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La cuna del pensamiento

Un mensaje del arcángel Rafael al unísono con el coro de los ángeles en presencia del arcángel Gabriel

I. ¿Dónde nacen los pensamientos?

A ver si puedes sumergirte en las memorias divinas. A ver si dejamos atrás todo lo aprendido en la experiencia humana para dejar de vivir en la limitación de una conciencia que concibe la realidad desde una perspectiva tan pequeña, que es como si se tratara de un minúsculo grano de arena que, aunque bello, perfecto y santo, es ínfimo en comparación a la totalidad del universo. Seguir concibiendo a ese granito de arena como la totalidad es algo que carece de razón, porque carece de sentido.

Expande tu consciencia. Dejemos atrás la mente pensante y comencemos a dejar que la consciencia se expanda abarcándolo todo. Comencemos a ver con los ojos del alma. Comencemos a conocer con esa parte del ser que está más allá de la mente pensante e informa al ser siendo aquello que informa y lo informado.

Dejemos todo juicio a un lado. No juzgues lo que oirás, ni lo que verás porque verás lo que ojo humano jamás vio y lo que ningún oído humano ha oído ni podrá oír jamás. Verás y oirás lo que nadie jamás podrá oír ni ver por ti, pues solo tú puedes ver lo que eres en verdad. Nadie podrá contártelo y tú no podrás contárselo jamás a nadie. No se puede compartir.

¿Dónde nacen los pensamientos? ¿Dónde habitan los pensamientos? ¿De dónde emanan? ¿Quién o qué cosa les da existencia? ¿Quién piensa lo que los pensamientos piensan? ¿Dónde reside la dulzura? ¿Dónde vive la vida? ¿Dónde mora el amor?

Todo pensamiento debe que tener un origen. Tiene que existir un lugar o un algo que bien puede ser llamado la cuna del pensamiento. Hacia allí es hacia donde iremos y de ese modo retornaremos a la conciencia de nuestro ser. Pues ese centro es lo que en verdad somos. Sigue la estela de pensamiento (no de su contenido sino de la energía del pensamiento) y deja atrás el cuerpo. No te aferres a la idea del cuerpo físico.

Comienza a sentir esa parte del universo desde donde fluyen los pensamientos. Siente la miríada de pensamientos fluir en profusión, yendo y viniendo de un lado a otro como si se tratara de una fuerza energética que brota desde un centro y se extiende hacia fuera de sí mismo, como si se tratara de un volcán desde cuyo núcleo, en el centro de la tierra, lanza su calor y su fuerza hacia el exterior sin que nada pueda detenerlo. Una explosión de vitalidad que emana del núcleo y se expande. Ese núcleo es un origen, un alfa.

¿Dónde nacen los pensamientos? Deja que tu memoria sea libre y permítele ir donde quiera ir. O mejor dicho deja que el recuerdo venga a ti por sí mismo. La memoria sabe quién la creó y dónde reside su valor. La memoria sabe dónde reside el amor y es allí, al refugio de amor divino, a dónde querrá ir por sí sola en busca de su refugio y su paz. Y dado que conoce el camino, puede habitar en la casa del Padre sin inconveniente alguno si la dejas en libertad.

II. La ventana de la consciencia

Hay un lugar en el universo desde donde emana todo pensamiento. Tiene que haberlo, pues la capacidad de crear pensamiento o la capacidad de pensar, lo cual no debe ser confundido con el acto de pensar, debe tener un origen, ya que el pensamiento es un efecto. Todo el que observa su pensamiento puede saber esto de modo simple, claro y sencillo. Todo pensamiento es un medio y nunca un fin. No puede ser un fin porque el pensamiento no es su propio origen. El pensamiento no se crea a sí mismo.

Es evidente que existe algo que antecede al pensamiento. Ese algo es precisamente de lo que estamos hablando. ¿Es ese algo, un lugar? ¿Es un solo lugar? ¿O hay un lugar para cada uno de vosotros? ¿Cuál es la razón de que cada uno tenga diferentes pensamientos? ¿Cada uno de vosotros sois una fuente en sí misma? ¿Fuente de vosotros mismos? ¿Fuente independiente e individual que crea para sí y por sí mismo sus propios pensamientos? ¿Los pensamientos que piensas que piensas los has pensado tú? ¿Sobre qué base los has concebido? En ese caso, si cada uno fuera un sistema cerrado en sí mismo, el cual crea su propio pensamiento de un modo en que no está unido a otros sistemas cerrados de pensamiento (el otro), ¿quién mantiene unidos a esos sistemas independientes? ¿De dónde obtiene cada sistema individual la energía vital a la que llamamos pensamiento? ¿Cada uno de vosotros sois un volcán independiente con un núcleo autónomo desde el cual se expande la energía de su centro hacia fuera de sí mismo?

Si reposas en la quietud y cierras los ojos por un instante y renuncias a juzgar, verás pasar enfrente de ti a una serie de pensamientos. Esto no es nada sorprendente. Es lo que es. Lo llamas observación. ¿Qué ha ocurrido? Simplemente que ciertos pensamientos han atravesado el marco de tu consciencia. Es decir que tu consciencia es como una ventana a través de la cual estás mirando. Todo lo que pasa a través de ella es visto. Lo que no transita frente a ella parece no existir.

Si la consciencia es como la ventana de una casa y tú estás encerrado dentro mirando hacia la ventana, entonces quiere decir que todo lo que observas que atraviesa el marco de esa ventana es algo parcial. No estás viendo la totalidad porque desde este lado de la ventana no puedes ver la totalidad de las relaciones que existen entre todo lo que es, y eso que atraviesa el marco de la ventana y que entonces puedes ver, es decir, percatarte. Estás tú. Está la casa. Esta esa ventana por la cual miras. Si te alejas más de la ventana, ves menos. Si te acercas ves más. Fuera de la casa, tras la ventana, surge un sinfín de pensamientos que se transforman en imágenes que dan forma a esos pensamientos, según crees tú. ¿Quién piensa esos pensamientos? ¿Qué relación existe entre tú y ese algo que piensa lo que piensa? ¿De dónde surgen esos pensamientos que pasan frente a la ventana que estás mirando?

III. Imaginación y pensamiento verdadero

Hijas e hijos de la pureza y la verdad, esos no son pensamientos. Cuando os sentáis solos dentro de la casa a contemplar por la ventana vuestros pensamientos y las imágenes que ellos forman, estáis sentados en la casa del sueño, soñando una vida. Imaginando que estáis pensando. Dando imágenes a todo. Creando imágenes de ensueño. Esos no son pensamientos, son imaginaciones que proceden del sueño. Del sueño del olvido, si bien son fruto de una actividad de la mente. Fuera de la casa está la vida. Fuera de la casa está la verdad acerca de ti, de vosotros y de todo. Dijimos que si os acercáis a la ventana podéis ver más. ¿Qué ocurriría si atravesarais la ventana y os aventurarais más allá de ella? ¿Cómo se vería la vida desde fuera de la casa?

Sal y gloríate en tu gloria y alcanzarás los anhelos de tu corazón. Es lo que en Mi diálogo con Jesús y María te exhortábamos a hacer. Salir de la casa del miedo es lo que te lleva a lanzarte al amor. Hija del amor, estás sentada dentro de una casa desde cuya ventana observas la vida sin involucrarte en ella y de este modo dejas que la vida se viva en ti en vez de estar viviéndola tú. Esto quiere decir que no estás pensando en nada en absoluto. Esto quiere decir que has renunciado a tu poder de crear.

La vida es pensamiento porque este es el medio a través del cual se crea todo lo que es creado. Si no piensas en nada dejas de crear. Si no creas dejas de ser quien eres, en el sentido en que dejas de expresar tu ser, y al dejar de expresar tu ser pierdes el conocimiento de lo que eres, ya que pierdes la consciencia de lo que eres en verdad y eso te genera una sensación de pequeñez, vulnerabilidad e in-apropiación que te hace sentir cada vez menos.

Ha llegado el tiempo de salir de la crisálida. Ha llegado el tiempo de recordar una vez más, y de este modo reconocer, que la cuna del pensamiento es el corazón de Dios. Que si retornamos y nos mantenemos dentro del refugio de amor divino que es Dios mismo, en la unión indivisa de los tres corazones, entonces todo pensamiento de Dios será pensado en nuestra mente y dejaremos para siempre la mirada limitada que surge de ver todo desde la perspectiva de lo que los sentidos del cuerpo nos quieren decir.

IV. Pensar y ser

Dejamos el cuerpo atrás. Lo abandonamos. Lo observamos con benevolencia y compasión. Empezamos a tomar distancia de la forma y comprendemos que la forma imita al contenido. Que todo pensamiento amoroso de Dios se expresa en una rosa, en un haz de luz, en el tintinar de las gotas de agua cristalina que salpican en un estanque donde las aves se bañan y detienen a beber. Comenzamos a ver desde más allá de la ventana.

Comenzamos a descubrir. Hemos salido de la casa del miedo. Nos aventuramos a lo desconocido. Comenzamos a descubrir que todo pensamiento verdadero es de Dios, pues él, y solo él, puede crear pensamiento. Hemos recordado. Hemos recordado donde reside la dulzura. Donde mora el amor. Donde reside la verdad. Y al recordar nos levantamos dulcemente, miramos frente a frente la ventana, la abrimos, la traspasamos y nos adentramos en la infinitud de la creación, para gozo de nuestras almas.

Ya no miramos la creación desde un lugar pasivo sin relacionarnos con ella ni con nadie. Ahora recordamos que la verdad nos es revelada en la relación de los tres corazones. Ya no perdemos el tiempo tratando de conocernos a nosotros mismo, a Dios y a la vida, del único modo en que jamás puede conocerse nada, buscando en la soledad.

Ahora somos el observador, lo observado y la relación que existe entre ambos. Somos el creador, lo creado y la relación que existe entre ambos, somos uno y trino. Ahora reconocemos con feliz asombro que lo que estaba sucediendo no era otra cosa que esto: nuestro ser estaba buscándose a sí mismo para conocerse. Se miraba en todas las cosas sin darse cuenta de que era en la relación directa con Dios, fuente de todas las cosas, cuna del pensamiento, el todo de todo, donde se conocería a sí mismo, pues todo conocimiento verdadero procede de la unión y relación.

Reconocemos que somos la cuna del pensamiento y también la relación entre la mente que piensa lo que piensa y el pensamiento pensado. Esa relación es la consciencia, pues es ella quien permite que exista la relación entre lo observado y el observante, entre lo pensado y quien piensa.

Ahora el ser que es hijo de la verdad, que es siempre verdad, dice jubilosamente: pienso como pienso porque soy el que soy. Soy la cuna de mi pensamiento. Soy el ser que piensa lo que piensa. Si soy uno con Dios mi pensamiento también será uno con él en razón del que soy. Si soy uno con el amor, mi pensamiento también será amor, en razón del que soy. Así, las hijas e hijos del altísimo reivindican su poder en la creación y retornan al refugio del amor reconociendo que ellos, y solo ellos, son la cuna de sus pensamientos del mismo modo en que Dios, y solo Dios, es la cuna de toda verdad.

Elige solo el amor: Ecos de santidad

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