Читать книгу Tejedores y tejidos en los Andes del sur de Colombia, siglo XIX - RosaIsabel Zarama - Страница 5

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Introducción

Entre finales del siglo XVIII y la primera década del siglo XIX, las ruanas pastusas fueron prendas cotizadas entre la élite de Santafé de Bogotá. En 1789, el virrey de la Nueva Granada, José de Ezpeleta (1789-1796), y su esposa, María de la Paz Enrile, organizaron un paseo al salto del Tequendama, al que convidaron a sus amistades más cercanas. Los anfitriones cuidaron de cada detalle: comida abundante, sabrosa y variada, licores finos, músicos, baile, buen alojamiento y caballos. En la logística contaron con la colaboración de la guardia de caballería del virrey y de numerosos pajes. La actividad duró tres días. Por su parte, los invitados estaban elegantemente ataviados, los señores iban en sus sillas «con pellón y ruanas pastusas»1. El paseo fue un éxito.

En los primeros años de la década del setenta del siglo XIX, el español José María Gutiérrez de Alba se encontró en el mercado de Timaná (Huila) con un grupo de indios pastusos: «Llevaban los hombres un ancho y corto pantalón de lienzo […] una ruana de un tejido de lana grosero y de color azul oscuro, […] Las mujeres suelen llevar ruana y alguna vez sombrero»2.

Las anteriores referencias, con cerca de ochenta años de distancia entre ellas, demuestran el uso de las ruanas, tanto por lo más granado de Santafé como por los indígenas de Pasto. Las ruanas de los primeros eran elegantes, y las de los segundos, ordinarias. En este libro, se pretende destacar, además de la exquisitez o la sencillez de la ropa, la historia de sus artífices, del mundo textil y de su comercialización en el suroccidente de Colombia. Esta investigación cobra mayor sentido al tener en cuenta que en el siglo XIX, en numerosas poblaciones de las tierras altas del actual Nariño, la principal actividad económica de cientos de personas fue la confección de prendas que urdían en ‘guangas’, nombre que se le daba a los telares artesanales. En estos telares fabricaron distintos atuendos para el autoconsumo, el trueque y la venta, cuyo valor ha trascendido lo económico, pues detrás de cada pieza había una historia y una tradición cotidiana que sostenía la actividad.

Los tejedores, en particular mujeres mestizas e indígenas, tanto en el campo como en la ciudad, fueron los pilares de este oficio, dado que eran herederos de una tradición textil reconocida por su elevada calidad3. El conocimiento empírico se trasmitió por tradición oral y por observación, costumbres que en el año 2019 aún se mantienen, aunque han disminuido, especialmente en Pasto y sus alrededores. Sobre este tema de la tejeduría hay referencias cortas en libros de la Colonia y del siglo XIX y en documentos de archivo, en donde se destacan la buena calidad, los colores firmes y variados y la consistencia del tejido4. No obstante, los escritores que describieron las prendas se refirieron muy poco al trabajo de los tejedores, menos aún al de los comerciantes, y cuando lo hicieron tan solo presentaron algunas líneas al respecto.

A fin de conocer los aportes de investigaciones anteriores sobre el tema de la tejeduría y sus artífices en América Latina, en este trabajo se realizó una consulta bibliográfica que se enfocó primero en la América colonial e hispánica, y después en Colombia, en particular, en el departamento de Santander, el municipio de Pasto y el altiplano de Túquerres e Ipiales. De esta manera, es posible establecer cuáles asuntos se han tratado y cuáles aún están pendientes por estudiar.

En la América colonial e hispánica

Con respecto al valor del tejido en la América antigua, numerosos investigadores, entre ellos Escandell-Tur (1997), Murra (2004), Gisbert, Arze y Cajías (2010), argumentaron que, para los moradores de Centroamérica y de los Andes, los tejidos, elaborados principalmente por mujeres, fueron vitales en su existencia, porque esos textiles se usaron con varios propósitos: sociales, económicos, políticos, religiosos y mágicos. La calidad y los colores de las prendas variaban según el destino que se les asignaba5.

Acerca de los obrajes o talleres de manufacturas de lana en la Colonia, resulta fundamental el aporte de los investigadores Tyrer (1988), Ortiz (1988), Escandell-Tur (1997) y Miño Grijalva (1998). Los dos primeros autores estudiaron la Real Audiencia de Quito, y los dos últimos indagaron acerca de los grandes núcleos obrajeros ubicados en los virreinatos de Nueva España y Perú, analizaron las causas que permitieron su establecimiento y explicaron las razones de su éxito y su permanencia: el respaldo de las autorizaciones reales, la participación de la élite, la abundancia de población nativa y la amplia demanda. Según Miño, las causas de la decadencia de estas manufacturas a lo largo del siglo XVIII, en el Virreinato de Nueva España, estaban relacionadas con numerosos problemas entre funcionarios, propietarios e indígenas y a restricciones de la Corona. Por su parte, Ortiz explicó que la baja en la producción obrajera se debió al contrabando de telas europeas, el incremento de los costes de producción, la elevación de los precios de las manufacturas y la política fiscal. Entretanto, los chorillos fueron definidos como un conjunto diverso de unidades de producción textil, los más reconocidos fueron los chorillos-hacienda y los chorillos-vivienda. Los primeros son más pequeños, con menos telares, utensilios y funciones que los obrajes, en donde la tejeduría era una actividad complementaria de la producción agrícola. Los segundos eran centros de producción doméstica en núcleos urbanos y en sus inmediaciones; estos centros se encargaban de algunas partes del proceso textil, como, por ejemplo, el acabado o teñido. Estaban dirigidos, en muchas ocasiones, por mujeres, quienes trabajaban con su núcleo familiar y con aprendices6.

Desde la macroeconomía, Carlos Sempat Assadourian (1982) realizó un aporte enriquecedor para el estudio del tema, cuando estableció la importancia de los textiles de obraje y los textiles domésticos en el comercio interregional suramericano como resultado de la especialización de los trabajadores y la alta demanda, producto de un amplio mercado interno y de los circuitos comerciales. Estos factores conformaron el espacio económico peruano, interpretación que fue retomada o cuestionada por otros profesionales7.

Con respecto a la actividad centrada en el ámbito doméstico en la Colonia, Escandell-Tur (1997), Caivallet (2000) y Ramos Escandón (2000) realizaron algunos aportes. Estos investigadores se refirieron al trabajo textil que realizaron las mujeres en sus hogares; además, resaltaron que la producción era baja y que generalmente estaba destinada a tres frentes: tributo, familia y venta al público. Sin embargo, en cada lugar de América, la producción adquirió características particulares. Por ejemplo, Caivallet estudió las unidades domésticas del Otavalo colonial, zona textil prehispánica, en donde analizó a las tejedoras, quienes urdían mantas con diversos diseños y destinaban otro grupo de mantas para pagar los tributos8. En México, Ramos Escandón estableció cómo las mujeres vendieron hilos y tejieron para satisfacer los requerimientos familiares y del mercado9. En tanto, en las viviendas cuzqueñas se hilaron o se urdieron partes de productos que después fueron terminados en chorrillos, pequeños obrajes y obrajes10.

En general, en el siglo XIX, en Latinoamérica y en Colombia, los aportes historiográficos en torno a tejedores y mujeres artesanas son reducidos. En México, Pérez Toledo (2005) estudió el movimiento artesanal en la transición de la Colonia a la República, época en donde algunas asociaciones gremiales sobrevivieron, aunque un decreto de 1813 dio a las personas la libertad de ejercer su oficio sin pertenecer a un gremio. Sin embargo, Pérez Toledo no trató específicamente sobre los tejedores11.

En Colombia, especialmente en el territorio del actual departamento de Nariño

Algunos autores que abordaron el proceso textil, en los siglos XIX y XX, en Colombia y Ecuador, son Jaramillo Cisneros (1988), Molina de Docky (1989) y Granados (1992); su aporte consistió en describir las fibras textiles, las materias primas, las herramientas del oficio y el papel que jugaron los integrantes de la familia, de acuerdo con su edad y sexo, en las fases del proceso de producción12. Con respecto a los colorantes, Torres (1983) recopiló información sobre las especies tintóreas de Colombia, mencionó los lugares en que estas se ubican, las describió e identificó sus partes tintóreas y los colores que proporcionan. Por su parte, Jaramillo Cisneros (1982) compendió citas de diversos autores que estudiaron los tintes vegetales, animales y minerales en América Latina, pero específicamente en Ecuador, y también trató sobre los principales mordientes13. Entretanto, Téllez (1989) y Devia (1997) describieron los procesos para obtener tintes naturales14.

En cuanto a la región de estudio que nos interesa en este libro, Cardale de Schrimpff (1977-1978, 2007), Salomon (1980) y Tavera de Téllez (1997), a partir del análisis de los textiles prehispánicos, determinaron cómo los tejedores pastos desarrollaron una tejeduría reconocida por su elevada calidad, sus técnicas complejas y su riqueza cromática, lo que convierte al sur de Nariño en una de las más importantes zonas de tejidos precolombinos de Colombia15. Con Devia (2007), los estudios en este campo avanzaron como resultado de los análisis químicos, tanto de las fibras como de los colorantes, en muestras de textiles prehispánicos, lo que permitió la identificación científica de esas especies16.

López Arellano (1977), Romoli (1977-1978), Calero (1991) y Landázuri (1995)17 sostuvieron que numerosas mujeres pastos tejieron mantas finas en las primeras décadas coloniales en el sur de Colombia. Esa fue una de las razones para que uno de los tributos exigidos fuesen las mantas de algodón, cuya materia prima era adquirida principalmente en la región del Chota-Mira (actual provincia de Imbabura, Ecuador)18. Por su parte, Colmenares y Vanegas, abanderados en el estudio de los obrajes en el altiplano cundiboyacense, destacaron los factores que permitieron la creación de obrajes durante esa época19. Además, Vanegas analizó las razones del cierre del obraje como consecuencia de las graves divergencias entre funcionarios, caciques y religiosos20.

Algunos autores, como Minaudier (1987) y Zarama (2003)21, han enfatizado en la fortaleza de las comunidades tejedoras en la sabana de Túquerres, quienes a lo largo de la Colonia lograron negociar con los funcionarios reales el pago de tributos en prendas tejidas en vez de dinero como pretendió la corona. Igualmente, Derek (1997) y Minaudier (2000) explicaron la activa participación de tejedoras, ruaneras e hilanderas, en el contexto de la sublevación de los pastos en 1800. Estas mujeres protestaron enérgicamente junto con otras personas al conocer los nuevos tributos que se planeaban implementar22.

Los aportes historiográficos en torno a tejedoras y mujeres artesanas en Colombia en el siglo XIX son limitados. En el país algunos investigadores enfocaron sus pesquisas en los artesanos varones, aunque la presencia femenina en la actividad era representativa. Así pues, Acevedo (1990-1991), Mora (1996) y Aguilera Peña (1997) analizaron la organización de los artesanos y su visibilidad política y económica; profundizaron en sus luchas políticas, los motines, la mentalidad artesanal; e invitaron a realizar un análisis más crítico de las fuentes23. Con respecto a Pasto, Duque (2003) abordó la historia de los artesanos hombres desde una mirada legislativa, y tuvo en cuenta la vida cotidiana de aprendices, oficiales y maestros, así como la participación de estos últimos en actividades religiosas. Además, hizo una breve mención a las mujeres que poseían tiendas, y las dividió, según su oficio, en costureras, tejedoras e hilanderas24.

Incluso, en la serie Mujeres en la historia de Colombia, las referencias sobre el asunto son cortas: Bermúdez (1995) subrayó el trabajo masculino, trató sobre las familias de los artesanos y las sociedades democráticas, relató acerca de la influencia que la Iglesia y el Estado pretendieron tener sobre los artesanos y estudió a las artesanas en un párrafo25. Por su parte, Martínez (1995) mencionó la pertinencia del trabajo femenino y artesanal en sus sociedades; escribió someramente sobre mujeres indígenas, mestizas y negras; y destacó el perjuicio que sufrieron las tejedoras con la introducción de textiles foráneos en el siglo XIX26.

Por su parte, David (2007), desde la óptica de género, examinó el caso de Medellín, y explicó que los bajos ingresos que obtuvieron las mujeres de los sectores populares en sus trabajos como lavanderas, planchadoras, fabricantes de alimentos y prostitutas, sumados a su condición de madres solteras, les impidió salir de la pobreza. Sin embargo, David no estudió a las artesanas por falta de referencias27. Con respecto a la cotidianidad, Raymond y Bayona (1982) consideraron que la tejeduría fue una «actividad complementaria», entre varios oficios femeninos, en el departamento de Santander28.

El libro más revelador acerca de las manufacturas textiles en el siglo XIX es Industria y protección en Colombia, 1810-1830, escrito por Ospina (1955), quien, apoyado en diversas fuentes primarias y secundarias, estructuró la historia textil del país, haciendo énfasis en las varas de lienzo santandereanas y las prendas pastusas, así como en la calidad de estos productos y los mercados que cubrieron. También explicó los efectos contraproducentes que provocaron los géneros foráneos en la producción santandereana, además de la disminución de la calidad de esos productos29. Palacios y Safford (2002), Melo y Ocampo (2007) y Bushnell (2007) abordaron el impacto negativo que sufrieron los artículos nacionales con la llegada masiva de telas inglesas que resultaron más baratas, y, por tanto, provocaron una baja considerable en la demanda de productos locales y una reducción de ingresos para los artesanos30.

Raymond y Bayona (1982) y Álvarez (2006) estudiaron la tejeduría de algodón en Santander en el siglo XIX. Además de explicar esa tradición en la larga duración, establecieron la crisis de los tejidos de algodón como consecuencia de las reformas liberales de mediados del siglo XIX, hecho que favoreció la importación de textiles ingleses. Asimismo, analizaron las fábricas de textiles que se fundaron en el siglo XX y que colapsaron por problemas técnicos y financieros31.

Con respecto al valor social y económico de las prendas tejidas en Pasto en la primera parte del siglo XIX, Zarama (2012) destacó la importancia de la tejeduría en la economía local, dado que, en mayor medida, un grupo de mujeres rurales y urbanas se dedicaban a esta actividad, mientras que los hombres participaban especialmente en su comercialización. Los textiles fueron productos de variada calidad, pero las ruanas finas se destacaron por la excelencia del tejido y de sus colores. Lo anterior provocó un comercio de fibras y de productos terminados, y para muchas personas fue la fuente principal o una parte importante de sus ingresos32.

En el actual departamento de Nariño, en los últimos años del siglo XIX, Herrera (1893), Gutiérrez (1896) y Santander (1896)33 señalaron que los tejidos eran objeto de amplia fabricación, pero no por ello cubrían las necesidades del mercado. Los investigadores también resaltaron el trabajo femenino y la excelencia de las prendas hechas en telar. Para subsanar esa situación, ofrecieron varias ideas orientadas a mejorar la productividad del ganado ovino y de la actividad textil, incluida la creación de una escuela de artes y oficios34. Por su parte, Cerón Solarte y Ramos (1997) consideraron que el éxito de esos artículos vendidos en otras regiones fueron los bajos volúmenes de producción y su reducido costo35. Por esos motivos, esas prendas aparentemente no resultaron afectadas por la fuerte competencia de los tejidos ingleses que llegaron más baratos; en cambio, los textiles socorranos (Santander) sí resultaron perjudicados36.

Aunque el trabajo de Molina de Docky (1989) corresponde a finales de los ochenta del siglo XX, resulta importante destacarlo, ya que describió a las familias rurales de Muellamués37, en donde la tejeduría estaba inserta en buena parte de las actividades diarias: adultos y niños criaban ovinos en tanto las mujeres caminaban e hilaban de forma simultánea; en otras ocasiones, tejían mientras los alimentos se cocinaban38. Por su parte, Emilia Cortés adelantó una investigación general que recopiló información sobre el pasado y el presente de los textiles en Nariño, los tejedores y los municipios de ese departamento con esa tradición. Este trabajo dio lugar a la exposición Así éramos, así somos: Textiles y tintes de Nariño, que estuvo acompañada de un video y de un catálogo39.

Si bien los anteriores aportes son muy significativos, aún estaban pendientes varios temas por estudiar: una perspectiva de la tejeduría en la mediana duración en los ámbitos local y nacional, la vida cotidiana de los tejedores, la relación entre ciclo de vida y tejeduría, las particularidades de los procesos textiles y tintóreos, los roles que jugaron los diferentes miembros de la familia en ese oficio, los papeles que desempeñaron pequeños y medianos comerciantes, un análisis del vestuario masculino y femenino, la caracterización de la casa y los alimentos que consumen, los diversos espacios en donde se tejió y las diversas relaciones de producción que se establecieron, las relaciones afectivas y comerciales que unía a mujeres y hombres, las redes comerciales intrarregionales, las dificultades de la actividad y los beneficios económicos que obtuvieron. Este libro quiso dar respuesta a los anteriores asuntos, ya que alrededor de la tejeduría y de su comercialización transcurrió la vida de numerosas personas de esa región, en donde la venta de esos productos fue uno de los principales ejes de la economía.

En este sentido, la pregunta que se planteó al iniciar esta investigación fue la siguiente: ¿de qué manera la vida cotidiana de los tejedores contribuyó a la continuación del oficio de la tejeduría en los Andes nariñenses, a lo largo del siglo XIX, en un contexto de incertidumbre económica, y con la llegada masiva de telas inglesas, desde la segunda parte del siglo mencionado? A partir de esta pregunta, es posible precisar el objetivo general de este proyecto: analizar la vida cotidiana de las personas de las tierras altas del actual departamento de Nariño que participaron en la tejeduría y en su comercialización en los ámbitos regional y nacional en el siglo XIX, para identificar las repercusiones sociales y económicas que generó esta labor en su medio y en el país.

Así pues, el espacio geográfico en el que se enfoca esta investigación abarca los sectores urbanos y rurales del Valle de Atriz, en donde se ubica Pasto, y en el altiplano de Túquerres e Ipiales. El periodo abordado inicia en 1824, cuando se logró la inserción definitiva de la región en la República, en medio de una compleja posguerra, y concluye a finales del siglo XIX, cuando la tejeduría regional vivió un momento boyante, en medio de numerosas voces que invitaban a mejorar la raza de los ovinos, establecer una escuela de artes y oficios, insertar los conocimientos técnicos que se daban en Europa e industrializar la actividad40.

Este libro se ha organizado en tres partes. En el primer capítulo, «Tejedores: Procesos textiles y tintóreos y ciclo vital», se aborda el contexto geográfico. A través de los censos poblacionales, se demuestra la presencia de las tejedoras en la sociedad. Además, se describen las materias primas y las herramientas utilizados en este oficio, los pasos del arte textil en sintonía con el ciclo vital y la participación por género en esa actividad, las características de los tintes y el valor cultural de la tejeduría, que es el arte de tejer. Se estableció cómo esas características técnicas y de la vida social favorecieron la continuación de la actividad.

En el segundo capítulo, «Vivienda, traje y gastronomía», se consideran estos tres aspectos fundamentales en la vida material. Se hace énfasis en la minga, las viviendas y sus materiales de construcción, así como en la importancia de las tiendas. Con respecto a las ropas, se estudian los vestuarios femenino y masculino, se destaca el principal objeto de la tejeduría, se estudian las ruanas de acuerdo con sus diferentes clases y la evolución social que vivieron estas prendas a lo largo del tiempo. En cuanto a la gastronomía, se abordan los espacios agrícola y ganadero, los alimentos de origen vegetal y animal, y se concluye con una aproximación a las preparaciones culinarias y a los «trastos mujeriles».

En el tercer capítulo, «Ropas de Pasto en las redes comerciales nacionales y con Ecuador», se compara la influencia de los textiles pastusos y santandereanos en el ámbito colombiano, y se explica por qué y cómo en cada territorio se afectó esta actividad, tanto por el ingreso masivo de telas extranjeras como por el contexto propio de cada región. Asimismo, se analizan los mercados a los que se dirigieron las prendas tejidas en la región de estudio, y se abordan los diferentes espacios y las relaciones de producción textil. Además, se presenta un perfil de los comerciantes, y se concluye con las expectativas que generaba esta actividad en las postrimerías del siglo XIX. Finalmente, el libro ofrece un glosario en donde se encuentran regionalismos y palabras propias de la tejeduría, a fin de que el lector pueda precisar los términos empleados a lo largo de la obra. En cuanto a la transcripción de las citas tomadas de fuentes históricas para este libro, cabe señalar que se optó por actualizar la ortografía de algunas palabras, siempre que fue posible hacerlo, y se realizaron ajustes en la puntuación, a fin de facilitar la comprensión.

Sobre las fuentes consultadas

La principal fuente de consulta estuvo constituida por testamentos, memorias de testamentos y codicilos, material escogido porque son disposiciones personales ricas en detalles. El testamento, al igual que muchas otras expresiones culturales, fue impuesto por los españoles en sus colonias y se continuó empleando a lo largo del siglo XIX41; se define como un escrito jurídico en el cual una persona manifiesta sus creencias espirituales y el destino que se le dará a sus bienes materiales después de su fallecimiento, decisiones que debían ser respetadas por sus herederos42. Como cualquier registro notarial, el deseo manifestado en él, debía estar avalado y respaldado con la firma de los testigos, todos hombres, y del escribano, quien lo suscribía43.

En la Colonia y el siglo XIX, testar no fue un privilegio exclusivo de los grupos pudientes; al contrario, este documento fue dictado por un grupo heterogéneo de individuos, incluso indígenas, personas sin propiedades y analfabetas cuyos bienes se reducían a ropa, objetos de uso doméstico, animales y pequeñas deudas44. Los testadores tenían a su favor la simplicidad de los requisitos: ser adulto, poseer algunos bienes y contar con el dinero para cancelar el procedimiento45. Por su parte, las mujeres gozaban de la facultad de realizar ese trámite sin la necesidad de contar con el permiso del hombre del hogar, un pequeño privilegio del que disfrutaban a diferencia de buena parte de las diligencias públicas en las cuales era obligatorio contar con una autorización masculina.

En las zonas altas del actual Nariño, además de los testamentos, se encontraron unas pocas «memorias testamentales» y algunos codicilos. Los primeros son testamentos privados que el testador dicta ante testigos, y que posteriormente se protocolizan ante el notario, a diferencia de los testamentos públicos, que son elaborados por los notarios en presencia de testigos46. Los codicilos son disposiciones que se agregan al testamento, como complemento, aunque tienen todas las formalidades: testigos, fechas, deben ser firmados y luego protocolizados, no obstante, se excluye el nombramiento o supresión de un heredero47.

En el caso de tejedores y comerciantes en los documentos citados, se encontró información valiosa sobre distintos aspectos: las relaciones que parejas de mujeres revendedoras y mercaderes establecieron en torno al comercio textil con personas de ambos sexos y de diversas condiciones económicas; los variados perfiles de los mercaderes de estos bienes en donde algunos expresaron cómo, debido a la inestabilidad política del siglo XIX, perdieron sus mercancías; la cantidad de ovejas que tuvieron pequeños y grandes propietarios; los listados de ropas en donde figura el número de piezas, el material en el que estaban confeccionadas y el estado de la prenda. Igualmente, en muchas ocasiones, los testadores explicaron quiénes serían los herederos de su vestuario, aunque las prendas estuvieran usadas o viejas, y además ofrecieron información puntual sobre las viviendas.

Los testamentos forman parte de los libros notariales conocidos como protocolos notariales. Estos fueron consultados en el Archivo Histórico de la Universidad de Nariño (Pasto), en donde reposa parte de la documentación de la Notaría Segunda de Pasto, establecida alrededor de 1830; la Notaría Primera de Túquerres, creada en 1753, y la Notaría Primera de Ipiales, fundada en 1863 al formarse la provincia de Obando48.

En algunos testamentos es posible deducir el oficio de las personas por las herramientas que en ellos se nombran, y, de esa manera, se conoció que había plateros y panaderas49; sin embargo, en el caso de los tejedores eso no ocurrió. Es probable que muchos de los otorgantes tejieran o tuvieran guangas en sus casas; sin embargo, no mencionaron la posesión de ese objeto, posiblemente porque al ser un bien de bajo costo y estar tan presente en su cotidianidad no era considerado relevante para ser mencionado en la última voluntad; tampoco hay datos sobre las herramientas del oficio, ni de los obrajes que se establecieron en la provincia de Obando. De algunos testadores sí fue posible inferir que fueron tejedores por su origen rural, por ser propietarios de ovejas o lana, o por tener varias ruana o ponchos y algunos acreedores de esos productos50.

Ante la carencia de fuentes escritas que dieran cuenta de algunos aspectos de la tejeduría, o arte de tejer, y de la vida cotidiana, como la alimentación, se adelantaron diecinueve entrevistas orales. Algunos de los testimonios corresponden a tejedoras activas; otro grupo estaba compuesto por descendientes de tejedores residentes en los alrededores de Pasto, Túquerres e Ipiales; y, finalmente, el tercer grupo quedó conformado por adultos conocedores de estos procesos. A esto se añadió la investigación inédita de Magola Molina de Docky, Cultura material de los pastos en el arte de los tejidos. Ensayo monográfico proceso-primera fase, y veintidós entrevistas que Carolina Bermúdez, funcionaria en esa época de Artesanías de Colombia, adelantó entre junio y julio de 2011 con veintidós tejedores de la familia de los pastos. El diálogo entre el siglo XIX, los últimos años del XX y los primeros años del siglo XXI fue necesario y enriquecedor para resolver vacíos en la información y ampliar las perspectivas del rico mundo de este oficio; aunque se tiene la convicción de que en ese lapso hubo cambios en la tejeduría.

De los usos y cambios de algunos conceptos

Antes de iniciar la lectura del libro, conviene precisar algunos términos: el apelativo de «pastusa» para referirse a las prendas elaboradas en las tierras altas de Nariño es muy antiguo. En Quito ya se lo usaba en los últimos años del siglo XVI. En 1583 la india Inés de Latacunga habló en su testamento de su líquida (túnica) pastusa, e igualmente en 1587 Francisco Pérez se refirió a sus mantas pastusas51. Casi un siglo después, en 1673 el licenciado Antonio Ruiz Navarrete mencionó que los indios de Sapuyes tejían «ropa pastusa»52. A lo largo del siglo XIX, en los escritos hubo una disminución de la expresión colonial «géneros de la tierra», utilizada para referirse a la ropa urdida en el continente americano; en tanto, la denominación «ropa de Pasto»53 se incrementó, este término cubrió las piezas tejidas en el Valle de Atriz, el altiplano de Túquerres e Ipiales, e incluso otras zonas con menor reconocimiento textil en este oficio, como La Florida54, que geográficamente no perteneció a ninguna de las zonas mencionadas. Entretanto, permaneció la denominación «ruanas pastusas»55, que se usaba aproximadamente desde finales del siglo XVIII para nombrar genéricamente a esas prendas, elaboradas en diferentes poblaciones de las tierras altas del actual Nariño. Lo que demuestra que por fuera de la región la prenda se identificaba aludiendo a su lugar de origen. En la Colonia y el siglo XIX, no fue común la voz ‘tela’, en su lugar se emplearon los términos ‘géneros’ o ‘tejidos’ para referirse a los diferentes tipos de telas o a las prendas terminadas. El sistema de medición que se usaba era la vara, que mide entre 768 y 912 milímetros56, heredada de España, aunque desde 1853 en Colombia se impuso el sistema métrico decimal57.

En el siglo XIX, a las mujeres que practicaron este oficio en las tierras altas de Nariño se las llamó «tejedoras». También recibieron otros nombres, como hilanderas, tintoreras, fajeras o ruaneras, aunque estos se usaban en menor medida y solo cuando ellas se especializaron en una tarea específica. Únicamente fueron denominadas «artesanas»58 en el censo de 186759, posteriormente desapareció ese título. En ese censo, los hombres que se dedicaban a las manufacturas fueron calificados exclusivamente por su oficio particular: alpargatero, labrador y zapatero, y a finales de ese siglo, en Cumbal, a los varones que trabajaban en los telares horizontales se los llamó «obreros»60. Sin embargo, en los últimos años del siglo XIX, Alejandro Santander menciona a los artesanos en Pasto, haciendo referencia a los hombres que se dedicaban a un oficio determinado; no obstante, en el listado de treinta y un artistas y artesanos que Santander presenta no hay ningún oficio referente a tejedores pastusos. Las ocupaciones femeninas fueron denominadas «oficios mujeriles» en donde no se mencionó la palabra tejedoras o «artesanas»61. A diferencia de los artesanos hombres que en la Colonia y en los primeros años republicanos estaban organizados en gremios, y que en Bogotá, como colectivo, presentaron sus demandas en la mitad del siglo XIX62, las tejedoras del Valle de Atriz y del altiplano de Túquerres e Ipiales, entre 1824 y 1899, trabajaron individualmente. No hay noticias de que se hubiesen asociado para expresar algún tipo de solicitud o protesta ante el Gobierno o a los comerciantes, o para provocar un cambio en sus condiciones de trabajo.

Las tierras altas de Nariño en el siglo XIX, y aún en la actualidad, forman una sola región por sus similitudes geográficas, humanas, económicas y sus dinámicas relaciones comerciales. El concepto de región se tomó de Yves Saint-Geours, quien afirmó: «[…] hay una unidad geográfica y ecológica, un conjunto económico y social que se desarrolla y actúa en un espacio dado, no es algo fijo ni inmutable. Como condición, la región debe ser capaz de asegurar su reproducción económica y social de modo relativamente autónomo»63. Por otro lado, el territorio que comprendía la República de Colombia entre 1832 y 1886 recibió diversas denominaciones, pero a lo largo del texto se optó por la denominación de «Colombia», porque es el nombre que mayor identidad genera y cuya repercusión histórica y temporal ha sido mayor.

Para concluir, a pesar de la trascendencia cultural y económica de la actividad textil en la historia de Colombia, y aunque existen escritos sobre la temática, lo que se ha publicado es escaso y principalmente se centra en Santander. Esta investigación demostró los nexos entre la sociedad de su tiempo, el oficio de los tejedores y los lazos regionales, nacionales y con Ecuador. Es una contribución para la comunidad académica que tendrá nuevas herramientas para estudiar y analizar la historia de la vida cotidiana de las comunidades artesanales y de los pequeños y medianos comerciantes del siglo XIX, igualmente es un aporte para la construcción de una historia artesanal y de la historia textil colombiana, que demuestra además la trascendencia de la tejeduría en la economía y en la sociedad del siglo XIX.

1 José Manuel Groot, “El paseo al salto del Tequendama”, Biblioteca de El Mosaico, 1866, Museo de cuadros de costumbres. Variedades y viajes, t. IV, vol. IV, Bogotá, Biblioteca Banco Popular, Talleres Gráficos del Banco Popular, 1973, págs. 111-114; Pedro Ibáñez, Crónicas de Bogotá, tercera edición, vol. II, Bogotá, Academia de Historia de Bogotá y Tercer Mundo Editores, 1989, pág. 91.

2 José María Gutiérrez de Alba, Impresiones de un viaje a América. Diario ilustrado de viajes por Colombia. 1871-1873, Bogotá, Villegas Asociados S. A., Villegas Editores, 2012, pág. 262.

3 Silvia Padilla Altamirano, María Luisa López Arellano y Adolfo Luis González Rodríguez, La encomienda en Popayán. Tres estudios, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos y Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1977, pág. 231; Marianne Cardale de Schrimpff, “Textiles arqueológicos de Nariño”, Revista Colombiana de Antropología, vol. XXI, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología, 1977-1978, págs. 245-283; Katlheen Romoli, “Las tribus de la antigua jurisdicción de Pasto en el siglo XVI”, Revista Colombiana de Antropología. Vol. XXI, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología, 1977-1978, pág. 29; Frank Salomon, Los señores étnicos de Quito en la época de los incas, Otavalo, Instituto Otavaleño de Antropología, 1980, págs. 302-303, 310, 312; Cristóbal Landázuri, Los curacazgos pastos prehispánicos: Agricultura y comercio siglo XVI, Quito, Ediciones del Banco Central del Ecuador, 1995, págs. 99-104; Alejandro Bernal, La circulación de productos entre los pastos en el siglo XVI, manuscrito, Simposio Arqueología y Etnohistoria de los Pastos y Quillacingas. Centro Cultural Leopoldo López Álvarez, San Juan de Pasto, 1999, págs. 10-13; Luis Fernando Calero, Pastos, quillacingas y abades, 1535-1700. Santafé de Bogotá, Banco Popular, 1991, págs. 87-92; Gladys Tavera de Téllez, “Tejido precolombino, inicio de las actividades femeninas”, Historia Crítica, Manos que no descansan, enero-junio de 1994, págs. 7-13, http://www.historiacritica.uniandes.edu.co/view.php/154/view.phop, consultado el 9 de junio de 2009; Marianne Cardale de Schrimpff, “Los textiles en la arqueología de Nariño y Carchi. Un balance actualizado”, Boletín de Arqueología, vol. XXII, Bogotá, Fundación de Investigaciones Arqueológicas, Banco de la República, 2007, pág. 3.

4 Alejandro Santander, Biografía de D. Lorenzo de Aldana y Corografía de Pasto, Pasto, Imprenta Gómez, 1896, pág. 71; Rufino Gutiérrez, Pasto y las demás provincias del sur de Colombia; sus relaciones políticas y comerciales con el Ecuador, Bogotá, Imprenta de La Luz, 1896, págs. 71 y 72; www.banrepcultural.org/sites/default/files/88061/brblaa800105.pdf, consultado el 3 de septiembre de 2014; Jorge Brisson, Viajes por Colombia. En los años 1891-1897, Bogotá, Imprenta Nacional, 1899, pág. 13; John Potter Hamilton, Viajes por el interior de las provincias de Colombia, t. I, (1827), Bogotá, Banco de la República, 1955, pág. 141; Sergio Elías Ortiz, “Informe de Henri Ternaux Compans sobre la Gran Colombia en 1829. Notas de viaje por Panamá, Quito y Provincia de Popayán”, Boletín de Historia y Antigüedades, vol. LVI, núms. 651, 652 y 653, Bogotá, Academia Colombiana de Historia, 1969, pág. 72; Carlos Wiener, M. E. André, Jules Nicolas Crevaux, D. Charnay y Desire de Charnay, América pintoresca. Descripción de viajes al nuevo continente por los más modernos exploradores, Carlos Wiener, Doctor Crevaux, D. Charnay, etc., etc. Edición ilustrada con profusión de grabados, t. III, América Equinoccial (Colombia-Ecuador) por M. E. André, viajero encargado de una misión por el Gobierno francés (1884), Cali, Carvajal S. A., 1982, págs. 751-755 y 770-775; Jean-Baptiste Boussingault, Memorias de Boussingault, vol. V, 1830-1832. De Chocó al Ecuador, el Puracé, Quito, el Chimborazo, mi regreso, Alexander Koppel de León (traductor), Bogotá, Banco de la República, 1985, págs. 54-59; Malcolm Deas, Efraín Sánchez Cabra y Aída Martínez Carreño, Tipos y costumbres de la Nueva Granada. La colección de pinturas formada en Colombia por Joseph Brown entre 1825 y 1841 y el diario de su excursión a Girón, Bogotá, Fondo Cultural Cafetero, 1989, págs. 64-65. Benhur Cerón Solarte y Marco Tulio Ramos, Pasto, espacio, economía y cultura, San Juan de Pasto, Fondo Mixto de Cultura-Nariño, 1997, págs. 178 y 179, Agustín Codazzi, Estado del Cauca, vol. I, t. II: Provincias de Pasto, Túquerres y Barbacoas, Guido Barona (ed.), Santafé de Bogotá, Universidad del Cauca, Colciencias, Universidad Nacional de Colombia, 2002, págs. 141, 321, 363, 366 y 380; Rosa Isabel Zarama Rincón, Pasto cotidianidad en tiempos convulsionados, 1824-1842, San Juan de Pasto, Alcaldía Municipio de Pasto, 2012, págs. 269-276.

5 Neus Escandell-Tur, Producción y comercio de los tejidos coloniales. Los obrajes y los chorillos de Cusco, Cusco, Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolomé de las Casas, 1997, págs. 11-12; John Murra, El mundo andino: Población, medioambiente y economía, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, Pontificia Universidad Católica del Perú, 2004, págs. 164-169; Teresa Gisbert, Silvia Arze y Martha Cajías, Arte textil y mundo andino, La Paz, Plural Editores, 2010, págs. 19-24.

6 Robson Brines Tyrer, Historia demográfica y económica de la Audiencia de Quito, Quito, Banco Central del Ecuador, 1988, págs. 85-182; Javier Ortiz de la Tabla Ducasse, “El obraje colonial ecuatoriano. Aproximación a su estudio”, Revista Ecuatoriano de Historia Económica, año 2, n.° 4, Quito, Banco Central del Ecuador, segundo semestre de 1988, págs. 63-142. Neus Escandell-Tur, Producción, págs. 31-69; Manuel Miño Grijalva, La manufactura colonial. La constitución técnica del obraje, México, El Colegio de México, 1993, págs. 29, 38; 21-45; 75-83, 113-116 y 133-144; Manuel Miño Grijalva, Obrajes y tejedores de la Nueva España 1700-1810. La industria urbana y rural de una economía colonial, México, El Colegio de México, 1998, págs. 27-75.

7 Neus Escandell-Tur, Producción, págs. 11 y 12; Manuel Miño Grijalva, La manufactura colonial. La constitución técnica del obraje, México, El Colegio de México, 1993, págs. 39-79; Eric Julian Van Young, La crisis del orden colonial: Estructuras agrarias y rebeliones populares en la Nueva España, 1750-1821, México, Alianza Editorial, 1997, pág. 11 y Chantal Caillavet, Etnias del Norte. Etnohistoria e historia del Ecuador, Quito, Casa de Velázquez, Instituto Francés de Estudios Andinos y Ediciones Abya-Yala, 2000, págs. 252-261.

8 Chantal Caillavet, Etnias, págs. 239-272.

9 Carmen Ramos Escandón, “Trabajo e identidad femenina en México: El ejemplo del textil, tabaco y trato sexual”, Historia de las mujeres en España y América, t. III, Madrid, Cátedra, 2006, pág. 801.

10 Neus Escandell-Tur, Producción, pág. 32; Laura Escobari de Querejazu, “El comercio de productos cuzqueños en el siglo XVII”, Nación y sociedad en la historia del Perú, Peter Klaren (comp.), Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 2004, págs. 89-111.

11 Sonia Pérez Toledo, Los hijos del trabajo: Los artesanos de la ciudad de México, 1780-1853, primera reimpresión México, El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos. Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, 2005, 1996, págs. 18-19.

12 Hernán Jaramillo Cisneros, Textiles y tintes, Centro Interamericano de Artesanías y Artes Populares, 1988, págs. 1-34; Magola Molina de Docky, Cultura material de los pastos en el arte de los tejidos. Ensayo monográfico proceso, primera fase, Artesanías de Colombia, manuscrito, Bogotá, 1989, págs. 7-23; Beatriz Eugenia Granados, Visión histórico cultural del trabajo textil en Charalá, Santafé de Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, Instituto Colombiano de Crédito Educativo y Estudios Técnicos en el Exterior y Fondo Becas Francisco de Paula Santander, manuscrito, 1992. págs. 25-32.

13 Jorge Hernán Torres, Contribución al conocimiento de las plantas tintóreas registradas en Colombia, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, Colciencias, 1983; Hernán Jaramillo Cisneros, Textiles, 1982, págs. 102-150.

14 Gladys Tavera de Téllez, Taller de tintes naturales para la lana: Guía práctica, Bogotá, Artesanías de Colombia, 1989, http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/todaslasartes/tatinnapala/indice.htm, consultado el 29 de mayo de 2014; Beatriz Devia, Colores de la naturaleza para el algodón, Bogotá, Colciencias, Fondo FEN Colombia, 1997.

15 Marianne Cardale de Schrimpff, “Textiles”, págs. 245-283; Frank Salomon, Los señores, págs. 302-303, 310, 312; Gladys Tavera de Téllez, “Tejido precolombino”, págs. 9-10; Marianne Cardale de Schrimpff, “Los textiles”, págs. 3 y 4.

16 Beatriz Devia, “Análisis de colorantes y fibras en los textiles arqueológicos”, Boletín de Arqueología, vol. XXII, Fundación de Investigaciones Arqueológicas, Bogotá, Banco de la República, 2007, págs. 116-141.

17 Katlheen Romoli, “Las tribus”, pág. 29; Silvia Padilla Altamirano, María Luisa López Arellano y Adolfo Luis González Rodríguez, La encomienda, pág. 231; Cristóbal Landázuri, Los curacazgos, págs. 100-101, 104; Alejandro Bernal, La circulación, págs. 10-13; Luis Fernando Calero, Pastos, págs. 87-92.

18 Robson Brines Tyrer, Historia, págs. 85-182; Manuel Miño Grijalva, La manufactura colonial. La constitución técnica del obraje, México, El Colegio de México, 1993, págs. 29, 38, 21-45, 75-83, 113-116 y 133-144; Neus Escandell-Tur, Producción, págs. 31-69; Manuel Miño Grijalva, Obrajes y tejedores de la Nueva España 1700-1810. La industria urbana y rural de una economía colonial, México, El Colegio de México, 1998, págs. 27-75.

19 Germán Colmenares, Historia económica y social de Colombia, vol. I, quinta edición, Bogotá, Tercer Mundo Editores, Universidad del Valle, Banco de la República y Colciencias, 1997, págs. 193-197; Marcela Vanegas, Autonomía y subordinación: Tensiones entre autoridades en el obraje de comunidad de Duitama (1596-1611). Bogotá, Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2010, págs. 121-124.

20 Marcela Vanegas, Autonomía, págs. 121-124.

21 Jean-Pierre Minaudier, “Pequeñas patrias en la tormenta: Pasto y Barbacoas a finales de la Colonia y en la Independencia”, Historia y Espacio, Revista de Estudios Históricos, Universidad del Valle, vol. III, núms. 11 y 12, 1987, Cali, pág. 138; Benhur Cerón Solarte y Rosa Isabel Zarama Rincón, Historia socioespacial de Túquerres, siglos XVI-XX: De Barbacoas hacia el horizonte nacional, San Juan de Pasto, Alcaldía Municipal de Túquerres y Universidad de Nariño, Sistema Nacional de Investigaciones y Departamento de Geografía, 2003, págs. 76-83 y 119-124.

22 Derek K. Williams, “Etnicidad, género y rebelión en los Andes colombianos: La sublevación de los pastos, 1800”. Procesos, Revista Ecuatoriana de Historia, n.° 11, 1997, Quito, págs. 18-21; Jean Pierre Minaudier, ¿Revolución o resistencia? Fisco y revueltas en la región de Pasto a finales del periodo colonial, Pasto, Alcaldía Municipal de Túquerres y Fondo Mixto de Cultura de Nariño, 2000, págs. 51 y 63.

23 Darío Acevedo Carmona, “Consideraciones críticas sobre la historia de los artesanos del siglo XIX”, Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, Bogotá, núms. 18 y 19, Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Colombia, 1990-1991, págs. 125-144; Mario Aguilera Peña, Insurgencia urbana en Bogotá, Bogotá, Colcultura, 1997; Alberto Mora Mayor, Cabezas duras y dedos inteligentes, Bogotá, Colcultura, 1996.

24 María Fernanda Duque, “Legislación gremial y políticas sociales: Los artesanos de Pasto (1796-1850)”, Historia crítica, n.° 25, Bogotá, Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, 2003, http://historiacritica.uniandes.edu.co/view.php/360/index.php?id=360, consultado el 1 de noviembre de 2014.

25 Suzy Bermúdez, “Familia y hogar en Colombia en el siglo XIX”, Magdala Vásquez Toro (dirección académica), Las mujeres en la historia de Colombia, t. II, Mujeres y sociedad, Bogotá, Consejería Presidencial para la Política Social de la Presidencia de la República de Colombia y Grupo Editorial Norma, 1995, págs. 262-267.

26 Aída Martínez Carreño, “Mujeres y familia en el siglo XIX”, Magdala Vásquez Toro (dirección académica), Las Mujeres en la historia de Colombia, t. II, Mujeres y sociedad, Bogotá, Consejería Presidencial para la Política Social de la Presidencia de la República de Colombia y Grupo Editorial Norma, 1995, págs. 312-321.

27 Alba Inés David Bravo, Mujeres y trabajo en Medellín. Condiciones laborales y significado social 1850-1906, Medellín, Instituto para el Desarrollo de Antioquia, 2007, pág. 19.

28 Pierre Raymond y Beatriz Bayona, Vida y muerte del algodón y de los tejidos santandereanos. Historia y tecnología económica y tecnológica de la desaparición, cultivo y la industria casera del algodón, Bogotá, Universidad Javeriana, 1982, págs. 9-17.

29 Luis Ospina Vásquez, Industria y protección en Colombia 1810-1930, Bogotá, Editorial Santafé, Medellín, 1955, págs. 85-321.

30 Marco Palacios y Frank Safford, Colombia país fragmentado, sociedad dividida, Bogotá, Grupo Editorial Norma, 2002, págs. 377-379; Jorge Orlando Melo, “Las vicisitudes del modelo liberal 1850-1988”, José Antonio Ocampo Gaviria (comp.), Historia económica de Colombia, Bogotá, Fundación para la Educación Superior y el Desarrollo (Fedesarrollo), 2007, págs. 182-183; David Bushnell, Colombia una nación a pesar de sí misma. Nuestra historia desde los tiempos precolombinos hasta hoy, Bogotá, Editorial Planeta Colombiana S. A., 2007, págs. 120, 125.

31 Pierre Raymond y Beatriz Bayona, Vida, págs. 13-15; René Álvarez Orozco, Textiles crudos, alpargates y sombreros. Artesanía, centros de producción y espacio económico en la provincia del Socorro. Siglos XVI-XIX, Bucaramanga, Sic Editorial Limitada, 2006, págs. 32-48, 82, 99 y 103-116.

32 Rosa Isabel Zarama Rincón, Pasto, págs. 269-276.

33 Luciano Herrera, Memoria sobre el Estado industrial y progreso artístico: De las provincias del sur, Popayán, Imprenta del Departamento, 1893, págs. 43-47; Alejandro Santander, Biografía, 1896, pág. 71; Rufino Gutiérrez, Pasto, págs. 71 y 72; María Clemencia Jara de Ramírez, Frontera fluida entre Andes, piedemonte y selva: El caso del valle de Sibundoy, siglos XVI- XVIII. Bogotá, Instituto Colombiano de cultura hispánica, 1996, pág. 118.

34 Luciano Herrera, Memoria, págs. 42-43 y 82; Alejandro Santander, Biografía, 1896, págs. 70 y 71; Rufino Gutiérrez, Pasto, págs. 71 y 72.

35 Benhur Cerón Solarte y Marco Tulio Ramos, Pasto, págs. 178-179.

36 Jorge Orlando Melo, Historia, págs. 182-183.

37 San Diego de Muellamués, vereda perteneciente al municipio de Guachucal, en Nariño, http://www.guachucal-narino.gov.co, consultado el 12 de diciembre de 2014.

38 Magola Molina de Dock, Cultura, págs. 24- 29.

39 Banco de la República, Así éramos, así somos: Textiles y tintes de Nariño, Emilia Cortés (investigación, textos, ilustraciones y fotografías), Santafé de Bogotá, Banco de la República, Departamento Editorial, s. f.

40 Rufino Gutiérrez, Pasto, págs. 71 y 72; Alejandro Santander, Biografía, págs. 70 y 71; Luciano Herrera, Memoria, pág. 82.

41 Los orígenes de los testamentos se remontan a la Antigüedad y a la Edad Media. Leonor Gómez Nieto, Ritos funerarios en el Madrid medieval, Madrid, Asociación Cultural Al-Mudayna, 1991, págs. 33 y 34.

42 Philippe Ariès, El hombre ante la muerte, Mauro Armiño (traductor), Madrid, Taurus Humanidades, 1999, pág. 171.

43 Clara Inés Casimilas Rojas, “Un seguro de vida espiritual. Testamento de una indígena de Tunja, 1550”. Revista Credencial Historia, Edición 70, 1996, Bogotá, pág. 4; Ana Luz Rodríguez González, Cofradías, capellanías, epidemias y funerales. Una mirada al tejido social de la Independencia, Bogotá, Banco de la República - El Áncora Editores, 1999, págs. 160.

44 Ana Luz Rodríguez González, Cofradías, pág. 169; Rosa Isabel Zarama, Pasto, págs. 384-385.

45 Ana Luz Rodríguez González, Cofradías, pág. 160.

46 En la bibliografía jurídica consultada no se encuentra la expresión «memoria testamental», sino que aparece la expresión «memoria testamentaria», pero el significado de esta última acepción es «documento privado en que el testador hacía disposiciones de última voluntad ampliatorias o aclaratorias del contenido de un testamento otorgado con anterioridad», y esto difiere del contenido de los documentos encontrados en la región de estudio, http://glosario.notariado.org/?do=terms&letters=M, consultado el 12 de diciembre de 2014.

47 Academia Judicial Puertorriqueña. Oficina de administración de los tribunales, Glosario de términos y conceptos jurídicos o relativos al poder judicial, 2015, https://www.ramajudicial.pr/orientacion/glosario.pdf, consultado el 6 de septiembre de 2019.

48 La provincia de Obando se estableció según la Ley 131 de 1863 del Estado Soberano del Cauca. Fue separada de la provincia de Túquerres; estaba integrada por los distritos de Pupiales, Ipiales, Carlosama, Guachucal, Cumbal, Iles y Males. En 1889 se agregaron las poblaciones de Contadero, Gualmatán, Pastas, Potosí y Puerres. José Rafael Zarama, Geografía del departamento de Nariño, Pasto, Imprenta del Departamento, 1927, pág. 40.

49 En la época, los orfebres eran conocidos como plateros, tal es el caso de Manuel de la Torre y José Manuel Cabrera. Estos plateros nombran en sus testamentos cuáles eran las piezas que estaban elaborando, quiénes eran los propietarios de esos objetos, el metal que usaban para fabricarlos, y señalan si las piezas estaban engastadas en piedras preciosas; además, mencionan a la gente que no les pagó por sus trabajos y el valor de cada pieza. Asimismo, De la Torre incluye las herramientas que utilizaba en su labor. AHUN (Pasto), Fondo Notaría Segunda, Protocolo de 1834, Testamento de Manuel de la Torre, 1834, fols. 122-125; NPI (Ipiales), Protocolo Notarial de 1880, Testamento de José Manuel Cabrera, marzo 22 de 1880, fols. 80 a 81v. Entretanto, las panaderas pastusas aludieron a cueros de res para secar el trigo, tableros de madera para escoger el trigo y amasar, hornos,así como a varios deudores quienes con trigo les cancelaron la obligación (Rosa Isabel Zarama, Pasto, pág. 279).

50 A diferencia de lo que ocurrió en la zona de estudio, en las zonas tejedoras del actual departamento de Santander, en varios testamentos de finales del siglo XVIII y de las primeras dos décadas del siglo XIX, los tejedores sí mencionaron en sus testamentos las herramientas de su oficio, entre ellas se encuentran tornos de hilar, telares, tijeras, romanas, molinos de desmotar y despepar, piedras de moler, pailas de cobre para teñir, cajas, balanzas y materias primas como algodón. René ÁLVAREZ OROZCO, Textiles, págs. 82-85.

51 José Rafael Sañudo, Apuntes sobre la historia de Pasto I-II-III-IV. Primera parte, Pasto, Biblioteca del Centenario, Departamento de Nariño, 1904-2004, 2004, Apuntes, pág. 125.

52 Luis Fernando Calero, Pastos, pág. 200.

53 Agustín Codazzi, Estado de Antioquia: Antiguas provincias de Medellín, Antioquia y Córdoba, Guido Barona, (comp.), fotografías de acuarelas y láminas Jaime Ardila y Camilo Lleras; investigadores invitados: Andrés Guhl Corpas, Óscar Almario García y Orián Jiménez Meneses, Medellín, Universidad del Cauca, Universidad Nacional de Colombia y Eafit, 2005, págs. 237 y 307.

54 Al occidente de Pasto, se encuentra la población de La Florida, que durante la Colonia y los primeros años republicanos fue llamada Mombuco. Alejandro Santander mencionó que allí, alrededor de 1896, se elaboraban tejidos de lana, como ruanas y bayetones. Alejandro Santander, Biografía, pág. 154.

55 José Manuel Groot, “El paseo”, págs. 111-114.

56 RAE, Diccionario de la lengua española, http://www.rae.es, consultado el 11 de septiembre de 2014.

57 Luis Carlos Arboleda explicó las dificultades que sorteó el Gobierno para imponer el sistema métrico decimal, debido, en parte, a la resistencia de la población, mineros, agricultores y comerciantes. Luis Carlos Arboleda, “Introducción del sistema métrico decimal en Colombia a mediados del siglo XIX”, I Cemacyc, Congreso de Educación Matemática de Centro América y el Caribe, 8 de noviembre de 2013, Santo Domingo, República Dominicana, www.centroedumatematica.com/memoria_conferencia_ICcemacyc/conferencia_paralela_Arboelda.pdf, consultado el 11 de septiembre de 2014.

58 Según el Diccionario de Autoridades, ‘artesano’ significaba ‘oficial mecánico, que gana de comer con el trabajo de sus manos; y con especialidad se entiende del que tiene tienda pública, y se emplea en tratos mecánicos’. Diccionario de Autoridades, t. I, (1726), www.web.frl.es/DA.html, consultado el 30 de octubre de 2014.

59 AHUN (Pasto). Fondo Cabildo de Pasto, caja n.° 49, t. II, fols. 132-151, 252-269, 190-195, 132-251, 340-364. Información recopilada por Yolanda Martínez Santacruz para esta investigación.

60 José Benjamín Arteaga (Pb.), Apuntamientos sobre Mayasquer y Cumbal, Bogotá, Águila Negra, 1913, pág. 68.

61 Alejandro Santander, Biografía, págs. 67- 69 y 136-139.

62 Darío Acevedo Carmona, “Consideraciones”, págs. 125-144. Mario Aguilera Peña, Insurgencia urbana en Bogotá, Bogotá, Colcultura, 1997; Alberto Mora Mayor, Cabezas duras y dedos inteligentes, Bogotá, Colcultura, 1996.

63 Yves Saint-Geours, “La sierra centro y norte (1830-1925)”, Juan Maiguashca (ed.), Historia y región en el Ecuador 1830-1930, Quito, Corporación Editora Nacional, Flacso, sede Ecuador, Cerlac, 1994, pág. 145.

Tejedores y tejidos en los Andes del sur de Colombia, siglo XIX

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