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CAPÍTULO 3

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La más alta moral hace una reverencia por un simple respeto hacia los demás.

—Anthropos, La Bondad del Hombre

Dev se puso de pie, ligeramente agachada, con el arma en su mano y corrió rápidamente hacia su lista de alternativas. Estaría entre sus derechos, como capitana de esta nave, abrir fuego de inmediato contra el intruso—pero ese curso de acción sería una estupidez bajo estas circunstancias. Los rayos láser de su arma podrían dañar parte de la mercancía que se encontraba estibada hacia arriba y que la rodeaba por completo; y de todos modos, los nativos no podrían tener armas muy potentes, ya que su tecnología no se extendía mucho más allá de cuchillos y lanzas.

Por su cabeza se cruzó el pensamiento de que este no podría ser un nativo ordinario y su aparición aquí podría tener alguna conexión con los eventos acaecidos más temprano. Posiblemente, era algún espía de los dioses, que vino a observarlos personalmente. Pero hace apenas un momento, ella había afirmado que los dioses eran seres con una elevada experiencia tecnológica; enviar a un nativo para espiarlos no sería algo propio de esos personajes. Por ahora, Dev tachó esa posibilidad, aunque mantuvo su arma preparada. Era su política personal que al negociar con cualquier otro ser pensante, debía usar la coacción física sólo como un último recurso.

“Dunnis,” llamó al ingeniero en voz baja, quien continuaba en el corredor sobre ella, mirando con preocupación hacia la bodega. “Despierte a Larramac y a Bakori. Dígales que tenemos un polizón en la bodega y tráigalos aquí. Puedo requerir de su ayuda.”

El gran hombre dudó dejarla sola. “¿Está segura que estará bien? Una mujer sola con un intruso desconocido—”

Ten paciencia con las buenas intenciones, dijo para sí con firmeza. Con frecuencia, no pueden evitarlo. “Vaya. Ahora. Es una orden.”

Dunnis obedeció.

Dev volcó toda su atención sobre el nativo. No se había movido de su posición inicial tras un lote de cajas. Ya que la criatura debía saber que Dev había ingresado a la bodega, al parecer no se encontraba segura de haber sido vista y no quería hacer ningún otro movimiento. Además, debía usar el silencio para escuchar cualquier sonido que le indicara movimiento en dirección a ella.

Manteniendo el arma lista para disparar, Dev encendió el casco traductor que aún tenía puesto. “Quienquiera que seas, sé que estás aquí,” dijo en un tono tranquilo y calmado. “Mi nombre es Ardeva Korrell y soy la capitana de esta nave. ¿Cuál es su nombre?”

El interlocutor seguí sin moverse. Posiblemente haya pensado que Dev estaba fingiendo, o probablemente tenía mucho miedo. Tuvo que disipar cualquier temor que pudiera tener.

“Quiero decir que no tiene malas intenciones,” prosiguió. “Sólo quiero saber por qué decidió ocultarse a bordo de mi nave. Sé exactamente dónde se encuentra, pero le prometo que no me acercaré hasta que hablemos. Si no me perjudica ni a mi equipo, ni a mi nave, le garantizo que no lo lastimaré.”

La alfombra de pelaje que originalmente había visto, se perdió de su vista mientras el nativo se agachó aún más debajo tras las cajas.

“Por favor, no intente esconderse; eso no le hará ningún bien. Esta es una nave pequeña, y hay pocos lugares adonde pueda usted ir antes de que lo encontremos. Imagino que este es un lugar extraño y atemorizante para ti, y soy una criatura desconocida y repulsiva, proveniente de las estrellas. A pesar de ello, he negociado justamente con su gente durante los dos días que he estado aquí en su pueblo. Todo lo que le pido es saber por qué has venido.”

Su voz hizo un eco a través de la bodega grande, pero el silencio regresó mientras las últimas partes de sus palabras se desvanecían. Miró la cámara buscando un punto táctico, preguntándose exactamente qué hacer en caso de hacerse necesaria la acción. La bodega no estaba aclimatada; las frías paredes de metal al parecer multiplicaban el clima frío y húmedo del exterior y producían un escalofrío que la hizo temblar aún a pesar de que el material de su uniforme espacial mantenía su cuerpo a una temperatura adecuada.

Cajas y cajones de diferentes tamaños estaban apiladas muy cerca entre sí, por la necesidad de acomodar un gran número en un pequeño volumen; los pasillos entre las pilas de contenedores necesariamente eran estrechas y no eran apropiadas para realizar frenéticas cacerías. Ella esperaba que eso no fuera necesario.

El nativo continuaba sin hacer ningún movimiento para mostrarse. Piensa, se dijo a sí misma. Intenta razonar con la psicología de estas personas. Sabes lo suficiente sobre ellos para hacer una suposición educada. “Mi paciencia es genial, más no es ilimitada,” dijo finalmente. “Estoy comenzando a sentirme un poco cansada del monólogo. Si no me respondes pronto, me veré obligada a tomar acciones más drásticas.”

Entonces, la inspiración le golpeó. “Y después de atraparte, te lanzaremos de la nave a la misericordia de los dioses.”

Esa última amenaza dio en el clavo. Escuchó un sonido que su computadora no logró traducir; parecía más bien un suspiro involuntario que su habla. Pero al menos fue una reacción. Se encontraba en el laso correcto.

“No quiero hacer eso,” continuó. “No me fuerces a hacerlo. Háblame. Ahora.”

Una voz baja y dubitativa emitió un gruñido desde atrás de las cajas. “¿Me… me promete que no me sacará de aquí?” tradujeron los audífonos.

“No puedo prometer nada, no hasta que yo sepa por qué estás aquí y cuáles son tus intenciones. Cuéntame tu historia y permíteme decidir por mí misma.”

“No la puedo contar. Los dioses me matarían.”

Un fugitivo. En lugar de ser un espía para los dioses, este nativo estaba huyendo de ellos. O parecía agresivo ni hostil, a pesar de ello; Dev supo que este delito era más de naturaleza herética.

“Estás seguro aquí. Los dioses no pueden escucharte mientras estés adentro de la nave.” Se arriesgó lo suficiente como para dar un paso hacia el nativo y no se alejó. “Dime por qué estás aquí y veré qué puedo hacer para ayudarte.”

El nativo se enderezó lentamente y la miró. La expresión de su úrsido rostro era imposible de leer, pero Dev se permitió imaginarse que se veía triste y suplicante.

Justamente una voz salió desde la escotilla sobre ella. “No te preocupes, Dev, vamos en camino. Lo atraparemos.” Hubo un ligero traqueteo y un resonante ruido sordo al tiempo que la alta figura de Roscil Larramac bajó al piso al lado de ella. “¿Dónde está?” preguntó. Sus palabras viajaron en voz alta a través de la bodega.

El nativo, quien apenas comenzaba a creer en la tranquilidad y los tonos razonables de Dev, entró en pánico. Amoldándose como mejor podía entre el estrecho pasadizo entre ambas filas de cajas, el polizón corrió en dirección opuesta, hacia la pared más retirada de la bodega. Dev supo que el polizón se sintió engañado.

Dev se dio la vuelta hacia su jefe, sin ni siquiera preocuparse por mantener su temperamento bajo control. “Maldición, ¿por qué tenía que hacer eso? Tenía todo listo para lograr que se rindiera. Sudé sangre intentando razonar con él, y apenas estaba comenzando a creerme cuando usted se lanzó desde el techo como toda una manada de cuadrodontes en celo. Ahora está completamente asustado de nuevo, doblemente asustado, y todos tendríamos que sacarlo de aquí. ¿Exactamente en qué lugar del espacio cree que estamos?”

Larramac se mantuvo en su lugar. Dado que es un hombre de negocios, tenía años de experiencia en discusiones de negocios. Su técnica para lidiar con confrontaciones consistía en dar una respuesta. “Pensé que la estaba rescatando. Creí que usted estaba en problemas. Debí saber que una eoana sería muy orgullosa para admitir que necesita ayuda.”

Esa ráfaga de rabia sacó las frustraciones de Dev. Se sintió culpable por lo que había demostrado, pero sólo un poco. Incluso los eoanos reconocían el efecto catártico de los estallidos emocionales. “Las emociones violentas pueden limpiar el alma,” había dicho Anthropos. “Como las drogas, deben usarse de manera terapéutica—más debe evitarse la adicción.”

Al estar más calmada, miró a su empleador con una mirada que indicaba calma. “Podríamos seguir culpándonos uno a otro durante toda la noche, pero nuestra preocupación principal por ahora es atrapar al polizón. Al parecer, es un fugitivo; sospecho que hizo algo que ofendió a los dioses locales y quiere ocultarse aquí. Probablemente tenga tanto miedo a nosotros como a los dioses. No creo que pueda estar armado con algo más terrible que un cuchillo, pero una persona que se ve amenazada siempre es peligrosa.”

Por la expresión sorprendida en el rostro de Larramac, Dev decidió que se encontraba listo para una batalla de gritos. “¿Qué sugiere que hagamos?”

“Estamos tan atados de manos como él; no quiero poner en riesgo a ninguno de nosotros para capturar a nuestro visitante. Además, probablemente cuatro personas no sean suficientes para hacer el trabajo—y no tan asustados como la criatura en este momento. Creo que mejor dejamos que los robots lo busquen.”

“¿Cuatro personas?” Larramac parpadeó y miró a su alrededor. “¿Dónde está Zhurat?”

“Es una espeluznante y larga historia de terror.” Dev caminó hacia la escalera y subió hacia la sala de almacenamiento de robots. Después de abrir la puerta comenzó a reactivar los robots e indicarles qué hacer. “El nativo deben ser capturado vivo y sin armas,” insistió. “Sean gentiles pero firmes. Está atemorizado, pero su cuchillo no debe ser una gran amenaza para ustedes.”

La compañía del Foxfire contenía veinte robots de tipo pesado. Eran cilindros altos y esbeltos, pesando algo más de unos cien kilos cada uno y con formas físicas vagamente humanoides, pero con mayor fuerza y resistencia. Los robots tenían inteligencia limitada, por lo que requerían de un supervisor; pero las órdenes de Dev—capturar al intruso alienígena—habían sido dadas de la manera más sencilla posible.

Dev desplegó sus tropas mecanizadas enviando grupos de cuatro por cada pasillo hacia el lado más retirado de la bodega. Los robots se movían lentamente y con mucha precaución; el hecho de verlos traía a la mente de Dev monjes medievales caminando al ritmo de cantos gregorianos. Sintió una punzada de lástima por el pobre nativo atemorizado, quien vería acercarse a él a estas amenazantes criaturas, pero no había otra forma. El intruso debía ser capturado tan pronto como fuese posible de una manera segura.

Mientras los robots se acercaban sin tregua hacia su objetivo, Dev le contó a Larramac y a Bakori sobre los eventos que sucedieron anteriormente esa noche en el pueblo. Ambos hombres estaban aturdidos al saber sobre la muerte de Zhurat causada por un rayo divino, además del discurso del ángel. Sin profundizar demasiado sobre sus suposiciones sobre la naturaleza de los dioses, Dev les contó que encender los escudos meteoroides haría que sus conversaciones adentro de la nave fuesen seguras.

Los robots se acercaban al nativo al final de la bodega. Este ser, similar a un osito, se encontraba atrapado pero se negaba a rendirse ante los abrumadores extraños. Al darse cuenta de que su cuchillo podría ser inútil contra las grandes máquinas, miró a su alrededor buscando otra arma para usar. Desesperado, tomó una gran caja entre sus manos y la arrojó contra el robot más cercano. La máquina levantó uno de sus brazos para defenderse y fácilmente esquivó al misil. La caja se estrelló contra una pila de cajas, las cuales cayeron en la fila siguiente, interponiéndose en el camino de los demás robots, causándoles demora en su persecución y regando sus contenidos por el piso.

Mientras los robots se detuvieron para recoger la mercancía y abrirse paso entre las cajas caídas, el polizón vio una apertura temporal. Moviéndose con una velocidad casi inconsistente con su cuerpo rechoncho, el nativo se arrojó entre el grupo de robots en un pasillo y se evadió bajo sus brazos que se sacudían ferozmente. Se puso tras las máquinas que habían intentado capturarlo, haciendo una loca carrera por la libertad—aunque era un misterio para Dev hacia dónde esperaba ir.

Por el momento, a pesar de ello, fue directamente hacia su ingeniero. “¡Dunnis!” gritó ella—innecesariamente. El gran hombre ya había visto venir al nativo.

Dunnis sólo tenía que dar tres pasos hacia su derecha para estar en posición de interceptar al alienígena. Mientras la peluda criatura corría hacia él, el pelirrojo ingeniero se agachó y abrió sus brazos para atrapar al fugitivo. El daschamés tenía tantas ganas de escapar de los robots que ni siquiera notó la presencia del humano hasta estar a unos cuatro metros de distancia, ya para ese momento, era demasiado tarde para fijarse en su avance. Los dos seres chocaron con un golpe discordante que Dev pudo sentir a mitad de la bodega.

El ingeniero cerró sus enormes brazos alrededor del nativo, quien luchó fieramente por liberarse. Los otros tres humanos corrieron para ayudar a Dunnis y Dev silbó para solicitar asistencia por parte de varios robots, los cuales se encontraban parados alrededor preguntándose qué hacer. Aunque el alienígena dio una buena pelea, fue reducido rápidamente y conferido a la custodia de dos robots.

“Llévenlo a la cabina de Zhurat y enciérrenlo. Luego permanezcan en guardia en ambos lados de la puerta para asegurarse de que no escape,” le ordenó Dev a las máquinas. “Tenemos que arreglar este desorden antes de interrogarle.”

Mientras los robots se movían para obedecer, miró a su alrededor el caos en la bodega. Varias docenas de cajas grandes habían sido arrojadas de sus pilas y estaban regadas sobre el suelo. Dev notó con interés que era una esta era una sección de la bodega que había sido un misterio para ella; Larramac se había negado a decirle qué había en esas cajas particulares y cuál planeta era su destino. Dev no había tocado el tema, consciente de la forma como su predecesor había perdido su trabajo; pero ahora sería imposible para su jefe evitar que ella descubra el secreto de su carga.

Al tiempo que caminaba hacia la mercancía derramada, tuvo que hacer un esfuerzo consciente para mantener su sorpresa bajo control. El piso estaba repleto de armas de todo tipo, desde pistolas láser, pasando por rifles, granadas, armas automáticas que pudieran arrasar pueblos—equipo lo suficientemente letal para surtir a una pequeña armada. Y eso estaba sólo en las cajas que se habían abierto al romperse. ¿Cuánto más arsenal continuaba en los contenedores sellados?

Roscil Larramac era un traficante de armas.

***

Aunque Larramac sabía que ella había visto la carga, ninguno dijo una palabra al respecto. Dev tenia muchos otros problemas que requerían su atención inmediata y prefería darse el lujo de trabajar en una a la vez. Guardó el asunto de las armas en el último lugar de su mente para un comentario en el futuro—pero no estaba olvidado.

“¿Podrían ustedes tres dirigir a los robots en la limpieza?” le pidió a Larramac. “Me imaginé que, ya que comencé a hablarle a nuestro cautivo con anterioridad, yo también podría continuar con ese trabajo, si no tienen ustedes alguna objeción.”

“No, no, adelante. Nos encargaremos de las cosas aquí, si está segura de que estará bien arriba.” El dueño de la nave habló rápidamente, tratando de ocultar alguna culpa latente acerca de la carga.

Voluntariamente, Dev dejó la limpieza en manos de los hombres y las máquinas mientras subió hacia el núcleo central de la nave al nivel de los cuarteles de la tripulación. Según sus instrucciones, los robots habían cerrado con llave la puerta del camarote de Zhurat y un robot permanecía de pie a cada lado de ella.

“Estoy entrando,” le dijo a ambos guardias robots. “Si el alienígena intenta escapar, atrápenlo—pero no lo lastimen.” Con eso, abrió la puerta y entró.

El alienígena se sentó en la cama plegable al extremo más retirado de la pequeña cabina, escondiéndose contra el tabique y mirándola. Por su estilo de ropa y estructura corpórea general, ella concluyó que su cautivo era un varón de su especie.

“Hola otra vez,” dijo con calma, cerrando la puerta tras de ella y apoyándose casualmente contra ella para darle un sutil refuerzo al concepto de que él era su prisionero. Su pistola estaba ahora en su funda; sus manos estaban vacías y abiertas en señal de paz. “A pesar de toda la agitación de la última media hora, realmente nada ha cambiado. No somos una amenaza para ti. Podríamos haberte matado, pero no lo hicimos. Eso debería probar nuestras buenas intenciones. Ahora, debes probar las tuyas. Ya te dije mi nombre. ¿Cómo te llamas?”

El alienígena la miró durante un largo rato. Finalmente, al darse cuenta de que no tenía otra alternativa sino creerle, dijo “Grgat Dranna Rzinika.”

“Muy bien, Grgat Dranna Rzinika, ¿te importaría decirme por qué abordaste mi nave?”

“Estaba huyendo.”

“¿De quiénes?”

“De los dioses.” La computadora traducía las palabras de manera casi monótona, pero a Dev no hacía falta tener un diploma en alienología detectar la amargura y disgusto en la voz de una criatura.

“¿¿Por qué?” Cuando el nativo dudó por un momento, Dev agregó, “Recuerda que no podrán oírte mientras estés en esta nave. Puedes hablar libremente.”

“¡Los odio!” explotó Grgat repentinamente. “Son crueles e insensibles. Preferiría apoyar a los demonios del espacio exterior que seguir viviendo bajo el dominio de estos dioses.”

“Así que, ¿soy un demonio?”

Grgat la miró cuidadosamente. “No, pareces un mortal como yo, aunque sí tienes poderes místicos. Pero vienes del reino sostenido por los demonios, y... Y yo quisiera que me llevaras contigo.”

Dev se apartó de la puerta hacia la cama donde estaba sentado su nativo. Se sentó en la esquina opuesta, con precaución de no hacer ningún movimiento repentino o amenazante. “No intento discutir,” dijo, “pero debo saber tus motivos. ¿Por qué odias a los dioses? ¿Por qué arriesgas tu vida para escapar de ellos?”

Las manos en forma de garras del alienígena temblaban nerviosamente. “Porque asesinaron a mi esposa, Sennet. La mataron sin piedad sólo por seguir sus instintos naturales. Ellos—”

Dev interrumpió su incipiente discurso. “¿Sennet se pronunció en contra de ellos?”

“No, esa es la ironía. Era una leal y auténtica creyente. Siempre me regañaba para que fuera más entregado.”

“Entonces, ¿por qué la mataron?”

“Porque se embarazó. Nuestro pueblo ya alcanzó su cuota máxima asignada, incluso después que algunas personas murieron—incluyendo a nuestra única hija—nos negaron el permiso para incrementar la población. Debía ser nuestro turno, pero cuando Sennet quedó encinta los dioses enviaron a uno de sus mensajeros a sacar al bebé de su vientre. Frente a todo el pueblo, le rogó y le suplicó al ángel que no se llevara a nuestro bebé. Fue más respetuosa a medida que rogaba, pero aún así—sólo para mostrarle la futilidad de discutir con los dioses—la mataron. Luego, porque nuestro pueblo está muy bajo la cuota, le dieron la asignación a la próxima pareja en la lista.”

Cuando terminó de hablar, Grgat estaba mirando sus pies, evitando por completo la mirada de Dev. “No puedo adorar a quienes le hicieron algo tan cruel a una seguidora tan leal como Sennet. No me importa que sean dioses, o que puedan matarme con un solo pensamiento—no puedo adorarlos.”

“No,” dijo Dev con suavidad—tan suavemente que su computador casi no pudo captarlo y traducirlo. “No, no esperaría que lo hicieras.” Todos sus instintos salieron de ella para poner un brazo reconfortante alrededor de los hombros de Grgat—pero a la vez temía que el alienígena malinterpretara el gesto. Sus manos permanecieron sosegadamente en su regazo.

Grgat continuó como si no la hubiera escuchado. “Es por lo que, cuando tu nave llegó hace unos días, resolví esconderme abordo y viajar hacia el reino de los demonios. Seguramente no podían ser peores que los dioses que tuve que soportar. Cuando subieron una carga de oro a bordo de tu nave esta tarde, me escondí adentro. Estuve escondido aquí hasta que me encontraste. No les haré daño, lo juro.”

“Te creo,” dijo Dev. Luego agregó como un segundo pensamiento, “debes estar terriblemente hambriento, si has estado aquí todo el día sin comida.”

“Lo estoy. Pero espero sufrir.”

“Eso no tiene sentido. Aún los peores prisioneros tienen derecho a comer—y cualquiera que sea tu situación, estás por encima de eso. La química de tu cuerpo no es muy distinta a la de nosotros—creo que podremos encontrar algo nutritivo para ti o algo a lo que estés acostumbrado.”

Dev se puso de pie, fue hacia la puerta y la abrió. “Bakori,” llamó, sacando su cabeza.

El astrogador apareció por debajo. “¿Sí, capitana?”

“Nuestro prisionero no ha comido durante algún tiempo. Vaya a la cocina y prepare algo para ayudarlo hasta que podamos decidir qué haremos con él.”

“Sí, señora.”

Mientras el astrogador se movía para cumplir con su orden, Roscil Larramac también apareció abajo. “¿Comenzó a hablar?”

“Bastante bien,” respondió Dev. “Tiene muchos problemas afuera.”

“También tiene muchos problemas aquí adentro. Quiero hablar con él. Vamos a subir.” Larramac puso la escalera al nivel de Dev.

Dev le advirtió a Grgat que el dueño de la nave quería hablar con él, y que Larramac no le haría daño. El nativo se veía nervioso—apenas se hacía a la idea de hablar con Dev—pero obviamente no estaba en posición de rehusarse.

Cuando Larramac entró, Dev le contó lo que Grgat le había dicho hasta ahora. Cuando terminó, Larramac permaneció en silencio durante un momento, acariciando su perilla pensativamente. Finalmente dijo, “Si lo llevamos con nosotros, podríamos tener problemas con estas deidades locales, quienes quiera que sean. ¿Merece la pena, Dev?”

“Aún no tengo suficiente información. Pero intento obtenerla.” Dirigiéndose a Grgat, dijo, “Tendremos que saber un poco más antes de poder ayudarte. Dinos absolutamente todo lo que sepas sobre los dioses.”

Asalto A Los Dioses

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