Читать книгу El secreto de Tristán - Silvia Elorriaga Riquelme - Страница 8

Оглавление

Capítulo 1

Era lunes, verano, y además, el primer día de las vacaciones. Tristán esperaba impaciente a su abuelo, a su «Tite».

—No te preocupes, vendrá a buscarte. —le tranquilizó su madre.

Había prometido llevarle a navegar. Tristán tenía todo preparado para su aventura: toalla, traje de baño, un gorro por si el sol calentaba fuerte, y lo más importante: su catalejo de pirata. El barco de su abuelo tenía nombre como todas las cosas importantes. Se llamaba Venere, que significa «Venus» en italiano, y cada vez que pronunciaba el nombre de aquel planeta, los ojos se le llenaban de estrellas.

«Pi, Pi, Pi». El coche rojo y brillante de su abuelo dobló la calle haciendo la señal acordada con la bocina. Se tiró al cuello de su madre y le dio un beso con prisa.

—Cariño, no te olvides de la crema protectora, y ponle también al «Capitán Tite».

Agarró su bolsa, se puso el gorro, y en un santiamén estaba sentado en el coche.

—Tite, creí que no llegabas —dijo Tristán mientras se abrochaba el cinturón.

—Una promesa es una promesa, pirata.

Mientras iban camino del puerto, Tristán pensaba que cualquiera no podía ser pirata. Hacía falta ser valiente, saber de tesoros, tener un abuelo con barco y, sobre todo, guardar secretos sin que nadie lo notara; Tristán cumplía todos los requisitos a sus 8 años.

Después de protegerse la piel con crema, abrocharse el chaleco salvavidas y ponerse su gorro de pirata, colocaron los bocadillos a buen recaudo. Tristán ayudó a su abuelo a izar las velas, y recogió las grandes defensas de color azul mientras Tite arrancaba el motor.

Cuando el barco cogió velocidad, notó el viento acariciándole la cara, y las ganas de aventura se apoderaron de él.

—¡Rumbo norte, grumete!

—¡Sí, mi capitán, a sus órdenes!

En el momento en que el faro se veía chiquitín, justo en la bocana del puerto, el mar empezó a hacerse oscuro y misterioso.

—Hoy vamos a por calamares, iremos un poco más lejos que de costumbre.

Durante la travesía, Tristán disfrutaba corriendo por la cubierta batiéndose en duelo con valientes espadachines imaginarios...

—¡Cuidado, no te resbales! —dijo su abuelo mientras le miraba por el rabillo del ojo.

El abuelo largó el ancla, en un documental de la tele había visto cómo los delfines saltaban siguiendo a los barcos, pero a los calamares… nunca los había visto hacer nada, lo único interesante era lo de la tinta, pero… «¿de qué color eran?», se preguntó.

—¿De qué color son los calamares? —preguntó mientras miraba por su catalejo de madera.

—En el agua son transparentes, pero cuando los cocinamos cambian el color y se vuelven blancos.

—Así que tienen poderes… ¡Pueden cambiar de color!

Tristán pensó que si los calamares eran transparentes, el catalejo no le servía para nada. Se sentó de cuclillas y miró fijamente al agua; algo le llamó la atención.

Se movía a ritmo de la corriente y parecía bailar. Aunque no tenía pinta de calamar, llamó a su abuelo.

—Tite, Tite.

En dos zancadas se puso a su lado.

—Mira ahí. ¿Qué es eso?

—Parece una botella vieja, seguro que alguien ha vuelto a tirar porquería por la borda.

—Cógela —pidió a su abuelo.

Su abuelo tomó un retel y se inclinó con decisión para atraparla.

—Aquí la tienes.

A primera vista lo que había en su interior parecía una vieja brújula. El abuelo la miraba con la misma curiosidad que Tristán.

—Apártate, pirata, vamos a ver qué hay aquí.

El abuelo envolvió la botella en una toalla y se puso delante de él para dar un golpe seco contra la cubierta.

—¡Cuidado, Tite, que tú eres superfuerte y la puedes romper en mil cachitos!

Entre los cristales había un objeto cuadrado y brillante. Una caja de metal, con extraños dibujos y signos. En el centro tenía rueditas con números que giraban como cuando había que poner la contraseña de un candado.

Tristán no pestañeaba, miraba las manos ágiles de su abuelo manipulando lo que a sus ojos era su gran descubrimiento.

—Toma, hoy sí que has descubierto un tesoro. No tengo ni idea de para qué sirve, cariño.


El abuelo se fue a popa, y Tristán no se separó de aquel extraño objeto que sostuvo en sus manos durante toda la travesía.

Tite pensó que Tristán estaba tan emocionado con su hallazgo que había perdido el interés por la mar, y decidió volver a puerto.

El secreto de Tristán

Подняться наверх