Читать книгу Tu vida tu mejor negocio - Salvador Alva - Страница 6
ОглавлениеCUANDO observamos nuestra vida en el contexto del tiempo y el espacio, nos damos cuenta de lo insignificante que es nuestro paso por la tierra y, a su vez, de lo pequeño que es el planeta comparado con el universo.
Veamos en dónde estamos para dar un contexto. Cuando reparamos en el firmamento, lo que podemos ver se denomina constelación de Virgo. Está a una distancia de once millones de años a la velocidad de la luz (300,000km/s). Por cada estrella en el firmamento que podemos ver, hay veinte millones que no alcanzamos a distinguir.
En la constelación de Virgo hay aproximadamente dos mil galaxias; una de ellas es la Vía Láctea. Ahí está nuestro Sol, pero no es único, hay cerca de cien millones de cuerpos celestes como él. Para darnos idea de la magnitud de nuestra galaxia, basta con saber que tardaríamos aproximadamente cien mil años luz en recorrerla.
Ahora centremos la atención en lo que hoy conocemos como sistema solar. El Sol es de las estrellas más pequeñas (las hay hasta mil veces más grandes) pero es cien veces más grande que la Tierra; dicho de otra forma, la Tierra es solo un pequeño pedazo de roca volando alrededor del Sol.
Nosotros vemos pequeño al Sol, pero recordemos que está a una distancia de 150 millones de kilómetros. La Luna, de la que nos sentimos muy orgullosos por su conquista, es casi cuatro veces inferior en su diámetro a la Tierra y está a 384,000 kilómetros de nosotros.
Esta dimensión de tamaño y distancia nos proporciona una idea de en dónde estamos y de lo que representamos en el firmamento. Por un momento reflexionemos sobre nuestra localización en él; siendo la Tierra una pequeña roca, ¿qué nos queda para nuestros países y ciudades? Esto sin pensar en la casa en la que vivimos.
Ahora pasemos a la dimensión del tiempo que también es fascinante. La Vía Láctea se formó hace 10,000 millones de años; el Sol hace 4,600 millones, al igual que la Tierra. Se calcula que la primera célula de vida apareció hace más de 4,000 millones de años. Datos sobre los primeros dinosaurios los sitúan hace 228 millones de años, lo que explica por qué se generaron grandes reservas de hidrocarburos. Reservas que, por cierto, estamos casi agotando en muy pocas generaciones.
El primer ser humano apareció hace dos millones de años, pero veamos lo que esto significa en términos relativos. Supongamos por un momento que el promedio de vida de una persona ha sido de entre 25 y 30 años aproximadamente; esto quiere decir que han pasado alrededor de 70,000 generaciones de seres humanos. Y nosotros somos una de ellas, la última.
Si ponemos los 4,600 millones de años de historia de la Tierra en un calendario de 365 días, nos encontraríamos que el 17 de abril surgen las primeras bacterias, el 21 de noviembre el primer pez y hasta el 13 de diciembre aparecen los primeros dinosaurios, mismos que se extinguieron el 26 de diciembre. Y ustedes se preguntarán por el hombre, este aparece el 31 de diciembre a las 5:18 pm (hace solamente dos millones de años).
En el contexto del espacio, ya vimos que no somos mucho, pero lo mismo sucede con la dimensión del tiempo. La vida de un ser humano equivale a un grano de arena en la playa.
La primera pregunta que nos debemos hacer es por qué en esas 70,000 generaciones nos tocó nacer en esta última, la de mayor evolución y cambio histórico, ¿por qué no fue en la época de las cavernas o cuando fue inventada la rueda? ¿Qué significa que estemos aquí? ¿Por qué en esta generación? ¿Cuál es nuestra misión? ¿Qué legado queremos dejar?
Si no logramos responder a estas preguntas o simplemente no nos las hacemos, tendremos una vida sin sentido y propósito y será la corriente, como un río, quien la defina. Serán nuestros amigos, la publicidad, el medio ambiente y la sociedad en general quienes irán moldeándola; dependiendo de las circunstancias que se presenten, iremos tomando lo que se adapte más a nuestro gusto o a los valores que la sociedad nos vaya definiendo.
Esta época que nos tocó vivir está en conflicto todos los días, podemos definirla como la generación del cambio; la que unió, a través de la tecnología, a todos los seres humanos. Todas estas alteraciones repercuten en nuestra vida y originan la nueva enfermedad del siglo: el estrés.
El ser humano, por su naturaleza, no está habituado al cambio y aprende a través de la repetición de conductas; una vez que adopta patrones y rutinas los transmite a sus hijos, y así sucesivamente. Y esto lo notamos en la alimentación, la religión, las costumbres, etcétera. Romper estos comportamientos es muy difícil, a veces parece imposible. Tratemos de quitar el cigarro al fumador o intentemos modificar los valores en una sociedad.
Cuando todos los días nos enfrentamos a cambios y tenemos que adaptarnos a ellos se genera una tensión y resistencia que dificultan que nuestra vida fluya en armonía. Esto ocasiona múltiples enfermedades –resultado del estrés–. Una de estas afecciones es el cáncer, definida como una alteración en el sistema de reproducción de células, cuyas causas (aún en investigación) son el resentimiento, el abandono, el rechazo, la humillación, la traición o la injusticia.
Pensemos por un momento que nos hubiera tocado vivir en 3,000 a.C. Entonces la civilización mesopotámica era nómada, la vida era rutinaria y el invento de la rueda fue posiblemente el gran acontecimiento de la época. Sin embargo, no creo que esta creación generara el nivel de estrés y los cientos de tipos de cáncer que hoy tenemos.
La velocidad del cambio que estamos viviendo no tiene precedentes. Por mencionar un ejemplo, el teléfono fijo tardó 74 años en tener cincuenta millones de usuarios, los mismos que el móvil logró en cinco meses.
Hoy en día, la mayoría de los inventos se vuelven obsoletos en poco tiempo. Muchas profesiones pierden actualidad en pocos años y la obsolescencia de los ejecutivos se da tan rápido que si pierden su puesto laboral a cierta edad les cuesta mucho trabajo conseguir otro igual o mejor, pues los desplazan los jóvenes con nuevas habilidades y menores pretensiones económicas.
Por otro lado, también es causa de estrés que la mayoría de las cosas que adquirimos para que nos satisfagan, y que antes creíamos que formaban parte de nuestro patrimonio, pierden su valor muy rápido. ¿Cuánto vale una computadora, una televisión o un teléfono celular a los tres años? ¡Prácticamente nada!
Esta obsolescencia del conocimiento y de los objetos que podemos adquirir para nuestra satisfacción nos obliga a mantener una actitud de humildad, a aprender y a dar el valor real a las cosas materiales. Ya no podemos pensar que la vida es una extensión del pasado y que siguiéndola podremos predecir el futuro. Tenemos que aprender a fluir en armonía dentro de este mundo de cambios, pero con mayor control sobre nuestros pensamientos y valores gobernantes que nos permita dar un sentido y propósito más profundo a nuestra vida.
Con inventos como el Internet contamos con información en tiempo real, y establecemos así una nueva aldea global que nos bombardea de datos. El principal objetivo es tomar una parte de nuestro patrimonio para adquirir algo que nos proporcione satisfacción, de entre los millones de opciones que existen. Como dice David Konzevik en su teoría sobre la revolución de las expectativas: «Habrá mucha gente pobre en el mundo, pero no nos confundamos, porque son millonarios en expectativas».
Todos los productos nos ofrecen soluciones para mejorar la vida y aumentar nuestra felicidad. Nos muestran imágenes y modelos que representan el estereotipo de la persona que aspiramos ser: llena de juventud, belleza, salud, aceptación y reconocimiento social.
No tendremos el dinero suficiente para adquirir todo lo que vemos, por lo tanto, nos dedicaremos a seleccionar basándonos en nuestra escala de valores y utilizaremos la herramienta de crédito para comprar cosas que nos satisfagan, que pagaremos con nuestros futuros ingresos que aún no tenemos la garantía de obtener.
Escogeremos el nuevo modelo de automóvil cuya publicidad indique que está hecho para gente de éxito como nosotros. En el anuncio me veré reflejado y, si el mensaje es convincente, intentaré adquirirlo. Visitaré la oficina de un amigo que me dará gran envidia y eso me motivará a intentar tener una similar. Podríamos seguir citando muchas historias como estas; la realidad es que nunca habrá límites en la cantidad de objetos deseables que existan y, cuanto más dinero se obtenga, más se aparecerán los vendedores de magia que me ofrecerán productos únicos y diferentes que me harán feliz.
Estos comportamientos suelen llegar al absurdo. Permítanme describir una conversación que lo refleja y que presencié hace varios años. Estábamos alrededor de diez empresarios en una comida; a mi lado se encontraba uno que pocos minutos antes me había comentado su reciente adquisición de un avión Grumman. Su semblante era de orgullo y plena satisfacción por haber logrado una meta reservada para un pequeño grupo de personas. Durante la comida no encontraba la forma de mencionar este acontecimiento, hasta que lo hizo mediante una pregunta a otro de los comensales. A mí me dio la impresión de que ya conocía la respuesta.
−Oye, Juan, ¿qué avión tienes? −La respuesta fue inmediata.
−Un Lear Jet.– El otro replicó.
−No seas ridículo. Esos avioncitos son tan pequeños que tienes que entrar como si fueras un ratón. Te invito a que te subas a un Grumman que, por cierto, acabo de comprar. Estoy seguro de que cuando lo veas no querrás volver a volar en un Lear Jet.
He tenido la oportunidad de escuchar muchas conversaciones como esta. Lo único que puedo decir es que denotan un gran vacío, una gran insatisfacción y una falta de sentido de propósito.
También he observado que los mayores niveles de insatisfacción están directamente relacionados con un alto nivel económico o profesional. El siguiente ejemplo de otra conversación les dará una idea de lo que estoy hablando.
Durante una cena con un ejecutivo de una multinacional que reportaba al presidente de la compañía, me comentó su gran malestar porque el bono anual que había recibido (independiente de su salario y sus incentivos a largo plazo) fue solo de un millón de dólares. Me costaba trabajo entender por qué en lugar de gratitud sentía tanto descontento. La razón era que a su jefe, al que no le tenía gran respeto y consideraba que no trabajaba tanto como él, le otorgaron un bono de cuatro millones.
La conclusión es obvia. Todo es relativo y la teoría de Maslow sobre nuestra vida orientada a cubrir déficits queda comprobada. Nunca habrá dinero suficiente para adquirir todo lo que podemos llegar a desear. No hay límites sobre lo que podemos adquirir y la oferta de todo aquello que nos hará seres más plenos y felices es infinita. Lo más escaso será lo más buscado y lo que más desearé tener. Actualmente, un cuadro de Vincent van Gogh se vende en 150 millones de dólares; sin embargo, el pintor vivió en la miseria. Hay mujeres que compran diamantes de varios quilates en millones de dólares, cuando esas mismas piedras pueden ser imitadas a la perfección por cien dólares y solo un experto podría diferenciarlas.
En contraste, veamos un caso en el nivel más bajo de la escala socioeconómica: trabajadores cuyos salarios son 200 veces inferior a los de un alto ejecutivo. Muchos de ellos, con más de veinte años de antigüedad, muestran gratitud y cariño a la empresa que les dio la oportunidad de mantener a su familia. Generalmente, el número de quejas o molestias que tienen sobre la compañía es menor que las de un ejecutivo. Son ellos los que forman y transmiten la cultura de la organización. Cuando aparecen empleados quejosos, los nuevos les ayudan dándoles una óptica positiva y usando su ejemplo personal para mostrar lo buena que ha sido la firma. El valor de estos trabajadores es inmenso, pero muchas veces no lo percibimos y no reconocemos su lealtad.
La felicidad no es una competencia olímpica para tener más, ser más exitoso, sentir más placer y hacer más cosas. En abril de 2007 leí un artículo sobre un estudio del cerebro humano realizado por la Universidad de Wisconsin. A través de la conexión de 256 sensores a los cerebros de un grupo de personas se podía detectar su nivel de estrés, irritabilidad, enfado, placer, satisfacción y decenas de sensaciones diferentes. Llegaron a la conclusión de que el monje budista Matthieu Ricard era el hombre más feliz de la tierra.
Los científicos clasificaron los resultados en niveles que iban de 0.3 (muy infeliz) a -0.3 (muy feliz). Ricard logró -0.45, rebasó los límites previstos en el estudio y superó todos los registros anteriores.
El problema de aceptar que Ricard es el hombre más contento y satisfecho del mundo es que nos deja a la mayoría en el lado equivocado de la vida. Si un monje que pasa la mayor parte de su tiempo en contemplación y carece de bienes materiales es capaz de alcanzar dicha absoluta, ¿no nos estaremos equivocando quienes seguimos centrando nuestros esfuerzos en buscar un trabajo y un puesto mejor, un coche más grande o una pareja más atractiva?
Los trabajos sobre la felicidad del profesor Richard J. Davidson, del laboratorio de Neurociencia Afectiva de la Universidad de Wisconsin, se basan en el descubrimiento de que la mente está en constante evolución y, por lo tanto, es moldeable.
Los científicos han logrado comprobar que en la corteza cerebral izquierda se encuentran las sensaciones placenteras, mientras que en el lado derecho están las que causan depresión, ansiedad o miedo. La relación entre el lado izquierdo y derecho del cerebro puede ser medida y nos sirve para representar el temperamento de una persona.
Durante las resonancias magnéticas, Ricard mostró una actividad inusual en el lado izquierdo. No es de extrañar que, durante los estudios realizados por Davidson, los mayores registros de felicidad fueran detectados en monjes budistas que practican diariamente la meditación.
Ricard ha escrito varios libros y todas las ganancias de las ventas son donadas a obras de caridad. Él lo explica por la capacidad de los religiosos de explotar esa plasticidad cerebral para alejar los pensamientos negativos y concentrarse solo en los positivos. La felicidad es algo que se puede aprender, desarrollar, entrenar, mantener en forma y alcanzar definitivamente, sin condiciones ni ayudas económicas.
Ricard explica que no se trata de decidir ver la vida color de rosa de un día para otro, sino de trabajar sistemáticamente en debilitar esos músculos de infelicidad que tanto hemos fortalecido al creernos víctimas del pasado, de nuestros padres o del entorno; y, en paralelo, comenzar a ejercitar los músculos mentales que nos hacen absoluta y directamente responsables de nuestra propia felicidad. Ricard admite que su camino no es más que uno entre muchos; pero advierte que ser feliz sucede siempre al dejar de culpar a los demás de nuestra infelicidad y buscar la causa en nuestra propia mente (Matthieu Ricard, 2005).
Al final, estos resultados no nos dicen nada nuevo; solo nos confirman que la felicidad es un asunto de nuestro interior y de los pensamientos que generemos.
Tres frases célebres de personalidades distintas llegan a la misma conclusión.
La felicidad no depende de nada ni de nadie externo a la persona.
Buda
La clave para ser feliz mora en el interior de cada quien.
Jesús
La felicidad es un hábito o el resultado de varios hábitos.
Aristóteles
Y por si aún nos quedase alguna duda, veamos dos casos más. El primero se refiere a lo que piensa uno de los hombres más ricos del mundo, alguien que ha logrado cifras patrimoniales difíciles de describir y asimilar para cualquier ser humano: Carlos Slim. En noviembre de 2002, leí en la revista Poder un artículo llamado «Hombres de éxito» en el que la única pregunta que se le hacía era qué suponía el éxito para él, a lo que respondía textualmente: «Yo creo que el éxito no está en lo económico. Una persona no es de éxito porque le va bien en los negocios o le va bien profesionalmente, o saca 10 en la escuela. Lo que vale es tener los pies en la tierra, la familia, los amigos; apreciar las cosas que tienen valor verdadero».
En el libro Carlos Slim, retrato inédito se recoge un discurso que dio el 25 de agosto de 1996 ante jóvenes universitarios y del cual destaco algunos párrafos.
El éxito […] es un estado interior. Es la armonía del alma y de sus emociones, que necesita del amor, la familia, la amistad, la autenticidad, la integridad. […] La fortaleza y el equilibrio emocional están en la vida interior y en evitar aquellos sentimientos que corroen el alma: la envidia, los celos, la soberbia, la lujuria, el egoísmo, la venganza, la avaricia, la pereza y que son venenos que se ingieren poco a poco. […] El daño emocional no viene de terceros, se fragua y se desarrolla dentro de nosotros […]. Lo que más vale en la vida no cuesta y vale mucho: el amor, la amistad, la naturaleza y lo que sobre ella ha logrado el hombre en formas, colores, sonidos, olores, que percibimos con nuestros sentidos, pero solo si los tenemos despiertos. […] Al final nos vamos sin nada, sólo dejamos nuestras obras, familia, amigos y, quizá, la influencia por las ideas que en ellos hayamos dejado.
Y al final compartió una reflexión que le regaló su madre y que para él definió el éxito:
El éxito no tiene que ver con lo que mucha gente se imagina. No se debe a los títulos nobiliarios y académicos que tienes, ni a la sangre heredada o la escuela donde estudiaste. No es gracias a las dimensiones de tu casa o de cuantos carros quepan en tu garaje. No se trata de si eres jefe o subordinado; o si eres miembro prominente de clubes sociales.
No tiene que ver con el poder que ejerces, o si eres un buen administrador, o hablas bonito, o si las luces te siguen cuando lo haces. No es la tecnología que empleas. No se debe a la ropa que usas, ni a las iníciales que mandas a bordar en tu ropa, o si después de tu nombre pones las siglas deslumbrantes que definen tu estatus social. No se trata de si eres emprendedor, hablas varios idiomas, si eres atractivo, joven o viejo.
El éxito se debe a cuánta gente te sonríe, a qué tanta gente amas y cuántos admiran tu sinceridad y la sencillez de tu espíritu. Se trata de si te recuerdan cuando te vas. Se refiere a qué cantidad de gente ayudas, a cuánta evitas dañar y si guardas rencor o no en tu corazón.
Se trata de que en tus triunfos estén incluidos tus sueños; de si tus logros no hieren a tus semejantes. Es acerca de tu inclusión con otros, no de tu control sobre los demás. Es sobre si usaste tu cabeza tanto como tu corazón, si fuiste egoísta o generoso, si amaste a la naturaleza y a los niños y te preocupaste de los ancianos.
Es acerca de tu bondad, tu deseo de servir, tu capacidad de escuchar y tu valor sobre la conducta. No es acerca de cuántos te siguen sino de cuántos realmente te aman. No es acerca de transmitir, sino cuántos te creen si eres feliz o finges estarlo.
Se trata del equilibrio de la justicia que conduce al bien tener y al bien estar. Se trata de tu conciencia tranquila, tu dignidad invicta y tu deseo de ser más, no de tener más.
Si analizamos este párrafo, vemos que la felicidad se encuentra en lo que Maslow define como las necesidades del ser, la autorrealización.
Sabemos que las posibilidades de alcanzar una fortuna de esta magnitud son casi imposibles, pero lograr la felicidad es algo más fácil y alcanzable para cualquier ser humano. Conseguir armonía del alma y sus emociones, de cuánta gente te sonríe, de qué cantidad de gente te ama o cuánto ayudas a los demás, de que el éxito es un estado interior y de que lo que más vale en la vida no cuesta o, dicho de otra forma, de que las cosas más valiosas no se compran con dinero.
Pensemos por un momento en esta última reflexión. La gente aspira a tener poder económico y lo que eso significa. Nos pasamos toda la vida buscando estar lo más cerca posible de lo que quiere decir ese éxito económico, con altas probabilidades de no llegar a él y sentir la frustración del fracaso; cuando lo que sí podríamos imitar es una filosofía de vida centrada en las cosas que realmente nos hacen felices y que cuestan muy poco dinero. Pero no lo hacemos porque esas cosas no las vemos ya que pertenecen al espíritu de cada ser humano y tienen que ver con aquello que sentimos y con cómo manejamos nuestros pensamientos. Tiene que ver con cómo vivimos el presente, sin ver las culpas del pasado y las preocupaciones de un futuro que aún no ha llegado.
Para demostrarles que esto es real y que la felicidad está más cerca de lo que creemos, veamos otro ejemplo.
El segundo caso es Warren Buffett, otra de las personas más ricas del mundo, que donó 31 millones de dólares a obras de caridad. Todavía vive en la misma pequeña casa de tres habitaciones que compró al casarse hace cincuenta años. Conduce su propio automóvil (¡no tiene chofer!) y no viaja en avión privado, a pesar de ser dueño de la compañía de aviones privados más grande del mundo. No frecuenta las reuniones de la alta sociedad y su pasatiempo al llegar a casa es comer palomitas de maíz y ver la tele. Su filosofía de vida podría resumirse así:
El dinero no crea al hombre, fue el hombre el que creó el dinero.
La vida es tan simple como usted la haga.
No lleve a cabo lo que los otros le digan. Escúchelos, pero realice lo que le haga sentir mejor.
No se guíe por las marcas. Póngase aquellas cosas con las que se sienta cómodo.
No gaste su dinero en cosas innecesarias. Utilícelo en aquello que en verdad necesita.
Después de todo, es su vida. ¿Para qué dar la oportunidad a otros de manejarla?
Me he referido a dos de los hombres más ricos del planeta. Ellos dan poco valor al dinero y sugieren que no hagamos lo que los otros nos digan. Las cosas más valiosas no se compran con dinero. El éxito se debe a cuánta gente nos sonríe, a cuánta gente amamos, etcétera. Tengamos presentes estas palabras, pues algo debe decirnos el hecho de que hombres de éxito en la escala monetaria afirmen que el dinero no es la respuesta.
El libro que ahora tienes en tus manos no pretende dar las respuestas, ni sustituir lo que a nosotros no nos corresponde. Es, posiblemente, la primera obra (yo todavía no he encontrado otra) que brinda una metodología y un proceso para que la gente pueda escribir un proyecto de vida y establecer sus estrategias, programas y planes de acción, para hacer un seguimiento y dar un sentido y un propósito a sus vidas. Nos ayudará a tomar decisiones cuando nos encontremos ante un dilema y proporcionará herramientas para discriminar y dar valor objetivo a las cosas materiales que nos tentarán todos los días. Al final del proceso, nuestro músculo del cerebro podrá entrenarse en un nuevo hábito que será la esencia de lo que queremos y deseamos de nuestra vida.
Este libro no pretende ser una teoría. Ha sido elaborado con base en mis experiencias personales y es el resultado de la inspiración de algunos líderes y maestros que conocí a los 22 años y que me permitieron dar un sentido de propósito a mi existencia. Hoy lo comparto esperando que sea una inspiración para los lectores como lo fue para mí en los albores de mi vida.
El lector podrá descargar los formularios que se encuentran al final del libro en el sitio www.tuvidatumejornegocio.com para facilitar el diseño de nuestro proyecto más importante: un plan de vida.
«Si quieres que se cumplan tus sueños, no debes quedarte dormido».
Proverbio judío