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2. ¿Qué es un ukelele? Breve historia del instrumento y algunas curiosidades

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¿Qué es un ukelele? Esta pregunta puede invitar a hacernos otras: ¿de dónde viene? ¿A qué familia de instrumentos pertenece? ¿Qué papel ha jugado en el devenir de la música desde su aparición?

Aunque es posible que te plantees también otra pregunta: ¿Y por qué necesito saber yo todo esto? Bien, pues quizás porque como te dispones a empezar a tocar un instrumento nuevo y vas a pasar mucho tiempo con él, mejor que te empiece a caer bien de entrada. Y una buena manera de empezar a crear un vínculo afectivo entre el ukelele y tú es averiguar qué tienes entre manos.

De todas las preguntas, la más sencilla de responder es la relativa a la familia: el ukelele es un instrumento de cuerda pulsada, de la familia del laúd.

La pregunta acerca de su origen es un poco más laboriosa de responder. La historia del ukelele es relativamente reciente y su expansión se ha producido a una velocidad vertiginosa. Al contrario de lo que sostienen algunos tradicionalistas hawaianos, el ukelele no se ha tocado en las islas del archipiélago desde los albores de los tiempos. Todo parece indicar que podemos fechar con bastante exactitud la génesis del ukelele y quiénes fueron sus padres.

Manuel Nunes, José do Espírito Santo y Augusto Días eran tres lutieres de la isla de Madeira (Portugal). El archipiélago era parada obligatoria en la travesía atlántica para abastecerse de agua potable y alimentos frescos. Madeira también disponía, como su topónimo nos indica, de una gran reserva natural de madeira, y no es de extrañar que a lo largo de los siglos floreciera una discreta industria de construcción de instrumentos, concretamente instrumentos pequeños y transportables, lo suficiente como para que un marinero pudiera colgarlos del gancho de la hamaca en su travesía.

No deja de ser curioso que nuestros tres lutieres de Madeira viajaran hasta el punto más lejano al que podían viajar en este planeta y que su destino final fuera otra isla: Hawái, adonde llegaron a finales de agosto de 1879. Escogieron bien, ya que allí encontraron un entorno muy favorable, pues la música autóctona no disponía de ningún instrumento de cuerda pulsada. Además tuvieron la suerte de contar con el apoyo del penúltimo monarca hawaiano, el rey Kalakaua, que al parecer gobernaba con cierta desidia pero se dedicaba en cuerpo y alma al mecenazgo y promoción de las artes tradicionales del archipiélago. El rey Kalakaua murió en 1891, y en 1893 un golpe de estado introdujo en Hawái la república, que no fue otra cosa que un subterfugio para acelerar la anexión a los EE. UU. Tan poco sutil fue la injerencia que, en 1993, el presidente Bill Clinton firmó una «resolución de disculpa» en la que pedía perdón por del derrocamiento del reino y su posterior anexión fuera del amparo de la ley.

Desde Madeira, los portugueses trajeron unas pequeñas guitarras de cuatro cuerdas llamadas machetes o cavaquinhos que gozaron de un éxito extraordinario en Hawái. Sin embargo, cuando empezaron a producirlos en la isla con los materiales autóctonos, se vieron forzados a introducir algunos cambios en su diseño. Dado que no había mucho donde escoger en cuanto a maderas locales, se decidieron por utilizar la de koa (un tipo de acacia que hoy en día está muy cotizada para la construcción de ukeleles).

Como esta madera se deterioraba rápidamente bajo la tensión de las cuerdas metálicas que se utilizaban en el cavaquinho, se optó por una afinación más grave y «reentrante» (la cuerda más grave se subió una octava) y por el uso de cuerdas de tripa (que hoy en día se han sustituido casi completamente por cuerdas de nailon o fluorocarbono). Así nace el ukelele, a través de un rediseño del cavaquinho portugués con madera hawaiana. En los años siguientes, su ascensión será meteórica. No es de extrañar que le pusieran el nombre de «ukulele» o «ukelele», que literalmente significa «el regalo que vino hasta aquí». Seguramente el ukelele es el mejor embajador que ha tenido y que jamás tendrá la cultura hawaiana.

El salto hacia el continente americano llega en 1915, cuando se celebra en San Francisco la Panama-Pacific International Exposition, organizada para celebrar (y promocionar) la reciente inauguración del canal de Panamá. De repente, el Atlántico y el Pacífico quedan conectados en una latitud muy propicia para que Hawái se convierta en un enclave privilegiado de las nuevas rutas marítimas que se abren hacia Asia y Oceanía.

Por tanto, tiene cierta lógica que Hawái se presentara a lo grande en aquella feria. En el pabellón hawaiano hubo conciertos por parte de George E. K. Awai y su Royal Hawaiian Quartet. También compareció el constructor y virtuoso del ukelele John Kumalae.

Decir que el ukelele causó sensación es poco. En cuestión de meses, los compositores que trabajaban en el bullicioso Tin Pan Alley de Nueva York —la meca de la música popular— ya estaban componiendo canciones con y para ukelele. No tardaron en adaptar el instrumento a sus necesidades. Una de las cosas de las que se dieron cuenta enseguida fue que los matices de algunos acordes de jazz no se apreciaban en la escala del ukelele hawaiano, por lo que decidieron alargar la escala del instrumento. Así nació el ukelele «tamaño concierto» y, un poco más tarde, el «tenor».

En los años veinte, la expansión del ukelele es fulgurante. En Japón llega hacia finales de la década, por no hablar de Europa, adonde muchos visitantes de la feria de San Francisco regresan encandilados. Incluso mi abuela, perdida en una remota zona rural de Alemania, tiene un ukelele a finales de los años veinte, y con él bajo el brazo se marcha a hacer de au pair a Escocia.

Después de la Segunda Guerra Mundial, la introducción masiva del plástico lo cambiará todo. No solo cambiará nuestra manera de consumir, vestir y comer, sino que también influirá en cómo se fabricarán los instrumentos musicales a partir de ese momento, cuya producción pasará de artesanal a industrial. Está claro que la mecanización y automatización del proceso de fabricación le restaron romanticismo y calidad al acabado, pero permitió que el instrumento pudiera venderse a un precio muy inferior.

Mario Maccaferri fue pionero en la introducción del plástico en el mundo de la música. Este guitarrista, lutier e inventor, que se hizo famoso por diseñar la guitarra favorita del legendario Django Reinhardt, introduce el ukelele «Islander», fabricado en plástico inyectado a partir de 1949. En 1969 —cuando se interrumpe la producción— había vendido millones de unidades. Su atractivo precio —5,95 dólares de la época— fue determinante para el éxito1.

Desde Marilyn en Con faldas y a lo loco, hasta Elvis en su serie de películas hawaianas de los años sesenta, Hollywood incorpora el ukelele y el exotismo de la cultura hawaiana hasta convertirlos en un auténtico fenómeno popular.

La Cocktail Nation de finales de los años cincuenta recibe con los brazos abiertos ese exotismo y lo transmuta en una versión libre y occidentalizada que llegará hasta nosotros como telón de fondo de la música lounge con el nombre de «cultura tiki».

Este nuevo auge en la popularidad del archipiélago a finales de los cincuenta también tiene un trasfondo político. El 21 de agosto de 1959, Hawái se convierte en el 50.º estado de la Unión. No es de extrañar que Hollywood se vuelque en la promoción de las islas y en 1961 se estrene Blue Hawaii (Amor en Hawaii, en España), en cuyo póster promocional podemos ver a Elvis tocando un ukelele soprano enfundado en unos shorts… muy ajustados y muy cortos.

El subtexto de la película nos dice que, si eres joven y pretendes estar a la última, no te queda más remedio que ir a Hawái. Y si os van estas cosas, sabed que tanto el uke que utilizó Elvis en Blue Hawaii como el de Marilyn en Con faldas y a lo loco eran de la marca Martin, famosa por sus guitarras desde el siglo XIX y que empezó a producir ukeleles en los años veinte. El de Elvis se subastó en 2015 por 10.379 dólares norteamericanos. Aunque en ambos casos no se puede ver la marca a simple vista, ya que el de Marilyn lo pintaron completamente de blanco y el de Elvis tenía el logo oculto. Sospecho que en el caso de Marilyn se trata de una cuestión estética: en una película en blanco y negro, un ukelele marrón casi no se ve. Pero en el de Elvis, parece bastante factible que su mánager, el temido coronel Tom Parker (que ni era coronel ni se llamaba Tom Parker), ordenara borrar el logo. Si el coronel no daba gratis ni los buenos días, menos una promoción de primera a una marca de instrumentos.

Así es como el ukelele se convierte en un accesorio básico de la vida americana entre los años treinta y principios de los sesenta. Sin embargo, en la década de la paz y el amor, muere de éxito: se convierte en un objeto demasiado mainstream para una juventud que de una manera un poco reduccionista podemos dividir en dos grupos: los fans del rock y los fans del folk. Para los primeros, el uke no es suficientemente ruidoso, y para los segundos —que se toman muy en serio a sí mismos—, es un objeto de consumo masivo; más que un instrumento de verdad, lo consideran un juguete. Lo que sí comparten ambos grupos es la percepción del ukelele como un objeto de las fiestas de cócteles que montaban sus padres; algo carca y poco moderno. Aunque Elvis empuñe un ukelele, la gente joven prefiere al Elvis rockero del 57 que al romanticón del 62. De hecho, el propio Elvis reniega de esa etapa con su Comeback Special de 1968, un programa especial de televisión para la NBC donde renace como rockero embutido en cuero negro. La estocada definitiva se produce en 1969, con el festival de Woodstock, donde los rockeros y los folkies se dan de la mano para celebrar el advenimiento de la amplificación eléctrica tal y como la conocemos hoy en día. En ese momento, los equipos ya tienen diez veces más potencia que los que utilizaban los Beatles a mediados de la década en sus conciertos multitudinarios. Ese mismo año se interrumpe la producción del mítico Maccaferri «Islander».

Aunque si en EE. UU. el ukelele decae seriamente a finales de los años sesenta, en Canadá es introducido como instrumento vehicular para el aprendizaje musical, en sustitución de la flauta dulce, lo que me hace pensar que, si Dios existe, posiblemente sea canadiense. En el capítulo 4, cuando tracemos una breve panorámica por la teoría musical, también desgranaremos las razones por las que el ukelele es una excelente herramienta educativa, bastante superior a la flauta dulce.

El caso es que a finales de los años sesenta el ukelele entra en un estado casi vegetativo, aunque sigue reapareciendo aquí y allá, sobre todo en bandas de Dixieland, hasta que en los primeros años del nuevo milenio nos lo volvemos a encontrar en la calle y, sobre todo, en internet.

Muchos ukelelistas se han convertido en bloggers o youtubers, contribuyendo a fomentar notablemente su difusión.

Si tecleáis «ukelele + tutorial + [el título de cualquier canción que se os ocurra]» en YouTube, con casi absoluta seguridad encontraréis algún resultado.

Lo siguiente que os preguntaréis es, «pero si está todo en YouTube, ¿por qué debería leer este libro?». Pues porque YouTube es maravilloso, pero al igual que el resto de internet, padece el problema de la fragmentación. Es cierto que está todo (bueno, casi), pero no está ordenado; hay que saber qué estas buscando y en qué orden hacerlo.

Este libro debería servir para sentar unas bases, ayudarte a crear una estructura mental de cómo funciona la música y cómo la hacemos funcionar con el ukelele. Debemos tener en cuenta que el ukelele es un instrumento pensado para acompañar la voz. Así que también cantaremos. A partir de aquí, puedes seguir explorando en la dirección que más te apetezca. Cuando sepas qué estas buscando, ese será el momento de tirarse de cabeza a YouTube.

Sería injusto cerrar este breve repaso histórico sin mencionar a la última hornada de ukelelistas que están marcando la pauta ahora mismo. He obviado muchos nombres de intérpretes históricos por darle fluidez al texto, y también lo haré en esta parte final, pero creo que debería acabar nombrando al menos a dos contemporáneos que os encantarán. Tampoco descarto que hayas adquirido este manual por haber visto algún vídeo suyo. ¡Confiesa! Me refiero a Jake Shimabukuro y James Hill. Del primero os recomiendo encarecidamente la versión de «Bohemian Rhapsody» de Queen, y del segundo la versión de «Billie Jean» de Michael Jackson. Ya os adelanto que lo que hacen estos tipos es «nivel Jedi». Lo que tocan solo es posible gracias a una meticulosa práctica, muchas horas de ensayo durante años y un instrumento de primerísima calidad. Y cada uno representa una escuela diferente: Shimabukuro apuesta por versiones puramente instrumentales, en las que toca melodía y acompañamiento a la vez. Suena un poco como Stanley Jordan con la guitarra, pero sin usar las dos manos en el mástil, excepto en momentos puntuales. En cambio, James Hill, que viene del sistema canadiense, se dedica a llevar al extremo lo de acompañar la voz con el ukelele. Interpreta diferentes líneas de instrumentos y añade percusión; todo a la vez y con un solo instrumento. Sería el equivalente a hacer juegos malabares, empezando con una bola, luego dos y finalmente tres, y Hill lo hace para ponerlo al servicio de la voz. Tampoco es que sea un cantante excepcional: lo que es excepcional es cómo se acompaña.

Me gustaría hacer una última distinción antes de cerrar este capítulo y entrar en materia. Ya hemos dicho que en los años veinte se introdujeron dos tipos de ukelele: el concierto y el tenor, tras lo cual el de tamaño estándar o hawaiano empezó a conocerse también como «soprano». ¿Qué diferencia hay entre ellos? El tamaño. El soprano es el más pequeño de la familia, el concierto es el mediano y el tenor, el mayor. Hay más tamaños de ukelele, uno más pequeño: el sopranino, y un par más grandes: el barítono y el bajo. Pero nos quedaremos con los tres primeros, ya que se afinan igual y son los más comunes. Tendréis que escoger cuál de ellos es el más adecuado en relación al tamaño de vuestras manos. Ya os avanzo que, a menos que tengáis unas manos muy grandes (tipo Jimi Hendrix), no tendréis problemas en tocar ninguno de ellos.

Además del tamaño, las distinciones las encontramos en el sonido: el soprano suena más compacto y seco, el concierto mas brillante y definido, y el tenor puede sonar casi como la parte alta de una guitarra y tiene un grave definitivamente superior al de sus hermanos menores. Cuanto más complejo sea lo que queráis tocar, más tenderéis a un tenor. Si queréis un sonido más crudo, para cantar canciones de folk, por ejemplo, el soprano os irá de maravilla, siempre y cuando no tengáis las manos de Hendrix… Con esto no quiero decir que no se puedan hacer cosas difíciles con el soprano: por ejemplo, va muy bien para tocar ritmos muy acelerados, ya que como la distancia entre las cuerdas es menor que en los otros dos ukeleles, el recorrido que tiene que hacer la mano derecha —la mano con la que habitualmente rasgueamos las cuerdas— también lo es. Para niñas y niños de entre cinco y diez años, recomiendo el soprano.

Sea cual sea el que escojáis o hayáis escogido, la siguiente pregunta es: ¿Y ahora qué?

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