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Capítulo unoLa Misión de laEscuela Cristiana

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Si aquellos que no están familiarizados con la educación cristiana fueran a examinar el plan de estudios de una escuela cristiana, podrían preguntarse qué es lo que la hace diferente. Ellos verían que la escuela enseña matemáticas, lectura, historia, ciencia, literatura, etcétera. Claro, la escuela tendría una capilla y podría también tener un plan de estudios bíblicos, pero aparte de eso los cursos tendrían los mismos títulos que los de una escuela secular.

¿Por qué esto es así? Porque tanto la escuela cristiana como la escuela secular estudian el mundo a su alrededor, pero estas lo estudian desde perspectivas y con propósitos significativamente diferentes.

Un escritor ha ofrecido esta definición de la misión de la escuela cristiana: “La tarea de la verdadera educación cristiana es desarrollar un conocimiento de Dios y su realidad creada y usar ese conocimiento para ejercer un dominio creativo y redentor sobre el mundo en el que vivimos. Tal resultado sólo puede lograrse amando a Dios y estando en comunión con Él, resultando esto en una adoración incondicional a Dios”.1 De manera similar, Comenius enfatizaba la naturaleza integral de la educación cristiana; él decía que los alumnos debían ser “…educados en todos los caminos. No para pompa y espectáculo, sino para la verdad; es decir, para poder hacer que los hombres sean lo más parecido posible a la imagen de Dios, a cuya imagen fueron creados; verdaderamente racionales y sabios, verdaderamente activos y llenos de vida, verdaderamente morales y honorables, verdaderamente piadosos y santos; y, por lo tanto, verdaderamente bendecidos, tanto aquí como en la eternidad”. 2

Para que los propósitos de la escuela cristiana sean cumplidos, los alumnos y maestros por igual deben llegar a entender que ellos viven y aprenden en la presencia de Dios, quien se deleita en los procesos de enseñanza y aprendizaje cuando son dados en amor y servicio a Él. El aprendizaje no existe por el mero propósito de aprender, sino que debe ocurrir en el contexto de una comunión creciente con Él. Como lo dijo el salmista, “¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!… Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, La luna y las estrellas que tú formaste, Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria?” (Salmo 8:1, 3, 4a) Nuestro aprendizaje debe producir humildad y adoración a Aquel quien se revela a nosotros en la Creación y en la Biblia.

Cuando comprendemos que estamos llamados a amar a Dios con nuestros corazones y nuestras mentes en la escuela, estamos entonces listos para emprender el llamado de Dios a ejercer un dominio creativo y redentor sobre su mundo. ¿Qué quiere decir ejercer un dominio creativo? Dios nos llama en Génesis 1:26-28 a la tarea de gobernar y administrar su mundo.

En respuesta, las escuelas cristianas deben equipar a los alumnos con las herramientas y el conocimiento para desarrollar las potencialidades del orden creado y a administrarlo en nombre de Dios. Las escuelas nunca enseñan meramente para promover los intereses personales del alumno, aunque seguramente el alumno se beneficia al aprender.

Para las escuelas, es vital que enseñen a los alumnos que ellos están siendo equipados no para ser meramente doctores, abogados, ingenieros, plomeros o secretarias. Los alumnos deben llegar a conocer que las habilidades que ellos adquieran no son para servirse a sí mismos, sino para servir a Dios al usar sus capacidades para ejercer dominio sobre este mundo.

Las escuelas cristianas también enseñan a los alumnos a ejercer dominio redentor sobre el mundo, todo en el nombre de Cristo Jesús y para su gloria. ¿Qué quiere decir esto? Debido a la caída en pecado de la humanidad, la tierra en si misma está maldita, y uno de los objetivos más importantes de la educación es equipar a los alumnos a superar los efectos de la caída en ellos mismos, sus familias, sus empleos y en el mundo en general. Las personas y las cosas deben ser restauradas a su significado creacional. Hay una manera de ver esta restauración a un alto nivel, la cual solo puede llegar con el regreso de Cristo Jesús y el regocijo de su pueblo alrededor de su trono. Pero existe también una manera de verla en las cosas pequeñas, viendo como esta restauración ocurre todo el tiempo en innumerables y variadas maneras. Se limpian los ríos, se reconcilian los esposos, las escuelas reciben los recursos adecuados y maestros calificados, se visita a la viuda y al huérfano, al igual que los ancianos en los asilos. Las personas se unen en causas virtuosas, los adultos salen a trabajar en empleos gratificantes y las comidas son momentos de buenas conversaciones y celebración en lugar de mera ingestión de comida. Hay mucho deleite y resplandor: el camino del hombre con una doncella, el camino del barco en el mar y el camino de la serpiente sobre la roca. Se resuelve un problema y una disputa, se arregla una gotera, la calefacción está encendido y el bloqueo ha terminado. La escuela cristiana debe estar llena de oportunidades para explorar triunfos grandes y pequeños que lleven a vidas más ricas y piadosas. Dentro de este gran propósito de equipar a los alumnos para el dominio creativo-redentor sobre la creación de Dios, hay algunos comportamientos claves que la escuela cristiana debe engendrar en sus alumnos. Ninguna misión escolar será exitosa a menos que los alumnos sean cambiados de maneras significativas. Lo que sigue es una descripción de los varios efectos que una buena escuela cristiana tiene en sus alumnos.

La escuela cristiana enseña

a los alumnos a pensar bien3

Si bien es cierto, el papel de los alumnos va más allá de solo ejercer el pensamiento, si estos fallan en pensar bien, se perderán de aquello que es lo más importante en una escuela cristiana. Es importante condicionar esta declaración, debido a la posibilidad de que un intelectualismo árido suplante lo que debe ser un asunto del corazón con Dios.

Un buen lugar para comenzar es con esta declaración clásica del propósito de la educación en el informe de la Universidad Yale de 1828. Los autores del reporte señalaron que “los dos grandes puntos a ser ganados en la cultura intelectual son la disciplina y el mobiliario de la mente: expandiendo su poder y aprovisionándola con conocimiento”.

El valor de esta declaración está en la metáfora del “mobiliario”, la cual comunica una verdad importante sobre el pensamiento. Pensar bien conlleva más que la mera absorción de información. Dicha información debe ser clasificada, analizada, categorizada e interpretada de acuerdo a las suposiciones básicas de la naturaleza de la realidad.

¿Qué tipo de mobiliario debe habitar en las mentes de los alumnos? ¿marxista? ¿secularista? ¿positivista y científica? ¿cristiana? ¿Debe el mobiliario ver hacia afuera, hacia adentro o hacia ambos lados? ¿Creerán los alumnos que la ciencia es dios? ¿Qué el dinero es dios? ¿Qué el estado es dios? ¿Que uno mismo es dios? ¿Jehová es Dios?

En efecto, lo fundamental para pensar bien es adquirir una forma específicamente cristiana de concebir la realidad. Esto es mucho más que una piedad sentimental que cubre una cosmovisión secular, y es muy diferente de un adoctrinamiento irracional que substituye la creencia coaccionada por la alimentación de la mente.

La piedad por sí sola tiende a aislar a los alumnos de los problemas del mundo y a hacerles pensar que el Señor está interesado únicamente en su vida devocional delante de él. El claustro, y no la escuela cristiana, apoya tal punto de vista. Por otro lado, el adoctrinamiento hará que los alumnos piensen que los cristianos siempre están en lo correcto, y que los problemas del mundo vienen de las personas malas que están en el exterior. El mobiliario de la mente del cristiano, sin embargo, habilita a los alumnos para ver los problemas no solo en la cultura secular sino también en las comunidades cristianas.

La escuela cristiana debe proveer a sus alumnos con este tipo de mobiliario mental cristiano. Y una vez que ellos lo tengan, todas las artes, ciencias, humanidades y otras profesiones estarán allí listas para que ellos las exploren. No existe algún dominio “sagrado” reservado para los cristianos. El pensador y político holandés Abraham Kuyper una vez dijo que la bandera cristiana debería ser colocada en cada pulgada cuadrada de este mundo. Esto es verdad no solo de la geografía sino también en los dominios del conocimiento. Los cristianos que piensan como cristianos son necesarios en cada caminar y pensamiento de la vida: científicos y sabios, predicadores y políticos, poetas y oficiales de policía.

Pensar bien conlleva ciertas respuestas de los alumnos hacia el mundo que los rodea. Aquí hay tres respuestas.

La escuela cristiana enseña

a los alumnos a celebrar la vida

La educación no solo sirve para pensar—también sirve para vivir. Y uno de los verdaderos gozos de vivir es la celebración de la vida. Esta no es la mera búsqueda de placer de una manera egoísta y hedonista, ya que la verdadera celebración no debe ser reducida a una excitación de los sentidos, aunque muchas veces despierta los sentidos. La celebración es la respuesta natural de ser un hijo vivo de Dios en el mundo de Dios con todas sus riquezas, variedad, forma, color, intensidad, extensión y propósito.

En su reprensión a Job, Dios señala la grandeza de su creación y amonesta a Job a no malinterpretar sus propósitos: “¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? Házmelo saber, si tienes inteligencia. ¿Quién ordenó sus medidas, si lo sabes? ¿O quién extendió sobre ella cordel? ¿Sobre qué están fundadas sus bases? ¿O quién puso su piedra angular, Cuando alababan todas las estrellas del alba, Y se regocijaban todos los hijos de Dios?” ( Job 38: 4-7) ¡Claramente, debemos deleitarnos en aquello que Dios ha creado!

Un escritor expresa este sentido de celebración en la sencilla tarea de comer una naranja. Dios pudo haber dado a la humanidad comida carente de color, textura, aroma y sabor. En efecto, él pudo haber creado el mundo de un gris monótono, pero no lo hizo. Los maestros deben hacer que los alumnos consideren la naranja. Deben meditar en su aroma, anticipar el fuerte sabor antes de morderla. Dios dio la naranja a la humanidad, y la escuela cristiana puede dar a los alumnos una razón para apreciar la naranja como algo más que solo nutrición para sus cuerpos. La educación de la escuela cristiana debe equipar a los alumnos a disfrutar aquello que vale la pena disfrutar, y a ser indiferentes a las influencias distorsionadas del hedonismo y del materialismo. De forma similar, la escuela cristiana debe ayudar a sus alumnos a tener un sentido del humor. Ellos tienen que saber que la gran narrativa de la Historia termina bien para aquellos que pertenecen a Cristo Jesús. La vida no es solo una cosa después de otra; tiene un patrón y propósito a lo largo de toda ella. Hay razones importantes para estar feliz ahora y tener un sentido del humor. Dios da a la creación su diseño, y la escuela cristiana debe ayudar a los alumnos a ver dicho diseño y a darles razones bíblicas para deleitarse en la creación y en Aquel que la creó.

La escuela cristiana enseña

a los alumnos a lamentarse, a enojarse

Algunas personas dicen que la juventud cristiana de hoy está demasiado preocupada con su mundo personal como para notar cualquier cosa o cualquier persona aparte de ellos. La única razón para enojarse sería la incomodidad personal o las inconveniencias. Ellos dicen que la búsqueda de auto realización que en su mayoría domina a la cultura también caracteriza a los cristianos. Otros se quejan de que la educación cristiana hace poco por corregir el problema. Un escritor ha dicho que los educadores cristianos deben evitar “producir… alumnos que son bastantes capaces de encontrar éxito en el mundo, pero no están listos para influenciarlo. Alumnos que están preparados para vivir cómodamente para Cristo, pero no están equipados para unirse a la causa en el nombre de Cristo”. El mundo está quebrantado, torcido por el pecado, el cual no solo infesta a las personas, sino también distorsiona a las instituciones que los rodean. Hay una brecha entre el estado actual de todas las cosas y el estado que deberían tener—en la política, en el cuidado de la salud, en el medio ambiente, en la educación, en la familia y en la iglesia. El profeta Ezequiel lamenta la infidelidad de Jerusalén y la compara con Sodoma: “He aquí que esta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ociosidad tuvieron ella y sus hijas; y no fortaleció la mano del afligido y del menesteroso”. (Ezequiel 16:49) Otro profeta que se lamentó de la brecha entre el estado actual de las cosas y lo que deberían ser fue Isaías. Él le dijo a Judá: “Quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda”. (Isaías 1: 16b, 17)

De manera similar, las escuelas cristianas deben equipar a los alumnos a vivir en justicia y sanidad en un mundo caído. Y parte de ese equipamiento es conocer cuándo y cómo lamentarse, cuándo y cómo enojarse. En efecto, las escuelas cristianas deben preparar a sus alumnos a “cerrar brechas”.

El filósofo cristiano Nicholas Wolterstorff desafía a las instituciones educativas a “demostrar y enseñar el lamento”. En respuesta, la escuela cristiana debe animar a los alumnos a afligirse por ellos mismos y por otros. La sanación, escribe Wolterstorff, comienza con un lamento sincero. Educar para el mundo real significa rehusarse a ser insensible al sufrimiento y el dolor en el mundo real. Los alumnos deben estar profundamente afectados por la injusticia y el sufrimiento.

La escuela cristiana enseña a los alumnos

el significado del compromiso

Es verdad que las escuelas cristianas cometen errores. Los maestros son todavía pecadores, lo que quiere decir, entre otras cosas, que lo que ellos enseñan y la forma en la que lo enseñan refleja algunas veces la deformación y falta de percepción que afecta a los seres humanos pecaminosos. Los alumnos también son pecadores, y ellos pudieran no siempre usar bien su tiempo y poder mental. Pero por la gracia de Dios, las escuelas cristianas tratan de ser escuelas cristianas; tratan de entregar la vida de la mente al Rey Jesús. Tratan de comprometer la empresa académica al Dios de la Biblia y no a las fuerzas seculares de este mundo.

En efecto, la esencia de la educación de la escuela cristiana es el amor bíblico y el compromiso con Dios. En el Antiguo Testamento, Abraham estaba atado al Señor como su siervo obediente. “Yo soy El Shaddai”, dice el Señor, “anda delante de mí y sé perfecto”. De igual manera, a través del pacto, Dios se comprometió a sí mismo con una promesa a Abraham y sus descendientes a ser su Dios y a cumplir sus promesas hacia ellos.

Hoy como los “descendientes de Abraham” contemporáneos, los maestros cristianos y alumnos continúan comprometiéndose a sí mismos con Dios como su primera lealtad. Y todas las metas importantes que las escuelas cristianas tienen —impulsar la alfabetización, buenas morales, ciudadanía responsable y habilidades de trabajo— deben ser vistas como subordinados a la meta general del amor y compromiso hacia Dios. Esta meta general dará aún mayor significado a las metas menores. Los alumnos aprenden sobre el mundo de Dios en última instancia para servir al Dios quien los creó. Las escuelas cristianas hacen bien cuando sus alumnos proceden, en amoroso compromiso hacia Dios, a ser ciudadanos responsables y miembros leales de la iglesia. Esta es la misión de la escuela cristiana.

Preguntas para discusión

1. ¿Qué significa equipar a los alumnos para el dominio creativo del mundo de Dios? ¿Qué significa el dominio redentor?

2. Las escuelas frecuentemente consideran que su misión es preparar alumnos para el siguiente nivel escolar o preparar alumnos para un trabajo. ¿Cómo justificarías el equipar alumnos para amar y servir a Dios como parte central de la misión de la escuela?

3. ¿Cómo podrías incorporar el lamento y la celebración en el salón de clases?

Primero los Fundamentos

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