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1 Capítulo 4

Nos dirigimos a pie hacia la escena del delito que ya había sido delimitada por las tiras de plástico blancas y rojas con las palabras Polizia di Stato. El lugar estaba ennegrecido por el incendio y empapado por el agua usada para apagarlo, pero lo que asombraba era el olor nauseabundo que se veían obligados a respirar. El olor de la carne humana quemada que todavía aleteaba en el aire era realmente insoportable. Cuando vio el cuerpo consiguió a duras penas contener la náusea. A primera vista parecía un maniquí, doblado sobre sí mismo, pegado a una cancela metálica que cerraba una especie de gruta, la forma humana ennegrecida por las llamas. No había rastros de cabellos y por todas partes se entreveían los huesos en medio de algunos jirones de piel apergaminada. Se intuía que era el cuerpo de una mujer por la silueta de los senos. A la altura de las muñecas y tobillos se notaban como una especie de filamentos de plástico fundido, índice de algo que debió servir para atar a la víctima a la cancela. El médico forense estaba llevando a cabo las primeras observaciones en el cuerpo mientras que los hombres de la científica estaban esperando pacientemente a que éste terminase para iniciar su trabajo. Diciendo a Mauro que me esperase, me acerqué traspasando la barrera de tiras de plástico. Cuando advirtió mi presencia, el forense, levantó la cabeza y se sacó los guantes de látex, moviendo la cabeza. La persona que estaba tendiéndome la mano era una mujer de unos treinta años, menuda, cabellos cortos oscuros, ojos oscuros y un pequeño piercing dorado en la nariz.

―La comisaria Ruggeri, imagino. Mucho gusto, doctora Illaria Banzi, médico forense.

―¿Qué me puede decir de esta pobre mujer?

―Realmente escalofriante, ni siquiera en mi breve carrera he visto nada parecido. No sé decir si estaba viva o muerta cuando la echaron a las llamas pero, desde el momento en que parece que estaba atada de manos y pies a esa cancela con trozos de cinta adhesiva, pienso que ha sido quemada viva. Este detalle nos lo dirá la autopsia. Por el momento puedo decir que estamos en presencia de un sujeto de sexo femenino, alrededor de los treinta y cinco, cuarenta años como máximo, a juzgar por la dentadura, pero no puedo ser precisa tampoco en esto, ya que el fuego lo ha alterado todo. En cuanto la científica haya terminado con sus observaciones, dispondré el traslado del cuerpo a la morgue y en el menor tiempo posible le enviaré el informe de la autopsia. Dentro de poco estará aquí el juez de instrucción. ¡Le deseo suerte, no será una investigación sencilla!

Me despedí de ella y fui hacia los hombres de uniforme.

―¿Se sabe algo sobre la identidad de la víctima? ―pregunté.

―¡Seguramente no tenía documentos encima! ―fue la respuesta sarcástica de un subinspector al que fulminé con la mirada ―Entiendo, no ha sido una broma apropiada. Lo que sabemos es que la víctima fue atada con una gruesa cinta adhesiva, esa para los paquetes para entendernos, a la reja metálica y le prendieron fuego. Esa especie de gruta es en realidad una vieja leñera, en el interior de la cual había leña seca y otros materiales inflamables. Desde el momento en que en esta zona se habla tanto de brujas, hemos pensado que alguien haya querido simular la ejecución de una bruja en la hoguera. Quizás un juego sádico entre dos amantes, ¿por qué no? Ella se deja atar, voluntariamente, él enciende una pequeña hoguera para dar más verosimilitud al juego pero luego la situación se le va de las manos, se levanta el viento, se desata el incendio y para la mujer, atada de esa manera, no hay salida. Nos hemos hecho esta idea.

―Muy fantástica, diría, y mal respaldada por las pruebas. ¿A usted le gusta hacer jueguecitos de este tipo con su compañera?

Quizás afectado en su intimidad, enrojeció, se aclaró la voz y buscó la manera de escapar.

―Está llegando el juez de instrucción. Ahora será él quien formule las hipótesis justas. Perdóneme, lo mío eran sólo conjeturas.

El juez era un hombre de unos cincuenta años, cabellos rizados, tan alto como Mauro, delgado. Viéndolo se parecía a un ave rapaz, con la nariz aguileña, los labios delgados y las gafas de lectura levantadas en la frente. Se acercó a Mauro, que le estrechó la mano y se presentó.

―Juez Leone, la comisaria Ruggeri. Mi colega acaba de llegar de Ancona y ya se encuentra de lleno en el ajo.

―¡Ya veo! Bien, creo que aquí, por el momento, hay poco que hacer. Mantenedme informado sobre la investigación e intentad cerrar este caso en el menor tiempo posible. No estamos habituados a estos horrendos crímenes en esta zona y no quiero problemas con los periodistas.

Intenté intervenir, preguntándole si quería interrogar junto con nosotros a la propietaria de la casa de al lado, la famosa Aurora, pero él se despidió con un suave apretón de manos y un ¡Buen trabajo!

Quién sabe porqué siempre he odiado a las personas que cuando te dan la mano no la aprietan, de todos modos intente una media sonrisa y respondí:

―Gracias.

Cuando se alejó me volví hacia Mauro.

―Si ahora llegase el comisario jefe de Imperia y fuese igual de simpático, me estaría jugando el puesto que acabo de conseguir. ¿Me entiendes, verdad? Bien, mientras la científica hace su trabajo vamos a conocer a esta bruja.

Mauro me sonrió con aire cómplice y me siguió encantado. Después de todo, comenzaba a caerme simpático y pronto descubriría que, detrás del aire de Rambo todo músculos, se escondía una inteligencia agua y un gran observador, todos ellos elementos que hacían de él un gran policía y un valioso colaborador.

Un sendero atravesaba la vegetación, salía al camino de tierra por el que habíamos llegado y conducía a un edificio aislado, una especie de casa de labranza, de aspecto antiguo, pero en óptimas condiciones.

En la explanada delantera se exhibía el coche de la dueña de la casa, un Porsche Carrera de color gris metalizado. Nos acogió una hermosa cuarentona, rubia, con los ojos de un verde azulado poco comunes, más alta que yo, la tez clara, lisa, sin evidentes arrugas. Vestía un quimono oscuro con unos extraños dibujos, en los que reconocí algunos símbolos esotéricos, cerrado delante con un cinturón. Con cada paso que daba asomaba desde debajo del hábito un largo muslo rosado. El escote hacía que fuese bien visible el abundante seno y no dejaba mucho espacio a la imaginación. Vi la mirada de Mauro posarse con interés sobre el sujeto, quizás con la esperanza de que antes o después la insulsa bata cayese al suelo, revelando a su ojo todas las gracias de su propietaria.

―Sentaos, soy Aurora Della Rosa, y vivo en esta humilde morada. Excusadme, ¡todavía debo recuperarme del susto! Temía que todo acabase quemado esta noche. Dentro de esta casa tengo un patrimonio de libros y manuscritos, incluso muy antiguos, algunos únicos en el mundo y, aparte de mi integridad, he temido perder todo entre las llamas.

Nos sentamos en un salón cuadrado, donde observé estanterías llenas de libros y pergaminos. Toda una pared estaba ocupada por un espejo y el pavimento era de mármol brillante de varios colores que, como un mosaico, representaba la figura de un pentáculo. No podía dar crédito a mis ojos. Allí se encontraba reunido todo lo que, en su momento, había estudiado sobre el esoterismo y las sectas.

―Della Rosa ―dije, repitiendo su apellido ―De La Rose era el nombre de un linaje francés de famosos templarios, los caballeros guardianes del templo y del Santo Grial.

―Se dice que existieron desde antes de la venida del Cristianismo. Los templarios eran los guardianes del tempo de Salomón en Jerusalén, el templo de cuyas ruinas ha quedado sólo el Muro de las Lamentaciones, sagrado para los hebreos. Luego se pasó a identificarlos como guardianes del Santo Sepulcro. En el Medioevo, en Francia, fueron declarados herejes, quizás porque se pensaba que tenían escondido el Santo Grial y no permitieron ni siquiera al Papa acceder a su escondite o quizás porque conocían importantes secretos que la Iglesia no quería que se hiciesen públicos. Fueron torturados, muchos quemados vivos, pero nunca fueron del todo eliminados. Sí, tienes razón, mi familia es originaria de Francia, de la zona de Avignone. Los De La Rose, que tenían unas posesiones en aquel lugar, combatieron contra los ingleses en la Guerra de los Cien Años, sufriendo muchas pérdidas. A finales de mil trescientos algunos miembros de la familia se establecieron en esta zona limítrofe entre Italia y Francia, un lugar tranquilo en medio del monte. Pero luego parece ser que la Inquisición, también aquí, no haya dado tregua a una antepasada mía, que hacia finales del siglo XVI fue procesada acusada de brujería.

Mientras hablaba extrajo del bolsillo del quimono una pitillera plateada, en el interior de la cual había unos cigarrillos que, aparentemente, parecían hechos a mano. Escogió uno, lo llevó a la boca y nos tendió la pitillera.

―Gracias, yo no fumo ―dije ―Y le agradecería que se abstuviese también usted de hacerlo. El humo me fastidia.

Sin ni siquiera considerar lo que había dicho, encendió el cigarrillo, dirigiendo hacia mía, casi a modo de desafío, la primera densa calada que exhaló. No sé cómo contuve mi ira pero lo conseguí.

―¡Dejémonos de charlas, Aurora Della Rosa! ¿Dónde estaba esta noche cuando ha estallado el incendio?

Aspiró de nuevo y respondió emitiendo humo junto con las palabras.

―Ayer por la noche he estado cenando en un restaurante del valle, Da Luigi. No me apetecía cocinar y he salido. Estaba volviendo cuando vi el resplandor del incendio y llamé yo misma a los servicios de emergencia con el teléfono móvil.

―Verificaremos lo que está afirmando. Y, dígame, imagino que usted recibe a sus clientes en casa. Me han dicho que usted es una maga, que llegan aquí personas de cualquier procedencia y extracción social, para pedirle consejos, comprar pociones y demás. A juzgar por su coche, es un trabajo que rinde. No quiero explicar mi opinión sobre su trabajo, quiero sólo preguntarle si ha recibido a una cliente especial, una mujer, en los últimos días, que podría ser la víctima de la que hemos descubierto el cadáver.

―¡Dios mío! ―respondió Aurora mostrándose sorprendida ―¿En el incendio ha habido una víctima? ¿Quién podía estar en el bosque a esas horas de la noche?

―¡Esperábamos que ésto nos lo dijese usted! Venga, haga un esfuerzo, no creo que le sea difícil.

Con aire pensativo aspiró un poco más de humo.

―Sea lo que sea que piense de mi trabajo, Comisaria…?

―Ruggeri, Caterina Ruggeri.

Lanzó otra nube de humo en mi dirección.

―Mire, el trabajo que desenvolvemos nosotros los magos es muy respetable. Yo pago mis impuestos y estoy incluso apuntada al sindicato de magos, y no vendo humo, como el de este cigarrillo. La gente viene porque se fía de mí y yo debo respetar también un código deontológico y proteger el derecho a la intimidad de mis clientes.

―¿Quiere invocar el secreto profesional, por casualidad?

Con indiferencia, apagó la colilla en un cenicero y prosiguió.

―No estoy aquí para vender amuletos o engañar a mis clientes sobre su posible futuro. Tengo buenos conocimientos de herboristería y sé cuáles son las enfermedades que pueden ser curadas con las hierbas medicinales y las que, en cambio, deben ser resueltas de manera convencional. Muchos vienen aquí a pedir buenos consejos y yo se los doy, basándome en mi ciencia y en mi experiencia. Nadie se ha lamentado nunca de haber sido engañado por mí, yo siempre digo lo que mi interlocutor necesita y todos se van contentos y con el corazón enriquecido.

―Ya pero empobrecidos en la cartera. Vamos, conozco bien vuestra categoría, sois capaz de hacer creer a las personas que vuestros engaños son grandes remedios. Podría estar de acuerdo con la medicina natural, pero por el resto...

―¡Comisaria Ruggeri, no sea prejuiciosa! No todos tendemos a creer que lo que vemos y lo que sentimos y tocamos sea la verdad, que no haya otra cosa que no sea lo perceptible por nuestros cinco sentidos, pero a veces no es así. Dentro de esta habitación se pueden crear efectos ópticos y acústicos que hacen parecer verdad lo que no lo es y falso lo que es. ¡Intente tocarme, poner una mano sobre mi hombro y apoyarse en mí!

Me acerqué e intenté tocarla pero mi mano percibió el vacío donde efectivamente veía su imagen.

―¡Es un juego de espejos! ―dije ―Una especie de truco de prestidigitadores.

―Y ahora vaya al centro del pentáculo, sobre la baldosa central, y hable. Escuchará su voz resonar en sus oídos como si proviniese de una potente instalación estereofónica.

―Es verdad, ¡efecto de la acústica de esta sala! También era así en los anfiteatros romanos. ¡Cuestión de arquitectura! Usted está desviando el discurso, está intentando distraerme de mis objetivos. Me han dicho que entre sus visitantes hay una categoría especial, adeptos de una secta que reconocen en usted a una santona. Ellos vienen aquí para tener acceso a su biblioteca y completar el recorrido que contempla la obtención de varios niveles de conocimiento de las artes esotéricas. ¿Recientemente ha recibido visitas de este tipo?

―La secta de la que habla se llama Nomolas ed sovreis y no es una secta satánica. Sus adeptos, a través de varios niveles, asumen conocimientos ignorados al común de los mortales. Desde hace siglos quien llega aquí, o a otros tres o cuatro lugares desperdigados por el mundo parecidos a éste, aspira a alcanzar uno de los niveles más altos de sabiduría, el séptimo, para conseguir el cual existe un duro recorrido. Desde hace generaciones mi familia es la guardiana de textos a los que sólo puede tener acceso sólo quien ha completado los niveles precedentes. Quien quiere ir más allá, para llegar a la Sabiduría Universal, debe enfrentarse el peregrinaje al Templo de la Sabiduría y de la Regeneración, que se encuentra en un valle perdido entre Nepal y Tibet, muy difícil de alcanzar.

―Imagino que usted ya se ha enfrentado a este peregrinaje pero no es esto lo que quiero saber. Le repito la pregunta, ¿ha recibido la visita de una de estas adeptas en los últimos días?

―Ya se lo he dicho a los otros policías y a los carabinieri que me han interrogado. La última visita de este tipo se remonta a 1997, cuando vino una maga originaria de un pueblecito de Abruzzo, Sant’Egidio alla Val Vibrata. Se hacía llamar Mariella La Rossa. Me dijo, que antes de afrontar las pruebas a las que la sometería, que quería visitar los lugares mágicos en los bosques y en los alrededores de Triora, la Fontana di Campomavùe y la Fontana della Noce, la Via Dietro La Chiesa y el Lagu Dagnu. Era el día del solsticio de verano, una de las fechas típicas en las que las brujas y magos se reúnen, también en estos lugares, para el Aquelarre. Mariella se alejó al atardecer y nunca volvió.

―¡Y usted, claro, no participó en el Aquelarre y no se imagina ni siquiera cómo ha acabado Mariella! Vamos, sabemos perfectamente que estos llamados aquelarres son la oportunidad para llevar a cabo ritos satánicos, a veces violaciones, otras veces sacrificios de animales o de personas. Con vuestro lavado de cerebro convencéis a algunas personas, las más débiles desde el punto de vista psicológico, que se purifican, que renacen a una nueva vida y otras cosas más, con tal de que se sometan a las violencias que proponéis durante los rituales. Por no hablar, además, de todos aquellos que estafáis con ánimo de lucro. No son extraños los casos en que alguien ha perdido toda su fortuna por seguir a un gurú.

―Ya le he dicho que la nuestra no es una secta satánica. Quien entra en nuestra organización lo hace por libre elección y por el deseo de alcanzar niveles elevados de conocimiento. Le repito que no soy una vendedora de humo y todo lo que digo o predigo siempre se cumple.

Déjeme ver su mano izquierda y míreme a los ojos, comisaria Ruggeri. ¿Por casualidad no será una de nosotros, quizás sin que lo sepa? Veo que ha sufrido de joven, veo luto en la familia que la han dejado marcada, veo una vida sentimental complicada pero que se ha resuelto recientemente de manera positiva. Usted tiene unos poderes superiores a lo normal, tiene una percepción considerable, tiene un aura muy fuerte, roja como el fuego, nada se le escapa cuando tiene a alguien delante de usted, ni un detalle. Y ahora marche, comisaria Caterina Ruggeri, de usted he conocido todo lo que había que saber.

Sin ni siquiera darme cuenta me encontré fuera de la casa de Aurora, en el patio, seguida por Mauro que, con una sonrisa irónica, comentó aquello de lo que había sido testigo.

―Esa mujer tiene poderes hipnóticos. Te ha obligado a hacer todo lo que quería. Básicamente nos ha echado fuera a su manera y, como todos los que nos han precedido, también nos estamos yendo nosotros con el rabo entre las piernas.

―Ya, pero la bruja tiene razón, a mí no se me escapa nada. Volveremos con otra estrategia. Debo sólo reflexionar y regresar aquí preparada. Volvamos a comprobar si la científica ha terminado su trabajo y luego damos una ojeada alrededor. ¿Cómo se llaman esos lugares que ha nombrado la maléfica a propósito de Mariella La Rossa?

―Fontana di Campomavùe, Fontana della Noce, Via Dietro la Chiesa y Lagu Dagnu.

―¡Cáspita, felicidades, tienes una buena memoria! ¡Contigo no hacen falta grabadoras o libretas!

―Claro, de todos modos recuerda que la PDA nos puede ser útil para registrar las conversaciones. Es un modelo muy sensible e incluso manteniéndolo en el bolsillo es capaz de grabar.

―Sí, gracias por habérmelo dicho. ¡Imagino que será útil también para hacer fotos!

Los hombres de bata blanca y guantes de látex estaban a punto de acabar su trabajo en la escena del crimen. Mientras uno sacaba fotos, otro recogía tierra alrededor de la víctima metiendo muestras en el interior de bolsas de plástico, otro más esparcía Luminol para la búsqueda de posibles pistas ocultas de sangre.

―¿Han encontrado algo interesante? ―pregunté.

―Parece que el incendio ha sido provocado sirviéndose de un líquido inflamable, no gasolina, pero algo que intentaremos localizar en el laboratorio. También hemos encontrado rastros de cera, quizás proveniente de una antorcha de papel prensado y cera, una de esas que usan en las procesiones, en las vigilias, para entendernos ―me respondió uno de los tres.

―¿Habéis encontrado la antorcha?

―No, comisaria. Sin embargo, estamos cogiendo incluso detritos carbonizados, quizás podamos encontrar algo útil. En cuanto acabemos el trabajo en el laboratorio le enviaremos un informe detallado. Aquí, por ahora, hemos acabado. Los de la morgue han llegado y podemos mandar el cadáver al depósito de cadáveres.

Volvemos hacia la explanada donde estaba aparcado nuestro coche, un cartel de color negro, que señalaba la Fonte della Noce, llamó mi atención.

―¿Vamos a echar un vistazo? ―dije volviéndome a Mauro y, sin esperar su respuesta, me metí por el sendero que se adentraba en la zona de espeso bosque.

Avanzamos durante un pequeño trecho y llegamos a una llanura dominada por un gran nogal, cerca del cual, de una fuente, manaba un apetecible surtidor de agua. Debido al calor y las fatigas de la jornada, tanto yo como Mauro, bebimos unos sorbos de agua muy fresca, luego comenzamos a mirar a nuestro alrededor para percibir algo de particular, cualquier señal, cualquier indicio. A primera vista parecía que no había nada interesante. Mientras me lamentaba por no tener conmigo a mi fiel Furia, inigualable seguidor de pistas, mi ojo cayó cerca del gran árbol donde noté que la tierra estaba removida.

―Ha sido hecho un dibujo en el suelo con un objeto puntiagudo, un cuchillo o un bastón con punta. Habitualmente los seguidores de las sectas efectúan unos ritos en determinados lugares, dibujando unos símbolos, pentáculos y otras cosas, que al final se eliminan. Parece que el dibujo fue borrado a todo correr dado que todavía se pueden ver algunas partes. Se vislumbran incluso algunas letras. Quizás la ceremonia fue interrumpida y los adeptos se han debido escabullir, de otro modo habrían tenido más cuidado en borrar el rastro.

―¿Piensas en una Misa Negra, quizás con sacrificios, qué sé yo, de una animal, de una virgen, de uno de los mismos adeptos ?

―Por ahora no pienso nada, me limito a observar y a recopilar lo que veo y siento. Hay muchos elementos pero todavía no sé cuáles pueden ser útiles y cuáles no. El sendero va hacia aquella parte. ¿Proseguimos?

Después de unos pasos la vegetación se volvió tan intrincada que parecía que el sendero se acababa. Estaba a punto de volver sobre mis pasos, cuando entreví, a unos treinta metros, una silueta oxidada.

―Debe ser la carcasa en medio de la leñera que se quemó hace unos años. Nadie se ha ocupado de llevársela, imagino que porque el propietario está muerto desde hace años. Dada la espesa vegetación, diría que no conseguiremos jamás llegar ―fue el comentario de Mauro.

―Ya, deberemos traer un aparato adecuado para podarla y echar un vistazo ―respondí ―¡Ahora, volvamos al coche!

Nos acercamos a paso moderado descendiendo por las curvas cerradas que conducían hacia el fondo del valle, recorriendo el encantador Valle Argentina. Superado el poblado de Molini di Triora, la carretera seguía bajando. Un cartel publicitario indicaba que a unos cien metros encontraríamos el restaurante Da Luigi.

―¿Vamos a comprobar la coartada de la bruja? ―propuse a Mauro.

―Sí, encantado ―fue su respuesta ―Y dado que estamos a últimas horas de la tarde y no hemos metido nada entre los dientes, propondría aprovechar el restaurante también para su función concreta.

El local a esa hora estaba desierto. Nos sentamos en una de las mesas y esperamos a que apareciese alguien. El propietario del local, un hombre de unos cuarenta y cinco años, con sobrepeso, la cara rubicunda y sudada, no tardó en aparecer.

―¿Puedo serviles en algo, señores? Por desgracia a esta hora en la cocina tenemos pocas cosas.

―Policía ―le dijo Mauro ―¿Estaría dispuesto a respondernos a unas preguntas?

―Imagino que se refiere al delito de la última noche. El lugar está bastante lejos de aquí. ¿Cómo os puedo ayudar?

―¿Usted conoce a Aurora Della Rosa, verdad? ―intervine

―Claro, es una cliente muy apreciada, de vez en cuando viene aquí y yo aprovecho para pedirle algún consejo. Sufro de ciática y ella tiene unos remedios fantásticos a base de hierbas, mucho mejor que la medicina convencional.

―¿Ayer por la noche estaba aquí?

―Sí, llegó hacia las nueve y media y se fue cuando ya había pasado la medianoche. Estaba extraña, más taciturna que de costumbre. Pidió de comer pero creo que no probó la comida. Incluso le tuve que reñir porque, sentada a la mesa, se había encendido un cigarrillo y fumaba en la sala. No había muchos clientes y nadie se hubiera quejado, pero al estar prohibido por ley, sabe, ¡debo intervenir!

―¿Estaba sola?

―Sí, sola.

―¿Y habitualmente viene sola o acompañada?

―Depende. A veces sí, viene sola, pero a menudo en compañía de una amiga morena, una hermosa mujer de acento extranjero. Parece que las dos son pareja, aquí en la zona se dice que son lesbianas.

Para pronunciar estas últimas palabras se acercó a nosotros, bajando el tono de la voz.

―Homosexuales ―le corregí.

―Sí, claro. Hoy, en las grandes ciudades, no se les hace ni caso pero en nuestra zona no estamos tan habituados a ciertos comportamientos.

―Bien, mi querido Luigi, ¡ya basta! Diría que yo y el inspector Giampieri agradeceríamos poder comer algo. ¿Qué nos propone?

―Bueno, como decía antes, no hay mucho donde escoger por ahora. Os puedo aconsejar un buen plato de trofie liguri al pesto alla genovese con fagiolini e patate6, un plato único que realmente os dejará satisfechos.

―¡Traenos dos raciones abundantes!

Ya era casi de noche cuando llegamos a Imperia y aparcamos delante de la comisaría de policía.

―Aquí estamos ―dijo Mauro ―Has llegado a tu nuevo lugar de trabajo. Aquí estamos en una zona descentralizada de la ciudad mientras que la jefatura está en el centro, en Piazza del Duomo. Creo que mañana por la mañana, antes de comenzar cualquier actividad, deberemos pasar por allí. El comisario jefe es uno de esos a los que le gustan mucho los formalismos y te deberás presentar ante él.

Mauro me guió por un laberinto de pasillos y oficinas hasta llegar a la que sería mi oficina.

―Vale, pero antes de ir a la Jefatura, agradecería conocer al personal que está en servicio. ¿Crees que será posible conocer a los hombres a primera hora de la mañana?

―Haré lo posible para que todos estén aquí, salvo excepciones justificables, a las ocho. Por ahora, creo que deberías reposar. Allí al fondo hay una habitación con una cama y el baño está en el pasillo. Encontrarás todo tu equipaje y, si necesitas algo, debes saber que pasaré la noche en la sala de guardia.

―Bueno, hasta que no encuentre un alojamiento mejor, me adaptaré, luego ya veremos. Ahora estoy demasiado cansada para buscar otro alojamiento. Y además, de todos modos, estoy habituada a vivir en el lugar en que trabajo.

Di una ojeada a mi escritorio, donde ya destacaba una gran caja, que contenía todas las carpetas de las investigaciones sobre personas desaparecidas en Triora. Realmente no tenía ganas de ponerme manos a la obra de momento, también porque temía que cualquier cosa encontrada allí dentro podría modificar las ideas que me había hecho en el transcurso de la jornada. ¡Mejor razonar en el momento adecuado y no dejarse influenciar por el trabajo de otros! En cualquier caso, mi ojo se posó en una copia de una revista mensual. La cogí, la hojeé y me paré en el artículo que hablaba de los misterios de Triora, salido con ocasión de la desaparición de los tres periodistas que formaban parte de la redacción de la revista: Stefano Carrega, Giovanna Borelli y Dario Vuoli. En un recuadro estaba reproducido un extracto de los apuntes del cuaderno de Vuoli, encontrado en el interior de la tienda abandonada por los tres.

¿Qué sentido tiene buscar brujas? Sobre todo, ¿quiénes son y cómo se reconocen hoy las brujas? Ya no hay una Inquisición que las señale. Quizás todavía existen, quizás sólo tienen un aspecto distinto. En el año 1587 era más fácil reconocerlas: “Las veréis poner imágenes de cera y sustancias aromáticas bajo el retablo del altar. Reciben la Comunión del Señor no encima sino debajo de la lengua, porque así pueden, fácilmente, sacarse de la boca el cuerpo de Cristo para servirse de él en sus prácticas odiosas. Además de esto, lo que distingue a una bruja de una pecadora, o de una mujerzuela, es la capacidad de volar por la noche”…

Ya, a lo mejor a finales del siglo XVI todavía la gente común no sabía reconocer los trucos y las ilusiones de estas charlatanas y las tomaba por magia o brujería. ¡Pero en el siglo XXI, por Dios! ¡Estos tres periodistas habían ido a buscar las brujas en su pueblo, y quizás las habían encontrado! ¿Y se habían dejado raptar por ellas? ¡Venga ya! Esto es todo un montaje, pero ¿con qué fin? ¿Esconder un delito, querer hacer desaparecer el propio rastro o por cuál otro motivo? ¿Y qué tiene que ver la secta, cómo demonios se llamaba? Nomolas ed sovreis. ¿Qué podía significar?

Con la mente llena de estos interrogantes, me fui a lavar y me retiré a la habitación indicada por Mauro. Las jornadas eran largas y aunque eran casi las nueve de la noche, afuera todavía había luz. Me extendí en el lecho sin ni siquiera bajar las colchas. Me estaba quedando sopa cuando sentí llamar a la puerta. Era Mauro que traía un vaso de papel con una bebida humeante.

―No es de los mejores, es té de la máquina distribuidora automática, pero he pensado que podía ser agradable antes de dormirte. ¿Te apetecería comer algo?

―No, gracias, todavía debo digerir los trofie.

―Bueno, de todos modos tengo una información que darte. Tu perro, Furia, estará aquí, como muy tarde, antes de mañana por la tarde. He hecho limpiar el cubículo del patio, donde tu predecesor tenía su pastor alemán. Pienso que, por el momento, pueda ser un buen sitio.

―¡Gracias por todo, Mauro! Pero ahora déjame reposar. Estoy muy cansada y mañana deberemos enfrentarnos a otro día realmente intenso. Buenas noches.

Busqué en la maleta un ligero camisón, me desvestí y me metí en la cama. Me dormí y soñé con brujas que volaban encaramadas en sus escobas, que se reunían para invocar a Satanás, que participaban en Aquelarres bajo grandes nogales. Y luego, inquisidores que las capturaban, las torturaban, las procesaban y las hacían quemar en la hoguera. Pero el fuego no conseguía consumir sus cuerpos y reían y bromeaban, a pesar de los vestidos y los cabellos en llamas. Y, al final, las brujas se alejaban del lugar del suplicio, lanzándose entre ellas niños en pañales.

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