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II

ese ruido inmenso de la noche ha alimentado mi goce efímero. también bebí mucha de su cerveza para sentirme valiente. muy mala por cierto: agua con alcohol y una pizca de gluten. recuerdo que la cerveza más puerca de la habana —por poner un ejemplo— era tres mil veces mejor que esta levadura insalubre que ahora bebo en málaga porque no puedo dormir. es por el jet lag me dijo un alemán que se las daba de sabroso también el muy hijo de puta. ya que estamos.

y ahora en málaga la cuestión se ha puesto peor. hay muchos miserables borrachos como yo de buen vestir. claro que estoy en la zona turística, todo pagado en una residencia de mierda y no me puedo quejar. esta es mi forma de quejarme. vine por una beca y empiezo un cuento del resentimiento, del complejo, un afán mediocre de superación al que le faltan sus comas —sus silencios cortos—. lo bueno es que no lo saben. lo más probable es que nunca lo sepan. qué van a saber estos insepultos que se solazan con esos hermosos rostros. las malagueñas son tan guapas que parece que no necesitaran hacer la deposición como la gente normal. es decir como los mestizos. y si lo hacen uno se pregunta cómo se limpiarán ese hermoso culo.

las mujeres malagueñas tienen el rostro de la misericordia de dios. miran siempre a un frente disoluto, encierran su veneno en oscuras minifaldas. el pelo les cae como una muchedumbre de querubines barnizados. por fuerza rubias, unas, entre el espanto de sus ojos negros. por fuerza pelirrojas, otras, entre el espanto de su carne aceitunada. en las noches se las ve acorraladas por hombres recios en los portales de antiguas guaridas románticas. las discotecas se pueblan del aroma embotellado de su sexualidad. las mujeres malagueñas se maquillan con la arena de un mar que no las baña. da miedo tocarlas, ensuciar su blusita que trasluce su pálido esternón. ¿adónde van las mujeres malagueñas cuando se han tropezado con el filo de su propio tacón esbelto? y cuando hablan, ah, cuando hablan, parece que un vampiro va a chuparte la sangre, a devorar la aorta hinchada de la excitación. cortan las palabras para no desbocarse. las mujeres malagueñas copulan consigo mismas y tienen orgasmos a rabiar sobre la alfombra del abismo. entre ellas se odian y se aman como dos abejas reinas. pero nunca, nunca, oídme, han de delatar la enfermiza pasión que las devora frente al espejo.

yo solo quería mirar el áfrica desde la costa de málaga y he terminado muy borracho y compungido. inmensas son las ganas de sufrir pero me he puesto a reír al darme cuenta de mi pequeñez. vivo en la calle duque de la victoria número 9 piso cuarto frente a un hospital. a veces miro en la mañana unas mujeres en la ventana de enfrente que dan de mamar a sus hijos recién nacidos, blancos como michael jackson pienso y me río. aquí las mujeres me miran ya no como un bicho raro sino como un animal exótico. algo ha cambiado. capaz miraron alguna vez una película sobre la conquista y piensan que soy unos de esos actores que hacían de cacique inca. y les doy gusto. me pavoneo con mi bufanda larga. miro sus tetas lechosas y se me ilumina una escena porno tan genial que el mismo henry miller se pondría cachondo pero de vergüenza. no les hablo desde luego. apenas coqueteo con una decencia enorme que no sé de dónde me ha salido. ha de ser algún actor o pintor naif o bailarín de música folclórica han de pensar. esa es mi ilusión. porque la mirada también puede ser de soslayo o de impresión como ya he dicho. esto que soy da vergüenza ajena.

ahora han puesto al polaco goyeneche en una radio local. mi alegría no se puede creer. me siento más latinoamericano que nunca. porque nunca había escrito tanto y vuelvo a beber esta cerveza cojuda y me asomo al balcón para mirar la cúpula de la catedral y abajo el mar de una borrachera envidiable de la que no puedo participar porque no soy de este mundo. traigo una novelita de bolaño que pesa como una biblia. traigo en mi mente una noche inmensa del siglo XVI que me parece que la hubiera vivido. traigo en una bolsa unas chanclas para pisar la arena de málaga como una jaiba y mirar la costa de áfrica. no se sabe si esta suerte de zombi se convertirá en alguien. si alguien podrá leer a ese otro que se contempla con asombro y asco. aceptarme sería como volver a una suerte de normalidad que no existe. aceptarse es el premio que uno no quiere encontrar para apagar la voz penetrante de su conciencia. aceptarse es permitir que el rostro de lo otro sea lo que uno quiere y uno nunca será lo que uno quiere. porque lo que uno quiere ya se ha ido cuando uno quiere.

tengo tantas citas que revolotean en mi cabeza que ahora alguien me ha dicho que no se puede creer que un ecuatoriano haya leído tanto. yo me río de rabia porque en mi país hay un montón de giles que han leído mucho más que yo y se creen la crema y nata de la literatura. una vez conocí a un escritor. bueno, había leído unos cuantos cuentos suyos no muy malos en mi época universitaria. pero no lo había visto en persona. y así habría sido mejor. uno de esos tipos que se creen el nabokov de la literatura ecuatoriana. uno de esos tipos gordos. sí, aquellos de saquito gris. aquellos que llaman a los periodistas para «concederles» una entrevista. esos que tienen detrás un séquito de escritores mediocres que lamen la solapa de su traje oblongo como él mismo. a veces es mejor no conocer al tipo detrás de la cubierta. casi siempre es mejor. en suma, estábamos en caracas, en un encuentro de escritores organizado por el estado venezolano. en una de esas noches, yo había ido a tomar un trago en el bar del hotel. me senté en una de las mesas para admirar el paisaje deforme de los intelectuales. había de todo: arañas, topos, sanguijuelas, dinosaurios…

uno de aquellos tipos que rendían pleitesía al gordo loco me reconoció y me pidió que me sentara con ellos, dado que estaba solo —como si estarlo fuese una condición paupérrima—. y yo cometí la estupidez de seguirlo. en efecto, nos sentamos alrededor de una mesa como lo hace todo el mundo, excepto por una realidad espantosa: ese nabokob trucho estaba justo frente a mí.

y vos qué, me dijo.

qué de qué, le respondí.

¿qué haces, a qué te dedicas, qué haces aquí?

nada. yo bebo, aseveré.

ah, otro chumadito que se cree escritor, sentenció.

yo me quedé en silencio, con ganas, eso sí, de escupirle en el vaso que, justamente, le empezaban a servir. el mesero dio vuelta a la mesa mientras regaba tiernos chorros de ron sobre el hielo frío, muy frío, dentro del vaso.

no pensarás que esto es gratis, me dijo. aquí nadie chupa al remo.

entonces, en un impulso criminal, tomé el vaso, derramé el ron sobre su cara de busto, y me fui. uno de sus vasallos, el que me conocía, me insultó, pero ya su voz se golpeó con la imagen de mi dedo medio de la mano derecha eréctil, triunfal, como un pene.

importante es que ría la vendedora de aguacates en el mercado como mi abuela. importante es que goce el cargador que suspira cuando piensa en el cuerpo de esa prostituta colombiana a la que le ha podido pegar un polvo.

no se sabe si podré bailar pegado de una malagueña porque a estas huevonas no se les para un pelo si saben que van bien vestidas, como ya he dicho. la cerveza, por lo pronto, da vueltas alrededor del pozo turbio del olvido. todo lo que he dejado, todo lo que se ha quedado marchito en el fango de la memoria ahora es un desierto o quizá mejor un nevado frío y taciturno. quiero enterrar la imagen de mí mismo pero ahora viene y se me muestra desde un espejo trizado y me miro allí con la cara cortada, con la boca deforme de quien no puede decir su propio nombre. así son las cosas.

siempre me han llamado willy desde pequeño. odio ser willy el pequeño y venir de un país de habla hispana. es como ser chino y llamarte eduardo. no tiene sentido, pero puede pasar. por eso la gente se cambia de nombre o tiene que cargar con esa cruz toda su vida. willy, anda a hacer la compra. willy, mira a tu hermana. willy, límpiate la nariz. willy, saca al perro. willy, no te emborraches. willy, mírame a los ojos, no me hagas daño. willy, vete de aquí, no quiero verte más.

en ecuador llamarte willy es un gran chiste. deforman tu nombre hasta volverlo obsceno. willy the kid me gustaba. willy the kid odia las películas gringas dobladas al español por españoles, prefiere los subtítulos. willy the kid en málaga es un papagayo en cautiverio. te hubieras llamado john o peter o walter. pero no willy, por dios. das lástima. y sin embargo tienes que aprender a reírte de ti mismo porque si no se te cargan. por eso willy tuvo que estudiar y ser el mejor, como decía su padre. pero a quién se le ocurre estudiar literatura en un país imaginario. pues a willy, el imbécil.

así willy, que soy yo, está sentado en su habitación de residencia con la ventana abierta y fuma como una puta gorda y solitaria. en lo alto, atravesando la calle, puede verse la cúpula iluminada de la catedral, que llaman la manquita. en ecuador debe haber amanecido y los millones de bichos mestizos estarán poblando las calles como ratas en una gran inundación. porque parece que se reproducen por camadas. yo iría gustoso por el cielo de quito en helicóptero tirando preservativos aquí y allá. no hay derecho a ser tan irresponsable. legiones y legiones de idiotas pariendo obreros, apenas desayunados, soñando silenciosamente con unos zapatos nuevos. así son las cosas.

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