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ОглавлениеIntroducción
1. Apuntes biográficos de Juan de la Cruz
Su nombre de pila era Juan de Yepes Álvarez. Nace en Fontiveros (Ávila) en 1542. Sus padres Gonzalo y Catalina eran naturales del reino de Toledo; él, de la villa de Yepes; ella, de Toledo mismo, según parece. Tienen montado en Fontiveros, en la Moraña abulense, un pequeño telar de buratos. «Soy hijo de un pobre tejedorcillo», dirá Juan años más tarde en Granada. A poco de nacer el pequeño Juan, muere su padre; la pobreza más negra se apodera del hogar y la familia, compuesta por Catalina, Francisco, el hijo mayor y el pequeño Juan, emigra a Medina del Campo, habiendo tentado acaso fortuna anteriormente en tierras de Toledo y en Arévalo. Luis, el hermanillo intermedio, ha muerto en Fontiveros y allí se enseña hasta ahora su tumba junto con la del padre en la iglesia parroquial.
En Medina del Campo vivirá Juan trece años, probablemente desde 1551 a 1564; primero, como educando en los Doctrinos, después como alumno externo del colegio de los jesuitas donde se forma en humanidades. Trabaja también de enfermero de uno de los catorce hospitales de la villa: el de las bubas. Así aprende a hermanar el trabajo con el estudio. Y no saliendo de su pobreza sabrá lo que es también andar pidiendo por las calles, primeramente para los Doctrinos y después para los enfermos del hospital.
Codiciado por algunas órdenes religiosas y requerido a que se ordene y funja de capellán del hospital, se decide a entrar en el Carmen, allí mismo, en el convento de Santa Ana en 1563, emitiendo su profesión religiosa en 1564. De 1564 a 1568 estudia en la Universidad de Salamanca: tres años de Artes o Filosofía y uno de Teología, habiendo sido con toda probabilidad, fray Luis de León uno de sus maestros, junto a otros también ilustres.
Ordenado sacerdote en Salamanca en 1567, en el verano de ese mismo año se encuentra por primera vez con santa Teresa en Medina del Campo. Encuentro providencial que hace que fray Juan de Santo Matía (así se llamaba entonces en la Orden) cambie de idea y abandone la resolución de pasarse a la Cartuja y acepte la propuesta hecha por la Santa de iniciar la reforma o renovación del Carmelo entre los frailes, como Teresa la ha comenzado entre las monjas de la Orden en 1562. Es la Santa quien ha contado la entrevista de estos dos gigantes de la santidad y de las letras; ambos quedaron fascinados y su aprecio mutuo fue aumentando[1].
La primera casa de los descalzos carmelitas se abre en noviembre de 1568 en el lugarejo de Duruelo (Ávila) en una pequeña alquería, adaptada por fray Juan en persona, que entendía no poco de albañilería, a conventito, tan pequeño que santa Teresa lo llamará «portalico de Belén»[2].
Vive Juan de la Cruz –este es su nuevo nombre sugerido o impuesto por santa Teresa– entre los descalzos veintitrés años. La madre Teresa le reclama pronto desde su puesto de rector de Alcalá y le lleva a Ávila para que le ayude en la buena marcha espiritual del numeroso monasterio de La Encarnación de Ávila. Aquí se detiene varios años (1572-1577), acompañando a la Madre en algunos de sus viajes fundacionales.
Víctima de malentendidos y de pequeñeces humanas, a primeros de diciembre, el 2 ó el 3, de 1577 es detenido violentamente por frailes de la Orden y llevado a la cárcel conventual de Toledo. Comentará más tarde haber pasado en aquella cárcel nueve meses, tantos como los que pasa el niño en el seno materno; de modo que salió renacido de la cárcel, fugándose de ella en agosto de 1578.
En ese mismo año, octubre-noviembre, llega a Andalucía y allí vivirá diez años seguidos, y de nuevo volverá a tierras andaluzas en agosto de 1591, después de haber pasado tres años en Segovia (1588-1591). Querido y venerado por la mayoría, sufre, no obstante, una persecución ignominiosa por parte de uno de los superiores de la Orden resentido contra él. Bien firme en la virtud y dando ejemplos de caridad y amor heroicos, muere en Úbeda a medianoche del 13 al 14 de diciembre de 1591, a los 49 años. Su cuerpo es trasladado a Segovia en 1593.
Se sospecha, por parte de algunos cervantistas, que Miguel de Cervantes se pueda referir al traslado del cuerpo de fray Juan de Úbeda a Segovia, cuando en Don Quijote habla de «la aventura que le sucedió con un cuerpo muerto»[3]. Sus restos reposan en el Carmen de Segovia, en la iglesia del convento que él había comenzado a levantar, junto al santuario mariano de La Fuencisla.
Las copias de sus escritos se multiplicaron. La primera edición de sus Obras es de 1618 en Alcalá de Henares; falta el Cántico espiritual. Canonizado por Benedicto XIII en 1726, fue declarado doctor de la Iglesia en 1926; patrono de los poetas españoles en 1952, y patrono de todos los poetas de lengua española en 1993.
2. Su misión dentro del Carmelo
Juan de la Cruz fue el orientador y el padre espiritual de la nueva familia del Carmelo desde su puesto de iniciador, y desde sus cargos de responsabilidad: maestro de novicios en Duruelo y Mancera (1568-1570); rector de sus colegios de Alcalá (1571-1572), de Baeza (1579-1581); Superior en El Calvario, en la provincia de Jaén (1578-1579); Superior en Granada (1582-1585; 1587-1588); Superior en Segovia (1588-1591); desde su puesto de Vicario Provincial de Andalucía (1585-1587), y desde su participación en el gobierno general de la Orden (1588-1591).
También adoctrinó a los hijos e hijas del nuevo Carmelo con sus cartas y otros escritos de poca mole, pero de mucha sustancia; lo mismo que con la Subida-Noche y Cántico que dedicó a miembros de la Orden. Abundantísimo fue su magisterio oral o de viva voz entre los suyos[4].
3. Sus escritos
La pervivencia de Juan de la Cruz en el mundo de la cultura, del arte y del espíritu la debe más que nada a sus escritos, sin olvidar tampoco las biografías antiguas y modernas que han contribuido también al lanzamiento de su figura.
Juan de la Cruz tenía más vocación de enseñar de viva voz que de escribir. Su magisterio oral se entremezclaba con su magisterio escrito, completándose mutuamente.
Si tomamos una edición de sus Obras completas nos sorprende, ante todo, la brevedad, real y relativa, de sus escritos, si los comparamos con los de otros doctores de la Iglesia: Agustín, Jerónimo, Tomás de Aquino, Alberto Magno, etc.
Entre su producción nos encontramos con escritos brevísimos (dos, tres, cuatro páginas), junto a otros más largos y sistemáticos. Encontramos páginas escritas todas en verso; páginas todas en prosa y otras escritas en poesía y prosa. Advertimos también que algunas obras están escritas o redactadas dos veces, y otras están sin terminar.
Subida del Monte Carmelo, Noche oscura del alma, Cántico espiritual, Llama de amor viva, son sus obras mayores. Escritos breves o menores o escritos cortos, que son todos los demás, abarcan: Poesías (quince composiciones que van desde los cuatro versos que tienen las más cortas hasta los trescientos diez que tiene la más larga); Cautelas, Avisos a un religioso, Dichos de Luz y Amor, Cartas, Censura y Parecer, Ordenanzas.
A esta división más práctica y manual que técnica hay que añadir el diseño de El Monte, del que hablaremos más adelante.
El dibujo o diseño que más fama le ha dado es el de Cristo crucificado hecho por fray Juan durante su estancia con santa Teresa en Ávila (1572-1577). En este diseño se inspiró Salvador Dalí para pintar su obra El Cristo de san Juan de la Cruz. Expuesto el cuadro en Nueva York en 1951 y en Roma en 1954 se encuentra actualmente en la Galería de Arte de Glasgow. Dalí hablaba de «mi Cristo de san Juan de la Cruz». Alguien acaba de llamar a este diseño el símbolo originario de Juan de la Cruz[5].
4. Geografía de Juan de la Cruz
Juan de la Cruz tuvo poca geografía: vivió sólo en España y algunos días en 1585 en Portugal. El punto más alto que tocó en el mapa de la península Ibérica fue Valladolid, adonde acompañó a santa Teresa en 1568 y adonde volvió en 1574 a declarar ante el tribunal de la Inquisición sobre su intervención en el caso de la posesa de Ávila, María de Olivares Guillamas, y una última vez llegó a la ciudad castellana en 1587 en un capítulo o reunión de religiosos de la Orden. El punto sur más extremo en que estuvo varias veces fue la ciudad de Málaga; en el oeste, la ciudad de Lisboa en 1585, negándose entonces a ir a visitar a la famosa monja de las llagas y falsa estigmatizada del convento de la Annunziata. La villa murciana de Caravaca es el punto extremo al este en que estuvo no pocas veces.
Dentro de esta geografía tan reducida recorrió 27.000 kilómetros, caminando más que nada a pie o a lomos de un humilde borriquillo, y llenando los aires de salmos y coplas, y de la recitación del capítulo 17 del evangelio de san Juan que le encantaba[6]. No le faltaron aventuras de todas clases en ventas y mesones, al vadear ríos, al subir colinas, al internarse en el bosque, al bajar pendientes. Sus delicias en estos desplazamientos era hacer su oración contemplando la corriente de los ríos, el manar de alguna fuentecilla, extasiarse ante la música de las estrellas, conversar con la gente humilde. Martín de la Asunción, algo así como el escudero de Juan de la Cruz en tantos viajes, certifica: «Y por los caminos a los arrieros y gente que encontraba les daba siempre documentos y modos de vivir en servicio de Dios nuestro Señor y les daba buenos consejos; y en las ventas y mesones donde estaba cuando caminaba, si había algunos que juraban o votaban, les reprendía, y se solían componer y enfrenarse con mucha humildad» (BMC = Biblioteca Mística Carmelitana 14, p. 88).
5. Su mundo histórico
Su geografía fue poco extensa. Los años de su vida y de su historia no fueron tampoco tantos: 49; y la totalidad de ellos se desenvolvió en el Siglo de Oro español; y todos ellos, menos los ocho primeros, en la segunda parte del XVI.
Juan de la Cruz no es un autor intemporal ni ahistórico, aunque no es tampoco ningún cronista o historiador de acontecimientos. «Fray Juan ni quiso ni pudo eludir su mundo. La impresión de un evadido, ante una lectura superficial de sus escritos, se enmienda tan pronto como se engarzan los hilos que sustentan la trama. Abundan en sus páginas ecos del ambiente circundante; la biografía recoge datos y episodios que testimonian protagonismo directo»[7].
Esto se verifica particularmente en su labor renovadora del Carmelo, como dejamos dicho al configurar su misión en el seno de su Orden religiosa.
Cualquier lector puede identificar en sus libros alusiones claras a hechos históricos de sus días; tales como el descubrimiento de América (CB 14-15,8); su confesión expresa y tan decidida de copernicanismo a favor del movimiento de la tierra, cuando aún se discutían por científicos y teólogos las tesis de Copérnico y su sistema heliocéntrico (LB B 4,4; LA 4); la ruptura de la cristiandad por el protestantismo y la dura crítica a alguna de sus doctrinas (3S 5,2); un tremendo alegato, dentro del momento reformista de la Iglesia, contra los obispos remisos en predicar la palabra de Dios, a quienes emplaza, por esta dejadez y por la quiebra en las buenas costumbres, ante el tribunal de Dios (2S 7,12). Alude también, como a algo conocido por él y por sus lectores, a quienes «para servir al demonio» han procurado «haber las cosas sagradas y aun lo que no se puede decir sin temblar, las divinas, como ya se ha visto haber sido usurpado el tremendo (=digno de respeto y reverencia) Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo para uso de sus maldades y abominaciones» (3S 31,5). En un paso de Llama alude al fenómeno del Alumbradismo, ironizando de esta manera: «Y vendrá un maestro espiritual que no sabe sino martillar y macear con las potencias como herrero, y porque él no enseña más que aquello y no sabe más que meditar, dirá: andá, dejaos de esos reposos, que es ociosidad y perder tiempo, sino tomá y meditá y haced actos interiores porque es menester que hagáis de vuestra parte lo que en vos es, que esotros son alumbramientos y cosas de bausanes» (LB 3,43).
Aunque en sus páginas se puedan rastrear otras alusiones de tipo histórico bien claras, tiene una sensibilidad particular por los problemas de orden más directamente espiritual y religioso, que son los que mejor le sitúan en su cuadro histórico y en su acción reformadora y renovadora del Carmelo y en su actividad de guía de almas.
En este su universo mental se puede configurar un mapa bastante preciso de temas que vienen a ser al mismo tiempo las denuncias proféticas bien pensadas de un místico:
a) Espíritu milagrero y visionario de muchas personas (3S 31,3.8-9). En este orden de cosas vibra de un modo incandescente y juntamente cargado de ironía: «Y espántome yo mucho de lo que pasa en estos tiempos y es que cualquiera alma de por ahí con cuatro maravedís de consideración, si siente algunas locuciones de éstas en algún recogimiento, luego lo bautizan todo por de Dios, y suponen que es así, diciendo: “Díjome Dios”, “respondióme Dios”; y no será así, sino que..., ellos las más veces se lo dicen» (2S 29,4).
b) Una denunciada gran carencia de guías idóneos y un exceso de inexpertos y presuntuosos (Subida del Monte Carmelo, prólogo; LB 3,30-62).
c) Superficialidad en el itinerario de tantas personas que no saben arriesgar ni morir a sí mismas y andan buscándose en Dios, en lugar de buscar a Dios en sí (2S 7,5); gente que se anda por las ramas y no aprovecha, aunque tenga «tan altas consideraciones y comunicaciones como los ángeles» (2S 7,8).
d) Ignorancia de tantos que se cargan de «extraordinarias penitencias y de otros muchos voluntarios ejercicios» y no saben negarse a sí mismos y deshacerse de sus apetitos desordenados (1S 8,4).
e) Un mundo variopinto en el tema de la religiosidad popular que Juan de la Cruz valora, pero que quiere verla libre y purificada de tantas adherencias extrañas (3S cc. 35-44).
f) Degradación sucesiva de quienes se dejan llevar por la avaricia (3S 19,2-11). Aquí su gran denuncia de la simonía, de «aquellos que no dudan de ordenar las cosas divinas y sobrenaturales a las temporales como a su dios» y puntualiza: «Y de este cuarto grado en otras muchas maneras hay muchos al día de hoy que, allá con sus razones oscurecidas con la codicia en las cosas espirituales, sirven al dinero y no a Dios y se mueven por el dinero y no por Dios, poniendo delante el precio y no el divino valor y premio, haciendo de muchas maneras al dinero su principal dios y fin, anteponiéndole al último fin, que es Dios» (3S 19,9).
g) Asco por los pobres y falta de caridad para con ellos (3S 25,4-5).
h) Desmantelamiento de posturas mentales y prácticas de quienes no entienden la vida religiosa y el beneficio de lo contemplativo en el seno de la Iglesia y de la humanidad (LB 3, 62; LA 3,53; CB 29,2-4).
Este mundo de denuncias no se queda en algo puramente negativo sino que, frente a ellas, fundamenta y eleva Juan de la Cruz su evangelio teologal que atraviesa, prácticamente, todo el libro, muy en concreto desde 2S c.6 hasta el final de la obra: 3S c.45. La solidez de la doctrina sanjuanista, no sólo en este libro de la Subida sino en todos los demás, es de un carácter teologal y cristologal insobornable (1S 13,3-4; 14,1; 2S c.6; 2N c.21).
6. Audiencia de Juan de la Cruz
Con tan poca geografía y con tan poca historia es seguramente fray Juan el doctor de la Iglesia más leído en la actualidad, existiendo traducciones de sus obras en todas las lenguas de Oriente y de Occidente, y multiplicándose continuamente las ediciones de sus libros en la lengua original, especialmente de sus poesías, de las que habrá actualmente una veintena de ediciones en el mercado.
Como poeta disfruta de una audiencia permanente y sin par en las letras españolas. «San Juan de la Cruz consigue la poesía que lo es todo: iluminación y perfección»[8]; «pero la poesía no llegó a ser nunca la tarea eminente sino algo superabundante, surgido de una vida consagrada al afán religioso, cuyo nombre pleno no es otro que “santidad”. A la cumbre más alta de la poesía española no asciende un artista principalmente artista, sino un santo, y por el más riguroso camino de su perfección; y la Noche oscura, el Cántico espiritual, la Llama de amor viva se deben a quien jamás escribe el vocablo poesía»[9].
Su prosa es también admirada como la de un escritor clásico y eximio. Se trata de uno de los más destacados prosistas de nuestro siglo XVI, que hace autoridad. «Su mérito principal radica en haber sabido dotar a nuestra lengua de un amplio caudal de lenguaje místico. Antes de él, la prosa española contaba con buen número de escritores ascéticos, pero en la mística, con la relativa excepción de fray Francisco de Osuna y fray Bernardino de Laredo, apenas existían escritores dignos de nota. Todos ellos, además, eran teorizantes que reproducían noticias adquiridas en lecturas de obras ajenas. Fray Juan, por el contrario –al igual que Teresa de Ávila–, es un místico experimental, y ello le permite escribir desde vivencias personales, con la segura originalidad de un verdadero creador... Su lucha por la expresión le convierte, en consecuencia, en un gran potenciador de signos lingüísticos, que se concentran, matizan y estructuran de formas siempre nuevas. A partir de él, la prosa mística adquiere una andadura, un tono emotivo y una textura que enriquecerán para siempre el género, dándole un perfil que le define inconfundiblemente»[10].
El propio Juan de la Cruz ya en las últimas líneas de la Subida rompe una lanza en favor del buen decir, «pues el buen término y estilo aun las cosas caídas y estragadas levanta y reedifica, así como el mal término a las buenas estraga y pierde» (3S 45,5). Buen término el suyo, buen odre el de su prosa, y vino excelente el de su poesía.
Muy significativo es su magisterio en el mundo de la teología y en el de la dirección espiritual. Se han ido cumpliendo las ilusiones y los deseos de quienes clamaban porque se le declarase doctor de la Iglesia para que su palabra iluminadora de maestro y mistagogo sirviese de luz y guía en el camino. En el Breve del Doctorado se dice solemnemente: «Aunque la Subida del Monte Carmelo, Noche oscura, Llama de amor viva y otros opúsculos y cartas suyos tratan de materias difíciles y recónditas, encierran, sin embargo, tan copiosa doctrina y se adaptan tan bien a la inteligencia de los lectores, que con razón pueden ser considerados como el código y la escuela de toda alma fiel deseosa de emprender una vida más perfecta...; los escritores de teología y varones santos han visto sin cesar en él al maestro de santidad y piedad, y han acudido a su doctrina y escritos como a la límpida fuente del sentido cristiano y espíritu de la Iglesia, al tratar de las cosas espirituales»[11]. Gran parentesco el existente entre los escritos de Juan de la Cruz y la Biblia que, de un modo tan parecido, es llamada en el Concilio «alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual» (DV 21).
7. Subida del Monte Carmelo
Agavilladas estas noticias bio-bibliográficas, geográficas e históricas, y recordados, de un modo general, los valores de su poesía, de su prosa y su capacidad de audiencia y la calidad de su magisterio, pasamos ahora al libro objeto de esta publicación.
San Juan de la Cruz es el gran testigo y maestro de la experiencia mística. Vertió en sus escritos las vivencias que él tuvo lo mismo que no pocas de las ajenas, que le eran conocidas.
En sus poemas dejó encerrada más que nada su experiencia propia. Personas conocedoras de sus versos y cautivadas por su belleza comenzaron a instarle para que desvelara los secretos allí encerrados, y fue accediendo poco a poco.
A algunos de esos grandes poemas se acercó, después, en un segundo tiempo o momento con ánimo de explicarlos o comentarlos y glosarlos en prosa. Lo hizo en desigual medida, quedando siempre con la sensación y el convencimiento proclamado de no haber acertado a desvelar todo lo que encerraba su palabra poética.
Sufrió siempre esa gran desazón, que, por otra parte, convirtió en criterio hermenéutico para el lector, asegurándole que, aunque había explicado algo de sus dichos de luz y amor, o dichos en inteligencia mística, no había que atarse a dicha interpretación, porque es mucho más y mejor lo que queda por decir que lo que se ha dicho. Por eso hay que acercarse a ellos y dejarlos en su anchura y amplitud nativas, más que reducirlos a una explicación exclusiva o excluyente (CB, prólogo 1-2).
8. Fábrica de la Subida
Las Canciones: En una Noche oscura
El libro de la Subida tiene como base los cuarenta versos de las ocho canciones que comienzan: en una noche oscura.
¿Cuándo fue compuesto el poema?
En mi opinión, dentro de la cárcel de Toledo (1577-1578). María de San José, monja de Segovia que le conocía muy bien y le trató mucho, declara: «Y dice esta testigo que ella misma oyó decir al venerable padre fray Juan de la Cruz que las dichas canciones de la Noche oscura las había escrito él en el tiempo que le tuvieron preso en Toledo» (BMC 14, p. 442).
Hay quien cree que lo escribió después de fugarse de la cárcel. Sea de ello lo que fuere, es claro que en el poema hay alusiones a su fuga del calabozo: 1S 15,1-2; 2N 1,1. Parece una descripción de la fuga ya realizada salí sin ser notada, pero la preparación cuidadosa y detallada de la huida, la elección de la hora nocturna, esperando a que todos los de casa duerman profundamente, etc., en la mente del encarcelado es muy suficiente para provocar la inspiración poética y cuasi descriptiva de la fuga, de la salida. Y la inspiración asociada al ansia desiderativa de evadirse no necesita del hecho consumado para dejar en esas canciones constancia de la evasión como ya sucedida[12].
Función del poema
Las canciones vienen a ser algo así como la estructura poética del libro, su trama poética. Lo deja dicho en sus primeras intenciones de autor: «Toda la doctrina que entiendo tratar en esta Subida del Monte Carmelo está incluida en las siguientes canciones, y en ellas se contiene el modo de subir hasta la cumbre del Monte, que es el alto estado de la perfección, que aquí llamamos unión del alma con Dios» (Subida-argumento).
Se ponen todas juntas y al principio como una síntesis, como esencia que irá desenvolviéndose y perfumeando a lo largo y ancho de todo el libro. Esta es la intención inicial y a ella se atiene en el libro primero, aunque ya de un modo irregular en ese mismo libro. En los siguientes parece olvidarse de sus versos que se van viendo enterrados o sepultados por la sistematización propia de un tratado que va tomando la obra.
Cuenta, pues, esta obra con su esquema, o mejor, síntesis poética.
Precisando un poco más, tenemos el estilo que se propone seguir y que es el siguiente: «Al tiempo de la declaración convendrá poner cada canción de por sí y, ni más ni menos, los versos de cada una, según lo pidiere la materia y declaración» (Subida-argumento).
Transcribe la primera canción y la comenta de un modo general o global. A continuación el comentario del primer verso: en una noche oscura abarca 12 capítulos (2-13); la del segundo verso, uno solo (c. 14); y la de los tres últimos uno solo también (c. 15).
El libro segundo se abre con la trascripción de la segunda canción: A oscuras y segura...; a continuación hace la declaración general y no vuelven a aparecer los versos en todo el libro ni en el siguiente.
9. El monte
Al esquema o guión poético hay que añadir otro esquema del propio autor, que podemos llamar pictórico, constituido por un diseño del Monte Carmelo. Diseño o papel exento del que se servirá pedagógicamente en diversos monasterios de monjas y frailes del Carmen para enseñar a subir a la perfección. Diseñó un gran número de esos montes, y lo fue perfeccionando sucesivamente. Recibía varios nombres: Monte de Perfección, El Monte simplemente y también el mismo nombre del libro: Subida del Monte Carmelo.
Al presente no conocemos ninguno de esos originales autógrafos. Tenemos sólo uno, apógrafo, sacado del que entregó a Magdalena del Espíritu Santo, carmelita descalza en Beas y que es el que vamos a comentar a continuación y reproducimos al comienzo del texto sanjuanista, conforme al ms. 6296 de la Biblioteca Nacional de Madrid.
Uno de los discípulos de Juan de la Cruz recuerda: «Entre los demás escritos que él escribió, hizo un papel que él llamó Monte de Perfección, por el cual enseñaba que para subir a la perfección ni se habían de querer bienes del suelo, ni del cielo, sino sólo no querer ni buscar nada sino buscar y querer en todo la gloria y honra de Dios nuestro Señor, con cosas particulares a este propósito, el cual Monte de Perfección se lo declaró a este testigo dicho santo Padre, siendo su prelado en el dicho convento de Granada» (BMC 14,14). Podemos, de hecho, identificar todos estos elementos en las varias secciones del dibujo.
Para hacer una lectura pertinente, lo mejor es comenzar por la parte superior del Monte. El punto central de la cima está señalado por un círculo, símbolo de Dios. Este círculo está formado por un texto bíblico del profeta Jeremías: Introduxi vos in terram Carmeli ut comederetis fructum eius et bona illius, es decir, «Os introduje en la tierra del Carmelo para comer su fruto y sus bienes» (Jer 2,7). Dentro del círculo la gran sentencia, que orienta y gobierna los pasos de quienes se apresten a la escalada: Sólo mora en este monte honra y gloria de Dios[13].
Se sube para encontrarse con Dios y para intimar con él, honrándole y glorificándole y para «hacer de sí mismo altar en él, en que ofrezca a Dios sacrificio de amor puro y alabanza y reverencia pura» (1S 5,7). Por la cima del monte se encuentran repartidos los frutos y los bienes de la tierra del Carmelo, a la que se ha llegado: paz, gozo, alegría, deleite, sabiduría, justicia, fortaleza, caridad, piedad. El escalador manifiesta sus experiencias o sensaciones actuales con estas frases: no me da pena nada; no me da gloria nada. Hecha esta comprobación acerca de la nada, se pronuncia también acerca del todo, diciendo: cuando ya no lo quería, téngolo todo sin querer; cuando menos lo quería, téngolo todo sin querer. En lo más alto de la figura bordeando la línea o arco final se puede leer: ya por aquí no hay camino, porque para el justo no hay ley; él para sí se es ley. Es palabra bíblica formada de dos textos de san Pablo: 1Tim 1,9 y Rom 2,14. Es como el ideal alcanzado de libertad plena a que se aspiraba llegando a amar a Dios. «Las tablas de la ley han dejado de ser tablas. Han dejado paso a la libertad más auténtica de los hijos de Dios, para quienes la verdadera ley es el Espíritu Santo»[14].
Si dejamos ahora la cima del Monte y nos ponemos en el llano, podemos ver tres caminos: dos de ellos, laterales, etiquetados ambos de camino de espíritu de imperfección; el uno, el de la izquierda de quien mira, añade: del cielo gloria, gozo, saber, consuelo, descanso; el de la derecha de quien mira: del suelo, poseer, gozo, saber, consuelo, descanso.
Coronando con corona de desencanto el callejón sin salida en que se convierten ambos caminos hay dos lamentos, uno a la izquierda: cuanto más tenerlo quise, con tanto menos me hallé; otro a la derecha: cuanto más buscarlo quise con tanto menos me hallé.
El camino del medio se llama: senda del Monte Carmelo, espíritu de perfección, y como empedrando la senda corre una serie de preceptos que suenan a negación cruda y dura: nada-nada-nada-nada-nada-nada. Seis nadas descompuestas a derecha e izquierda en otros seis: ni eso-ni eso-ni eso-ni eso-ni eso-ni eso, y en esos, también seis: ni esotro-ni esotro-ni esotro-ni esotro-ni esotro-ni esotro.
Queda todavía un «nada», y aun en el monte nada, que es la clave interpretativa de tanta negación o renuncia evangélica a diestra y a siniestra, porque esa nada en el Monte significa paradójicamente, con las paradojas de las bienaventuranzas evangélicas, el todo que es Dios. Y donde está ese todo no hace falta nada, ni hay que angustiarse por nada, pues el Todo poseído y disfrutado hace inútil la nada, hace innecesaria cualquier otra cosa. No hay enigma ninguno en esta sentencia, sino plenitud de perspectivas alentadoras, horizontes infinitos y frutos y bienes sin cuento en lo más alto y más limpio del monte.
Mirando el bloque central erguido con todos esos preceptos grabados en él da la impresión de encontrarnos ante las tablas de la ley. Ley necesaria para ir subiendo y perseverar en la ascensión y llegar a la cumbre. Debajo de las tablas y como apoyándolas corren unas consignas o normas para escalar, el manual del escalador en su ascensión[15]. Escritas al pie del diseño verticalmente, de izquierda a derecha de quien lea, figuran once sentencias solemnes, en las que se barajan los sustantivos todo y nada, y los verbos gustar, saber, poseer y ser. Bastará ahora citar la primera:
«Para venir a gustarlo todo
no quieras tener gusto en nada».
Se pueden leer todas, con ligeras variantes, integradas por el santo en 1S 13,11-12. Versillos y preceptos que parecen tan adustos se iluminan con esta comprobación: «En esta desnudez halla el espíritu su descanso, porque no codiciando nada, nada le fatiga hacia arriba, y nada le oprime hacia abajo, porque está en el centro de su humildad». El centro de su humildad es el centro de su equilibrio humano y divino (2S 7,3).
La imagen del Monte por voluntad expresa de Juan de la Cruz figuraba al principio del libro Subida del Monte Carmelo (1S 13,10).
El ideal de la escalada es la cima del Monte; la ilusión de la salida nocturna es el encuentro con la persona amada. Lo arduo de la ascensión y las dificultades del itinerario nocturno se afrontan animosamente con la esperanza sostenida de llegar a la meta propuesta. El enamoramiento del Esposo Cristo es la clave del éxito. El amor mayor y mejor es el que hace triunfar en la empresa (1S 14,2). Desde la cima del Monte y desde la dichosa ventura del encuentro se entienden todas las contingencias del camino y las mil dificultades sobreañadidas, se valora mejor y definitivamente la huida de la propia casa, las luchas con los enemigos, las renuncias arrostradas, el entierro de los ídolos, la quema de las naves, etc. En una palabra: porque se amaba la cumbre, se ha ido subiendo y se han ido dejando atrás los tramos anteriores: nada, nada, nada...; y se comprende que esa nada, usada como escala o escalera y dejada como se dejan atrás los escalones, es al mismo tiempo camino para la cumbre y para el encuentro. Eran los escalones de la escala que empareja con Dios y que ha habido que ir dejando atrás después de servirse de ellos para poder disfrutar del reposo y del descanso.
10. Soporte simbólico
Estos esquemas, poéticos y pictóricos, son como el soporte simbólico de toda la obra.
En la poesía, a modo de pequeño drama, se canta la «salida nocturna de la Amada en busca de su amor (estrofas 1-3). La acción misma se desarrolla en seguida y casi se confunde con la exposición (estrofas 3-4). La marcha en la noche preserva la tensión dramática con las amenazas que parecen cercar a la protagonista»[16]. «En el medio se alza la canción 5ª como una atalaya que da a las dos vertientes, una voz ajena a la aventura, que tiene algo de coral»[17]. La acción se reanuda, «con un tempo y una tonalidad diferentes, en las estrofas 6 y 7. El desenlace está particularmente logrado, en la medida en que se conjuga lo acabado con lo inacabado. En efecto, la acción dramática termina con éxito, en la felicidad, la unión, el éxtasis. Pero en el momento mismo en que contempla una escena de plenitud, el lector contempla una escena vacía: los cuerpos de los amantes están ahí, abrazados e inertes, pero las personas (el alma, el espíritu) están en otro sitio: el Amado se ha dormido, la Amada se ha olvidado, se ha dejado a sí misma»[18].
Esta aventura nocturna en busca de la cita amorosa, tan corriente en nuestra literatura (recuérdese el caso de Calixto y Melibea de La Celestina) le viene a la mente a nuestro poeta de la vida ordinaria que conoce, de sus estudios literarios y especialmente desde su lectura del Cantar de los cantares, aunque en este libro de Subida cite sólo unas diez veces el epitalamio bíblico.
Por lo que se refiere a la simbología del monte, se da en el monte sanjuanista el simbolismo múltiple que encuentran los expertos en la montaña: «El de la altura y el del centro. En cuanto alta, vertical, elevada y próxima al cielo, participa el simbolismo de la trascendencia; en cuanto centro de las hierofanías atmosféricas y de numerosas teofanías, participa del simbolismo de la manifestación... Este doble simbolismo de la altura y del centro, propio de la montaña, se encuentra entre los autores espirituales. Las etapas de la vida mística son descritas por san Juan de la Cruz como la subida al Monte Carmelo y por santa Teresa de Jesús, como las moradas del alma o el Castillo interior»[19].
El monte sanjuanista es también considerado como símbolo del esfuerzo del hombre que quiera escalarlo: «Cuando san Juan de la Cruz representa el monte Carmelo, lo hace para inducir al lector a realizar el esfuerzo espiritual»[20].
A lo largo de la Subida hace Juan de la Cruz varias alusiones a su monte, señalando su altura encumbrada (argumento; prólogo 7), su verticalidad (2S 7,3), su ser lugar de encuentro con Dios (1S 5,6), la senda (prólogo 9; 1S 13,10; 2S 7,3, 7,13). Ya de todos estos elementos simbólicos va sacando las exigencias espirituales que hay que cultivar en la vida de los escaladores (2S 7,3,7) y va configurando mayormente estas disposiciones desde la Biblia (cf 1S 5,6) y a base de otras consignas (1S 13,10-12).
11. Redacción del comentario (c. 1578 ss.)
Juan de la Cruz teniendo en la mente y ante los ojos el gráfico de El Monte y adentrándose en su simbolismo y teniendo también delante el poema, comienza a extender su comentario doctrinal a las ocho canciones, representado conjuntamente por las páginas de Subida y Noche. La obra se dedica particularmente y antes que nada a frailes y monjas del Carmelo que se lo han pedido (prólogo, 9), pero alcanza a cualquier cristiano que quiera amar a Dios sobre todas las cosas.
Comienza a escribir, barajando las dos figuras o semejanzas escogidas y se mueve dentro de las mismas: la subida al Monte; la fuga nocturna de la propia casa en busca del Amado.
La senda rectilínea y vertical y escarpada es una sucesión de renuncias evangélicas. Hay que subir haciendo, como ya hemos dicho, escala o escalera de las nadas, poniendo los pies encima; y este quedarse en nada y sin nada de nada, es exactamente el caminar nocturno: «Es quedarse como a oscuras y sin nada» (1S 3,1).
Por otra parte, la salida por las calles de la ciudad en busca del Esposo-Amado se lleva a cabo en noche oscura, en noche cerrada; y este caminar nocturno equivale, a su vez, a escalar el Monte (cf 2S c.7: todo el capítulo).
En el desarrollo de los comentarios, en la Subida la atención del autor gravita hacia las dos semejanzas casi a la par; en la Noche atiende, casi exclusivamente a la segunda: fuga en la noche o itinerario nocturno.
En las dos representaciones de subir y de salir entra una imagen espacial de la que se sirve para cantar la aventura espiritual del hombre, del alma enamorada. La meta de quien sube es la cima del Monte; el lugar de la cita amorosa, del encuentro del noctámbulo que ha salido de casa con tantas precauciones en busca del Amado es la torre de un castillo. Este poner nosotros el lugar del encuentro en un castillo situado en lo alto del Monte nos parece ajustarse a lo que realmente pensaba Juan de la Cruz, aunque no lo haya explicado o comentado, al dejar sin declaración la mayor parte de las canciones, muy en particular la séptima en la que habla de el aire de la almena.
Si esta intuición es cierta, tendríamos unidos la noche y el monte sanjuanista con el castillo teresiano, a cuyas «siete mansiones» alude en 2S 11,9-10. El lugar del encuentro con el Amado se llevaría a cabo, pues, en un castillo, situado en lo alto del monte, donde se encuentra la morada del rey. Al estudiar la simbología del castillo se subraya que «está situado generalmente en las alturas o en el claro de un bosque: es una morada sólida y de difícil acceso...; es un símbolo de protección»[21]. Conviene siempre recordar estas peculiaridades para entrar mejor en las verdaderas perspectivas de estos dos libros: Subida y Noche y para hacerse con ciertos matices doctrinales, sin traicionar, complicar o empobrecer el pensamiento sanjuanista.
A la síntesis ya sugerida o suministrada por las canciones y por el gráfico del Monte, se añade el título pleno del libro: «Subida del Monte Carmelo: trata de cómo podrá una alma disponerse para llegar en breve a la divina unión. Da avisos y doctrina, así a los principiantes como a los aprovechados, muy provechosa para que sepan desembarazarse de todo lo temporal, y no embarazarse con lo espiritual, y quedar en la suma desnudez y libertad de espíritu, cual se requiere para la divina unión». Se trata de encaminar a la persona por la senda más breve a la divina unión, simbolizada por la cima del Monte, como dirá enseguida en el Argumento, en el que se sobreponen y entran ya en interacción los dos esquemas: gráfico-pictórico y poético.
La idea general que surge del conjunto de todas estas piezas iniciales: gráfico, título del libro, argumento y canciones es linear. Un fin, una meta a conseguir por la vía breve, evitando complicaciones, desviaciones y retrasos innecesarios (cf 2S 6,7). El fin es la unión del alma con Dios: el alto, el más alto estado de perfección disfrutable en este mundo. Los medios son los indicados inequívocamente en el título del libro y en el título de las canciones y se irán precisando y encarnando en las virtudes teologales, de modo que la subida al monte y el caminar nocturno no son sino modulaciones del mismo tema teologal (2S c.6). El título de la obra traduce, a su vez, el contenido real de las reglas para subir al Monte y el de las canciones de la noche.
Inmediatamente en el prólogo programático desvelará las motivaciones profundas de su obra y otros muchos pormenores. Motivaciones apostólicas y de dirección espiritual dentro de tanta desorientación y pobretería mental y espiritual como ha experimentado.
12. División de Subida
Obra en tres libros con 15, 32 y 45 capítulos respectivamente. Alude también a primera, segunda, tercera y cuarta parte (1S 1,2), entendiendo por esta última los dos libros de la Noche.
En el título explicativo de las Canciones colocadas dentro del argumento del libro aparece la expresión: «La oscura noche de la fe», que en verdad significa la oscura noche de las tres virtudes teologales (1S 1,3; 2S 24,8). En el prólogo se habla de «la noche oscura» (nn. 1,2,3), refiriéndose a la única noche de las Canciones. Pero, ya dentro del mismo prólogo se registra una división en noche o purgación «del sentido y del espíritu» (n. 6).
Más adelante (1S 1: título) el comentarista va comiendo terreno al místico y al poeta y hablará de «dos diferencias de noches..., según las dos partes del hombre: inferior y superior». De aquí a la división de la noche en cuatro no hay un paso: noche activa del sentido; noche pasiva del sentido; noche activa del espíritu; noche pasiva del espíritu. A pesar de todo, en esta división de noche cuatripartita, hay mucho de método o metodología, porque, en realidad, en la mente del autor sigue siendo única la noche en la que se realiza en plenitud el concepto y la realidad de tal (cf 2N 1,1; 2; 3,1-2).
Las razones prácticas, didácticas y antropológicas que le llevaron a desmembrar la única noche en cuatro han influido decisivamente en la partición de Subida-Noche.
La división verdadera y precisa de la obra entera es la siguiente, tal como la proponemos para evitar confusiones al lector:
A. Noche del sentido 1S 1,4-6
1S cc. 3-12
1S cc. 14-15
* 1S 1,1-3: es como
introducción general
de ambas nociones:
sensitiva y espiritual.
B. Noche activa del sentido: 1S c.13
mejor, modo activo de
entrar en la noche del sentido.
C. Noche del espíritu (aspecto 2S cc.1-3
activo y pasivo juntamente) c. 6, 1-5
D. Noche activa del espíritu 2S c.4
(modo genérico incluyendo c. 6, 6-8
entendimiento, memoria y
voluntad).
* 2S c.5 le sirve de
paréntesis para hablar
de la unión del alma
con Dios.
E. Noche activa del entendimiento 2S 7,13
* En 2S 7,1-12 habla de
todo el camino: noche
del sentido y del espíritu
bajo el aspecto activo y pasivo.
F. Noche activa de la memoria 3S cc.2-15
* el c. 1º es introducción
general a todo el libro.
Aunque en 3S c.2 se
habla de noche activa de
la memoria, se trata más bien
de resolver objeciones que
van mucho más lejos.
G. Noche activa de la voluntad 3S cc.16-45
H. Noche pasiva del sentido Noche, lib. 1º
I. Noche pasiva del espíritu Noche, lib. 2º
13. Interrelación Subida-Noche
Cuando se habla de Subida no se puede menos de hablar también de la otra obra Noche. Aquí y ahora me limito a lo estrictamente necesario para señalar la relación que corre entre los dos libros, pues en otro volumen se publicará la Noche con su introducción particular.
Desde hace ya muchos años se viene hablando del díptico Subida-Noche. Quien más ha defendido este punto de vista escribe: «La Subida y la Noche en la mente del santo son como las dos partes de un díptico»[22]. No todos los sanjuanistas están de acuerdo con la afirmación y han ido poco a poco erosionándola, acá o allá[23]. Pero, hay un hecho innegable: Juan de la Cruz se refiere a Noche desde Subida y a Subida desde Noche, no simplemente como si hiciera una autocita sino interrelacionándolas temáticamente y por dentro, aunque redaccionalmente aparezcan separadas en los códices y presenten, en definitiva, unos caracteres bien distintos. Sin ir más lejos en 2N 22,3, dice: «Como se dice en el prólogo». El prólogo aludido es, sin falta, el gran prólogo antepuesto a Subida, prólogo de ambas obras. Mi opinión personal es la siguiente: Juan de la Cruz escribió los tres libros de Subida «con muchas quiebras», es decir interrupciones, como asegura Juan Evangelista (BMC 10, p. 341). La última «quiebra» se debió, en mi opinión, no a falta de tiempo sino a que se espantó de la amplitud desmesurada del esquema propuesto. Explicada ya en buena parte, aunque no en su totalidad, la doctrina acerca del gozo, le debió parecer innecesario tratar de las otras pasiones. Y así colgó la pluma, para emplearse más a fondo, aunque también con «quiebras», en la redacción de la Noche oscura, para escribir sobre todo acerca de la noche pasiva del espíritu, de la que dirá: «Tenemos grave palabra y doctrina» (1N 13,3). Deja inconclusa una obra para emplearse en la otra y, por ironía de la suerte, queda también incompleta, la segunda.
14. Fuentes del libro de la Subida
El propio Juan de la Cruz nos descubre cuáles son las fuentes de donde se surte para escribir su libro. Son tres: a) ciencia; b) experiencia; c) Sagrada Escritura (Subida, prólogo, 1-2). Para explicar temas tan arduos como los que va a abordar acerca de la vida espiritual de las personas tiene conciencia de que su ciencia y su experiencia no son suficientes; se servirá de ambas cosas, pero su recurso principal será la Sagrada Escritura «por la cual guiándonos no podremos errar, pues que el que en ella habla es el Espíritu Santo».
El lector puede ir controlando en qué medida responde la realización del libro a estas afirmaciones. Por lo que se refiere a textos bíblicos y al partido que saca de ellos, hay que convenir que algunos de esos pasos escriturísticos «se convierten como en quicios de su exposición o de una serie de ideas que dejan traslucir, tantas veces, el mundo o transmundo de sus experiencias o vivencias»[24]. Los principales son los siguientes:
a) El precepto del amor: Dt 6,5: 3S 16,1.2.
b) Lo preparado por Dios para los que le aman: 1Cor 2,9; Is 64,4: 2S 4,4; 2S 8,4; 3S 12,1; 3S 24,2.
c) Puerta angosta y estrecho el camino: Mt 7,14: 2S 7,2-3.
d) Mi fortaleza guardaré para ti: Sal 58,10: 1S 10,1; 3S 16.
e) Renacer del agua y del Espíritu: Jn 3,5: 2S 5,5.
f) Hijos de Dios movidos por el Espíritu: Rom 8,14: 3S 2,16.
g) El que se ha de juntar con Dios conviénele que crea su ser: Heb 11,6: 2S 5,5.
h) Nos lo ha hablado todo en el Hijo de una vez: Heb 1,1: 2S 22,4ss.
i) «El día rebosa y respira palabra al día, y la noche muestra ciencia a la noche»: Sal 18,3: 2S 3,5.
j) Niéguese a sí mismo y me siga: Mc 8,34-35: 2S 7,4ss.
Fabrizio Foresti estudió hace años, con gran agudeza y competencia, el tema de las raíces bíblicas de la Subida del Monte Carmelo. Centraba su estudio este genio malogrado, más que nada, en la parte que tienen en el desarrollo de dicha obra sanjuanista el primero y el segundo mandamiento de la Ley. Desarrolla puntos como el precepto del amor total (Dt 6,5) como formulación positiva del primer mandamiento, los apetitos desordenados como forma de idolatría; incomprensibilidad de Dios y segundo mandamiento; fe y esperanza como formulaciones positivas del segundo mandamiento. Después de sus grandes análisis y valoraciones del texto sanjuanista, concluye que la estructura de la Subida «es dinámicamente unitaria, en cuanto que animada por un solo postulado: el mensaje bíblico de la trascendencia del Dios revelado, de la que fluye también la moral de los dos primeros mandamientos. En el centro del sistema ascético de Juan de la Cruz no hay más que el centro de la revelación divina hecha en el Sinaí. La espiritualidad de Juan de la Cruz se coloca de esta manera en el corazón de la historia de la salvación y traduce en un código ascético las normas que Dios mismo ha dado a su pueblo como condición para entrar en comunión con él. De la revelación sinaítica toma el sistema sanjuanista no sólo el contenido sino su carácter radical y absoluto. Así como el Dios revelado en el Sinaí exige una adoración sin componendas y parcialidades y no soporta verse degradado al mundo de la creaturalidad (prohibición de imágenes), así el Dios hasta el que Juan de la Cruz quiere conducir es el Dios celoso de la propia santidad y divinidad»[25].
15. Personajes bíblicos
Las citas o «autoridades» bíblicas y su exégesis, practicada tantas veces «según el germano y espiritual sentido» (2S 7,4), se complementan y personalizan en ciertos personajes o tipos bíblicos que encarnan alguna de las situaciones espirituales que anda describiendo.
Bastará recordar algunos más principales: Sansón, privado de sus fuerzas monstruosas, vaciado de sus ojos, atado con doble cadena de bronce, moliendo en la prisión (Jue 16,21) es tipo de la esclavitud que imponen los apetitos desordenados (1S 7,1-2; 3S 22,5); el caso del incrédulo y escéptico apóstol santo Tomás (Jn 20,29) le sirve para insistir en el valor de la fe por la palabra (2S 11,12; 3S 31,8); en el ejercicio de la fe pura y más desnuda se referirá también a María Magdalena (Jn 20,11-18) puntualizando la pedagogía que fue usando con ella el Señor (2S 11,7, 12; 3S 31,8).
Job es un ejemplo muy socorrido para tantas cosas en los escritores espirituales. En Subida (2S 9,3-4) lo presenta como modelo de cómo y a quién se comunica Dios y le revela sus secretos (Job 38,1 y 40,1); las tres noches de Tobías con su esposa sin juntarse con ella (Tob 6,18-22), le saca un buen partido para diseñar el proceso espiritual (1S 2,2-5); del caso de Simón el Mago (He 8,18-19) extrapola la codicia de los simonitas de su tiempo (3S 19,9; 31,5); en Salomón que viene «a tanta ceguera y torpeza de voluntad» como a hacer altares a tantos ídolos y adorarlos él mismo (2Re 11,4-8) ve los daños de los apetitos desordenados que ciegan y oscurecen la razón (1S 8,6).
De la conducta ambivalente de san Pedro (Gál 2,14) desciende a defender, en contra de aquella simulación, los fueros de la razón y del sentido común (2S 22,14-15), tal como se lo vino a recordar san Pablo en persona (ib); ya en Jetró encontraba un ejemplar de sentido común frente a ciertas dudas de Moisés (2S 22,13); los ejemplos de Micas (Jue 18,24) y Labán (Gén 31,34) apegados a sus ídolos le sirven para ilustrar las devociones «a tontas y a bobas» en el mundo de las imágenes (3S 35,4); el profeta Elías «nuestro padre» es para él alguien a quien se comunicó altísimamente el Señor (2S 24,3); Moisés aparece en el mismo contexto que Elías (ib) y en las órdenes que recibe de Dios para subir al Monte Sinaí (Éx 34,3) encuentra las consignas pertinentes para subir al Monte de la perfección o Monte Carmelo (1S 5,6-7); también descubre consignas equivalentes y muy válidas para la misma escalada (1S 5,6-7) en las tres cosas que Jacob mandó a su gente al subir a Betel a edificar allí a Dios un altar (Gén 35,1-2); en Absalón con su muerte tan desastrada (2Re 14,25) encuentra cómo no hay que gozarse de nada, ni de la hermosura, ni de la riqueza, ni del linaje (3S 18,4).
En David, cuyos salmos cita tantísimo, identifica grandes experiencias personales de Dios (2S 26,3-4; 14,11) y aprueba sus preguntas a Dios, cosa entonces querida por el Señor y por el punto en que se encontraba la economía de la salvación (2S 22,2,8); en el proceder de Balaán (Núm 22,20-32) descubre uno de los ejemplos de la condescendencia enojada de Dios (2S 21,6); de esto mismo es ejemplo el rey Saúl (ib); Nadad y Abiú ofreciendo fuego ajeno en el altar del Señor (Lev 10,1-2) le son ejemplo de cómo no hay que hacer «para ser digno altar» del Señor y para que no se entremezcle «amor ajeno» en su santo servicio (1S 5,7; 3S 38,3); Judit (8,11-12) es modelo de confianza y esperanza en el Señor (3S 44,5); Jeremías alucinado ante los difíciles caminos del Señor y la oscuridad de sus palabras (Jer 4,10) le sirve para exhortar a examinar muy bien las palabras del Señor desde la óptica divina (2S 19,7); los estragos que producían en el pueblo los magos y aríolos que había entre los hijos de Israel (1Re 28,3) le lleva a hablar de discípulos y allegados del demonio en sus días y a decir: «Y cuán perniciosos sean éstos para sí y perjudiciales para la Cristiandad, cada uno podrá bien claramente entenderlo» (3S 31,6); la estratagema de Gedeón y sus soldados con la antorcha dentro del cántaro que luego se rompería (Jue 7,16-20) le sirve para explicar cómo la fe, figurada por los cántaros, contiene en sí la divina luz (2S 9,3); las órdenes recibidas por Josué de destruir todo cuanto hallase en Jericó, chico y grande (Jos 6,17-21) las traslada a la destrucción de todos los apetitos o afectos desordenados del alma (1S 11,8).
Abrahán es para Juan de la Cruz modelo de cómo hay que obedecer y entender las promesas de Dios y de cómo la palabra de Dios es eficaz y su generosidad desbordante (2S 19,2; 31,1; 3S 44,2); ejemplo de desapego de las cosas temporales encuentra en la persona del profeta Samuel que por eso fue, además, «tan recto e ilustrado juez» (3S 19,4); ponemos también como personajes bíblicos a personajes de las parábolas tales como Lázaro y el rico epulón para expresar «falta de caridad con los prójimos y pobres» y otros males sin cuento que nacen de la glotonería (3S 25,5); de otro par de personajes de parábola: el fariseo y el publicano se sirve para delatar los daños que se siguen de poner el gozo de la voluntad en los bienes morales (3S 9,2; 28,2-3).
Omitimos otros personajes, pero el personaje bíblico –y extrabíblico– por encima de todos es Cristo Jesús. Más adelante al indicar los temas principales de la obra señalamos la cabida que tiene Cristo Jesús en la trama de la Subida. Después de Cristo Jesús el personaje principal que aparece en la Subida es María Santísima. Principal en sí misma y por la principalidad que se le atribuye en un texto clave proponiéndola como la realización divina más completa de esa unión con Dios a que va enderezando las almas y a cuya explicación se endereza su pluma: «Dios sólo mueve las potencias de estas almas, para aquellas obras que convienen según la voluntad y ordenación de Dios, y no se pueden mover a otras; y así, las obras y ruegos de estas almas siempre tienen efecto. Tales eran las de la gloriosísima Virgen Nuestra Señora, la cual, estando desde el principio levantada a este alto estado, nunca tuvo en su alma impresa forma de alguna criatura, ni por ella se movió, sino siempre su moción fue por el Espíritu Santo» (3S 2,10)[26]. Como personaje también bíblico y extrabíblico y funesto, del que habla no poco Juan de la Cruz, y con el que tuvo descomunales batallas, habría que citar al demonio[27].
16. La experiencia y la ciencia
La Biblia es la fuente principal, pero pasada por el filtro de la experiencia religiosa y espiritual del autor. Experiencia personal y ajena a la que se remite no pocas veces del modo más explícito (1S 5,5; 2S 21,7; 22,16; 26,17 [«de que tenemos muy mucha experiencia»]; 31,2; 3S 2,4; 5,2; 13,9; 36,2), y otras muchas de un modo más difuso, pero seguro.
No en vano uno de sus más cercanos compañeros y confesor suyo, su secretario y amanuense, Juan Evangelista, declara: «Fue este santo de grandísima oración y muy dado a ella como se verá por sus libros, los cuales le vi componer, y jamás le vi abrir libro para ello, sino del trato que tenía con Dios, que se echa bien de ver que es experiencia y ejercicio, y que pasaba por él aquello que allí dice» (BMC 13, 585).
De su ciencia da bastante testimonio, además de su conocimiento de la Biblia, su saber filosófico-teológico esmaltado de alguna que otra cita de Aristóteles (2S 8,6; 2S 14,13); Boecio (2S 21,8; 3S 16,6); Ovidio «el poeta» (3S 22,6); Agustín (1S 5,1); pseudo Dionisio (2S 8,6); Gregorio (3S 31,8); Tomás de Aquino (2S 24,1). Otras veces, sin descender a nombres concretos, cita «los filósofos»; «los teólogos»; «los espirituales» (en cuanto escritores); o, simplemente, se refiere a la filosofía, o, de modo más genérico aún dice: «llaman», «se cree», etc. Todas estas citas y alusiones son indicativas de sus conocimientos, de su ciencia, pero sabía, evidentemente, mucho más de lo que estos detalles pueden sugerir, ya que se trata de un autor estudiadamente y, por buen gusto, sobrio y que no quiere alardear para nada de aquel tipo de erudición que era la peste de su siglo, como se puede ver ridiculizada en el prólogo cervantino de Don Quijote.
17. ¿Cómo leer el libro de la Subida?
La Subida del Monte Carmelo tiene una cierta mala prensa y algunos la consideran como la causante de que no pocos lectores no hayan seguido leyendo a Juan de la Cruz. Así lo cree nada menos que Gabriel de Santa María Magdalena[28]. Otro gran teólogo y filósofo brasileño M. Teixeira-Leite Penido cuenta lo que le pasó a él mismo: «E quem escreve, bem se recorda como, ao ler pela primeira vez a Subida, lançou de si e teve Joaô da Cruz por feroz e desumano»[29]. Pero añade a continuación, cuando se recuperó de aquella impresión pasajera: «Nem feroz nem desumano: O corâçao dos santos è liquido, dizia um deles, o Cura d’Ars...».
Hay también quienes se empeñan en que habría que cambiar el orden de los libros en las ediciones; así se evitaría que los lectores tropezasen inicialmente con la Subida; que lean primero el Cántico, y después podrán afrontar mejor la Subida[30]. No sé si esto es muy psicológico o es una falacia. Nosotros ofrecemos lo primero la Subida; la llamada de las cumbres es siempre una vocación de esforzados. En la Subida no hay más adusteces o exigencias fuertes que en el evangelio. Quien sea capaz de entender los llamados evangelios, o pasos evangélicos difíciles, no tiene por qué tropezar en la Subida. Juan de la Cruz ya le pronostica en el capítulo considerado por algunos como el más fuerte: «Y estas obras (consignas de renuncia evangélica) conviene las abrace de corazón y procure allanar la voluntad en ellas. Porque, si de corazón las obra, muy en breve vendrá a hallar en ellas gran deleite y consuelo, obrando ordenada y discretamente» (1S 13,8).
Para evitar inconvenientes que puedan surgir en la mente de ciertos lectores, y para una buena comprensión del proyecto total de la obra son de capital importancia los dos esquemas mencionados: poético y pictórico, ya por lo que son en sí mismos ya también por el hecho de que el libro queda incompleto, sea en Subida, sea en Noche. De ahí el valor especial de los versos y del diseño por contener todo el itinerario espiritual seguido en la experiencia del alma, tal como lo ha trazado el autor, aunque después no esté completo en el comentario en prosa, por haber quedado inconclusas ambas obras.
Para saber leer correctamente lo que nos queda del libro y descubrir los horizontes a que apunta hay que situarse en el punto de mira en que se situó el autor al escribirlo.
Todo suena a pasado. Los pretéritos de los verbos dan su testimonio: salí es el verbo principal de las tres primeras canciones, aunque esté sólo escrito en la primera. Otra corona de pretéritos: guiaste, juntaste, quedó, quedéme y olvidéme, recliné, cesó, dejéme, dan el mismo testimonio. La serie de imperfectos: veía, miraba, ardía, guiaba, esperaba, sabía, parecía, guardaba, regalaba, daba, esparcía, hería, suspendía fija la atención en el transcurso y continuidad de la acción, pero ya la enuncian como algo pasado y que ahora está siendo relatado autobiográficamente por el alma enamorada.
Esta clave de lectura que en otra parte he llamado «desde la cumbre»[31] se clarifica aún más si atendemos a la declaración explícita puesta por el autor al principio del libro de la Noche oscura: «Antes que entremos en la declaración de estas canciones conviene saber aquí que el alma las dice estando ya en la perfección, que es la unión de amor con Dios, habiendo ya pasado por los estrechos trabajos y aprietos, mediante el ejercicio espiritual del camino estrecho de la vida eterna que dice nuestro Salvador en el evangelio (Mt 7,14), por el cual camino ordinariamente pasa para llegar a esta alta y dichosa unión con Dios».
Esta llamada de atención es aplicable no sólo a los dos libros de la Noche sino a los tres de la Subida que están intencionalmente bajo el peso y la luz del mismo poema.
Este modo de escribir, histórico biográfico, requiere de quien se acerque al libro esa actitud lectora y bien despierta para distinguir al historiador-biógrafo espiritual del práctico, guía actual y montañero del alma que va siendo encaminada a la meta.
El lector tiene ciertamente que valerse por sí mismo, pero ha de dejarse llevar por el autor, que no disimula su preocupación porque se le entienda correctamente. De aquí sus llamadas: «Será necesario que el devoto lector vaya con atención» (2S 1,3); «Siempre ha menester acordarse el discreto lector del intento y fin que yo en este libro llevo» (2S 28,1); además de estos toques de atención más generales, desciende a reclamos más concretos: «Convendrá que, así yo como el lector, pongamos aquí con particular advertencia nuestra consideración...» (3S 33,1) y aquella otra llamada: «Necesario le es al lector advertir en cada libro de éstos al propósito que vamos hablando, porque si no, podránle nacer muchas dudas acerca de lo que fuere leyendo» (3S 2,1).
Se hace cargo Juan de la Cruz de las dudas que pueden sobrevenir a sus lectores, y es él mismo el que las recoge o las suscita, empleando en sus libros el mismo estilo de dialogar con el lector que empleaba preferencialmente en su magisterio oral o hablado. A través de esas dudas suyas, reales o metódicas o metodológicas, deja más esclarecidas grandes parcelas de su pensamiento. Tiene su propia filosofía sobre las dudas: «De entre las manos nos van saliendo las dudas, y así no podemos correr con la priesa que querríamos adelante. Porque, así como las levantamos, estamos obligados a allanarlas necesariamente, para que la verdad de la doctrina siempre quede llana y en su fuerza. Pero este bien hay en estas dudas siempre, que, aunque nos impiden el paso un poco, todavía sirven para más doctrina y claridad de nuestro intento» (2S 22,1).
Como ejemplos más claros tenemos los siguientes:
* «¿Por qué Dios concede a las almas visiones sobrenaturales?»
(2S 16,13; 2S c.17).
* «Cómo no será lícito ahora en la ley de gracia preguntar a Dios por vía sobrenatural, como lo era en la ley vieja» (2S c.22).
* Mortificación total de los apetitos desordenados, chicos y grandes (1S 11,1-2, y en relación con esto sigue proponiendo otras cuantas dudas: 1S 12,1-3).
* Si los aprovechados no tienen ya que servirse nunca de la vía de la meditación y discurso y formas naturales (2S 15,1-5).
Además del planteamiento de dudas metodológicas, echa mano también Juan de la Cruz del mundo de las comparaciones, algunas de las cuales son muy decidoras. Se pueden recordar las que pone para hacer ver los daños de los apetitos desordenados (1S c.7; cc. 8-10); clarísima la comparación de el rayo del sol y la vidriera (2S 5,6-7); la de la imagen (obra de arte) y quienes la contemplan (ib, n.9); el rayo del sol que entra por la ventana (2S 14,9 y 13); el padre sentado a la mesa con sus hijos, entre los que hay uno caprichoso que pide «de un plato, no del mejor, sino del primero que encuentra...; porque no se quede sin su comida y desconsolado, dale de aquél con tristeza» (2S 21,3); la contemplación del rey y sus criados (3S 12,2).
Otras veces se sirve de lo que llama ejemplos, introduciéndose: «pongo ejemplo»; «pongamos ejemplos» (1S 13,4; 2S 3,3,4; 8,2; 19,12-13; 21,8; 3S 2,10-11). El autor presta generosamente a sus lectores todas estas ayudas para entrar en comunicación con ellos, cosa que le complace, como lo está manifestando con fórmulas como estas: «Parece que ha mucho que el lector desea preguntar» (1S 11,1); «dirá alguno» (3S 2,7-8); «dirás por ventura» (3S 2,13); «y si me dijeres» (3S 3,4); «dirás también» (ib); «y si todavía replicas» (3S 3,5).
A estos adminículos añade un consejo elemental. Medio bromeando con el lector le dice: «Y por cuanto esta doctrina es de la noche oscura, por donde el alma ha de ir a Dios, no se maraville el lector si le pareciere algo oscura. Lo cual entiendo yo que será al principio que la comenzare a leer; mas como pase adelante, irá entendiendo mejor lo primero, porque con lo uno se va declarando lo otro. Y después, si lo leyere la segunda vez, entiendo le parecerá más claro, y la doctrina más sana» (Subida, prólogo 8). Lectura asidua y ordenada y volver una y otra vez amorosamente sobre sus páginas es lo que pide para que se entienda y asimile lo que llama su doctrina sana, sustancial y sólida (Subida, prólogo 8).
18. Los protagonistas
Tratando de dar con el corazón de la obra conjunta Subida-Noche hay que fijarse en los protagonistas de ambas: Dios y el hombre, Dios y la persona humana, Dios y el alma enamorada. Cristo es el Esposo y el alma la esposa. Esta dimensión nupcial, no tan evidente al lector como en el Cántico, es esencial en la Subida. El poema no ofrece dudas sobre la identidad y presencia de ese Amado, y de esa amada de las canciones. Cuando llega a comentar el verso con ansias en amores inflamada, es decir, enamorada, descubre de quién y cómo anda enamorada: del Amado, de su Esposo y explica cómo no le ha bastado para salir adelante con su empresa «tener amor de su Esposo, sino estar inflamada de amor y con ansias» (1S 14,2). Tales ansias de amor por el Esposo Cristo le han hecho parecer muy «fáciles y aun dulces y sabrosos..., todos los trabajos y peligros de esta noche» (1S 14,3). El motivante y las motivaciones de todo lo que se le ha exigido no es otro que Dios, que Jesucristo: «por amor de Jesucristo» (1S 13,4), «por Cristo» (ib, n.6), cuya vida quiere plasmar en la propia existencia con una especie de necesidad biológica, como lo es la del propio sustento (1S 13,3-4).
Hablará también desde el lenguaje del Cantar de los Cantares (2,4) de la interior bodega o de la cela vinaria de la perfecta caridad en la que la meterá el Esposo (2S 11,9). Proclama igualmente desde el mismo Cantar cómo la esposa ha de ser huerto cerrado y fuente sellada (4,12) para el Esposo (3S 3,5). Y se recrea en comentar las palabras del Esposo a la esposa: «Ponme como señuelo sobre tu corazón, como señuelo sobre tu brazo» (Cant 8,6), hablando del amor de entrambos, de las acciones y motivos de amor, de las saetas, de la aljaba, del ejercicio de amor, etc., (3S 13,5). Estas indicaciones se encuentran en Subida; en Noche bastaría citar 1N 1,2: la declaración general de la primera canción donde el alma enamorada pondera la fuerza y calor recibidos del amor de su Esposo para emprender y culminar la salida de casa. A este paso tan significativo se puede añadir el comentario a la palabra disfrazada, en el que se proclama cómo el alma «tocada del amor del Esposo Cristo, pretendiendo caerle en gracia y ganarle la voluntad, aquí sale disfrazada con aquel disfraz que más al vivo represente las afecciones de su espíritu» (2N 21,5). No hace falta gastar más almacén, como diría el propio santo (2S 32,4), para dejar bien a las claras el aire nupcial de estos libros.
El lector, cuando se vea inmerso en la lectura de capítulos y capítulos sistematizados no tiene que olvidarse de que todo eso no está desvinculado sino bien relacionado con la vida de los dos protagonistas.
Por todo esto, no me parece certera la afirmación y los razonamientos que la anteceden y la siguen de que «desde Cántico son inteligibles Subida y Noche. Sin él no veo cómo puedan ser asumidas cristianamente con el gozo necesario para no exasperarse o desesperar en el intento»[32]. Subida es inteligible por sí misma; Noche, lo mismo. No hay que dejarse encandilar por Cántico con perjuicio manifiesto de estas otras dos obras, en las que se habla también tanto de la unión con Dios, de lo más positivo del amor, de sus grados, de las artes y juegos del amor de los esposos, etc.
19. Temas principales en Subida
Ya en el mapa del mundo espiritual que hemos trazado anteriormente queda dicho no poco de esto. Pero hay un camino muy fácil para identificar temas que le dolían especialmente a Juan de la Cruz[33]. Esto se consigue fijándose en el mundo de las exclamaciones y ponderaciones de que se sirve el autor con una cierta profusión. Para él tales partículas no son palabras vanas o inútiles.
Bajo el ¡Oh! encierra deseos de que se le entienda y se le haga caso en varias contingencias espirituales:
«¡Oh, si supiesen los espirituales cuánto bien pierden y abundancia de espíritu por no querer ellos acabar de levantar el apetito de niñerías!» etc. (1S 1,4);
«¡Oh, quién pudiera aquí ahora dar a entender y a ejercitar y gustar qué cosa sea este consejo que nos da aquí nuestro Señor de negarnos a nosotros mismos!» (2S 7,5);
«¡Oh, quién pudiese dar a entender hasta dónde quiere nuestro Señor que llegue esta negación!» (2S 7,6).
Estos clamores aquí apenas iniciados ha de leerlos en su totalidad el lector y percibirá el patetismo y la carga expresiva con que Juan de la Cruz se pronuncia ante realidades que tanto le interesan y que no le duelen menos.
Si a través de la exclamación le sorprendemos en sus clamores, no menos se le siente afectado cuando se sirve de partículas ponderativas; tales como ¡cuán! Finalizando los capítulos relativos a los daños de los apetitos desordenados (1S cc.4-10), fotografía así la situación:
«Es gran lástima considerar cuál tienen a la pobre alma los apetitos que viven en ella:
cuán desgraciada para consigo misma,
cuán seca para los prójimos y
cuán pesada y perezosa para las cosas de Dios»
(1S 10,4).
Además de situaciones negativas y dolientes, el ¡Oh! le sirve al alma para cantar jubilosa su buena ventura. En la poesía esta partícula mínima está subrayando su buena suerte: ¡oh dichosa ventura!, en la primera canción y repitiéndola en la segunda, en el tercer verso también. La estrofa quinta es el no va más del encarecimiento:
¡Oh noche que guiaste!
¡Oh noche amable más que el alborada!
¡Oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada!
A través de estos elementos gramaticales tan diminutos, además de percibir temas importantes, entra el lector en sintonía con el autor, asociándose a su pathos mental, psicológico y espiritual más que a su discurso lógico en tantas ocasiones. La empatía es uno de los mejores caminos para una lectura plena y correcta.
Indicamos unos cuantos de esos temas –realidades y verdades– más sobresalientes:
– Cristo palabra definitiva y única del Padre (2S c.22). Es uno de los mejores y más ricos capítulos escritos por Juan de la Cruz; fue alegado en el Concilio Vaticano II.
– Cristo paradigma de perfección para caminantes (1S 13,3-4).
– Cristo camino, ejemplo y luz (2S 7,9-12).
– Cristo hermano, compañero, maestro, precio y premio (2S 22,5-7), Esposo y Amado (1S 14,2; 15,2).
– Estilo pedagógico de Dios (2S c.17). Se perfilan las directrices a que se atiene ordinariamente Dios en su condescendencia con sus criaturas.
– Biografía del alma sujeta a los apetitos desordenados que, en realidad, no son sino amor desordenado (1S cc.4-12).
– La unión con Dios (2S c.5): tema central de todos los escritos sanjuanistas. Al ir escribiendo siente la necesidad de cortar el hilo de la exposición para situar esta realidad y hacer más inteligible lo que ha dicho hasta ese punto y lo que dirá de ahí en adelante (2S 4,8).
– El mundo teologal (2S c.6). Ya queda dicho algo anteriormente; hay que añadir que, después de varios tanteos mentales, termina por implantar en este capítulo el esquema y el camino teologal, de modo que todo lo que sigue hasta el último párrafo de la obra no tiene otro sentido que hacer vivir la vida teologal frente a todos los objetos de las potencias del hombre, ya que «las tres virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, que tienen respecto a las dichas tres potencias, como propios objetos sobrenaturales y mediante las cuales el alma se une con Dios según sus potencias, hacen el mismo vacío y oscuridad cada una en su potencia: la fe en el entendimiento, la esperanza en la memoria y la caridad en la voluntad» (2S 6,1).
– Trascendencia de Dios (2S 4,4) y su presencia (2S 5,4, 6-7).
– Los fueros de la razón natural (2S cc. 21 y 22).
20. Advertencia final para la comprensión del libro
Esta obra no es un manual para llevar a nadie a la conversión inicial. Trata de vida espiritual y por lo mismo supone que ya se tiene esa vida para cuya potenciación y beneficio se escribe.
La marcha monte arriba y noche adentro se va desarrollando en tres tiempos: a) en el bautismo se recibe gratuitamente la unión inicial con Dios, germen y semilla de la plenitud a que se ha de llegar; b) la muerte del hombre viejo acaecida en y por el bautismo se sigue produciendo constantemente a lo largo de la existencia por medio de la vida teologal; c) por la acción de Dios y la colaboración del hombre se va alcanzando la unión perfecta con Dios. De todo este proceso habla acaso más claro en CB 23,6, haciendo ver cómo el itinerario de la perfección y unión con Dios en desposorio y matrimonio espiritual es itinerario bautismal, es decir, iniciado en el bautismo con la infusión gratuita de la unión germinal con Dios (Véase también LB 3,24).
Aquí en Subida pone las mismas bases citando dos textos del evangelio de San Juan: dio poder para ser hijos de Dios... a los que son nacidos de Dios (Jn 1,12-13) y el que no renaciere en el Espíritu Santo y del agua, no podrá ver este reino de Dios (Jn 3,5) y comenta: «Esto es, a los que renaciendo por gracia, muriendo primero a todo lo que es hombre viejo, se levantan sobre sí a lo sobrenatural, recibiendo de Dios la tal renacencia y filiación, que es sobre todo lo que se puede pensar» (2S 5,5).
La Subida es algo así como un libro vivo que se constituye en guía de caminantes en la noche, de escaladores que lo van repasando como quien repasa un plano o un mapa. Las mil contingencias del camino van siendo encajadas y superadas con su ayuda. Alguien se ha preguntado ¿es «practicable» la Subida?[34]. Y después de situar perfectamente la pregunta se contesta: «El verdadero contenido de Subida, sin tener que adaptarla para nada, es la vida teologal cristiana, vivida hasta el fondo, con todo lo que comporta de dones divinos, y a la vez de conversión interior y de gestos existenciales que comprometen al creyente frente a personas y cosas»[35]. Subida es practicable por los «cristianos que vivan una experiencia fuerte de Dios vivo y verdadero, trascendente y amigo, y que sean capaces de responder con amor concentrado que todo lo subordina a ese Dios colmante y trascendente» (ib).
La vocación del cristiano es la de montañero y escalador del Monte de las bienaventuranzas, del Tabor, del Calvario y del Monte Carmelo, ya que el verdadero Monte de Dios que es Cristo «es monte grueso y monte cuajado» (CB 36,10). No estará de más recordar que los alpinistas acostumbran acometer la ascensión de los picos más elevados durante la noche, con el fin de alcanzar la cumbre al despuntar el día; así la subida mística del Monte Carmelo será comenzada al atardecer y continuada bajo un condensarse las tinieblas, hasta el irradiar del Sol inmenso[36]. Así se conjunta, como hemos dicho, el simbolismo del monte y el de la noche que Juan de la Cruz funde en uno y que ha acertado a sintetizar en el ritornelo «quedarse a oscuras y sin nada» (1N 3, n.1 [tres veces], n.2 [cinco veces]). Caminar en la noche es subir al monte y subir al monte es ir haciendo la noche.
21. Nuestra edición
Perdido o destruido por el propio santo o desconocido el paradero del autógrafo sanjuanista de Subida, nos servimos del texto fundamental del llamado códice de Alcaudete (Jaén), actualmente en el Archivo Silveriano de Burgos. El códice es de la máxima garantía como copia hecha por el secretario y amigo del alma de Juan de la Cruz, Juan Evangelista. Del mismo amanuense es también la copia, conservada en el Sacromonte de Granada, de la primera redacción del Cántico (o Cántico A-1), de la Llama y de la mayor parte de las poesías.
Al frente del códice de Subida podemos leer: «Este manuscrito se halló en nuestro convento de Alcaudete y me lo fió el P. Prior Fr. Francisco Tadeo de S. Juan Bautista por el tiempo necesario para hacer la impresión de N.P.S. Juan de la Cruz. Fr. Andrés de la Encarnación».
El ms. tenía ya cuando lo examinó Andrés de la Encarnación (1716-1795) varias lagunas por falta de algunas hojas: «Bien es verdad que nos queda el vivo sentimiento de no estar concluso y que el largo espacio de casi dos siglos (escribía esto en 1763) nos robó en el medio once hojas (de la 291 a la 301, ambas inclusive) y otras muchas de su terminación. Así los referidos folios del medio, como los del fin, se han suplido de otro que se conserva en nuestro convento primitivo de Duruelo, que es también de venerable antigüedad».
La gran edición de Obras del Santo por la que tanto se desvivió Andrés de la Encarnación no se logró. El códice, según parece, se devolvió al convento de Alcaudete y allí se conservó hasta mediados del siglo pasado. Dispersados los bienes del convento, con ocasión de la exclaustración, también se perdió la pista del manuscrito. Felizmente apareció, como cuenta el P. Silverio de Santa Teresa: «El códice ha rodado por muchas librerías de lance, hasta que un buen día, llevado de mi impenitente costumbre de registrar puestos de libros y papeles viejos, di con él, y logré adquirirlo, con el contento que es de suponer» (BMC 10, p.288).
El juicio de valor del ms. dado por Andrés de la Encarnación es certero y cada día se demuestra más exacto: «Habrá pocos traslados de más estimación y crédito». Al mismo tiempo reconoce sus imprescindibles defectos: «como todas las cosas humanas por más acabadas que sean, son defectuosas, le cupieron a este escrito los descuidos de saltar algunas claúsulas que se puede fácilmente suplir o por otros manuscritos o por los mismos impresos».
Como códice auxiliar (para remediar los defectos del códice base de Alcaudete) nos sirve el manuscrito de Alba de Tormes: Archivo Carmelitas Descalzos. Lo que va entre paréntesis cuadrados o corchetes se toma de este de Alba de Tormes. En casos señalados recurrimos a la edición príncipe (=ep). Alcalá 1618.
Al final del libro tercero y de toda la obra publicamos los que figuran en varios manuscritos como capítulos 46 y 47, y así aparecen en este mismo de que nos servimos. Pueden verse acerca de esto otros detalles en la pequeña introducción que anteponemos a dichos capítulos.
En la edición hemos puesto las notas imprescindibles a pie de página. En compensación añadimos al final un simple glosario que ayude al lector a recorrer la Subida sin tropiezos lingüísticos. En las Concordancias de 1990 puede el lector repasar los usos de tales voces en Subida y las podrá configurar con más detalles.
Para otro tipo de dificultades en la lectura, el autor, consciente de la profundidad de su libro en el que dice encontrarse «doctrina sustancial y sólida» (Prólogo, 8), da un consejo obvio, de cuyo cumplimiento se promete una clarificación progresiva: «Y por cuanto esta doctrina es de la noche oscura, por donde el alma ha de ir a Dios, no se maraville el lector si le pareciere algo oscura. Lo cual entiendo yo que será al principio que la comenzare a leer; mas, como pase adelante, irá entendiendo mejor lo primero, porque con lo uno se va declarando lo otro. Y después, si lo leyere la segunda vez, entiendo le parecerá más claro, y la doctrina más sana» (Ib). El mismo Juan de la Cruz solía explicar oralmente el texto del libro a sus religiosos en Granada (Baltasar de Jesús: BMC 25, 356).
La lectura amorosa y reiterada de Subida producirá el efecto benéfico que produciría la exégesis del propio Juan de la Cruz sobre su texto.
José Vicente Rodríguez