Читать книгу Después de la venganza - Tara Pammi - Страница 6

Capítulo 2

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VINCENZO miró la casa que representaba el centro de poder de la familia Brunetti y subió la escalinata de mármol en la que su madre había suplicado a Greta Brunetti que creyera que Vincenzo era hijo de Silvio Brunetti y, por tanto, su nieto. Sangre de su sangre.

Dos décadas más tarde, mientras llegaba a la puerta, no sentía miedo, sino la certeza de que pronto todo aquello le pertenecería. Su dulce esposa, Alessandra, había precipitado los acontecimientos al huir y refugiarse allí.

Entrar en el salón y ver a la familia reunida le produjo un especial regocijo: la matriarca, Greta; sus nietos, Leonardo y Massimo; sus esposas Neha y Natalie; y en medio, sentada en un diván, Alessandra.

Ella alzó la mirada y el pulso de Vincenzo se aceleró como el de un adolescente. La rabia que lo había dominado desde que había descubierto su huida se tiñó de preocupación. Alessandra tenía los ojos hinchados y rojos, el cabello recogido en un moño, vestía una camiseta y unos vaqueros viejos y no llevaba gota de maquillaje, y aun así, estaba preciosa.

Sus ojos contenían un profundo dolor cuando lo miraron fijamente como si buscaran atisbar un mínimo sentido del honor en él. Pero no iba a encontrarlo.

Vincenzo la recorrió de arriba abajo y no pudo evitar sentir cierta satisfacción al ver que en su mano izquierda seguía brillando el anillo de diamantes.

«Mía, es mía», habría querido gritar como un salvaje.

–¿Te parece bien desaparecer sin despedirte, princesa? El matrimonio es nuevo para los dos, pero vamos a tener que poner algunas normas –dijo burlón, ignorando a los dos hombres que permanecían de pie, flanqueándola como dos centinelas.

Leonardo Brunetti, presidente del prestigioso conglomerado financiero, Brunetti Finances Incorporated al que se proponía sustituir; y Massimo Brunetti, la brillante mente tecnológica tras el éxito de la sección cibernética de BFI, Brunetti Cyber Services, y el hombre que había captado a su antigua asociada, Natalie.

Dos hombres que poseían todo aquello que también debía ser suyo y a los que pensaba arrebatarles todo.

–¿Crees que tenemos alguna posibilidad después de lo que has hecho, V?

Si Alessandra le hubiera gritado, Vincenzo se habría sentido cómodo; pero el dolorido susurro con el que habló, lo desarmó por completo.

–Vamos, cara. Contestaré todas tus preguntas en privado.

–Has tenido numerosas ocasiones de decirme por qué intentas destrozar la vida de mi familia, pero no las has aprovechado –Alessandra se mordió el labio. Tenía los ojos húmedos–. Dinos… por qué.

–¿Por qué, qué? –dijo Vincenzo entre dientes, enfurecido consigo mismo por no haberle dado explicaciones cuando necesitaba desesperadamente que Alessandra comprendiera su punto de vista.

–¿Por qué atacas a Brunetti? –dijo ella en tono de frustración–. ¿Por qué ordenaste a Natalie que desmantelara BCS antes de que ella acabara enamorándose de Massimo? ¿Por qué usaste al padre adoptivo de Neha como espía? ¿Por qué compraste la participación suficiente de BFI como para amenazar la posición de Leo como presidente?

–Creía que era evidente –dijo Vincenzo impasible.

Alessandra se levantó y dio un paso hacia él. Su perfume alcanzó a Vincenzo, recordándole al instante noches tibias, sábanas revueltas, gemidos suaves…, sonrisas contagiosas que deshacían las telarañas de una soledad en la que ni siquiera había sabido que estaba atrapado. Pero los ojos que lo habían mirado con amor y deseo, lo observaban en aquel momento con tristeza. Continuó:

–Nada de esto es un capricho, Alessandra. Llevo toda la vida trabajando para este momento. Voy a convertirme en el presidente de BFI y a adueñarme de la compañía y de todas las demás empresas Brunetti.

Una lágrima se deslizó por la mejilla de Alessandra.

–¿Por qué?

–Porque es justo recuperar lo que es mío. Especialmente… –Vincenzo no pudo contener el impulso de secarle el rostro y de acariciarle la mejilla mientras anhelaba que ella diera el último paso que los separaba y se cobijaba en sus brazos.

¡Cuánto ansiaba que lo mirara como si fuera un héroe! Pero eso era lo último que él era. No creía en sacrificarse por otros o en que las felicidad de otros pudiera contribuir a la suya. No, él solo creía en arrebatar y poseer. Y conservar todo aquello que era suyo.

–Especialmente si me he prometido conservarlo en mi vida –concluyó con voz ronca.

Una súbita inhalación, un entreabrirse de los labios, un tenue rubor sirvieron para que Vincenzo supiera que Alessandra estaba tan perdida como él por la magia que habían experimentado juntos, por la increíble conexión que le había impulsado a dar aquel paso y tratar de explicarse aun después de que ella se hubiera ido sin una palabra de despedida.

–¿Crees que BFI te pertenece? –preguntó Alessandra.

–Sí, puesto que fue Silvio Brunetti quien sedujo a mi madre, la dejó embarazada y luego se deshizo de ella. Más tarde, la mujer a la que consideras tu madre adoptiva, nos acusó a ella y a mí de mentirosos y mendigos. Los Brunetti me negaron los privilegios que me correspondían y no me daré por satisfecho hasta apoderarme de sus empresas y verlos salir humillados de esta casa.

–Eso es… –Alessandra lo miraba con los ojos desencajados. Cuando Vincenzo dio un paso adelante, ella retrocedió con una mueca de horror–. Greta nunca haría algo así. A mí me recibió con los brazos abiertos cuando vine a vivir aquí con mi padre, su segundo marido. Ella me ha amado más que…

La defensa que iba a hacer Alessandra de Greta se diluyó en sus labios al mirar a la mujer madura y atisbar en sus ojos el brillo de la verdad, el rastro de un encuentro en el que Greta probablemente no había vuelto a pensar, pero que se había convertido en el motor de la vida de Vincenzo.

Todas las miradas se volvieron hacia Greta con distintos grados de recriminación, excepto la de Alessandra. Aun con la culpabilidad grabada en el rostro de su madrastra, Alessandra se mantenía incrédula, como si fuera ella quien hubiera recibido el peor golpe, algo que Vincenzo no había calculado y por lo que se reprendió.

Incluso los hermanos Brunetti parecían horrorizados mientras alternaban sus miradas entre Greta y Vincenzo. Massimo dejó escapar una retahíla de maldiciones, mientras que Leo se quedó mudo de estupor.

–Podemos hacer una prueba de ADN para legitimar mis derechos –dijo Vincenzo con desdén–. Pero preferiría conservar el apellido de mi madre. Habría cierta justicia universal en encabezar la prestigiosa BFI con su nombre.

–Tendremos que creer en tu palabra, Cavalli –dijo Massimo impasible.

–Eso te honra, sobre todo teniendo en cuenta que tu padre y tu abuela negaron ese gesto de decencia a mi madre.

–¿Y dónde me deja eso a mí, V? –preguntó Alessandra con voz temblorosa.

Vincenzo sintió un frío interior al darse cuenta de que en aquel momento no tenía la respuesta apropiada, al menos la que lograría borrar el dolor que reflejaban sus ojos.

Alessandra asintió como si se diera por respondida, como si su silencio fuera una admisión de su culpa, y salió corriendo de la habitación.

Alex contuvo el llanto tomando aire profundamente. Ya había llorado bastante por Vincenzo en la última semana.

Miró hacía el jardín que bordeaba la villa, el invernadero que Leo había restaurado, la antigua bodega que Massimo había transformado en un laboratorio de alta tecnología. El orgullo y la herencia histórica de aquel lugar corrían por su sangre; eran su legado y su lugar en el mundo. Y uno y otro le habían sido negados a Vincenzo.

Ella no había olvidado la sensación de desasosiego e impotencia que la había embargado al saber que el marido de su madre, Steve, a quien siempre había creído su padre, no lo era; y cómo había experimentado una desesperada necesidad de encontrar un lugar propio, de sentirse aceptada.

Podía imaginar bien el dolor y la angustia de un niño al verse rechazado por su familia, las cicatrices que eso podría dejar en el hombre. Pero destruir a Leonardo y a Massimo después de tantos años… Eso no podía aprobarlo.

–Tienes que dejar de huir de mí, cara mia.

La voz grave y ronca le llegó desde el exterior, poniéndole la piel de gallina. No giró la cabeza porque se sabía débil y necesitaba protegerse con una coraza antes de mirarlo. Pero había llegado el momento de tomar una decisión.

–No me has dejado otra opción –contestó.

Incluso tras saber la verdad había deseado con todas sus fuerzas que hubiera algún error, que el hombre del que se había enamorado y con el que se había casado en secreto no fuera el mismo que pretendía destruir a aquellos a quienes ella amaba.

–Si me hubiera quedado en Bali, habríamos hecho el combate de boxeo que me pedías y te habría machacado, igual que tú has hecho con mi cerebro –añadió.

La risa de Vincenzo la envolvió. Se cuadró de hombros, pero nada que pudiera hacer la protegía del efecto que aquella voz tenía en ella. La química explosiva entre ellos había sido instantánea, abrasadora. Y no parecía que fuera a remitir aun cuando su corazón se retorciera en su dolorido pecho y su mente se rebelara.

–Será que me lo merecía.

–¿Crees que es así de simple? –dijo Alex, volviéndose–. ¿Que basta con que te grite o te dé una paliza para resolver las cosas?

Sus miradas se encontraron y el sosiego que Alex encontraba fascinante en la de él volvió a envolverla. Vincenzo le hacía pensar en una pantera con la energía y la violencia contenida, lista para atacar. Y aun así, al mirarlo, no cabía duda de lo que su alocado corazón y lo que su codicioso cuerpo anhelaban.

Carraspeó, avergonzándose de ser tan débil.

–Natalie ha pasado horas, arriesgándose a enfurecer a Greta, a Leo, e incluso a Massimo, para convencerme de que no eres un monstruo, que en el pasado tú fuiste la única persona que la protegió y ayudó cuando ella no podía darte nada a cambio.

–¿No te dijo lo que finalmente le pedí a cambio de todo lo que había hecho por ella?

–Te extraña que te defendiera. ¿Eres tan mala persona como dicen?

–No sabría decir si soy malo, princesa. Pero sí sé que no soy un héroe –dijo él, entrando en la amplia habitación.

Greta había hecho un gran esfuerzo cuando Alex llegó por crear un ambiente acogedor para ella. Cada milímetro de aquel dormitorio había sido el paraíso para la niña cuya madre le había roto el corazón en numerosas ocasiones.

–Creía que Massimo se había quedado los derechos de la lealtad de Natalie –dijo Vincenzo, tan bajo que Alex tuvo que esforzarse para entender lo que decía.

–Que lo que se siente por alguien pudiera anular lo que se siente por otra persona, simplificaría mucho las cosas; pero me temo que no funciona así.

Vincenzo alzó la cabeza y Alex supo que había mellado su armadura.

–He de admitir que no tengo demasiada experiencia ni con los sentimientos ni con las complejidades y dramas familiares. Así que, no, no sé cómo funciona. Pero si la lealtad de Natalie hacia mí te ha hecho dudar sobre mi reputación, tendré que agradecérselo. Aun así, no busques cualidades en mí que me rediman, cara. No olvides que soy el mismo hombre con el que te casaste.

La arrogancia de aquel comentario hizo reaccionar a Alex.

–¿Pretendes que olvide todo lo que les has hecho y siga contigo como si nada?

–¿Y si te dijera que he hecho todo esto –Vincenzo hizo un gesto que incluía la villa– solo porque soy un hombre de negocios sin escrúpulos que quiere liderar el centro financiero de Milán, y que BFI es el objetivo más obvio?

La luz dorada del atardecer acariciaba el rostro de Vincenzo como dos manos acariciadoras. Alex contuvo el aliento al ver por primera vez similitudes que no había percibido antes. Los ojos tan parecidos a los de Massimo; el gesto desdeñoso de sus labios, exacto al de Leo cuando algo lo contrariaba. Una miríada de detalles le aceleraron el corazón, golpeando su conciencia con la noción de que Vincenzo pertenecía a aquel lugar, el mismo que ella llamaba su hogar. Y su enfadó disminuyó.

–Que pienses que puede llegar a ser así de sencillo es una prueba de lo diferentes que somos.

–Muy bien. ¿Y si intentamos olvidarnos por un momento de todos ellos?

–Tú eres quien me ha implicado en esto.

–Nuestro matrimonio puede permanecer al margen de los Brunetti, Alessandra.

–No te entiendo, V. Puede que uno actúe así cuando se ha acostumbrado a jugar con la gente como si fueran piezas de ajedrez. Pero no puedes pedir que te sea leal mientras tú destrozas a los Brunetti. No sé cómo podríamos seguir adelante… cuando me has mentido

–Yo no te he mentido nunca.

–Vale, pues me ocultaste la verdad. Estoy intentando comprender qué sentiste de niño, por qué elegiste el camino de la venganza. Cómo una crueldad pasajera de Greta pudo herirte hasta…

–Yo no llamaría una crueldad pasajera a llamar a mi madre ramera y cazafortunas –dijo Vincenzo con una sonrisa amarga–. Por su culpa, crecí en la miseria. Mi madre sufrió un colapso emocional del que nunca se recuperó. Acabamos viviendo en la calle y ella sufrió una demencia temprana.

El corazón de Alex le golpeó el pecho y la angustia que vio en los ojos de Vincenzo disolvió su enfado. Aun así, hizo un último intento.

–Eso no es culpa de Greta.

–¿No? Que mi madre no pudiera seguir un tratamiento, que no tuviera acceso a la medicación, es culpa suya. Que ahora necesite atención médica veinticuatro horas al día es culpa suya –dijo Vincenzo, haciendo pensar a Alex en un animal herido–. Que su enfermedad la afectara hasta el punto de que no me reconoce es culpa suya.

–¿No te reconoce? –musitó Alex sintiendo que el corazón se le rompía por él. Y por sí misma.

Porque veía la posibilidad de atravesar aquel dolor y aquella rabia para llegar a él, porque intuía que sería imposible desviarlo del camino de destrucción en el que se había embarcado, puesto que su odio tenía raíces en una espantosa infancia.

Y si permanecía con él a pesar de los planes que tenía para aquellos a los que ella amaba, ¿en qué lugar la dejaba eso?

Vincenzo negó con la cabeza.

–Cree que sigo teniendo diez años. Su mente quedó congelada en ese año.

–¿Por qué no me constaste nada de esto?

–Porque no quería ver en tus ojos la lástima que reflejan ahora mismo.

–Entonces ¿qué quieres de mí?

Alex observó entre fascinada y enfadada cómo Vincenzo conseguía dominarse, como si sus sentimientos los guardase bajo llave. Así era como había canalizado su dolor hacia la venganza.

–Los votos que hicimos, el futuro que nos prometimos. Eso es lo que quiero.

–Sigo sin creer que Greta hiciera algo tan…

–Porque estás condicionada por el agradecimiento que sientes hacia ellos. No los conoces de verdad; tú no estás corrompida por el privilegio y el poder que corre por sus venas.

–¿Piensas que eso impide que los ame con la misma intensidad? Cuando me enteré de que Carlos era mi padre biológico y vine a vivir con él, Greta ya estaba casada con él y no sabía nada de mi existencia. Pero me acogió, me dio un hogar, se convirtió en mi apoyo cuando él murió. Leo y Massimo me aceptaron y me trataron como a un miembro de su familia. ¡No tienes ni idea de lo que significan para mí!

–¿Y crees comprender la animosidad que yo siento hacia ellos?

Alex se esforzó por ver la situación desde su punto de vista. Tomó aire y buscó las palabras cuidadosamente.

–Tienes razón. Mentiría si dijera que comprendo por lo que pasaste. Pero… pero tú tampoco sabes lo que padecieron Leo y Massimo con tu padre, Silvio. Ellos son inocentes. No merecen que les destroces la vida. El verdadero culpable de todo es Silvio Brunetti, no ellos. Y él está muerto.

Vincenzo se encogió de hombros y la crueldad de su gesto, sin tan siquiera pararse a tener en cuenta sus palabras, hizo que a Alex se le encogiera el corazón.

–¿Es esto lo que quieres, V? ¿La guerra?

–Sí. La que he declarado hace mucho tiempo y a la que he dedicado toda mi energía. Identifiqué sus fragilidades, sus puntos débiles durante años, y entonces ataqué. Y no pienso…

–Espera… –interrumpió Alex, sintiendo un escalofrío. Las piezas empezaban a encajar.

Alessandra Giovanni: modelo, icono de la moda, mujer de negocios, filántropa. Hija adoptiva de los poderosos Brunetti de Milán.

Acababa de recordar el titular del artículo publicado apenas unos días antes de que viajara a Bali. Donde había aparecido el misterioso y guapísimo hombre de negocios italiano.

El encuentro accidental cuando ella visitaba las ruinas de un templo…

La pasión compartida por la arquitectura antigua…

Las tres horas que él había esperado mientras ella terminaba la sesión fotográfica, devorándola con sus ojos grises.

La promesa de enseñarle lugares a los que no la llevaría ningún guía turístico…

Su primer beso…

Las preguntas sobre sus obras sociales, sobre los negocios que quería emprender, sobre todo aquello que le importaba… Cómo la había dejado expectante tras la primera noche de intimidad en el balcón de la villa… La súbita proposición de matrimonio y los votos que había recitado con aquella voz grave…

¿Habría sido algo de todo eso real?

–¿Viniste a Bali expresamente por mí, para comprobar si podías utilizarme en tu guerra contra ellos?

Vincenzo permaneció impasible, pero Alessandra podía identificar cualquier cambio en aquel hermoso rostro.

–Contesta, Vincenzo –gritó dolida.

–Sí, fui a buscarte, Alessandra…

–Porque el artículo citaba a Greta diciendo: «Alessandra es a la que más quiero del mundo», ¿verdad?

De nuevo, un espantoso silencio.

A pesar de sus esfuerzos por evitarlo, las lágrimas le nublaron la vista, distorsionando sus nítidas facciones.

«Identifiqué sus fragilidades, sus puntos débiles durante años, y entonces ataqué».

No le había bastado con perseguir BFI y BCS, hacerse con las parte de Silvio Brunetti en BFI. Tenía que hacerles daño donde más les dolía personalmente, especialmente a Greta. Todo había sido premeditado, planeado y ejecutado a la perfección.

Y ella se había enamorado como una idiota de él.

Se volvió hacia Vincenzo, secándose las mejillas bruscamente. El dolor dio paso a una furia que no había experimentado jamás.

–¿Y qué esperas de mí mientras tú destruyes a la gente a la que yo amo?

–Lo que habrías hecho si no te hubieras enterado: dar una oportunidad a nuestro matrimonio. Que pases el resto de tu vida conmigo y cumplas tus votos.

–Nuestro matrimonio es una… farsa.

–¡No! Yo me casé contigo, Alessandra. Prometí pasar el resto de mi vida contigo. Y no lo hice a la ligera.

Alex escrutó su rostro, buscando un destello al que asirse, pero la mirada implacable no se suavizó. Las palabras de Vincenzo adquirieron sentido lentamente, dando lugar a nuevas preguntas.

–¿Por qué te casaste conmigo en lugar de seducirme y abandonarme? Te puse todas las facilidades. Podrías haberme dicho que solo había sido un juguete.

–Yo no trato así a las mujeres. Esa es una especialidad de los Brunetti.

–Entonces, ¿por qué?

–Eres hermosa, inteligente, un tesoro que cualquier hombre querría poseer. Para alguien como yo, que creció sin nada, que será siempre un bastardo y que ha construido su imperio deshaciéndose de quienes se interpusieran en su camino, eres un triunfo, Alessandra. Me casé contigo porque, por primera vez en mi vida, quise algo al margen de mi deseo de venganza. Me casé contigo porque hacerte mía, arrebatarte a Greta, era tanto como poner la guinda al pastel.

Alessandra asintió con un nudo en el estómago.

–No sé qué decir a un hombre que cree que puede separarme de la mujer que me dio un hogar y que piensa que voy a apoyar la destrucción de mi familia. Alguien que cree que poseerme lo coloca en una mejor posición social. No voy a…

No iba a dejarse utilizar en una batalla entre gente a la que quería. No sería ni el punto débil ni el arma de nadie.

–No soy un premio a ganar, ni un arma que puedas usar en tu guerra personal –Alex se obligó a mirarlo a los ojos–. Márchate. No puedo enfrentarme a esto ahora… Por favor, márchate, V.

Vincenzo permaneció inmóvil, pero tras lo que pareció una eternidad, asintió. Y se fue.

Alex se quedó mirando por la ventana con la garganta seca y el pecho vacío.

–Se ha ido.

–¿Qué quieres decir? –preguntó Vincenzo a Massimo Brunetti.

Miró a los dos hombres que se relajaban en sendas hamacas en aquella atípicamente fría tarde de junio.

Había encontrado la villa tan espectacular como la primera vez. Pero pensar en destruir el símbolo del poder de los Brunetti no le produjo en aquel instante ningún placer porque estaba preocupado por un asunto más acuciante.

Alessandra no había contestado sus llamadas en cinco días, lo que le había obligado a hacer aquella visita. Su paciencia, que era muy limitada aquellos días, se había puesto a prueba.

Había sido la peor semana de su vida profesional y personal.

Había empezado con una crisis en el departamento financiero de su empresa, seguida por la marcha de Alessandra a Milán sin previo aviso. Luego su propio vuelo para ir a por ella y el enfrentamiento que pronto se escapó de su control gracias a que los Brunetti la habían puesto al día de sus artes maquiavélicas, seguido de una llamada de las enfermeras que cuidaban de su madre exigiendo su inmediata presencia en su propiedad de la Toscana.

Lo que había significado dejar a Alessandra sola demasiado tiempo, y permitir que los Brunetti siguieran envenenándola contra él.

–No deberías haberla dejado así justo después de que descubriera tu juego –dijo Leonardo en un tono casi amable–. Lo menos que podías haber hecho era dejar que te gritara, o que lanzara uno de sus poderosos ganchos. Cualquier cosa habría sido mejor que dejarla rumiando tu traición.

–Yo no la he traicionado… –replicó Vincenzo.

No había traicionado a Alessandra, solo le había ocultado una parte de la verdad que había confiado en explicarle más adelante. Cuando pudiera apelar a su sentido de la justicia. Pero había calculado mal la fuerza de su vínculo con los Brunetti.

–Tenía que ocuparme de un asunto –continuó–. ¿Por qué no me decís dónde está?

–No lo sabemos –dijo Massimo–. Después de que te fueras se encerró en su dormitorio y cuando Natalie fue a buscarla a la mañana siguiente, se había ido.

–¿Pretendéis que crea que no os pidió ayuda para que la ocultarais? ¿Que no habéis participado encantados de este juego de niños?

–En eso tienes razón –dijo Leo sin el menor rencor en su tono–. Pero olvidas que Alex conoce a gente en todo el mundo dispuesta a ayudarla. Es la persona más leal que conozco. Y sabiendo cuánto desprecias nuestro apellido hará lo que sea para que no puedas atacarnos. Supondría que nos preguntarías dónde estaba. Su manera de protegernos es ocultárnoslo.

–¿Peleó conmigo como una leona para protegeros de mí y vosotros no la habéis ayudado?

–No me estás escuchando, Cavalli. Alex se ha ido y nadie sabe dónde está o cuándo va a volver.

Ninguno de los hermanos parecía sacar el menor placer en darle la noticia. Solo mostraban preocupación por Alex.

–No puede escapar de su vida. Tiene obligaciones, una carrera –dijo Vincenzo confuso.

–Una carrera que quiere dejar –dijo Massimo–. ¡Has tenido que aparecer justo cuando se estaba cuestionando su vida y su carrera!

–¿De qué estás hablando? –Leo se adelantó a la pregunta que iba a hacer Vincenzo.

–Rompió con aquel fotógrafo, Javier Díaz, hace unos meses. Planea dejar la pasarela. Por eso no entiendo que se casara con un total desconocido después de que…

–Alessandra y yo nos conocíamos de varias semanas –protestó Vincenzo.

–Aun así, apenas te conocía. Pero ahora creo que lo entiendo –Massimo clavó la mirada en él–: Debiste de ser un escape, una locura pasajera que la ayudó a superar lo de Javier.

Vincenzo habría querido darle un puñetazo.

–Cuidado con lo que dices, Massimo.

–Márchate, Cavalli –Massimo se puso en pie–. Entérate: Alex se ha ido. Es lo que hace cuando no puede soportar el dolor que siente.

Vincenzo no supo qué contestar. Aquella no era la Alessandra que conocía, la sofisticada aunque vulnerable mujer que había acabado con su autocontrol, que le había hecho olvidar en una semana veinte años de planificación.

–¿Tengo que creer que me he casado con la complicada mujer que describís?

–Da lo mismo lo que creas. Nosotros la conocemos desde hace muchos años –dijo Massimo–. Traicionaste su confianza. Descubrir cómo te había tratado Greta fue una doble traición para ella. Si entiendo cómo funciona tu tortuosa mente, estoy seguro de que tu intención era utilizarla en nuestra contra –lo miró con una expresión altanera en la que Vincenzo sintió la incomodidad de verse reflejado–. Y estoy seguro de que Alessandra también lo sabía. Pero ella siempre ha conocido sus propias debilidades –concluyó crípticamente.

Vincenzo no aguantó más.

–Si con esto pretende que elija entre ella y mis intenciones originales…

–Si creyera que podía convencerte –le cortó Leonardo–, no habría abandonado su hogar en mitad de la noche sin decirnos nada, y eso solo significa que no hiciste nada por tranquilizarla o para demostrarle que no era un peón más de tu juego.

–Mis planes para los Brunetti no tienen nada que ver con ella.

–No tienes ni idea de lo que la familia significa para Alex –un destello de compasión en los ojos de Leonardo obligó a Vincenzo a apartar la mirada–. Acepta que se ha ido, Cavalli. Y que tardará en volver.

Vincenzo se tensó ante aquellas palabras, sintiendo la furia y la frustración removiéndose en su interior. El futuro que había atisbado en las últimas semanas se le escapaba entre los dedos. ¿Esa era la idea de compromiso de Alessandra: huir ante la primera dificultad?

Massimo lo miró con desdén.

–Me apuesto a que ha vuelto junto a Javier. Y por muy capaz de maquinar que seas, dudo que la encuentres hasta que ella quiera aparecer.

Después de la venganza

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