Читать книгу Autoficción - Sergio Blanco - Страница 7
ОглавлениеHace algunos años, mi primer ensayo sobre la autoficción empezaba diciendo que me sentía capaz de escribir autoficciones, pero incapacitado para escribir un texto sobre la autoficción. El paso del tiempo ha cambiado esta percepción no solo gracias a las horas de estudio que he dedicado al tema, sino también gracias a una serie de proyectos de investigación en equipo. Hoy me puedo aventurar a escribir sobre el yo gracias a todos esos otros que han nutrido mi trabajo de búsqueda en talleres, cursos, seminarios, laboratorios y puestas en escena. Desde Madrid hasta Tokio, pasando por México, Teherán, Tilcara, Londres, Punta Arenas, Burkina Faso, Nueva Delhi o Nueva York, el permanente encuentro con creadores, estudiantes, artistas, investigadores y talleristas provenientes de horizontes tan diferentes es lo que ha enriquecido mi trabajo trazando una cartografía fascinante que me ha hecho aventurarme en esos territorios incógnitos del yo.
Hannah Arendt afirmaba que la única felicidad está en la capacidad de pensar. Debo confesar que me atrae pensar el pensamiento desde este lugar: un espacio de satisfacción y deleite, por más desestabilizador que pueda ser. Pensar la autoficción me ha ayudado no solo a adentrarme mejor en ella, sino a alcanzar instantes de gran placer. Uno de ellos fue el día en que, en un taller, una joven afgana imaginó de golpe, mientras narraba la destrucción de su jardín en Kabul durante la guerra, que un viento fuerte empezaba a mover los árboles, y entonces concluyó su relato diciendo: «Y entonces comprendí que gracias a los árboles podemos ver el viento». Fue imposible no emocionarse. En una sola frase, aquella joven nos estaba demostrando en carne y hueso que la autoficción nos permite deslizarnos de un trauma insoportable a una trama que puede soportarlo todo. Allí donde había habido dolor y destrucción, ella levantaba ahora una imagen de una intensidad poética abrumadora. Y, gracias a esa poesía, esa imagen se desprendía de Kabul y de la joven afgana y podía aterrizar en Vietnam, Montevideo, Lisboa, Bagdad o Bogotá. Esa imagen poética había transformado su pequeña historia personal en una gran historia en donde todos podíamos vernos. No solo la autoficción había transformado el trauma en trama en pocas palabras, sino que también había pasado de la pequeñez de la lágrima a la inmensidad del diluvio. A este tipo de instantes me refiero cuando hablo de haber encontrado momentos de gran placer. Y a esta misma felicidad es a la que imagino que se refería Hannah Arendt cuando hacía el elogio del pensar.
Siempre concebí el pensar como un mecanismo de autodesestabilización y de autocuestionamiento permanente: pensar es siempre pensar contra uno mismo, de alguna manera se trata de un ejercicio por medio del cual atentamos contra el pensamiento establecido. Todos estos años he podido pensar la autoficción en la medida en que iba estableciendo estrategias autoofensivas. Y es esto lo que me ha permitido avanzar —incluso muchas veces hacia atrás—. El título de este ensayo rinde homenaje a este mecanismo de autoataque permanente, ya que la palabra ingeniería significa máquina o artificio de guerra para atacar y defenderse. El término ingeniería es bastante reciente, data de 1325, proviene del inglés engin’er, que es quien construye u opera una engine, es decir, una máquina militar o un dispositivo mecánico utilizado en contiendas militares, una catapulta, por ejemplo. Una ingeniería del yo, además de proponer el acceso a la industria interna de las posibles y múltiples fabricaciones del yo, propone también una mecánica de trabajo: establecer un dispositivo bélico contra uno mismo, y sobre todo contra nuestros prejuicios.
Lo que voy a intentar transmitir en este texto es, por lo tanto, el fruto de estas reflexiones de autoataque, y lo haré siempre bajo la consigna del ensayo, es decir, como un intento, una prueba, un tanteo, un experimento, una tentativa. Todas estas ideas y apuntes sobre la autoficción no serán entonces más que una tentativa por aproximarme a lo que puede ser una escritura del yo. Y esta tentativa será posiblemente errada porque no estará basada en verdades científicas que, respondiendo a máximas de claridad y precisión, buscan un conocimiento erudito lo más sólido y objetivo posible, sino que, por el contrario, estará basada en especulaciones oscuras, confusas y caóticas que han ido surgiendo de experiencias inminentemente subjetivas.
Este texto no será más que un verdadero ensayo: un lugar de dudas, cuestionamientos e interrogantes. Un lugar hecho para osar textualmente, es decir, para arriesgarse y aventurarse por medio de una palabra que es posible que niegue verdades y que afirme mentiras, porque, como toda palabra de ensayo, es una palabra que al mismo tiempo sabe y no sabe, y al mismo tiempo que habilita el conocimiento, también lo suspende. Créanme que esta palabra de tentativa será una palabra que, al mismo tiempo que padece su saber, goza de su ignorancia.
Roland Barthes dijo una vez: «El profesor no tiene aquí otra actividad más que la de investigar y hablar[.] Diré más: la de soñar en voz alta su investigación...». Eso es lo que intentaré hacer.
En un primer momento, voy a aproximarme a una definición del término autoficción; en un segundo momento, haré un rápido y vertiginoso recorrido histórico desde la Antigüedad hasta nuestros días sobre lo que yo designo como las escrituras del yo y, por último, voy a intentar hacer una presentación de mi propia experiencia, es decir, una exposición de lo que designaré con el nombre de mi escritura del yo.