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INVITACIÓN A LA LECTURA

Mariolina Ceriotti Migliarese

¿CUÁL ES EL «MOMENTO ADECUADO» para poner un smartphone en manos de nuestros hijos? En este ágil y ameno libro Stefania Garassini, ya desde el título, nos invita a cuestionar lo que se ha convertido en una moda: que sea un móvil el regalo “importante” a una edad temprana.

El teléfono móvil de última generación, con su acceso directo al complejo mundo de internet, es de hecho, dice Garassini, «una herramienta poderosa y compleja, diseñada para convertirse en algo indispensable para quien la usa. Se necesita madurez y capacidad crítica para usarlo del mejor modo posible». El mundo de las redes sociales es un mundo virtual solo de palabra: en la práctica es un mundo extremadamente real, que afecta concretamente a la vida cognitiva, afectiva y relacional de quienes lo frecuentan. Requiere, por tanto, el desarrollo de criterios básicos para orientarse; y hasta el umbral de la adolescencia (13/14 años) por lo menos, las mentes de nuestros hijos no están preparadas para afrontar por sí solas y sin riesgo una complejidad tan grande.

Pero resistirse a la solicitud apremiante de un regalo tan deseado requiere una buena dosis de convicción, único recurso posible para tomar con serenidad una decisión que, en la actualidad, supone ir completamente a contracorriente. La autora nos acompaña hacia esta decisión a través de diez capítulos, sencillos solo en apariencia: comparte con el lector el resultado de un trabajo de investigación y documentación muy largo y minucioso: basta un rápido vistazo a las referencias finales de cada capítulo. El resultado es una bibliografía muy interesante, acompañada también por la presentación oportuna de documentos y artículos nacionales e internacionales, a disposición de quienes deseen profundizar en cada tema. A partir de esta gran cantidad de material, Garassini ha elaborado un texto que tiene la inmediatez de un manual, pero que, paso a paso, nos proporciona muchos elementos de reflexión y, al mismo tiempo, indicaciones prácticas para que esta elección quede enmarcada en la más amplia dimensión educativa y relacional entre padres e hijos.

El reto es fascinante, como solo pueden serlo los retos educativos, porque, en primer lugar, nos obliga a los adultos a pensar y cuestionarnos: “ser” y “transmitir” son, de hecho, las dos fases circulares de todo proceso educativo, y nada puede enseñarse eficazmente si no pasa primero por una convicción profunda y personal. A pesar de la complejidad, comprendemos así que no debemos dejarnos intimidar, ni desanimar, cualquiera que sea nuestro nivel de alfabetización digital; los adultos tenemos sobre todo la tarea de siempre: utilizar nuestra experiencia y nuestra capacidad de pensar para ampliar nuestra reflexión y transmitir a nuestros hijos criterios correctos, antes que habilidades o competencias.

Debemos compartir con nuestros hijos sobre todo la idea de que las redes sociales son, a todos los efectos, poderosos sistemas de relaciones sociales: en la red, más allá de la pantalla, todavía hay personas de carne y hueso, y con estas personas establecemos relaciones que necesitan sus propias reglas. Por lo tanto, es necesario (exactamente como se hace en todas las relaciones) preguntarse a cuál de estas personas queremos tratar y cómo; debemos recordar que la confianza debe ser siempre gradual, y la prudencia indispensable; incluso cuando estamos en la red no debemos olvidar nunca ni el respeto ni la empatía. Para ello hay que tratar de contrarrestar con más reflexión la tendencia a la impulsividad que induce el medio: unos minutos de espera antes de enviar una respuesta en un chat, por ejemplo, pueden cambiar el curso de toda una conversación, y por lo tanto establecer una relación de una manera completamente diferente.

Para concluir, en el campo de las redes sociales debemos movernos con los mismos criterios que guían todos los demás aspectos de nuestro trabajo como padres: confiar en el valor de la presencia y el discurso; partir siempre del “por qué” sin asustarnos el “cómo”; tener claro el valor de la gradualidad de cada aprendizaje y su relación con la edad de desarrollo, como ya lo hacemos en tantas otras áreas del proceso educativo.

Y no hay que olvidar nunca que las reglas sirven de guía y protección en el crecimiento, pero deben estar encaminadas a adquirir autonomía, capacidad de elegir y, en última instancia, la verdadera libertad.

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