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Capítulo Uno
ОглавлениеNelle Lassen agarró la larga falda del vestido de fiesta dorado y turquesa al tiempo que apoyaba la sandalia de tacón en el primer peldaño de la escalera de piedra que había en el histórico Ferry Building de San Francisco. Apartó el pie.
Si se daba la media vuelta en ese momento, podría volver a casa, quitarse las joyas prestadas y ponerse unos cómodos leggins y su sudadera favorita, hacerse un ovillo en el sofá y, con el ordenador abierto sobre las piernas, dar una vuelta por sus redes sociales y ver un capítulo de su serie favorita. Así era como le gustaba pasar las noches que tenía libres.
O, al menos, así era como las había pasado hasta que toda su vida había cambiado de repente. Antes de que hubiesen manchado su reputación, se hubiese quedado sin trabajo y de que su autoestima se hubiese desmoronado como un castillo de arena durante la marea alta. Había tardado varios meses en levantar cabeza y todavía tenía mucho por hacer, pero gracias a su compañera de piso y mejor amiga, Yoselin Solero, había superado dos importantes obstáculos: una nueva ciudad y un nuevo empleo. Y, con ellos, un nuevo nombre: Nelle, la abreviatura de su nombre real, Janelle.
Oyó pitar su teléfono, que llevaba escondido en el bolsillo, bajo varias capas de tul, y lo sacó.
–Estoy en la gala –dijo.
–¿Dentro? –le preguntó Yoselin.
Nelle apoyó ambos pies en el escalón.
–Casi.
–Sube esas escaleras –le ordenó su amiga.
Nelle se echó a reír.
–¿Me estás espiando?
Dos pisos más arriba apareció una figura ataviada con un gorro pirata, una blusa amplia y unos pantalones justo por encima de la rodilla.
–Sí –respondió Yoselin al teléfono mientras la saludaba con la mano–. ¡Date prisa! Hace frío fuera. Te esperaré al otro lado de la puerta.
El viento le golpeó las mejillas a Nelle como para darle la razón a Yoselin y esta se estremeció. Según el calendario estaban a finales de junio, pero a juzgar por aquel viento, en San Francisco podía hacer un tiempo invernal incluso en pleno verano. Nelle respiró hondo. La primera prueba de su nueva vida la esperaba al otro lado de aquella puerta.
Puso los hombros rectos. Ni siquiera Yoselin sabía lo importante que aquello era para ella. Se había obligado a sonreír y a aceptar la invitación a aquella fiesta al saber que el invitado de honor era Grayson Monk, inversor de capital de riesgo, filántropo y protagonista de muchas portadas en las que se empezaba alabando sus logros profesionales para terminar exaltando su atlético físico, su aspecto de surfero y su penetrante mirada.
Grayson Monk era, además, el hijo del hombre que había estado a punto de destruir a su padre.
Su teléfono volvió a sonar y Nelle se echó a reír.
–Ya casi estoy –dijo antes de colgar.
Aquello era ridículo. Estaba en San Francisco, no en Nueva York. Se dedicaba a conseguir fondos para una organización benéfica de ayuda a la infancia y no a realizar la planificación financiera de una firma boutique. Además, iba de invitada y ya no era el blanco de los celos de un compañero de trabajo que, además, había sido su novio. No tenía por qué temerle a nadie en aquella fiesta, ni siquiera a Grayson Monk.
Independientemente de su historia familiar.
Pisó con fuerza los escalones y, al acercarse a la puerta, entrevió el salón en el que se celebraba la fiesta y se le escapó un grito ahogado.
–Ya no estás en Kansas –se susurró a sí misma–. Esto sería increíble incluso en el mundo de Oz.
El edificio ya era impresionante, uno de los pocos que había sobrevivido al terremoto de 1906 y al incendio que había destruido casi todo San Francisco. El vestíbulo de entrada era muy grande, rectangular, interrumpido en el centro por un atrio que permitía a los recién llegados mirar hacia los locales comerciales que había debajo. Los techos, muy altos, estaban salpicados de luces. Los enormes ventanales, con forma de media luna, estaban cubiertos por un enrejado que hacía pensar en hileras de estrellas. Sobre el suelo de mosaico habían colocado mesas de cóctel con manteles de alegres colores, lo mismo que los disfraces de los invitados que charlaban y reían a su alrededor. Al fondo había un escenario con un podio y varios instrumentos musicales y, justo delante, espacio libre para bailar durante la fiesta, cuyo tema era «Venecia junto a la bahía».
Yoselin la saludó desde la mesa de bienvenida, con los ojos brillantes tras la máscara negra decorada con una calavera sobre dos tibias cruzadas.
–Por fin. Estaba empezando a pensar que se te habían quedado los zapatos pegados a las escaleras. Los discursos están a punto de empezar, ya te iré diciendo quién es quién.
La mujer que había sentada detrás de la mesa le sonrió.
–Bienvenidas al Carnaval junto a la bahía. ¿Me pueden decir sus nombres?
–Nos ha invitado Octavia Allen –respondió Yoselin, nombrando a uno de los miembros de la dirección de Create4All, donde trabajaban tanto Nelle como ella.
Había sido Octavia la que había decidido que ambas asistiesen a la gala para intentar conseguir más fondos para su organización. Yoselin, que era la directora ejecutiva, ayudaría a la señora Allen a convencer a sus donantes de que aumentasen las ayudas mientras que Nelle, que era la nueva directora de desarrollo, tenía la tarea de conseguir donaciones importantes de personas que, hasta entonces, se le habían resistido a Octavia Allen.
–La señora Allen ya está aquí –comentó la otra mujer sonriendo todavía más–. Ustedes estarán en su mesa, la número diecisiete, en primera fila, delante del escenario.
Luego miró solo a Nelle.
–¿Ha traído máscara?
Nelle levantó la mano. Los niños que iban a clases de arte en Create4All habían decorado cada milímetro de la máscara blanca que ella había comprado en una tienda de manualidades con lentejuelas plateadas, cristales opalescentes y perlas, creando una pieza inspirada en el mar que tenía de exuberancia lo que faltaba de sofisticación.
–Qué… original –comentó la mujer–. No olviden que hay que llevar las máscaras puestas hasta que termine la fiesta, a medianoche.
–A esa hora volveremos a convertirnos en las cenicientas de todos los días –le dijo Nelle a Yoselin.
Su amiga se echó a reír.
–Vamos a buscar a Octavia y una copa. No necesariamente en ese orden.
Nelle se puso la máscara, respiró hondo y siguió a su amiga fiesta adentro.
Grayson Monk esperó entre bastidores, junto al escenario, y escuchó los sonidos procedentes del otro lado de las cortinas de terciopelo. Al parecer, la gala iba bien. La comida era de primera categoría, había sido preparada por un reconocido chef. El vino y el champán eran excelentes. Los invitados estaban deslumbrantes, las conversaciones eran brillantes y abundaban las sonrisas. En resumen, aquello era lo que había esperado de un evento organizado por la Peninsula Society. Lo habitual.
Aunque también había algo distinto y no sabía el qué.
Tardó un minuto en darse cuenta de que la diferencia estaba en él.
En el pasado, había visto aquella gala anual como el precio a pagar por hacer negocios en Silicon Valley, pero eso iba a cambiar esa noche.
–Señores y señoras, nuestro filántropo del año, ¡Grayson Monk!
Los aplausos inundaron la sala y un joven con auriculares le hizo un gesto para que hiciese su entrada.
Grayson subió al escenario y le dio la mano al presidente de la Peninsula Society, que también era quien había organizado la celebración. Después, se giró hacia la multitud, dio las gracias a la organización por aquella maravillosa velada, respiró hondo y se dispuso a exponer el motivo por el que había accedido a aceptar aquel premio.
El discurso.
–Como algunos sabéis, he estado quince años al frente de Monk Partners. Estamos orgullosos de haber ayudado a las principales y más audaces empresas de la construcción. Algunas de las principales compañías tecnológicas han conseguido el capital que necesitaban gracias a nosotros. Como, por ejemplo, Medevco, que bajo la dirección de Luke Dallas y Evan Fletcher ha cambiado la industria de la tecnología médica para siempre. Y es todo un honor poder hacer algo por la comunidad que tenemos el privilegio de considerar nuestro hogar.
Tragó saliva. De momento, solo había dicho lo mismo que tantas otras veces. Sin embargo, la siguiente parte del discurso…
–Pero todo lo bueno se acaba. Así que, con el permiso de la Peninsula Society, quiero aprovechar esta oportunidad para anunciar que voy a dejar las riendas de Monk Partners.
Hubo expresiones de asombro y Grayson levantó amabas manos y sonrió.
–No os preocupéis, Monk Partners seguirá estando en tan buenas manos como antes. Philip Adebayo ocupará mi lugar y el resto del equipo seguirá siendo el mismo. El compromiso será el mismo, la cartera de clientes y los socios, también. Solo es posible que cambien el nombre.
Aquello hizo reír a algunas personas, no a muchas, pero a algunas. Grayson se relajó. Lo peor ya había pasado. Solo le quedaba lidiar con las repercusiones.
–Sé que todos queréis volver a la fiesta, así que voy a terminar aquí. Si tenéis alguna pregunta, mañana por la mañana habrá una persona en mi despacho respondiendo a las llamadas…
–¿Y qué vas a hacer ahora? –le preguntó alguien desde el fondo de la sala.
Grayson se hizo sombra con la mano e intentó buscar con la mirada, pero, aunque hubiese sido capaz de averiguar quién le había hecho la pregunta, las máscaras le habrían puesto difícil que lo reconociese.
–Veo que hay quien no puede esperar a mañana –bromeó–. Como muchos sabéis, mi padre está delicado de salud y, aunque suene a tópico, voy a centrarme en mi familia un tiempo.
Hizo una pausa, esperando escuchar murmullos de aprobación, pero lo que oyó fue que seguro que estaba esperando ocupar el puesto de su padre en el Congreso.
Aquello le sorprendió. Distinguió una voz femenina, joven y hostil, muy hostil.
Esa no era la reacción que había esperado.
–Bueno… –balbució, él, que no balbuceaba nunca–. Os echaré de menos a todos. Tal vez a Vikram y a Helen no.
Señaló hacia donde se encontraban sus más fieros competidores y la multitud se echó a reír. Aquello estaba mejor.
–Aunque gracias por haberme mantenido alerta. Y muchas gracias por el premio y, sobre todo, por vuestro apoyo y amistad.
Todo el mundo aplaudió. Grayson levantó la mano a modo de despedida y salió del escenario, alegrándose al ver quién lo esperaba allí. Había mencionado Medevco por un motivo. No solo había sido su inversión más rentable, sino que los dos hombres que estaban al frente de la empresa se habían convertido en sus dos mejores amigos. Todavía se alegró más al ver que uno de ellos, Luke Dallas, tenía una copa de balón con whisky esperándolo.
–Enhorabuena –le felicitó Luke, tendiéndole la copa.
Grayson le dio un sorbo y sintió el calor del líquido ambarino en la garganta.
–¿Por el premio? La mitad le pertenece a tu esposa, que, en la gala del año pasado, me prometió que me daría media hora de tu tiempo si hacía una donación a la organización.
–Me alegro de haber hecho que te diesen el premio –respondió la esposa de Luke, Danica, que estaba al lado de este–. Porque Luke es mío.
Luke y Danica se sonrieron con adoración. A pesar de que ya llevaban más de un año casados, a Grayson todavía le sorprendía ver cómo Luke, que era una persona taciturna, mostraba tan abiertamente sus sentimientos. Si bien era cierto que Danica era una buena compañera para su amigo: inteligente, altamente cualificada y atractiva. Estaban hechos el uno para el otro.
Luke había tenido mucha suerte al encontrarla. Grayson dudaba que él fuese a tenerla también. Y no buscaba relaciones poco duraderas, las aventuras de una noche no eran para él.
Aunque, en esos momentos, tampoco estaba buscando una relación seria.
–Luke te ha felicitado por ser el centro de las conversaciones esta noche –intervino Evan Fletcher, socio de Luke en Medevco.
Le tendió un vaso de agua a Danica y conservó una copa de vino tinto para él.
–Casi no he podido llegar hasta aquí –continuó–. Todo el mundo quería comentar la noticia que acabas de dar. Prepárate para que se abalancen sobre ti en cuanto salgas de aquí.
Grayson clavó la vista en el fondo de la copa. ¿Por qué no había inventado nadie una copa que se rellenase sola? A él le parecía una buena inversión.
–Aquí empieza.
Evan dio un sorbo a su copa de vino e hizo una mueca.
–¿El qué empieza? ¿Tu jubilación a los treinta y cinco años? Dime que vas a comprar una isla con espacio para invitados. Y que me vas a invitar a mí.
Grayson negó con la cabeza.
–No me voy a retirar.
–Entonces, ¿por qué has hecho todo este…?
Evan movió la mano en la que tenía la copa y unas gotas de vino tinto cayeron al suelo.
Grayson lo miró fijamente.
–¿Vas a beberte eso o lo vas a utilizar como arma arrojadiza?
Evan miró la copa y buscó un lugar donde posarla. La dejó sobre una mesa baja que había junto a un sofá.
–El año que viene quiero estar en el comité que organiza la gala para poder escoger el vino.
–Responde a la pregunta de Evan. Si no te vas a retirar, ¿por qué has dado semejante noticia? –preguntó Luke con el ceño fruncido.
Grayson decidió contárselo, al fin y al cabo, pronto sería del dominio público.
–No se lo contéis a nadie. Todavía. Mi padre va a anunciar que dimite. Y, cuando lo haga, habrá elecciones para decidir quién ocupa su lugar en el Congreso durante el año que queda. Y voy a presentarme.
Danica dio un grito ahogado, Luke sonrió y le dio la mano a Grayson.
–Enhorabuena. Por supuesto, tienes mi apoyo. Aunque podrías habérnoslo contado antes.
–Si te soy sincero, me sorprende que os sorprenda –comentó él–. Siempre ha sido mi intención seguir los pasos de mi padre en política.
–¡Hola! –saludó alguien alegremente a sus espaldas.
Grayson se giró y vio a Bitsy Christensen, la presidenta de la gala que, como siempre, llegaba con el teléfono en la mano. Iba seguida por varias personas cargadas con instrumentos musicales.
–Pensé que estaríais probando la comida –comentó Bitsy–. La banda tiene que instalarse, así que me temo que os tengo que echar de aquí.
–Por supuesto.
Grayson les hizo un gesto a Luke y a Danica para que echasen a andar delante de él y luego se giró hacia Evan, que tomó su copa de vino.
Los siguientes segundos pasaron a cámara lenta.
Evan se dirigió a la salida, pendiente de la copa de vino que llevaba en la mano mientras Bitsy echaba a andar hacia él con la mirada clavada en el teléfono. Ninguno de los dos levantó la vista hasta que chocaron. Justo delante de Grayson.
El teléfono salió volando por los aires. Lo mismo que la copa de vino.
Grayson consiguió alcanzar el teléfono antes de que chocase contra el suelo. Por desgracia, el vino le cayó encima, manchando la camisa blanca de su esmoquin. La chaqueta y la corbata, como eran negras, no parecían manchadas, pero él olía como si se hubiese caído en una cuba.
No podía salir de allí así. Intentó limpiarse la camisa con unas servilletas de papel, pero no lo consiguió.
–¡Oh, no! –exclamó Bitsy–. Oh.
–Preguntaré a los encargados del catering si tienen toallitas húmedas –se ofreció Evan, desapareciendo detrás de las cortinas.
Bitsy le quitó a Grayson el teléfono de la mano.
–Tenemos disfraces de sobra –comentó–. Por si a alguien se le olvidaba. Siempre hay que estar preparados, ¿no?
Miró a Grayson de arriba abajo y empezó a escribir un mensaje.
–Mi asistente no tardará en llegar. Le he dicho que traiga el disfraz de payaso Pierrot, que debe de ser más o menos de tu talla.
¿De Pierrot? Estupendo. Iba a salir de allí vestido de payaso con un enorme pijama blanco.
Se puso en un rincón para dejar pasar a los músicos y esperó a que llegase el disfraz mientras repasaba mentalmente el resto de objetivos que se había fijado para aquella noche: quería hablar con los posibles donantes para la campaña, tranquilizar a los inversores acerca de su partida y…
Sabía que no le caía bien a todo el mundo, pero, en general, tenía buena relación con todo el mundo. Había sido un líder desde la niñez, había conseguido que su equipo de natación ganase el campeonato estatal y, cuando había decidido dejar la piscina, había montado Monk Partners gracias a su capacidad para convencer a los empresarios para que trabajasen con él. En esos momentos era una de las empresas con mejor trayectoria de Silicon Valley. Pero siempre había sabido que seguiría los pasos de su padre. Era una tradición familiar. Su bisabuelo había sido gobernador de California. Su abuelo había formado parte del Tribunal Supremo. Así que ocupar el puesto de su padre en la Cámara de Representantes sería la culminación de su carrera.
El disfraz llegó perfectamente doblado en una bolsa de plástico, haciéndolo volver al presente. Grayson sacó la túnica blanca, los pantalones anchos y un gorro en forma de cono. Era todavía más ridículo de lo que se había imaginado. Estaba volviendo a meterlo todo en la bolsa, pensando que prefería salir con la camisa manchada de vino, cuando se le ocurrió que aquella podía ser una oportunidad única.
Los siguientes meses iban a ser frenéticos. Su vida social, que ya era casi inexistente debido a las largas jornadas de trabajo, desaparecería por completo. Y si ganaba las elecciones… entonces tendría que olvidarse de pensar en sí mismo. Nadie esperaría que apareciese vestido de payaso, así que podría disfrutar de sus amigos y de la velada sin preocuparse por nada más. Ya tendría tiempo para responder a las preguntas de todo el mundo la semana siguiente. Esa noche iba a disfrutar. Era su última noche de libertad.
Y tal vez pudiese descubrir por qué alguien había expresado en voz alta la preocupación que, en el fondo, él también tenía.
* * *
Los invitados que compartían mesa con Nelle y Yoselin empezaron a charlar animadamente en cuanto Grayson desapareció del estrado. La única que se quedó en silencio fue Nelle, que se dedicó a beberse el cóctel de zumo de arándano y vodka con la esperanza de que este calmase el calor que sentía en las mejillas.
Había visto fotografías recientes de Grayson, por supuesto. Incluso había visto apariciones suyas en televisión. ¿Quién no? Había salido en los medios de comunicación desde que, ocho años antes, había conseguido sus primeros mil millones de dólares a la tierna edad de veinticinco años. Pero en la vida real era más alto y fuerte. Las cámaras no podían captar la intensidad de su mirada ni el encanto de su sonrisa.
Había sentido calor por todo el cuerpo cuando había mirado en su dirección. Nelle había sabido que miraba hacia allí porque el hombre que le había hecho la pregunta en voz alta se encontraba varias mesas detrás de la suya, pero su carisma la había golpeado igualmente como un tsunami, muy a su pesar. No obstante, había intentado aferrarse a la certeza de que, por encantador y atractivo que fuese, ella conocía la verdad. Que todo era una tapadera para conseguir lo que quería cuando quería, sin importarle los daños colaterales.
De tal palo, tal astilla.
Y, de todos modos, no volvería a estar tan cerca de él nunca más. Así que lo mejor sería relajarse y empezar a disfrutar de la velada. Sabiendo que iba vestido de esmoquin, por mucho que se pusiese un sombrero y una máscara para ocultarse, sería fácil reconocerlo y evitarlo.
Yoselin terminó la conversación con el hombre que tenía a su izquierda y se giró hacia Nelle.
–¿De verdad va a presentarse?
–¿Quién? –preguntó Nelle, cruzando los dedos para que Yoselin no se estuviese refiriendo al centro de sus pensamientos.
Yoselin señaló hacia el escenario, en esos momentos ocupado por los músicos.
–Grayson Monk. Al Congreso.
Al ritmo que estaba vaciando la copa, Nelle iba a necesitar otra muy pronto. O, tal vez, dos.
–Supongo. No lo sé.
–Pero tú creciste en El Santo, ¿no? Se me había olvidado, hasta que comentaste que él también es de allí –insistió su amiga.
Nelle sacudió la cabeza, consciente de que sus mejillas debían de estar todavía del color de su bebida.
–Sí, pero él es mayor. Además, nos movíamos en círculos diferentes.
La señora Allen se inclinó sobre la mesa y miró a Nelle con curiosidad.
–¿Has dicho que creciste con Grayson Monk?
Nelle estuvo a punto de atragantarse con un hielo.
–Somos de la misma ciudad, pero…
–¡Estupendo! –exclamó la señora Allen aplaudiendo–. Llevo siglos intentando conseguir que nos patrocine. Con su apoyo, tendríamos la financiación que necesitamos para las instalaciones de East Bay. Sabía que tenía que haber un motivo por el que Yoselin había insistido tanto en que te contratase.
Nelle se mordió el labio y bajó la vista a la mesa. Aquello era cierto. Yoselin había tenido que luchar mucho para que la contratasen. La señora Allen en concreto había preferido a otra candidata, una muy bien relacionada con la élite de la zona.
–Hay muchos motivos por los que Nelle es perfecta para el trabajo –comentó Yoselin–. Para empezar, es…
Se interrumpió al ver a un hombre negro y alto vestido con una toga de juez y una sencilla máscara.
–¡Jason!
Este sonrió y Yoselin se levantó de la silla para ir a darle un beso a su novio.
–¿Qué estás haciendo aquí? Pensé que no podías acompañarme porque tenías que estudiar –le dijo casi sin aliento.
–Me puedo tomar una noche libre –le respondió él sonriendo y entrelazando las manos con las de ella–. Le he pedido una vieja toga prestada al juez Durham y la señora Allen me ha dejado una entrada para poder sorprenderte.
Yoselin sonrió a su jefa.
–Gracias.
Esta hizo un ademán, quitándole importancia.
–Has estado trabajando tan duro que era lo mínimo que podía hacer por ti –comentó, sonriendo a Nelle–. Y ahora que sé que Nelle está relacionada con Grayson Monk, estoy todavía más contenta. Vosotros dos id a pasarlo bien, nosotras vamos a trabajar.
Nelle sonrió a la pareja, que se alejó hacia la pista de baile, y pensó que sería agradable tener ella también a alguien con quien bailar y reír.
Pero antes tenía que recuperar su reputación, su carrera, su autoestima. Cuando su vida volviese a estar en orden, tal vez pensase en encontrar a un compañero con el que compartirla.
Miró a la señora Allen a los ojos y esbozó su mejor sonrisa profesional.
–He venido aquí a trabajar, así que puede contar conmigo.
La señora Allen miró a su alrededor y su rostro se iluminó.
–¡Ah! Ahí está Bitsy, al otro lado del escenario. Voy a ir a hablar con ella, pero yo sola. ¿Por qué no te vas a dar una vuelta?
Se levantó de la silla, se puso una máscara de fénix que completaba el vestido salpicado de plumas rojas y doradas y echó a andar.
El resto de personas de la mesa empezó a levantarse también, unos en dirección a la pista de baile, otros hacia las mesas de comida y otros hacia el bar. Nelle sopesó sus opciones y decidió que sería más fácil charlar con desconocidos con una copa en la mano que mientras comía. Así que avanzó hacia la barra más cercana entre la multitud.
–Zumo de arándano y soda, por favor –le pidió al camarero cuando consiguió captar su atención.
El vodka de la copa anterior la había aturdido.
–Aquí tiene –le respondió este poco después.
Nelle fue a tomar la copa y sintió un fuerte codazo en el costado que le hizo inclinarse sobre la barra y empujar la copa en dirección a un invitado que estaba a sus espaldas. Este iba vestido con un traje blanco y se encontraba ajeno al desastre que se le avecinaba. Nelle abrió la boca para avisarlo.
Él se giró, evaluó la situación en un momento y agarró la copa al vuelo, sin que se derramase ni una sola gota.
Luego miró a izquierda y derecha y al ver a Nelle observándolo boquiabierta, sonrió.
–¿Es suya? –le preguntó.
Era muy alto. Y, a pesar del amplio disfraz, era evidente que tenía los hombros anchos. Nelle solía ser cauta con los hombres que eran físicamente imponentes, pero había algo en aquel, tal vez en sus ojos oscuros, en su sonrisa de medio lado, que hizo que bajase la guardia y le devolviese la sonrisa.
–Culpable –admitió–. Ha estado muy rápido.
–Bueno, hoy he conseguido evitar un desastre de dos, espero que no haya dos sin tres.
Le ofreció la copa con cuidado, asegurándose de no soltarla hasta que Nelle la tuvo agarrada. Sus dedos se rozaron solo un instante, pero fue suficiente para que Nelle sintiese un escalofrío.
–No es la primera copa que me tiran encima hoy –añadió él.
Seis meses antes, Nelle se habría limitado a sonreír educadamente y a marcharse, segura de su aburrida, pero estable relación. No obstante, la señora Allen le había dicho que se mezclase con el resto de invitados. Y, a pesar de que la Janelle de antes nunca coqueteaba, decidió en ese momento que Nelle, sí. Arqueó una ceja y se inclinó ligeramente hacia él.
–Vaya. Tengo que decir que, en mi caso, ha sido un accidente. No pretendía tirarle la copa encima. ¿Por qué le han tirado la anterior?
–Porque he intentado salvar un teléfono en apuros.
–¿Y el teléfono le ha tirado una copa encima a cambio? La verdad es que ya hay aplicaciones para todo.
Él se echó a reír. Rio con ganas. Y a Nelle le gustó. No pudo evitar sonreír mientras sus miradas se cruzaban.
–Yo soñaba hace un rato con una copa que se rellenase de whisky sola, pero una aplicación que lanza bebida podría ser una idea todavía mejor.
–¿Por qué limitarse a bebidas? ¡Hay tantas posibilidades! Como, por ejemplo, tomates.
–¿Tomates?
–Por ejemplo, cuando una película es mala. Se podría lanzar tomates virtualmente.
–Me parece que ya existe algo así.
–Ah, bueno. Entonces… ¿Y una aplicación para las tartas de boda? Ya sabe, cuando los novios cortan la tarta y se dan a comer el uno al otro, pero a veces se les cae y se manchan… ¿Y si los novios pudiesen utilizar una aplicación para hacer eso? Podrían ahorrarse los gastos de tintorería.
Él sonrió, enseñándole los blancos dientes.
–Debe de ir a bodas muy animadas. ¿Fue eso lo que ocurrió en la suya?
Ella levantó la mano desnuda de anillos.
–Todavía no, y espero que nunca. Me refiero a lo de la tarta, no a la boda. La boda sí que…
Sintió que le ardían las mejillas. ¿Por qué se había puesto a hablar de bodas con un hombre al que acababa de conocer?
–¿Qué más se podría lanzar? Ya lo sé. Batidos.
–Técnicamente, un batido es una bebida.
Nelle chasqueó la lengua.
–No es solo una bebida. Un buen batido se desliza por la lengua, es cremoso, rico y espeso, tan espeso que, si metes una cuchara en él, se queda recta.
Se dio cuenta de repente de que estaba muy cerca de él. Tan cerca que las lentejuelas de su vestido casi rozaban su ancha camisa.
–Continúa –le pidió él con voz ronca.
–¿Por dónde iba? –preguntó ella, tragando saliva mientras se fijaba en su barbilla cuadrada y firme, recién afeitada. En sus labios, que no eran demasiado gruesos ni demasiado delgados.
–Aquí estás. He estado esperándote en la mesa.
Nelle oyó la voz de la señora Allen a sus espaldas y se giró, sobresaltada. El hombre la agarró por el brazo, causándole un escalofrío, pero Nelle no se pudo parar a pensar en aquello.
Su jefa la miró con frialdad.
–¿Vamos? Si te parece buen momento, claro.
Nelle se puso recta. Se le había hecho un nudo en el estómago. Era la primera tarea que le encomendaban en su nuevo trabajo y ya lo estaba haciendo mal antes de empezar.
–Sí. Por supuesto. La sigo.
Ya estaban casi al otro lado del salón cuando se dio cuenta de que no le había dicho adiós al hombre de los labios perfectos. Y que tampoco se había acordado de llevarse la copa.