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CAPÍTULO 1

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Los dos carriles de la ruta estatal 1 de California discurrían paralelamente a la costa. Al oeste, a veces a tan sólo a sesenta metros de la carretera, estaba el Océano Pacífico, lanzando sus olas sobre la arena y las piedras de la playa estatal de San Marcos. Al este, unos acantilados de roca blanca y desnuda se levantaban hasta una altura de más de sesenta metros. Más allá de los acantilados, una cordillera de montañas. No eran muy altas, la mayor apenas tenía trescientos metros sobre el nivel del mar, pero era suficiente para los habitantes del lugar. Las montañas estaban cubiertas por dispersos bosques de cipreses y malezas enredadas, con pocas especies más de vegetación presentes en pequeños lugares.

En lo alto de acantilado, con vistas hacia la autopista y el océano, había una pequeña cabaña de madera. Estaba en el medio de un claroscuro, la única señal de presencia humana entre tanta naturaleza. Un coche estaba aparcado junto a la cabaña en el lugar donde se había colocado grava alrededor del perímetro del edificio. Esta se extendía hasta unos nueve metros, justo antes de una roca, poco más de cinco metros más allá, hacia los árboles.

Había un estrecho y descuidado camino que conectaba la carretera con la cabaña. No era en línea recta, si no que serpenteaba entre los árboles hasta el claroscuro. Un par de luces se podían ver a lo largo del camino, apareciendo y desapareciendo a medida que un coche tomaba las curvas o pasaba entre los cipreses.

Stella Stoneham permanecía de pie en medio de la oscuridad mirando como aquellas luces del coche se aproximaban. A medida que se acercaban cada vez más, en su interior intentaba ser valiente. Tomó una última calada a su cigarrillo y lo apagó nerviosamente con su pie sobre la grava. Si había alguien al que no quería ver en aquel momento era su marido, pero parecía no tener opción.

Frunció el ceño y levantó la mirada al cielo. La noche estaba despejada, con restos de nubes tapando las estrellas. Miró otra vez a los faros del coche. En un minuto llegaría. Tras suspirar, entró de nuevo a la cabaña.

Normalmente el interior de aquel lugar la alegraba con su luminosidad y su calor, pero aquella noche, irónicamente, parecía llevarla hasta una profunda depresión. La habitación era grande y estaba vacía, dando la imagen de espacio y libertad que Stella quería. Había un gran sofá marrón junto a una de las paredes, con una mesilla y una lámpara junto a él. En la esquina, mirando según el sentido de las agujas del reloj, había un fregadero y una estufa pequeña; un armario colgado de la pared, tallado con filigranas y gnomos rojos colgando de una de sus esquinas. También en aquella pared había un estante con diversos utensilios de cocina, todavía nuevos como el primer día por su falta de uso. Siguiendo en la misma habitación había una pequeña mesa junto a la tercera esquina. La puerta del dormitorio de atrás y del baño permanecía entreabierta, con la luz de la habitación principal penetrando suavemente hacia la oscuridad. Para terminar, había un escritorio con una máquina de escribir, un teléfono y una vieja silla plegable junto a la esquina cerca de la puerta. El centro de la habitación estaba vacío con excepción de una alfombra marrón que cubría el suelo de madera.

De aquel lugar no era fácil enamorarse, cosa que sabía Stella, pero si tenía que ocurrir una pelea —y es lo que parecía que iba a ocurrir— sería mejor que fuera en su propio territorio.

Se sentó en el sofá y se levantó al poco rato. Paseó por lo largo de la habitación, preguntándose que debería hacer con sus manos mientras estuviera hablando o escuchando. Los hombres eran afortunados al tener bolsillos. Pudo escuchar el ruido del coche pisando la grava muy cerca de la puerta de la cabaña. Se abrió la puerta del coche para cerrarse de un golpe. Pisadas de hombre se escucharon fuerte frente a las escaleras delanteras. Se abrió la puerta y entró su marido.

* * *

Este debía ser el onceavo sistema solar que había explorado personalmente, lo que significa que, para Garnna iff-Almanic, el trabajo de encontrar y examinar planetas se había convertido en un trabajo rutinario pero exótico a la vez. El Zartic había sido entrenado durante años antes de ser aceptado en el Proyecto. Había, en primer lugar, un entrenamiento mental estricto el cual permitía proyectar su mente fuera de su cuerpo y hasta las profundidades el espacio con ayuda de máquinas y sustancias.

Pero un Explorador ha de tener más que solamente eso. Ha de trazar el curso en el vacío, tanto para intentar localizar un planeta nuevo como para encontrar el camino a casa; eso requiere de un gran conocimiento sobre navegación celestial. Tiene que clasificar rápidamente el planeta que está investigando, lo que se llaman un experto actualizado-a-la-última en la siempre en desarrollo ciencia de la planetología. Se le puede ordenar escribir un informe sobre las formas de vida, si las hubiese, en dicho planeta; lo que requiere poseer conocimientos de biología. Y, en caso de encontrar vida inteligente en el planeta, ha de ser capaz de describir el nivel de su civilización con tan sólo un vistazo y ser requerido estar libre de prejuicios personales y miedos en lo posible hacia sociedades alienígenas y sus diferentes maneras de hacer las cosas que un Zartic normal lo llevarían a enloquecer.

Pero lo más importante de todo, es que tiene que vencer el miedo instintivo de los Zartic hacia los Offasii, y es lo que requiere de más entrenamiento. Su mente se cierne sobre un nuevo sistema solar, e inspecciona sus posibilidades. Aquella era la Exploración realizada a mayor distancia hasta la fecha, a más de cien parsec de Zarti. La estrella era una enana amarilla – del tipo normalmente asociada con las que tienen sistemas planetarios. Pero en cuanto a si este sistema tenía planetas... Garnna hizo una mueca. Aquella era siempre la parte que más odiaba de todas.

Empezó recorriendo inmediatamente el espacio que rodeaba la estrella. Su terminaciones nerviosas se expandieron como si fuera una red, volviéndose cada vez más finas a medida que colocaba porciones de su mente en las tres dimensiones buscando planetas.

¡Aquí! Encontró uno casi al instante, pero lo descartó rápidamente. No era nada más que una bola de roca sin aire, y ni poseía vida protoplasmática dentro de la zona de habitabilidad de la estrella. Aunque creía que podría existir algún tipo de vida allí, no le preocupó y continuó ampliando su red.

Otro planeta. Se alegró por encontrar este otro, porqué los tres lugares que ahora poseía, un sol y dos planetas, significaban para él que se trataba de un sistema elíptico. Hacía poco que se habría descubierto que los sistemas planetarios forman por general un único plano, con un pequeño numero de desviaciones individuales en él. Ahora que conocía su orientación, podía detener su expansión tridimensional y concentrarse en explorar todo el área dentro del plano eclíptico.

El segundo planeta también resultó ser una decepción. Estaba dentro de la zona habitable, pero eso solamente era lo que decía en su favor. La atmósfera estaba cubierta por nubes llenas de dióxido de carbono, mientras que la superficie era tan cálida que los océanos de aluminio y los ríos de estaño era lo único que existía. No podía existir vida protoplasmática alguna, de ninguna manera.

Garnna continuó en su Exploración.

Lo siguiente que se encontró fue una sorpresa: un planeta doble. Dos enormes objetos del tamaño de un planeta dando vueltas a la estrella en una órbita en común. Tras una inspección en detalle, uno de ellos parecía tener mucha más masa que el otro; Garnna empezó a pensar que aquel era el principal y el otro su satélite.

Intentó centrar su atención a lo máximo en aquel sistema mientras mantenía la red que había desplegado. El satélite era otra gran bola gris sin aire, más pequeño incluso que el primero, y no parecía poseer vida alguna, pero el otro prometía. Desde el espacio tenía un aspecto azulado y blanco. Lo blanco eran nubes y lo azul, aparentemente, agua líquida. Grandes cantidades de agua líquida. Eso daba rienda a pensar que poseía vida protoplasmática. Comprobó la atmósfera y quedó todavía más sorprendido. Existían grandes cantidades de oxigeno para poder respirar. Anotó mentalmente el ir a investigar sobre el terreno para conocer mejor el lugar, y siguió buscando planetas.

El siguiente que descubrió fue uno pequeño y rojo. Con una pequeña atmósfera la cual parecía estar compuesta principalmente de dióxido de carbono con una cantidad casi indetectable de oxigeno. La temperatura de la superficie era adecuada para la vida protoplasmática, pero de haberla, debía ser escasa, si existente, ya que había poca agua; una señal inequívoca de su presencia. Aunque aquel lugar tenía posibilidades, el planeta principal del sistema doble tenía muchos más. Garnna continuó con su expansión.

La red se había alargado, y ahora el Zartic llegaba con su mano más y más lejos. Empezó a ver borroso y su mente parecía perder toda su identidad. Encontró algunas diminutas rocas flotando por el espacio, pero no les dedicó tiempo alguno. El siguiente mundo era un gigante de gas. Era muy difícil acceder a él porqué su mente estaba ya cansada, pero al final resultó no ser necesario. Había finalizado la búsqueda de planetas más allá de la órbita de este último, por lo que nadie diría nada si lo dejara ahí. Los Offasii nunca estarían interesados en ellos, ni lo estaba Garnna.

Regresó al sistema doble de planetas. Sintió gran alivio cuando dio vueltas por las partes más extensas de su mente expandida por el espacio. Siempre era una buena sensación el terminar con el primer planeta, una sensación como de haber podido ajuntar pedazos que habían estado juntos anteriormente. Una sensación similar a crear un Rebaño de individuos, pero mucho más pequeño y una escala personal.

Era lo suficientemente malo ser un solitario Zartic en el espacio, separado del Rebaño sin la seguridad de su propio grupo. Aquel trabajo era necesario por el bien del rebaño, por supuesto, pero no tenía que hacerlo todo más placentero. Y cuando un único Zartic tenía que esforzarse hasta el final, todo era más insoportable. Por eso Garnna odiaba aquella parte de la misión como la que más. Pero ya había terminado, y ahora podía concentrarse en lo realmente importante de la Exploración.

* * *

Wesley Stoneham era un hombre grande, de más de metro ochenta, con unos hombros anchos y bien musculados y un rostro parecido al de un héroe de mediana edad. Todavía tenía todo su cabello, una densa melena negra, cortada de tal manera que nunca llegaba a estar enredada. Su frente comparándola con su cabellera era estrecha y larga, y sus cejas pobladas. Los ojos de color gris metálico y con aspecto decidido, su nariz prominente y recta. En su mano, llevaba una maleta de tamaño mediano.

—Tengo tu nota —es lo que único que dijo cuando sacó un trozo de papel de su bolsillo dejándola junto a los pies de su esposa.

Stella espiró con fuerza. Conocía aquel tono de voz a la perfección, y sabía que aquella iba a ser una noche larga y amarga.

—¿Por qué llevas maleta? —preguntó ella.

—Mientras conducía hasta aquí, pensé que terminaría pasando la noche— su voz era uniforme y suave, pero se volvió seria una vez dejó la maleta en el suelo.

—¿Nunca has pensado pedir permiso a la otra persona antes de venir?

—¿Por qué debería hacerlo? Esta es mi cabaña, construida con mi dinero.

El énfasis en el “mi” en ambos casos fue ligero pero inconfundible.

Ella se dio la vuelta. Incluso de espaldas a él, pudo notar su mirada clavándose en su alma.

—¿Por qué no terminas con ello, Wes? “Mi cabaña, mi dinero, mi esposa”, ¿no se trata de eso?

—Tu eres mi esposa, lo sabes.

—Ya no.

Ahora podía notar como sus ojos iban poniéndose cada vez más rojos, por lo que intentó calmar sus emociones. Llorar no llevaría a ninguna parte, y con ello no lograría su propósito. Había aprendido a base de malas experiencias que a Wesley Stoneham no le afectaban las lágrimas.

—Lo eres hasta que la ley diga lo contrario —dio dos pasos hacia ella, la agarró por los hombros y le dio la vuelta—y tu vas a mirarme cada vez que te hable.

Stella intentó deshacerse de él, pero sus dedos la apretaban demasiado la piel, uno de ellos (¿lo hizo a puesta?) pinchó un nervio creándole un calambrazo de dolor que hizo separarlo de él.

—Mucho mejor —dijo él— por lo menos un hombre puede esperar un poco de buenos modales de su propia mujer.

—Lo siento —dijo suavemente. Había cierto resquemor en su voz cuando intentaba ponerle cierta alegría en ello— debería ir al horno y preparar mi gran pastel hecho en casa de tu querida-esposa.

—Guárdate el sarcasmo para alguien que le guste es mierda, Stella —gritó Stoneham— quiero saber porque pides el divorcio.

—Bueno, la razón principal es que —empezó diciendo con el mismo tono que antes, pero Stoneham la abofeteó en una mejilla— te dije que podría pasar —dijo él.

—Creo que mis razones deberían ser más evidentes —dijo Stella con rencor. Ahora su mejilla estaba sonrojada en el mismo lugar donde había sido golpeada. Colocó su mano allí, más como cohibición que por dolor.

A Stoneham se le inflaron las narices, y su mirada se convirtió en algo muy frío. Stella la evitó, pero obstinadamente se mantuvo en pie. Había algo maligno en las palabras de su marido.

—¿Has tenido algún amorío con aquel hippie mayor?

Necesitó un instante para darse cuenta de lo que quería decir. A una milla de la cabaña, en el Cañón Totido, un grupo de jóvenes habían llegado a un campamento de verano abandonado para crear lo que terminaron llamando “Comuna Totido”. Por culpa de su extraño comportamiento y vestimenta, fueron considerados por los residentes del lugar como hippies y tratados como tales. Su líder era un hombre mayor, de casi cuarenta, el cual parecía mantener aquel grupo en orden según sus leyes.

—¿Estás hablando de Carl Polaski? —preguntó Stella incrédula.

—No me refiero a Papá Noel.

A pesar de su nerviosismo, Stella rió —Eso es ridículo. Y además, él no es ningún hippie. Es un profesor de psicología investigando el fenómeno del abandono.

—La gente me dice que suele venir a esta cabina a menudo, Stell. No me gusta.

—No hay nada malo en ello. Viene para algunos recados y de paso me hace alguna chapuza. Le pago dejándole la cabaña para escribir. Escribe aquí porqué no tiene otro lugar con suficiente intimidad para decir lo que realmente piensa en la comunidad.

A veces hablamos. Es un hombre muy interesante, Wes. Pero no, no hemos tenido nada junto, y no lo tendremos.

—¿Y que es lo que te corroe por dentro? ¿Por qué quieres el divorcio? —fue hacia el sofá y se sentó sin apartar la mirada de ella un instante.

Stella caminó de un lado a otro delante de él unas pocas veces. Juntó y separó sus manos, para al final dejarlas a los lados.

—Me gustaría ser capaz de tener cierto respeto hacia mi mismo— dijo.

—Ya lo eres. Puedes llevar la cabeza bien alta ante cualquiera en este país.

—No es lo que quería decir. Me gustaría, aunque fuera una vez, ser capaz de firmar como “Stella Stoneham” en lugar de “La sra. Wesley Stoneham”. Quizás hacer una fiesta para la gente que yo quiera, no para tus compinches políticos. Sí, me gustaría sentirme alguien igual que tu en este matrimonio, no otro de tus objetos sin gracia que tienes en casa.

—No te entiendo. Te he dado todo lo que cualquier mujer desearía.

—Excepto identidad. Por la parte que te toca, no soy un ser humano, tan sólo tu esposa. Hago de florero en cenas de cien dólares el plato mientras le río las gracias a las esposas de otros posibles políticos. He hecho a un abogado de empresa lo suficientemente respetable socialmente como para presentarse como candidato. Y, cuando no me usas, me olvidas, enviándome a una pequeña cabaña junto al mar o me dejas hablando conmigo misma por alguna de las quince habitaciones de la casa. No puedo vivir de esta manera, Wes. Quiero irme.

—Que tal una separación temporal, quizás un mes.

—Dije I-R-M-E. Una separación no serviría de nada. Lo malo, querido marido, está en nosotros mismos. Te conozco bien, y se que nunca cambiarás a algo aceptable para mi. Y nunca estaré contenta siendo un adorno. Por lo tanto, una separación no será bueno para nosotros. Quiero el divorcio.

Stoneham cruzó las piernas.

—¿Ya has hablado de esto con alguien?

—No— dijo mirando su rosto.

—No, tenía pensando verme con Larry mañana, pero siento que tenía que decírtelo a ti primero.

—Bien— dijo Stoneham en un susurro casi imperceptible.

—¿Y eso, qué significa? —preguntó Stella rápidamente. Sus manos se movían nerviosamente, lo que provocó que fuera hasta el escritorio a por un paquete de tabaco. Necesitaba un cigarrillo.

Pero no fue hasta que tuvo un cigarrillo entre sus labios cuando se dio cuenta que no le quedaban cerillas.

—¿Tienes fuego?

—Sí—

Stoneham hurgó en el bolsillo de su abrigo y sacó una caja de cerillas.

—Quédatelos— dijo dándoselos a su mujer.

Stella los cogió y los examinó con interés. El dorso de la caja era plateada, con estrellas rojas y azules alrededor del borde. En el centro habían unas palabras que decían:

WESLEY STONEHAM

SUPERVISOR

CONDADO DE SAN MARCOS

Dentro, el papel alternaba rojo con blanco y azul.

Miró a su marido de manera burlona, el cual le estaba sonriendo.

—¿Te gustan? —preguntó él.

—Me las dio esta tarde el impresor.

—¿No es algo precipitado? —preguntó ella sarcásticamente.

—Solamente por un par de días. El viejo Chottman ha renunciado al Consejo por enfermedad a finales de la semana, y han permitido que nombre como sucesor a quien quiera el puesto. No será oficial, por supuesto, hasta que el gobernador lo nombre, pero sé de fuentes fiables que mi nombre será uno de los tenidos en cuenta. Si Chottman dice que me quiere para el puesto, el gobernador aceptará. Chottman tiene setenta y tres años y muchos favores.

Algo empezó a vislumbrarse en la mente de Stella. —O sea, es por eso que no quieres el divorcio, ¿no es así?

—Stell, tú sabes tan bien como yo lo puritano que es Chottman —dijo Stoneham— el viejo se opone rotundamente a cualquier tipo de pecado, y para él el divorcio es uno de ellos. Solamente Dios sabe porqué.

Él se levantó del sofá y regresó junto a su mujer otra vez, agarrando sus hombres esta vez con cuidado.

—Es por esto que te pido que esperes. Será una semana o dos.

Stella mostró una sonrisa triunfante en su rostro.

—Bueno, ahora ya sabemos porqué el grande y poderoso Wesley Stoneham ha venido reptando hasta aquí. No me dejarás ni con un mínimo de respecto hacía mi, ¿verdad? No me dejarás ni con la certeza de que tu llegada era para salvar el matrimonio, por poco que quedara de él. No, es por un favor que tú quieres.

Ella dejó sacó con furia una cerilla y la encendió junto al cigarrillo como una locomotora de vapor subiendo una montaña. Tiró la cerilla usada en el cenicero, y la caja junto a este.

—Bueno, ya tengo suficiente con tu cosas, Wesley. Estoy cansada de hacer tanto para tu imagen ante la ciudadanía de San Marcos. La única persona que tienes en cuenta eres tú mismo. Supongo que nunca me darás el divorcio si me quedo esperando, ¿verdad?

—Sí, si es lo que quieres.

—Sí. El Gran Político en búsqueda de acuerdos mutuos. Haz lo que tengas que hacer, si es lo que te lleva a lo que realmente quieres. Bueno, tengo una pequeña sorpresa para ti, Señor Supervisor. No hago tratos con gente como tú. No me importa una mierda si eres político o no. Mañana iré a la oficina de tu abogado para empezar con el papeleo.

—Stella.

—Quizás tendré también una pequeña charla con la prensa sobre toda la humanidad que corre por tus venas, mi querido marido.

—Te lo advierto, Stella.

—Eso será un gran problema, ¿no, Wes? Y más si vas a ser elegido...

—¡PARA, STELLA!

—... por los votantes en tu nuevo puesto en lugar de ser asignado por lo que realmente eres.

—¡STELLA!

Sus manos estaban sujetando su cuello mientras gritaba su nombre. Quería detenerla, pero no podía. Sus labios seguían hablando y hablando, y las palabras dieron paso a una neblina de silencio que envolvió toda la cabaña. Sus colores en la habitación desaparecieron para pasar a un tenue rojo sangre. Él la sacudió mientras apretaba con fuerza sus enormes manos junto a su cuello.

El cigarrillo cayó de sus dedos durante el ataque, soltando parte de su ceniza al suelo. Stella colocó sus manos sobre el pecho de su marido intentando separarse de él. Durante un instante lo logró, pero él seguía con ello, esta vez utilizando sus brazos con todas las fuerzas con las que disponía.

Sus dedos se iban adormeciendo a medida que se acercaban al cuello. No notaba calor alguno en la piel de ella mientras apretaba sus arterias del cuello y sus músculos. Lo único que sentía eran los suyos propios, apretando, apretando y apretando.

Fue apagándose poco a poco. Su rostro parecía contento, aunque aquella confusión le nubló la vista. Sus ojos saltones estaban preparados para fijarse en sus bolsillos, abiertos de par en par contemplándole...

La dejo ir. Ella cayó al suelo despacio. Como a cámara lenta, tan lento como un sueño. No se escuchó sonido alguno cuando golpeó contra el suelo. Se desplomó como cuando un muñeco de trapo cae junto a otros juguetes.

Parecía uno más de ellos, a excepción de su cara, un rostro morado e hinchado. Tenía la lengua fuera con una mueca grotesca, y sus ojos vidriosos mostraban terror. Un fino hilo de sangre caía por su nariz, cayendo sobre sus morados labios terminando en la alfombra marrón. Uno de los dedos de su mano izquierda se había torcido dos o tres veces, terminando rígido por completo.

* * *

Aquel mundo azul y blanco estaba bajo sus pies, esperando ser tocado con su mente. Garnna atravesó la atmósfera quedando abrumado por la abundancia de vida. Había criaturas en el aire, criaturas en tierra y criaturas en el agua. La primera prueba, por supuesto, fue la búsqueda de cualquier Offasii que pudiera haber por ahí, pero tan sólo le bastó un escaneo rápido para descubrir que no había ninguno. Los Offasii no habían sido encontrados en ningún planeta explorado por los Zarticku, pero la búsqueda tenía que continuar. La raza Zartic no podía respirar tranquila hasta que descubrieran lo que pasó con sus antiguos amos.

El propósito principal de la Exploración ahora estaba cumplido. Quedaba la segunda misión: determinar que tipo de vida había habitado este planeta, inteligente o no, y si podía resultar algún problema para los Zarti.

Garnna creó otra red, esta vez más pequeña. Recorrió todo el planeta con su mente, buscando señales de inteligencia. Su búsqueda tuvo éxito al instante. Luces empezaron a brillar durante la noche, indicado la presencia de grandes ciudades. Un gran número de ondas de radio, moduladas artificialmente, cruzaban la atmósfera por todas partes. Las siguió hasta su origen encontrando torres y edificios altos. Y encontró criaturas responsables de aquellas ondas de radio, de la construcción de los edificios y de las luces. Caminaban derechos sobre sus dos piernas con sólidos, sin ninguna armadura como los Zartic. Eran más bajos, quizás tan sólo la mitad que los Zarticku, y la mayor parte de su pelo se concentraba en sus cabezas. Observó sus hábitos alimenticios y se dio cuenta de que eran omnívoros. Para una raza herbívora como la Zarticku, tales criaturas parecían ser crueles y maliciosas por naturaleza, más peligrosos que otras especies. Pero por lo menos eran mejores que los feroces carnívoros. Garnna había visto un par de sociedades carnívoras, donde las matanzas y destrucción ocurrían a diario, y el mero pensamiento sobre ellos lo estremeció. Deseó que toda la vida en el universo fuera herbívora. Se suponía que sus prejuicios personales no debían interferir en sus obligaciones. Su trabajo ahora era el de observar aquellas criaturas durante el período de tiempo que le permitiera volver en un futuro estudio.

Tomó nota sobre estas criaturas, especificando que parecían tener el instinto de rebaño más que el actuar como individuos solitarios. Se congregaban en grandes ciudades y parecían hacer la mayoría de cosas en multitudes. Tenían el potencial de poder vivir solos, pero no lo utilizaban mucho.

Se concentró otra vez a fin de prepararse para realizar observaciones con más detalle. Hizo zoom en la superficie de aquel mundo. Sin duda, las criaturas eran diurnas o si no, no hubieran necesitado luces en sus ciudades, por lo que se fijo en un lugar del hemisferio de día para observar. No le importaba ser visto por los nativos; el método Zartic de exploración del espacio se encargaría de protegerlo.

Básicamente, ese método separaba por completo el cuerpo de la mente. Se tomaban sustancias para ayudar con la disociación, mientras el Explorador permanecía tranquilo en la máquina. Cuando la separación ocurría, la máquina se encargaba de todos los aspectos mecánicos de las funciones del cuerpo —el latir del corazón, la respiración, la nutrición, etcétera. La mente, mientras tanto, era libre de vagar a su gusto.

Pocos límites habían sido descubiertos. La velocidad en la que se podía “viajar” —si, de hecho, se podía ir a alguna parte— era tan rápida que no se podía medir; teóricamente´podía ser incluso infinita. Cualquier mente podría concentrarse hasta el tamaño de una única partícula subatómica, o expandirse para cubrir amplias áreas del espacio. Podría detectar radiación electromagnética en cualquier parte del espectro. Y lo mejor de todo desde el punto de vista de un Zarticku, es que no podía ser detectado por ningún sentido físico. Era un fantasma el cual no podía ser visto, escuchado, olido, probado o tocado. Todo ello lo hacía el vehículo ideal con el que explorar el universo más allá de la atmósfera de Zarti.

Garnna se detuvo en un lugar donde la tierra estaba preparada para el cultivo. Las granjas eran variadas, pero en las pocas sociedades en las que había investigado, tanto la forma como las funciones eran siempre las mismas. Aquellas criaturas araban el campo con herramientas sencillas llevadas por un herbívoro de dos cuernos a su servicio. Aquel estado primitivo de agricultura no parecía coherente con una civilización que podía producir tales ondas de radio. A fin de resolver aquella paradoja, Garnna decidió entrar en contacto con uno de los nativos.

Había otra ventaja de aquel sistema. Parecía que tenía la habilidad de “escuchar” los pensamientos de otras mentes. Se trataba de telepatía, pero en un sentido restrictivo ya que trabajada tan sólo en un sentido. Garnna era capaz de escuchar los pensamientos de los otros, pero él resultaba indetectable.

Aquel fenómeno no resultó de tanta ayuda como era pensado. Los individuos inteligentes pensaban parcialmente en palabras de su propio idioma, pero también en conceptos abstractos y en imágenes visuales. Los pensamientos llegaban muy rápidamente y desaparecían para siempre. Diferentes especies poseían distintas formas de pensamiento primitivos según las diferencias en sus inputs sensoriales. Y dentro de una misma raza, cada individuo tenía su propio código privado de símbolos.

La lectura de la mente, por lo tanto, tendía a ser algo meticuloso y muy frustrante. Garnna tenía que superar montañas de impresiones sinsentido que lo bombardeaban a un nivel insoportable en cada idea. Con suerte, podría leer algunas emociones generales y aprender unos pocos conceptos básicos que existían dentro de la mente contactada. Tenía experiencia en aquel procedimiento, y no tenía miedo del trabajo duro si era por el bien del Rebaño, por lo que se metió de lleno en ello.

Tras varios intentos y conjeturas varias, Garnna fue capaz de ajuntar cada una de las pequeñas piezas de aquel mundo. Tan sólo había una raza inteligente en ella, pero estaba dividida en varias culturas. Varios patrones constantes emergieron en casi todas ellas. Allí los grupos generalmente consistían de unos pocos adultos, normalmente relacionados entre ellos o sus parejas, y sus hijos. El propósito de aquellos grupos estaban más orientados hacia la educación de los jóvenes que la de proporcionar seguridad a cada uno de sus miembros. Parecía que habían algunos individuos que sobrevivían sin ningún grupo. El Rebaño era un concepto más abstracto que en Zarti.

Aprendió, también, que algunas culturas del planeta eran más ricas que otras. El más rico podría encontrarse en el lado nocturno del planeta. En aquella particular cultura, muchas de las cosas hechas a mano en realidad lo eran por máquinas, y se suponía que tenía que haber comida para todos. La idea que una porción del Rebaño podía estar sobrealimentada mientras que otra pasar hambre resultaba cruel para un Zartic. Intentó reprimir sus emociones una vez más. Estaba ahí solamente para observar, y debía hacerlo lo mejor posible.

Decidió investigar aquella cultura ultra rica. Evaluando aquellas criaturas como una amenaza en potencia para el Rebaño, sus superiores tan sólo estarían interesados en sus capacidades superiores. No importaría en absoluto lo que hicieran las culturas más pobres si el rico poseía un método de viaje interestelar con objetivo militar.

Con tal velocidad de pensamiento, Garnna pasó volando por una enorme extensión de océano y llegó al hemisferio nocturno. Encontró enseguida varias grandes ciudades costeras con luces que resplandecían ante él. Aquellas criaturas debían ser diurnas, pues sin duda no les gustaba el efecto de la oscuridad en sus vidas. Había partes de las ciudades que brillaban como el día, y un lugar en una de las ciudades donde una multitud de criaturas se habían reunido sobre unos asientos para ver algo que ocurría en una zona mientras un número menor de criaturas se movías por un campo alargado. La forma era parecida a lo que había visto en numerosos otros mundos, en especial donde omnívoros y carnívoros eran dominantes y en una constante competición. En lugar de dividirse en lo que hubiera supuesto una ventaja para el Rebaño, tal como se hubiera hecho en Zarti, aquellas criaturas se juntaban para competir, donde los vencedores lo ganaron todos y los perdedores nada. Aunque lo intentó Garnna no pudo comprender del todo lo que aquella competición significaba para aquellas criaturas.

Siguió. Observó los edificios de los nativos y los encontró mejores que los de Zarti en muchas maneras. Las máquinas para transporte también eran avanzadas, siendo tanto eficientes como capaces de viajar a grandes velocidades. Pero se dio cuenta que quemaban carburantes químicos para moverse. Por eso, aunque fuera temporal, hizo que quitara esas criaturas de la lista de amenazas. Obviamente no usarían dichos carburantes químicos si hubieran descubierto métodos más eficientes para utilizar la energía nuclear, pues ninguna raza sería capaz de viajar a través de las estrellas utilizando tan sólo carburantes químicos. Estas criaturas deben conocer la existencia de la energía nuclear —de hecho, a juzgar por su amplia tecnología, Garnna se habría sorprendido si no la conocieran— pero era un salto demasiado grande desde donde se encontraban hasta los viajes interestelares; los Zarticku no necesitan preocuparse de esta raza en un futuro próximo. Incluso si los Zarticku no hubieran perfeccionado todavía los viajes interestelares.

Pasó la mayor parte del tiempo recogiendo materiales que necesitaría para su informe. Como siempre, había una sobreabundancia de información, y tenía que eliminar cuidadosamente algunos detalles muy importantes para hacer lugar a constantes las cuales le ayudaría a construir su propia imagen cohesiva de aquella civilización. Otra vez, el todo se superpuso a los detalles.

Terminó sus investigaciones y se dio cuenta que todavía tenía algo de tiempo a utilizar antes que se le requiriera regresar a su cuerpo. Debería usarlo. Tenía una pequeña afición, una afición inofensiva. Zarti tenía también costa, y Garnna había nacido cerca de una de ellas. Había pasado su juventud cerca del mar y nunca se había cansado de mirar las olas venir y rompiendo en la playa. Por eso, se encontrara donde se encontrara, durante su tiempo libre recordaba sus años de niñez junto al océano. Ayudaba a ver a los extraterrestres como algo familiar y no provocaba problema alguno a nadie. Planeó suavemente a lo largo de la costa del océano en aquel extraño mundo, contemplando y escuchando aquella agua negra, casi invisible, romper contra la oscura arena de aquel planeta a cientos de parsec de su lugar de nacimiento.

Algo le llamó la atención. En lo alto de los acantilados que daban a la playa en aquel punto, estaba brillando una luz. Debía ser un solitario individuo de aquella sociedad, lejos de su grupo más cercano. Garnna, se dejó ir hacia allí.

La luz provenía de un pequeño edificio, construido sencillamente en comparación con los edificios de la ciudad pero sin duda confortable para una sola criatura. Había dos vehículos aparcados fuera, ambos sin nadie dentro. Ya que no eran automáticos, implicaba que al menos debía haber dos extraterrestres dentro del edificio.

Utilizando tan sólo su mente, Garnna atravesó las paredes de la cabaña como si no existieran. Dentro había dos criaturas, hablando una con la otra. La escena no parecía muy interesante. Garnna tomó nota rápidamente de los muebles de la habitación y cuando se disponía a abandonar el lugar, una de las criaturas atacó de repente a la otra. La agarró del cuello y empezó a estrangularla. Sin fijarse mucho, Garnna pudo notar la rabia que emitía la criatura atacante. Lo dejó frío. Normalmente los instintos como especie lo había obligado a venir volando hacia el lugar a la máxima velocidad. En aquel caso, a la velocidad del pensamiento. Pero Garnna había recibido un extenso entrenamiento para dominar sus instintos. Había sido entrenado para ser siempre un simple observador. Y observó.

* * *

Stoneham volvió a la realidad poco a poco. Empezó con un sonido, un rápido ka-thud, ka-thud, ka-thud que reconoció como el latido de su corazón. Nunca lo había oído tan fuerte. Parecía como si fuera a terminar con el universo. Stoneham puso sus manos sobre sus orejas a fin de parar aquel sonido, pero no hizo otra cosa que empeorar la situación. Se escuchó un timbre como un hormigueo agudo parecido a la alarma de un reloj sonando dentro de su cabeza.

Y entonces vino el olor. En el aire parecía haber un olor extraño, un olor como de baño. Numerosas manchas iban apareciendo en la parte trasera del vestido de Stella.

Gusto. Había sangre en su boca, salada y tibia, dándose cuenta Stoneham que se había mordido a si mismo los labios.

Tacto. Sentía un hormigueo en la punta de los labios, sus muñecas parecían haber estado temblando, pero su bíceps permanecían relajados tras haber estado tensos en exceso.

Vista. El color volvió al nivel normal para aquel mundo, y la velocidad a la usual. No había otra cosa a ver que la del cuerpo de la esposa postrada sin vida en medio del suelo.

Stoneham permanecía allí durante no se sabe cuantos minutos. Sus ojos recorrieron la habitación, saliendo a la búsqueda de un lugar común donde quedar fijados y así evitar el cuerpo a sus pies. Pero no por mucho tiempo. Había cierta fascinación horripilante por el cuerpo de Stella que le obligó a contemplarlo estuviera donde estuviera dentro de la habitación.

Se arrodilló junto a su esposa y le tomó el pulso, sabiendo que ya no existía. Su mano notó el frío en ella (¿o era tan sólo su imaginación?) desapareciendo toda señal de vida en ella. Apartó rápidamente su mano y se levantó otra vez más.

Caminó hacia el sofá, se sentó en él y allí se quedó mirando durante un rato largo la otra pared. Unas letras parecían gritarle:

FAMOSO ABOGADO LOCAL DETENIDO POR LA MUERTE DE SU MUJER.

Todos aquellos años planificando con cuidado su carrera política, haciendo favores a gente a cambio de favores hacia él, ir a aburridas fiestas y cenas que no parecían terminar nunca... todo aquello terminó hundiéndose sobre un gran vértice de calamidad.

Y empezó viendo largos y vacíos años, paredes grises y barrotes ante él.

—¡No! —gritó. Miró al cuerpo sin vida a su esposa.

—No, creo que te gustaría, ¿verdad? No dejaré que ocurra, no a mi. Tengo cosas demasiadas importantes para hacer.

Una sorprendente calma se estableció en su mente haciéndole ver de manera clara lo que había echo. Destrozó el todavía humeante cigarrillo que su esposa había dejado caer. Luego fue hasta el estante de los utensilios y tomó un cuchillo enrollando su pañuelo sobre el mango a fin de no dejar huellas. Salió y cortó un trozo grande de cuerda de tender. De vuelta a la cabaña, ató las manos de su esposa por detrás doblando su cuerpo para poder atar sus pies a su cuello.

Tomando el cuchillo de nuevo, procedió a realizar un corte limpio sobre el cuello de Stella. Sangre goteó poco más de unas pocas gotas por tener ya su corazón sin bombear.

Dio hachazos a sus pechos creando una obscena masacre en su vestido a la altura de su entrepierna. Por si no hubiera sido suficiente, siguió su trabajo en el abdomen de ella, cara y brazos. Le sacó los ojos e intentó cortarle la nariz, pero era demasiado dura para su cuchillo.

A continuación, hundió el cuchillo en la sangre y escribió con él “Muerte a los cerdos” en una de las paredes. Como acto final, cortó el cordón telefónico de un solo golpe. A continuación, dejó el cuchillo en el suelo junto al cuerpo a la vez que recogía la nota que ella le había escrito sobre su intención de divorciarse. Se la colocó en el bolsillo de sus pantalones.

Permaneció de pie observándola una vez más. Sus manos y su ropa estaban literalmente untados con sangre. Pensaba que no lo haría nunca. Tenía que deshacerse de ello de alguna manera.

Limpio sus manos a consciencia en el fregadero hasta que logró sacar todo rastro de sangre.

Miró alrededor de la habitación y encontró algo que le hizo recobrar el aliento: una pequeña caja de cerillas sobre la mesa que había junto al cenicero. Lo cogió, pensando que sería de locos dejar una pista como aquella para que la policía. Colocó la caja de cerillas con cuidado en su bolsillo.

Luego fue donde había dejado su maleta y saco ropa limpia de ella. Rápidamente se cambió, pensando que debería enterrar su ropa vieja en algún lugar a una milla o más de allí para que no la encontraran. Entonces regresaría a la cabaña y haría ver haber encontrado el cuerpo. Ya que el cable del teléfono estaba cortado, tendría que conducir hasta algún lugar para llamar a la policía. El vecino más cercano con teléfono estaba a dos millas de ahí.

Stoneham examinó su trabajo. La sangre estaba embadurnando todo el suelo y parte de los muebles, el cuerpo estaba desmembrado de una horripilante manera, y el mensaje estaba escrito en la pared. Aquella era una escena parecida a una pesadilla surrealista. Ningún asesino hubiera realizado tal carnicería como aquella. Toda la comuna se sentiría culpable, quizás Polaski también. Eso serviría para dos propósitos: cubrir su culpabilidad y quitarse de encima de una vez por todas de aquellos jodidos hippies de San Marcos.

Había una pala dentro de una pequeña caja de herramientas fuera de la cabaña. Stoneham la cogió y caminó hacia el bosque para enterrar su ropa. Puesto que no había llovido durante meses, la tierra estaba seca y compacta; no dejó huellas algunas mientras andaba.

* * *

No le llevó mucho tiempo a la criatura grande matar a la pequeña. Pero tras hacerlo, el asesino parecía no poder hacer nada por culpa de sus acciones. Cautelosamente, Garnna accedió a la mente del asesino. Sus pensamientos eran un batiburrillo de confusión. Todavía quedaban trazos de ira, pero parecían ir desvaneciéndose lentamente. Otros sentimientos iban creciendo. Culpabilidad, pena, miedo al castigo; estas eran todas las cosas que Garnna conocía bien. Profundizó un poco más en su mente y supo que la criatura muerta pertenecía al mismo subgrupo que la superviviente; de hecho, era su pareja.

El horror de Garnna en este punto era tan fuerte que le provocó desconectar de su mente. Por sus capacidades intelectuales podría aceptar la idea de asesinar, incluso la de su propia pareja. Pero emocionalmente el shock de la experiencia en primera persona provocó que su mente se estremeciera.

Permaneció allí durante minutos, esperando que pasara tanto el shock como el disgusto. Al final, su entrenamiento le puso los pies en la tierra y empezó a observar de nuevo los alrededores. La gran criatura estaba dando machetazos al cuerpo de la criatura pequeña con un cuchillo. ¿Qué tipo de costumbre horrible era aquella? Si era habitual, aquellos omnívoros deberían ser evaluados de nuevo por tal potencial. Incluso los carnívoros que Garnna había observado no se comportaban de una forma tan obscena.

Necesitó todo su autocontrol para poder entrar en contacto con el cerebro del extraterrestre una vez más. Lo que vio lo confundió y perturbó. Por primera vez, había sido testigo en directo de un plan individual para llevar a cabo una acción que lo llevaría directamente hacia el dios de aquel Rebaño. Había culpabilidad y vergüenza en su mente, lo que le llevó a Garnna a creer que aquel asesinato estaba lejos de una práctica común. El instinto de rebaño todavía funcionaba, pero estaba bastante reprimido.

E ignorarlo todo era el miedo al castigo. La criatura sabía que lo que había echo estaba mal, y aquella serie de horribles acciones eran un intento de evasión, algo que Garnna no podía decir, del castigo que llegaría de forma natural.

Era una situación nueva. Nunca antes, según recordaba Garnna, un Explorador había terminado envuelto en una situación individual a este extremo. Lo que siempre había importado era el conjunto. Pero quizás había ganado algunas percepciones observando como se desarrollaba aquella situación. Incluso cuando pensaba en ello, “escuchaba” una campana sonar en su mente. Aquel aviso fue el primero durante la Exploración antes de terminar. Deberían quedar algo más de seis minutos y tendría que volver a casa. Decidió quedarse y contemplar la escena, aunque nunca pensó que terminara ocurriendo lo que ocurrió.

Sondeó un poco más a fondo la mente del extraterrestre y fue testigo de su engaño. La criatura estaba intentando evitar su remordimiento echándole la culpa del crimen a algún inocente. Si el crimen original había sido espantoso para Garnna, todo aquello era innombrable. Había una cosa que dejaba a la pasión entre tanta violación de las normas del Rebaño, pero resultó ser otro engaño más que perjudicaría a cualquiera. La criatura no solamente sobreponía su bienestar por encima del Rebaño, sino que también por encima de otros individuos.

Garnna no podía seguir manteniéndose neutral y despreocupado. Aquella criatura tenía que ser alguien anormal. Incluso aceptando ciertas diferencias en nuestras costumbres, ninguna sociedad aguantaría mucho si aquello fuera la norma. Caería en pedazos debido a tanto odio y desconfianza mutua.

La criatura ya había abandonado la cabaña, y caminaba despacio entre los árboles. Garnna lo siguió. La criatura llevaba consigo la ropa que había llevado puesta dentro de la habitación, sí como la herramienta de fuera la cabaña. Cuando se había alejado una milla del edificio, soltó la ropa y empezó a usar aquella herramienta para cavar un agujero. Cuando este fue lo suficientemente profundo, el extraterrestre enterró la ropa vieja y la tapó de nuevo, sacudiéndose el polvo con cuidado para no levantar sospechas.

Garnna capto imágenes de la mente de la criatura. Había satisfacción por haberlo terminado con éxito. También había un alivio del miedo desde que había evitado el castigo. Y una sensación de triunfo por haber derrotado o quizás haber sido más listo que el Rebaño. Este último sentimiento hizo temblar a Garnna. ¿Qué tipo de criatura era aquella que se revelaba al resto de su Rebaño causando tal daño? Era algo malo para los estandartes, lo tenía que ser. Algo había que hacer para que aquel ser fuera descubierto. Pero...

La segunda alarma sonó dentro de su mente. ¡No! Pensó. No quiero regresar. Tengo que estar aquí y hacer algo con esta situación.

Pero no tenía elección alguna. No se conocía hasta cuanto una mente podía permanecer fuera de su cuerpo sin provocar problemas el uno con el otro. Si estaba demasiado tiempo su cuerpo podría morir, y también sería un problema si la mente viviera más allá de él. No sería algo bueno si su mente fuera destruida por culpa de su falta de cuidado.

A regañadientes, Garnna sacó su mente de aquella escena de tragedia en aquel mundo azul y blanco y regresó a su cuerpo situado a más de cien parsec de allí.

* * *

De vuelta a la cabina, Stoneham sintió cierta satisfacción tras haber superado con éxito aquella mala situación. Incluso si la policía no culpara a los hippies, no habría evidencia alguna contra él, o eso creyó. Ningún motivo, ninguna evidencia, sin testigos.

Una milla de allí, una chica llamada Deborah Bauer se despertó gritando tras tener una pesadilla.

Rebaños

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