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Capítulo 1
ОглавлениеTODOS los Brodey estaban presentes, reunidos en los bellos jardines de su magnífico palacio barroco, cerca de Oporto. Habían acudido a celebrar el doscientos aniversario de la Casa Brodey.
Cebrándolo con ellos había ciento cincuenta invitados, diseminados en grupos por la explanada de hierba del jardín, tomando aperitivos antes de la comida, hablando y riendo. Hacía un delicioso día de primavera y una ligera brisa soplaba desde la costa. Para los invitados, la fiesta y la comida significaban puro placer. Para Elaine Beresford significaba trabajo.
Estaba al fondo del jardín, molestando lo menos posible, asegurándose de que los camareros mantuvieran atendidos a todos los grupos de invitados. En el otro extremo del jardín, las mesas ya estaban preparadas para el número exacto de personas invitadas. Dentro de una media hora ocuparían sus asientos y, entonces, Elaine tendría que ocuparse de que fueran debidamente atendidos en todos los aspectos. Su tarea ya sería difícil en Inglaterra, donde solía contar con camareros y empleados que hablaban inglés y a los que ya conocía, pero iba a serlo aún más allí, en Portugal, donde ella y los dos empleados que había traído de Inglaterra tenían que enfrentarse a través de intérpretes a todos los problemas que surgieran: viandas que no llegaban a tiempo, chefs temperamentales que querían hacer las cosas a su modo, y otros cientos de cosas que podían, y solían, ir mal.
Y, sobre todo, tenía que tratar con los Brodey.
Las cosas iban bien de momento, y pudo fijarse en ellos mientras se movían entre los invitados. La familia Brodey era un caso especial. Elaine había conocido primero a Francesca, la Princesa de Vieira, por darle su título completo. Se conocieron en Londres, antes de que Francesca se casara con su príncipe italiano, y cuando ella aún estaba casada. Ahora, ninguna de las dos lo estaba. El matrimonio de Francesca terminó en un feo divorcio, y el de Elaine, en el accidente de avión que mató a su marido, Neil, tres años atrás. A pesar de sus diferencias de clase y modo de vida, se hicieron muy amigas. Tras la inesperada muerte de Neil, que dejó poco dinero en herencia a Elaine, ésta tuvo que transformar su afición en una auténtica profesión y empezó a ocuparse del servicio de comidas para bodas, fiestas y diversas celebraciones. Francesca le pidió que se encargara de su boda, y, a partir de ésta, empezaron a surgirle muchos trabajos. El hecho de que le hubieran ofrecido ocuparse de la organización de aquel bicentenario suponía una culminación en su profesión, y también, una gran responsabilidad.
Al principio, consideró seriamente rechazar el trabajo; implicaba muchas dificultades, la menor de las cuales no era precisamente el idioma. Pero era ambiciosa en su trabajo y quería ver crecer su empresa, de manera que, finalmente, no fue capaz de resistirse a aquel reto.
El abuelo de Francesca, Brodey el Viejo, que tenía más de ochenta años, era el cabeza de familia, y se había tomado un interés personal en la organización del acontecimiento. Pero había sido a Calum el Joven al que Elaine había mandado el presupuesto y con el que había mantenido largas conversaciones por teléfono para dejar aclarados todos los detalles del acontecimiento.
Calum y Francesca eran primos; Elaine podía ver a ambos mientras se movían entre los invitados. Francesca era alta y muy guapa, y llevaba un vestido de brillantes colores. Calum Brodey era aún más alto y sobresalía entre casi todos los presentes. Ambos eran rubios y su aspecto de ingleses se hacía más evidente entre tantos portugueses. Francesca tenía un acompañante, un conde francés, pero, ¿cuándo no había tenido alguno últimamente?
Calum no estaba casado, aunque ya tenía más de treinta años y era muy atractivo, de un modo ligeramente duro y arrogante, al menos desde el punto de vista de Elaine. Esta se dirigió a un camarero para indicarle que atendiera a un grupo de personas un poco apartado, y al hacerlo pasó junto al círculo que rodeaba a Calum. Este hablaba con los invitados en fluido portugués. Mientras volvía a ocupar su puesto en los escalones de una de las entradas de la casa, desde donde podía divisar todo el jardín, Elaine pensó que resultaba un poco extraño que aquella familia, que llevaba doscientos años trabajando y viviendo en Portugal, conservara aquel aspecto tan inglés. Todos hablaban inglés con total naturalidad y fluidez; los hijos de la familia acudían sistemáticamente a colegios ingleses, y casi todos se casaban con inglesas o ingleses. Sobre todo, cada heredero. Se decía que, según una extraña tradición, todos los herederos debían casarse con inglesas rubias.
Había pocas rubias en la fiesta; Elaine sólo había localizado media docena. Y no había ninguna con el pelo rojizo, como el suyo.
Miró su reloj y comprobó que llegaba la hora acordada para la comida. Volvió a acercarse al círculo de Calum. Alguien se apartó para dejarla pasar.
–Creo que ya es la hora –dijo.
–Por supuesto –Calum avisó a los que le rodeaban mientras Elaine de dirigía a otro grupo para comunicar que podían ir ocupando sus asientos.
Hubo un momento embarazoso cuando se comprobó que había un lugar de menos en las mesas preparadas para la comida, pero enseguida se puso un servicio de vajilla más y el incidente fue rápidamente olvidado mientras se servía el primer plato.
Elaine mantuvo la mayor discreción posible, asegurándose de que todo iba bien, tanto en la cocina como en el jardín. Los Brodey no habían reparado en gastos para que todo fuera de primera calidad y algunos de los vinos servidos eran de cosechas consideradas sublimes por los entendidos.
En sus conversaciones con Calum, Elaine había comprobado lo orgulloso que se sentía éste de su tradición familiar, y, aunque le hizo alguna sugerencia para reducir algún gasto, él se negó, alegando que celebraciones como aquella no tenían lugar todos los días y que sólo quería lo mejor para sus invitados.
El resto de la comida transcurrió sin incidentes, y, cuando acabó, Elaine pudo escapar unos minutos al guardarropa para descansar un rato. Mientras estaba allí, entró un momento una joven rubia que Elaine había visto hablando antes con los primos Brodey.
Fuera, en el jardín, se había servido un oporto tras la comida. Algunos de los invitados ya se habían ido, pero aún quedaban bastantes disfrutando de la última bebida. De pronto, se oyó un agudo grito y el claro sonido de un rostro siendo abofeteado. Se hizo un asombrado silencio en el jardín mientras todos miraban en aquella dirección. Elaine acudió rápidamente y comprobó con alivio que no había ningún camarero implicado en el asunto. Al parecer, la chica rubia que había visto en el guardarropa hacía unos minutos se había molestado por algo que le había dicho uno de los invitados. Chris Brodey ya había tomado al hombre por el brazo y lo escoltaba fuera del jardín. Calum estaba con la chica, pero, enseguida, Francesca se hizo cargo de ella y la llevó al interior de la casa.
Se había producido un fascinado silencio mientras todo el mundo observaba lo que sucedía, pero la gente empezó a hablar al cabo de un momento, comentando lo ocurrido. El viejo señor Brodey estaba dentro cuando sucedió, pero, después, salió al jardín, miró a su alrededor e hizo una seña a Elaine para que se acercara. Ella avanzaba hacia él cuando Calum se colocó a su lado y murmuró:
–Por favor, no le cuentes a mi abuelo lo que ha sucedido. Te lo explicaré más tarde.
Elaine le dedicó una mirada de sorpresa, pero asintió y siguió caminando hacia el abuelo. Cualquiera que la hubiera visto podría haberla confundido fácilmente con una de las invitadas. Llevaba un sencillo vestido muy bien cortado, una camisa de seda y zapatos de medio tacón, pero había algo en su esbelta figura, en su porte y forma de caminar que sugería una educación muy refinada. Cualquiera que la hubiera visto habría pensado que venía de una familia de muy buena posición.
Era en parte cierto. Recibió una buena educación y procedía de una rica familia. Su padre era el hijo pequeño de unos rígidos padres, un rebelde que amaba la vida y pretendía vivirla al máximo, normalmente en directa oposición con sus padres. Conoció a la madre de Elaine, una aspirante a actriz, mientras estaba en la universidad, y sólo un precipitado matrimonio, de nuevo contra los deseos de sus padres, convirtió en legítima a Elaine. Su padre murió en un accidente poco después, y su madre, que no tenía dinero propio, pidió ayuda a los padres de su marido. Fueron éstos quienes pagaron la educación de Elaine y quienes se ocuparon de ella durante varios veranos. Le dieron lo que se sentían obligados a darle, pero nada más, porque nunca habían aceptado a su madre, que no llegó a sobresalir demasiado en el mundo del cine y la televisión.
El viejo señor Brodey le dedicó una sonrisa de bienvenida.
–La fiesta ha ido muy bien, querida. Mereces ser felicitada –habló con cálida amabilidad. Era un hombre que sabía cómo tratar a las personas que trabajaban para él. Resultaba difícil que a uno le cayera mal, pero Elaine suponía que, si era necesario, también podría ser implacable; ¿cómo si no habría sido capaz de convertir una simple empresa vinícola en el imperio económico que ahora poseía?
Hablaron unos minutos, pero poco después subieron los últimos invitados a despedirse y, a continuación, Calum animó a su abuelo a retirarse a descansar. Cuando éste se fue, protestando un poco, Calum dijo a Elaine:
–Siento haber tenido que advertirte, pero no quería preocupar al abuelo. Últimamente no se ha encontrado demasiado bien.
–Por supuesto. Lo comprendo.
Él asintió y se alejó. Elaine observó su alta figura, preguntándose si estaría preocupado por la responsabilidad de tener que asumir el liderazgo del imperio Brodey. Pero sospechaba que Calum no sentiría ninguna ansiedad. Parecía capaz de hacer cualquier cosa que se propusiera, y sospechaba que tampoco carecía de la rudeza necesaria para hacerlo.
A continuación, Elaine se ocupó de comprobar que todo había quedado limpio y recogido y de que se pagara a los empleados, entre los que se distribuyeron la comida y las botellas de vino sobrantes. Sólo entonces se relajó y fue a su dormitorio.
Se había dispuesto que se quedaran en el palacio durante su estancia en Portugal, y le habían asignado una agradable habitación que daba a uno de los jardines. Probablemente, aquella habitación era utilizada en tiempos pasados por sirvientes de algún invitado de alta alcurnia, pensó Elaine cuando se la mostraron por primera vez. No tenía aire acondicionado ni calefacción, pero sí unas contraventanas que podían cerrarse para mantenerla fresca en verano y una chimenea para el invierno.
Los dos empleados que habían acudido con ella, ambos hombres, uno chef y el otro encargado de camareros, ocupaban habitaciones similares, y estaban echando una siesta después del duro trabajo de la mañana. Agradecida por poder descansar, Elaine tomó una ducha y se vistió con una cómoda falda y una camisa. Luego sacó una silla al jardín y se sentó a leer un rato al sol. No vio a ningún miembro de la familia hasta que el teléfono interno de su habitación sonó y Calum le dijo que quería verla.
Lo encontró en su estudio, una gran habitación equipada con todo lo último en tecnología de comunicación y que Calum había puesto a su disposición para trabajar durante esa semana. Estaba apoyado contra el escritorio y le dedicó una sonrisa cuando la vio entrar.
–Me temo que esta noche habrá un invitado más para cenar. Espero que eso no estropee tu planificación.
–En absoluto –Elaine se dirigió a la mesa que Calum había hecho instalar para ella y tomó la carpeta con los detalles para la cena–. ¿Es un invitado o una invitada?
–Una invitada –Calum se acercó a ella para ver el diagrama de la disposición de los invitados en torno a la mesa–. ¿Dónde la colocamos?
Elaine era consciente de su cercanía, de su fuerte masculinidad, pero apartó rápidamente aquel pensamiento de su cabeza, como se había acostumbrado a hacer durante los tres últimos años.
–Aquí, supongo, al final de la mesa. Cerca de Chris –dijo él, señalando el lugar con un dedo–. Es la joven protagonista del incidente de hoy –explicó–. Francesca y yo hemos pensado que sería buena idea invitarla a cenar.
–¿Cómo se llama? Tendré que preparar una tarjeta para ella.
–Tiffany Dean.
Elaine tomó nota y luego sacó una tarjeta en la que escribió el nombre con una elegante caligrafía, especialmente pensada para aquella clase de trabajo. Esperaba que Calum se fuera, pero éste se acercó a su escritorio a recoger algunos mensajes que habían llegado por fax. Tras leerlos, dijo:
–La comida ha ido muy bien. El único fallo ha sido que faltara un sitio.
Elaine estuvo a punto de decirle que estaba segura de que se había presentado un invitado de más, pero se contuvo. Era un detalle sin importancia, aunque no le gustaba que se cuestionara en lo más mínimo su profesionalidad. Pero, según le habían enseñado, en aquellas circunstancias el cliente siempre tenía razón, aunque, en ocasiones, estuviera totalmente equivocado.
–Respecto a la fiesta en la quinta –dijo–, ¿sabes ya con exactitud el número de invitados que habrá?
Calum sonrió.
–No, pero creo que Francesca tiene una lista. ¿Por qué no vamos a pedírsela?
Elaine fue con él al salón que más utilizaba la familia, pero Francesca no estaba allí, ni en la terraza que daba al jardín.
–Vamos a beber algo mientras la esperamos, ¿de acuerdo?
Calum entró en el salón y Elaine se sentó en la mesa de la terraza. Observó a Calum mientras abría expertamente una botella de vino. Sin duda, era un hombre con un atractivo especial, no sólo para las mujeres, sino para las personas en general. En teoría, su arrogancia debería haber impedido que fuera así, pero también sabía ser encantador con todo el mundo y tenía una sonrisa capaz de desarmar a cualquiera. Sin dejar de mirarlo, se preguntó por qué no estaría casado, y si el sociable rostro que mostraba al mundo sería su verdadera personalidad.
Calum se volvió en ese momento con los vasos en la mano y vio a Elaine mirándolo. Su ceja izquierda se elevó ligeramente. Avergonzada, ella se ruborizó un poco, y enseguida se enfadó consigo misma por ello.
–Los jardines del palacio son preciosos –dijo, cuando Calum salió a reunirse con ella.
–Son el orgullo y la alegría de mi abuelo.
–¿Pero no el tuyo?
Calum se encogió de hombros.
–Me intereso por ellos, por supuesto, y me gusta que tengan buen aspecto, pero me temo que apenas sé nada sobre el tema. ¿Y tú?
–Durante una época me gustó mucho ocuparme del jardín de casa –contestó Elaine, alegrándose de tener una excusa para volver la vista hacia el jardín–, pero luego me trasladé a un piso y tuve que conformarme con tener algunas plantas. De todas formas, no puedo ocuparme demasiado de ellas, porque suelo pasar mucho tiempo fuera.
–¿Viajas mucho a causa de tu trabajo?
–Sí, pero sobre todo en Inglaterra. Sólo hace unos meses que hemos empezado a trabajar también en Europa.
La pregunta de Calum había sido amable e intrascendente, y la respuesta de Elaine había seguido la misma línea, haciendo que el embarazoso momento anterior quedara rápidamente olvidado. Pero la siguiente pregunta de Calum la tomó desprevenida.
–Tengo entendido que eres viuda.
La expresión de Elaine se endureció.
–Sí –su respuesta fue breve y tajante, no porque aún estuviera especialmente sensibilizada respecto al tema, sino porque ya sabía por experiencia a dónde conducía normalmente aquella pregunta. Se reprendió interiormente por haberse quedado mirando a Calum como una tonta, por haberle dejado creer que tal vez se sentía atraída por él.
Esperó la inevitable proposición que solía seguir a aquella pregunta, dispuesta a decirle de modo tajante que se olvidara de ella, aunque eso le costara el trabajo. Pero Calum dijo:
–¿Y has sacado adelante tu negocio sola?
–Sí.
–Pues lo has hecho muy bien. Imagino que no debe haber sido una época fácil.
Confundida, preguntándose si se habría equivocado, pero aún cautelosa, Elaine dijo:
–Sí. Lo peor fue al principio.
Calum la miró con gesto expectante, como esperando que se extendiera más sobre el tema, pero en ese momento salieron a la terraza Francesca y Tiffany Dean. Un brillo de evidente interés iluminó momentáneamente la mirada de Calum, que se acercó de inmediato hacia ellas.
–¿Tienes más instrucciones para Elaine referentes a la fiesta en la quinta, Francesca? –preguntó.
Francesca asintió, aunque de evidente mala gana, y cuando fue con Elaine al cuarto de estar, permaneció junto a la puerta para poder mirar a Calum, que se había sentado junto a Tiffany en la terraza. Parecía distraída, y su comportamiento confundió a Elaine hasta que comprendió a qué se debía la actitud de su amiga. ¿Sentía celos Francesca del interés que estaba mostrando Calum por Tiffany? Francesca le había hablado a menudo de su primo, pero a Elaine nunca se le había ocurrido pensar que sintiera por él algo más que afecto. Al ver que Francesca estaba a punto de salir con ánimo de confrontar a la pareja, dijo rápidamente :
–¿Sabes cuántos cantantes y bailarines de fado habrá en la fiesta?
De evidente mala gana, Francesca miró una lista que sostenía en la mano.
–Más o menos veinte –contestó, y luego añadió–: Pero también hay que contar con los toreros y sus asistentes.
Elaine la miró con gesto de incredulidad. No sabía que la fiesta iba a incluir esa clase de diversión.
–¿Toreros?
Francesca la miró y sonrió.
–Oh, no te preocupes. Aquí, en Portugal, no se mata a los toros. De hecho, está prohibido.
–¿Y los pobres caballos?
–Van a torear a pie. Es casi como un ballet –explicó Francesca, pacientemente–. Deberías verlo. Te gustará.
Decidiendo mentalmente que lo haría, Elaine tomó nota en su cuaderno. Iba a hacer otra pregunta, pero Francesca había vuelto de nuevo su atención hacia la terraza, donde Calum estaba riendo por algo que había dicho Tiffany. El rostro de Francesca volvió a mostrar un evidente enfado, pero justo en ese momento, su primo Chris entró en el salón y ella le dio una silenciosa, pero expresiva orden con la mirada para que saliera a interrumpir a los otros dos.
Chris frunció el ceño, pero obedeció, y fue interesante comprobar cómo se enfadó Tiffany, aunque lo ocultó rápidamente y Calum no se dio cuenta. Al parecer, pensó Elaine, había dos mujeres interesadas en el heredero del imperio Brodey. Aunque, para ella, ninguna era adecuada. Los Brodey eran una familia tan unida que un matrimonio entre primos sería casi como un incesto. En cuanto a Tiffany… lo cierto era que no parecía apropiada para el papel.
Se dio cuenta de que Francesca la estaba mirando.
–Oh, lo siento.
Pasaron diez minutos más hablando de los detalles de la fiesta y luego Francesca salió a reunirse con los demás.
Elaine volvió al despacho de Calum y escribió una lista detallada de todo lo que haría falta para la fiesta de los trabajadores. Haría falta más vajilla, especialmente vasos para los barriles de vino que se abrirían. Iba a ser necesario llamar a la empresa local que los surtía, y no había ningún empleado en ella que hablara inglés. Volviendo a tomar la lista, Elaine regresó al salón para pedirle a Francesca que llamara por ella.
Chris y Tiffany se habían ido, dejando a los otros dos primos solos. Estaban sentados en el pequeño muro que rodeaba la terraza y Calum pasaba un brazo por encima de los hombros de Francesca. Mientras se acercaba, Elaine vio que Francesca dedicaba a su primo una sugerente mirada. Calum la atrajo hacia sí y la besó. No lo hizo en la boca, sino en la frente, pero los ojos de Francesca expresaron la evidente atracción que sentía por él.
Calum le dijo algo, luego alzó la mirada y vio a Elaine. De inmediato, soltó a Francesca y se levantó.
–Elaine ha vuelto a buscarte –dijo.
¿Había un tono de advertencia en su voz? Elaine no estaba segura.
Después de que Francesca hiciera la llamada, Elaine volvió a la cocina, preguntándose si los primos tendrían una aventura. ¿Sería ese el motivo por el que Calum no se había casado? ¿Porque estaba enamorado de Francesca? Pero ambos eran libres, de manera que, ¿qué los detenía? A menos que su abuelo se lo hubiera prohibido expresamente por su cercana relación familiar… ¿Pero qué importaría eso a dos personas tan autosuficientes y seguras de sí mismas? Si querían a su abuelo, tal vez les importara, supuso Elaine. O si temían quedarse fuera del testamento…
Tras asegurarse de que todos los preparativos para la cena estaban listos, fue al comedor a poner las tarjetas con los nombres en sus respectivos lugares. Pasó largo rato preparando la mesa y organizando un precioso centro de flores que el jardinero le había llevado. Cuando terminó, la mesa parecía una auténtica obra de arte.
Más tarde, aquella noche, una vez acabada la cena, Elaine echó un último vistazo al comedor y fue al vestíbulo. La puerta se abrió y Calum pasó al interior. Elaine sabía que Calum había llevado a Tiffany a casa. Podía haber enviado al chófer, pero lo hizo él personalmente. Habría sido un mero detalle de amabilidad, o acaso le gustaba la chica. Desde luego, no se había entretenido demasiado; sólo había estado fuera el tiempo suficiente para llevarla y regresar. Aquel pensamiento complació extrañamente a Elaine.
Calum le dedicó una inquisitiva mirada a la vez que señalaba con un gesto de la cabeza las carpetas que Elaine llevaba en un brazo.
–¿Aún estás trabajando?
–Sólo quiero comprobar unas cosas.
–¿Sobre el bicentenario? ¿Puedo ayudarte? –preguntó él, señalando con una mano hacia la biblioteca.
–No –dijo Elaine rápidamente–. Es para otro trabajo que me espera en Inglaterra.
–Debes aprender a delegar responsabilidades en otros –dijo Calum con una encantadora sonrisa–. ¿Qué te parece si tomamos algo antes de retirarnos?
Elaine dudó, preocupada, preguntándose si Calum habría hecho ese ofrecimiento por mera educación o porque le apetecía. Pensó que tal vez no sería muy prudente aceptar; Calum no sólo era su jefe en aquellos momentos, sino que también era un hombre muy carismático. Esa tarde la había atrapado mirándolo y podría pensar que se sentía atraída por él. Era posible que intentara seducirla… Su mente se llenó de confusión y tuvo que hacer un esfuerzo por mantener la calma. «¡Tonta!», se reprendió al instante. «Calum acaba de volver de llevar a otra mujer a casa y esta tarde estaba besando a Francesca».
–Gracias –dijo, en tono ligero–. Pero es muy tarde.
Calum le dedicó una lenta sonrisa y Elaine tuvo la sensación de que podía leer en ella como en un libro abierto. Un libro que había leído muchas veces y cuyo texto se sabía de memoria. ¿Tendría tanta experiencia con las mujeres como parecía?
–Por supuesto. E imagino que aún tendrás trabajo entre manos, ¿no?
Elaine creyó detectar cierta ironía en su voz y se despidió precipitadamente. Luego, fue rápidamente a su dormitorio. Cuando se sentó ante el escritorio y abrió las carpetas, comprobó que no era capaz de concentrarse. Fue hasta la ventana y miró el exterior de la casa. ¿Se habría ido Calum ya a la cama o estaría tomando una última copa? ¿Y en quién estaría pensando mientras sostenía la delicada copa de cristal entre sus largos y capaces dedos? ¿En ella o en Tiffany Dean?
Un coche pasó bajo su ventana en dirección al garaje y Elaine reconoció a Francesca al volante. Al parecer, todo el mundo estaba ocupado esa noche.
A la tarde siguiente iba a haber una fiesta para los empleados locales de la empresa Brodey en sus bodegas de Oporto. Elaine ya había estado allí una vez para decidir la distribución de la mesa, y pidió que hubiera un coche disponible para llevarla allí de nuevo al día siguiente por la mañana. A la hora acordada salió de la casa, con su vestimenta habitual de trabajo, pantalones con un jersey sobre una camisa de algodón y el pelo sujeto en un moño trasero, esperando encontrar a uno de los chóferes aguardándola. En su lugar, encontró a Calum junto a su coche y sin chófer.
Dedicándole su habitual y amable sonrisa, dijo:
–Yo también tengo que ir a la bodega y he pensado llevarte personalmente.
–Gracias –dijo Elaine–. Espero no haberte tenido esperando.
–En absoluto.
Calum abrió la puerta del coche para que ella pasara y luego ocupó su asiento tras el volante. Mientras se ponía las gafas de sol, Elaine notó que estar a solas con Calum le ponía un poco nerviosa, de manera que hizo un comentario intrascendente sobre el tiempo, logrando mantener una insustancial conversación hasta que llegaron a la ciudad, donde Calum tuvo que concentrarse debido al tráfico. Elaine observó con disimulo su duro perfil, los altos y prominentes pómulos, la voluntariosa mandíbula, tratando de captar la personalidad que había tras aquel rostro. Sin duda, era un hombre muy varonil, que no se andaba con tonterías y que probablemente tendría mucho mal genio si se enfadaba. Reconocía el tipo. Neil estaba en los Marines, y muchos de sus superiores eran así. Después de hablar con Calum varias veces por teléfono, Elaine había llegado a la conclusión de que era un hombre autoritario, pero al conocerlo personalmente se llevó una sorpresa; no esperaba encontrarse con un hombre tan joven y tan atractivo.
Elaine apenas había tenido alguna cita desde que murió Neil, aunque no le habían faltado oportunidades… oportunidades para mucho más que una mera cita. Su rostro adquirió una expresión de seriedad al recordar algunas de las ofertas que había recibido. Y varias, de los supuestos amigos de Neil.
–Ya estamos –mientras entraban en la explanada de la bodega, Calum miró a Elaine–. ¿Sucede algo?
–¿Qué? Oh, no. Estaba… pensando.
Calum frunció el ceño.
–Aquí debes sentirte muy sola. Debería haberlo tenido en cuenta.
–Oh, no… por favor –dijo Elaine, preocupada–. Estoy perfectamente. En serio.
Él la miró un momento y luego le dedicó una de sus encantadoras sonrisas.
Sin devolvérsela, Elaine salió rápidamente del coche para ocultar el rubor que tiñó sus mejillas.
Calum llamó a una de las chicas que atendía la sección de ventas y que hablaba inglés para que fuera su traductora, y Elaine se puso a trabajar de inmediato.
Calum estuvo en su despacho casi toda la mañana, pero fue a buscarla hacia las doce. La encontró ante las enormes puertas de la bodega, donde se cargaban y descargaban los barriles, supervisando la llegada de todas las sillas que había sido necesario alquilar para esa tarde, las mismas que se habían usado en el palacio el día anterior, y que al día siguiente serían llevadas a la quinta en un camión.
–Voy a almorzar algo y me preguntaba si te apetecería venir conmigo.
Elaine apartó la mirada de la carpeta que sostenía en la mano, y, tratando de ocultar su sorpresa, le dedicó una educada sonrisa. «Cuando un cliente te invita a almorzar, aceptas», se recordó.
–Necesito lavarme las manos. ¿Puedes esperar cinco minutos?
Calum asintió.
–Estaré en mi despacho.
Elaine dejó a cargo a Net Talbot, el camarero que había contratado para aquel trabajo, fue a refrescarse y a ponerse un poco de maquillaje y luego se reunió con Calum. Este la llevó a uno de los numerosos restaurantes que había junto al río. Se sentaron en una especie de muelle que se adentraba un poco en el río, a una mesa con un brillante mantel rojo. A pesar de que estaban en primavera, hacía bastante calor.
–Estos lugares están especializados en pescados del día –dijo Calum–. No debes perder la oportunidad de probar uno.
–Me temo que tendrás que traducirme el menú.
Él se inclinó hacia adelante, señalando con el dedo mientras traducía los platos. Estaba sentado frente a ella y su rodilla la rozó.
Elaine apartó las piernas a un lado, pero sintió una descarga de sexualidad que la sorprendió y la inquietó. Aunque Calum tuviera algún interés, no era hombre para ella. Se preguntó por qué la había invitado a comer… ¿por amabilidad, tal vez? Entonces recordó el comentario que había hecho Calum sobre lo sola que podía sentirse. En ese caso, lo había hecho sintiéndose obligado, apiadándose de la pobre viuda a la que había contratado. Sintió una inmediata punzada de rabia. No necesitaba ni quería su compasión. Tenía su propio negocio y su propia vida; sin duda, había muchas personas en el mundo por las que sentir piedad antes que por ella.
–Tomaré ese –dijo, secamente, interrumpiendo a Calum.
Él fue a decir algo, pero cerró la boca al ver la llamarada de furia que asomó a los ojos de Elaine.
–Er… sí, por supuesto –dijo, al cabo de un momento–. Y creo que tomaremos un vinho verde para acompañar –llamó al camarero, encargó la comida y luego miró a Elaine.
Pero ella ya había recuperado el control. Había un despreocupado interés en su mirada cuando señaló unos viejos barcos cargados de barriles de vino.
–¿Navegan realmente, o sólo están amarrados para que los vean los turistas?
–Oh, sí, aún navegan. Cada año organizamos una carrera desde la desembocadura del río hasta el muelle principal. Todas las compañías del puerto compiten y hay fiesta en la ciudad; mucha bebida y fuegos artificiales por la noche.
–¿Habéis ganado alguna vez?
Calum sonrió.
–Más de una. Mis primos siempre vienen para la carrera y pilotamos el barco con algunos hombres de la compañía.
–¿Participáis personalmente en la carrera? –preguntó Elaine, sorprendida. Por algún motivo, no imaginaba a Calum en una situación como aquella.
–Claro. El abuelo empezó a llevarnos con él en cuanto tuvimos edad suficiente. Desafortunadamente, ahora es demasiado mayor para participar.
Había verdadero pesar en la voz de Calum, y Elaine comprendió que estaba realmente encariñado con el viejo patriarca.
–Es una pena –murmuró.
Él asintió, pero enseguida sonrió de un modo tan diferente al habitual que desconcertó a Elaine.
–Sí, pero siempre viene a animarnos, y creo que gasta más energía haciéndolo que si estuviera en el barco.
El camarero llevó el vino y Calum se volvió, permitiendo que Elaine se maravillara por el cambio experimentado en él. ¿Cuál sería el verdadero carácter de aquel hombre? Enseguida apartó aquel pensamiento. ¿Qué importaba cómo fuera Calum Brodey? Sólo era un cliente con el que debía ser amable y al que debía dejar satisfecho con su trabajo, que, por cierto, estaba muy bien pagado. Cómo fuera o dejara de ser no era asunto suyo, aunque, cuanto más lo conocía, más interesante le parecía.
Unos minutos después, Elaine averiguó que lo que había pedido eran calamares cocinados con jamón, cebolla y salsa de tomate. Durante la comida, Calum le contó la historia de las bodegas, y, por tanto, de su propia familia. Hizo que la historia resultara fascinante, describiendo con maestría los problemas que tuvieron sus antepasados al acudir a aquella tierra.
–Deberías escribir un libro sobre tu familia –dijo Elaine.
Él la miró con interés.
–¿Tú crees? Tenemos todos los papeles de la familia en casa, por supuesto, pero nadie se ha puesto nunca a cotejarlos. Supongo que estamos tan acostumbrados a las historias que las damos por ciertas sin pensarlo.
–Creo que sería un libro muy entretenido.
–Puede que tengas razón –Calum se encogió de hombros antes de añadir–: Pero me temo que no tendré tiempo para hacerlo.
–¿No tiene tiempo libre tu abuelo?
Elaine captó toda la atención de Calum con aquella pregunta.
–¿Mi abuelo?
–Supongo que él sabe más que ningún otro sobre la historia de la familia. Él podría escribirla. Resultaría interesante para la familia y resultaría muy útil para cualquiera que quisiera escribir la historia de la empresa Brodey.
–Es una idea excelente. Estoy seguro de que el abuelo se sentirá bastante deprimido cuando pase esta semana, así que esperaré a planteárselo entonces. Eso le dará un nuevo interés y algo en que ocuparse –dedicando a Elaine una cálida sonrisa, Calum añadió–: Gracias por la idea.
Ella se encogió de hombros.
–Lo que me ha dado la idea ha sido tu forma tan amena de contar las historias de la familia.
Un rato después, Calum miró su reloj.
–Será mejor que te lleve de vuelta a la bodega. Yo tengo que volver a casa esta tarde.
–¿Vas a trabajar en tu despacho? –preguntó Elaine–. Estoy esperando un fax y me preguntaba si podrías llamarme por teléfono para leérmelo.
–Arreglaré las cosas para que alguien se ocupe de hacerlo. Estoy esperando una llamada de Tiffany y puede que esté ocupado.
–Oh, por supuesto.
De manera que tenía una cita con Tiffany, pensó Elaine. De todos modos, le sorprendió que fuera por la tarde y en la casa. Había supuesto que Calum llevaría a sus citas a comer o cenar fuera. Entonces recordó que era una figura conocida en Oporto y que tal vez no quería ser visto tan pronto con Tiffany en público.
Calum la dejó en la bodega y enseguida se marchó. Elaine lo observó mientra se alejaba en su elegante coche para acudir a su cita. ¿Habría encontrado el amor de su vida?, se preguntó. ¿La rubia inglesa que exigía la tradición familiar? Fuera como fuese, no era asunto suyo.
Encogiéndose de hombros, Elaine entró en la bodega para seguir trabajando. Pero, una vez más, notó que le costaba concentrarse en su tarea, y tuvo que darse un zarandeo mental para quitarse a Calum de la cabeza.