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Introducción

Malvinas, su gente y nosotros

¿Hace falta un libro más sobre las islas Malvinas? ¿Hay algo que todavía no sepamos, o sobre lo que tengamos ideas vagas o no hayamos reflexionado lo suficiente? Este libro es resultado de una respuesta afirmativa a esos interrogantes. Para varias generaciones de argentinos, las Malvinas están ligadas a la histórica reivindicación de su soberanía y, desde 1982 hasta la fecha, al conflicto armado con Gran Bretaña y sus interminables secuelas. Mucho de lo que hace a su historia reciente, tanto anterior como posterior a la guerra, y en especial lo que se refiere a la relación entre las islas y el continente, entre los isleños y los argentinos, ha quedado en cierto modo eclipsado por el carácter casi excluyente que han ocupado esos tópicos. Este libro explora algunos de los capítulos menos visitados de esa historia y aspira a contribuir a una reflexión colectiva sobre las islas Malvinas, su gente y nosotros.

Haciendo tarea de archivo para una investigación anterior, publicada por Siglo XXI en 2013 como Los años setenta de la gente común, encontré más referencias a las islas Malvinas en la prensa argentina de los sesenta y setenta de las que imaginaba que habría. Ese material, que no incluí entonces porque me parecía lo suficientemente rico como para iniciar un proyecto aparte, fue la base de este libro, que fue cobrando forma en torno a preguntas de investigación, esto es, preguntas cuya respuesta desconocía cuando las formulé. Comencé a trabajar revisitando ese archivo original y busqué expandirlo siguiendo la pista que me daban mis propias preguntas. Golpeé muchas puertas y, aunque no todas se abrieron, pude acceder a archivos públicos y privados en los que encontré documentos valiosos, inéditos o desconocidos, que hicieron que la a veces tediosa labor de revisar papeles con ácaros y polvo me deparara momentos de revelación que espero haber sabido transmitir en el texto. El libro no está estructurado en torno a un solo tema ni hay una única tesis que se va desplegando a lo largo de sus páginas, sino que está organizado en función de lo que yo quería saber. Corresponde, entonces, que presente mis preguntas y los caminos que seguí para intentar responderlas.

En la década del sesenta del siglo XX, la “cuestión Malvinas” convocó el interés de muchos en la Argentina, probablemente más que nunca hasta entonces. En el libro analizo las razones de ese interés, pero el hecho mismo de que en ese momento las Malvinas hayan comenzado a gravitar de un modo inédito en la opinión pública llevó a que me preguntara: ¿qué sabían aquellos argentinos de las islas y, sobre todo, de la comunidad que las habitaba, más allá de lo que enseñaban los manuales escolares o aparecía ocasionalmente en el periódico? Es cierto que, aún en los sesenta, incluso los interesados en el tema no lo estaban con la misma intensidad o se focalizaban en distintos aspectos, de modo que la pregunta original pasó a ser otra: ¿qué representaciones sobre los isleños y la vida en las islas tenían disponibles quienes, en el continente argentino, se interesaban en la cuestión Malvinas? En el capítulo 1 intento responder ese interrogante analizando las crónicas de viaje de los argentinos que visitaron las islas y luego difundieron sus experiencias bajo diversas formas de intervención pública. Examino todas las crónicas que encontré en el siglo XX, desde los años treinta, en que se publica la primera, hasta 1971, cuando la comunicación con las islas dejó de ser excepcional y las visitas de argentinos se multiplicaron. Estos viajeros ofrecieron en la Argentina las primeras imágenes e ideas informadas por la experiencia personal acerca de cómo era la comunidad que habitaba las islas y cuáles eran sus inquietudes y anhelos. Todos tuvieron en común la intención de conocer y dar a conocer entre sus connacionales representaciones más nítidas de una realidad y una población a las que juzgaban desconocidas o poco conocidas. Algunos adquirieron luego notoriedad en la cuestión del reclamo por la soberanía y sus voces fueron escuchadas, cuando no convocadas, en foros públicos. Algunos ocuparon cargos en el Estado, ya sea en la política o en la diplomacia. El análisis de estas crónicas invita a una reflexión de carácter más general acerca de la relación entre las convicciones y la visión de la realidad que se aspira a comprender. La época, como siempre y en todos, tiñó el prisma a partir del cual los viajeros realizaron sus interpretaciones. Sin embargo, los matices y las distintas visiones, aun en quienes viajaron en la misma época, confirman que no todos vemos lo mismo y recuerdan que las circunstancias condicionan pero no determinan las ideas que nos formamos del mundo.

Con todo, la realidad que describían no necesariamente debía coincidir con la que se percibía en las islas. La próxima pregunta obligó a un cambio en el punto de vista. Si antes interesaba analizar cómo interpretaron los viajeros argentinos lo que vieron en las islas y en los isleños, ahora se trataba de desentrañar qué percepción tenían los propios isleños de la sociedad colonial que el Reino Unido había edificado tan lejos de la metrópoli, cuáles eran sus problemas y cuáles las soluciones que imaginaban para hacerles frente. A responder esa pregunta dedico el capítulo 2. Me concentro en la década del sesenta porque, aun teniendo en cuenta los sobresaltos generados durante la Primera Guerra Mundial –cuando en las aguas de las islas la armada británica venció a la germana, comandada por el célebre almirante Graf von Spee–, esta fue la época en la que el futuro de las islas comenzó a percibirse amenazado por razones primero internas y luego externas. Estas últimas cobraron forma una vez que la diplomacia argentina logró que la Organización de las Naciones Unidas reconociera la existencia de una disputa de soberanía sobre las islas. Indago aquí cómo se siguieron en el archipiélago las alternativas en torno a esa disputa. Estos fueron los años, además, en que algunos argentinos realizaron incursiones aéreas no oficiales y aterrizaron imprevistamente en Puerto Stanley. Esa historia, habitualmente analizada con el foco en los argentinos que la protagonizaron, en este capítulo se aborda desde la perspectiva de la comunidad isleña. Por último, intento responder la misma pregunta del capítulo 1, solo que ahora en sentido inverso. Aparte de esas incursiones aéreas, que capturaron la atención de todos en las islas, y de las noticias sobre la disputa de soberanía, ¿qué sabían los isleños de la Argentina y de los argentinos? La cuestión adquiría entonces vital importancia, porque la historia marchaba hacia un mayor contacto entre isleños y argentinos. También aquí, como en el capítulo anterior, las convicciones influyen sobre la manera de percibir a los otros.

Las preguntas que ordenan el capítulo 3 fueron, en términos cronológicos, las primeras que formulé. Leyendo la prensa argentina de los años setenta era fácil percibir que esa década fue única en cuanto a la relación entre isleños y argentinos. A mediados de 1971, el Reino Unido y la Argentina llegaron a un acuerdo mediante el cual se estableció una comunicación fluida entre las islas y el continente. Fue un tiempo de grandes cambios para los isleños: la Argentina emplazó el primer aeródromo de las islas, y el Estado, a través de sus empresas y de la Fuerza Aérea, alcanzó una presencia significativa en Puerto Stanley, decenas de niños fueron a estudiar al continente, turistas argentinos comenzaron a visitar con frecuencia las islas. Como desconocía casi todo al respecto, la primera pregunta, elemental, fue: ¿qué pasó entonces? A medida que avanzaba con la investigación, las preguntas se multiplicaron: ¿cómo experimentaron argentinos e isleños ese mutuo conocimiento?, ¿qué impacto tuvo esta nueva etapa en la opinión pública del continente y de las islas?, ¿cómo afectó la discusión diplomática? Y, en términos más conjeturales: ¿podría haberse evitado la guerra? En este capítulo intento responder estos interrogantes a partir de un análisis del período que se abrió en 1971 y que se extendió hasta la invasión argentina del 2 de abril de 1982. Este capítulo retoma el hilo en el año en que lo dejaron los dos primeros. A diferencia de estos, centrados uno en el continente y el otro en las islas, aquí el foco se bifurca y cubre lo que sucedía en ambos lados del mar. El fondo sobre el cual se desenvolvió esta nueva etapa continuó siendo el de la disputa acerca de la soberanía, con momentos de agitación en el continente y coyunturas críticas en las islas, que forman parte del análisis.

Desde el comienzo de esta investigación hubo un interrogante transversal, que cruzaba todas las décadas analizadas en el libro. Los viajeros, los diplomáticos, los políticos, los periodistas, los intelectuales, en resumen, las voces a las que predominantemente recurrí para escribir los capítulos 1 y 3, en mayor o menor medida pertenecían a élites profesionales; pero ¿qué otras representaciones existían en la Argentina, por afuera de esos circuitos, acerca de la cuestión Malvinas, su evolución y eventual desenlace? El capítulo 4, el más exploratorio de todos, ensaya un camino posible para responder ese interrogante a partir del análisis del cancionero popular argentino dedicado a las islas entre la primera marcha compuesta a las Malvinas, en 1941, y el final de la guerra, en junio de 1982. La indagación se concentra en las letras de las composiciones porque no en todos los casos están disponibles las partituras ni se cuenta con registros grabados de las obras. En conjunto, según propongo, esa poética puede analizarse como expresión de una comunidad emocional que, con matices, énfasis y exhortaciones diferentes, convergía en la convicción de que “las Malvinas fueron, son y serán argentinas” y a partir de ella leía y traducía al canto tanto la historia del diferendo territorial como los acontecimientos contemporáneos referidos a las islas. El arte de componer canciones, uno de los más populares en cuanto no demanda necesariamente herramientas culturales sofisticadas ni cuantiosos recursos económicos, en lo que respecta a las islas tendió, en la posguerra, a mirar hacia atrás, hacia el conflicto armado y sus secuelas. En la preguerra y durante el tiempo que duró la ocupación argentina de 1982, que es lo que analizo en este capítulo, la mirada estuvo puesta en el futuro, aun cuando se hablara del presente o se evocara el pasado.

Las islas de la posguerra son analizadas en el epílogo, un texto menos atado a las fuentes y a las referencias, en el que me permito ir y venir en el tiempo y exponer mi propio punto de vista sobre algunos de los temas del libro. El pasado es revisitado ahora desde la actualidad de unas islas que ya poco se parecen a lo que eran cuarenta o cincuenta años atrás. El cambio es tan significativo que sorprendería a cualquiera de los protagonistas de los capítulos de este libro, ya sean isleños, británicos o argentinos. Con una impronta más etnográfica, en este último texto describo el presente de las islas procurando trazar una breve historia de las políticas y decisiones que lo hicieron posible, me detengo a analizar su nueva población y estructura social, y finalmente abordo sintéticamente la relación con la Argentina y la cuestión de la identidad de los isleños. No habría podido escribir este epílogo si no hubiera visitado las islas, algo que hice en diciembre de 2017. En cierto sentido, el libro termina como empezó, dado que la sección final se basa, al menos parcialmente, en la experiencia personal, como sucedía con las crónicas de los viajeros del siglo XX. Las preguntas que motivaron mi viaje, además, no difieren de las que se formularon muchos de ellos: ¿cómo son las Malvinas?, ¿cómo es su población?, ¿cuál es su identidad? Pero esos viajeros tuvieron una ventaja en relación conmigo: visitaron las islas antes de la guerra. Tengo por máxima que, en este oficio de escribir historia, es posible comprometerse con lo que se estudia sin dejarse arrastrar por el compromiso. El historiador no toma distancia porque pasen los años, sino porque es capaz de crear esa distancia. En ese sentido, confieso que donde más esfuerzo debí hacer fue en el epílogo. No me fue indiferente pisar las islas. No me sentí turista ni local. Ajenas y familiares a la vez, no creo que haya muchos argentinos con recuerdos de la guerra que puedan visitarlas sin experimentar algo parecido a un duelo.

Fechas, acontecimientos e interpretaciones de una historia compleja

La historia de las islas está en disputa. Es decir, no hay acuerdo en cómo sucedieron algunos eventos clave y mucho menos en su significado e implicancia. Sin embargo, aunque con énfasis diferentes según quién refiera los hechos, hay algunos que están fuera de toda controversia. Nadie discute, por ejemplo, que las islas carecían de habitantes autóctonos cuando comenzaron a llegar los europeos y que quienes primero establecieron un asentamiento fueron los franceses, en 1764, al mando de Louis Antoine de Bougainville, en un sitio al que llamaron Port Louis, al noreste de la isla Soledad (East Falkland). Provenientes del puerto de Saint Malo, en Francia, los franceses bautizaron las islas como Malouines, nombre que al hispanizarse derivó en Malvinas. También hay acuerdo en que el segundo asentamiento fue británico y se erigió en 1766 en lo que, en una expedición realizada un año antes por encargo del almirantazgo real, el capitán John Byron, en nombre del rey George III, había llamado Port Egmont, en la isla Trinidad (Saunders), próxima a la Gran Malvina (West Falkland). Lo mismo vale para el hecho de que la Corona española, a cargo de Carlos III, reclamó a Francia y a Inglaterra que se retiraran del archipiélago porque estaba dentro de sus dominios y que solo el gobierno francés aceptó hacerlo, en 1767, a cambio de una indemnización. Hay acuerdo en que los españoles, que rebautizaron Port Louis como Puerto de la Soledad y establecieron una guarnición militar bajo la autoridad de la entonces Capitanía General de Buenos Aires, expulsaron a los británicos de Puerto Egmont en 1770 (un incidente que casi lleva a la guerra a Inglaterra y España). Y en que los españoles aceptaron que los británicos regresaran allí al año siguiente y a partir de entonces hubo dos asentamientos, uno español y otro británico, hasta que Gran Bretaña abandonó el suyo en 1774. Nadie discute tampoco que entre ese año y 1811 las islas estuvieron bajo exclusivo control español.

La primera diferencia sustancial en cuanto a la historia de las islas (aparte de la relativa al descubrimiento, en la que hay desacuerdo, aunque es considerado de menor importancia ya que no es determinante para la cuestión de la soberanía) reside en cómo interpretar la espontánea retirada británica de 1774. Los británicos sostienen que Gran Bretaña dejó Puerto Egmont por razones económicas y que expresamente no renunció a la soberanía de las islas: sus hombres dejaron una bandera británica y una placa que hacía saber a todas las naciones que las islas Falklands, y no solo Puerto Egmont, eran de exclusiva propiedad del rey George III. La Argentina argumenta, en cambio, que el retiro británico se hizo en cumplimiento de un acuerdo secreto entre Gran Bretaña y España en virtud del cual la segunda concedió la restitución exclusivamente de Puerto Egmont, en 1771, a condición de que más tarde la primera, salvado el honor, abandonara las islas, cosa que sucedió en 1774. Ese acuerdo secreto nunca pudo probarse, aunque hay documentos que hablan de su existencia desde el siglo XVIII. En cualquier caso, no hay unanimidad en cuanto a la soberanía de las islas durante el dominio español. Gran Bretaña no concede que la soberanía española luego de 1774 fuera tácitamente reconocida por Londres, como sostiene la Argentina.

Mayor controversia existe sobre lo que sucedió luego de que los españoles abandonaron las islas, en el contexto de las revoluciones de la independencia de América del Sur, y sobre cómo interpretarlo. El argumento jurídico en el que la Argentina funda su derecho a la soberanía es el principio que se conoce como utis possidetis iuris, en virtud del cual los Estados surgidos de las independencias son legítimos herederos de los territorios que durante la época colonial pertenecían a las potencias imperiales, con sus mismas fronteras, más allá de la ocupación efectiva. Con la Revolución de Mayo de 1810, de acuerdo con este principio, la soberanía de las islas Malvinas pasó de España a las Provincias Unidas del Río de la Plata, luego la Argentina. Gran Bretaña niega a ese principio validez universal, considera que no aplica para este caso particular porque fue un instrumento de las repúblicas latinoamericanas para resolver sus disputas limítrofes y se adoptó recién en 1848, y además sostiene que, de aceptarse, las islas Malvinas no podrían formar parte de los territorios a heredar porque las Provincias Unidas, cuyas fronteras no coincidían con las que más tarde definirían a la República Argentina, se independizaron de España recién en 1816 y para entonces los españoles hacía cinco años que habían abandonado las islas.

Desde entonces y hasta 1833, casi todo es controversia. En noviembre de 1820, David Jewett, un marino estadounidense que había arribado a Buenos Aires cinco años antes, llegó al Atlántico sur a bordo de la fragata Heroína y, en nombre del gobierno de las Provincias Unidas, tomó posesión de las islas Malvinas en su calidad de coronel del ejército al servicio de la marina del nuevo Estado, algo que notificó a los buques de varias nacionalidades que se encontraban en sus aguas. La ausencia de protesta o represalia por parte de Gran Bretaña ante esta toma de posesión, de la que se hizo eco la prensa internacional, incluso la londinense, para la Argentina constituye una prueba de que el gobierno británico no se consideraba ya titular de la soberanía. El argumento británico resta trascendencia a ese hecho. Sostiene que Jewett era un corsario, que no hubo protesta británica porque el Estado en nombre del cual realizó esa toma de posesión aún no había sido reconocido por Londres (recién lo reconocería en 1825), y que la caótica situación política por la que atravesaba la futura Argentina resta sustancia a los actos de un gobierno incapaz de garantizar su propia continuidad ni de llevar a la realidad los deseos que expresaba en declaraciones escritas (Buenos Aires fracasó en constituir en lo inmediato una colonia permanente, aun cuando en 1824 lo intentó, nombrando capitán de las islas a Pablo Areguatí).

El 10 de junio de 1829, el gobierno de Buenos Aires creó la Comandancia Política y Militar de las Islas Malvinas y las Adyacentes al Cabo de Hornos en el Mar Atlántico, con sede en la isla Soledad, y nombró a su cargo al comerciante franco-argentino nacido en Hamburgo Luis Vernet, que hacía tres años explotaba concesiones otorgadas por el mismo gobierno en esa isla. En noviembre, Londres protestó. Esa protesta, que afirmaba que el decreto contravenía los derechos de soberanía de Su Majestad británica, y el hecho de que Vernet, luego de la ocupación de 1833, abogó para que el gobierno británico lo indemnizara por sus propiedades en las islas, son dos de los argumentos británicos para desacreditar la autoridad de Buenos Aires para crear aquella comandancia. Para la Argentina, Vernet fue quien levantó la primera colonia exitosa bajo la autoridad de Buenos Aires. Para Gran Bretaña, fue un oportunista privado que, para asegurar sus inversiones en las islas, buscó respaldo en el gobierno de las Provincias Unidas.

En agosto de 1831, tres buques balleneros y loberos estadounidenses fueron capturados en las aguas de las islas por incumplir las normas referentes a la pesca promulgadas por Vernet. El hecho desencadenó una represalia de Estados Unidos, que no reconocía a Buenos Aires autoridad para efectuar esas capturas. A fines de ese año, la fragata de guerra Lexington, que estaba en el Río de la Plata, descendió hasta las Malvinas, desmanteló la colonia levantada por Vernet, apresó a varios de sus pobladores y declaró a las islas libres de todo gobierno. El hecho ocasionó la interrupción de las relaciones diplomáticas entre Washington y el gobierno de Buenos Aires. Al año siguiente, este último designó interinamente un sucesor de Vernet, José Francisco Mestivier, quien viajó al Puerto de la Soledad con mujeres y hombres, entre los cuales se contaban presos por delitos comunes, que poco después de un mes de arribar se amotinaron y lo asesinaron. La colonia quedó a cargo del teniente coronel José María Pinedo, comandante de la goleta Sarandí, que había llegado con Mestivier. Los acontecimientos se precipitaron: a fines de 1832, por orden del gobierno británico, el capitán John Onslow, al mando de la corbeta militar Clio, tomó posesión de Puerto Egmont. El 2 de enero de 1833 Onslow llegó al Puerto de la Soledad y anunció a Pinedo que al día siguiente debía abandonar las islas. Aunque la colonización no fue inmediata (la decisión de llevarla a cabo se definió en 1841 y Puerto Stanley, la actual capital de las islas, fue fundada en 1845), desde el 3 de enero de 1833 hasta el presente, con la excepción de la ocupación argentina de 1982, las islas permanecen bajo la administración británica.

El desacuerdo en torno a ese desenlace podría sintetizarse así: para la Argentina, Gran Bretaña, en virtud de haber advertido que las islas ocupaban un lugar estratégico para el tráfico interoceánico (entonces no existía el canal de Panamá), utilizó sus antecedentes en Puerto Egmont en el siglo XVIII para reflotar una pretensión de soberanía que había abandonado y aprovechó la debilidad del gobierno de Buenos Aires, que no podía ni resistir ni contrarrestar una amenaza de fuerza como la que representó la llegada de la Clio, para expulsar a los argentinos y apoderarse del archipiélago. Para Gran Bretaña, Londres nunca renunció a la soberanía invocada en el siglo XVIII, Buenos Aires no ejercía una soberanía reconocida por otras naciones, la acción de la Lexington había convertido a las islas en tierra de nadie (res nullius), la ocupación de 1833 fue una consecuencia natural de su anterior dominio de Puerto Egmont (cuya legitimidad considera probada por la restitución que España concedió en 1771) y los habitantes de las islas no fueron expulsados sino invitados a quedarse, con excepción de la guarnición militar, y así lo hicieron algunos. En otras palabras: para la Argentina, fue un acto de colonialismo nunca convalidado por ella, como lo prueban, en el siglo XIX, las protestas formales realizadas a Londres entre 1833 y 1840, reanudadas a partir de 1888; para Gran Bretaña, uno de ejercicio de su soberanía nunca resignada, convalidada por el silencio argentino entre 1840 y 1888. Los hechos sobresalientes de esta disputa en el siglo XX serán aludidos en el libro.

Estas son, sucintamente explicadas, las posiciones en pugna sobre la historia de las islas. El propósito de exponerlas conjuntamente, sin sopesar su mayor o menor justicia o fundamento, obedece a que no es este un libro destinado a intervenir en el terreno jurídico, sino a indagar en la historia reciente de las islas, con un énfasis particular en la relación entre isleños y argentinos y, a mi juicio, ese ejercicio es más fructífero si se conocen los argumentos históricos de ambas partes. Podría agregarse más en apoyo de una u otra posición. A casi doscientos años de 1833, existe una extensa bibliografía, también dividida, que impugna los argumentos de la parte contraria.[1] En favor de la brevedad y la claridad, sacrifiqué detalles, simplifiqué acontecimientos y omití referirme a bulas, tratados y convenciones. Sin embargo, a los fines de este libro, creo que lo dicho es suficiente para comprender en qué lectura de la historia funda cada parte su pretensión de soberanía.

Precisiones metodológicas y fuentes

Aunque cada capítulo provee información y análisis útiles para comprender los otros, procuré escribirlos de modo que pudieran leerse como textos independientes. Dado que la comunidad de las islas es pequeña, importan los nombres propios y el análisis pormenorizado de hechos y situaciones en apariencia nimios. Pero al estar atravesada por una disputa territorial que involucra al Reino Unido y a la Argentina, a veces es preciso alejar la lupa y examinar un mismo fenómeno desde una perspectiva más amplia. Así, los cambios de escala en el análisis son frecuentes y, espero, complementarios. Dependiendo del contexto y de quién hable o a quién me esté refiriendo, escribo Malvinas o Falklands; lo mismo vale para otros nombres en las islas. Creo que el texto perdería claridad y coherencia de otro modo. Las traducciones del inglés me pertenecen.

Las fuentes que informan los capítulos y el epílogo son diversas: las crónicas que en distinto formato difundieron los viajeros al regresar de las islas, la prensa argentina, británica e isleña, artículos de opinión en revistas especializadas, informes técnicos encargados por el gobierno británico o por el gobierno de las islas, documentos escritos y visuales de civiles, diplomáticos y militares relacionados con la cuestión Malvinas, diarios personales, cartas, material audiovisual producido por argentinos, isleños y británicos, el registro de obras musicales de la Sociedad Argentina de Autores y Compositores (Sadaic), los censos y estadísticas producidos por el gobierno de las islas, la información exhibida en el Museo Histórico Dockyard de Stanley, entrevistas a isleños y argentinos realizadas a lo largo de los últimos cinco años y la literatura secundaria relevante para los temas analizados.

Agradecimientos

Las siguientes personas me proveyeron información, facilitaron materiales o concedieron entrevistas relevantes para esta investigación: Carlos Darío Albornoz, María Paula Ansolabehere, Wayne Bernhardson, Alec Betts, Carlos Bloomer Reeve, Jorge Calandrelli, Bernardo Cané, María Fernanda Cañás, María Teresa Cañás, Rodolfo Carnelli y familia, Luis Santos Casale, Daniela Clavel, Mario Clavell, Alejandra Conti, Jorge Durietz, Raúl Espínola, Ronaldo Field, Héctor Gilobert e hijos, Alfredo Lo Balbo, Dora Moneta, Jorge Nesviginsky, Víctor (Tuto) Pérez, Luis Remorino, Enrique Saguier Fonrouge, Juana Sapire de Gleyzer, Hipólito Solari Yrigoyen, Santina Toranzo, Graciela Tricotti y Roberto Vicchio. En las islas, por las mismas razones, agradezco a Richard Anderson, Arlette Betts, Emma Brook, Jan Cheek, John Fowler, Robert King, Pamela McLeod, Alex Olmedo, James Peck, Leona Roberts, Janet Robertson, Gavin Short, Diane Simsovic, Michael Summers y a las personas que me pidieron preservar sus nombres.

La colaboración de varias instituciones y de sus responsables fue indispensable para llevar adelante este proyecto. Gracias al National Humanities Center de los Estados Unidos, a quienes integran el equipo de su biblioteca, Brooke Andrade, Sarah Harris y Joe Milillo, y a mis colegas de la cohorte 2016-2017; al servicio de bibliotecas de la Universidad de Duke, a su directora, Deborah Jakubs, y a su staff, especialmente a Amy Ravenel-Baker; y al Ministerio de Educación de la Argentina, cuyo subsidio “Malvinas en la Universidad” cubrió parcialmente los gastos de mi viaje a las islas. Gracias también a quienes me asistieron en o permitieron el acceso a los archivos de la Academia Nacional de la Historia, el Automóvil Club Argentino, la Biblioteca Nacional, la Biblioteca del Congreso de la Nación, el Jane Cameron National Archive de Puerto Stanley, el Museo de la Universidad Nacional de Tucumán, el Museo del Cine de Buenos Aires y la Sociedad Argentina de Autores y Compositores, en especial a su directorio y a María Lía Bagnoli. Cancillería no permite a los investigadores consultar buena parte de su archivo sobre el tema Malvinas. Debo agradecer, sin embargo, a Juan Echeverri, que me facilitó información sobre exfuncionarios. Gracias también a los responsables de los archivos de los periódicos Clarín, Claudio Reino, y La Gaceta, Sebastián Rosso. Dos de los archivos privados que consulté merecen un agradecimiento especial: el de José Da Fonseca Figueira y el del coronel (RE) Luis González Balcarce. María Carlota de Urquiza Anchorena, viuda de González Balcarce, ya no está con nosotros; vaya mi agradecimiento a sus hijos.

Carlos Altamirano, Oscar Chamosa, Fernando Devoto y Roy Hora leyeron y comentaron generosamente distintos capítulos del libro. Agradezco también la conversación que sobre estos temas mantuve con Maud y Bob Cox, Angélica y Ariel Dorfman, Federico Finchelstein, Danny James, Ariel Lucarini y Nino Tribuzzio, y el diálogo periódico con mis colegas del Centro de Historia Intelectual de la Universidad Nacional de Quilmes, dirigido por Elías Palti. Lynn Di Pietro y Deborah Jakubs viajaron conmigo a las islas en 2017 y fueron de vital importancia para recabar los datos y materiales que informan el epílogo. Gracias a Helvecia Frías y Hugo Carassai, por el apoyo de siempre, y a Magalí Novillo, por escuchar más de una vez estas historias.

Distintas versiones en inglés del capítulo 4 fueron discutidas en seminarios y talleres en los programas de historia de la New School for Social Research (2016), la Universidad de Wake Forest (2017) y la Universidad de San Andrés (2021), y en los congresos organizados por el Consorcio de Estudios sobre Latinoamérica y el Caribe de las universidades de North Carolina y Duke (2017) y la Asociación de Estudios Latinoamericanos (2020). Versiones previas del epílogo fueron presentadas en el Instituto de Economía y Desarrollo de la ciudad de Bell Ville, Córdoba (2018), en la Fundación Centro de Estudios Presidente Arturo Frondizi de Buenos Aires (2018) y en el Truman Institute de la Universidad Hebrea de Jerusalén (2019). En todos esos encuentros recibí comentarios que me ayudaron a mejorar mi trabajo. Gracias a Carlos Díaz y a los miembros del comité de la colección Hacer Historia de la editorial Siglo XXI por confiar en este proyecto, y a Ana Galdeano por sus preguntas y consejos.

[1] En años recientes, la historia de las islas fue motivo de una controversia en la que puede encontrarse una discusión actualizada. Véase Marcelo Kohen y Facundo Rodríguez, Las Malvinas entre el derecho y la historia. Refutación del folleto británico “Más allá de la historia oficial. La verdadera historia de las Falklands/Malvinas”, Buenos Aires, Eudeba, 2015; y Graham Pascoe, Falklands Facts and Fallacies: the Falkland Islands in History and International Law. A refutation of Marcelo Kohen and Facundo Rodríguez, disponible para la compra en línea, sin editorial, 2020.

Lo que no sabemos de Malvinas

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