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Llegó el momento

Llegó el momento de plantear una nueva visión para México, la visión de la economía verde. Esta visión global reúne los principios fundamentales del crecimiento económico bajo en carbono, un profundo compromiso con el desarrollo social incluyente, y la conservación del medio ambiente. Así, esta visión integral destaca el espíritu creativo, productivo y competitivo de los mexicanos, la cultura de la innovación local y regional, la ciencia y la tecnología, la cooperación, la responsabilidad intergeneracional, la libertad y la democracia, entre otros.

El complejo entorno económico, social y ambiental -y desde luego, el de justicia y Estado de derecho- que actualmente vivimos los mexicanos, nos llama a innovar para transformar el estado actual de las cosas. Son tiempos para impulsar cambios profundos de paradigmas, de actuar con profunda responsabilidad, con una visión global de corto, mediano y largo plazo, de sumar ideas innovadoras que transformen e impulsen el desarrollo nacional con certeza y de cara al futuro.

Son tiempos para atrevernos a transformar nuestra realidad apoyados en la cultura de la innovación, de coordinar esfuerzos y de reconocer las buenas prácticas y experiencias locales, regionales e internacionales, de pensar exponencialmente amparados en nuevos marcos jurídicos y de políticas públicas, así como en herramientas y avances tecnológicos. Sí, son tiempos para fortalecer la visión y misión innovadora del Estado en el ámbito público y privado.

Para materializar este proceso de transformación, es imperativo que surjan y que se impulse a líderes sociales, empresariales, académicos y gubernamentales dispuestos a innovar y a transformar la visión colectiva de México y sus regiones, para avanzar con la firme convicción de que nuestra pluralidad y nuestras diferencias nos hacen más fuertes, productivos y competitivos. Son tiempos para que todos los mexicanos vivamos los principios de la economía verde, para proyectar al país hacia nuevos estadios de desarrollo económico, social y ambiental.

Reconocidas instituciones internacionales y líderes mundiales ya impulsan y promueven el desarrollo sostenible incluyente por medio de la innovación; lo anterior como una impostergable medida ante las crisis económicas, sociales y ambientales que actualmente enfrenta el planeta y resulta urgente atender. Organizaciones internacionales como las Naciones Unidas (ONU) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), por mencionar algunas, reconocen la importancia de impulsar la economía verde para dar solución a estas problemáticas.

Ciudades de todos los continentes, incluso naciones enteras, están en proceso de diseñar, dirigir e implementar políticas públicas innovadoras, necesarias para adoptar este tipo de economía; en cada región o continente existe una ciudad que ha logrado convertirse en la «ciudad más verde» gracias a sus mejoras en ámbitos como la movilidad, la energía, el manejo de los residuos sólidos urbanos, la infraestructura para ciudades inteligentes y, en general, por el progreso económico de su sociedad en conjunto; lo que demuestra que sí es posible dejar atrás las prácticas del modelo de desarrollo económico marrón, vigente hasta entonces, para transitar hacia una economía verde que esté en armonía con el medio ambiente.

En esos lugares se han dado casos exitosos y tangibles de la práctica de este nuevo tipo de economía. Por ejemplo Copenhague, capital de Dinamarca, se ha posicionado como la ciudad más verde de Europa gracias a su inversión en infraestructura para transporte público, y a la incentivación del uso de la bicicleta como medio de transporte. En lo que respecta al continente americano, países como Canadá y Estados Unidos son los que cuentan con un mayor número de ciudades verdes; entre ellas destacan Vancouver (Canadá) y San Francisco (EUA) por las acciones que han tomado respecto a la gestión de los residuos sólidos urbanos. En Latinoamérica, la ciudad brasileña de Curitiba es una de las ciudades verdes más representativas, debido a su implementación de medidas de movilidad, reflejadas en el aumento de calles peatonales (Martínez, 2014).

Además de las ciudades mencionadas, existen otros casos de localidades que, desde su diseño, fueron concebidas a partir del concepto de economía verde; es decir, son ciudades pensadas por completo para que sean autosustentables, en donde la naturaleza, la sociedad y la economía conviven en armonía. Tal es el caso de Tianjin Eco-City, que busca colocar a China como líder en materia de innovación en medio ambiente a nivel internacional; se trata de una ciudad diseñada y construida para incorporar tanto la movilidad sostenible, como el aprovechamiento máximo de las energías eólica y solar por medio la infraestructura ecológica; se espera que esta ciudad sea operativa para el año 2020 y que albergue a 350 000 habitantes (Abilia, 2017).

En algunas regiones del mundo, la sociedad tiene ya un amplio interés y una genuina preocupación por las cuestiones del medio ambiente y su evidente deterioro; personajes influyentes en el ámbito económico, político, organizaciones sociales y comunidades de científicos, subrayan la necesidad y la urgencia de generar una transformación que permita vivir en armonía con el entorno natural y que, al mismo tiempo, reduzcan las desigualdades económicas y sociales. Tenemos el caso, por ejemplo, de los científicos especialistas que integran el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), los mismos que junto con Al Gore -exvicepresidente de Estados Unidos-, recibieron en 2017 el Nobel de la Paz por su trabajo para mitigar el cambio climático (IPCC, 2017).

Dado el complejo entorno global y la difícil situación económica, social y ambiental que los mexicanos vivimos, surge esta agenda de innovación como una propuesta para transformar, desde los estados, las regiones y sus municipios, el país entero. Un Estado innovador es el máximo garante para iniciar un proceso de aceleración de las acciones y de la implementación de estrategias que detonen y fortalezcan el camino hacia el crecimiento económico verde incluyente.

Durante las últimas décadas, México ha enfrentado varias crisis que han generado no solo un detrimento en la calidad de vida de la población, sino una situación de hartazgo y enojo debido a la incompetencia, los abusos y, en ocasiones, la ausencia de sensibilidad hacia las necesidades de la gente y del medio ambiente. No se trata de una visión pesimista, por el contrario, esta visión representa una genuina apreciación de que las cosas no marchan bien, y de que necesitamos actualizar y modernizar las políticas públicas que definen el rumbo y la proyección de nuestros municipios, regiones, estados y del país entero, hacia la consolidación de un economía verde.

¿Por dónde empezamos?

Detonar la economía verde requiere de transformaciones y cambios de paradigmas que involucran diferentes estructuras institucionales del país; algunos podrían ser graduales, otros disruptivos, pero resulta prioritario reconocer que es necesario iniciar con la voluntad de innovar. En este sentido, la transformación que se propone comienza desde las pequeñas localidades, los municipios, las regiones y los estados del país; lugares en donde se amplíen las oportunidades del desarrollo social fundado en el emprendimiento, la capacitación y una revolución educativa y tecnológica encaminada a proteger verdaderamente al medio ambiente como el bien público que representa y, al mismo tiempo, se fomente una economía más inclusiva que se exprese en un ganar-ganar para toda la sociedad.

Para comenzar con este proceso, resulta necesario que cada individuo innove para mejorar el entorno, rompiendo las barreras mentales que impiden el propio progreso y el proceso de transformación como sociedad. Cambiar hábitos y actitudes negativas ayudará a ser creativos y a transformar el entorno con la aportación de nuevas ideas o productos y servicios que beneficien a la sociedad en general.

La economía verde no es una utopía, sobre todo si tomamos en cuenta que la innovación es el motor del desarrollo y del crecimiento económico de muchos países; debido a ello, no es casual que las naciones que ocupan los primeros lugares en el ranking de innovación, coincidan con las que tienen un mayor nivel de ingreso y una mejor calidad de vida. En 2016, el Índice Mundial de Innovación, publicado anualmente por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (WIPO, por sus siglas en inglés), situó a México en la posición número 61 de 128 países que conforman el ranking; lo que indica que, si bien se ha avanzado cinco lugares desde el 2014, la brecha entre los países desarrollados que encabezan la lista y nuestro país, aún es demasiado amplia (OMPI, 2016).

Países como Suiza, líder en la lista desde hace seis años, se caracterizan por tener una economía basada en el conocimiento y la innovación; con una población escasa y recursos naturales limitados, este país ha basado sus procesos productivos en la investigación y el desarrollo, estrategia que lo posiciona como la primera economía a nivel mundial. En este sentido, México no solamente es un país rico en lo que refiere a recursos naturales, sino que también cuenta con el capital humano suficiente para posicionarse como una potencia mundial que asegure bienestar económico, social y ambiental a todos los mexicanos; sin embargo, esto solo será posible si comienza a innovarse como nación.

Para ello requiere las condiciones propicias para llevar a cabo este proceso, es decir, debe existir una cultura de innovación. Transformar los valores que conforman nuestra cultura como país será el primer paso. Como indica Edmund Phelps, Premio Nobel de Economía (2013), será necesario dejar atrás aquellas actitudes y acciones a las que desafortunadamente les hemos dado «valor», al grado de llegar a considerarlas valores inherentes a la cultura tales como la corrupción, el mínimo esfuerzo, el conformismo, el «mañana lo hago», entre muchas otras que frenan y obstaculizan la innovación y el desarrollo.

Es indispensable adoptar y fortalecer nuevas actitudes que lleguen a convertirse en valores que alienten a aventurarse, a ser más creativos, a explorar, a tener curiosidad e iniciativa, a ser autocríticos y responsables; donde no se limite la libertad de crear y emprender, donde el crecimiento económico y el ámbito material no sea el fin, sino que este sea alcanzar una mejor calidad de vida y el crecimiento personal y profesional con una visión más social. Con la incorporación de valores que fortalezcan la innovación, como señala Phelps, será posible alcanzar el crecimiento y el desarrollo económico, socialmente incluyente y ambientalmente responsable para todos los mexicanos.

Detonar esta nueva cultura requiere de ciertas condiciones o elementos fundamentales. Para empezar, deben existir líderes con una visión que cuestione el statu quo, es decir, las formas en las que se han hecho las cosas en el país, tanto en lo económico como en lo social y ambiental; de igual manera, debe existir un entorno y los recursos necesarios como tiempo y financiamiento para que sea posible innovar. Por otro lado, en este proceso de innovación se debe considerar la experimentación y el riesgo de fracasar que existirá siempre; sin embargo, la concepción del fracaso debe transformarse y concebirse como una experiencia para futuras innovaciones. De esta manera, por medio de la colaboración transversal de todos los sectores del tejido económico y social del país, con la diversidad de opiniones que participen dentro del proceso creativo, será posible innovar como nación (Innovación Cl, 2013).

En este contexto, Greenhalgh y Rogers (2010) definen la innovación como «la aplicación de nuevas ideas a los productos, procesos y otros aspectos de las actividades de una empresa encaminados a incrementar el valor»; tomando como referencia lo expuesto por el economista Joseph Schumpeter, estos autores agregan que dicho concepto también representa la creación de nuevos mercados, o el desarrollo de nuevas fuentes de abastecimiento de materias primas (Greenhalgh, Rogers, 2010, pág. 4).

Estas sencillas definiciones hacen referencia a la innovación desde una perspectiva económica empresarial, sin embargo, es preciso señalar que para que esta surja de manera amplia en una nación, es necesaria una perspectiva vasta, una con profundo sentido social que sea detonada desde las regiones del país a partir del ámbito personal; que transite por instituciones básicas como la familia para continuar a través de los procesos públicos impartidos en los organismos educativos. Es decir, detonar y fortalecer los valores de la innovación requiere de la participación social, pública y privada del Estado en su conjunto. Las diferentes instituciones públicas y privadas la necesitan para impulsar su transformación y generar el cambio en México.

La transición hacia una economía verde es un proceso que involucra a todos los actores de la sociedad, desde el ámbito personal hasta el institucional local y regional; sin embargo, es preciso subrayar la importancia y responsabilidad de quienes ostentan la dirección de las instituciones en este proceso de transformación. El Estado (en su más amplia expresión), funge como un detonante de la innovación en el país, y es responsable de crear ecosistemas de innovación donde mentes creativas se retroalimenten de sus triunfos y fracasos, para que los individuos e instituciones sean capaces de llevar a cabo los cambios de los procesos, así como la introducción de nuevos servicios y productos en los mercados; o en su caso, la apertura de nuevos mercados para transformar la economía.

Si bien la teoría neoclásica económica, de la mano del liberalismo económico, sostiene que el papel del Estado debe ser limitado a la hora de involucrarse en los asuntos de los mercados y su funcionamiento, ya que el sector privado por sí mismo puede regularse y crear las condiciones necesarias para que el proceso de innovación, que detona el crecimiento y desarrollo económico sea llevado a cabo, es necesario corregir esta visión, pues se ha demostrado que el Estado juega un papel determinante dentro de esta fase. El conocimiento empírico ha probado que el Estado no se limita a reparar las fallas del mercado para funcionar libremente, sino que este tiene también la capacidad de detonar el proceso de innovación, promoviendo el desarrollo tecnológico de las industrias del país mediante la inversión en capital de riesgo, buscando con esto que mediante el emprendimiento y la innovación, se logre el crecimiento económico, la inclusión social, mejores técnicas y tecnología más amigable con el medio ambiente.

En este sentido, Mariana Mazzucato (2013) subraya la importancia del Estado para generar las condiciones necesarias para fortalecer el proceso de innovación no solo dentro de las industrias, sino también dentro de las universidades, para crear de esta manera los llamados «ecosistemas de innovación», orientados a la creación y configuración de mercados económicos. Respecto al papel de los gobiernos en este proceso, también menciona que «los responsables políticos y los gobiernos de todo el mundo deben replantearse cómo ganar en futuras inversiones, esto ayudará a que haya suficiente dinero para reactivar las tecnologías del mañana» (Mazzucato, 2013). Es decir, los gobiernos también deben obtener alguna utilidad o beneficio y no solo asumir riesgos.

El Estado mexicano debe involucrarse y asumirse como el principal promotor de la innovación, a través de un cambio institucional de los tres poderes para que, de esta manera, logre garantizar justicia, transparencia y un Estado de bienestar económico, social y ambiental para todos los mexicanos. Para lograrlo, será necesario fomentar y profundizar decididamente en el desarrollo de una cultura de la innovación que intervenga en todos los ámbitos de la vida económica, y de un liderazgo activo alrededor del país para dirigir el proceso; del mismo modo, demandará el diseño de políticas públicas y de agendas de innovación locales y regionales que actúen de manera coordinada interinstitucionalmente con una agenda nacional de innovación, así como los mecanismos apropiados de financiamiento. Todo ello será determinante para sentar las bases para el desarrollo en nuestro país de una nueva economía verde.

Enverdecer nuestra economía

El desarrollo económico de las últimas décadas se ha guiado por los principios de una economía marrón; es decir, una economía basada en el pensamiento neoclásico y cuyos procesos productivos se concentran en la búsqueda de la maximización de los beneficios y el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB); beneficios económicos que han deteriorado el entorno natural debido a la utilización de combustibles fósiles en los procesos productivos, a la sobreexplotación de los recursos naturales y al aumento en la cantidad de desechos derivados de la producción y el consumo; lo que también ha traído un deterioro social, ya que la riqueza se ha ido acumulando en unas cuantas manos con el paso de los años. Esta es una visión que busca el desarrollo individual por encima del bienestar general y el medio ambiente.

Por otro lado, a pesar de que la ciencia y la tecnología han evolucionado exponencialmente trayendo consigo mejoras en la calidad de vida, además de haber obtenido grandes beneficios económicos bajo la premisa de la economía marrón, también se ha dejado de lado la cuestión social y ambiental; lo que ha generado un sistema donde la desigualdad social y el deterioro del medio ambiente no son atendidos como las variables importantes o cruciales dentro de la economía. Por el contrario, desarrollar una economía verde es pensar en una economía más multidimensional y multidisciplinaria dentro de la que se incorporen no solo las variables económico-financieras, sino los aspectos sociales para una mayor inclusión y cohesión social, y la correspondiente mejora en la calidad del medio ambiente.

En este sentido, transitar de una economía marrón a una verde representa un cambio de paradigma que requiere de un conjunto de cambios paulatinos, constantes y exponenciales dentro de las distintas áreas y sectores de la economía que en el mediano y largo plazo reflejarán una mayor eficiencia y crecimiento económico sostenido; un cambio que no comprometa el acceso a los recursos naturales y la calidad del medio ambiente, que asegure la inclusión social reduciendo los niveles de pobreza y de desigualdad económica, así como los problemas de desempleo, algo que México necesita con urgencia.

Enverdecer la economía no solo representa un reto para alguna oficina gubernamental en particular o para algunas empresas y corporaciones nacionales, sino que el desafío es para toda la sociedad en su conjunto, ya que se requiere una transformación de los hábitos y prácticas desarrolladas alrededor de la actividad económica que no han sido alterados en los últimos siglos. Este enverdecimiento económico implica, principalmente, la instrumentación de políticas de crecimiento alineadas con el estímulo de actividades que protejan el medio ambiente y redistribuyan la riqueza, lo que a su vez requiere de cambios institucionales o regulatorios que deben alinearse con las señales emitidas por los mercados y con los recursos financieros que apoyen esta transición (Studer & Contreras, 2012, pág. 2).

Para alcanzar este objetivo, es preciso comprender cómo funciona la economía actual (economía marrón), así como las divergencias entre esta y las cuestiones que serán necesarias cambiar para transitar hacia una verde. El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA, 2011) especifica que «una economía verde puede generar el mismo nivel de crecimiento y empleo que una economía marrón, teniendo un mejor desempeño que ésta a mediano y largo plazo, y generando beneficios ambientales y sociales significativamente mayores» (PNUMA, 2011, pág. 38).

Existen notables diferencias entre estas dos economías. Mientras que los sistemas productivos de la economía marrón, y su manera de consumir y desechar, han provocado el deterioro y la contaminación del medio ambiente de manera acelerada, la economía verde se basa en un sentido más social, pues no solo busca el beneficio económico, sino también el beneficio para la sociedad de manera conjunta con el medio ambiente, pensando además en el futuro inmediato y planificando a mediano y largo plazo; tomando el desarrollo sostenible como un sistema en el que es preciso que cada parte funcione de manera eficiente, que se apoye una en la otra para su óptimo funcionamiento.

Con estas premisas, en diversas regiones del mundo ya se realizan importantes esfuerzos para el enverdecimiento de sus economías, tal es el caso de países como Alemania, Brasil, Canadá, China y Reino Unido, por mencionar algunos; cada uno de ellos ha desarrollado una serie de acciones y políticas públicas acordes con sus circunstancias socioeconómicas y ambientales. Al respecto, Mazzucato afirma que algunos países han estado utilizando el gasto público como herramienta para estimular la economía verde ante las crisis a las que se han enfrentado como una manera de dirigir las inversiones de sus gobiernos dentro de la industria global de las tecnologías limpias con dos objetivos generales: uno, generar crecimiento económico y dos, mitigar el cambio climático (2015, pág. 128).

Estos países no solo están encaminando sus procesos de desarrollo y aplicación de políticas públicas hacia una economía verde, sino que además están creciendo económicamente, mejorando las condiciones sociales y protegiendo el medio ambiente. Así, mientras algunas naciones impulsan decididamente la innovación para transitar hacia la nueva economía y se posicionan como líderes en esta visión, otras se empiezan a quedar rezagadas, ya que dentro del proceso de innovación las inversiones son acumulativas, es decir, la innovación actual depende directamente de la del día de ayer, por lo que estos líderes emergentes muy probablemente continuarán siéndolo en los años venideros (Mazzucato, 2015, pág. 128).

Ante este escenario, es importante la cooperación internacional entre los países avanzados en la materia y los que aún no han logrado despuntar, ya que como indican Studer y Contreras (2012, pág. 2) «en la medida en que se establezca un marco claro de cooperación para la definición de metas y estándares comunes, para la transferencia y el desarrollo de tecnología verde, para la eliminación de las barreras al comercio de bienes y servicios verdes, y para incentivar la inversión y la ayuda para el desarrollo enfocada a proyectos verdes, la transición será más fácil».

No cabe la menor duda de que en México llegó el momento de innovar para lograr la transición. El objetivo de este libro es precisamente ese, poner sobre la mesa del diálogo y del debate de las ideas, los argumentos técnicos que brinden un espacio para las coincidencias; promover un espacio para el diseño de una agenda innovadora para la transformación de México; construir una plataforma para compartir reflexiones sobre la relevancia del Estado innovador-transformador, y compartir esta nueva visión para trazar un modelo de desarrollo apoyado en los principios de la economía verde.

El libro está dividido en cuatro partes. En la primera titulada «¿Qué es y por qué importa la economía verde?» se aborda el marco teórico de esta, su importancia y principios; el segundo apartado, «Diseño de una agenda de innovación para la economía verde», enumera los temas y áreas de oportunidad para desarrollar una agenda de innovación para la economía verde y el potencial dentro de cada una para transformar el modelo económico marrón en uno verde. El apartado tres, «Innovar a través de un sistema integrado de cambio», analiza el tipo de problemáticas a las que se enfrenta la economía verde, y sugiere la utilización de una metodología para llevar a cabo el proceso de transformación en cada uno de los sectores de la economía. Por último, la cuarta parte, propone partir «De la cultura de innovación regional a una economía verde nacional», incorporandolas valiosas experiencias de innovación locales y los esfuerzos y ventajas competitivas de todas las regiones del país. En esta última sección se enumeran algunas «Consideraciones finales» sobre las experiencias recopiladas de los expertos y de la literatura analizada, referentes fundamentales para impulsar el proceso de trasformación hacia una economía verde.

Economía verde en México

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