79 El frentepopulismo que desarrolló Cárdenas en el contexto de entreguerras articuló a su favor la influencia de la antinomia fascismo-antifascismo; el antiimperialismo y el nacionalismo, junto a la institucionalización del sindicalismo, concitaron el apoyo del PCM y del Comintern. Sin embargo, el peso que tuvo el liderazgo de Cárdenas influyó también en su rápido desmoronamiento una vez acabado su gobierno en 1940.
A diferencia de México, donde Cárdenas resignificó los contenidos de la revolución con los de un renovado estatismo nacionalista, en Venezuela el frentepopulismo se articuló en torno a la oposición al dictador Juan Vicente Gómez, durante los últimos años de las tres décadas de su Gobierno (1908-1935). De forma casi contradictoria, los comunistas venezolanos terminaron en una coalición junto a militares, sectores de centro, conservadores y católicos en torno a un enemigo en común. A fines de la década de 1920, numerosas movilizaciones opositoras a Gómez, como la masiva huelga estudiantil de 1928, fueron el origen de pequeños núcleos opositores al dictador. Este fue el caso de la Asociación Revolucionaria de Izquierda creada en el exilio en Barranquilla, Colombia, y de grupos clandestinos en Venezuela como el Partido Comunista de Venezuela (PCV),fundado en marzo de 1931 por los intelectuales Miguel Otero Silva y Juan Bautista Buenmayor. Aunque el PCV participó activamente en el Buró de las Antillas del Comintern, este no le prestó demasiada atención a los países “semi-coloniales” latinoamericanos, salvo en Brasil.80
A la muerte del dictador Gómez, en diciembre de 1935, exiliados, comunistas clandestinos y otros grupos opositores formaron el Partido Democrático Nacional (PDN). Para los comunistas se trató de una forma avanzada de Frente Popular. El corto período de libertades civiles que se sucedió entre la muerte de Gómez y la llegada de su sucesor, el también militar Eleazar López Contreras, permitió al PDN aglutinar diferentes sensibilidades opositoras a Gómez: desde el izquierdismo democratizante de Rómulo Betancourt hasta seguidores de Rafael Caldera (católico y conservador). Dicha alianza duró hasta que fueron prohibidos por López, enviando a muchos de sus militantes al exilio en marzo de 1937. A esto se sumaron las diferencias ideológicas entre los grupos que formaban el PND. Cuestiones como la Guerra Civil Española terminaron por dividir al partido en torno a los dos bandos españoles, abandonando el parti-do el sector más conservador vinculado a Rafael Caldera.81 A pesar de ello, durante 1936 los comunistas vieron en el PND su aliado político más seguro, afirmando que se trataba de la estrategia del Frente Popular impulsado por el Comintern. De esta forma, llamaron a sus militantes a eliminar el sectarismo del “Tercer Período” con el fin de lograr junto a otras fuerzas antifascistas el derrocamiento del Gobierno de López.82 El pacto germano-soviético de agosto de 1939 dio un nuevo giro a la política frentepopulista de los comunistas, pues quedaron aislados del resto de las fuerzas de izquierda favorables a los aliados.
Los comunistas venezolanos, al igual que otros de la región, quedaron bastante descolocados a partir de 1939 e intensificaron su política de alianzas con sectores de centro como manera de reaccionar ante la continuidad militarista de Isaías Medina Angarita (1941-1945) con el Gobierno de López. La invasión alemana a la Unión Soviética y la ruptura de relaciones del gobierno venezolano con Alemania, hizo dar otro giro al PCV, llegando de manera inverosímil a apoyar a Medina Angarita con un eslogan como “Con Medina contra los reaccionarios”. A cambio, Medina legalizó al PCV tomando la estrategia de llamar a todas las facciones anti reaccionarias a juntarse a favor del Gobierno bajo la bandera de unidad nacional ante los sacrificios de guerra que iban a tener los venezolanos. De esta división saldrían tres de los partidos políticos que dominaron la escena política de las décadas siguientes: la Acción Democrática de Betancourt (de 1941), el Partido Comunista de Venezuela y el Comité de Organización Política Electoral Independiente (COPEI) de Rafael Caldera.83
La disposición a formar alianzas con Gobiernos derechistas y dictadores no fue un hecho aislado en Venezuela, también se desarrolló con Somoza en Nicaragua y con Batista en Cuba. A cambio de esta aparente contradictoria combinación los comunistas recibieron grados de libertad para organizar sindicatos y otras organizaciones afines para ampliar su apoyo social. En Cuba, el Partido Comunista estuvo legalizado gracias al apoyo que le brindó a Batista. Eso le significó aumentar significativamente su adhesión de 5.000 militantes en 1937 a más de 120.000 en 1944. Incluso, y por primera vez en occidente, contar con dos ministros de Gobierno, Juan Marinello y Carlos Rafael Rodríguez.84
Luego de la crisis de 1933 provocada por la caída de Gerardo Machado, diferentes sectores medios, intelectuales y algunos militares, apoyaron la presidencia provisional de Ramón Grau (septiembre de 1933 a enero de 1934). Este último era un reputado médico de tendencia nacionalista y socialista que llevó a cabo importantes reformas sociales como el derecho a voto femenino,la implantación de las ocho horas de trabajo,leyes de salario mínimo para los cortadores de caña, la creación del Ministerio del Trabajo y la promoción de leyes en pro de una reforma agraria, entre otras reformas.85 El Gobierno provisional de Grau sobrevivió hasta enero de 1934 cuando fue derrocado por militantes de derecha, dirigidos por Fulgencio Batista y financiados por los EE.UU.: el nacionalismo de los “auténticos” de Grau había intimidado los intereses estadounidenses en la isla.
El férreo control político de Batista (que incluyó la persecución del PC cubano) también mostró una cara modernizadora parecida a la del reformismo militar de Ibáñez en Chile o de Getulio Vargas en Brasil, hacia 1930. En Cuba, este espíritu reformista se materializó en 1940 con una nueva Constitución que amplió la intervención del Estado en la economía.86 El triunfo e instalación del Gobierno de Batista tuvo una primera fase de mayor represión social con apoyo de los militares para, progresivamente, pasar, como sostiene el historiador Robert Whitney, a una etapa populista entre 1937 y 1940. Dicho populismo, a juicio de Whitney, fue una respuesta política al crecimiento de las masas trabajadoras que habían sido desplazadas por el tradicional clientelismo. La reacción populista enarbolada por Batista y su apelación al “pueblo” pudieron aunar las diferencias mediante el recuerdo a los sentimientos de la revolución de 1930.87
El estatismo de Batista tuvo un momento estelar en julio de 1937 con el conocido Programa del Plan Trienal. Este persiguió el reconocimiento de la tierra como propiedad del Estado, fomentando la diversificación de los cultivos. En la sensible industria azucarera estableció la coordinación a través de un sistema de reparto de beneficios entre los propietarios de los ingenios, los colonos y los trabajadores. Aunque la intención de Batista era la nacionalización de esta industria, pudo al menos usar las ganancias del azúcar para mejorar los salarios de los trabajadores del campo y de pequeños colonos. Para validar este ambicioso programa, el militar buscó el apoyo de los sindicatos y campesinos ante la posibilidad de que el Plan Trienal fuera frenado en el Congreso. El factor popular y de masas pasó a tomar, entonces, una importancia vital en la política de Batista, logrando incluso que tanto el Partido Comunista Cubano como la Confederación Nacional de Trabajadores Cubanos (CNOC) y la Unión Nacional de Trabajadores del Azúcar se alinearan decididamente detrás del líder.
Para los comunistas, la decisión de aliarse con Batista calzó en el giro internacional del comunismo del VII Congreso del Comintern confirmado por su secretario general Blas Roca (Francisco Calderío). A pesar de la apertura que significó abrazar la estrategia del frentepopulismo, ni Roca ni el PC cubano mantuvieron contactos fluidos con otros grupos de izquierda ni con el nacionalismo “auténtico” de Grau (tildado por Roca tiempo atrás de “socialfascista”). En ese contexto, la única alianza viable para los comunistas era con Batista.88 En septiembre de 1938, el militar cubano legalizó el partido Comunista con el argumento del “respeto a la representación popular”. De esta forma, permitió que 1.500 delegados comunistas fueran a la conferencia inaugural de la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC) y que, en octubre del mismo año, asistieran otros tantos delegados a una invitación efectuada por Lázaro Cárdenas. Esto hizo creer a los comunistas en el progresismo de Batista y confiar en su giro hacia la izquierda.89
Sin embargo, la oligarquía cubana no estaba de acuerdo con este nuevo lenguaje frentepopulista. Batista habló abiertamente de nacionalizar la industria azucarera cubana, apoyó la república española y la formación de un gran frente amplio antifascista. Consciente del rechazo que esto generaría, Batista trató de asegurar a la oligarquía que su reformismo era una apariencia para atraer al capital extranjero. En varias oportunidades señaló que su objetivo era crear una armonía entre capital y trabajo, a través de una gran fuerza política llamada Pueblo de Cuba. Finalmente, en las elecciones de noviembre de 1939 se enfrentaron dos fuerzas: el Partido Revolucionario Cubano Auténtico, o simplemente “Auténtico” y la alianza en torno a Batista formada por grupos como el Partido Liberal, la Unión Nacionalista, el Partido Realista y el Partido Comunista. Ambas alternativas apelaron a las masas y al “pueblo cubano”, por lo que el apoyo comunista hacia Batista fue crucial. Con él en el poder, los comunistas lograron que dos militantes, Juan Marinello y Carlos Rafael Rodríguez, llegaran a ser ministros, logrando además diez diputados y algunos alcaldes en ciudades de provincia. Posteriormente, los comunistas apoyaron al candidato continuista de Batista, Carlos Saladrigas, en nombre de la Coalición Socialista Democrática que perdió ante Ramón Grau San Martín en las elecciones de 1944.
Al igual que en Cuba, los primeros años de la década de 1930 trasformaron el sistema político en Brasil. El fin de la República Velha (1889-1930) y la política del “café con leche” –en la que el poder se alternó entre Sao Paulo y Minas Gerais– tuvo como consecuencia directa la llegada al poder de una junta militar que, en noviembre de 1930, nombró como Jefe del Gobierno Provisorio al político de Río Grande do Sul, Getulio Vargas. Contaba con el apoyo de amplios sectores populares, medios y del tenentismo, cuyo prestigio creció a raíz de la fracasada experiencia de la Columna Prestes, pero que lo catapultó como líder de masas.90
El tenentismo nació durante los años ‘20 de la joven oficialidad de la armada, proveniente de la clase media emergente post primera guerra mundial. Este grupo sintonizó con las demandas reformistas de sectores como los obreros industriales, en contraposición a las políticas oligárquicas de la República Velha o República Vieja. El descontento quedó plasmado en una serie de huelgas urbanas ocurridas entre 1919 y 1922, y en la revuelta de oficiales en Copacabana en 1922, que derivó en la llamada “Columna de Prestes” en 1924. Este movimiento (llamado así en honor a uno de sus cabecillas, el militar Luis Carlos Prestes), recorrió durante tres años la mayoría de los estados de Brasil tratando, sin éxito, de incitar a la población en contra del régimen de la República Vieja. A pesar de no lograr apoyos populares, Prestes pudo crear una mística en torno a sí mismo, y se transformó, gracias a la literatura de Jorge Amado, en el “caballero de la esperanza”, ganando el respeto y lealtad de la población civil, especialmente en las áreas rurales.
Ante el fracaso de la “columna Prestes”, su cabecilla emigró en 1928 a Buenos Aires. Allí tomó contacto con dirigentes del Partido Comunista Argentino y con los líderes del Secretariado Latinoamericano del Comintern instalado en Montevideo. A comienzos de 1931 Prestes se declaró comunista y partió a Moscú invitado por el Comintern, interesado por la experiencia de los tenentes. Luego del VII Congreso del Comintern, el militar brasileño vuelve a su país junto a su esposa, la destacada comunista alemana Olga Benario, con el objetivo explícito de levantar la estrategia del Frente Popular en Brasil. El envío de Prestes y otros emisarios de la Internacional Comunista a América Latina mostraba el carácter internacionalista del comunismo mundial, aun cuando los líderes de Moscú desconocían la realidad política de Latinoamérica y de los demás países semi-coloniales. Por ello,con bastante voluntarismo e ingenuidad,el Comintern interpretó que Brasil reunía las condiciones para implantar el frentepopulismo. La cuestión que posiblemente incitó al Comintern en este sentido fueron las simpatías que la clase media políticamente emergente mantuvo con grupos fascistas. Esto hizo que los soviéticos vieran el símil de su análisis estratégico para la formación de frentes populares.91
El movimiento fascista que más impresionó al Comintern fue el Integralismo, fundado en 1932 por Plinio Salgado. Sus ideas tuvieron éxito principalmente entre las nuevas clases profesionales. Para 1934 era uno de los movimientos políticos más importantes de la clase media: los principios corporativistas, la exaltación del cristianismo y un repudio visceral hacia los comunistas. Este ideario fue muy exitoso en los principales núcleos urbanos de Sao Paulo, aun cuando durante la década de 1920 los comunistas y otros sectores de izquierda no tuvieron demasiada figuración.
A comienzos de 1930 el Partido Comunista Brasileño (PCB) se encontraba en una situación complicada, en directa disputa con los anarquistas de los sindicatos de trabajadores. A partir del año siguiente el PCB cambió a varios de sus dirigentes y tomó el control de algunos de los sindicatos más poderosos de Brasil, como el de los ferroviarios de Río de Janeiro y del noreste. A pesar de estos logros, el PCB aún no tenía el poder suficiente como para llevar a cabo las políticas del Tercer Período del Comintern. La creación de la Aliança Libertadora Nacional (ALN) en 1935, resultó para los comunistas el espacio perfecto donde poder expandirse entre no comunistas. La mayoría de sus miembros habían sido tenentistas y héroes militares de las revueltas de los años 20, izquierdistas no comunistas, intelectuales aglutinados en torno al antifascismo ejemplificado en el Integralismo y en las sucesivas conductas represivas del Gobierno de Vargas.92
El objetivo de la ALN era formar una alianza lo más amplia posible entre grupos que recién se articulaban. En ese contexto, el Partido Comunista tenía la ventaja de estar mejor organizado. Además,los comunistas contaban con el apoyo de otros enviados del Comintern, como el norteameri-cano,Alan Barron, el alemán, Harry Berger, el argentino Rodolfo Ghioldi y el belga León Vallée. El programa político de la ANL se estructuró en torno a una reforma agraria, la unión del movimiento sindical, el apoyo a las luchas obreras y campesinas, y el fin de la influencia de corporaciones extranjeras “imperialistas” en Brasil. En julio de 1935 la ANL llamó abiertamente al derrocamiento violento de Vargas, convocatoria a la que no adhirieron sus propias autoridades no comunistas. Esto planteó el primer conflicto al interior del conglomerado, dada la excesiva hegemonía comunista y la sobrestimación de la figura de Prestes.
Finalmente, la revuelta de Recife fue promovida por la ALN, confiada en que la figura de Prestes nuevamente atraería a militares descontentos con Vargas. Sin embargo, no todos los tenentistas apoyaron la sublevación, manteniéndose muchos leales al Gobierno. La insurrección fue rápidamente sofocada por el Mandatario luego de una corta lucha en Recife y Río de Janeiro, demostrando el fracaso de Prestes y su escaso apoyo popular.93 Las consecuencias inmediatas fueron la prisión del militar insurgente (hasta 1945), la deportación de su esposa a Alemania y el fracaso del primer intento frentepopulista en un país semi-colonial, según la terminología cominterniana. Esto, a pesar de que durante el VII Congreso el caso de la Aliança, tal como lo afirma Eudocio Ravines, fuera presentado como modelo de frentepopulismo.94
Si el Comintern vio en el frentepopulismo brasileño un ejemplo para América Latina, su efecto entre los comunistas latinoamericanos fue mínimo. Para Getulio Vargas, la revuelta de Recife fue la justificación perfecta para el golpe de Estado de 1937 y sus planes de reforma estatal. A partir de entonces desarrolló una estrategia anticomunista a nivel sindical, estructurando los sindicatos de forma vertical, lo que le permitió ejercer un control directo más que ningún Gobierno en Latinoamérica. Junto con ello, Vargas apaciguó la mente de los trabajadores a través de un Gobierno paternalista, siguiendo la formación de un Estado al estilo de bienestar social de Bismark, haciendo que los años de dictadura hicieran mucho más dificultoso para los comunistas tomar adherentes o acciones después de 1945.95