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Tabla 2: Sístomas del trastorno depresivo persistente distímico o distimia (DSM-V)


La depresión, en muchos casos, no suele presentarse de forma aislada como un cuadro único sino que es habitual su asociación a otras alteraciones psicopatológicas. Va acompañada de síntomas de otros trastornos relacionados con ella, lo que se conoce como trastornos comórbidos. Por comorbilidad se entiende la unión de dos o más alteraciones que se presentan simultáneamente. Muchas personas, niños, adolescentes y adultos, junto con la depresión, padecen ansiedad, alteraciones del sueño, de la comida, problemas de conducta, dificultades de atención y concentración y también otros síntomas como dolencias físicas sin justificación o explicación médica. Se habla de comorbilidad cuando se produce la coexistencia de dos o más trastornos, con implicación asociativa, en una misma persona y en el mismo momento o uno inmediato al otro. Un ejemplo es la frecuente asociación entre trastorno depresivo y ansiedad en todas las edades. En niños y adolescentes también se presenta con mucha frecuencia la unión entre depresión y problemas de conducta.

La ansiedad es un estado de inquietud física y psíquica persistente que la persona vive como situación de falta de control. Se diagnostica ansiedad cuando están presentes, durante un episodio de depresión mayor o trastorno depresivo distímico, dos o más de los siguientes síntomas:

 El individuo se siente nervioso o tenso.

 Se siente inhabitualmente inquieto.

 Tiene dificultad para concentrarse debido a las preocupaciones.

 Tiene miedo a que pueda suceder algo terrible.

 Siente que podría perder el control de sí mismo.

Los trastornos de conducta son descritos en el DSM-V como un patrón repetitivo y persistente de comportamiento que se manifiesta mediante falta de respeto a los derechos básicos de otros o se incumplen las normas o reglas sociales propias de la edad. Pueden ser leves, cuando los problemas de conducta provocan un daño relativamente menor a los demás (por ejemplo, mentiras, absentismo escolar, regresar tarde por la noche sin permiso, incumplir alguna otra regla); moderados, cuando el número de problemas de conducta y el efecto sobre los demás son de gravedad intermedia (por ejemplo, robo sin enfrentamiento con la víctima, vandalismo), y graves, cuando existen muchos problemas de conducta además de los necesarios para establecer el diagnóstico o dichos problemas provocan un daño considerable a los demás (por ejemplo, violación sexual, crueldad física, uso de armas, robo con enfrentamiento con la víctima, atraco e invasión).

Los datos recogidos por el Ministerio de Sanidad y Consumo[6] ponen de manifiesto que la comorbilidad es una regla más que una excepción. Entre el 40 y el 90% de los adolescentes deprimidos padecen un trastorno comórbido y al menos entre el 20-50% tienen dos o más diagnósticos comórbidos. Los trastornos de conducta (40%) y de ansiedad (34%), seguidos del abuso de sustancias, son los trastornos comórbidos con depresión que se presentan con más frecuencia. Estos trastornos pueden ser interdependientes unos de otros pero también, indistintamente, ser unos causa y consecuencia de los otros o bien ser todos parte de un cuadro común. En los adolescentes, con cierta frecuencia, esta comorbilidad puede no ser advertida y un trastorno podría estar eclipsando a otro. Un ejemplo son los problemas de conducta que, en ocasiones, están ocultando un estado depresivo de fondo eclipsado por la resonancia y las dificultades que genera el problema de conducta en la vida familiar y social.

Otro aspecto importante que también hay que tener en cuenta son los grados de un trastorno depresivo. La depresión se mide en grados. El DSM-V[7] establece tres grados, leve, moderado y grave, que se van a diferenciar en función del número de síntomas que presente el sujeto, de la intensidad y del grado de deterioro e incapacidad que produzcan en una persona para realizar sus actividades diarias. En la depresión leve las personas dentro del malestar que sienten pueden llevar una vida normalizada sin mucha dificultad. En ocasiones, aunque encuentren algún problema para realizar sus actividades habituales, probablemente no tengan que suspenderlas completamente. Los síntomas, en esta clasificación, producen malestar en el sujeto pero son manejables y alteran poco la vida familiar, social o laboral. En la depresión moderada la persona puede presentar dificultades más notables para hacer frente a sus responsabilidades diarias teniendo, en algunos casos, que interrumpir algunas actividades temporalmente, apareciendo la necesidad de una baja laboral transitoria. En el grado de depresión grave, con mucha probabilidad, una persona no podrá mantener las responsabilidades habituales de su vida diaria requiriendo cuidados y apoyo de familiares u otras personas. Es frecuente que necesite ayuda para realizar sus actividades y sus tareas en las distintas facetas de su vida, siendo muy probable que abandone algunas. Durante un episodio depresivo grave los síntomas causan gran malestar y el sujeto no lo puede controlar o manejar, se puede llegar a producir falta de autonomía para cuidarse uno mismo, abatimiento y pérdida de energía creando un estado de ánimo que interfiere claramente en el funcionamiento familiar, social y laboral. El número de síntomas supera notablemente a los necesarios para hacer el diagnóstico. En determinados casos, se requiere la asistencia hospitalaria.

3. El autoconcepto y la autoestima

El autoconcepto y la autoestima juegan un papel principal en el desarrollo de la depresión, están íntimamente entrelazados e interrelacionados en su formación. En primer lugar, voy a definir qué son estos dos conceptos y, posteriormente, cuál es la interconexión con la depresión. El autoconcepto y la autoestima son la percepción, la valoración y la estima que cada persona tiene de sí misma. Existen diferentes opiniones entre los expertos a la hora de conceptualizar y establecer diferencias entre estos dos términos. Para algunos autores autoestima y autoconcepto engloban un único sentido, describen lo mismo. Para otros, por el contrario, son términos que se refieren a aspectos diferentes, por un lado, entienden el autoconcepto como la autopercepción o la opinión que tiene una persona de sí misma en las distintas facetas de su personalidad y de su vida, lo consideran como la descripción cognitiva e intelectual de uno mismo y, por otro lado, entienden la autoestima como la autovaloración personal que se da cada persona a partir de esa opinión. Se podría decir que es la «puntuación» que se da uno a sí mismo en los diferentes aspectos de su persona y de su vida. Esta autovaloración lleva asociados sentimientos positivos o negativos que van a conformar una autoestima positiva o negativa. Ante estas dos corrientes a la hora de entender estos dos conceptos, yo me voy a posicionar en la corriente que considera el autoconcepto y la autoestima como elementos diferentes pero íntimamente interconectados e interrelacionados, en tanto en cuanto, un elemento es cómo se percibe uno a sí mismo y el otro es la valoración y el sentimiento que le produce esa autopercepción.

El autoconcepto, considerado como la percepción que tiene una persona de sí misma, se refiere a los pensamientos y las opiniones con las que se autodescribe. Hace referencia a la dimensión cognitiva de la persona. Es la representación mental que el sujeto se ha formado de sí mismo a partir de sus experiencias, de sus interrelaciones y de sus vivencias. El autoconcepto es multidimensional y las dimensiones son las diferentes facetas del individuo, como la familiar, social, escolar, personal, emocional, espiritual, material-económica, el aspecto físico, etc. Se puede tener una autopercepción global formada por el balance de todas las áreas o se puede tener una opinión de sí mismo diferente en cada una de ellas. El sujeto va creando esta opinión en función de las experiencias con su entorno, de la propia opinión de su conducta y de su personalidad, y de la visión que los demás le van transmitiendo acerca de sí mismo. Cuando la imagen es favorable, obtendrá un autoconcepto positivo; cuando no sea favorable, el autoconcepto será negativo, y puede ser en su conjunto o en alguna de las áreas.

La autoestima, por su parte, es la valoración que se da una persona a partir de la percepción y opinión formada de ella misma. Si el autoconcepto es el componente cognitivo de la visión de sí mismo, la autoestima es el componente afectivo-emocional. Esta evaluación y valoración de las diferentes dimensiones de la persona lleva asociados sentimientos y emociones en sintonía con ella, de satisfacción o insatisfacción, de autoestima positiva o negativa. Por lo tanto, la autoestima son los sentimientos y las emociones que se despiertan en un niño, adolescente o adulto, como consecuencia de la autovaloración o «puntuación» que hace sobre las diferentes facetas de su vida, tanto de las internas como de las externas. La autoestima también puede ser el resultado del balance global de todas las áreas, no estar satisfecho con nada de lo que tiene, o puede tener una valoración distinta para cada categoría. Por ejemplo, una persona puede tener una autoestima saludable por una valoración positiva en su dimensión académica, pero sentir una autoestima negativa de su imagen física. Es importante tener en cuenta que esta valoración puede ser subjetiva y no tiene por qué corresponderse con la vida real del sujeto. Puede ocurrir que una persona haya demostrado en su trabajo y en sus resultados académicos su valía, pero emocionalmente sentir que no vale. Lo que sí será importante, cuando una persona haya desarrollado una autoestima negativa y desee modificarla, es conocer dónde se sustenta y de qué área o áreas nace. Voy a exponer algunas de estas áreas o dimensiones del autoconcepto y la autoestima:

 La dimensión física. Se refiere a la percepción y valoración que el niño o adolescente tiene de su apariencia física: gordo, flaco, guapo, feo... (imagen física).

 Cómo se siente dentro de su grupo social (imagen social). Esta depende de cómo se percibe y se valora en sus relaciones con sus compañeros y amigos, de la integración en su grupo y del feedback que recibe de su grupo.

 El autoconcepto académico. Es la opinión sobre su competencia y capacidad (imagen de autoeficacia y autorrealización). Se forma a partir de sus habilidades y de sus logros como estudiante en las distintas áreas o materias escolares, teniendo un peso importante las calificaciones que obtenga.

 La opinión sobre su familia y su situación familiar (imagen familiar).

 El autoconcepto de las cosas materiales (imagen material-económica). Es la idea formada a partir de su estatus económico-material, derivado del poder económico y de los bienes materiales que posee él o su familia.

 La imagen personal-emocional-moral-espiritual es la visión de sí mismo como persona, a nivel intelectual (sus capacidades, actitudes y habilidades), a nivel emocional (sus sentimientos y emociones, el optimismo o pesimismo, la alegría, la positividad o negatividad, etc.), a nivel moral (su ética, honestidad, idea de justicia y de hacer bien a los demás) y sus cualidades espirituales (su sentido de vida y su religiosidad).

Se puede decir que estos dos elementos resumen lo que piensa y siente cada persona de sí misma. A partir de esta percepción y valoración de las propias dimensiones se pueden extraer dos maneras de formarse y sustentarse la autoestima:

a) La formación de la autoestima por lo que se tiene. Esta imagen está formada en la autovaloración de la persona basándose en lo que tiene, derivada de su estatus familiar, económico, por la salud, el físico, la economía, etc. Es la percepción y estima sustentada en lo material o concreto y, por lo tanto, es más dependiente de lo que se ha logrado. Nace de la situación externa y de lo bueno o malo que la persona cree que tiene.

Esta forma de autoestima se corresponde con la autoestima condicionada, contingente o dependiente. Está condicionada en la medida en que una persona se siente importante si logra lo deseado.

b) La formación de la autoestima por lo que se es. Se sustenta en el respeto y el amor a sí mismo por existir y por ser quién es. La persona se valora y se quiere porque siente que se lo merece por ser un ser humano y como cualquier otro. En este caso, la autoestima no está condicionada a los logros, se sustenta en el reconocimiento que se otorga uno a sí mismo, en la aceptación de los defectos y las virtudes y en la satisfacción con todo lo que es y cómo es. Es una autoestima basada en la autocomprensión y la autoaceptación que permanecerá cuando las cosas salen bien y cuando las cosas salen mal. Es más estable, ya que se mantiene cuando una persona tiene éxitos y cuando tiene fracasos, porque se aprecia a sí misma por ella misma.

Esta forma de autoestima se corresponde con la autoestima incondicional, no contingente o independiente. Es quererse como persona, independientemente de lo que se tenga, no está sometida al estatus social, ni a los bienes materiales, ni a la profesión, ni al nivel económico y cultural, es el amor así mismo y por sí mismo.

No obstante, hay que tener en cuenta que estas dos formas de entender la autoimagen y la autoestima se pueden encontrar con obstáculos como cuando lo que se tiene y lo que se es no es lo que desea el sujeto, sea niño, adolescente o adulto. En esta línea hay autores[8] que definen la autoestima como la distancia entre lo que se es y se tiene (el Yo real) y lo que se desea ser y tener (el Yo ideal). Cuanto mayor sea la distancia que separa el Yo ideal del Yo real, más baja será su autoestima.

En cualquier caso, los distintos tipos de presentación de la autoestima nos llevan a describirla en su totalidad como una cualidad personal que se va formando durante el desarrollo del niño a través de las interacciones y de la educación, teniendo un papel importantísimo en ello los ambientes sucesivos que va transitando. En este proceso de desarrollo se pueden considerar algunas características de la autoestima como son:

a) Se desarrolla en base a las interrelaciones del sujeto en los diferentes entornos. La autoestima y el autoconcepto se van formando desde el momento de nacer y tiene gran influencia en su desarrollo la valoración que recibe de los demás, la primera y muy importante la de los padres y, posteriormente, cuando el niño comienza la escolarización y socialización, la de los profesores, compañeros y amigos. En la adolescencia el tipo de relación con amigos y compañeros va a tener especial influencia en la autoestima.

b) Su formación se manifiesta en categorías o niveles. Estos pueden ser de signo positivo o negativo. En cada nivel se pueden sentir, a su vez, diferentes grados de intensidad. Una persona va a desarrollar su estilo de autoestima y en él puede mantenerse de manera estable o puede modificarlo y cambiarlo si lo desea. Voy a establecer cuatro niveles de autoestima que he observado de muy alta a muy baja:

 La autoestima muy alta o sobreestima. La autoestima cuando es muy alta, excesiva, no es saludable. Es el extremo opuesto a la autoestima muy baja, ambos polos están lejos de ser una autoestima positiva. En el polo de sobreestima se incluyen aquellas personas que se muestran con una valía por encima de los demás. Pueden considerarles inferiores y llegar a tratarles con arrogancia, poco respeto y desdén, dejando ver que se sienten superiores. Este sentimiento de superioridad puede estar superpuesto a otro de insatisfacción personal. Este comportamiento, en su expresión extrema, puede considerarse como un trastorno de personalidad narcisista.

 La autoestima alta-saludable. Es un sentimiento de autovaloración sana que tiende a ser estable y duradero. Las personas gozan de autoconfianza suficiente como para afrontar y superar envites de la vida que pueden producir inestabilidad emocional, como una enfermedad, pérdida del trabajo, una separación, conflicto familiar, problemas escolares, sociales, etc. Es la autoestima positiva porque el sujeto se quiere y se valora a sí mismo y se siente capacitado para aquello que se proponga o desea acometer, al mismo tiempo que percibe de los demás que le valoran y le respetan. Se siente válido pero también considera valiosos a los demás, tiene la sensibilidad de respetar a los otros en igualdad, no considerándose ni inferior ni por encima de ellos. La seguridad y la confianza en sí mismo hará que remonte las circunstancias adversas recuperando el estado inicial de manera más fácil y saludable. Podríamos establecer una comparación con el muñeco que tiene la base de plomo, se le golpea y es sensible al golpe pero antes de llegar al suelo vuelve a recuperar la posición firme.

 Autoestima intermedia-balanceante. Es frecuente encontrar esta forma de autoestima en las personas que hacen una vida normalizada, aunque alternando días de estar contentas y felices con ellas mismas, con días de pensar y sentir que no se gustan como son. Es una autoestima oscilante, el sujeto puede sentirse contento, importante y valioso cuando las cosas van bien y consigue lo que se propone; por el contrario, cuando las cosas no salen bien, puede llenarse de reproches y de un sentimiento de poca valía. No tiene la estabilidad en la permanencia ni en la positividad como la autoestima alta-saludable porque manifiesta un comportamiento emocionalmente inestable, sujeto a la valoración cambiante de uno mismo, de las situaciones y de las valoraciones externas.

 Autoestima baja-muy baja. Este nivel de autoestima puede mantenerse de manera estable y permanente. Es el estado de una persona que se siente en desventaja frente a las otras e impotente frente a la vida. Tenga lo que tenga, logre lo que logre, nunca se siente valiosa. Los éxitos los atribuye a la casualidad y los fracasos a tener mala suerte y errores propios. Es una autoestima que crea un sentimiento muy negativo de sí misma. Se observa en personas que se sienten insatisfechas, con mucha inseguridad y desconfianza, con sentimientos de poca valía en las distintas áreas o dimensiones de la vida. Tienen miedo al rechazo, sienten que no son merecedoras del aprecio de los demás, tienen temor a ser marginadas, a no estar integradas y se sienten inferiores respecto a ellos. En ocasiones, muestran sentimientos de desamparo y de soledad. Cuando la persona está en este nivel tiende a ver todo en signo negativo. Este nivel de autoestima conlleva falta de ilusión, de motivación y de no tener un sentido de vida claro, y a nivel corporal sensación de abatimiento y falta de energía. La actitud ante la vida es la de esperar que le sucedan cosas negativas, tiende a resaltar y seleccionar los hechos negativos de su vida más que los positivos, reafirmándose en su sentimiento de inferioridad y de no ser merecedora de nada bueno. El estado de baja o muy baja autoestima, cuando es constante, puede llevar a una vida de insatisfacción personal, tristeza y depresión. Los distintos niveles pueden expresarse con diferentes grados de intensidad de la autoestima, que van a tener su reflejo en el estado de ánimo.

c) La autoestima es modificable a través de un cambio de la propia autovaloración. La baja autoestima puede cambiar de signo negativo a positivo variando la interpretación de las experiencias vividas y, especialmente, modificando la propia autovaloración. Puede cambiarse por el propio deseo y el empeño diario de crear una valoración más objetiva y real. Todas las personas son capaces de transformar su autoestima no saludable en autoestima saludable. Es una valoración subjetiva que, de la misma manera que se ha instalado en un nivel, puede cambiar a otro diferente. Mediante la toma de conciencia de cómo se ha formado, se podrá crear un sentimiento diferente a través de una autoevaluación más sana y justa.

4. Manifestaciones de la autoestima saludable y no saludable

¿Cómo se manifiesta la autoestima saludable en el comportamiento? Las personas con autoestima positiva tienen como característica principal el sentirse satisfechas consigo mismas. Se pueden observar algunos comportamientos en las personas que indican autoestima sana, que se ponen de manifiesto respecto a ellas mismas y a los demás.

a) Respecto a ellas mismas:

 Se quieren a sí mismas. Tienen confianza en sus fortalezas, se consideran valiosas y capacitadas.

 Se sienten seguras y no tienen miedo a emprender actividades en las que creen.

 Ante los problemas buscan soluciones eficaces. Utilizan todos los recursos que tienen a su alcance para superarlos.

 Encuentran el lado positivo de las cosas y son optimistas respecto a su futuro.

 Pretenden aprender de los errores pasados para mejorar, más que quedarse en ellos. Los errores pueden ser conductas que han hecho equivocadas, decisiones poco acertadas, proyectos que no han salido bien. Pero poniendo el peso en aquello que no les ha salido bien, no en que ellas no valen.

 Saben disfrutar de sus logros y de las distintas actividades que realizan.

 Se sienten contentas de cómo son y no tienen miedo de mostrarse ante los demás. Pueden reconocer sus defectos y sus debilidades pero también sus virtudes y sus éxitos.

 Creen en ellas mismas y defienden sus opiniones, sus valores y sus derechos.

b) Respecto a los demás:

 Se consideran igual que otras personas, ni inferior, ni superior. Se sienten merecedoras del cariño y del respeto de los demás y por su parte ofrecen cariño y respeto. Mantienen relaciones sociales positivas.

 Son personas que aceptan las diferencias frente a los otros y reconocen en igual medida las virtudes y valores en ellos y en sí mismas.

 Tienen empatía con las necesidades de los personas y son colaboradoras y participativas.

 Sus características facilitan la buena relación y convivencia.

Por el contrario, ¿cómo se manifiesta la autoestima no saludable o baja autoestima en el comportamiento? Las manifestaciones internas y externas de estas personas son negativas. Los niños, los adolescentes, y también los adultos, con baja o muy baja autoestima tienden a manifestar algunas conductas como las que se describen a continuación:

 Se sienten inferiores respecto a los otros y se infravaloran a sí mismos. No se consideran merecedores de ser tan queridos ni se creen tan importantes como ellos.

 Tienden a culparse de lo que les sale mal y les cuesta atribuirse méritos de lo que les sale bien. Ponen el peso en que ellos no valen, no en lo que han hecho o dicho equivocado, y esto es lo que dificulta el logro de sus objetivos. Pensar que no valen les deja sin recursos.

 Tienen más dudas acerca de conseguir lo que se proponen o menos expectativas de lograrlo. Pueden evitar iniciar conductas que les lleven a conseguir metas importantes por inseguridad y por el miedo a fracasar. Seleccionan y resaltan las experiencias negativas y no hablan de las positivas o muy poco, recordándolo con frecuencia, lo que es una manera de confirmarse y reforzarse, una y otra vez, su incapacidad.

 Tienen sentimientos encontrados frente a lo negativo que piensan y sienten. Por un lado, dan como cierto el pensar lo que piensan de ellos mismos y, por otro, les produce malestar pensar así y tener esas ideas negativas. Sienten enfado y frustración por los sentimientos negativos que tienen hacia sí mismos y por no poder sentirse bien con lo que tienen o lo que son. Desearían tener sentimientos más saludables de reconocimiento, aprobación y de mayor satisfacción, pero parecen atrapados en sus sentimientos de inferioridad y baja autoestima.

 Pueden sentir bloqueos a la hora de hablar y expresarse o para actuar, adoptando una conducta de inhibición o represión y no expresando ni realizando aquello que realmente sienten o les gustaría. Estos bloqueos pueden deberse por miedo al ridículo y a ser desaprobados y rechazados. Por el contrario, tienden a hacer aquello que creen que les va a gustar más a los otros, para agradarles y ser aprobados.

 El temor a las críticas negativas parece deberse a que les duele escuchar en los otros lo que ellos están pensando de sí mismos. Por el contrario, agradecen que les muestren afecto y reconocimiento, aunque a veces les cueste creerlo, con el deseo de que les ayude a cambiar su propia imagen negativa.

 En muchos casos, desean un cambio para una vida mejor, pero no encuentran el camino para llegar a ella. A veces, son extremadamente exigentes con ellos mismos para poder reconocerse algún mérito propio y valorarse más.

El autoconcepto y la autoestima son de especial trascendencia en la vida de una persona. Son los pilares del comportamiento de un individuo que se va a poner de manifiesto, no solo, en cómo se ve uno mismo, cómo piensa, cómo siente, cómo se valora o cómo actúa sino también y, como consecuencia, se va a reflejar en cómo verá a los demás y al mundo, cómo lo va a interpretar y cuál es la posición que tiene frente a él. Todo ello va a tener un impacto directo en su salud mental, en su felicidad y en su satisfacción en la vida.

A mis padres no les importo

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