Читать книгу ¡Avalancha! - Sandra Zaugg - Страница 6
ОглавлениеCapítulo 1
Transmisores de envases de manteca
“–¡Compré las cosas” –anunció Marcos García, agitando alegremente una pequeña bolsa de Radio Sony mientras entraba en la casa de Diego Vargas–. Ahora puedo fabricar mi propio “tramisor”.
–Un transmisor –corrigió sonriendo Diego–. Se llama transmisor. Sirve para enviar o transmitir un mensaje.
Guio a su amigo hasta la mesa de la cocina, donde estaban esperando sus componentes electrónicos.
–Papá nos escribió las instrucciones y Marcelo pronto estará aquí. ¡Será grandioso! –dijo Marcos.
Solo unas semanas antes, Diego y Marcelo tuvieron que escribir un informe para la clase de Ciencias Sociales.
–Cuando Marcelo y yo escuchamos por primera vez sobre Samuel Morse –explicó Diego mientras esperaban–, pensamos que era aburrido. Entonces, nos enteramos de su código secreto.
Marcos no sabía toda la historia.
–¿Por qué Samuel Morse necesitaba un código secreto? –preguntó.
Diego se encogió de hombros.
–En realidad, no estaba tratando de guardar un secreto. Pero, esto sucedió cuando no existían teléfonos. Morse inventó el telégrafo.
–¿Qué es un telégrafo? –preguntó Marcos.
–Es una manera de enviar mensajes a alguien que está muy lejos, utilizando un cable y un transmisor. El transmisor envía zumbidos de sonido. Samuel Morse inventó un código especial usando zumbidos cortos y zumbidos largos para que las personas pudieran enviarse mensajes.
Marcos mostró una hoja de papel cubierta por puntos y rayas.
–Entonces, cuando escribes morse en una hoja de papel, los zumbidos cortos deben ser los puntos y los zumbidos largos deben ser las rayas.
–Exactamente –asintió Diego–. Y, cuando los dices verbalmente, dices “di” en lugar de un punto y “da” en lugar de una raya.
Finalmente llegó Marcelo, quien sostenía con orgullo su bolsa plástica.
–Hola, chicos –exclamó–. Espero tener todas las cosas. Ese negocio de productos electrónicos tiene de todo. ¿Vieron ese programa de computadora que te ayuda a aprender el código morse?
Ubicó sus cosas en la mesa junto con las de Marcos y Diego.
–Yo lo vi –dijo Marcos–. Esa sería una manera muy buena de llegar a ser un experto en enviar y entender mensajes en código. Me gustaría poder comprarlo, pero no me alcanza el dinero. Ah, quizá pueda lanzar indirectas en mi casa sobre lo que quisiera recibir para mi cumpleaños o para Navidad.
Diego tomó un paquete pequeño y comenzó a abrirlo.
–¡Muy bien, empecemos! Este es el pulsador.
Enseguida, cada uno de los chicos tenía sobre la mesa: un pulsador, un soporte para pilas y una pequeña cosa llamada zumbador.
Diego observó sus cosas.
–Mi papá dice que esto es fácil. Primero, conectamos el cable negro del zumbador y el cable negro del soporte para pilas –miró sus cables e hizo una mueca–. ¿Cómo se hace eso?
–Mira, yo lo logré así –dijo Marcos y mostró la conexión de sus cables a Diego–. Solo dobla los pequeños extremos en bucles y engánchalos juntos. ¿Ves?
–¡Lo tengo! –dijo Marcelo sosteniendo los cables conectados.
–¡Yo no! –dijo Diego inclinándose sobre los suyos–. Estos cables son tan pequeños que se me escapan todo el tiempo.
Marcos se acercó y lo ayudó.
–Gracias –dijo Diego–. Bien, ahora engancharemos los cables rojos a los pequeños bucles en el fondo del zumbador.
Todos lo hicieron.
–Ahora, todo lo que haremos será presionar el pulsador. ¿Listos?
Todos lo hicieron.
Bzzzz bzzzz bz.
–¡Funciona! –gritaron los tres chicos a la vez.
Diego saltó de su silla, golpeó el piso con sus pies y corrió por toda la habitación mientras Marcos aullaba como un lobo. Marcelo siguió haciendo sonar su zumbador.
La hermanita de Diego entró a la cocina corriendo, seguida por la Sra. Vargas. Se veía preocupada.
–¿Qué pasó? ¿Está todo bien?
–Todo está bien –dijo Diego, tratando de recobrar el aliento.
–¡Escuche esto, Sra. Vargas! –dijo Marcos, cuando pudo parar de reír, y tocó el botón de su zumbador varias veces.
Bz bz bz bz bz bz.
–Mire –dijo con una sonrisa–, acabo de decir hola; ¿no es genial?
La Sra. Vargas tocó el zumbador de Diego, y también funcionó: Bzzzzzzzzzzzzz.
–Bueno –dijo–. Puede que no sea el sonido más placentero, ¡pero suena mucho mejor que todo el bullicio que escuché que venía de aquí!
–¿Nos ayudarías un minuto, mami? –preguntó Diego–. ¿Tienes envases de plástico, como los de la manteca o la margarina?
–Seguro –contestó–. Tengo un montón. Están en el estante de más abajo de la despensa. Búscalos.
Marcelo hizo una mueca.
–¿Para qué necesitamos envases de manteca?
Diego ya estaba buscando en el mueble.
–Ya verás –dijo mientras regresaba–. ¿Puedo usar un cuchillo para cortar agujeros en las tapas, mami?
La Sra. Vargas le alcanzó un cuchillo corto, ancho, con punta redonda, y una tabla de cortar. Observó en silencio junto con Marcelo y Marcos mientras Diego cortaba un agujero irregular encima de las tres tapas.
Diego llevó los envases a la mesa y los trabajó mientras hablaba.
–Papi dijo que para fabricar un “transmisor de envase plástico” debes poner el pulsador a través de la tapa y poner las otras partes dentro del envase. ¡Uy! Supongo que tendré que sacar los cables del pulsador primero. Ahora lo pasaré por la tapa y lo conectaré otra vez a los cables rojos. ¡Ahí está, eso fue fácil!
Sostuvo en alto su proyecto terminado, para que los otros pudieran verlo.
–Esa es una buena idea –dijo Marcelo mientras tomaba uno de los envases de plástico vacíos y comenzaba a hacer lo mismo.
Marcos tomó el suyo.
–¡Esto también hace que todo sea más fácil de llevar!
La Sra. Vargas sonrió mientras guardaba el cuchillo y volvía a su máquina de coser.
–¿Puedo mirar? –dijo esperanzada Hanah.
Diego puso su transmisor fuera del alcance de la niña.
–De acuerdo, pero no toques nada.
Por un rato los niños jugaron con sus transmisores, probando cómo eran los pulsadores. Finalmente, Hanah puso las manos sobre sus oídos y regresó a la sala con sus muñecas.
Diego sonrió y dijo:
–Ahora vayamos a lo que nos interesa. –consiguió lápices y papel para cada uno de ellos–. Enviemos mensajes por turnos, ¿de acuerdo?
–De acuerdo –dijo Marcos–; empieza tú. Hazlo lentamente para que podamos escribir las letras que escuchamos. No te olvides de lo que leímos sobre los atajos.
Marcos y Marcelo tomaron sus lápices.
Diego envió: .... ––– .–.. .–
–Bien –dijo Marcelo con una expresión de perplejidad–. Esto es lo que tengo: “h–o–l–a”, ¿sí?
–¡Lo tengo! –exclamó Marcos–. Dice: “Hola”, ¿verdad? ¡Esto está muy bueno! Ahora me toca a mí.
Pronto perdieron la noción del tiempo enviándose mensajes y tratando de descifrarlos. Finalmente, Marcos estiró sus brazos hacia arriba y movió sus dedos en el aire.
–Suficiente para mí por ahora –dijo mirando su reloj–. Ya casi es la hora en que mi mamá me pasará a buscar. Agradécele a tu papá de mi parte. Esto nos ayudará a practicar el código. Y gracias por el envase de plástico.
–Me alegra que hayan venido. Hagámoslo de nuevo mañana –dijo Diego.
–Yo no puedo –dijo Marcos–. Mi abuelo me llevará a la feria del condado en la ciudad. Saldremos bien temprano y nos quedaremos todo el día, ¡el abuelo y yo, los dos solos!
–No hay problema, ¿y el lunes después de la escuela?
–Preguntaré –dijo Marcos–, pero estoy casi seguro de que puedo.
Ambos miraron a Marcelo, quien quedó inmóvil mirando al vacío.
–¿No sería genial –dijo pensativamente– si pudiéramos enviar este código “de verdad” algún día?
De camino a su casa, Marcos pensó en lo que había dicho Marcelo. Tiene razón, decidió. Sería divertido usar el código morse “de verdad” algún día. Sería genial usarlo y realmente ayudar a alguien.