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El mito del héroe

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Muchos se han preguntado por qué Freud eligió a Edipo como héroe o antihéroe para sostener que el núcleo fundamental de las neurosis es el conflicto edípico. Es preciso recordar que es el odio al padre el que le abrió el camino al reconocimiento del deseo incestuoso por la madre. El deseo por la madre, Freud lo dedujo del odio al padre. Es el odio al padre lo primero en surgir en el autoanálisis de Freud y es el odio al padre el que lo lleva por vía deductiva hacia el deseo sexual (reprimido) por la madre. Esta es la secuencia temporal que Freud descubrió en la posición psicosexual del varón.

Muchos también han destacado que Edipo, sin embargo, no tuvo complejo de Edipo y que Freud redujo, forzó, o «soñó» el personaje trágico de Sófocles cuando bautizó con ese nombre al complejo familiar del neurótico, así como inventó un mito, el del padre de la horda, para dar cuenta de la relación entre el parricidio y la prohibición del incesto. Entre los que se preguntaron qué hizo Freud con el Edipo de Sófocles y Lacan con el complejo de Edipo freudiano, quiero destacar un autor, Jean-Joseph Goux, y un texto, Edipo filósofo, cuyas críticas merecen toda nuestra atención.

Goux se pregunta por qué Freud no tomó el mito del héroe como referente para la investigación y el tratamiento de la neurosis y para la construcción de la teoría psicoanalítica. Escuchémosle.

En el citado libro [3], Goux dice que es muy sorprendente el parecido que existe entre todos los mitos del héroe masculino en culturas diferentes, lo que ha dado lugar a múltiples tentativas sociológicas, antropológicas, psicológicas, de encontrar una trama en común subyacente a todos estos mitos. Cualesquiera sean las variantes en el establecimiento de la leyenda tipo, existiría una cadena de elementos idénticos que subyace a cada uno de los mitos heroicos particulares. Tanto la similitud de los motivos principales como la articulación general de la historia, desde las circunstancias del nacimiento del héroe hasta la conquista del poder, pasando por el matrimonio, autorizan a plantear la existencia de un monomito, mito único del héroe masculino, que es un monomito de investidura real. E inmediatamente plantea una pregunta: ¿qué relación existe entre el monomito y el mito de Edipo? ¿El monomito es o no edípico?

¿Podría derivarse de una estructura edípica profunda (inconsciente), aunque en su apariencia manifiesta el monomito no tenga que ver con el Edipo? ¿O por el contrario, el mito del rey Edipo es un desvío y una singularidad respecto a una estructura narrativa más fundamental, de carácter universal?

Para responder a esta pregunta Goux se va a basar en lo que él más ha estudiado, que es el mundo de la mitología griega reducida a un núcleo narrativo mínimo. Este núcleo narrativo surge del riguroso paralelismo entre tres mitos griegos de investidura real: Perseo, Belorofonte y Jasón, y por la puntuación sistemática de los elementos que tienen en común. La estructura de lo que podemos llamar el monomito, puede enunciarse de un modo simple que pone en evidencia la siguiente secuencia:

— Un Rey teme que un hombre más joven o aún por nacer, según la predicción de un oráculo, se apodere del trono. Intenta entonces por todos los medios evitar el nacimiento del niño o deshacerse de él.

— El futuro héroe escapará sin embargo al propósito del rey y logrará sobrevivir.

— Ya salido de la infancia se encontrará con otro Rey que también intentará eliminarlo asignándole al futuro héroe una tarea muy peligrosa, de la que le resultará imposible salir con vida. La prueba principal consiste en un combate contra un monstruo.

— El héroe logrará vencerlo, pero no lo hará sin la ayuda de los dioses, de un sabio, o de su futura prometida.

— La victoria sobre el monstruo conduce al héroe al casamiento con la hija de un tercer Rey, es decir que su prometida no es hija de ninguno de los dos reyes que intentaron eliminarlo.

El paralelismo y la puntuación de los motivos comunes conducen a la formulación de una intriga tipo, aunque extremadamente condensada y no visible a simple vista. El héroe griego típico entra en relación sucesiva con tres reyes diferentes.

Primero con un rey perseguidor, luego con un rey mandatario que le exige una prueba difícil que le puede costar la vida, y a la que el rey está seguro que no sobrevivirá, ya que muchos jóvenes antes que él perdieron la vida. Finalmente el héroe se casa con una joven que le es entregada por un rey donador.

¿En qué el mito de Edipo se parece y en qué difiere de esta trama tipo? El elemento común es el niño que constituye una amenaza para la vida del rey. Tanto en la historia de Perseo, como en la de Jasón, como en la de Edipo, el oráculo advierte al rey, antes del nacimiento del futuro héroe, la amenaza que ese nacimiento representa para él.

Asimismo los héroes (Perseo, Jasón, Belorofonte y también Edipo) lucharán más tarde con un monstruo al que lograrán vencer. Este es el rasgo constante en todos los mitos, incluido el de Edipo. El héroe es reconocido como tal, luego de su victoria sobre un ser monstruoso, victoria que lo distingue de los otros desdichados que no han pasado la prueba y que han perdido la vida. Perseo triunfa sobre la Gorgona; Belorofonte sobre La Quimera; Jasón sobre el monstruo inmortal guardián del Vellocino de Oro y Edipo sobre la Esfinge. Salvo en el caso de Jasón, en el que el sexo del monstruo no está bien definido, los otros son femeninos.

Finalmente cada una de estas victorias, conduce al héroe al casamiento. Perseo con Andrómeda; Belorofonte con Filonoé; Jasón con Medea y Edipo con Yocasta.

Es una ley del mito de investidura real que la victoria sobre el monstruo conduzca al héroe a desposar a la hija de un rey y de ese modo a ascender al trono. Pero precisamente en este punto, el parecido del mito de Edipo con los otros mitos no deja de plantear graves problemas, si en lugar de atenernos a la fórmula general —el héroe se casa con la hija del rey— la consideramos con mayor atención. A Goux le sorprende que los que han analizado el mito, Otto Rank en particular, no se hayan preguntado por esta diferencia que concierne especialmente al psicoanálisis, diferencia que muestra la irregularidad del mito de Edipo respecto al del héroe universal. Porque en este caso, como bien sabemos, no es con la hija del rey con quien se casa Edipo, sino con la viuda del rey Layo, que además es su propia madre.

Esta diferencia, en lo que concierne al matrimonio del héroe, debería por sí sola impedir la asimilación sin más de Edipo a los otros mitos e invita a considerarlo una anomalía en relación a la estructura típica del mito del héroe.

Sobre todo porque no es esta la única diferencia. El tema nupcial —con quién se casa Edipo— no es sino uno de los elementos de una distorsión que afectaría al conjunto de la situación, y por lo tanto de la narración y por lo tanto del mito.

Veamos con cuidado cada una de las anomalías que señala Goux, quien sostiene que la lógica interna del mito exige que la diferencia en un punto, si es un punto esencial, se traslade y repercuta sobre el conjunto de los otros motivos. La suya es una postura estructuralista, y esto supone que toda modificación en un punto modifica el resto, aunque no sea inmediatamente visible el alcance de la variación. A él le interesa entonces explorar las consecuencias de esta diferencia fundamental, que es nada más y nada menos que el hecho de que Edipo no se casa con la hija de un rey sino con su propia madre.

Ante todo encontramos que un tema que se repite rigurosamente en los tres mitos de referencia está ausente en la historia de Edipo… Se trata de la prueba impuesta por el segundo rey, dado que lo que ocurre regularmente es que ese rey, en lugar de matar al joven al que considera peligroso, lo envía a enfrentarse con una prueba mortal, que es el medio que utiliza para eliminarlo.

El joven acepta el desafío, piensa que él va a poder triunfar allí donde todos los demás fracasaron.

La diferencia es grande en el mito de Edipo, ya que no hay prueba asignada por un rey. El encuentro con la Esfinge no obedece a un mandato impuesto por un rey «mandatario». A la Esfinge, Edipo la enfrenta por sí mismo cuando la encuentra en su camino.

Si observamos con cuidado, y allí se revela otra anomalía del mito, el solo suceso que, al decir de Goux, ocupa la misma posición secuencial que la prueba exigida por el rey hostil, no es otro que el encuentro con Layo que, como sabemos, precede a la confrontación con la Esfinge. Se trata del momento en que el joven Edipo, que logró sobrevivir a la amenaza oracular que precedía a su nacimiento, alcanza la edad en la que puede matar al rey y adueñarse del trono. Pero si en la estructura típica, en ese momento, el joven héroe se ve confrontado con la prueba impuesta por el rey, en el caso de Edipo se produce el asesinato del rey. Edipo mata a Layo.

El encuentro dramático con un rey también tiene vigencia en Edipo, como en los otros mitos de referencia. Sólo que el rey en lugar de imponerle una prueba donde estima que el héroe perderá la vida, es muerto inmediatamente, sin que en este acto sea reconocida su verdadera investidura. Porque Edipo no sabe que está matando a un rey y no sabe que ese rey es su padre. Según el mito regular, el rey Layo al encontrarse con Edipo, tenía que haberlo desafiado: «Bien…, si estás tan orgulloso y seguro de tus fuerzas, ve y enfrenta un enemigo digno de ti. Elimina a esa Esfinge que aterroriza a Tebas». En el mito regular hubiera ocurrido esto, en lugar de que Edipo mate sin gloria alguna, a bastonazos, a un anciano que se interpuso en su camino. Un anciano cuyo nombre desconoce, y cuyo disfraz de mendigo le impedirá saber que se trataba de Layo, el rey de Tebas.

En lugar de pasar por la prueba viril, violenta, que necesita el despliegue de todas las fuerzas del héroe, Edipo mata a un anciano mendigo.

Goux nos muestra que en la economía anormal, desviada, del mito de Edipo, los dos desvíos principales consisten en el asesinato del rey en lugar del cumplimiento de la prueba peligrosa, y en el casamiento con la madre, en lugar de con la hija de un tercer rey. Por un principio de razonamiento estructural, supondrá entonces que estos acontecimientos guardan relación entre sí.

Pero antes de señalar qué mecanismos de la estructura interna del mito pueden deducirse de ello, Goux sigue enumerando más anomalías.

En el mito universal, el héroe no puede salir victorioso de la prueba que le ha sido impuesta, sin la ayuda de uno o más dioses o diosas. Perseo, por ejemplo, es ayudado por Atenea a distinguir a la Medusa entre las tres Gorgonas. En todos los casos, dice Goux, es una constante significativa que el héroe sea asistido por los dioses. Edipo, en cambio, triunfa sobre la Esfinge sin ninguna ayuda de los dioses. Así lo expresará orgullosamente cuando le diga a Tiresias que él ha vencido a la Esfinge sin ayuda de nadie, mediante un mero esfuerzo de reflexión. Esto no puede dejar de tener algún sentido, dada la constancia en los otros mitos del héroe de la ayuda brindada por los dioses. El hecho de que Edipo se distinga por haber actuado solo, sin auxilio alguno, no puede para Goux dejar de tener algún sentido.

Otro punto a tener en cuenta es que la victoria de Edipo sin ayuda de los dioses tampoco está escalonada. Nos dice Goux que todos los otros héroes nunca han triunfado de una sola vez. En sus aventuras siempre hay etapas preparatorias más o menos largas que lo llevarán a la victoria final. El enfrentamiento con el monstruo (que casi siempre es una monstruo) va a ser escalonado y el héroe deberá atravesar una serie de obstáculos hasta llegar al momento culminante.

Edipo, en cambio, obtiene la victoria sobre la monstruo de una sola vez y lo que es más importante, con una sola palabra. Mientras que nuestros héroes de referencia obtienen la victoria en un combate sangriento, a fuerza de espada o de lanza, Edipo es el único que vence a la monstruosa Esfinge con el solo ejercicio de la inteligencia.

La explicación del famoso enigma es una prueba de lenguaje. Edipo no mata a la Esfinge en un acto de audacia guerrera, la Esfinge se mata sola. Se suicida tirándose al abismo una vez revelado el enigma.

La autodestrucción de la Esfinge es el gesto de humillación de alguien cuyo secreto ha sido revelado. La victoria de Edipo sobre la Esfinge es ante todo un suicidio, y un testimonio, eso sí, de la sabiduría de Edipo. Éste no es un héroe cuyo coraje o destreza con las armas ha vencido al adversario. Es un «sabio», alguien que ha resuelto el enigma, sin ayuda de los dioses. Ha encontrado la respuesta correcta en un ejercicio de lenguaje. Edipo es el poder de la inteligencia.

Y agrega Goux: Pero se trata de la inteligencia de un autodidacta, nadie le ha enseñado, no ha recibido ninguna lección, su razonamiento inteligente triunfa sobre el saber ancestral de los dioses, él no ha recibido ninguna enseñanza, ninguna ayuda divina fue necesaria en su caso para descifrar el enigma.

En síntesis, si la estructura de Edipo está ligada al mito heroico típico, lo está al modo de una parodia: a cada secuencia típica responde una anomalía, aunque estas anomalías puedan pasar desapercibidas, como de hecho ocurrió. Goux tiene razón al afirmar que ningún psicoanalista dio cuenta de estas anomalías, y sus críticas se dirigen sobre todo a Otto Rank, que no vaciló en otorgarle a Edipo el estatuto de mito del héroe.

¿En qué consistiría la parodia? En lugar del motivo universal —prueba impuesta por un rey— encontramos el asesinato del rey, que es el padre del héroe. En el enfrentamiento con el monstruo femenino no hay presencia de los dioses. Ni Atenea, ni Hermes están presentes, y tampoco Edipo recibe ayuda de los mortales, no hay consejo de un sabio ni aliento de una novia. En singular contraste con el héroe tipo, la victoria de Edipo sobre la Esfinge es una anomalía mítica. El triunfo es autodidáctico, ateo, intelectual. Tampoco hay escalonamiento de las pruebas que conducen a la victoria final y no hay movilización de la fuerza física sino ejercicio de la palabra. El corolario de todas estas anomalías es el suicidio del monstruo que aterraba a Tebas, y el premio no será el casamiento con una joven princesa sino con su propia madre.

La idea de Goux es poder establecer un lazo de causalidad entre las sorprendentes anomalías del mito de Edipo.

El contraste con los otros mitos lo lleva a las siguientes conclusiones:

— El combate con «la» monstruo es el pasaje obligado sin el cual no habría posibilidad de acceder a una unión no incestuosa.

— El asesinato del monstruo mujer, y no un ejercicio de inteligencia que produce su autoeliminación, es la condición de un casamiento no incestuoso. Edipo es aquel que, a pesar de su aparente éxito con la Esfinge, no ha pasado por la prueba de matarla él mismo.

— Descifrar un enigma no alcanza para desposar a una princesa. Para celebrar las bodas con una princesa es necesario combatir de un modo sangriento, movilizar otro tipo de energías.

— En la versión mítica el héroe atraviesa a golpe de lanza a la horrible y peligrosa monstruo, o decapita a la mujer serpiente, pero todo esto falta en Edipo.

¿Qué habrá querido decir Sófocles? Goux sugiere que Sófocles efectivamente quiso hacer una parodia.

Como poeta y dramaturgo genial, y profundo conocedor de la estructura de los mitos griegos, no puede ser que se haya equivocado, sino que a su criterio quiso parodiar el mito universal, que era el mito que estaba vigente en toda el alma griega.

El caso es que este desvío de Edipo, respecto a los otros mitos del héroe, a Freud y a sus discípulos se les escapó, dice Goux. Y junto con esto se les escapó que matar a la monstruo mujer sería una condición necesaria para un casamiento no incestuoso.

Si Freud hubiera tenido en cuenta la estructura del mito universal, evidentemente hubiera reconocido que el asesinato del monstruo tenía que ser la condición de una unión no incestuosa. ¿Por qué la interpretación freudiana del Edipo no responde a esta cuestión? Más aún, dice Goux, cuando Freud o Rank sostienen que el asesinato de la Esfinge es un sustituto del asesinato del padre, no repararon que se trata de la Esfinge. Tanto en griego, como en alemán, como en francés, como en castellano, es la Esfinge. Tampoco repararon que el padre ya estaba muerto. ¿Por qué dos veces Edipo tendría que matar, la primera al padre y luego a un sustituto del padre? Esta pregunta es bastante maligna pero no quita que nos enfrenta a una indudable dificultad para responderla. ¿Por qué sería necesario un sustituto simbólico y por lo tanto un disfraz del asesinato del padre si ya éste tuvo lugar? ¿Y por qué ni Freud ni Rank repararon en el hecho de que Edipo no mata a (la) Esfinge sino que (el) Esfinge se suicidó?

Su conclusión es que el enigma de la Esfinge no ha sido resuelto por el psicoanálisis freudiano.

Cabe preguntarse si son razones de estructura del psiquismo inconsciente, o razones de elaboración teórica las que hacen que la cuestión no haya sido pensada como Goux propone que sea pensada.

Sobre todo cuando afirma que el matricidio es lo impensado en la teoría freudiana y considera que el cisma que sacudió al psicoanálisis en sus comienzos, la ruptura con Jung, no es ajena a esta cuestión.

Jung se opuso a considerar la rivalidad edípica con el padre como el núcleo de las neurosis, aunque la versión oficial de la ruptura entre Freud y Jung apunte al concepto de libido, para Jung energía psíquica desexualizada mientras que Freud afirmará siempre su origen sexual. Pero Goux nos recuerda algo importante: que Jung no quiso reconocer la rivalidad edípica, ni el asesinato del padre, como el núcleo de las neurosis. El tema de Jung no es el parricidio. Lo que él habría percibido, de un modo oscuro, extraviado, señala una cuestión que Freud omite, la lucha del héroe con la monstruo mujer.

Jung llegó a hablar de una madre sombría, ancestral, arquetípica, pero no sin que su delirio contenga algún núcleo de verdad, porque esta madre sombría, envolvente, asfixiante, es precisamente la que retiene y fascina al hijo varón y lo atrapa en sus laberintos.

No sería entonces sin vencer al monstruo materno opresivo y devorador, sin movilizar todas las energías viriles para liberarse de su asfixia, que el héroe podrá acceder a una joven a la cual el monstruo(a) le cierra el camino.

La victoria contra el monstruo, el motivo típico en el mito universal, tendría el sentido profundo de un matricidio, no de un parricidio. La gran prueba iniciática, aquella en la cual el postulante a héroe arriesga su vida para salir de la infancia y transformarse en hombre, es un combate que tiene lugar siempre, siempre, en les profundidades oscuras, cavernosas, de caverna o de mar, y no un enfrentamiento a la luz del día. Siempre en las profundidades de una caverna, en el fondo del mar, en el corazón de un laberinto, en una oscura gruta, es donde el héroe mata a la monstruo.

Desde un lugar exterior al psicoanálisis, Goux afirmará entonces que el deseo de la madre es un deseo mortífero.

El retorno a la caverna, al útero, al infierno, obliga a una confrontación en la que la vida del héroe está en juego; no puede salir vencedor si no es mediante una lucha violenta para romper con la atadura ancestral.

Sólo el matricidio permitiría entonces la liberación de la mujer, el acceso a la novia, la separación de lo femenino de lo maternal atrapante. Algo a tener muy en cuenta es que en esta operación el padre no parece tener parte alguna; el acceso a lo femenino no se obtiene obedeciendo a una ley que prohíbe a la madre y obliga a buscar en otra parte a la novia, sino que es la victoria contra la monstruo la que corta el mítico cordón que une lo femenino a lo maternal. Y lo que el mito ha unido no siempre la teoría podrá separarlo.

Hay figuras de tipo paterno que en el mito universal del héroe juegan un papel, pero no alcanzan el estatuto de prohibidoras de la madre. Por ejemplo: la figura del rey mandatario, que impone una prueba que proviene más de la investidura real que le es propia que de la ley del padre, que prohíbe la unión incestuosa con la madre.

Si el mito de Edipo se organiza alrededor de la secuencia parricidio-incesto, es porque matar al padre lo lleva a Edipo a casarse con la madre. El monomito se despliega en cambio en la causalidad matricidio-casamiento con una bella prometida.

En Edipo, el crimen parricida conduce al crimen incestuoso. En el caso del héroe universal, la victoria del héroe sobre el monstruo conduce a la novia (Goux parece haber olvidado que no siempre hay un final feliz, como lo demuestra el casamiento de Jasón con Medea, pero admitamos que ése no es su tema). Sólo así se comprendería que Freud, dice Goux, al no haber percibido el valor de estructura del monomito, haya tenido tantas dificultades para pensar la disolución del Complejo de Edipo. Y que no haya podido pensarla sino como una atenuación de las tensiones puestas en juego en él, con la constitución de un Superyó que exterioriza la prohibición, pero jamás como otra estructura.

El monomito sería esa otra estructura. Al hacer del matricidio, que abre el acceso a lo femenino, y no del parricidio, que conduce al incesto, el eje central, el monomito da cuenta, sin necesidad de recurrir a la prohibición, del deseo fundamental del sujeto masculino que es separarse de la madre. El Edipo freudiano no daría cuenta de la dimensión no incestuosa del deseo masculino, sino que implicaría a su vez una versión desviada de sus vicisitudes estructurales.

Las múltiples críticas al complejo de Edipo no sólo las encontramos en Jung y sus seguidores, también se revelan en un lugar inesperado: la enseñanza de Jacques Lacan. No obstante sus reiteradas declaraciones de ortodoxia, Lacan ha cuestionado muchos postulados freudianos y es sobre todo alrededor del Edipo donde se juega uno de sus principales cuestionamientos. Desde los inicios de su obra Lacan señaló la insuficiencia de la construcción freudiana para dar cuenta de hechos de la clínica, hasta a hacer de la crítica del Edipo freudiano una exigencia teórica insoslayable.

Aquello con lo que Lacan se vio confrontado en la clínica de las neurosis es el deseo de la madre y la proliferación de síntomas relacionados con este deseo.

Esta dura crítica que Lacan formula por primera vez en El Mito Familiar del Neurótico [4] dejaba presagiar, dice Goux, un verdadero cisma, y sin embargo por distintas razones esa crítica quedó en reserva. Aunque Lacan la enunció en términos claros y desprovistos de ambigüedad, no hizo sino anunciarla, sin llegar a una conclusión definitiva.

La crítica del Edipo freudiano hecha por Lacan quedó como un hilo subterráneo que orientó sus hallazgos más innovadores y fecundos, pero no la llevó hasta sus últimas consecuencias.

¿Cuáles son los elementos principales de la crítica que Lacan le hace al Edipo freudiano?

1 el lugar de la castración, y

2 el estatuto de la prohibición.

El Edipo freudiano ubica al padre, vía amenaza de castración, como el que prohíbe el acceso a la madre.

Dice Lacan que ni el deseo por la madre ni la amenaza paterna serían la forma más radical del deseo y de la castración.

El Edipo freudiano no revelaría pues lo que constituye la verdadera esencia del deseo, cuyo objeto es imposible y no solamente prohibido, y de este modo encubre la confrontación con la falta originaria, que es mucho más terrible que la amenaza paterna. El Edipo freudiano disimula esta imposibilidad y sirve más para pensar la represión que la castración. El sujeto edípico queda protegido por la prohibición paterna que fabrica para creer que la madre está prohibida por el padre y no que la madre está prohibida por la estructura misma del lenguaje, por la estructura propia de la palabra. El Edipo freudiano alimenta la creencia neurótica de que hay un señor poderoso, un padre imaginario, terrible, que impone la ley que prohíbe la madre. Oculta entonces el hecho radical de que no es el padre imaginario el que prohíbe la madre sino que la prohibición del incesto es consustancial al deseo humano; por ley del lenguaje y no obra y gracia de un señor más o menos temido o temible.

Desear, entonces, de acuerdo al esquema edípico, equivaldría a esquivar esta cuestión fundamental que hace al deseo viril. El sujeto masculino edipizado no tiene que atravesar la castración fundamental. En otros términos, en la configuración edípica el sujeto masculino sostiene el fantasma de que el asesinato del padre le abrirá el acceso a la unión con la madre. El padre aparece como un obstáculo que es necesario suprimir, que es necesario eliminar, para que sea posible un goce fantasmatizado como absoluto.

El sujeto edípico cree que es el padre el que prohíbe a la madre y alimenta entonces el fantasma de asesinarlo.

El sujeto edípico obviamente no es Edipo que, sin saberlo, comete los dos crímenes, sino el que sostiene, ignorándolo, el nexo causal entre parricidio e incesto.

Del mismo modo que el mito de Edipo es, en relación a los mitos universales de iniciación a la sexualidad, una anomalía; el Complejo de Edipo sería una anomalía en relación al deseo fundamental y constitutivo del sujeto masculino. Un fantasma engañador que extravía y perturba este deseo en lugar de revelarlo; aunque seductor y poderoso, el destino de Edipo es una aberración, una tragedia, que corresponde a un extravío y no a una estructura radical del deseo masculino.

Lacan según Goux descubrió y sostuvo que el fantasma edípico no da cuenta del deseo sexual masculino en su radicalidad esencial. Pero no siguió adelante, «nunca sistematizó su propuesta inicial de destruir al Edipo freudiano».

Las críticas de Goux, tanto a Lacan como a Freud, a partir de su análisis diferencial del mito edípico y de sus anomalías, lo llevan a la siguiente conclusión:

«Aquel que no mata al monstruo mujer en un combate sangriento desposará a su propia madre. La relación del héroe con lo masculino implica pasar por una prueba de iniciación que le es impuesta por un rey que no es su padre, a quien no tiene por qué matar». [5]

Dicho de otro modo: el incesto y el parricidio serían resultados perversos, distorsionados, pero coherentes, dentro de la estructura paródica del mito de Edipo; resultados perversos y distorsionados de dos faltas: una respecto a lo femenino y otra respecto de lo masculino.

En el monomito no hay oposición entre autoridad paterna y deseo sexual.

El rey impone una prueba peligrosa, el joven héroe en lugar de abstenerse de responder al mandato que lo envía a una muerte probable, acepta el desafío, por orgullo, por honor. Transformarse en hombre, asumiendo el riesgo de morir, es un deseo muy poderoso en el que converge la obediencia al mandato del rey y la realización de un destino sexual no incestuoso que exige precisamente pasar por esa prueba.

Al enfrentar la prueba, el héroe pasará siempre por una muerte iniciática, castración simbólica si se quiere, que le permitirá renacer como hombre, habitado por un deseo nuevo, no incestuoso, que tendrá a la joven prometida por objeto. Goux lo dice en sus términos:

«Lacan intuyó que la castración paterna, con rostro humano, es decir, el padre imaginario, evita una castración mucho más radical, en la que se juega una profunda verdad del deseo masculino, en el enfrentamiento con la Cosa, con lo informe, con lo amorfo del deseo materno primitivo».

Al atribuir la amenaza de castración a un padre fuerte, autoritario, que quiere impedir o vengar el deseo incestuoso de su hijo por su mujer, Freud humaniza —imaginariza— indebidamente la causa del corte madre-hijo.

La aventura iniciática en cambio, es lo que libera al joven de la atracción angustiante por y de la madre-Cosa.

Pero esta liberación, dolorosa, sangrienta, no es el resultado de la prohibición paterna. El deseo incestuoso es intrínsecamente angustiante. No es una prohibición lo que lo torna angustiante. Que un padre esté presente para prestar su voz, para darle forma articulada a la prohibición de acceder a la madre —no por eso el fantasma del padre imaginario—, alivia la angustia.

Al pensar al padre como una especie de noble defensor de la ley que prohíbe el acceso a la madre, Freud lo confundió con la causa del impedimento; olvidando que una prohibición con apariencia paterna, puede encubrir otra prohibición mucho más fundante, que no es ni materna, ni paterna, y que no tendría «rostro humano»: la prohibición constitutiva de la palabra. La pérdida constitutiva de la «cosa» que es parte de la ley del lenguaje no tiene rostro humano.

Al eludir la prueba del enfrentamiento con la Esfinge usando todas las armas, no sólo la inteligencia, Edipo quedará condenado a compartir el lecho con su madre. La liberación de lo femenino queda impedida en el destino de Edipo como referente universal de la sexualidad masculina.

Goux finaliza diciendo que el mundo moderno, «edipizado», vive del suicidio permanente de la Esfinge, o sea del triunfo de la inteligencia en continuidad con la razón y la conciencia de sí mismo (recordemos que Edipo responde «el hombre», es decir, «yo», al enigma de la Esfinge). Por eso mismo mantiene con lo femenino una sensibilidad incompleta y por así decirlo, atrofiada, o un estado de guerra permanente.

Me parece fundamental que dejemos vacilar nuestras convicciones o certezas dogmáticas y podamos responder a Goux. Él nos coloca frente a una prueba, nos manda un desafío, si lo vencemos podremos sostener el alcance universal del Edipo freudiano, no sin haber atravesado sus impasses. A menos que prefiramos recurrir a nuestras armas habituales y determinar que Goux es un inteligente filósofo extraviado que nunca se analizó, o un delirante inanalizable. El costo es alto, no sólo nos obliga a poner a prueba nuestra inteligencia, nuestros conocimientos, nuestras fidelidades, sino a enfrentarnos con los hechos complejos, «sangrientos» o tragicómicos de la vida sexual. Es imprescindible pasar esta prueba para seguir sosteniendo el Edipo como el núcleo fundamental de la neurosis, en lugar de esgrimirlo como un saber que supuestamente nos protegería de la verdad del corte fundante del que nace —o renace— un sujeto sexuado. ¿Lo lograremos?

El falo enamorado

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