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Las Profecías y Revelaciones de Santa Brígida de Suecia

Libro 1

Palabras de nuestro Señor Jesucristo a su elegida y muy querida esposa, declarando su excelentísima encarnación, condenando la violación profana y abuso de confianza de nuestra fe y bautismo, e invitando a su querida esposa a que lo ame.

Capítulo 1

Yo soy el Creador del Cielo y de la tierra, uno en divinidad con el Padre y el Espíritu Santo. Yo soy el que habló a los profetas y patriarcas, y a quien ellos esperaban. Para cumplir sus deseos y de acuerdo con mi promesa, tomé carne sin pecado ni concupiscencia, entrando en el cuerpo de la Virgen, como el brillo del sol a través de un clarísimo cristal. Igual que el sol no daña al cristal entrando en él, tampoco se perdió la virginidad de mi Madre cuando tomé la humana naturaleza. Tomé carne pero sin abandonar mi divinidad.

No fui menos Dios, todo lo gobernaba y abastecía con el Padre y el Espíritu Santo, pese a que, con mi naturaleza humana, estuve en el vientre de la Virgen. Igual que el resplandor nunca se separa el fuego, tampoco mi divinidad se separó de mi humanidad, ni siquiera en la muerte. Lo siguiente que deseé para mi cuerpo puro y sin mancha fue ser herido desde la planta de mis pies hasta la coronilla de mi cabeza, por los pecados de todos los hombres, y ser colgado en la Cruz. Ahora mi cuerpo se ofrece cada día en el altar, para que las personas puedan amarme más y recordar mis favores con más frecuencia.

Ahora, sin embargo, estoy totalmente olvidado, ignorado y despreciado, como un rey desterrado de su reino en cuyo lugar ha sido elegido un perverso ladrón al que se colma de honores. Yo quise que mi reino estuviera dentro del ser humano, y por derecho yo debería ser Rey y Señor de él, dado que Yo lo creé y lo redimí. Ahora, sin embargo, él ha roto y profanado la fe que me prometió en el bautismo. Ha violado y rechazado las leyes que establecí para él. Ama su propia voluntad y despectivamente se niega a escucharme. Encima, exalta al más malvado de los ladrones, el demonio, por encima de mí y en él deposita su fe.

El demonio es realmente un ladrón porque, debido a sus perversas tentaciones y falsas promesas, roba para sí mismo al alma humana que Yo redimí con mi propia sangre. Y aunque se lleva a las almas, esto no se debe a que él sea más poderoso que Yo, pues Yo soy tan poderoso que puedo hacer todo mediante una sola palabra, y soy tan justo que no cometería la más mínima injusticia ni aunque me lo pidieran todos los santos.

Sin embargo, ya que el hombre, al que se ha dado libre albedrío, desprecia voluntariamente mis mandamientos y consiente al demonio, entonces es justo que también experimente la tiranía del demonio. El demonio fue creado bueno, pero cayó debido a su perversa voluntad y ha quedado como un verdugo para infligir su retribución a los pecadores. Pese a que ahora soy tan menospreciado, aún soy tan misericordioso que perdonaré los pecados de cualquiera que pida mi misericordia y se humille a sí mismo, y lo liberaré del perverso ladrón. Pero aplicaré mi justicia sobre aquellos que perseveren en menospreciarme, y los que la oigan temblarán, mientras que los que la experimenten dirán: ‘¡Ay de nosotros, que fuimos nacidos o concebidos! ¡Ay, que hemos provocado la ira del Señor de la majestad!’.

Pero tú, hija mía, a quien he elegido para mí y con quien hablo en el Espíritu, ¡ámame con todo tu corazón, no como amas a tu hijo o a tu hija o a tus padres sino más que cualquier cosa en el mundo! Yo te creé y no evité que ninguno de mis miembros sufriera por ti. Aún amo tanto a tu alma que, si fuera posible, me dejaría ser de nuevo clavado en la cruz antes que perderte. Imita mi humildad: Yo, que soy el Rey de la gloria y de los ángeles, fui vestido de pobres harapos y estuve desnudo en el pilar mientras mis oídos oían todo tipo de insultos y burlas. Antepón mi voluntad a la tuya porque mi Madre, tu Señora, desde el principio hasta el final, nunca quiso nada más que lo que yo quise. Si haces esto, entonces tu corazón estará con el mío y lo inflamaré con mi amor, de la misma forma que lo árido y seco se inflama fácilmente ante el fuego.

Tu alma estará llena de mí y Yo estaré en ti, todo lo temporal se volverá amargo para ti, y el deseo carnal te será como el veneno. Descansarás en mis divinos brazos, donde no hay deseo carnal sino sólo gozo y deleite espiritual. Ahí, el alma, colmada tanto interior como exteriormente, está llena de gozo, no pensando en nada ni deseando nada más que el gozo que posee. Por ello, ámame sólo a mí y tendrás todo lo que desees en abundancia. ¿No está escrito que el aceite de la vida no faltará hasta el día en que el Señor envíe lluvia sobre la tierra según las palabras del profeta? Yo soy el verdadero profeta. Si crees en mis palabras y las cumples, ni el aceite ni el gozo ni la alegría te faltarán jamás en toda la eternidad.

Palabras de nuestro Señor Jesucristo a la hija que ha tomado como esposa, en relación con los términos de la verdadera fe, y sobre qué adornos, muestras e intenciones debe tener la esposa en relación al Esposo.

Capítulo 2

Yo soy el Creador de los Cielos, la tierra y el mar, y de todo lo que hay en ellos. Yo soy uno con el Padre y el Espíritu Santo, no como los ídolos de piedra o de oro, como en una ocasión se ha dicho, tampoco soy varios dioses, como la gente acostumbraba a pensar, sino un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas y una sustancia, Creador de todo pero no creado por nadie, inmutable y omnipotente, sin principio ni fin. Yo soy el que nació de la Virgen, sin perder mi divinidad pero uniéndola a mi humanidad, de modo que en una persona fuese verdadero Hijo de Dios e Hijo de la Virgen. Yo soy el que fue colgado en la cruz, muerto y sepultado y aún así mi divinidad permaneció intacta.

Pese a que morí en la humana naturaleza y el cuerpo que Yo, el único Hijo, había adoptado aún vivía en la naturaleza divina, en la que Yo era un Dios junto con el Padre y el Espíritu Santo. Yo soy el mismo hombre que resucitó de la muerte y ascendió al Cielo, y quien ahora habla contigo a través de mi Espíritu. Te he elegido y tomado como esposa mía para mostrarte mis secretos, porque así quiero hacerlo. Poseo cierto derecho sobre ti porque tú sometiste tu voluntad a la mía cuando murió tu marido. Tras su muerte, tú pensaste y rogaste sobre cómo hacerte pobre por mí, y deseaste dejarlo todo por mi bien. Por eso, tengo justo derecho sobre ti y, por esa gran caridad tuya, yo tengo que proveerte. Por ello, te tomo por esposa para mi propio beneplácito, el que conviene que tenga Dios con una alma casta.

Es un deber de la esposa estar preparada para cuando el Esposo decida celebrar la boda, de forma que pueda estar correctamente vestida y limpia. Estarás limpia si tus pensamientos están siempre centrados en tus pecados, sobre cómo te purifiqué del pecado de Adán por el bautismo y sobre cuán a menudo te he apoyado y sostenido cuando has caído en el pecado. La esposa también ha de ponerse las prendas del novio sobre el pecho, es decir, debes recordar los favores y beneficios que te he hecho, como cuán noblemente Yo te creé dándote un cuerpo y un alma; cuán noblemente te enriquecí dándote salud y bienes temporales; cuán amorosamente te rescaté cuando morí por ti y restituí para ti tu herencia, por si desearas tenerla. La novia debe también hacer la voluntad de su Esposo. ¿Cuál es mi voluntad sino que quieras amarme por encima de todas las cosas y que no desees nada más que a mí?

Yo he creado todas las cosas por el bien de la humanidad y todo lo he puesto a su disposición. Y aún así, los seres humanos aman todo menos a mí y no aborrecen nada más que a mí. Les restituí la herencia que habían perdido por el pecado, pero ellos se han enajenado tanto y se han alejado tanto de la razón que, en lugar de la gloria eterna en la que están todos los bienes duraderos, prefieren la honra pasajera que es como espuma de mar, que aumenta un momento, como una montaña, y rápidamente se deshace en nada. Esposa mía, si no deseas nada más que a mí, si desprecias todo por mi bien –tanto hijos como padres, lo mismo que las riquezas y los honores—Yo te daré el más precioso y dulce regalo.

No te daré ni oro ni plata como pago sino a mí mismo como Esposo tuyo, Yo, que soy el Rey de la gloria. Si te avergonzases de ser pobre y despreciada, considera cómo tu Dios lo ha sido antes que tú, cuando sus sirvientes y amigos le abandonaron en la tierra, porque Yo no busqué amigos en la tierra sino en el Cielo. Si estás preocupada y temerosa de verte cargada de trabajo y enferma, considera qué grave es arder en el fuego. ¿Qué hubieras merecido si hubieras ofendido a un maestro terreno, como has hecho conmigo?

Porque, aunque Yo te amo de todo corazón, nunca actúo contra la justicia, ni aún en un solo detalle. Igual que tú has pecado en todos tus miembros corporales, también debes reparar en cada miembro. Sin embargo, debido a tu buena voluntad y a tu propósito de enmienda, Yo conmuto tu sentencia por una de misericordia y remito el duro suplicio a cambio de una módica enmienda. Por esta razón, ¡abraza de buena gana tus pequeñas cargas para que puedas quedar limpia y conseguir cuanto antes tu gran premio! Es bueno que la esposa se canse y comparta las fatigas del Esposo, de forma que descanse así más confiadamente con Él”.

Palabras de nuestro Señor Jesucristo a su esposa sobre su formación en el amor y honor a Él, su Esposo; sobre el odio de los malvados hacia Dios, y sobre el amor del mundo.

Capítulo 3

Yo soy tu Dios y Señor, a quien tú veneras. Soy Yo quien sostiene el Cielo y la tierra mediante mi poder, sin que tengan estribos ni columnas para sostenerse. Soy Yo quien cada día es ofrecido en el altar, verdadero Dios y hombre, bajo la apariencia del pan. Yo soy quien te ha escogido. ¡Honra a mi Padre! ¡Ámame! ¡Obedece a mi espíritu! ¡Ten a mi Madre por tu Señora! ¡Honra a todos mis santos! Mantén la verdadera fe que te sea enseñada por alguien que ha experimentado en sí mismo el conflicto entre los dos espíritus, el de la falsedad y el de la verdad, y que venció con mi fe. ¡Preserva la verdadera humildad!

¿Qué es la verdadera humildad sino alabar a Dios por todo lo bueno que nos ha dado? Hoy en día, sin embargo, hay muchas personas que me odian y que consideran mis obras y mis palabras como dolor y vanidad. Ellos le dan la bienvenida al adulterador, el demonio, con los brazos abiertos, y le aman. Todo lo que hacen por mí lo hacen quejándose y con resentimiento. Ellos ni siquiera pronunciarían mi nombre si no fuera por que temen la opinión de los demás. Tienen un amor tan sincero hacia el mundo que no se cansan de trabajar por él noche y día, y siempre son fervientes en su amor hacia él. Pero su servicio es para mí tan grato como si alguien pagara dinero a su enemigo para matar a su hijo.

Esto es lo que ellos hacen. Me dan alguna limosna y me honran con sus labios para conseguir éxito en el mundo y permanecer en sus privilegios y en su pecado. El buen espíritu está, en ellos, completamente impedido de progresar en la virtud. Si quieres amarme con todo tu corazón y no deseas nada sino a mí, Yo te atraeré a mí a través de la caridad, como un imán o magnetita atrae al hierro hacia sí. Te haré descansar en mi brazo, que es tan fuerte que nadie lo puede extender y tan rígido que nadie lo puede doblar cuando está extendido. Es tan dulce que sobrepasa a todos los aromas y no se pude comparar con los deleites de este mundo.

EXPLICACIÓN

Este fue un santo, un doctor en teología, que se llamó Maestro Matías de Suecia, canónico de Linköping, quien glosó toda la Biblia de manera excelente. Sufrió tentaciones muy sutiles del demonio, incluidas una serie de herejías contra la fe católica, todas las cuales superó con la ayuda de Cristo, y no pudo ser superado por el demonio. Esto está todo escrito en la biografía de Doña Brígida. Fue este Maestro Matías quien compuso el prólogo de estos libros, que comienza así: “Stupor et mirabilia, etc.” Él fue un hombre santo y muy poderoso en palabras y en obras. Cuando murió en Suecia, la esposa de Cristo, que entonces vivía en Roma, oyó en su oración una voz que le decía a su espíritu: “Feliz de ti, Maestro Matías, por la corona que ha sido preparada para ti en el Cielo. ¡Ven ahora a la sabiduría que no tiene fin!” También se puede leer sobre él en el Libro I, revelación 52; Libro V, en respuesta a la pregunta 3 en la última cuestión, y en el Libro VI, en las revelaciones 75 y 89.

Palabras de nuestro Señor Jesucristo a su esposa en las que le dice que no se preocupe ni piense que lo que se le revela a ella procede de un espíritu maligno, y sobre cómo distinguir a un Espíritu bueno de uno malo.

Capítulo 4

Yo soy tu Creador y Redentor ¿Por qué has temido mis palabras? ¿Por qué te has preguntado si proceden de un espíritu bueno o de uno malo? Dime, ¿has encontrado algo en mis palabras que no te haya dictado tu propia conciencia? ¿Te he ordenado algo contrario a la razón?” A esto, la esposa respondió: “No, al contrario, tus palabras son verdaderas y yo estaba en un error”. El Espíritu, su Esposo agregó: “Yo te ordené tres cosas. En ellas podrías reconocer al buen Espíritu. Te ordené que honraras a tu Dios, que te creó y te ha dado todo lo que tienes. Te ordené que te mantuvieras en la verdadera fe, es decir, que creyeras que nada se ha creado ni se puede crear sin Dios. También te ordené que mantuvieras una razonable continencia en todas las cosas, dado que el mundo se ha hecho para uso del hombre, a fin de que las personas lo aprovechen para sus necesidades.

De la misma forma, también puedes reconocer al espíritu inmundo por las tres cosas contrarias a éstas: Te tienta a que te alabes a ti misma y a que te enorgullezcas de lo que se te ha dado; te tienta a que traiciones tu propia fe; también te tienta a la impureza en todo el cuerpo y en todas las cosas, y hace que arda tu corazón por ello.

A veces también engaña a las personas bajo la forma de bien. Por esto te he mandado que siempre examines tu conciencia y que se la expongas a prudentes consejeros espirituales. Por ello, no dudes de que el buen Espíritu de Dios esté contigo cuando no desees otra cosa que a Dios y de Él te inflames toda. Sólo Yo puedo crear ese fervor y así al demonio le es imposible acercarse a ti. Tampoco les es posible acercarse a las malas personas, a menos que yo lo permita, bien por los pecados humanos o por alguno de mis ocultos designios, porque él es mi criatura, como todas las demás, y fue creado bueno por mí, aunque se pervirtió por su propia maldad. Por tanto, Yo soy Señor sobre él.

Por esta razón, me acusan falsamente quienes dicen que las personas que me rinden gran devoción están locas o poseídas. Me hacen aparecer como un hombre que expone a su casta y fiable mujer a un adúltero.

Eso es lo que Yo sería si dejara que alguien que me amase plena y rectamente fuese poseído por un demonio. Pero, puesto que Yo soy fiel, ningún demonio podrá nunca controlar el alma de ninguno de mis devotos sirvientes. Pese a que mis amigos a veces parezcan estar casi fuera de su razón, no es porque sufran debido al demonio ni porque me sirvan con ferviente devoción. Más bien se debe a algún defecto del cerebro o a alguna otra causa oculta, que sirve para humillarlos. A veces, también puede ocurrir que el demonio reciba de mí un poder sobre los cuerpos de las buenas personas, para un mayor beneficio de éstas, o que oscurezca sus conciencias. Sin embargo, nunca puede conseguir el control de las almas de aquellos que tienen fe y se deleitan en mí.

Amorosas palabras de Cristo a su esposa, con la preciosa imagen de una noble fortaleza, que simboliza a la Iglesia militante, y sobre cómo la Iglesia de Dios será ahora reconstruida por las oraciones de la gloriosa Virgen y de los santos.

Capítulo 5

Yo soy el Creador de todas las cosas. Soy el Rey de la gloria y el Señor de los ángeles. He construido para mí una noble fortaleza y he colocado en ella a mis elegidos. Mis enemigos han perforado sus fundamentos y han prevalecido sobre mis amigos, tanto que les han amarrado a estacas con cepos y la médula se les sale por los pies. Les apedrean los huesos y los matan de hambre y de sed. Encima, los enemigos persiguen a su Señor. Mis amigos están ahora gimiendo y suplicando ayuda; la justicia pide venganza, pero la misericordia invoca al perdón.

Entonces, Dios dijo a la Corte Celestial allí presente: “¿Qué pensáis de estas personas que han asaltado mi fortaleza?” Ellos, a una voz, respondieron: “Señor, toda la justicia está en ti y en ti vemos todas las cosas. A ti se te ha dado todo juicio, Hijo de Dios, que existes sin principio ni fin, tú eres su Juez. Y Él dijo: “Pese a que todo lo sabéis y veis en mi, por el bien de mi esposa, decidme cuál es la sentencia justa”. Ellos dijeron: “Esto es justicia: Que aquellos que derrumbaron los muros sean castigados como ladrones; que aquellos que persisten en el mal, sean castigados como invasores, que los cautivos sean liberados y los hambrientos saturados”.

Entonces María, la Madre de Dios, que al principio había permanecido en silencio, habló y dijo: “Mi Señor e Hijo querido, tú estuviste en mi vientre como verdadero Dios y hombre. Tú te dignaste a santificarme a mí, que era un vaso de arcilla. Te suplico, ¡ten misericordia de ellos una vez más!” El Señor contestó a su Madre: “¡Bendita sea la palabra de tu boca! Como un suave perfume, asciende hasta Dios. Tú eres la gloria y la Reina de los ángeles y de todos los santos, porque Dios fue consolado por ti y a todos los santos deleitas. Y porque tu voluntad ha sido la mía desde el comienzo de tu juventud, una vez más cumpliré tu deseo”. Entonces, él le dijo a la Corte Celestial: “Porque habéis luchado valientemente, por el bien de vuestra caridad, me apiadaré por ahora.

Mirad, reedificaré mi muro por vuestros ruegos. Salvaré y sanaré a los que sean oprimidos por la fuerza y los honraré cien veces por el abuso que han sufrido. Si los que hacen violencia piden misericordia, tendrán paz y misericordia. Aquellos que la desprecien sentirán mi justicia”. Entonces, Él le dijo a su esposa: “Esposa mía, te he elegido y te he revestido de mi Espíritu. Tú escuchas mis palabras y las de los santos quienes, aunque ven todo en mí, han hablado por tu bien, para que puedas entender. Al fin y al cabo, tú, que aún estás en el cuerpo, no me puedes ver de la misma forma que ellos, que son mis espíritus. Ahora te mostraré lo que significan estas cosas.

La fortaleza de la que he hablado es la Santa Iglesia, que yo he construido con mi propia sangre y la de los santos. Yo mismo la cimenté con mi caridad y después coloqué en ella a mis elegidos y amigos. Su fundamento es la fe, o sea, la creencia en que Yo soy un Juez justo y misericordioso. Este fundamento ha sido ahora socavado porque todos creen y predican que soy misericordioso, pero casi nadie cree que yo sea un Juez justo. Me consideran un juez inicuo. De hecho, un juez sería inicuo si, al margen de la misericordia, dejara a los inicuos sin castigo de forma que pudieran continuar oprimiendo a los justos.

Yo, sin embargo, soy un Juez justo y misericordioso y no dejaré que el más mínimo pecado quede sin castigo ni que aún el mínimo bien quede sin recompensa. Por los huecos perforados en el muro, entran en la Santa Iglesia personas que pecan sin miedo, que niegan que Yo sea justo y atormentan a mis amigos como si los clavaran en estacas. A estos amigos míos no se les da gozo y consuelo. Por el contrario, son castigados e injuriados como si fueran demonios. Cuando dicen la verdad sobre mí, son silenciados y acusados de mentir. Ellos ansían con pasión oír o hablar la verdad, pero no hay nadie que les escuche ni que les diga la verdad.

Además, Yo, Dios Creador, estoy siendo blasfemado. La gente dice: ‘No sabemos si existe Dios. Y si existe no nos importa’. Arrojan al suelo mi bandera y la pisotean diciendo: ‘¿Por qué sufrió? ¿En qué nos beneficia? Si cumple nuestros deseos estaremos satisfechos, ¡que mantenga Él su reino y su Cielo! Cuando quiero entrar en ellos, dicen: ‘¡Antes moriremos que doblegar nuestra voluntad!’ ¡Date cuenta, esposa mía, de la clase de gente que es! Yo los creé y los puedo destruir con una palabra. ¡Qué soberbios que son conmigo! Gracias a los ruegos de mi Madre y de todos los santos, permanezco misericordioso y tan paciente que estoy deseando enviarles palabras de mi boca y ofrecerles mi misericordia. Si la quieren aceptar, yo tendré compasión.

De lo contrario, conocerán mi justicia y, como ladrones, serán públicamente avergonzados ante los ángeles y los hombres, y condenados por cada uno de ellos. Como los criminales son colgados en las horcas y devorados por los cuervos, así ellos serán devorados por los demonios, pero no consumidos. Igual que las personas atrapadas en cepos no pueden descansar, ellos padecerán dolor y amargura por todas partes.

Un río de fuego entrará por sus bocas, pero sus estómagos no serán saciados y su sed y suplicio se reanudarán cada día. Pero mis amigos estarán a salvo, y serán consolados por las palabras que salen de mi boca. Ellos verán mi justicia junto a mi misericordia. Los revestiré con las armas de mi amor, que les harán tan fuertes que los adversarios de la fe se escurrirán ante ellos como el barro y, cuando vean mi justicia, quedarán en vergüenza perpetua por haber abusado de mi paciencia”.

Palabras de Cristo a su esposa sobre cómo su Espíritu no puede morar en los malvados; sobre la separación de los buenos y los perversos y el envío de los buenos, armados con armas espirituales, a la guerra contra el mundo.

Capítulo 6

Mis enemigos son como la más salvaje de las bestias, que nunca pueden estar satisfechos ni permanecer en calma. Su corazón está tan vacío de mi amor que el pensamiento de mi pasión nunca lo penetra. Ni siquiera una sola vez, desde lo más íntimo de su corazón, ha escapado una palabra como ésta: “Señor, tú nos has redimido, ¡alabado seas por tu amarga pasión!” ¿Cómo puede vivir mi Espíritu en personas que no sienten el divino amor por mí, personas que están deseando traicionar a otros por conseguir su propio beneficio?

Su corazón está lleno de viles gusanos, es decir, lleno de pasiones mundanas. El demonio ha dejado sus excrementos en sus bocas y, por eso, no tienen gusto por mis palabras. Por ello, con mi serrucho, los cortaré para apartarlos de mis amigos. No hay forma peor de morir que bajo la sierra. Igualmente, no habrá castigo que ellos no compartan: serán serrados en dos por el demonio y apartados de mí. Los encuentro tan odiosos que todos los que se adhieran a ellos se separarán de mí.

Por esta razón, estoy enviando a mis amigos para que ellos separen a los demonios de mis miembros, ya que los demonios son mis verdaderos enemigos. Los envío como nobles soldados a la batalla. Todo el que mortifique su carne y se abstenga de lo ilícito es mi verdadero soldado. Como lanza llevarán las palabras de mi boca y en sus manos esgrimirán la espada de la fe; en sus pechos estará la coraza del amor, por lo que, pase lo que pase, no dejarán de amarme. Deben tener el escudo de la paciencia en su costado, de forma que soporten todo con paciencia. Los he atesorado como oro en un estuche: ahora deben salir y andar por mis caminos.

Según los designios de la justicia, Yo no podría entrar en la gloria de mi majestad sin soportar tribulación en mi naturaleza humana. Por tanto ¿cómo entrarán ellos? Si su Señor sufrió, no es de extrañar que ellos también tengan que sufrir. Si su señor soportó latigazos, no será para ellos gran cosa el soportar palabras. No han de temer porque nunca les abandonaré. Igual que es imposible para el demonio entrar en el corazón de Dios y dividirlo, igual de imposible le será separarlos de mí. Y como, ante mi vista, son como oro purísimo, pues han sido testados con un poco de fuego, no les abandonaré: es para su mayor recompensa.

Palabras de la gloriosa Virgen a su hija, sobre la forma de vestir y el tipo de ropas y ornamentos con los que la hija debe adornarse y vestirse.

Capítulo 7

Yo soy María, que alumbró al Hijo de Dios, verdadero Dios y verdadero hombre. Soy la Reina de los ángeles. Mi Hijo te ama con todo su corazón ¡Ámale! Debes de adornarte con muy honestos vestidos y yo te mostraré cómo y qué tipo de ropas deben ser. Igual que antes tenías una enagua, una túnica, calzado, una capa y un broche sobre tu pecho, ahora has de cubrirte de ropas espirituales. La enagua es la contrición. Igual que la enagua se viste pegada al cuerpo, así la contrición y la conversión son el primer camino de conversión a Dios. A través de ello, la mente, que en su momento encontró gozo en el pecado, se purifica, y la carne impura se mantiene bajo control.

Los dos zapatos son dos disposiciones, en concreto la intención de rectificar las transgresiones pasadas y la intención de hacer el bien y mantenerse lejos del mal. Tu túnica es la esperanza en Dios. Igual que la túnica tiene dos mangas, ha de haber justicia y misericordia en tu esperanza. De esta forma, esperarás a la misericordia de Dios porque no olvidarás su justicia. Piensa en su justicia y en su juicio, de forma que no olvides su misericordia, porque Él no emplea la justicia sin misericordia ni la misericordia sin justicia. La capa es la fe. Lo mismo que la capa lo cubre todo y todo está contenido en ella, la naturaleza humana puede igualmente abarcar y conseguir todo mediante la fe.

Esta capa debe ir decorada con las insignias del amor de tu Esposo, o sea, de la forma que te ha creado, de la forma que te ha redimido, de la forma que te alimentó, te atrajo hacia su Espíritu y abrió tus ojos espirituales. El broche es la consideración de su pasión. Fija firmemente en tu pecho el pensamiento de cómo Él fue burlado y mortificado, cómo se mantuvo vivo en la cruz, ensangrentado y perforado en todas sus fibras, cómo a su muerte su cuerpo entero se convulsionó por el agudo dolor de la pasión, cómo encomendó su Espíritu en manos de su Padre. ¡Que este broche permanezca siempre en tu pecho! Sobre tu cabeza, póngase una corona, es decir, castidad en tus afectos, que prefieras resistir los azotes antes que volver a mancharte. Se modesta y digna. No pienses ni desees nada más que a tu Dios y Creador. Cuando le tienes a Él, lo tienes todo. Adornada de esta forma, debes esperar a tu Esposo.

Palabras de la Reina de los Cielos a su querida hija, enseñándole que debe amar y alabar a su Hijo junto a su Madre.

Capítulo 8

Yo soy la Reina de los Cielos. Estás preocupada sobre cómo tienes que alabarme. Ten por seguro que toda alabanza a mi Hijo es alabanza a mí. Y aquellos que lo deshonran, me deshonran a mí, pues mi amor hacia él y el suyo hacia mí es tan ardiente como si los dos fuéramos un solo corazón. Tanto me honró a mí, que era un vaso de arcilla, que me ensalzó por encima de todos los ángeles. Por ello, tú me has de alabar así: “Bendito seas, Señor Dios, Creador de todas las cosas, que te dignaste descender dentro del vientre de la Virgen María. Bendito seas, Señor Dios, que quisiste habitar en las entrañas de la Virgen María, sin ser una carga para Ella y te dignaste a recibir su carne inmaculada sin pecado.

Bendito seas, Señor Dios, que viniste a la Virgen, dándole gozo a su alma y a todos sus miembros y que, con el gozo de todos los miembros de su cuerpo sin pecado, de Ella naciste. Bendito seas, Señor Dios, que, después de tu ascensión alegraste a la Virgen María con frecuentes consolaciones y con tu consolación la visitaste. Bendito seas, Señor Dios, que ascendiste el cuerpo y el alma de la Virgen María, tu Madre, a los Cielos y la honraste situándola junto a tu divinidad, sobre todos los ángeles. Ten misericordia de mí, Señor, por sus ruegos e intercesión”.

Palabras de la Reina de los Cielos a su querida hija sobre el hermoso amor que el Hijo profesaba a su Madre Virgen; sobre cómo la Madre de Cristo fue concebida en un matrimonio casto y santificada en el vientre de su madre; sobre cómo ascendió en cuerpo y alma al Cielo; sobre el poder de su nombre y sobre los ángeles asignados a los hombres para el bien o para el mal.

Capítulo 9

Yo soy la Reina del Cielo. Ama a mi Hijo, porque él es el honestísimo y cuando lo tienes a Él tienes todo lo que es honesto. Él es lo más deseable y cuando lo tienes a Él tienes todo lo que es deseable. Ámalo, también, porque Él es virtuosísimo y cuando lo tienes a él tienes todas las virtudes. Te voy a contar lo hermoso que fue su amor hacia mi cuerpo y mi alma y cuánto honor le dio a mi nombre. Él, mi hijo, me amó antes de que yo lo amara a Él, pues es mi Creador. Él unió a mi padre y a mi madre en un matrimonio tan casto que no se puede encontrar a ninguna pareja más casta.

Nunca desearon unirse excepto de acuerdo a la Ley, sólo para tener descendencia. Cuando el ángel les anunció que tendrían una Virgen por la cual llegaría la salvación del mundo, antes hubieran muerto que unirse en un amor carnal pues la lujuria estaba extinguida en ellos. Te aseguro que, por la caridad divina y debido al mensaje del ángel, ellos se unieron en la carne, no por concupiscencia sino contra su voluntad y por su amor hacia Dios. De esta forma, mi carne fue engendrada de su semilla a través del amor divino.

Cuando mi cuerpo se formó, Dios envió al alma creada dentro de Él desde su divinidad. El alma fue inmediatamente santificada junto con el cuerpo y los ángeles la vigilaban y custodiaban día y noche. Es imposible expresarte qué grandísimo gozo sintió mi madre cuando mi alma fue santificada y se unió a su cuerpo. Después, cuando el curso de mi vida estuvo cumplido, mi Hijo primero elevó mi alma, por haber sido la dueña del cuerpo, a un lugar más eminente que los demás, cerca de la gloria de su divinidad, y después mi cuerpo, de forma que ningún otro cuerpo de criatura está tan cerca de Dios como el mío.

¡Mira cuánto amó mi Hijo a mi alma y cuerpo! Hay personas, sin embargo, que maliciosamente niegan que yo haya sido ascendida en cuerpo y alma, y hay otras que simplemente no tienen mayor conocimiento. Pero la verdad de ello es cierta: Fui elevada hasta la Gloria de Dios en cuerpo y alma. ¡Escucha ahora lo mucho mi Hijo honró mi nombre! Mi nombre es María, como dice el Evangelio.

Cuando los ángeles oyen este nombre, se regocijan en su conciencia y dan gracias a Dios por la grandísima gracia que obró en mí y conmigo, porque ellos ven la humanidad de mi Hijo glorificada en su divinidad. Las almas del purgatorio se regocijan de especial manera, como cuando un hombre enfermo que está en la cama escucha alentadoras palabras de otros y esto agrada a su corazón haciéndole sentir contento. Al oír mi nombre, los ángeles buenos se acercan inmediatamente a las almas de los justos, a quienes han sido dados como guardianes, y se regocijan en sus progresos. Los ángeles buenos han sido adjudicados a todos como protección y los ángeles malos como prueba.

No es que los ángeles estén nunca separados de Dios sino que, más bien, asisten al alma sin dejar a Dios y permanecen constantemente en su presencia, mientras siguen inflamando e incitando al alma a que haga el bien. Los demonios todos se espantan y temen mi nombre. Al sonido del nombre de María, sueltan inmediatamente a la presa que tengan en sus zarpas. Lo mismo que un ave rapaz, cebada en su presa con sus garras, la deja en cuanto oye un ruido y vuelve después cuando ve que no pasa nada, igualmente los demonios dejan al alma, asustados, al oír mi nombre, pero vuelven de nuevo rápidos como una flecha a menos que vean que después se ha producido una enmienda.

Nadie está tan enfriado en el amor de Dios –a menos que esté condenado—que no se aleje del él el demonio si invoca mi nombre con la intención de no volver más a sus malos hábitos, y el demonio se mantiene lejos de él a menos que vuelva a consentir en pecar mortalmente. Sin embargo, a veces se le permite al demonio que lo inquiete por el bien de una mayor recompensa, pero nunca para que llegue a poseerlo.

Palabras de la Virgen María a su hija, ofreciéndole una provechosa enseñanza sobre cómo debe de vivir, y describiendo maravillosos detalles de la pasión de Cristo.

Capítulo 10

Yo soy la Reina del Cielo, la Madre de Dios. Te dije que debías llevar un broche sobre tu pecho. Ahora te mostraré con más detalle cómo, desde el principio, nada más aprender y llegar a la comprensión de la existencia de Dios, estuve siempre solícita y temerosa de mi salvación y observancia religiosa. Cuando aprendí más plenamente que el mismo Dios era mi Creador y el Juez de todas mis acciones, llegué a amarlo profundamente y estuve constantemente alerta y observadora para no ofenderlo de palabra ni de obra.

Cuando supe que Él había dado su Ley y mandamientos a su pueblo y obró tantos milagros a través de ellos, hice la firme resolución en mi alma de no amar nada más que a Él, y las cosas mundanas se volvieron muy amargas para mí. Entonces, sabiendo que el mismo Dios redimiría al mundo y nacería de una Virgen, yo estaba tan conmovida de amor por Él que no pensaba en nada más que en Dios ni quería nada que no fuera Él. Me aparté, en lo posible, de la conversación y presencia de parientes y amigos, y le di a los necesitados todo lo que había llegado a tener, quedándome sólo con una moderada comida y vestido.

Nada me agradaba sino sólo Dios. Siempre esperé en mi corazón vivir hasta el momento de su nacimiento y, quizá, aspirar a convertirme en una indigna servidora de la Madre de Dios. También hice en mi corazón el voto de preservar mi virginidad, si esto era aceptable para Él, y de no poseer nada en el mundo. Pero si Dios hubiera querido otra cosa, mi deseo era que se cumpliera en mí su deseo y no el mío, porque creí en que Él era capaz de todo y que Él sólo querría lo mejor para mí. Por ello, sometí a Él toda mi voluntad. Cuando llegó el tiempo establecido para la presentación de las vírgenes en el templo del Señor, estuve presente con ellas gracias a la religiosa obediencia de mis padres.

Pensé para mí que nada era imposible para Dios y que, como Él sabía que yo no deseaba ni quería nada más que a Él, Él podría preservar mi virginidad, si esto le agradaba y, si no, que se hiciera su voluntad. Tras haber escuchado todos los mandamientos en el templo, volví a casa aún ardiendo más que nunca en mi amor hacia Dios, siendo inflamada con nuevos fuegos y deseos de amor cada día. Por eso, me aparté aún más de todo lo demás y estuve sola noche y día, con gran temor de que mi boca hablase o mis oídos oyesen algo contra Dios, o de que mis ojos mirasen algo en lo que se deleitaran. En mi silencio sentí también temor y ansiedad por si estuviera callando en algo que debiera de hablar.

Con estas turbaciones en mi corazón, y a solas conmigo misma, encomendé todas mis esperanzas a Dios. En aquel momento vino a mi pensamiento considerar el gran poder de Dios, cómo los ángeles y todas las criaturas le sirven y cómo es su gloria indescriptible y eterna. Mientras me preguntaba todo esto, tuve tres visiones maravillosas. Vi una estrella, pero no como las que brillan en el Cielo. Vi una luz, pero no como las que alumbran el mundo. Percibí un aroma, pero no de hierbas ni de nada de eso, sino indescriptiblemente suave, que me llenó tanto que sentí como si saltara de gozo. En ese momento, oí una voz, pero no de hablar humano.

Tuve mucho miedo cuando la oí y me pregunté si sería una ilusión. Entonces, apareció ante mí un ángel de Dios en una bellísima forma humana, pero no revestido de carne, y me dijo: ‘Ave, llena gracia…’ Al oírlo, me pregunté qué significaba aquello o por qué me había saludado de esa forma, pues sabía y creía que yo era indigna de algo semejante, o de algo tan bueno, pero también sabía que para Dios no era imposible hacer todo lo que quisiese. Acto seguido, el ángel añadió: ‘El hijo que ha de nacer en ti es santo y se llamará Hijo de Dios. Se hará como a Dios le place’. Aún no me creí digna ni le pregunté al ángel ‘¿Por qué?’ o ‘¿Cuándo se hará?’, pero le pregunté: ‘¿Cómo es que yo, tan indigna, he de ser la madre de Dios, si ni siquiera conozco varón?’

El ángel me respondió, como dije, que nada es imposible para Dios, pero ‘Todo lo que él quiera se hará’. Cuando oí las palabras del ángel, sentí el más ferviente deseo de convertirme en la Madre de Dios, y mi alma dijo con amor: ‘¡Aquí estoy, hágase tu voluntad en mí!’ Al decir aquello, en ese momento y lugar, fue concebido mi Hijo en mi vientre con una inefable exultación de mi alma y de los miembros de mi cuerpo. Cuando Él estaba en mi vientre, lo engendré sin dolor alguno, sin pesadez ni cansancio en mi cuerpo. Me humillé en todo, sabiendo que portaba en mí al Todopoderoso. Cuando lo alumbré, lo hice sin dolor ni pecado, igual que cuando lo concebí, con tal exultación de alma y cuerpo que sentí como si caminara sobre el aire, gozando de todo. Él entró en mis miembros, con gozo de toda mi alma, y de esa forma, con gozo de todos mis miembros, salió de mí, dejando mi alma exultante y mi virginidad intacta.

Cuando lo miré y contemplé su belleza, la alegría desbordó mi alma, sabiéndome indigna de un Hijo así. Cuando consideré los lugares en los que, como sabía a través de los profetas, sus manos y pies serían perforados en la crucifixión, mis ojos se llenaron de lágrimas y se me partió el corazón de tristeza. Mi hijo miró a mis ojos llorosos y se entristeció casi hasta morir. Pero al contemplar su divino poder, me consolé de nuevo, dándome cuenta de que esto era lo que él quería y, por ello, como era lo correcto, conformé toda mi voluntad a la suya. Así, mi alegría siempre se mezclaba con el dolor.

Cuando llegó el momento de la pasión de mi Hijo, sus enemigos lo arrestaron. Lo golpearon en la mejilla y en el cuello, y lo escupieron mofándose de él. Cuando fue llevado a la columna, él mismo se desnudó y colocó sus manos sobre el pilar, y sus enemigos se las ataron sin misericordia. Atado a la columna, sin ningún tipo de ropa, como cuando vino al mundo, se mantuvo allí sufriendo la vergüenza de su desnudez. Sus enemigos lo cercaron y, estando huidos todos sus amigos, flagelaron su purísimo cuerpo, limpio de toda mancha y pecado. Al primer latigazo yo, que estaba en las cercanías, caí casi muerta y, al volver en mí, vi en mi espíritu su cuerpo azotado y llagado hasta las costillas.

Lo más horrible fue que, cuando le retiraron el látigo, las correas engrosadas habían surcado su carne. Estando ahí mi Hijo, tan ensangrentado y lacerado que no le quedó ni una sola zona sana en la que azotar, alguien apareció en espíritu y preguntó: ‘¿Lo vais a matar sin estar sentenciado?’ Y directamente le cortó las amarras. Entonces, mi Hijo se puso sus ropas y vi cómo quedó lleno de sangre el lugar donde había estado y, por sus huellas, pude ver por dónde anduvo, pues el suelo quedaba empapado de sangre allá donde Él iba. No tuvieron paciencia cuando se vestía, lo empujaron y lo arrastraron a empellones y con prisa. Siendo tratado como un ladrón, mi Hijo se secó la sangre de sus ojos. Nada más ser sentenciado, le impusieron la cruz para que la cargara. La llevó un rato, pero después vino uno que la cogió y la cargó por Él. Mientras mi Hijo iba hacia el lugar de su pasión, algunos le golpearon el cuello y otros le abofetearon la cara. Le daban con tanta fuerza que, aunque yo no veía quién le pegaba, oía claramente el sonido de la bofetada.

Cuando llegué con Él al lugar de la pasión, vi todos los instrumentos de su muerte allí preparados. Al llegar allí, Él solo se desnudó mientras que los verdugos se decían entre sí: ‘Estas ropas son nuestras y Él no las recuperará porque está condenado a muerte’. Mi Hijo estaba allí, desnudo como cuando nació y, en esto, alguien vino corriendo y le ofreció un velo con el cuál el, contento, pudo cubrir su intimidad. Después, sus crueles ejecutores lo agarraron y lo extendieron en la cruz, clavando primero su mano derecha en el extremo de la cruz que tenía hecho el agujero para el clavo. Perforaron su mano en el punto en el que el hueso era más sólido. Con una cuerda, le estiraron la otra mano y se la clavaron en el otro extremo de la cruz de igual manera.

A continuación, cruzaron su pie derecho con el izquierdo por encima usando dos clavos de forma que sus nervios y venas se le extendieron y desgarraron. Después le pusieron la corona de espinas[1] y se la apretaron tanto que la sangre que salía de su reverenda cabeza le tapaba los ojos, le obstruía los oídos y le empapaba la barba al caer. Estando así en la cruz, herido y sangriento, sintió compasión de mí, que estaba allí sollozando, y, mirando con sus ojos ensangrentados en dirección a Juan, mi sobrino, me encomendó a él. Al tiempo, pude oír a algunos diciendo que mi Hijo era un ladrón, otros que era un mentiroso, y aún otros diciendo que nadie merecía la muerte más que Él.

Al oír todo esto se renovaba mi dolor. Como dije antes, cuando le hincaron el primer clavo, esa primera sangre me impresionó tanto que caí como muerta, mis ojos cegados en la oscuridad, mis manos temblando, mis pies inestables. En el impacto de tanto dolor no pude mirarlo hasta que lo terminaron de clavar. Cuando pude levantarme, vi a mi Hijo colgando allí miserablemente y, consternada de dolor, yo Madre suya y triste, apenas me podía mantener en pie.

Viéndome a mí y a sus amigos llorando desconsoladamente, mi Hijo gritó en voz alta y desgarrada diciendo: ‘¿Padre por qué me has abandonado?’ Era como decir: ‘Nadie se compadece de mí sino tú, Padre’. Entonces sus ojos parecían medio muertos, sus mejillas estaban hundidas, su rostro lúgubre, su boca abierta y su lengua ensangrentada. Su vientre se había absorbido hacia la espalda, todos sus fluidos quedaron consumidos como si no tuviera órganos. Todo su cuerpo estaba pálido y lánguido debido a la pérdida de sangre. Sus manos y pies estaban muy rígidos y estirados al haber sido forzados para adaptarlos a la cruz. Su barba y su cabello estaban completamente empapados en sangre.

Estando así, lacerado y lívido, tan sólo su corazón se mantenía vigoroso, pues tenía una buena y fuerte constitución. De mi carne, Él recibió un cuerpo purísimo y bien proporcionado. Su cutis era tan fino y tierno que al menor arañazo inmediatamente le salía sangre, que resaltaba sobre su piel tan pura. Precisamente por su buena constitución, la vida luchó contra la muerte en su llagado cuerpo. En ciertos momentos, el dolor en las extremidades y fibras de su lacerado cuerpo le subía hasta el corazón, aún vigoroso y entero, y esto le suponía un sufrimiento increíble. En otros momentos, el dolor bajaba desde su corazón hasta sus miembros heridos y, al suceder esto, se prolongaba la amargura de su muerte.

Sumergido en la agonía, mi Hijo miró en derredor y vio a sus amigos que lloraban, y que hubieran preferido soportar ellos mismos el dolor con su auxilio, o haber ardido para siempre en el infierno, antes que verlo tan torturado. Su dolor por el dolor de sus amigos excedía toda la amargura y tribulaciones que había soportado en su cuerpo y en su corazón, por el amor que les tenía. Entonces, en la excesiva angustia corporal de su naturaleza humana, clamó a su Padre: ‘Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu’.

Cuando yo, Madre suya y triste, oí esas palabras, todo mi cuerpo se conmovió con el dolor amargo de mi corazón, y todas las veces que las recuerdo lloro desde entonces, pues han permanecido presentes y recientes en mis oídos. Cuando se le acercaba la muerte, y su corazón se reventó con la violencia de los dolores, todo su cuerpo se convulsionó y su cabeza se levantó un poco para después caérsele otra vez. Su boca quedó abierta y su lengua podía ser vista toda sangrante. Sus manos se retrajeron un poco del lugar de la perforación y sus pies cargaron más con el peso de su cuerpo. Sus dedos y brazos parecieron extenderse y su espalda quedó rígida contra la cruz.

Entonces, algunos me decían: ‘María, tu Hijo ha muerto’. Otros decían: ‘Ha muerto pero resucitará’. A medida que todos se iban marchando, vino un hombre, y le clavó una lanza en el costado con tanta fuerza que casi se le salió por el otro lado. Cuando le sacaron la espada, su punta estaba teñida de sangre roja y me pareció como si me hubieran perforado mi propio corazón cuando vi a mi querido hijo traspasado. Después lo descolgaron de la cruz y yo tomé su cuerpo sobre mi regazo. Parecía un leproso, completamente lívido. Sus ojos estaban muertos y llenos de sangre, su boca tan fría como el hielo, su barba erizada y su cara contraída.

Sus manos estaban tan descoyuntadas que no se sostenían siquiera encima de su vientre. Le tuve sobre mis rodillas como había estado en la cruz, como un hombre contraído en todos sus miembros. Tras esto le tendieron sobre una sábana limpia y, con mi pañuelo, le sequé las heridas y sus miembros y cerré sus ojos y su boca, que había estado abierta cuando murió. Así lo colocaron en el sepulcro. ¡De buena gana me hubiera colocado allí, viva con mi Hijo, si esa hubiera sido su voluntad! Terminado todo esto, vino el bondadoso Juan y me llevó a su casa. ¡Mira, hija mía, cuánto ha soportado mi Hijo por ti!

[1] Explicación del Libro 7 - Capítulo 15 (from the english translation): "Entonces la corona de espinas, que habían removido de Su cabeza cuando estaba siendo crucificado, ahora la ponen de vuelta, colocándola sobre su santísima cabeza. Punzó y agujereó su imponente cabeza con tal fuerza que allí mismo sus ojos se llenaron de sangre que brotaba y se obstruyeron sus oídos."

Palabras de Cristo a su esposa sobre cómo Él mismo se entregó, por su propia y libre voluntad, para ser crucificado por sus enemigos, y sobre cómo controlar el cuerpo de movimientos ilícitos ante la consideración de su pasión.

Capítulo 11

El Hijo de Dios se dirigió a su esposa, diciendo: “Yo soy el Creador del Cielo y la tierra, y el que se consagra en el altar es mi verdadero cuerpo. Ámame con todo tu corazón, porque yo te amé y me entregué a mis enemigos por mi propia y libre voluntad, mientras que mis amigos y mi Madre se quedaron en amargo dolor y llanto. Cuando vi la lanza, los clavos, las correas y todos los demás instrumentos de mi pasión allí preparados, aún así acudí a sufrir con alegría. Cuando mi cabeza sangraba por todas las partes desde la corona de espinas, aún entonces, y aunque mis enemigos se apoderasen de mi corazón, también, antes que perderte, dejaría que lo hiriesen y lo despedazasen.

Por ello serías muy ingrata si, en correspondencia a tanta caridad, no me amases. Si mi cabeza fue perforada y se inclinó en la cruz por ti, también tu cabeza debería inclinarse hacia la humildad. Dado que mis ojos estaban ensangrentados y llenos de lágrimas, tus ojos deberían apartarse de visiones placenteras. Si mis oídos se obstruyeron de sangre y oí palabras de burla contra mí, tus oídos tendrían que apartarse de las conversaciones frívolas e inoportunas.

Al habérsele dado a mi boca una bebida amarga y negársele una dulce, guarda tu propia boca del mal y deja que se abra para el bien. Puesto que mis manos fueron estiradas y clavadas, que las obras simbolizadas en tus manos se extiendan a los pobres y a mis mandamientos. Que tus pies, o sea, tus afectos, con los que debes caminar hacia mí, sean crucificados a los deleites de manera que, igual que Yo sufrí en todos mis miembros, también todos tus miembros estén dispuestos a obedecerme. Demando más servicios de ti que de otros porque te he dado una mayor gracia”.

Acerca de cómo un ángel reza por la esposa y cómo Cristo le pregunta al ángel qué es lo que pide para la esposa y qué es bueno para ella.

Capítulo 12

Un ángel bueno, el guardián de la esposa, apareció rogando a Cristo por ella. El Señor le respondió y dijo: “Una persona que reza por otra debe rogar por la salvación de la otra. Tú eres como un fuego que nunca se extingue, incesantemente ardiendo con mi amor. Tú ves y conoces todo cuando me ves y no quieres nada más que lo que yo quiero. Por ello, dime ¿qué es lo que conviene a esta esposa mía? Él contestó: “Señor, tú lo sabes todo”. El Señor le dijo: “Todo lo que se ha creado o se creará existe eternamente en mí. Entiendo y conozco todo en el Cielo y en la tierra, y no hay cambio en mí.

Pero, para que la esposa pueda reconocer mi voluntad, dime qué es bueno para ella, ahora que está escuchando”. Y el ángel dijo: “Ella tiene un corazón altanero y grande. Por ello, necesita palos para hacerse dócil”. Entonces, el Señor dijo: “¿Qué pides para ella, mi amigo?” El ángel dijo: “Señor, te pido que le garantices la misericordia junto con los palos”. Y el Señor agregó: “Por tu bien, lo haré, pues nunca empleo la justicia sin misericordia. Es por esto que la novia debe amarme con todo su corazón”.

Acerca de cómo un enemigo de Dios tenía tres demonios dentro de él y acerca de la sentencia que Cristo le aplicó.

Capítulo 13

Mi enemigo tiene tres demonios en su interior. El primero reside en sus genitales, el segundo en su corazón, el tercero en su boca. El primero es como un barquero, que deja que el agua le llegue a las rodillas, y el agua, al aumentar gradualmente, termina llenando el barco. Entonces se produce una inundación y el barco se hunde. Este barco representa a su cuerpo, que es asaltado por las tentaciones de demonios, y por sus propias concupiscencias, como si fueran tormentas. La lujuria entró primero hasta la rodilla, es decir, a través de su deleite en pensamientos impuros. Al no resistir con la penitencia, ni tapar los agujeros mediante los parches de la abstinencia, el agua de la lujuria creció día a día por su consentimiento.

Entonces, el barco repleto, o sea, lleno por la concupiscencia del vientre, se inundó y hundió el barco en lujuria, de forma que no pudo llegar al puerto de la salvación. El segundo demonio, que residía en su corazón, es como un gusano dentro de una manzana, que primero come la piel de la manzana y después, tras dejar ahí sus excrementos, merodea por el interior de la manzana hasta que todo el fruto se descompone. Esto es lo que hace el demonio. Primero debilita la voluntad de la persona y sus buenos deseos, que son como la cáscara, donde se encuentra toda la fuerza y bondad de la mente y, cuando el corazón se vacía de estos bienes, pone en su lugar, dentro del corazón, los pensamientos mundanos y las afecciones hacia los que la persona se haya inclinado más. Así, impele al cuerpo hacia su propio placer y, por esta razón, el valor y entendimiento del hombre disminuyen y su vida se vuelve aburrida.

Es, de hecho, una manzana sin piel, o sea, un hombre sin corazón, pues entra en mi Iglesia sin corazón, porque no tiene caridad. El tercer demonio es como un arquero que, mirando por la ventana, dispara a los incautos. ¿Cómo no va a estar el demonio dentro de un hombre que siempre lo incluye en su conversación? Aquél que amamos es a quien más mencionamos. Las duras palabras con las que él hiere a otros son como flechas disparadas por tantas ventanas como veces mencione al demonio o sus palabras hieran a personas inocentes y escandalicen a la gente sencilla.

Yo, que soy la verdad, juro por mi verdad que lo condenaré como a una ramera, a fuego y azufre; como a un traidor insidioso, a la mutilación de sus miembros; como a un bufón del Señor, a la vergüenza eterna. Sin embargo, mientras su alma y su cuerpo permanezcan unidos, mi misericordia está aún abierta para él. Lo que exijo de él es que atienda con mayor frecuencia los divinos servicios, que no tenga miedo de ningún reproche ni desee ningún honor y que nunca vuelva a tener ese siniestro nombre en sus labios.

EXPLICACIÓN

Este hombre, un abad de la orden cisterciense, ha enterrado a una persona que había estado excomulgada. Cuando estaba rezando la oración correspondiente sobre él, Doña Brígida, en rapto espiritual, escuchó esto: “Él utilizó su poder y lo enterró. Puedes estar segura de que el próximo entierro después de éste será el suyo, pues pecó contra el Padre, quien nos ha dicho que no mostremos parcialidad ni honremos injustamente a los ricos. Por un favor propio, perecedero, este hombre honró a una persona indigna y lo situó entre los dignos, cosa que no debió hacer. Ha pecado contra mí también, el Hijo, porque Yo he dicho: “Aquél que me rechace será rechazado”. Este hombre honró y exaltó a alguien que mi Iglesia y mi vicario habían rechazado”. El abad se arrepintió cuando oyó estas palabras y murió al cuarto día.

Palabras de Cristo a su esposa sobre la manera y respeto con que se debe conducir en la oración, y sobre tres clases de personas que sirven a Dios en este mundo.

Capítulo 14

Yo soy tu Dios, el que fue crucificado en la cruz, verdadero Dios y hombre en una persona, y el que está presente todos los días en las manos del sacerdote. Cuando me ofrezcas una oración, termínala siempre con el deseo de que se haga mi voluntad y no la tuya. Cuando rezas por alguien que ya está condenado no te escucho. A veces tampoco te oigo si deseas algo que pueda ir contra tu salvación. Es, por ello, necesario que sometas tu voluntad a la mía, porque como Yo sé todas las cosas, no te proveo de nada más que de lo que es beneficioso. Hay muchos que no rezan con la intención correcta y es por esto que no merecen ser atendidos. Hay tres tipos de personas que me sirven en este mundo.

Los primeros son los que creen que soy Dios y el proveedor de todas las cosas, que tiene poder sobre todo. Estos me sirven con la intención de conseguir bienes y honores temporales, pero las cosas del Cielo no les importan y están hasta dispuestos a perderlas con tal de obtener bienes presentes. El éxito mundano se ajusta completamente a su medida, según sus deseos. Puesto que han perdido los bienes eternos, Yo les compenso con consuelos temporales por cualquier buen servicio que me hagan, pagándoles hasta el último cuadrante y hasta el último punto.

Los segundos son los que creen que soy Dios omnipotente y Juez estricto, pero me sirven por miedo al castigo y no por amor a la gloria celestial. Si no me temieran no me servirían.

Los terceros son los que creen que soy el Creador de todas las cosas y Dios verdadero y los que me creen justo y misericordioso. Estos no me sirven por miedo al castigo sino por divino amor y caridad. Preferirían soportar cualquier castigo, por duro que fuese, antes que provocar mi enfado. Éstos merecen verdaderamente ser escuchados cuando rezan, pues su voluntad coincide con mi voluntad. El primer tipo de sirvientes nunca saldrá del castigo ni llegará a ver mi rostro. El segundo, no será tan castigado, pero tampoco alcanzará a ver mi rostro, a menos que corrija su temor mediante la penitencia.

Palabras de Cristo a la esposa describiéndose a sí mismo como un gran Rey; sobre dos tesoros que simbolizan el amor de Dios y el amor del mundo, y una lección sobre cómo mejorar en esta vida.

Capítulo 15

Yo soy como un gran Rey magno y potente. Cuatro cosas corresponden a un rey. Primero, tiene que ser rico; segundo, generoso; tercero, sabio; y cuarto, caritativo. Yo tengo esas cuatro cualidades que he mencionado. En primer lugar, Yo soy el más rico de todos, pues abastezco las necesidades de todos y no tengo menos después de haber dado. Segundo, soy el más generoso, pues estoy preparado para dar a cualquiera que lo pida. Tercero, soy el más sabio, pues conozco las deudas y las necesidades de cada persona. Cuarto, soy caritativo, pues estoy más dispuesto a dar de lo que está cualquiera para pedir. Yo tengo, digamos, dos tesoros.

En el primer tesoro guardo materiales pesados como el plomo y los compartimentos donde se encuentran están cubiertos por afiladísimos clavos. Pero estas cosas pesadas llegan a parecer tan ligeras como plumas para la persona que empieza a cambiarlas y revolverlas y que, después, aprende a cargar con ellas. Lo que antes parecía tan pesado se convierte en luz y las cosas que antes se veían afiladas y cortantes se vuelven suaves. En el segundo tesoro, se ve oro resplandeciente, piedras preciosas, y aromáticas y deliciosas bebidas. Pero el oro es realmente barro y las bebidas son veneno.

Hay dos caminos hacia el interior de estos tesoros, pese a que antes solo había uno. En el cruce, o sea, a la entrada de los dos caminos, hay un hombre que, gritando a tres hombres que toman el segundo camino, les dice: ‘¡Escuchad, escuchad lo que tengo que deciros! Si no queréis escuchar, al menos emplead vuestros ojos para ver que lo que digo es cierto. Si no queréis usar ni vuestros oídos ni vuestros ojos, al menos usad vuestras manos para tocar y daros cuenta de que no hablo en falso’. Entonces, el primero de ellos dice: ‘Vamos a atender y ver si lo que dice es cierto’. El segundo hombre dice: ‘Todo lo que dice es falso’. El tercero dice: ‘Sé que todo lo que dice es cierto, pero no me importa’.

¿Qué son estos dos tesoros sino amor por mí y amor por el mundo? Hay dos senderos hacia estos dos tesoros. El rebajarse uno mismo y la completa autonegación conduce a mi amor, mientras que el deseo carnal conduce al amor del mundo. Para algunas personas, la carga que soportan en mi amor parece hecha de plomo, porque cuando tienen que ayunar o mantener la vigilia, o practicar la restricción, piensan que están acarreando una carga de plomo. Si tienen que oír burlas e insultos porque emplean tiempo en la oración y en la práctica de la religión, es como si se sentaran sobre clavos, siempre es una tortura para ellos.

La persona que desea estar en mi amor, primero tiene que revertir el plomo, o sea, hacer un esfuerzo para hacer el bien anhelándolo con un deseo constante. Entonces levantará un poquito, paulatinamente, o sea, hará lo que pueda, pensando: ‘Esto lo puedo hacer bien si Dios me ayuda’. Entonces, perseverando en la tarea que ha asumido, comenzará a cargar con todo lo que antes le parecía plomo, con una disposición tan alegre que todos los trabajos o ayunos y vigilias, o cualquier otro trabajo, será para él tan ligero como una pluma.

Mis amigos descansan en un lugar que, para los malvados y desidiosos, parece estar cubierto de espinas y clavos, pero que a mis amigos les ofrece el mejor reposo, suave como las rosas. El camino directo hacia este tesoro es desdeñar tu propia voluntad. Esto sucede cuando un hombre, pensando en mi pasión y muerte, no se preocupa de su voluntad sino que resiste y lucha constantemente para mejorarse. Pese a que este camino es algo difícil al principio, aún hay un montón de placer en este proceso, tanto que todo lo que en un principio parecía imposible de cargar se llega a volver muy ligero, de forma que uno puede decirse con toda razón a sí mismo: ‘Leve es el yugo de Dios’.

El segundo tesoro es el mundo. Ahí hay oro, piedras preciosas y bebidas que parecen deliciosas, pero que son amargas como veneno cuando se prueban. Lo que ocurre a todos los que llevan el oro es que, cuando su cuerpo se debilita y sus miembros fallan, cuando su médula se desgasta y su cuerpo cae en tierra debido a la muerte, entonces dejan el oro y las joyas y no merecen más que barro. Las bebidas del mundo, es decir, sus placeres, parecen deliciosos, pero cuando llegan al estómago debilitan la cabeza y hacen pesado al corazón, arruinan el cuerpo y la persona entonces se marchita como el heno. A medida que se aproxima el dolor de la muerte, todas estas delicias se hacen tan amargas como el veneno. La propia voluntad conduce a este deseo, cuando una persona no se preocupa de resistir sus apetitos y no medita sobre lo que Yo he ordenado y sobre lo que he hecho, sino que en todo momento hace lo que se le antoja, sea lícito o no lo sea.

Tres hombres caminan por este sendero. Me refiero a todos los réprobos, todos aquellos que aman al mundo y a su propio deseo. Yo les grito desde el cruce de caminos, a la entrada de los dos, porque al haber venido en carne humana he mostrado dos caminos a la humanidad, en concreto uno para ser seguido y el otro para ser evitado, o sea, un camino que lleva a la vida y otro que conduce a la muerte. Antes de mi venida en carne tan sólo había un camino.

En él todas las personas, buenos y malos, iban al infierno. Yo soy el que clamé y mi clamor fue este: ‘Gentes, escuchad mis palabras, que conducen al camino de la vida, emplead vuestros sentidos para comprender que lo que digo es verdad. Si no las escucháis o no podéis escucharlas, entonces al menos mirad –o sea, emplead la fe y la razón—y ved que mis palabras son ciertas. De la misma forma que una cosa visible puede ser percibida por los ojos del cuerpo, así también lo invisible se puede percibir y creer mediante los ojos de la fe.

Hay muchas almas simples en la Iglesia que hacen pocos trabajos, pero que se salvan gracias a su fe, por creer que soy el Creador y redentor del universo. Nadie hay que no pueda comprender o llegar a la creencia de que Yo soy Dios, tan sólo si considera cómo la tierra contiene frutos y los Cielos producen la lluvia; cómo se hacen verdes los árboles; cómo subsisten los animales, cada uno en su especie; cómo los astros son útiles al ser humano, y cómo ocurren cosas contrarias a la voluntad del hombre.

Partiendo de todo esto, una persona puede ver que es mortal y que es Dios quien dispone todas estas cosas. Si Dios no existiera todo estaría en desorden. Por consiguiente, todo ha sido creado y dispuesto por Dios, todo se ha ordenado racionalmente para la propia instrucción del ser humano. Ni siquiera la más mínima cosa existe ni subsiste en el mundo sin razón. Por tanto, si una persona no puede entender o comprender mis poderes debido a su debilidad, al menos puede ver y creer por medio de la fe.

Pero si aún --¡oh hombres!—no queréis emplear vuestro intelecto para considerar mi poder, podéis usar vuestras manos para tocar las obras que Yo y mis santos hemos realizado. Son tan patentes que nadie puede dudar de que se trata de obras de Dios ¿Quién, sino Dios, puede resucitar a los muertos o devolverle la vista a un ciego? ¿Quién sino Dios expulsa a los demonios? ¿Qué he enseñado que no sirva para la salvación del alma y del cuerpo, y sea fácil de llevar?

Sin embargo, el primer hombre o, más bien, algunas personas dicen: ‘¡Escuchemos y comprobemos si esto es cierto!’ Estas personas están algún tiempo a mi servicio, pero no por amor sino como experimentación y a imitación de otros, sin renunciar a su propia voluntad sino tratando de conjugar su propia voluntad junto con la mía. Éstos se encuentran en una peligrosa posición porque quieren servir a dos maestros, aunque no pueden servir bien a ninguno de los dos. Cuando se les llame, serán recompensados por el maestro que más amaron.

El segundo hombre, es decir algunas personas, dicen: ‘Lo que dice es falso y la Escritura es falsa’. Yo soy Dios, el Creador de todas las cosas, nada se ha creado sin mí. Yo establecí los testamentos nuevo y antiguo, ambos salieron de mi boca y no hay falsedad en ellos porque Yo soy la verdad. Por ello, aquellos que digan que Yo soy falso y que las Sagradas Escrituras son falsas, nunca verán mi rostro porque su conciencia les dice que Yo soy Dios, pues todo ocurre según mi deseo y disposición.

El Cielo les da luz, ellos no se pueden alumbrar a sí mismos; la tierra da frutos, el aire hace que fecunde la tierra, todos los animales tienen ciertas disposiciones, los demonios me confiesan, los justos sufren de manera increíble por su amor a mí. Ellos ven todo esto y aún no me ven. Podrían verme en mi justicia, si considerasen cómo la tierra se traga a los impíos o cómo el fuego consume a los malvados. Igualmente, también podrían verme en mi misericordia, cuando el agua fluyó de la roca para los rectos o las aguas se abrieron para que pasaran ellos; cuando el fuego no les quemó, o los Cielos les dieron alimento como la tierra. Pues por ver todo esto y aún decir que miento, éstos nunca verán mi rostro.

El tercer hombre, o sea, ciertas personas, dicen: ‘Sabemos muy bien que Él es Dios en verdad, pero no nos importa’. Estas personas serán atormentadas eternamente, porque me desprecian a mí, que soy su Señor y su Dios. ¿No es un grandísimo desprecio por su parte usar mis regalos y rehusar a servirme? Si al menos hubieran adquirido todo eso por su cuenta y no enteramente por mí, su desdén no sería tan grande. Pero Yo daré mi gracia a aquellos que comiencen voluntariamente a revertir mi carga y luchen con un deseo ferviente de hacer lo que puedan.

Yo trabajaré junto a esos que porten mi carga, o sea, los que progresen cada día por amor a mí. Seré su fuerza y los inflamaré tanto que estarán deseosos de hacer más. Los que perseveran en el lugar que parece pincharles –pero que en verdad es pacífico—son quienes se afanan día y noche sin descanso, haciéndose incluso más ardientes, pensando que lo que hacen es poco. Estos son mis amigos más queridos y son muy pocos, pues los demás encuentran más placenteras las bebidas del segundo tesoro.

Cómo la esposa vio a un santo hablando a Dios acerca de una mujer que había sido terriblemente afligida por el demonio y que después se convirtió gracias a las oraciones de la gloriosa Virgen.

Capítulo 16

La esposa vio que uno de los santos le decía a Dios: “¿Por qué está el demonio afligiendo el alma de esta mujer que tú redimiste con tu sangre?”. El demonio contestó de inmediato diciendo: “Porque es mía por derecho”. Y el Señor dijo: “¿Con qué derecho es tuya?”. El demonio le contestó: “Hay –dijo—dos caminos. Uno que conduce al Cielo y otro al infierno. Cuando ella se topó con estos dos caminos, su conciencia y razón le dijeron que eligiera mi camino. Y como tenía libre voluntad para elegir el camino de su agrado, pensó que sería más ventajoso dirigir su voluntad hacia el pecado, y así comenzó a caminar por mi sendero. Después, la engañé con tres vicios: la gula, la codicia de dinero y la lujuria.

Ahora habito en su vientre y en su naturaleza. La tengo asida por cinco manos. Con una mano le cierro los ojos para que no vea cosas espirituales. Con la segunda, sujeto sus manos, de forma que no pueda hacer ninguna obra buena. Con la tercera le sostengo los pies, de manera que no camine hacia la bondad. Con la cuarta, sujeto su intelecto para que no se avergüence de pecar y, con la quinta, le sostengo el corazón para que no sienta contrición”.

La bendita Virgen María le dijo entonces a su Hijo: “Hijo mío, haz que diga la verdad sobre lo que quiero preguntarle”. El Hijo contestó: “Tú eres mi Madre, eres la Reina del Cielo, eres la Madre de la misericordia, el consuelo de las almas del purgatorio, la alegría de los que peregrinan por el mundo. Eres la Soberana de los ángeles, la criatura más excelente ante Dios. También eres Soberana sobre el demonio Ordénale tú misma a este demonio, Madre, y él te dirá lo que quieras”. La bendita Virgen preguntó entonces al demonio: “Dime, Satanás, ¿qué intención tenía esta mujer antes de entrar en la Iglesia?”. Satanás le contestó: “Tomó la resolución de no volver a pecar”.

Y la Virgen María le dijo: “Aunque su intención anterior le conducía al infierno, dime, ¿en qué dirección apunta su actual intención de alejarse del pecado?” El demonio le respondió con desgana: “La intención de abstenerse de pecar la conduce hacia el Cielo”. La Virgen María dijo: “Como tú aceptaste que era tu derecho alejarla del camino de la Santa Iglesia debido a su anterior intención, ahora es cuestión de justicia que debe ser conducida de vuelta a la Iglesia, dada su presente intención. Ahora, demonio, te voy a hacer otra pregunta: Dime ¿qué intención tiene en su actual estado de conciencia?”. El demonio le contestó: “En su mente está terriblemente contrita y arrepentida, llora por todo lo que ha hecho. Ha decidido no cometer semejantes pecados nunca más y enmendarse en todo lo que pueda”.

La Virgen, entonces, preguntó a demonio: ¿Podrías decirme si los tres pecados de lujuria, gula y codicia pueden existir en un corazón junto a sus tres buenas resoluciones de contrición, arrepentimiento y propósito de enmienda?”. El demonio contestó: “No”. Y la bendita Virgen dijo: “¿Me dirás, entonces, cuáles tienen que retroceder y huir de su corazón, las tres virtudes o los tres vicios que, según tú, no pueden ocupar el mismo lugar al mismo tiempo?”. El demonio replicó: “Digo que los pecados”. Y la Virgen agregó: “El camino al infierno está entonces cerrado para ella y el camino del Cielo le queda abierto”.

De nuevo, la bendita Virgen María inquirió al demonio: “Dime, si un ladrón acechara a las puertas de la esposa y quisiera violarla ¿qué tendría que hacer el Esposo?” Satanás contestó: “Si el Esposo es bueno y valiente, debe defenderla arriesgando su vida por el bien de ella”. Entonces, la Virgen dijo: “Tú eres el ladrón malvado. Esta alma es la esposa de mi Hijo, quien la redimió con su propia sangre. Tú la corrompiste y la atacaste a la fuerza. Por lo tanto, y puesto que mi Hijo es el Esposo de su alma y Señor sobre ti, retírate de su presencia”.

EXPLICACIÓN

Esta mujer era una prostituta, que después de arrepentirse quiso volver al mundo porque el demonio la molestaba día y noche, tanto que visiblemente presionaba sus ojos y, delante de muchos, la arrastraba fuera de la cama. Entonces, en la presencia de testigos fiables, la santa doña Brígida dijo abiertamente: “Márchate, demonio, has vejado ya bastante a esta criatura de Dios”. Después de dicho esto, la mujer se quedó quieta por media hora, con los ojos fijos en el suelo y, después, se levantó y dijo: “En verdad he visto al demonio en una forma abominable saliendo por la ventana y oí su voz que me decía: ‘Mujer, verdaderamente has quedado liberada”. Desde ese momento, esta mujer, ha vencido toda impaciencia, cesaron sus sórdidos pensamientos y ha venido a descansar en una buena muerte.

Palabras de Cristo a su esposa, comparando a un pecador con tres cosas: un águila, un cazador y un luchador.

Capítulo 17

Yo soy Jesucristo, que está hablando contigo. Soy el que estuvo en el vientre de la Virgen, verdadero Dios y hombre. Pese a que estuve en la Virgen, aún regía todo junto con el Padre. Ese hombre, que es un perverso enemigo mío, se parece a tres cosas. Primero, es como un águila que vuela por los aires mientras que otras aves vuelan por debajo; segundo, es como un cazador volatero que entona dulces melodías con una fístula embadurnada de goma pegajosa, cuyos tonos deleitan a las aves, de forma que vuelan hasta la fístula y se quedan pegadas en la goma; tercero, es como un luchador que gana todos los combates.

Es como un águila porque, en su orgullo, no puede tolerar que haya nadie por encima de él y hiere a cualquiera que esté a su alcance con las uñas de su malicia. Cortaré las alas de su poder y de su orgullo y eliminaré su maldad de la tierra. Le meteré en una olla inextinguible donde será eternamente atormentado, si no enmienda su camino. Es también como un cazador que atrae a todos hacia sí con la dulzura de sus palabras y promesas, pero quien se acerca a él queda atrapado en la perdición sin poder escapar. Por esta razón, las aves del infierno le picotearán los ojos para que nunca pueda ver mi gloria sino tan solo la oscuridad perpetua del infierno. Le cortarán las orejas, para que no oiga las palabras de mi boca.

A cambio de sus dulces palabras, le darán amargos tormentos, desde la planta de sus pies hasta la coronilla de su cabeza y resistirá tantas torturas cuantos fueron los hombres que condujo a la perdición. Es también como un luchador pendenciero, quien gusta de ser el primero en maldad, no queriendo ceder ante nadie y siempre determinado a derrotar a cualquiera. Como luchador, pues, tendrá el primer lugar en cada castigo; sus tormentos se renovarán constantemente y nunca terminarán. Aún así, mientras su alma esté unida a su cuerpo, mi misericordia permanece quieta, esperándole.

EXPLICACIÓN

Este fue un poderosísimo caballero que odiaba mucho al clero y acostumbraba a lanzarle insultos. La precedente revelación es sobre él, igual que la que sigue: El Hijo de Dios dice: “¡Oh, mundano caballero, pregunta a la sabiduría qué le ocurrió al soberbio Amán, que despreciaba a mi gente! ¿No fue la suya una muerte ignominiosa y una gran degradación? De igual forma, este hombre se burla de mí y de mis amigos. Por esto, lo mismo que Israel no lloró por la muerte de Amán, a mis amigos no les dolerá la muerte de este hombre. Tendrá una muerte muy amarga, si no enmienda su camino”. Y eso fue lo que pasó.

Palabras de Cristo a su esposa sobre cómo tiene que haber humildad en la casa de Dios; sobre cómo dicha casa denota la vida religiosa; sobre cómo los edificios, las limosnas y demás deben ser donados por los bienes rectamente adquiridos y sobre cómo hacer la restitución.

Capítulo 18

En mi casa tiene que haber tanta humildad como esa que ahora sólo recibe desprecio. Tiene que haber una fuerte pared divisoria entre los hombres y las mujeres, porque aunque Yo soy capaz de defender a cada uno y de apoyarlo, sin necesidad de pared, por precaución, y debido al merodeo del demonio, quiero un muro que separe las dos residencias. Tiene que ser una pared fuerte, pero modesta y no demasiado alta. Las ventanas tienen que ser muy sencillas y transparentes, el tejado moderadamente alto, de forma que no se vea allí nada que no indique humildad.

Los hombres que, hoy día, edifican casas para mí son como constructores magistrales que llevan por los pelos al Señor de la casa y, cuando entra, le pisotean los pies. Elevan el barro muy alto y colocan el oro por debajo. Eso es lo que hacen conmigo. Construyen barro, o sea, acumulan bienes temporales y perecederos hasta el Cielo mientras que descuidan a las almas, que para mí son más preciadas que el oro. Cuando intento ir hacia ellos a través de mis prédicas o mediante buenos pensamientos, me agarran por los pelos y me pisotean, o sea, me atacan con blasfemias y consideran mis trabajos y palabras tan despreciables como el barro. Se creen así mucho más sabios.

Si quisieran construir algo para mí y para mi gloria, lo primero que harían sería construir sus propias almas. Quien construya mi casa ha de tener máximo cuidado de no dejar que entre un solo céntimo que no haya sido recta y justamente adquirido para destinarlo al edificio. Hay muchas personas que saben que poseen bienes conseguidos ilícitamente y no se apenan por ello, ni tienen intención de restituir y satisfacer sus robos y estafas, pese a que podrían hacerlo si quisieran. Sin embargo, como saben que no pueden mantener estas cosas para siempre, le dan una parte de sus bienes mal adquiridos a las Iglesias, como si me pudieran aplacar por su donación. Las posesiones legítimas se las reservan a sus descendientes. Esto no me agrada nada.

Una persona que desee complacerme con sus donaciones tiene que tener, ante todo, el deseo de enmendar su camino y después hacer todo el bien que pueda. Debe lamentarse y llorar por el mal que haya hecho y restituirlo, si puede. Si no puede, debe tener la intención de hacer restitución de sus bienes fraudulentamente adquiridos. Entonces, tiene que cuidarse de no volver a cometer dichos pecados. Si la persona a la que tiene que restituir sus bienes mal adquiridos ya no está viva, entonces me puede hacer a mí la donación, que a todos puedo devolverles el pago. Si no puede restituirlos, siempre que se humille ante mí con un propósito de enmienda y un corazón contrito, tengo los medios de hacer la restitución y, bien ahora o en el futuro, restaurar su propiedad a todos aquellos que hubieren sido estafados.

Te explicaré el significado de la casa que quiero construir. La casa es la vida religiosa. Yo soy el Creador de todas las cosas, a través de quien todo se ha hecho y existe, soy su fundamento. Hay cuatro paredes en esta casa. La primera es la justicia por la cual juzgo a los que son hostiles a esta casa. La segunda pared es la sabiduría, por la cual ilumino a sus habitantes con mi conocimiento y comprensión. La tercera es el poder mediante el cual los fortalezco contra las maquinaciones del demonio. La cuarta pared es mi misericordia, que acoge a cualquiera que la pida. En esta pared está la puerta de la gracia, a través de la cual, todos los buscadores son bienvenidos. El tejado de la casa es la caridad, mediante la cual cubro los pecados de aquellos que me aman, de forma que no sean sentenciados por sus faltas. El tragaluz del techo, por el que entra el sol, es la consideración de mi gracia.

A través de él se introduce en los habitantes el candor de mi divinidad. Que la pared sea grande y fuerte significa que nadie puede debilitar mis palabras ni destruirlas. Que debería ser moderadamente alta significa que mi sabiduría puede ser entendida y comprendida en parte, pero nunca completamente. Las ventanas sencillas y transparentes refieren que mis palabras son simples y, aún así, llega al mundo, a través de ellas, la luz del conocimiento divino. El tejado moderadamente alto significa que mis palabras no deben manifestarse de manera incomprensible o inalcanzable, sino en forma comprensible e inteligible.

Palabras del Creador a la esposa acerca del esplendor de su poder, la sabiduría y la virtud, y sobre cómo aquellos que ahora se dicen que son sabios son los que más pecan contra Él.

Capítulo 19

Yo soy el Creador del Cielo y la tierra. Tengo tres cualidades. Soy el más poderoso, el más sabio y el más virtuoso. Soy tan poderoso que los ángeles me honran en el Cielo, y en el infierno los demonios no se atreven a mirarme. Todos los elementos responden a mis órdenes y llamada. Soy tan sabio que nadie consigue alcanzar mi conocimiento. Mi sabiduría es tal que sé todo lo que ha sido y lo que será. Soy tan racional que ni siquiera la más mínima cosa, ni un gusano ni ningún otro animal, por deforme que parezca, se ha hecho sin causa. También soy tan virtuoso que todo el bien emana de mí como de un manantial abundante, y toda la dulzura viene de mí como de una buena viña.

Sin mí, nadie puede ser poderoso, nadie es sabio, nadie es virtuoso. Por esto, los hombres poderosos del mundo pecan contra mí en exceso. Les he dado fuerza y poder para que puedan honrarme, pero se atribuyen el honor a sí mismos, como si lo hubieran obtenido por sí mismos. Los desgraciados no consideran su imbecilidad. Si les enviara la más mínima enfermedad, ellos inmediatamente se derrumbarían y todo para ellos perdería su valor. ¿Cómo, pues, van a ser capaces de soportar mi poder y los castigos de la eternidad? Pero aquellos que ahora se dicen sabios, pecan aún más contra mí. Porque les di el sentido, el entendimiento y la sabiduría, para que me amaran, pero lo único que entienden es su propio provecho temporal. Tienen ojos en su cara, pero tan sólo miran a sus propios placeres.

Están ciegos hasta para darme las gracias a mí, que les he dado todo, pues nadie, ni bueno ni malo, puede percibir o comprender nada sin mí, aún cuando permita a los malvados inclinar su voluntad hacia lo que desean. Tampoco nadie puede ser virtuoso sin mí. Ahora podría usar un proverbio común: ‘Todos desprecian al hombre paciente’. Debido a mi paciencia, todos creen que soy un pobre fatuo y es por esto que me miran con desprecio. ¡Pero pobre de ellos cuando, después de tanta paciencia, les haga su sentencia! Ante mí serán como fango que se desliza hacia las profundidades sin parar, hasta llegar a la parte más baja del infierno.

Grato diálogo entre la Virgen Madre y el Hijo y entre ellos con la esposa, y acerca de cómo la novia se tiene que preparar para la boda.

Capítulo 20

Apareció la Madre diciéndole al Hijo: “Eres el Rey de la gloria, Hijo mío, eres el Señor de todos los señores, tú creaste el Cielo y la tierra y todo lo que hay en ellos. ¡Sean cumplidos todos tus deseos, hágase toda tu voluntad!”. El Hijo respondió: “Hay un antiguo proverbio que dice: ‘lo que se aprende en la juventud se retiene hasta la vejez’. Madre, desde tu juventud aprendiste a seguir mi voluntad y a someter todos tus deseos a mí. Tú has dicho correctamente: ‘¡Hágase tu voluntad!’. Eres como oro precioso que se extiende y machaca sobre el duro yunque, porque tú has sido golpeada por todo tipo de tribulación y has sufrido en mi pasión más que todos los demás.

Cuando, por la vehemencia de mi dolor en la cruz, mi corazón se partió, esto hirió tu corazón como afiladísimo acero. Hubieras deseado ser cortada en dos, de haber sido esa mi voluntad. Aún, si hubieras tenido la capacidad de oponerte a mi pasión y hubieras demandado que me fuera permitido vivir, no habrías querido obtener esto de ninguna manera que no fuera acorde con mi voluntad. Por esta razón, has hecho bien al decir: ‘¡Hágase tu voluntad!’”.

Entonces María le dijo a la esposa: “Esposa de mi Hijo, ámalo, porque Él te ama. Honra a sus santos, que están en su presencia. Son como estrellas incontables, cuya luz y esplendor no se puede comparar con ninguna luz temporal. Así como la luz del mundo es distinta de la oscuridad, igual –pero mucho más—ocurre con la luz de los santos, que difiere de la luz de este mundo. Te diré ciertamente que, si los santos fueran vistos claramente, como son, ningún ojo humano lo podría soportar sin verse privado de su vista corporal”.

Entonces, el Hijo de la Virgen habló con su esposa diciendo: “Esposa mía, debes tener cuatro cualidades. Primero, tienes que estar preparada para la boda de mi divinidad, donde no hay deseo carnal sino solo el más suave placer espiritual, de la clase que es propio que Dios tenga con un alma casta. De esta forma, ni el amor por tus hijos, ni los bienes temporales, ni el afecto de tus parientes te debe separar de mi amor. No dejes que te pase lo que a aquellas vírgenes fatuas que no estaban preparadas cuando el Señor quiso invitarlas a la boda y se quedaron fuera. Segundo, has de tener fe en mis palabras.

Como soy la verdad, nada sino la verdad sale de mis labios, y nadie puede encontrar en mis palabras otra cosa que la verdad. A veces lo que digo tiene un sentido espiritual y otras veces se ajusta a la letra de la palabra, en cuyo caso mis palabras tienen que entenderse según su sentido literal. Por lo tanto, nadie me puede acusar de mentir. En tercer lugar, has de ser obediente para que no haya ni un solo miembro de tu cuerpo por el que hagas el mal, y para que no se someta a la correspondiente penitencia y reparación. Aunque soy misericordioso, no dejo de lado la justicia.

Por ello, obedece humildemente y con agrado a aquellos a los que estás sujeta a obedecer, de forma que no hagas ni lo que te parecería útil y razonable, si es que esto va contra la obediencia. Es mejor renunciar a tu propia voluntad por la obediencia, aún si su objetivo es bueno, y ajustarte a la obediencia de tu director, siempre y cuando no vaya contra la salvación de tu alma ni sea irracional. En cuarto lugar, debes ser humilde porque estás unida en un matrimonio espiritual. Por ello, tienes que ser humilde y modesta cuando llegue tu marido. Que tu sirviente sea moderado y refrenado, o sea, que tu cuerpo practique la abstinencia y esté bien disciplinado, porque vas a portar la semilla de un retoño espiritual para el bien de muchos. De la misma forma que al insertar un brote en un tallo árido el tallo comienza a florecer, tú debes portar frutos y florecer por mi gracia. Y mi gracia te embriagará, y toda la corte celestial se regocijará por el dulce vino que te he de dar.

No desconfíes de mi bondad. Te aseguro que, al igual que Zacarías e Isabel se regocijaron en sus corazones con un gozo indescriptible por la promesa de un futuro hijo, tú también te regocijarás por la gracia que te quiero dar y, a la vez, otros se alegrarán a través de ti. Fue un ángel quien habló con los dos, Zacarías e Isabel, pero soy Yo, Dios Creador de los ángeles y de ti, quien te habla ahora. Por mi bien, aquellos dieron nacimiento a mi más querido amigo, Juan. A través de ti, quiero que me nazcan muchos niños, no de carne sino de espíritu. En verdad, Juan fue como una caña llena de dulzura y miel, pues nada impuro entró jamás en su boca ni jamás traspasó los límites de la necesidad para obtener lo que necesitaba para vivir. Nunca salió semen de su cuerpo, por lo que bien se puede llamar ángel y virgen”.

Palabras del Esposo a su esposa recurriendo a una alegoría sobre un hechicero, para ilustrar y explicar lo que es el demonio.

Capítulo 21

El Esposo, Jesús, habló a su esposa en alegorías, empleando el ejemplo de un sapo. Dijo: “Cierto hechicero tenía un oro finísimo y reluciente. Un hombre sencillo y de modestos modales vino a él y le quiso comprar el oro. El hechicero le dijo ‘No conseguirás este oro a menos que me des un oro mejor y en mayor cantidad’. El hombre contestó: ‘Deseo tanto tu oro que te daré lo que quieras antes que quedarme sin él’. Después de darle al hechicero un oro mejor y en mayor cantidad, se llevó el oro reluciente que éste tenía y lo guardó en una maleta, planeando hacerse un anillo para el dedo. Al poco tiempo, el hechicero fue a ver al hombre y le dijo: ‘El oro que compraste y guardaste en tu maleta no es oro, como crees, sino un sapo feo, que se ha alimentado a mis pechos y comido de mi alimento.

Y, para testar la verdad de la cuestión, abre la maleta y verás cómo el sapo saltará a mi pecho, del que se alimentó’. Cuando el hombre trataba de abrir la maleta para averiguar, pudo ver a un sapo dentro de ésta, que ya tenía cuatro goznes a punto de romperse. Al abrir la cerradura de la maleta, el sapo vio al hechicero y saltó a su pecho. Los sirvientes y amigos del hombre vieron esto y le dijeron: ‘Maestro, su oro está dentro del sapo y, si lo desea, fácilmente puede conseguir el oro’. ‘¿Cómo?’ –`preguntó-- ¿Cómo podré? Ellos dijeron: ‘Si alguien tomara un bisturí afilado y calentado y lo insertara en el lomo del sapo, enseguida saldría el oro de esa parte del lomo en la que hay un agujero. Si no pudiera encontrar el agujero, entonces, tendrá que hacer todo lo posible para insertar el bisturí firmemente en esa parte y así es como conseguirá recuperar lo que compró’.

¿Quién es el hechicero sino el demonio, persuadiendo a las personas hacia los fatuos placeres y glorias? Él asegura que lo que es falso es verdad y hace que lo verdadero parezca falso. Él posee ese oro precioso, es decir el alma, que –mediante mi divino poder—hice más preciosa que todas las estrellas y planetas. Yo la hice inmortal y estable y más deliciosa para mí que todo el resto de la creación. Preparé para ella un eterno lugar de descanso y morada junto a mí. La arrebaté del poder del demonio con un oro mejor y más caro, al darle mi propia carne inmune a todo pecado, resistiendo una pasión tan amarga que ninguno de los miembros de mi cuerpo quedó ileso.

Puse al alma redimida en una maleta hasta el momento en el que le diera un lugar en la corte de mi divina presencia. Ahora, sin embargo, el alma humana redimida se ha convertido en un sapo torpe y feo, brincando en su soberbia y viviendo en el fango de su lujuria. El oro, es decir, mi propiedad por derecho, me ha sido arrebatado. Por ello el demonio aún me puede decir: ‘El oro que compraste no es oro sino un sapo, alimentado a los pechos de mis placeres. Separa el cuerpo del alma y verás como éste vuela derecho al pecho de mi deleite, donde se alimentó’.

Mi respuesta a él es esta: ‘Puesto que el sapo el horrible para ser mirado, horrible para ser oído, venenoso para ser tocado y en nada me agrada pero a ti sí, a cuyos pechos se alimentó, entonces puedes quedártelo, pues tienes derecho a ello. Así, cuando se abre la cerradura, o sea, cuando el alma se separa del cuerpo, ésta volará directamente a ti, para quedarse contigo eternamente’. Tal es el alma de la persona que te estoy describiendo. Es como un sapo maligno, lleno de inmundicia y lujuria, alimentado a los pechos del demonio.

Ahora hablaré de la maleta, es decir, del cuerpo de esa alma, por la muerte que le sobreviene. La maleta se sujeta por cuatro goznes que están a punto de romperse, en el sentido de que su cuerpo se mantiene por las cuatro cosas que son: fuerza, belleza, sabiduría y visión, las cuales están ahora empezando a fallarle. Cuando el alma se separe del cuerpo, volará derecha al demonio de cuya leche se alimentó, porque se ha olvidado de mi amor al haber cargado yo, por su bien, con el castigo que mereció. No repone mi amor con amor sino que, en su lugar, me arrebata la posesión que me corresponde. Me debe más a mí que a nadie, pero encuentra mayor placer en el demonio.

El sonido de su oración es, para mí, como la voz de un sapo, su aspecto me resulta detestable. Sus oídos no escuchan mi gozo, su corrompido sentido del tacto nunca sentirá mi divinidad. Sin embargo, como soy misericordioso, si alguien quisiera tocar su alma, aunque sea impura, y examinarla para ver si hay alguna contrición o algún bien en su voluntad, si alguien quisiera introducir en su mente un bisturí afilado y caliente, es decir, el temor de mi estricto juicio, aún podría esta alma obtener mi gracia, siempre y cuando él consintiera. Si no hubiera contrición ni caridad en él, aún podría haber alguna esperanza, en el caso de que alguien lo perforara con una afilada corrección y lo castigara fuertemente, porque, mientras el alma vive en el cuerpo, mi misericordia está abierta a todos.

Date cuenta de que Yo morí por amor y nadie me compensa con amor, sino que se apoderan de lo que, en justicia, es mío. Sería justo que la persona mejorase su vida en proporción al esfuerzo que costó redimirla. Sin embargo, ahora la gente quiere vivir lo peor, en proporción al dolor que sufrí redimiéndoles. Cuanto más les muestro lo abominable de su pecado, más osadamente le lanzan a pecar. Mira, pues, y considera que no sin motivo estoy enojado. Se las arreglan para cambiar por sí mismos mi buena voluntad en enfado. Los redimí del pecado y ellos se enredan cada vez más en el pecado. Por ello, esposa mía, dame lo que estás obligada a darme, es decir, mantén tu alma limpia para mí porque yo morí por ella para que tú pudieras mantenerte pura para mí”.

La amable pregunta de la Madre a la esposa, humilde respuesta de la esposa a la Madre, la útil réplica de la madre a la esposa y sobre el progreso de las buenas personas entre los malvados.

Capítulo 22

La madre habló a la esposa de su Hijo diciéndole: “Tú eres la esposa de mi Hijo. Dime, ¿qué es lo que hay en tu mente y qué es lo que desearías?” La esposa respondió: “Señora mía, tú lo sabes, porque tú lo sabes todo”. La bendita Virgen agregó: “Aunque yo lo sepa todo, me gustaría que me lo dijeras en presencia de estas personas que te escuchan”. La novia dijo: “Señora mía, temo dos cosas. Primero –dijo— temo no lamentarme ni enmendarme por mis pecados tanto como desearía. Segundo, estoy triste porque tu Hijo tiene muchos enemigos”.

La Virgen María contestó: “Te daré tres remedios para la primera preocupación. En primer lugar, piensa en cómo todos los seres que tienen espíritu, como las ranas o cualquier otro animal, de vez en cuando tienen problemas, incluso cuando sus espíritus no son eternos sino que mueren con sus cuerpos. Sin embargo, tu espíritu y toda alma humana vive para siempre. Segundo, piensa en la misericordia de Dios, porque no hay nadie que, por muchos pecados que tenga, no sea perdonado si tan sólo reza con contrición y con la intención de mejorar. Tercero, piensa cuánta gloria consigue el alma cuando vive con Dios y en Dios eternamente.

Te voy a dar también tres remedios para tu segunda preocupación sobre lo abundantes que son los enemigos de Dios. Primero, considera que tu Dios y Creador y el de ellos es también su Juez, y que ellos nunca le volverán a sentenciar, aunque soportó pacientemente su maldad durante un tiempo. Segundo, recuerda que ellos son los hijos de la infamia, y piensa en lo duro e insoportable que será para ellos arder eternamente. Son siervos tan pésimos que se quedarán sin herencia, mientras que los buenos hijos sí la recibirán. Pero tal vez te preguntes: ‘¿Nadie, entonces, ha de predicar para ellos?’ ¡Claro que sí!

Recuerda que, muy a menudo, las buenas personas se mezclan con los perversos y que los hijos adoptivos a veces se alejan de los buenos, como el hijo pródigo que se marchó a una tierra lejana y llevó una vida de perdición. Pero, a veces lo predicado revierte su conciencia y ellos vuelven al Padre, y yo les acepto como antes de pecar. Así que se debe predicar especialmente para ellos porque, aunque un predicador pueda encontrar sólo gente perversa a su alrededor, debe pensar en sus adentros: ‘Tal vez haya algunos entre ellos que se volverán hijos de mi Señor. Por ello, predicaré para ellos’. Ese predicador será muy premiado.

En tercer lugar, considera que a los malvados se les permite continuar viviendo como prueba para los malos, para que ellos, exasperados por lo hábitos de los perversos, puedan conseguir su remuneración como fruto de su paciencia. Esto lo podrás entender mejor por medio de un ejemplo. Una rosa desprende un agradable aroma, es bella para la vista y suave para el tacto, pero crece entre espinas que pinchan si las tocas, son feas a la vista y no desprenden ningún buen olor. Igualmente, las personas buenas y rectas, pese a que pueden ser agradables por su paciencia, bellas por su carácter y suaves por su buen ejemplo, aún no pueden progresar ni ser puestas a prueba a menos que estén entre los malvados.

La espina es, a veces, la protección de la rosa, de forma que nadie la arranque en plena floración. Igualmente, los malvados ofrecen a los buenos la ocasión de no seguirles en el pecado cuando, debido a la maldad de otros, los justos se reprimen ante la ruina a que les llevaría una inmoderada alegría o cualquier otro pecado. El vino no mantiene su calidad excepto entre excrementos y tampoco las personas buenas y Justas pueden mantenerse firmes en el avance hacia la virtud sin ser puestas a prueba mediante tribulaciones y siendo perseguidas por los injustos. Por ello, soporta con alegría a los enemigos de mi Hijo. Recuerda que Él es su Juez y, si la justicia demandara que Él los destruyera por completo, acabaría con ellos en un instante. ¡Toléralos, pues, tanto como Él los toleró!”.

Palabras de Cristo a su esposa describiendo a un hombre que no es sincero, sino enemigo de Dios, y especialmente sobre su hipocresía y sus características.

Capítulo 23

La gente lo ve como a un hombre bien vestido, fuerte y digno, activo en la batalla del Señor. Sin embargo, cuando se quita el casco, es repugnante de mirar e inútil para cualquier trabajo. Aparece su cerebro desnudo, tiene las orejas en la frente y los ojos en la parte trasera de su cabeza. Su nariz está cortada. Sus mejillas están hundidas, como las de un hombre muerto. En su lado derecho, su pómulo y la mitad de sus labios han caído por completo, o sea, que no queda nada en la derecha excepto su garganta descubierta. Su pecho está plagado de gusanos; sus brazos son como un par de serpientes.

Un maligno escorpión se sienta en su corazón; su espalda parece carbón quemado. Sus intestinos apestan a podrido, como la carne llena de pus, sus pies están muertos y son inútiles para caminar. Ahora te diré lo que todo esto significa. Por fuera es el tipo de hombre que parece ataviado de buenos hábitos y de sabiduría, y activo en mi servicio, pero no es así realmente. Porque si se le quita el casco de la cabeza, es decir, si la gente lo viera como es, sería el hombre más feo de todos. Su cerebro está desnudo, tanto que la fatuidad y frivolidad de sus maneras son signos suficientemente evidentes, para los hombres buenos, de que éste es indigno de tanto honor.

Si se conociera mi sabiduría, se darían cuenta de que cuanto más se eleva él en su honor sobre los demás, mucho más que los demás debiera él cubrirse de austeros modales. Sus orejas están en su frente porque, en lugar de la humildad que debiera tener por su alto rango y que debiera dejar brillar para otros, él tan solo quiere recibir halagos y gloria. En su lugar, él pone el orgullo y es por esto que quiere que todos le llamen grande y bueno. Tiene ojos en el cogote, porque todo su pensamiento está en el presente, y no en la eternidad. Él piensa en cómo complacer a los hombres y en sobre lo que se requiere para las necesidades del cuerpo, pero no en cómo complacerme a mí, ni en lo que es bueno para las almas.

Su nariz está cortada, tanto que ha perdido la discreción mediante la cuál podría distinguir entre pecado y virtud, entre la gloria temporal y eterna, entre las riquezas mundanas y eternas, entre los placeres breves y los eternos. Sus mejillas están hundidas, o sea, todo su sentido de vergüenza en mi presencia, junto con la belleza de las virtudes por las cuales podría complacerme, han muerto por completo al menos en lo que a mí respecta. Tiene miedo de pecar por miedo de la vergüenza humana, pero no por miedo de mí. Parte de su pómulo y labios han caído, sin que le quede nada salvo la garganta, porque la imitación de mis trabajos y la predicación de mis palabras, junto con la oración sentida desde el corazón, se han derrumbado en él, por lo que no le queda nada salvo su garganta glotona. Pero él encuentra, en la imitación de lo depravado y en el involucrarse en asuntos mundanos, algo a la vez saludable y atractivo.

Su pecho está plagado de gusanos porque, en él, donde debiera estar el recuerdo de mi pasión y la memoria de mis obras y mandamientos, tan solo hay preocupación por asuntos temporales y deseos mundanos. Los gusanos han corroído su conciencia, de forma que ya no piensa en cosas espirituales. En su corazón, donde a mí me gustaría morar y donde debería residir mi amor, reside un maligno escorpión de cola venenosa y rostro insinuante. Esto es porque de su boca salen palabras seductoras y aparentemente sensibles, pero su corazón está lleno de injusticia y falsedad, porque no le importa si la Iglesia a la que representa se destruye, mientras él pueda seguir adelante con su voluntad egoísta.

Sus brazos son como serpientes porque, en su perversidad, alcanza a los simples y los atrae hacia sí con simplicidad, pero, cuando se acomodan a sus propósitos, los desahucia como a pobres desgraciados. Lo mismo que una serpiente, se enrosca sobre sí escondiendo su malicia e iniquidad, de tal forma que difícilmente se pueda detectar su artificio. A mi vista él es como una vil serpiente porque, igual que la serpiente es más odiosa que cualquier otro animal, él también es para mí el más deforme de todos, en la medida en que reduce a nada mi justicia y me considera como alguien reacio a infligir castigos.

Su espalda es como el carbón negro, aunque debiera ser como el marfil, pues sus obras deberían ser más valientes y puras que las de otros, para apoyar a los débiles con su paciencia y ejemplo de buena vida. Sin embargo, es como el carbón porque, también él, es débil para resistir una sola palabra que me glorifique, a menos que le beneficie a él. Aún así se cree valiente con respecto al mundo. En consecuencia, aunque él crea que se mantiene recto caerá en la misma medida de su deformidad y privado de vida, como el carbón, ante mí y mis santos.

Sus intestinos apestan porque, ante mí, sus pensamientos y afectos huelen a carne podrida, cuyo hedor nadie puede soportar. Ninguno de los santos lo puede soportar. Al contrario, todos alejan su cara de él y exigen que se le aplique una sentencia. Sus pies están muertos, porque sus dos pies son sus dos disposiciones en relación conmigo, o sea, el deseo de enmienda por sus pecados y el deseo de hacer el bien. Sin embargo, estos pies están muertos en él porque la médula del amor se ha consumido en él y no le queda nada más que los huesos endurecidos. Es en esta condición que está ante mí. Sin embargo, mientras su alma permanezca en su cuerpo podrá obtener mi misericordia.

EXPLICACIÓN

San Lorenzo se apareció diciendo: “Cuando yo estuve en el mundo tenía tres cosas: continencia conmigo mismo, misericordia con mi prójimo, caridad con Dios. Por esto, prediqué la palabra de Dios celosamente, distribuí los bienes de la Iglesia con prudencia, y soporté azotes, fuego y muerte con alegría. Pero este obispo resiste y camufla la incontinencia del clero, gasta liberalmente los bienes de la Iglesia en los ricos, y muestra la caridad hacia sí y hacia lo suyo. Por lo tanto, declaro para él que una nube luminosa ha ascendido al Cielo, ensombrecida por llamas oscuras, de tal forma que muchos no la pueden ver.

Esta nube es el ruego de la Madre de Dios para la Iglesia. Las llamas de la avaricia y de la ausencia de piedad y de justicia la ensombrecen, de tal manera que la amable misericordia de la Madre de Dios no puede entrar en los corazones de los oprimidos. Por ello, que el arzobispo vuelva rápidamente a la caridad divina corrigiéndose, aconsejando a sus subordinados de palabra y de obra, y animándolos a mejorar. Si no lo hace sentirá la mano del Juez, y su Iglesia diocesana será purgada a fuego y espada, y afligida por la rapiña y la tribulación, tanto que pasará mucho tiempo sin que nadie la pueda consolar”.

Palabras de Dios Padre a la Corte Celestial, y la respuesta del Hijo y la Madre al Padre, solicitando gracia para su Hija, la Iglesia.

Capítulo 24

Habló el Padre, mientras atendía toda la Corte Celestial, y dijo: “Ante vosotros expongo mi queja porque he desposado a mi Hija con un hombre que la atormenta terriblemente, ha atado sus pies a una estaca de madera y toda la médula se le sale por abajo”. El Hijo le respondió: “Padre, Yo la redimí con mi sangre y la acepté por Esposa, pero ahora me ha sido arrebatada a la fuerza”. Entonces habló la Madre, diciendo: “Eres mi Dios y Señor. Mi cuerpo portó los miembros de tu bendito Hijo, que es el verdadero Hijo tuyo y el verdadero Hijo mío. No le negué nada en la tierra. Por mis súplicas, ¡ten misericordia de tu Hija!”. Después de esto, hablaron los ángeles, diciendo: “Tú eres nuestro Señor.

En ti poseemos todo lo bueno y no necesitamos nada más que tú. Cuando tu Esposa salió de ti, todos nos alegramos. Pero ahora tenemos razones para estar tristes, porque ha sido arrojada en manos del peor de los hombres, quien la ofende con todo tipo de insultos y abusos. Por ello, apiádate de ella por tu gran misericordia, pues se encuentra en una extrema miseria, y no hay nadie que pueda consolarla ni liberarla excepto tú, Señor, Dios todopoderoso”. Entonces, el Padre respondió al Hijo, diciendo: “Hijo, tu angustia es la mía, tu palabra es la mía y tus obras son las mías. Tú estás en mí y Yo estoy en ti, inseparablemente. ¡Hágase tu voluntad!”. Después, le dijo a la Madre del Hijo: “Por no haberme negado nada en la tierra, tampoco yo te niego nada en el Cielo. Tu deseo debe ser satisfecho”. A los ángeles les dijo: “Sois mis amigos y la llama de vuestro amor arde en mi corazón. Por vuestras plegarias, tendré misericordia de mi Hija”.

Palabras del Creador a la esposa sobre cómo su justicia mantiene a los malvados en la existencia por una triple razón.

Capítulo 25

Yo soy el Creador del Cielo y la tierra. Te preguntabas, esposa mía, por qué soy tan paciente con los malvados. Esto se debe a que soy misericordioso. Mi justicia los aguanta por una razón triple y también por una razón triple mi misericordia los mantiene. En primer lugar, mi justicia los aguanta de forma que su tiempo se complete hasta el final. Podrías preguntar a un rey justo por qué tiene a algunos prisioneros a quienes no condena a muerte, y su respuesta sería: ‘Porque aún no ha llegado el tiempo de la asamblea general de la corte, en la que pueden ser oídos, y donde aquellos que los oyen pueden tomar mayor conciencia’.

De forma parecida, Yo tolero a los malvados hasta que llega su tiempo, de manera que su maldad pueda ser conocida por otros también ¿No previne ya la condena de Saúl mucho antes de que se diera a conocer a los hombres? Lo toleré durante largo tiempo para que su maldad pudiera ser mostrada a otros. La segunda razón es que los malvados hacen algunos buenos trabajos, por los cuales han de ser compensados hasta el último céntimo. De esta forma, ni el mínimo bien que hayan hecho por mí quedará sin recompensa y, consiguientemente, recibirán su salario en la tierra. En tercer lugar, los aguanto para que se manifieste así la gloria y la paciencia de Dios. Es por esto que toleré a Pilatos, Herodes y Judas, pese a que iban a ser condenados. Y si alguien preguntara por qué tolero a tal o cual persona, que se acuerde de Judas y de Pilatos.

Mi misericordia mantiene a los malvados también por una triple razón. Primero, porque mi amor es enorme y el castigo es eterno y muy largo. Por eso, debido a mi gran amor, los tolero hasta el último momento para que se retrase su castigo lo más posible en la extensa prolongación del tiempo. En segundo lugar, es para permitir que su naturaleza sea consumida por los vicios, pues experimentarían una muerte temporal más amarga si tuvieran una constitución joven. La juventud padece una mayor y más amarga agonía en la hora de la muerte. En tercer lugar, por la mejora de las buenas personas y la conversión de algunos de los malvados. Cuando las personas buenas y rectas son atormentadas por los perversos, esto beneficia a los buenos y justos, pues les permite resistirse a pecar o conseguir un mayor mérito.

Igualmente, los malvados a veces tienen un efecto positivo en otras personas perversas. Cuando éstos últimos reflexionan sobre la caída y maldad de los primeros, se dicen a sí mismos: ‘¿De qué nos sirve seguir sus pasos?’ Y: ‘Si el Señor es tan paciente será mejor que nos arrepintamos’. De esta forma, a veces vuelven a mí porque se atemorizan de hacer lo que hacen los otros y, además, su conciencia les dice que no deben hacer ese tipo de cosas. Se dice que, si una persona ha sido picada por un escorpión, se puede curar cuando se le unte aceite en el que haya muerto otro alacrán. De forma parecida, a veces una persona malvada que ve a otro caer puede verse aguijoneado por el remordimiento, y curado, al reflexionar sobre la maldad y vanidad del otro.

Palabras de alabanza a Dios de la Corte Celestial; sobre cómo habrían nacido los niños si nuestros primeros padres no hubieran pecado; sobre cómo Dios mostró sus milagros a través de Moisés y, después, por sí mismo a nosotros con su propia venida; sobre la perversión del matrimonio corporal en estos tiempos y sobre las condiciones del matrimonio espiritual.

Capítulo 26

La Corte Celestial fue vista ante Dios. Toda la Corte dijo: “¡Alabado y honrado seas, Señor Dios, tú que eres, eras y serás sin fin! Somos tus servidores y te ofrecemos una triple alabanza y honor. Primero, porque nos creaste para que gozásemos contigo y nos diste una luz indescriptible en la que regocijarnos eternamente. Segundo, porque todas las cosas han sido creadas y son mantenidas en tu bondad y constancia, y todas las cosas permanecen a tu conveniencia y se someten a su palabra. Tercero, porque creaste a la humanidad y adoptaste una naturaleza humana por su bien.

Nos regocijamos grandemente por esa razón, y también por tu castísima Madre, que fue hallada digna de engendrarte a ti, a quien los Cielos no pueden contener ni limitar. Por ello, por medio del rango angélico que tú has exaltado en honor, ¡que tu gloria y bendiciones se viertan sobre todas las cosas! ¡Que tu inagotable eternidad y constancia sea sobre todo lo que pueda ser y permanecer constante! Sólo tú, Señor, has de ser temido por tu gran poder, sólo tú has de ser deseado por tu gran caridad, sólo tú has de ser amado por tu constancia. ¡Alabado seas sin fin, incesantemente y para siempre!”. Amén.

El Señor respondió: “Me honráis dignamente por toda la creación. Pero, decidme, ¿por qué me alabáis por la raza humana, que me ha provocado más indignación que ninguna criatura? La hice superior a las criaturas menores y por ninguna he sufrido tanta indignidad como por la humanidad, ni he redimido a ninguna a tan alto precio. ¿Qué criatura, aparte del ser humano, no se conduce por su orden natural? Me causa más problemas que las demás criaturas. Igual que os creé a vosotros, para alabarme y glorificarme, hice a Adán para que me honrara. Le di un cuerpo para que fuera su templo espiritual, y coloqué en él un alma como la de un bello ángel, porque el alma humana es de virtud y fuerza angélica. En ese templo, Yo, su Dios y Creador, era el tercer acompañante, para que él disfrutara y se deleitara en mí. Después le hice un templo similar de su costilla.

Ahora, esposa mía, para quien hemos ordenado todo esto, puedes preguntar: ‘¿Cómo hubieran tenido hijos si no hubieran pecado?’ Te diré: La sangre del amor hubiera sembrado su semilla en el cuerpo de la mujer sin ninguna lujuria vergonzosa, mediante el amor divino, el afecto mutuo y el intercambio sexual, en el que ambos habrían ardido, uno por el otro, y así la mujer fecundaría. Una vez concebido el hijo, sin pecado ni placer lujurioso, Yo habría enviado un alma de mi divinidad dentro de él y ella habría engendrado al hijo y lo habría parido sin dolor. El niño habría nacido inmediatamente perfecto, como Adán. Pero él despreció este privilegio al consentir al demonio y codiciar una mayor gloria de la que yo le hubiera proporcionado.

Tras su acto de desobediencia, mi ángel vino a ellos y ellos se avergonzaron de su desnudez. En ese momento, experimentaron la concupiscencia de la carne y sufrieron hambre y sed. También me perdieron. Antes me tenían, no sentían hambre, ni deseo carnal, ni vergüenza, y sólo Yo era todo su bien, su placer y perfecto deleite. Cuando el demonio se alegró por su perdición y caída, me conmoví de ellos con dolor y no los abandoné sino que les mostré una triple misericordia. Vestí su desnudez, les di pan de la tierra y, a cambio de la sensualidad que el demonio generó en ellos tras su acto de desobediencia, infundí almas en su semilla a través de mi divino poder.

También convertí todo lo que el demonio les sugirió en algo para su bien. Después les mostré cómo vivir y cómo hacerse dignos de mí. Les di permiso para tener relaciones lícitas y lo hubiera hecho antes, pero ellos estaban paralizados de miedo y temerosos de unirse sexualmente. Igualmente, cuando Abel fue muerto, y estuvieron condolidos largo tiempo manteniendo abstinencia, fui movido a compasión y los conforté. Cuando se les hizo saber mi voluntad, comenzaron de nuevo a tener relaciones y a procrear hijos. Les prometí que Yo, el Creador, nacería de entre su descendencia.

A medida que creció la maldad de los hijos de Adán, mostré la justicia a los pecadores y la misericordia a mis elegidos. Así me complací, los preservé de la perdición y los crié, porque mantuvieron mis mandamientos y creyeron en mis promesas. Cuando se acercó el momento de mi misericordia, permití que mis poderosas obras fueran conocidas a través de Moisés y salvé a mi pueblo, según mi promesa. Los alimenté con maná y caminé frente a ellos en una columna de nube y fuego. Les di mi Ley y les revelé mis misterios y el futuro mediante mis profetas.

Después de esto, Yo, Creador de todas las cosas, elegí para mí a una Virgen nacida de un padre y una madre. Con ella tomé carne humana y acepté nacer de ella sin coito ni pecado. Lo mismo que aquellos primeros hijos habrían nacido en el paraíso a través del misterio del amor divino y del amor y afecto mutuo de sus padres, sin ninguna lujuria vergonzosa, así mi divinidad adoptó una naturaleza humana de una Virgen, engendrado sin coito ni daño a su virginidad. Al venir en carne Yo, verdadero Dios y hombre, cumplí la Ley y todas las escrituras, tal como antes se había profetizado sobre mí.

Introduje una nueva Ley, porque la antigua había sido estricta y difícil de cumplir, y no fue más que un molde de lo que había de hacerse en el futuro. En la vieja Ley había sido lícito para un hombre el tener varias mujeres, de forma que las generaciones venideras no se quedaran sin niños o tuvieran que unirse a los gentiles. En mi nueva Ley se ordena al marido que tan sólo tenga una esposa y se le prohíbe, durante el tiempo que ella viva, el tener varias mujeres. Aquellos que se unen sexualmente mediante el amor y temor divino, por el bien de la procreación, son un templo espiritual donde deseo morar como tercer compañero.

Sin embargo, la gente de estos tiempos se une en matrimonio por siete razones. Primero, por la belleza facial; segundo por la riqueza; tercero, por el placer grosero y gozo indecente que experimenta en el coito; cuarto, por las festividades y glotonería descontrolada; quinto, por que aflora el orgullo en el vestir, en el comer, en las distracciones y en otras vanidades; sexto, para tener retoños, pero no para Dios ni para las buenas obras sino para el enriquecimiento y el honor; séptimo, se une por la lujuria y el lujurioso apetito de las bestias.[1]

Estas personas se unen ante la puerta de mi Iglesia con acuerdo y armonía, pero sus sentimientos y pensamientos internos son completamente opuestos a mí. En lugar de mi voluntad, prefieren su propia voluntad, que se inclina por complacer al mundo. Si todos sus pensamientos se dirigiesen a mí, y si confiaran su voluntad en mis manos y se casaran en temor divino, entonces les daría mi aprobación y Yo sería un tercer compañero con ellos. Pero ahora, pese a que Yo debería de estar a su cabeza, no consiguen mi aprobación porque tienen más lujuria que amor por mí en su corazón. Suben al altar y allí oyen que deberían ser un solo corazón y una sola mente, pero mi corazón se aparta de ellos porque ellos no poseen el calor de mi corazón y no conocen el sabor de mi cuerpo.

Ellos buscan un calor perecedero y una carne que será roída por los gusanos. Así, estas personas se unen en matrimonio sin el lazo y unión de Dios Padre, sin el amor del Hijo y sin el consuelo del Espíritu Santo. Cuando la pareja llega a la cama, mi Espíritu les abandona, al tiempo que se les acerca el espíritu de la impureza, porque tan sólo se unen en la lujuria y no argumentan ni piensan en nada más. Pero aún mi misericordia puede estar con ellos, si se convierten, porque Yo amorosamente coloco un alma viviente, creada por mi poder, en su semilla. A veces, permito que los malos padres tengan buenos hijos, pero es más frecuente que nazcan malos hijos de los malos padres, pues estos hijos imitan la iniquidad de sus padres tanto como pueden, y les imitarían aún más si mi paciencia se lo permitiera. Una pareja así nunca verá mi rostro, a menos que se arrepientan, porque no hay pecado tan grave que no pueda ser limpiado por la penitencia.

Hablaré ahora del matrimonio espiritual, del que es apropiado que contraiga Dios con un cuerpo casto y un alma casta. En él hay siete beneficios, que son los opuestos de los males mencionados arriba. En él no hay deseo de belleza de formas o hermosura corporal ni de vistas placenteras, sino tan solo de la vista y el amor de Dios. Tampoco hay –en segundo lugar—ningún deseo de poseer nada ni por encima ni más allá de lo necesario que se requiere para vivir sin exceso. Tercero, los esposos evitan las conversaciones frívolas y ociosas. Cuarto, no les preocupa el reunirse con amigos o parientes sino que Yo soy lo único que ellos aman y desean.

Quinto, mantienen una humildad interior en su conciencia y también externamente en su forma de vestir. Sexto, nunca tienen voluntad alguna de conducirse por la lujuria. Séptimo, engendran hijos e hijas para Dios, por medio de su buen comportamiento y buen ejemplo, y mediante la prédica de palabras espirituales. Así, al preservar su fe intacta, se unen ante la puerta de mi Iglesia, donde me dan su aprobación y Yo les doy la mía. Suben a mi altar y disfrutan del deleite espiritual de mi cuerpo y de mi sangre. Deleitándose en ello, desean ser un corazón, un cuerpo y una voluntad y Yo, verdadero Dios y hombre, poderoso sobre el Cielo y la tierra, seré su tercer compañero y llenaré su corazón.

Aquellas parejas mundanas dejan que su apetito por el matrimonio se base en la lujuria de las bestias, ¡y peor que las bestias! Estos esposos espirituales fundamentan su unión en el amor y temor de Dios, y no desean complacer a nadie más que a mí. El espíritu del mal llena a los primeros y les incita al deleite carnal, donde no hay nada más que podredumbre apestosa. Los últimos se llenan de mi Espíritu y se inflaman con el fuego de mi Espíritu que nunca les fallará. Yo soy un Dios en tres personas. Yo soy una sustancia con el Padre y el Espíritu Santo.

Así como es imposible para el Padre estar separado del Hijo, y para el Espíritu Santo estar separado de ambos, así como es imposible que el calor esté separado del fuego, igual de imposible es para estos esposos espirituales estar separados de mí. Yo estoy con ellos como su tercer compañero. Mi cuerpo fue herido una vez y murió en la pasión, pero nunca más será herido ni morirá. De igual forma, aquellos que se incorporen a mí a través de una fe recta y una voluntad perfecta, nunca morirán a mí. Donde quiera que estén, se sienten o caminen, estaré con ellos como su tercer compañero”.

[1] La Planificación Familiar Natural es una forma pecaminosa para el control de la natalidad (PFN)

San César de Arles: “TANTAS VECES COMO CONOZCA A SU ESPOSA SIN EL DESEO DE TENER HIJOS... SIN DUDA ALGUNA COMETE PECADO”. (W.A. Jurgens, La Fe de los Primeros Padres, Vol. 3:2233)

El Papa Pío XI, en su Casti Connubii (#’s 53-56), del 31 de diciembre, 1930: “Pero ninguna razón sin importar cuán grave sea, pueda anteponerse para que cualquier cosa intrínsicamente en contra de la naturaleza se vuelva acorde a la naturaleza y sea moralmente buena. Debido a que el acto conyugal, por lo tanto, está destinado por la naturaleza principalmente para engendrar hijos, aquellos que ejerciéndolo deliberadamente frustran sus poderes y propósito naturales pecan en contra de la naturaleza y cometen un acto que es vergonzoso e intrínsicamente vicioso.

“No es de extrañarse, por lo tanto, que la Sagrada Escritura atestigüe que la Majestad Divina considera con el mayor aborrecimiento este crimen horrible y, a veces, lo ha castigado con la muerte. Tal como lo denota San Agustín, ‘El acto conyugal, aún con la legítima esposa de uno, es ilegal y malvado cuando se previene la concepción de la progenie.’ Onán, el hijo de Judá, hizo esto y el Señor lo mató por lo mismo (Génesis 38:8-10).”

En la realidad, el argumento en contra de la Planificación Familiar Natural puede resumirse muy sencillamente. El dogma católico nos enseña que el propósito principal del matrimonio (y del acto conyugal) es la procreación y la educación de los hijos.

El Papa Pío XI en su Casti Connubii (#17), del 31 de diciembre, 1930: “El fin principal del matrimonio es la procreación y la educación de los hijos.”

El Papa Pío XI en su Casti Connubii (#54) del 31 de diciembre, 1930: “Debido a que el acto conyugal, por lo tanto, está destinado por la naturaleza principalmente para engendrar hijos, aquellos que ejerciéndolo deliberadamente frustran sus poderes y propósito naturales pecan en contra de la naturaleza y cometen un acto que es vergonzoso e intrínsicamente vicioso.”

“Debido a que, por lo tanto, el apartarse abiertamente de la tradición cristiana no interrumpida, algunos recientemente han juzgado que es posible declarar solemnemente a otra doctrina en relación a este asunto, la Iglesia Católica, a quien Dios le ha confiado la defensa de la integridad y la pureza de la moral, manteniéndose erguida en medio de la ruina moral que la rodea, para que ella puede evitar que la castidad de la unión nupcial sea mancillada por esta mancha inmunda, eleva su voz a favor de su divino embajador y a través de Nuestra boca proclama nuevamente: cualquier uso del matrimonio ejercido de tal manera que el acto sea frustrado deliberadamente en su poder natural para generar la vida es una ofensa en contra de la ley de Dios y de la naturaleza y quienes se complacen en eso quedan marcados con la culpa de un pecado grave.”

Por lo tanto, a pesar que la PFN no interfiere directamente con el acto del matrimonio en sí, tal como sus defensores gustan enfatizar, no hay diferencia alguna. La PFN está condenada porque subordina el fin primordial (o propósito) del matrimonio y del acto matrimonial (la procreación y educación de los hijos) a los fines secundarios.

La PFN subordina el fin primordial del matrimonio a otras cosas, intentando deliberadamente evitar hijos (es decir, evitar el fin principal) mientras se tienen relaciones maritales. Por lo tanto, la PFN invierte el orden establecido por el mismo Dios. Hace lo mismísimo que el Papa Pío XI solemnemente enseña que no puede hacerse lícitamente. Y este punto destruye todos los argumentos hechos por aquellos que defienden la PFN; ya que todos los argumentos dados por aquellos que defienden la PFN están enfocados en el acto marital en sí, mientras que ignoran ciegamente el hecho de que no hay diferencia alguna si una pareja no interfiere con el acto en sí, si subordinan y desbaratan el PROPÓSITO principal del matrimonio.

A pesar que esta enseñanza Magisterial condena la Planificación Familiar Natural, la lógica sencilla le dirá a los católicos que es malo. Si la Iglesia ha condenado la contracepción artificial porque previene la concepción de la progenie, ¿por qué sería permisible hacer lo mismo por medio de un método diferente? Es como si el deseo o pensamiento de asesinar a alguien no fuese pecaminoso, de acuerdo a los defensores de la PFN, sino únicamente el acto del asesinato en sí.

En las publicaciones que promueven la PFN, el período fértil de la esposa está clasificado a veces como “no seguro” y “peligroso”, ¡como si el generar una nueva vida fuese considerado una seria violación de la seguridad nacional y un infante pequeño un criminal traidor! Esto es realmente abominable.

¿Podría ser más claro que aquellos que se suscriben a este tipo de comportamiento y a este método echan fuera a Dios y a los hijos y los reemplazan con su propia agenda egoísta?

Tobías 6:17 – “El santo joven Tobías se acerca a su novia Sara después de tres días de oración, no por lujuria carnal sino solo por el amor a la posteridad. Habiendo sido instruido por el Arcángel San Rafael que para comprometerse en el acto marital debe de estar movido por el amor a los hijos en vez de la lujuria. Porque aquellos que de tal manera reciben el matrimonio, como para echar fuera a Dios de ellos mismos, y de sus mentes, y entregarse a su lujuria, como el caballo y la mula que no tienen comprensión alguna, sobre ellos tiene su poder el Demonio.”

La palabra matrimonio significa “el oficio de la maternidad.” Aquellos que usan la PFN intentan evitar el matrimonio (el oficio de la maternidad) y echan fuera a Dios de sí mismos.

La Planificación Familiar Natural también involucra una falta de fe por parte de aquellos que la usan y la promueven. ¿Poseen las parejas que usan la PFN, o los sacerdotes que la promueven, la fe natural en la providencia de Dios? ¿Creen que Dios es quien envía la vida? ¿Tiene cualquiera el derecho de tener tres hijos cuando Dios les ha mandado tener diez? Dios está perfectamente conciente de las necesidades de cada pareja y él sabe precisamente lo que pueden manejar. Aquellos que tienen la verdadera Fe católica deberían estar totalmente despreocupados de los calendarios y los cuadros. Todos ellos son instrumentos no naturales que frustran la voluntad de Dios. Hacer caso omiso de esta tontera y aceptar el hecho de que Dios no les enviará hijos que no pueden manejar. Él no los agobiará con algo demasiado pesado, porque Su yugo siempre es fácil y Su carga siempre es liviana. Si los que usan la Planificación Familiar Natural se saliesen con la suya no habría familias con más de 10 niños, ni santos que provinieran de estas familias (por ejemplo, Santa Caterina de Siena, la hija 23 de 25). Los sacerdotes que promueven la Limitación Familiar “Natural”, así como las parejas que la usan, son culpables de un serio pecado. Es contrario a las enseñanzas de la Iglesia y es contrario a la ley natural. Es un insulto a la providencia de Dios y es una absoluta falta de fe. Por qué no practican la castidad en vez de cometer el pecado mortal de la Planificación Familiar Natural. ¡La verdadera santificación proviene a través de la virtud de la castidad!

Tal como lo pueden leer, ninguna razón sin importar cuán grave sea, puede aceptarse si subordina el fin (o propósito) principal del matrimonio y el acto del matrimonio (la procreación y la educación de los hijos) a los fines secundarios.

El Papa Pío XI en su Casti Connubii (#’s 53-56), del 31 de diciembre, 1930: “Pero ninguna razón sin importar cuán grave sea...”

El infierno será largo para aquellos que practican la Planificación Familiar Natural en contra de la ley natural. Nosotros le imploramos a todos los sacerdotes y laicos que acepten la enseñanza de la Iglesia sobre este tema, y recobren la fe en la providencia de Dios. Si usted ha sido convencido en creer en esta herejía abominable que contradice a la ley natural, arrepiéntase y confiese su pecado inmediatamente.

Acá hay un artículo más detallado sobre la Planificación Familiar Natural (PFN). ¡Haga clic aquí!

Palabras de la Madre a la esposa sobre cómo hay tres cosas en una danza, sobre cómo esta danza simboliza al mundo y sobre el sufrimiento de la Madre en la muerte de Cristo.

Capítulo 27

La Madre de Dios habló a la esposa, diciendo: “Hija mía, quiero que sepas que donde hay danza hay tres cosas: alegría vacía, voces confusas y trabajo sin sentido. Si alguien entra en la danza angustiado y triste, entonces su amigo, que se encuentra en pleno disfrute de la danza pero que ve a un amigo suyo entrando triste y melancólico, deja inmediatamente su diversión, abandona la danza y se conduele con su angustiado amigo. Esta danza es el mundo, que siempre se encuentra atrapado por una ansiedad que a los vacuos les parece gozo. En este mundo hay tres cosas: alegría vacía, palabrería frívola y trabajo sin sentido, porque un hombre ha de dejar tras de sí todo aquello en lo que se afana.

¡Quién, en la plenitud de esta danza mundana, va a considerar mis fatigas y angustias y se va a condoler conmigo –que abandoné todo gozo mundano—y va a apartarse del mundo! Cuando mi Hijo murió yo era como una mujer con el corazón traspasado por cinco espadas. La primera fue su vergonzosa y afrentosa desnudez. La segunda espada fue la acusación contra Él, pues le acusaron de traición, de falsedad y de perfidia. Él, quien yo sabía que era justo y honesto y que nunca ofendió ni quiso ofender a nadie. La tercera espada fue su corona de espinas, que perforó su sagrada cabeza tan salvajemente que la sangre saltó hasta su boca, su barba y sus oídos. La cuarta espada fue su voz mortecina en la cruz, con la que gritó al Padre diciéndole: ‘Padre ¿por qué me has abandonado? Era como si dijera: ‘Padre, nadie se apiada de mí, sólo tú’. La quinta lanza que cortó mi corazón fue su amarguísima muerte.

Su preciosísima sangre se le derramaba por tantas venas como espadas traspasaron mi corazón. Las venas de sus manos y pies fueron horadadas, y el dolor de sus nervios perforados le llegaba hasta el corazón y desde su corazón volvía de nuevo a recorrer sus terminaciones nerviosas. Su corazón era fuerte y vigoroso, al haber sido dotado de una buena constitución, esto hacía que su vida resistiera luchando contra la muerte y que su amargura se prolongara aún más en el colmo de su dolor. A medida que su muerte se aproximaba y su corazón reventaba ante tan insoportable dolor, de repente todo su cuerpo se convulsionó y su cabeza, que se le iba hacia atrás, pareció erguirse de alguna manera.

Abrió levemente sus ojos semicerrados y a la vez abrió su boca, de forma que pudo verse su lengua ensangrentada. Sus dedos y brazos, que habían estado muy contraídos, se le estiraron. Nada más entregar su espíritu, su cabeza se abatió sobre su pecho. Sus manos se corrieron un poco desde el lugar de las heridas y sus pies tuvieron que soportar la mayor parte del peso. Entonces, mis manos se resecaron, mis ojos se nublaron en oscuridad y mi rostro se quedó lívido como la muerte. Mis oídos no oían nada, mis labios no podían articular palabra, mis pies no me sostenían y mi cuerpo cayó al suelo.

Cuando me levanté y vi a mi hijo, con un aspecto peor que un leproso, le entregué toda mi voluntad, sabiendo que todo había ocurrido según su voluntad y no habría sucedido si él no lo hubiese permitido. Le di las gracias por todo y cierto júbilo se entremezcló con mi tristeza, porque vi que Él, quien nunca había pecado, por su grandísimo amor, quiso sufrirlo todo por los pecadores. ¡Que esos que están en el mundo contemplen lo que pasé cuando murió mi Hijo, y que siempre lo tengan en su memoria!”.

Palabras del Señor a la esposa describiendo cómo fue juzgado un hombre ante el tribunal de Dios, y sobre la horrible y terrible sentencia dictada sobre él por Dios y por todos los santos.

Capítulo 28

La esposa vio que Dios estaba enojado y dijo: “Yo soy sin principio ni fin. No hay cambio en mí ni de años ni de días. Todo el tiempo del mundo es como una sola hora o momento para mí. Todo el que me ve, contempla y entiende todo lo que hay en mí en un instante. Sin embargo, esposa mía, al estar tú en un cuerpo material no puedes percibir ni conocer igual que un espíritu. Por ello, por tu bien, te explicaré lo que ha sucedido. Yo estaba, por así decirlo, sentado en el tribunal para juzgar, porque todo juicio me ha sido dado, y cierta persona vino a ser juzgada ante el tribunal.

La voz del Padre resonó y le dijo: ‘Más te valiera no haber nacido’. No era porque Dios se arrepintiese de crearlo, sino como cualquiera que sintiera preocupación por otra persona y se compadeciese de él. La voz del Hijo intervino: ‘Yo derramé mi sangre por ti y acepté una durísima penitencia, pero tú te has enajenado completamente y eso ya no tiene nada que ver contigo’. La voz del Espíritu dijo: ‘Yo busqué por todos los rincones de su corazón para ver si podía encontrar algo de ternura y caridad, pero es tan frío como el hielo y tan duro como una piedra. Este hombre no me concierne’.

Estas tres voces no se oyeron como si fueran tres dioses, sino que han sido hechas audibles para ti, esposa mía, porque de otra forma no habrías podido comprender este misterio. Las tres voces del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se transformaron inmediatamente en una sola voz que retumbó y dijo: “¡De ninguna manera merece el reino de los Cielos! La Madre de la misericordia permaneció en silencio y no desplegó su merced pues el defendido no era digno de ello. Todos los santos clamaron a una voz diciendo: ‘Es justicia divina para él el ser perpetuamente exiliado de tu reino y de tu gozo’. Todos en el purgatorio dijeron: “No tenemos una penitencia suficientemente dura para castigar tus pecados. Habrás de soportar mayores tormentos y, por lo tanto, tienes que ser apartado de nosotros’.

Entonces, el mismo defendido exclamó con una horrenda voz: ‘¡Ay, ay de la semilla que fecundó en el vientre de mi madre y de la que yo me formé!’. Por segunda vez exclamó: ‘¡Maldita la hora en la que mi alma se unió a mi cuerpo y maldito aquél que me dio un cuerpo y un alma!’. Volvió a clamar una tercera vez: ‘¡Maldita la hora en la que salí a vivir del vientre de mi madre!’ Entonces llegaron tres voces horribles del infierno, que le decían: ‘¡Ven con nosotros, alma maldita, como el líquido que se derrama hasta la muerte perpetua y vive sin fin!’ Por segunda vez, las voces lo volvieron a llamar: ‘¡Ven, alma maldita, vaciada por tu maldad! ¡Ninguno de nosotros dejará de llenarte de su propio mal y dolor!’. Por tercera vez, agregaron: ‘¡Ven, alma maldita, pesada como una piedra que se hunde y se hunde y nunca alcanza fondo en el que descansar! Descenderás más bajo que nosotros y no pararás hasta que no hayas llegado a lo más profundo del abismo’.

Entonces, el Señor dijo: ‘Como un hombre con varias esposas, que ve caer a una y se aparta de ella y se vuelve hacia las otras, que permanecen firmes, y se alegra con ellas, así Yo he apartado de él mi rostro y mi merced y me he vuelto a los que me sirven y me obedecen y me alegro con ellos. Por tanto, ahora que has sabido de su caída y desdicha, ¡sírveme con mayor sinceridad que él, en proporción a la mayor misericordia que te he dispensado! ¡Apártate del mundo y de sus deseos! ¿Acaso acepté yo tan acerba pasión por la gloria del mundo, o por que no podía consumarla en menos tiempo y con más facilidad? ¡Claro que podía! Sin embargo, la justicia exigía eso. Como la humanidad pecó en todos y cada uno de sus miembros, se tuvo que hacer cumplida justicia en todos y cada uno de los miembros.

Por esto, Dios, en su compasión por la humanidad y en su ardiente amor hacia la Virgen, recibió de ella una naturaleza humana a través de la cual pudo soportar todo el castigo al que estaba abocada la humanidad. Al haber tomado Yo vuestro castigo sobre mí, por amor, permanece firme en la verdadera humildad, como mis siervos ¡Así no tendrás nada de que avergonzarte ni nada que temer más que a mí! Guarda tus palabras de tal forma que, si esa fuera mi voluntad, tú no hablarías. No te entristezcas por las cosas temporales, que tan sólo son pasajeras. Yo puedo hacer a quien yo quiera rico o pobre. ¡Así pues, esposa mía, deposita toda tu esperanza en mí!”.

EXPLICACIÓN

Este hombre era un canónico de noble reputación y subdiácono, quien, habiendo obtenido una falsa dispensación, se quiso casar con una rica doncella. Sin embargo, fue sorprendido por una muerte repentina y no consiguió su objetivo.

Palabras de la Virgen a la hija, sobre dos señoras, una que se llama “soberbia” y la otra “humildad”, simbolizando esta última a la más dulce de las Vírgenes, y sobre cómo la Virgen acude a reunirse con aquellos que la aman a la hora de su muerte.

Capítulo 29

La Madre de Dios se dirigió a la esposa de su Hijo diciéndole: “Hay dos señoras. Una de ellas no tiene un nombre especial, pero no merece nombre; la otra es la humildad, y se llama María. El demonio es el maestro de la primera señora, porque tiene dominio sobre ella. Uno de sus caballeros le dijo a esta dama: ‘Señora mía, estoy dispuesto a hacer lo que pueda por ti, si pudiera copular contigo al menos una vez. Al fin y al cabo, soy poderoso, fuerte y tengo un corazón valiente, no temo nada y estoy hasta dispuesto a morir por ti’. Ella le contestó: ‘Sirviente mío, tu amor es grande. Sin embargo, yo estoy sentada en un trono muy alto, tan sólo tengo un asiento y hay tres puertas entre nosotros.

La primera puerta es tan estrecha que cualquier prenda que un hombre lleve sobre su cuerpo se engancha y queda rota y arrancada. La segunda puerta es tan aguda que corta hasta las fibras nerviosas. La tercera, arde con un fuego tal que nadie escapa a su ardor sin quedar derretido como el cobre. Además, estoy sentada tan en lo alto que cualquiera que quiera sentarse conmigo –al tener yo un solo trono— caería en las grandes profundidades del caos debajo de mí’. El demonio le respondió: ‘Daré mi vida por ti, pues una caída no representa nada para mí’.

Esta señora es la soberbia y cualquiera que quiera llegar a ella pasará como por tres puertas. Por la primera puerta entran aquellos que dan todo lo que tienen para recibir honores humanos, por su soberbia, y si no tienen nada vuelcan toda su voluntad en vivir con orgullo y cosechar alabanzas. Por la segunda puerta entra la persona que dedica todo su trabajo y todo lo que hace, todo su tiempo, todos sus pensamientos y toda su fuerza para satisfacer su soberbia. Y aún así, si tuviera que dejar que hirieran su cuerpo, por conseguir honores y riquezas, lo haría gustosa. Por la tercera puerta entra la persona que nunca se calla ni se aquieta sino que arde como el fuego con el pensamiento de cómo conseguir algún honor mundano o posición de soberbia, pero cuando obtiene lo que desea no puede permanecer mucho tiempo en el mismo estado sino que termina cayendo miserablemente. Pese a todo esto, la soberbia aún permanece en el mundo.

“Yo soy –dijo María—la más humilde. Estoy sentada en un trono espacioso. Sobre mí no hay sol, ni luna ni estrellas, ni siquiera nubes, sino un brillo inconcebible y una calma maravillosa de la clara belleza de la majestad de Dios. Por debajo de mí no hay ni tierra ni piedra sino un incomparable descanso en la bondad de Dios. Cerca de mí no hay ni barreras ni paredes sino la gloriosa corte de los ángeles y de las almas santas. Aunque estoy sentada en un trono sublime, oigo a mis amigos que viven en la tierra, entregándome diariamente sus suspiros y sus lágrimas. Veo sus luchas y su eficacia, que es mayor que la de aquellos que luchan por su dama, la soberbia. Por ello, los visitaré y los reuniré conmigo en mi trono, porque éste es espacioso y hay sitio para todos.

Sin embargo, aún no pueden venir y sentarse conmigo porque hay aún dos muros entre ellos y yo, mediante los cuales los conduciré confiadamente para que puedan llegar hasta mi trono. El primer muro es el mundo, y es estrecho. Así, mis servidores en el mundo recibirán consolación de mi parte. El segundo muro es la muerte. Por eso, yo, su más querida Señora y Madre, acudiré a reunirme con ellos en la muerte, de manera que aún en la misma muerte puedan sentir mi refrigerio y consuelo. Los reuniré conmigo en el trono del gozo celestial de manera que, en la alegría sin fin, puedan descansar eternamente en brazos del amor perpetuo y de la gloria eterna”.

Amorosas palabras del Señor a la esposa sobre cómo se multiplica el número de falsos cristianos hasta el punto de que están volviendo a crucificar a Cristo, y sobre cómo aún Él está dispuesto a aceptar la muerte una vez más por la salvación de los pecadores, si fuera posible.

Las profecías y revelaciones de santa Brígida

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