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RAÍCES HISTÓRICAS

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El punto de partida más natural para iniciar el estudio acerca del cristianismo reformado es la Reforma protestante. Este movimiento se desarrolló por medio de los esfuerzos de cristianos comprometidos como Martín Lutero, para reformar la Iglesia establecida de su tiempo, a la que ahora llamamos Iglesia Católica Romana. Lutero no tenía intención de iniciar una nueva iglesia; él simplemente unió su voz al creciente coro que reclamaba una corrección de los abusos más patentes. Sin embargo, la protesta de Lutero basada en su propia profunda búsqueda de la verdad bíblica, resonó con autoridad. Llegó a la inconmovible convicción de que, para ser fiel al Señor, la Iglesia debe estar edificada sobre la autoridad absoluta de la Escritura. Fue la Escritura la que él esgrimió para llamar a la Reforma. La postura sin compromisos de Lutero le forzó a dejar la Iglesia de Roma en 1520, y el nuevo movimiento se puso en marcha.

Desafortunadamente, tras unos pocos años ocurrió una división entre las nuevas iglesias asociadas con Lutero (Luteranas) y aquellas que se iban reformando en Suiza y otras partes de Europa, que serían llamadas iglesias “reformadas”. El líder eventual de las iglesias reformadas fue el francés Juan Calvino, el principal maestro de la iglesia de Ginebra. La influencia de Calvino fue tan extraordinaria que incluso hoy los términos “reformado” y “calvinista” son casi sinónimos. A menudo se le ve como el que sistematizó la explosión de nuevos preceptos que brotaban de los líderes y maestros del movimiento de la Reforma.

Estos preceptos fueron la base de su estudio clásico, Instituciones de la Religión Cristiana. Las Instituciones comenzó como una obra escrita en 1536 al rey de Francia, en que explicaba que la “nueva” religión que había sido abrazada por muchos de sus súbditos, era en realidad una vuelta a una religión delineada directamente de la Sagrada Escritura. La obra fue revisada y aumentada cuatro veces más, mientras Calvino llegaba a una comprensión más plena de la religión verdaderamente bíblica. Hoy en día, todavía se estudia la edición final de 1559. Aunque fuera uno de los mayores pensadores de la Historia, Calvino nunca pretendió ser original. De hecho, hizo todo lo posible para evitar serlo, comparando sus ideas con la enseñanza bíblica y los puntos de vista de los grandes maestros cristianos que lo precedieron.

Lo que emergió de los escritos y la enseñanza bíblica extensiva de Calvino fue la convicción de que la Biblia, cuando se le permite hablar por sí misma, es internamente consistente, y provee una perspectiva desde la cual se podría considerar cada cuestión en la vida. La ilustración clásica de Calvino habla de las Escrituras como lentes que nos ponemos para corregir nuestra visión distorsionada por el pecado. A través de esas lentes ganamos una comprensión correcta acerca de Dios y del mundo que Él creó. El principio subyacente que unifica todo lo que la Biblia enseña, era lo que Calvino llamó “el conocimiento de Dios”. Este término es importante porque, para Calvino, la Biblia era más que una revelación acerca de Dios –esto es, un libro de teología– también era la revelación salvadora que Dios da de sí mismo, con el propósito de llegar a conocerlo y servirlo.

La influencia de Calvino sobre los líderes emergentes de la Reforma fue enorme. Primero, su habilidad para mostrar que la base Escritural de todo lo que había enseñado le dio una credibilidad inmediata ante todos los que tenían la misma alta estima por la autoridad de la Biblia. Además, debido a su desarrollo cuidadoso y sistemático, los principios de Calvino eran sencillos para enseñar. La doctrina que emanó desde Ginebra tenía una amplia recepción que interesaba tanto a académicos como a campesinos.

Durante los años más activos del ministerio de Calvino, una incesante corriente de líderes, celosos y aptos se fue a Ginebra para escapar la hostilidad contra los protestantes en sus propios países. Mientras en Ginebra añadían a su celo el conocimiento, más tarde regresaban a sus hogares como cuidadosos maestros de la Palabra. En ellos ardían deseos de ver a sus compatriotas llegar a una fe genuina en Cristo y ser reformados en una iglesia verdadera. Estas iglesias tomaron diferentes nombres: Presbiterianos en Escocia e Irlanda; Puritanos en Inglaterra; la Iglesia Reformada en Holanda, Alemania, Suiza, Hungría y Polonia; y Hugonotes en Francia. A pesar de las diferencias nacionales y culturales, ellos llegaron a ser una “familia” informal de iglesias, entretejidas por la doctrina común.

John Knox, a menudo llamado el “Padre del Presbiterianismo”, es un ejemplo concreto de la influencia de Calvino. Knox huyó de Escocia y posteriormente de Inglaterra para llegar a Ginebra en 1555. Sirvió como pastor de los exiliados angloparlantes mientras estudiaba bajo Calvino. En 1559 regresó a Escocia para liderar la reforma de la iglesia de su nación. El desarrollo teológico de la Iglesia de Escocia es un vínculo vital en nuestro legado reformado.

Muchos presbiterianos escoceses emigraron a las nuevas colonias al otro lado del Atlántico. Muchos de ellos se habían radicado primero (a menudo a la fuerza) en Irlanda del Norte, y fueron llamados por consiguiente, escoceses-irlandeses. Tras llegar a América, estos primeros pobladores (tanto escoceses como escoceses-irlandeses) se concentraron en las colonias del sur y centrales, así como en las comunidades fronterizas. Por el tiempo de la Guerra Revolucionaria, los presbiterianos eran la mayor denominación en las colonias y en su mayor parte, fueron entusiastas partidarios de la independencia de Inglaterra. Los presbiterianos tuvieron un papel fundamental en el desarrollo espiritual y político de los Estados Unidos.

¿Qué es una Iglesia reformada?

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