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Prólogo Osvaldo L. Delgado

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El libro que ha escrito mi colega y amiga Silvia Ons es verdaderamente excelente, como todas sus publicaciones anteriores. En este texto realiza un esfuerzo enorme, riguroso y con un bien decir propio de su posición como analista. Aborda el tema fundamental de nuestra época, que es la gran conversación del psicoanálisis con los feminismos.

Son los feminismos en plural porque, además de las diferentes olas, felizmente no hay una identidad homogénea, sino más bien diferentes orientaciones y corrientes.

En el texto se realiza un pormenorizado análisis, tanto en el psicoanálisis, en las ciencias sociales, en la literatura y en la filosofía, de la llamada cuestión femenina.

Se ubican con total precisión los impasses en Freud, pero también las incorrectas lecturas que muchas veces se realizan de ciertos textos. Los desarrollos de Lacan y de la orientación lacaniana permiten una conversación al más alto nivel.

Debemos recordar siempre dos cuestiones: la primera de ellas es, como dijo Lacan, que el psicoanalista debe estar a la altura de cómo una época vive la pulsión. La otra, de nuestro colega Javier Aramburu, que dejó escrito para siempre que el psicoanálisis y los derechos humanos comparten la misma posición ética. Quiero destacar las atrocidades que se siguen cometiendo respecto de las mujeres y nombrar quizás solo dos de las más terribles, que son: sostener el aborto como ilegal, cuestión que implica la muerte de cientos de mujeres pobres todos los años; y la crueldad siniestra de los femicidios.

A modo de reflexiones introductorias a este ejemplar texto, quiero formular lo siguiente: comenzaré ubicando la reivindicación de la diversidad sexual que, podríamos decir, se trata de elevar un rasgo singular de goce a la categoría de un S1, a la categoría de un significante amo para armar comunidades de goce, colectividades de goce. Esto es correlativo de algo más: los colectivos entrecruzan nuevas sexualidades y arman nuevas segregaciones, y esto no ocurre sin adosar la intimidad a la dimensión del espectáculo. Los rasgos singulares de goce aparecen como espectáculo, poniéndose en juego la dimensión del dar a ver, pero con una lógica grupal.

En cierta forma esto se acerca a la perspectiva psicoanalítica del último Lacan respecto a la singularidad de goce; la diferencia es que en el psicoanálisis la singularidad de goce no implica elevarla al significante amo y armar un colectivo, ni mucho menos armar con esto una supuesta identidad ni un grupo segregado.

No quiero dejar de mencionar que para el psicoanálisis otro de los rasgos fundamentales a tener en cuenta, es el imperativo de goce superyoico.

¿Cuál es nuestra apuesta como psicoanalistas? Tenemos tres puntos para discutir:

1. El capitalismo, incluida su fase neoliberal, tiene como correlato el desarrollo científico-tecnológico en alianza con el mercado. Esto implica que su referente es el “saber-hacer técnico”. Nuestro “saber-hacer ahí” como psicoanalistas quiebra esto en tanto apunta a la dimensión de lo contingente; por lo tanto, no es programable, no entra en la repetición. Además, el llamado bien-decir desde el psicoanálisis no es capturable por definición por la trama del imperativo de goce del mercado.

2. El segundo punto tiene que ver con los derechos humanos. En principio, en tanto ciudadanos apoyamos todo lo que tiene que ver con la reivindicación de los derechos humanos y las nuevas legislaciones –matrimonio igualitario, nuevas parentalidades–, respetamos las solicitudes de cambio de sexo, etcétera. Pero, en tanto psicoanalistas, tenemos nuestras profundas diferencias. Primero, porque desde el psicoanálisis sabemos que no existe la identidad, hay identificaciones y modos singulares de goce. No hay identidad de género, no hay identidad mujer, identidad hombre, identidad travesti o identidad bisexual. Por otro lado, la instancia del yo no puede autopercibir nada y la fórmula para el cambio de género y de nombre en la Ley, tiene que ver con la autopercepción yoica de “soy mujer” o “soy hombre”. El yo para el psicoanálisis es un lugar de desconocimiento absoluto. De este modo el psicoanálisis no puede refrendar la autopercepción yoica de una identidad.

En segundo término, tenemos nuestras serias objeciones en relación con el cambio de sexo y de género en niños antes de la metamorfosis de la pubertad.

La metamorfosis de la pubertad implica la irrupción de cuestiones conmocionantes y muy complejas: si el psicoanálisis sitúa que el cuerpo se tiene o no se tiene, en la adolescencia se pierde un cuerpo y se pasa a tener otro. Asimismo, se juega la caída de los padres en la referencia del ideal; aparece una dimensión muy poderosa que es la aptitud reproductora y, por último, podemos decir que se trata de un encuentro con la feminidad como tal, como enigma y como perturbación.

¿Por qué el encuentro con lo femenino? En “El tabú de la virginidad”, (1) Freud plantea cómo la hostilidad tiene varios niveles. Lacan en El reverso del psicoanálisis, (2) toma sólo uno, que es la respuesta hostil de la histérica; por eso sostiene que el único que es feliz no es el portador del falo sino el falo. Ese es el primer piso que trabaja Freud. Pero, además, Freud trabaja cuatro pisos. El que más nos interesa para este tema es aquel en el que Freud toma la hostilidad no como una reivindicación histérica sino el que llama hostilidad como siniestro: el encuentro con lo radicalmente fuera de sentido. Lo nombra como estar ante la presencia de una pulsión perturbadora, desamarrada de todo representante psíquico: se trata de la angustia traumática freudiana.

3. El último punto es la causa del sujeto, que es una causa que cojea, es una causa como una falta fundante estructural. Podemos situar, tanto lo que trabaja Lacan en los últimos capítulos de Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, (3) como lo que trabaja el primerísimo Freud en relación con la primera experiencia de satisfacción perdida, pérdida que funda el sujeto psicoanalítico. Además, se va a implicar entre la causa y su efecto (que es el sujeto) la operación de la defensa. En términos de la defensa freudiana o de lo que Lacan ubica como defensa: el inconsciente transferencial. Entre la causa y el efecto: la defensa, que Jacques-Alain Miller trabaja en su curso Causa y consentimiento. (4)

No quiero dejar de señalar que la idea de que Freud sólo llega hasta el límite fálico de la sexuación es una lectura sesgada de su obra: el Edipo freudiano es un operador estructural. Por ejemplo, en “Análisis terminable e interminable” (5), postula la desestimación de la feminidad para ambos sexos. Esto indica claramente que no está tomado por el límite fálico, ya que el límite fálico es el complejo de castración que, además, es un complejo, no se trata de la castración estructural: el complejo es la traducción neurótica de la castración estructural. La envidia del pene o la amenaza de castración son fantasmas de las posiciones sexuadas masculinas o femeninas, pero eso no es la castración.

Otro ejemplo lo tenemos en el capítulo “Enamoramiento e hipnosis”, de “Psicología de las masas y análisis del yo”. (6) Cuando define el amor sostiene que es elevar el objeto al lugar del ideal, pero en este caso se trata de los amores desdichados y humillantes, ya que colocar al objeto en el lugar del ideal vira siempre al superyó.

En el “Apéndice” del mismo texto, (7) sitúa que sólo hay dos cosas que no hacen masa y que son disgregantes respecto de la masa: una, es el síntoma porque da cuenta de un modo singular de goce. La otra, es el amor por una mujer. El amor por una mujer que atraviesa todas las formas sociales, religiosas y culturales –e implica el mayor logro cultural–, tiene la misma lógica que la relación con el síntoma: no hace masa y es disgregante de la masa. Esta concepción de lo femenino no tiene nada que ver con la lógica fálica.

En el punto IV de “El malestar en la cultura”, (8) dice que las mujeres entran en oposición con la cultura y pasan a ser hostiles con ella. Pero lo que enfatiza es que el fundamento amoroso nació del lazo amoroso con la mujer. Cuando los varones empiezan a dedicarse a las cuestiones culturales, fundamentalmente a la lucha de poder: los hombres se las arreglan mucho mejor con hacer la guerra y matarse, que vérselas con el deseo femenino –comienza a primar el imperativo superyoico. Es en ese momento cuando las mujeres emprenden la confrontación con la cultura. Pero, no es con la cultura sino con los modos del imperativo superyoico, como recordándoles a los varones de dónde surgió la cuestión del lazo amoroso. Con ese nombre, “mujer”, no se refiere a las tres salidas freudianas (inhibición o neurosis, complejo de masculinidad o maternidad). Las tres salidas –que en una lectura apresurada parecen marcar el límite fálico–, también hay que pensarlas de manera diversa, ya que cuando Freud se refiere a la mujer como un continente oscuro e inaprensible no está en relación con el límite fálico.

Cuando en “Análisis terminable e interminable” (9) sostiene que a pesar de que hace años que investiga, todavía no sabe qué quiere una mujer, se refiere a que no alcanza con las respuestas que él mismo se ha dado con el límite fálico –inhibición o neurosis, complejo de masculinidad o maternidad–, de lo contrario, no hubiese sostenido esa pregunta sin responder al final de su vida.

Otra cuestión a destacar, es cuando Freud postula que no hay un objeto predeterminado para la pulsión. Para leerlo con Lacan diríamos que el ser humano es alguien que vive en un triple exilio: el exilio del campo de la palabra, el exilio de ser mortales y el exilio de ser sexuales –los animales no son ni parlantes, ni mortales, ni sexuados–; entonces, dice Lacan, cada uno se las arregla delirando a su manera. Cuando Freud destaca que no hay objeto predeterminado para la pulsión, podemos decir que no existe, alude al troumatisme, (10) agujero que podemos llamar también “no hay relación sexual”. Lo que sí hay es fijación de un objeto contingente, y la dimensión de lo necesario como síntoma o sea como repetición. Por lo tanto, primero, no hay objeto predeterminado de la pulsión; segundo, por lo tanto hay fijación; tercero, insistencia por la compulsión repetitiva por el modo de goce fijado; cuarto, el acto psicoanalítico que, sostiene Lacan, es el nombre de lo posible. Freud dice que llevamos al sujeto para que pueda volver a elegir lo mismo u otra cosa. Este es el acto llamado con las categorías nodales de lo posible.

Postular que no hay objeto predeterminado de la pulsión lo lleva a Freud a escribir “Tres ensayos de teoría sexual”, (11) para investigar las llamadas aberraciones sexuales que en última instancia son el modo en que cada uno delira, el modo en que cada uno construye el partenaire, a partir de las condiciones fetichistas. Incluso, podemos decir que esa producción delirante y las condiciones fetichistas, eróticas –el rasgo con el que se construye el partenaire–, van al lugar del no hay relación sexual. Si la hubiese, si hubiese objeto predeterminado de la pulsión, no existirían todas esas formas de lazo.

Toda la construcción freudiana de las pulsiones, incluso los cuatro destinos que sitúa en “Pulsiones y destinos de pulsión” (12) –represión, sublimación, transformación en lo contrario, vuelta contra sí mismo–, más el quinto que agrega en “La represión” (13) –la angustia–, nombran lo que no está amarrado por el falo. Cuando formula la fase fálica sostiene que la síntesis de las pulsiones parciales en el falo fracasa. Si tuviese éxito la sexualidad sería genital y al servicio de la reproducción, y Freud nos enseña tempranamente que es desviada y parcial. Por lo tanto, decir que no hay síntesis de las pulsiones parciales en el falo demuestra que su límite no es fálico.

Pero, además, Freud habla del Edipo. Por un lado, lo sitúa como un operador de interdicción, de sustitución y de reforzamiento. Eso implica que es un ordenador del campo de goce y un reforzamiento, porque viene a reforzar la institución del ideal del yo. Por otro lado, es un argumento necesario. ¿Qué quiere decir? En “Algunas consecuencias psíquicas de las diferencias anatómicas de los sexos”, (14) se pregunta si la excitación sexual está causada por el complejo de Edipo y responde que no, que es un mero placer de órgano resultado de espiar con las orejas la escena primaria, lo cual deja como efecto lo que llama restos visuales y auditivos que no hacen sistema.

Estos restos visuales y auditivos por el encuentro con la escena primaria, que es el encuentro con ese Otro que permite que tengamos un cuerpo y que seamos libidinizados, se articula a lo que se llama complejo de Edipo en un segundo momento. Los modos de satisfacción sexual no están causados por el complejo sino que el complejo es un argumento que anuda pulsión y deseo, y anuda objeto parcial con el objeto del narcisismo. Entonces, se trata de un operador estructural para la constitución del sujeto.

En la segunda contribución a la psicología del amor, “Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa”, (15) Freud sostiene que habría algo en la naturaleza misma de la pulsión desfavorable a la plena satisfacción, algo inherente a la naturaleza misma de la pulsión. Eso indica que no es que no haya satisfacción plena de la pulsión porque esté prohibida por el padre edípico, no es por la interdicción del objeto incestuoso, sino que esa prohibición marca como posible pero interdicta lo que en verdad es imposible. Lo que produce la interdicción de este argumento ordenando el campo, es hacerle creer al neurótico que si no estuviese prohibida podría reencontrarse con Das ding: transforma lo que es un imposible con el argumento de lo prohibido; el neurótico lo traduce como prohibido y hace síntoma con ello, la histérica es un ejemplo paradigmático.

En “El malestar en la cultura” Freud va a decir claramente que no hay satisfacción plena de la pulsión por obstáculo interno, y no porque esta satisfacción plena esté prohibida. La prohibición, referencia del padre, vela la imposibilidad.

Ciertamente Freud, como nos enseña Lacan, cree en el Nombre del Padre. Eso muchas veces lo deja en los impasses de la verdad mentirosa y le impide postular lo real. Este fue el paso que dio Lacan, no sin Freud.

En relación con esto último hay algo puntual que no quiero dejar de mencionar: cuando hablamos del imperativo de goce lo que surge en la actualidad es un empuje a la literalidad. La caída del Nombre-del-Padre y aquello que venga a su lugar, deflaciona la dimensión de la metáfora. En última instancia llamamos Padre, en Freud y en Lacan, sólo a una cosa que es la aptitud para la metáfora. Hay una frase maravillosa de un gran autor que es Thomas Mann en la novela Confesiones del estafador Felix Krull (16), que dice: “la libertad es poder vivir en la metáfora”. La actualidad es un atentado a la dimensión de la metáfora y un empuje al goce de la literalidad, efecto de la forclusión del Nombre del Padre en la cultura.

El capitalismo tardío en su fase neoliberal, en su gran matrimonio con la ley del mercado y los avances científico-tecnológicos, marca este empuje a la literalidad.

Ciertamente Freud, como nos enseña Lacan, cree en el Nombre del Padre. Eso muchas veces lo deja en los impasses de la verdad mentirosa, y le impide postular lo real. Este fue el paso que dio Lacan, no sin Freud.

Para articular también con las teorías de género, tomaré el superyó que es un efecto de la castración estructural que Freud llamó la no satisfacción plena de la pulsión por obstáculo interno.

Hay una mala crítica respecto al superyó freudiano. En “El malestar en la cultura”, (17) Freud expone dos teorías respecto al superyó. Una consideración es que el superyó se origina a partir de la identificación con la ley paterna respecto a la prohibición de los sentimientos parricidas e incestuosos. Esta ley hunde sus raíces en la pulsión de muerte y es la paradoja del superyó. Pero hay otro modo de pensarlo, al cual Miller se refiere como aquellos cuentos policiales en los que el asesino vuelve una y otra vez a la escena del crimen. Lo que formula Freud es algo diferente: se trata de la introyección del odio que el sujeto le tuvo al padre en tanto prohibidor. Entonces, el superyó es el odio que el sujeto le dirige al yo, como si el sujeto fuera el superyó y el yo fuera el padre.

Esta formulación es mucho más acorde con los desarrollos freudianos de la pulsión de muerte. Por lo tanto, no tiene que ver con la prohibición de las satisfacciones pulsionales sino que refiere directamente a la pulsión de muerte.

Este superyó es aquel que Lacan nombró como sin deuda y sin culpa, es el que trabajó cuando planteó el discurso capitalista: la anulación de la barrera de la imposibilidad y el desencadenamiento del imperativo de goce superyoico, efecto del discurso capitalista. Lo abordó en “El saber del psicoanalista” (18) con el discurso capitalista y el imperativo de goce superyoico.

En “Los no incautos yerran”, (19) Lacan ya no trabaja la renegación de la castración como en el discurso capitalista sino la forclusión del Nombre-del-Padre en la cultura: se trata del Deseo de la Madre sin barrar por el Nombre-del-Padre –por lo tanto con valor de goce–, que toma en la cultura la aptitud de nominar, de “nombrar para”. Esta forclusión implica un retorno de lo forcluido bajo la forma de los fundamentalismos del “protopadre” y también bajo los modos de una “degeneración catastrófica”, que producirá efectos segregativos y el trastocamiento de los modos de organización social. El problema que se genera, es que se difumina el campo de la perversión. Es un problema serio: dónde asir la perversión en la época del imperativo de los modos de goce.

Éric Laurent trabaja en “Siglo XXI: no relación globalizada e igualdad de términos”, (20) cómo esas posiciones de goce han adquirido ciudadanía con la legislación de los derechos humanos. ¿Cómo intervenir como psicoanalistas donde hay un matrimonio entre el ejercicio de los derechos humanos y la pluralización de los modos de goce?

Llegan a los consultorios sujetos que hace veinte años no hubiésemos tenido ninguna duda en clasificar como perversos. Hoy, pareciera que el campo mismo de la perversión se ha difuminado porque para la perversión se necesita el concepto de castración y de una operación respecto a ella, que clásicamente se llama renegación o desmentida. Hoy eso pasó a ser un modo de goce no sólo aceptado sino promovido culturalmente.

No nos olvidemos que la ciencia médica, y fundamentalmente la cirugía, ha venido a ocupar el lugar de ese Deseo de la Madre sin barrar, en la actitud de nominar, en el sentido de “trae el cuerpo que tienes y llévate el cuerpo que quieres”; y que además da identidad. En la actitud de nominar se entroniza el yo: “yo me autopercibo x”.

Volviendo a lo que postula Lacan, en esta actitud de nominar se realiza esta operación que es el imperativo de goce de nuestros días. Si retomamos a Han y lo traducimos, podemos decir que considera que este operativo de goce puede llegar al inconsciente, al ello freudiano, pero para nosotros no. Esta es nuestra diferencia con el filósofo coreano y con las teorías de género.

Además, como situaba anteriormente, el psicoanálisis no considera que el yo pueda autopercibir ni que haya identidad sexuada. Hay identificaciones y modos singulares de goce; el cuerpo especular está pero también tenemos el concepto del Un cuerpo, que es imposible subsumirlo en el imperativo de goce de la ley del mercado.

Recomiendo la lectura del texto de Silvia Ons, y que se lo tome como material de estudio y de investigación.

1- Freud, S., “El tabú de la virginidad”, en Obras completas, t. XI, Buenos Aires: Amorrortu. 1986.

2- Lacan, J., El Seminario, Libro 17, El reverso del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1992.

3- Lacan, J., El Seminario, Libro 11, Los cuatros conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1986.

4- Miller, J.-A., “Causa y consentimiento”, Dispar N° 4, Revista de psicoanálisis, Grama, Buenos Aires, 2001.

5- Freud, S., “Análisis terminable e interminable”, en Obras completas, t. XXIII, Amorrortu, Buenos Aires, 1980, p. 252.

6- Freud, S., “Psicología de las masas y análisis del yo”, en Obras completas, t. XVIII, Amorrortu, Buenos Aires, 1984, pp. 105-110.

7- Ibíd., pp. 127-136.

8- Freud, S., “El malestar en la cultura”, en Obras completas, t. XXI, Amorrortu, Buenos Aires, 1988, pp. 97-104.

9- Freud, S., “Análisis terminable…”, op. cit.

10- Troumatisme: neologismo utilizado por Lacan que une la palabra trou (en francés agujero) y traumatisme (traumatismo). [N. de la R.]

11- Freud, S., “Tres ensayos de teoría sexual”, en Obras completas, t. VII, Amorrortu, Buenos Aires, 1985.

12- Freud, S., “Pulsiones y destinos de pulsión”, en Obras completas, t. XIV, Amorrortu, Buenos Aires, 1984.

13- Freud, S., “La represión”, en Obras completas, t. XIV, Amorrortu, Buenos Aires, 1984.

14- Freud, S., “Algunas consecuencias psíquicas de las diferencias anatómicas de los sexos”, en Obras completas, t. XIX, Amorrortu, Buenos Aires, 1984.

15- Freud, S., “Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa (Contribuciones a la psicología del amor, II)”, en Obras completas, t. XI, Amorrortu, Buenos Aires, 1986.

16- Mann, T., Confesiones del estafador Felix Krull, Edhasa, Buenos Aires, 2009.

17- Freud, S., “El malestar en la cultura”, op. cit.

18- Lacan, J., “El saber del psicoanalista”. Inédito.

19- Lacan, J., “El Seminario 21. Los no incautos yerran (Los nombres del padre)”. Inédito.

20- Laurent, E., “Siglo XXI: no relación globalizada e igualdad de términos”, en El psicoanálisis y la elección de las mujeres, Tres Haches, Buenos Aires, 2016.

El sexo del síntoma

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