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Cara a cara con Satanás
© de la obra: Teresa Porqueras Matas, 2016
© de la edición: Apostroph, edicions i propostes culturuals, SLU
© de la fotografía de cubierta: Llorenç Melgosa
Primera edición: octubre 2016
Segunda edición: febrero 2017
Tercera edición (reimpresión): abril 2017
Cuarta edición (reimpresión): septiembre 2017
Quinta edición (digital): junio de 2020
ISBN: 978-84-945229-6-3
Edición: Apostroph
Diseño de cubierta: Apostroph
www.apostroph.cat
apostroph@apostroph.cat
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A mis queridos padres que, desde el más allá
y desde lo más profundo de mi corazón, hacen
que mantenga firme mi pluma.
Presentación
Cuando con Teresa nos propusimos escribir este libro, casi sin pensarlo le dije que adelante y acepté dichoso esta aventura. Mi formación como fraile dominico de la Orden de Predicadores hace que intente vivir todas las realidades.
San Agustín decía que solo se sabe bien lo que se escribe y creo que, en efecto, Teresa ha vivido esta experiencia. Al menos así lo he percibido yo al leer con atención este libro: la dimensión religiosa encarnada en una mujer de nuestro tiempo.
En pleno siglo XXI no resulta nada fácil hacer comprender a muchos qué es y en qué consiste mi trabajo como exorcista. Decenas de periodistas se acercan hasta mí ávidos de curiosidad para tener algo de luz. Muchos de ellos son incrédulos totales, otros se muestran más bien sorprendidos ante lo que descubren.
Realmente no me incomoda en absoluto cuando algunas personas consideran que mi labor como exorcista es algo retrógrada, más propia de un argumento de película que de la vida real. Más bien, cuando esto ocurre, les respeto y dejo que hablen. Luego, simplemente pido a Nuestro Señor Jesucristo que les ilumine y deseo que ellos no tengan que vivir jamás las experiencias tan terribles que algunos sufren.
Afronto cada día de mi vida con la templanza y la seguridad que me da creer que no estamos solos en este mundo. En estos nueve años recién cumplidos como exorcista de la Archidiócesis de Barcelona he vivido en primera persona incontables casos que pondrían a más de uno la piel de gallina. Ver para creer. ¿Y si yo les dijera a ustedes que sí que existe el demonio? Así es. El demonio existe, se manifiesta, está entre nosotros y es un ser espiritual que yo mismo he experimentado. Deseo que estas páginas les ayuden a comprender algo de este misterio. Teresa, sin duda, ha descubierto una dimensión que en todo esto, a veces, pasa desapercibida para algunos: la de Dios.
Quiero agradecer de corazón la dedicación y el trabajo de todas aquellas personas que han colaborado y que han hecho posible este libro. Mis gracias a Teresa, a las editoras Alexandra y Anabel y, especialmente, a todos los testimonios anónimos que aquí se incluyen.
El Papa Francisco me ha concedido el honor de ser Misionero de la Misericordia y yo estoy seguro de que este libro es un instrumento de Misericordia y de esta realidad, porque cuando el dolor es compartido es más fácil de llevar.
Juan José Gallego Salvadores, O. P.
Introducción
Cara a cara con Satanás es un libro triplemente especial para mí. Este es mi primer niño de papel que reconozco sin rubor que me ha robado por entero el corazón con un amor todopoderoso, propio del de las madres primerizas que idolatran sin más a su recién nacido. En segundo lugar, admito abiertamente que todo lo que ha sucedido en relación a este libro se escapa de alguna manera de los lindes de la simple casualidad. Yo misma he sido testimonio fiel de su providencial gestación, como si una mano intangible e invisible me guiara en todo momento. En tercer lugar, y tal vez el punto más trascendental para mí, es que gracias a todo lo acontecido he experimentado un cambio sustancial en mi persona. He vivido mucho con este libro, más de lo que yo misma nunca hubiera podido imaginar. En cierta manera se podría decir que a través de estas páginas he recorrido un intrincado sendero que me ha marcado profundamente como ser humano.
El exorcista Juan José Gallego me ha abierto los ojos de par en par a una realidad velada que muy pocos conocen. Su ejemplo de vida y sus inigualables experiencias me han hecho en todo momento el camino fácil y llevadero. Éste ejemplar dominico ha sido buen guía y mentor, más cuando he tratado por mi cuenta y riesgo de adentrarme en los entresijos de este submundo, reconozco que me he topado de bruces con una opaca realidad, jalonada de tabúes que a duras penas conviven en la trastienda de la Iglesia Católica.
Se hacía necesario escribir un libro como éste, que reivindique la voz de los que lloran en silencio, de aquellos atormentados que sufren lo indecible y que sienten vergüenza y temor de gritar a los cuatro vientos qué es lo que les sucede por temor a que les tachen de locos. En estas páginas, espero y deseo que tengan consuelo para que no desfallezcan, porque no es menos cierto que incontables personas sufren diariamente los embistes de una fuerza invisible que les atormenta día tras día, y noche tras noche. No son enfermos, no sufren esquizofrenia, y muchos de ellos ya están cansados de deambular por multitud de consultas médicas donde no logran dar respuesta a sus inexplicables males. Ciertos posesos dicen sentir un sufrimiento físico y, en otras ocasiones, explican que una especie de dolor espiritual les carcome por dentro, provocándoles un sufrimiento del todo insoportable, hasta el punto que algunos deciden acabar con su existencia.
Ojalá lo aquí escrito ayude a todos aquellos interesados por estas temáticas, a los curiosos y a los valientes que no temen saber.
Siempre he creído que hay historias tan reales y auténticas que, aun siendo veraces, son negadas por todos. Pues bien, en Cara a cara con Satanás el lector se topará de lleno con ciertas situaciones que cuestan de digerir porque nos hacen tambalear muchos estereotipos y esquemas impuestos por el mundo en que vivimos.
En mi incansable indagación admito, sin ningún ápice de arrogancia, que he ido mucho más lejos de lo que tenía previsto inicialmente. Experimentar en mis propias carnes situaciones antes impensables creo que ha sido la verdadera clave. En este singular periplo zambulléndome por lo más escabroso y turbio de los exorcismos he reído, he llorado, he pasado cierto pavor, he disfrutado de gratos momentos e incluso he perdido amigos por el camino, pero he ganado otros tantos; sin olvidar que en algún momento me he sentido defraudada, intimidada y presionada por ciertas instancias «superiores» para no explicar en demasía.
Jamás pensé lo intrincado y tortuoso que podía llegar a ser el submundo de los exorcismos y de las posesiones demoníacas en pleno siglo XXI. Se trata de un terreno auténticamente pantanoso, repleto de aguas movedizas, y terriblemente oscuro para la opinión pública. Por fortuna, mi indagación me ha llevado a conocer lo mejor y lo peor del ser humano, la parte más positiva y lo que jamás me hubiera imaginado que podía existir; lo que se puede contar y lo que hay que ocultar por todos los medios. Y precisamente, en lo más dulce y en lo más agrio de mi bagaje, es donde he podido dibujar, a veces con mano temblorosa, un fiel dibujo de lo que son realmente las posesiones demoníacas.
Admito que no es baladí lo que se cuenta y lo que voluntariamente se omite en éstas páginas. A parte del testimonio sin igual del exorcista fray Juan José Gallego, sobre el que se basa la totalidad de este libro, solo el padre José Antonio Fortea se ha atrevido a manifestar con franqueza y normalidad abordando importantes cuestiones de interés. Las demás declaraciones obtenidas, muy a mi pesar, están envueltas en el miedo y en el secretismo que infunden estos temas. Conseguí contactar con dos exorcistas de la Iglesia católica que actualmente desarrollan su labor en secreto y que no desean bajo ningún concepto que su actividad salga a la luz; también he podido hablar con algunos ayudantes seglares que colaboran mano a mano en la práctica de los exorcismos.
Mi perseverancia y la ayuda de la providencia han hecho posible que pudiera asistir en persona a la realización de un verdadero exorcismo de la Iglesia católica. Pero, ante todo, valoro la maravillosa oportunidad que me ha sido concedida de poder dialogar en profundidad con una persona que actualmente está poseída. Averiguar cómo vive, qué piensa y cómo lo digiere y afronta su entorno cercano me ha proporcionado una interesante perspectiva para llegar a comprender en su complejidad cómo es el día a día de estas personas y de sus familias.
Con todo, en Cara a cara con Satanás el lector se adentrará en la apasionante vida del exorcista de la Archidiócesis de Barcelona, fray Juan José Gallego Salvadores. Quien avance en su lectura podrá conocer casos y vivencias únicas de personas de toda índole y condición venidas desde todos los rincones de España. Debo resaltar que, para preservar el anonimato que procede en estos casos, he obviado dar demasiadas referencias sobre la identidad o procedencia de los afectados, vidas de personas tan normales y corrientes que nadie sospecharía que en la intimidad de sus vidas viven un auténtico infierno.
Te invito a ti, lector, a adentrarte conmigo en el inquietante mundo de los exorcismos y de las posesiones demoníacas a través de la apasionante vida de uno de los exorcistas que más me han impresionado por su humildad y sencillez: fray Juan José Gallego, exorcista de la Archidiócesis de Barcelona. Espero que lo que leas a continuación abra tu mente, te rompa los esquemas, porque lo que vas a leer supera con creces la ficción.
Teresa Porqueras Matas
Lleida, julio de 2016
Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él
Apocalipsis 12:9
1. La proposición
Hace días que presentía que algo bueno iba a pasar. Ayer me reuní con mis editoras en una clásica cafetería de Lleida y como quien no quiere la cosa me expusieron ilusionadas una labor que de primeras me entusiasmó: escribir sobre la vida de un exorcista. Alexandra y Anabel intuían mi buena relación con el padre Juan José Gallego, exorcista oficial de la archidiócesis de Barcelona, y estaban perfectamente informadas por la prensa de que hacía unos meses habíamos realizado con nuestra productora un reportaje para emitirse en la televisión catalana sobre la figura de este singular sacerdote.
Recuerdo perfectamente el día que por primera vez acudí al Convento de Santa Catalina, Virgen y Mártir de la ciudad condal para conocer, por fin, a este carismático exorcista, fray Juan José Gallego Salvadores. Era el mes de febrero, un día fresco, claro y soleado. Por un momento sentí que se auguraban cosas buenas, como si los dioses nos fueran propicios.
Nuestra cita ya había sido acordada con casi tres semanas de antelación, por lo que estuve muchos días algo inquieta e impaciente ante ese primer y crucial encuentro. Con tiempo y sin prisa, estuve estudiando y revisando concienzudamente todas las preguntas que debíamos realizarle, las mías y las que me aportó Sebastià D’Arbó, el director de nuestro programa de televisión, Misteris amb Sebastià D’Arbó. Teníamos que grabar una entrevista que, una vez editada, no debía superar los quince minutos de emisión con el sugerente título de Les possessions diabòliques existeixen (Las posesiones diabólicas existen).
Llegamos con tiempo de sobras a Barcelona para realizar la interviú, así que con el cámara decidimos parar para desayunar y, de paso, aprovechar el tiempo para ultimar algunas de las tomas previstas. A eso de las diez menos diez de la mañana, volvimos al coche para recoger la cámara de vídeo, los focos y los trípodes, a fin de emprender camino hacia el convento; unos escasos 50 metros nos separaban de nuestro destino. El trayecto desde donde estaba aparcado el automóvil hasta el número diez de la calle Bailén se me hizo realmente largo e interminable. Miraba algo quejumbrosa mi reloj de pulsera, pues quería llegar puntual a la hora acordada, y parecía como si las manecillas del reloj, a sabiendas de mi emoción, se negasen a avanzar.
Con estricta puntualidad germana llamé al timbre a las diez en punto de la mañana y aguardé. Pasados unos quince segundos una voz distorsionada por el telefonillo nos contestó y nos animó a esperar pacientes. Después de una breve pausa, la noble puerta de color azul plúmbeo abrió tímidamente una de sus hojas y apareció el exorcista ataviado con el tradicional hábito blanco crudo de dominico, compuesto de una túnica y un escapulario con capucha. Mi primera impresión fue muy positiva. Hoy reconozco que se me hacía cuesta arriba tratar de disimular mi alborozo al tener ante mí a alguien tan sumamente especial. Entretanto me recreaba en su atuendo, rematado por una humilde correa o cíngulo que recorría su cintura. Por unos instantes, sentí que mi admiración se tornaba en devoción. Era tal y como lo recordaba de las múltiples entrevistas que había estado revisando durante días en diversos vídeos de Internet. Su apariencia era corpulenta y su presencia verdaderamente imponía; tenía el gesto de aquel que persevera y no ceja en su empeño. De piel blanquecina y pelo corto cano, irradiaba campechanía y afabilidad. Nos saludamos cordialmente y sin más dilación penetramos en las entrañas del Convento de Santa Catalina, una majestuosa y vetusta construcción del año 1889, acorde con quien acabábamos de conocer. Al tiempo que intentaba vislumbrar su mirada agazapada detrás de unas discretas gafas, en mis adentros me sentía victoriosa de poder contemplar ante mí la figura de quien diariamente osa enfrentarse al maligno.
Él nos guiaba por el intrincado edificio. Subimos unos peldaños y giramos a la derecha. Nuestros pasos se encaminaron por un largo pasillo que nos llevó hasta un cuarto, el despacho del exorcista. Era una habitación sin grandes pretensiones, más bien pequeña, sin luz natural, con dos de sus paredes forradas de estanterías sencillas de metal y a rebosar de libros. En las dos restantes paredes blancas colgaban varios cuadros enmarcados con títulos y méritos del sacerdote. Observé atenta una foto del hermano del exorcista que posaba con Juan Pablo II. Al lado de ésta, una instantánea con los dos hermanos Gallego junto al mismo Papa. Ambas imágenes se encontraban colgadas de la pared en lugares privilegiados, al alcance de la vista del sacerdote. Un poco más arriba, pendía una cruz de grandes dimensiones con un Cristo que portaba un rosario de madera en su cuello y poco más; en aquella estancia reinaba la simplicidad. En particular, de todo lo que vi, atrajo poderosamente mi interés el título otorgado por el Arzobispado de la ciudad condal y firmado por el cardenal arzobispo de Barcelona, Don Lluís Martínez Sistach, en el año 2007, y por el cual se le otorgaba oficialmente la licencia para realizar exorcismos, al mismo tiempo que se hacía constar que era un título de revisión trienal.
En medio de la habitación se disponía un sencilla mesa de despacho de madera atiborrada de papeles y repleta de incontables libros de carácter religioso amontonados sin un aparente orden, unos calendarios, un bote con lapiceros, una cruz, una jarra grande de cristal llena de agua bendita y varias fotografías más del Papa Juan Pablo II, por el que parece tener gran devoción.
Entre las decenas de libros de diferentes autores que pude contemplar apilados en la mesa del exorcista, uno de ellos llamó mi atención. De tapas gruesas y duras, y de un color rojo chillón, no podía ser ningún otro. Se trataba del Nuevo Ritual Romano del Exorcismo.
El padre Gallego quiso sentarse expresamente en su silla de despacho y yo tomé asiento enfrente de él. Así, de esta manera, es como se sitúan todos los que acuden a solicitarle ayuda. El cámara, por su parte, se instaló a mi espalda, perfectamente posicionado para enfocar todo lo que allí iba a producirse.
Ansiosos, nos preparamos para dar inicio a la entrevista, no sin antes ceder a la curiosidad del exorcista, que nos realizó varias preguntas de rigor sobre quién éramos, dónde vivíamos, para quién trabajábamos y cuál era el fin de la entrevista que estaba a punto de iniciarse. Sentíamos punzante en nosotros su perspicaz y aguda mirada, como quien no puede evitar esconder sus innatas ansias de indagar. Centenares de personas supuestamente poseídas se habían sentado en esa misma silla en la que yo me encontraba, decenas de periodistas de todas las cadenas de televisión, habidas y por haber, habían estado justamente allí, con mi mismo apetito curioso por saber y conocer sobre este tema tan desconocido: los exorcismos. Sin embargo, nosotros dos éramos unos auténticos desconocidos (al menos por el momento). Éramos unos extraños más, unos recién llegados que debíamos superar esa desconfianza inicial. Lo comprendí perfectamente y me dejé llevar por mi intuición mostrándome franca y espontánea, sin imposturas. Con sinceridad le transmití que sentía que mi espíritu necesitaba estar en aquel lugar. De hecho, le manifesté que mi estancia allí obedecía a un deseo que tenía desde hacía tiempo y le hice saber que me alegré cuando el director del programa, Sebastià D’Arbó, aplaudió mi iniciativa de hacer un reportaje sobre su figura; pero para mí, más que un simple interrogatorio o un intercambio de ideas, el estar allí, en esa habitación angosta, significaba algo más. Era como reencontrarme con mis propias dudas, con mi propio yo.
Recuerdo que el tiempo en aquella estancia pasó veloz como una exhalación, y cuatro horas de entrevista se me hicieron intensas, pero suficientes para nuestro inicial propósito, que no era otro que entender en qué consistía la labor de un exorcista, al mismo tiempo que recopilábamos historias reales de exorcismos de personas anónimas venidas desde todos los rincones de España en busca de ayuda. Por otro lado, ahora reconozco que compartir aquella mañana me sirvió para apaciguar mi alma y pude sentir en mis propias carnes esa paz y esa quietud de los que buscan afanosamente recobrar la estabilidad en sus vidas. Miré a mi alrededor y no encontré ningún atisbo de aquel sufrimiento y desesperación de aquellos que acuden diariamente hasta el convento después de realizar un largo peregrinaje por incontables médicos, psiquiatras, psicólogos, santeros y videntes. El humilde cuarto se me mostró por momentos gigante. ¡Cuántos exorcismos habrán visto estas paredes!, pensé.
Todos los casos que me transmitió el sacerdote me hablaban de personas de diversa índole y condición, jóvenes, adolescentes y ancianos que vivían atormentados ante algo desconocido que les acontecía. Comentó varias vivencias, entre ellas el caso de una muchacha adolescente de catorce años. Su padre era psiquiatra y llevaba tiempo tratándola sin ningún resultado. Era un caso de posesión que su progenitor se negaba a aceptar, hasta el punto que un día Gallego le dijo al médico:
—Hay mundos que son distintos a los que tú estás tratando y hay que reconocerlo.
El dominico parecía acostumbrado a lidiar con Satanás y el maligno, era su pan de cada día. No obstante, me recalcaba una y otra vez la seriedad del problema, hasta el punto que me confesó que no eran pocos los que se veían abocados al suicidio como única posible solución a sus tribulaciones, cansados de padecer y hacer sufrir a los suyos. Este hecho me perturbó y sentí que me abofeteaba una bocanada fría de hiperrealidad. ¿Eran posibles todos aquellos casos? Me contó que un joven que no tenía estudios empezó a hablar un idioma extraño, que él no entendía, a pesar de que el padre conoce y habla muchas lenguas. Al acabar lanzó una frase en un perfecto latín. Le dijo: «Te mando, te prohíbo y te ordeno que no reces más padrenuestros».
—Luego le pregunté a su madre, que iba con él, si sabía hablar latín, y ella me confirmó que no, que era un vaina, que jamás había estudiado —dijo el padre Gallego.
Gentes que se transformaban con una fuerza titánica, que hablaban lenguas que desconocían, retorciéndose como animales y cambiando su tono y timbre de voz como si les usurparan su propio cuerpo. Los ojos de aquel culto catedrático en Teología no mentían, eran el fiel reflejo de unas vivencias. Cualquiera que escuchara aquello pensaría que estaba viviendo una auténtica película de terror. Pero, en esta ocasión, aquello que escuchaban mis oídos era la vida real.
No podía ser más transparente en sus explicaciones: las posesiones y las influencias demoníacas existen. Según él, los diferentes episodios de posesión se producen cuando el llamado demonio —porque demonios hay muchos, según sea su función— se apodera parcial o totalmente de la voluntad del individuo. El sacerdote comentaba que los poseídos sentían como si el mismísimo Satanás se hubiera instalado dentro de ellos, aunque afortunadamente eran pocos los casos de posesión; en cambio, las influencias demoníacas solían ser más habituales:
—Se dan cuando la entidad maligna tienta al sujeto desde fuera, con pensamientos, visiones, ruidos, con un miedo atroz, con una falta de esperanza total y absoluta, sintiendo una angustiosa sensación de que se van a condenar—explica el dominico.
Le hice hincapié en el hecho de que muchas de esas posesiones satánicas bien pudieran ser fruto de enfermedades mentales y él razonablemente asintió. Ya estaba acostumbrado a que los periodistas le plantearan el tema y no le molestó. Todo lo contrario, lo admitió con sencillez. De acuerdo con sus experiencias, la enfermedad de la esquizofrenia, por ejemplo, puede mostrar unos síntomas muy parecidos a los que pudieran presentarse en una persona posesa. Además, subrayó que los preceptos del catecismo de la Iglesia Católica remarcan muy claramente que en la mano de los exorcistas recae el saber discernir entre lo que es una enfermedad y lo que realmente no lo es. Por esta misma razón, el exorcista agradecía si los posesos le aportaban exámenes psiquiátricos o psicológicos que ayudaran a descartar o confirmar la presencia de alguna enfermedad o trastorno mental.
Deseábamos conocer experiencias reales. Entre las historias que nos contó, recuerdo el caso de una muchacha que ya había venido a verle con anterioridad. Repitió visita y había regresado muy contenta porque hacía unos días que acababa de venir del psiquiatra y éste le había dicho que no tenía nada, que estaba estupenda. Cuando empezó a realizar el Ritual del Exorcismo la joven transformó por completo la cara y ya no parecía ella. Se empezó a mover de una forma extrañísima, realizando gestos obscenos con las manos. El marido tuvo que intervenir y la sujetó a duras penas. El sacerdote explicaba que aquel día había sido uno de los más difíciles.
El cámara y yo nos encontrábamos totalmente extasiados y absortos, nos deleitábamos escuchando, tratando de visualizar cada una de aquellas esperpénticas escenas que el padre no solía adornar con muchos adjetivos. Tal vez era demasiado escueto. Es más, me irritaba cuando en la cúspide de una explicación se detenía de repente, como reprimiéndose. Sus expresivos ojos tomaban la palabra por él y se explicaban solos, sin mediar palabra, dejando la puerta abierta a que nuestra imaginación acabara el relato. Era harto evidente: era nuestra primera visita y prefería no describir según qué cosas.
Era sábado, la una del mediodía, cuando abandonábamos muy a nuestro pesar el Convento de Santa Catalina con una magnífica sensación de haber estado a gusto compartiendo experiencias increíbles que le pondrían a más de uno los pelos de punta. El lunes, el sacerdote volvería a recibir a supuestos poseídos, sería una jornada más en la agenda del exorcista. Entre cinco y seis entrevistas diarias: tres por la mañana, de 10:15 hasta la hora de comer, y dos o tres por la tarde, de 17:15 hasta las 19:00 horas, si es que la faena de aquel día no requería más tiempo de la cuenta. Un puñado de dramas por resolver y que su secretaria, María Teresa, organizaría como bien pudiera, haciendo lo imposible por rebajar esa tediosa lista de espera de más de dos meses y medio de los que esperan pacientes su turno.
Durante las sucesivas semanas, mi pensamiento me torturaba con aquellas historias casi irreales que el exorcista nos había relatado y que, meses más tarde, darían vida a nuestro reportaje. Como el caso de una joven modosita y bien vestida que de repente, cuando empezó a hacer el exorcismo, se puso de pie como un muelle y dio tal salto que se plantó encima de su mesa, mirándole fijamente con mirada felina, desafiándole. Estas y otras anécdotas se me grabaron en la memoria con la fuerza de un hierro incandescente. Para el padre Juan José Gallego esto era su cometido —su obligación— y lo desarrollaba con gran agrado y orgullo, convencido de su labor. Me quedó claro que cada exorcismo realizado siguiendo las pautas que manda el Nuevo Ritual del Exorcismo Romano no era más que una oración en sí misma, un sacramental1, que no un sacramento, en donde el sacerdote hace una petición directa a Dios a través de un rezo, para que sea El Santísimo quien libere realmente a la persona supuestamente posesa.
1 Los sacramentales son «signos sagrados con los que, imitando de alguna manera a los sacramentos, se expresan efectos, sobre todo espirituales, obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida» -Catecismo #1667; Cf. Ley Canónica (Canon 1166).
Pasaron los meses y, en agosto del año 2015, acabamos de rodar las recreaciones cinematográficas que ilustraban Les possessions diabòliques existeixen y, estando pendientes de su estreno en televisión, Sebastián D’Arbó propuso proyectar el reportaje en el Brigadoon de la 48ª edición del Sitges-Festival Internacional de cine Fantástico de Catalunya. El éxito fue atronador, así que también decidimos proyectarlo en la 31ª edición de la Feria Internacional Magic 2015, donde fue recibido con gran expectación y aplausos.
Me encuentro a pocos días de finalizar el año y la inesperada propuesta de mis editoras retumba incesante en mi mente. En todo este tiempo no he vuelto a ver en persona al padre Gallego y mis comunicaciones con él han sido estrictamente telefónicas. Sé que ambos guardamos un grato recuerdo de aquella primera visita ya que a los pocos días me telefoneó y me comentó que se había sentido muy cómodo. Me halagó sobremanera cuando, agradecido por el trato recibido, se puso a nuestra disposición si las circunstancias algún día así lo requerían. Me alegra saber que ese momento finalmente ha llegado.
2. Segunda visita
Los días festivos nos vienen pisando los talones y no nos dan demasiado margen para maniobrar. Hoy sábado, día 19 de diciembre, a menos de una semana para la Navidad me he citado con fray Juan José Gallego Salvadores en el convento de la calle Bailén.
Tan solo dispondré de dos horas y, aunque creo que éstas serán insuficientes, espero aprovecharlas como convenga. Se me agolpan las preguntas y la emoción me embarga al pensar en nuestro reencuentro.
Hemos quedado a las 10 de la mañana, así que me apresuro a llegar puntual. La puerta del Convento de Santa Catalina está cerrada. Sigilosa, llamo al timbre y aguardo una respuesta.
Las inminentes fechas navideñas se hacen notar en las burbujeantes calles de Barcelona y el ambiente festivo se percibe por doquier. La regia fachada del edificio conventual se muestra impertérrita ante lo que sucede a su alrededor. Admiro una inmensa lona, colgada encima de la puerta principal de la entrada, con el siguiente texto: «Enviados a predicar el Evangelio». Mientras contemplo ensimismada el cartel que capta toda mi atención, la recia puerta que parece custodiar los secretos del convento se empieza a abrir y aparece ante mis ojos fray Juan José Gallego. Va vestido de calle: hoy no va ataviado con su hábito de dominico.
Me hace pasar y advierto que a mi paso se cierra el sólido portón tras un sonoro aldabonazo. Percibo como si en ese mismo instante hubiera penetrado en otra realidad, en otra dimensión. Constato agradecida que el estruendo de la calle se transforma en bendito silencio tras los gruesos muros del edificio. Los sábados reina la quietud en este lugar sagrado y se agradece. Entre tanto sigilo, resuenan estridentes los ecos de nuestras pisadas mientras avanzamos por los que me parecen pasadizos interminables.
Nuestros pasos se detienen delante de la puerta del despacho del exorcista y el dominico rebusca en su bolsillo. A su cinto lleva anudado un humilde cordel que atesora un ramillete de llaves. A modo de ritual, en la penumbra del pasillo, hace girar la llave en la cerradura. Se abre la puerta y todo está tal y como lo recordaba.
No puedo evitar deleitarme con lo que veo y mis ojos recorren el espacio. En un rincón, a mi izquierda y apoyada en la estantería, observo la que parece ser una inocente colchoneta azul plegada, como las que se utilizan en los primeros auxilios. Sobre ella se revuelcan los poseídos y rápidamente soy consciente del lugar donde me hallo. Le explico una vez más mis intenciones: reflejar en un libro su vida, sus inquietudes y su quehacer diario en su lucha contra el maligno. Le hablo de las editoras Anabel y Alexandra y comentamos que sería bueno tener una reunión con ellas más adelante. Para facilitarme el trabajo, el padre me hace entrega de un pliego de fotocopias y varias hojas de periódicos que ya tenía seleccionados y preparados para mí donde se pueden leer algunas entrevistas que otros medios ya le han realizado. Aplaudo su iniciativa y me aseguro de que el piloto rojo de mi grabadora continúa encendido.
Percibo algo de tensión, atisbo que no me será fácil llegar a desvelar las inquebrantables confidencias habidas dentro de estas cuatro paredes entre las que me encuentro. ¡Ay, si estos mudos muros pudiesen hablar! ¿Serían ellos mis delatores? Tal vez, al principio, se mostrasen reacios a revelar solícitos más de la cuenta. Cuando eres conocedor de tantos secretos y misterios, éstos se convierten en un gran tesoro que hay que salvaguardar, dando la vida si cabe por ellos. Reconozco que hurgar en las heridas puede ser doloroso. Me conformaré con saber escuchar atentamente lo que el exorcista tenga a bien explicarme para poder transmitir de la mejor forma posible lo que el corazón del dominico alberga. Lo que se tenga que saber, se sabrá y lo que deba callarse, por mí no será desvelado.
Me considero una privilegiada por estar aquí. Me reconozco con una gran necesidad de aprender. Presiento que estoy en el mejor lugar del mundo e intuyo que las piezas del puzzle de mi destino empiezan a encajar, como si de un sofisticado engranaje de precisión se tratase. No dudé ni un instante en acometer esta noble misión; algo me satisfacía por dentro susurrándome que todo lo que iba a producirse iba a ser por mi bien. Por su parte, el padre tampoco titubeó en aceptar, sabedor de que en esta vida efímera y pasajera los escritos permanecen como testimonios imperecederos de lo que nos ha tocado vivir.
El padre dominico es de complexión recia y de estatura media. Destacan en él sus característicos andares parsimoniosos, tranquilos. Miro su rostro afable, tratando de interpretar qué trasluce tras su penetrante mirada, oculta tras unas delicadas gafas de metal. Su cara comunica sinceridad y nobleza; el talante de quien se anda por la vida sin dobleces ni tapujos. Predominan sus pobladas cejas canosas y una amplia frente enmarcada por contadas arrugas que denotan que ante todo le rige la reflexión y la cordura; su pelo blanquecino es muy corto y revela la sencillez de su día a día; posee unas marcadas líneas de expresión en la comisura de su boca, que se hacen más visibles cuando sonríe y que me hablan de alguien que está satisfecho con el camino elegido. Apenas deja entrever unos finos labios, de quien reserva para sí muchos de sus pensamientos. Es prudente, sosegado, reflexivo y exageradamente contenido, pues mide con cautela cada una de sus palabras. Su tono pausado contrasta con mis ágiles e impetuosas preguntas. Intuyo que deberemos ganarnos la confianza mutuamente. De primeras, siento una buena sintonía con él. Se pudiera describir como esa sensación de bienestar que te llena de paz cuando conectas de alguna manera con alguien. No siempre ocurre esta circunstancia, así que es una suerte respirar esta percepción incalificable que hace que la energía del entorno se alíe providencialmente con nosotros.
Orden de predicadores
Antes de introducirnos en los casos y en las experiencias de vida de este exorcista del siglo XXI, debo indagar en la orden de los dominicos o, mejor dicho, en la llamada «Orden de Predicadores», una orden mendicante1 de la Iglesia católica a la que Juan José Gallego pertenece. Como fraile de dicha comunidad, el dominico ha realizado votos de castidad, obediencia y pobreza, renunciando a todo tipo de propiedades o bienes, ya sean personales o comunes, poniéndolos éstos, si existieran, a disposición de la comunidad religiosa. Cabe decir que la orden dominica se rige, desde su origen, por la llamada «Regla de San Agustín»2, como reflejo de la vida apostólica, para incidir sustancialmente en la austeridad de vida monacal.
1 Una Orden mendicante (del latín mendicare, pedir limosna) es un tipo de orden religiosa católica caracterizada por vivir de la limosna de los demás.
2 La Regla de San Agustín son las normas que el santo redactó para organizar la vida en comunidad. Entre ellas: la regulación de las horas canónicas, las obligaciones de los monjes y diversas cuestiones morales relacionadas con la vida monacal.
Juan José Gallego, como buen fraile dominico, cumple con agrado las tres máximas de la Orden de Predicadores: laudare, benedicere, praedicare3. Dichos vocablos latinos provienen directamente del lenguaje litúrgico, se relacionan entre sí y son absolutamente sinónimos, sintetizando en qué consiste el germen de la vida dominica. Laudare se vincula directamente con la celebración litúrgica y la oración que implicaría proclamar la alabanza de Dios, es decir, «alabar». Conjuntamente a la celebración de la liturgia y la lectura de la Palabra de Dios, se requiere que los frailes dominicos realicen oraciones privadas asiduamente, idea que se refleja en el término benedicere, «bendecir», también conocido como «mediación presbiteral». Por su parte, praedicare significa difundir y predicar el ministerio de la Palabra, concepto que daría sentido al nombre de la Orden: Orden de los Predicadores. Además, existen otros cuatro pilares que conforman las características fundamentales de los dominicos. Éstos son: el carácter docente y universitario, el marcado sentido apostólico y su vocación misionera; aspectos que resaltan sobremanera en la figura del dominico fray Juan José Gallego.
3 Laudare, benedicere y praedicare significa «alabar», «bendecir» y «predicar». Esta divisa se aplicó a la Orden desde sus primeros tiempos, como se ve en la obra del español fray Pedro Ferrand (1254-1258) en su Leyenda de Santo Domingo (n. 43 en Santo Domingo de Guzmán, BAC nº 490, Madrid: 1987. Pág. 827). Dichas tres palabras definen los elementos centrales del carisma dominico: la contemplación y la acción apostólica presbiteral.
En el Convento de Santa Catalina, al ser una comunidad, se deben cumplir ciertos deberes, como el horario para las comidas, las liturgias y los rezos, entre otros menesteres monacales. Las directrices y cuestiones administrativas caen en manos del prior, cargo trienal, y que actualmente ostenta fray Luis Carlos Bernal. Aparte, la orden dominica dispone de una serie de constituciones propias que rigen la comunidad desde su fundación por el clérigo burgalés Santo Domingo. Cuando le consulto al exorcista sobre dichas normas, el dominico me retrotrae al origen mismo de la Orden de Predicadores, allá por el siglo XIII, de la mano de este insigne personaje, Domingo Guzmán Garcés, (Caleruega, Castilla; 1170 – Bolonia, Sacro Imperio Romano Germánico, 6 de agosto de 1221) quien fue canonizado el 13 de julio de 1234.
Santo Domingo de Guzmán es la figura central de la Orden. El santo, nacido en Caleruega, una pequeña aldea burgalesa, fue un clérigo que decidió fundar la Orden de Frailes Predicadores en 1215, con la misión primordial de predicar y evangelizar sobre la palabra de Dios. Su predicación se basó en la fuerza de la oración y, ante todo, en el ministerio de la palabra4. Dicha iniciativa fue ciertamente muy novedosa en la época, pues hasta ese instante los religiosos solían residir en monasterios y entre sus deberes no se encontraba la predicación, función exclusiva hasta entonces de los obispos.
4 Evangelista Vilanova, teólogo reconocido y monje benedictino de la Abadía de Montserrat, explica así el proceder de Santo Domingo: «Domingo comprendió que toda crisis religiosa oculta un error de perspectiva, sabe que toda infidelidad nace de un error, y que un error no puede engendrar un amor auténtico por Cristo. El error está sobre todo en la inteligencia y, por tanto, solo una predicación de Jesucristo luminosa y doctrinal podrá iluminar las inteligencias e inflamar los corazones empedernidos; de ahí la predicación apologética, que implica la búsqueda de la verdad. Domingo habla en nombre de Cristo maestro y se convierte en anunciador de la palabra. Pero las ideas abstractas no convierten a las personas, si no se transfiguran en amor en el corazón del predicador y se vuelven visibles en su vida: la palabra debe ser propuesta como principio y método de vida, en el proceso completo de pensamiento y de acción. La imitación de Cristo y de los apóstoles exige la práctica de la misma vida de Cristo y de los apóstoles, la pobreza evangélica». Evangelista Vilanova, Historia de la Teología Cristiana. Desde los Orígenes al Siglo xv. Ed. Herder, Barcelona, 1987. Pág. 676.
El Santo burgalés se dedicó activamente a predicar la palabra de Dios en los territorios cátaros del sur de Francia donde se había implantado este creciente colectivo, también llamados albigenses5, practicantes de un nuevo concepto de religión que desde hacía un tiempo, y rápidamente, iba ganando terreno y más adeptos en la Europa medieval. Dicho movimiento espiritual supuso una amenaza grave contra la integridad de la religión católica de la época, ya que el catarismo6 se replanteaba y cuestionaba las bases en que se fundamentaba la Iglesia Católica, razones por las que fue considerado un movimiento hereje7.
5 En alusión a la ciudad francesa de Albi donde residían algunas de las mayores comunidades cátaras.
6 Movimiento que apareció en el siglo XII, encabezado por los llamados cátaros (llamados también albigenses). Poseían determinadas creencias que contrastaban radicalmente con la Iglesia Católica por la que fueron considerados herejes. El catarismo defendía una dualidad de dioses: Dios, creador de todas las cosas buenas y Satanás creador del mal y la maldad; no reconocían a la Virgen María ni aceptaban su culto; creían que el espíritu fue creado por la deidad buena mientras que la materia, incluso el cuerpo humano, fue creado por la deidad mala (el demonio); «Los perfectos» despreciaban el cuerpo, símbolo pecaminoso que abogaba por sí mismo al pecado, por ello era necesario purificarlo a través de una ascesis rigurosísima por lo que algunos perfectos morían de inanición; quienes practicaban el catarismo rechazaban el matrimonio; Cristo no era Dios ni tampoco hombre: era un ángel adoptado por Dios; Consideraban que la Iglesia Católica y los sacramentos eran unos instrumentos de corrupción. El movimiento en poco tiempo se convirtió en un arma política poderosa.
7 Se llama herejía a la negación pertinaz de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma (Código de Derecho Canónico - CIC can. 751). -CIC# 2089. La herejía es la oposición voluntaria a la autoridad de Dios depositada en Pedro, los Apóstoles y sus sucesores y lleva a la excomunión inmediata o latae sententiae (Ver CIC can. 1364). Según la Iglesia, la herejía atenta contra la fe y contra el Primer Mandamiento, por tanto, se produciría una herejía cuando surge un juicio erróneo sobre verdades de fe definidas como tales.
En el siglo XIII, conjuntamente con la fundación de la Orden de Frailes Predicadores, también nacieron las monjas dominicas y la llamada «Milicia de Jesucristo», conocida como «Tercera Orden de la Penitencia de Predicadores», que vendría a ser la rama seglar de la organización. Hoy en día se la conoce con el nombre de «Orden seglar dominica», y sus miembros son seglares de la Orden de Predicadores.
Si el fundador de la Orden de los Dominicos, Santo Domingo de Guzmán, trataba por todos los medios de luchar contra la llamada herejía, proclamando la Palabra de Dios, dicha batalla contra el mal, leit motiv de la orden dominica, está hoy, ocho siglos después, más viva que nunca encarnada en la estampa de este exorcista moderno, fray Juan José Gallego Salvadores.
El Convento de Santa Catalina Virgen y Mártir, el hogar del padre Gallego
Mi interés recala en el vetusto edificio en el que nos encontramos el cual seguro debe contener alguna que otra historia apasionante, del mismo calibre que la vida azarosa del dominico Juan José Gallego. El Convento de Santa Catalina Virgen y Mártir se fundó como tal en 1219 durante una estancia de Santo Domingo en la ciudad. No obstante, la primera ubicación de la Comunidad de Predicadores no estuvo en este enclave en el que hoy me encuentro, sino que se ubicaba en el mismísimo corazón del barrio judío de la ciudad barcelonesa, en la actual calle Sant Domènec del Call. Pocos años después, en 1223, una época de gran religiosidad, se estimó oportuno contar con un convento más espacioso en la misma ciudad de Barcelona. La inestimable colaboración del Rey Jaime I, más la ayuda de decenas de devotos, fieles y creyentes, hicieron posible la construcción de un imponente edificio gótico en la actual plaza Santa Catalina, del que hoy apenas queda el recuerdo. Dicho convento fue un centro de influencia social y cultural en Cataluña, que cumplía al mismo tiempo los preceptos dominicos de evangelización y predicación. Circunstancia que se vio truncada cuando, llegados al año 1835, el gran edificio fue derribado con motivo de la desamortización. Pasado este período convulso de la historia, la Comunidad de Dominicos se restauró en el año 1889 y se situó donde se encuentra hoy en día, entre las calles Bailén y Ausiàs March.
Dos aspectos singulares le dan un imponente carácter a esta casa dominica. Para empezar, me embelesan los techos altísimos y me subyugan esos pasillos interminables que siempre recorro siguiendo la estela del padre Gallego. No quiero olvidarme de su acogedor claustro que invita a recogerse en él durante las largas tardes de primavera y verano. La primera vez que visitamos este bonito patio interior quedé admirada al contemplar el modo que tenía la luz de rebotar entre sus columnas. El espacio, perfectamente ordenado, aporta esa tranquilidad monacal tan necesaria para todo convento. Es tanta la paz que transpira este enclave, que el espíritu fácilmente olvida el bullicio exterior de la ciudad de Barcelona. Dos esplendorosos magnolios y algunas plantas frondosas adornan el interior del claustro, tanto o más que el pozo de piedra que se encuentra situado en su centro, actualmente cerrado y que se dedicaba antiguamente a recoger y almacenar las aguas pluviales.
El dominico comparte residencia con otros diez frailes sacerdotes, un estudiante de origen africano aún por ordenar y un hermano cooperador. El magno edificio está compuesto por un total de cinco plantas y en cada piso, aparte de otras dependencias, hay entre una y dos habitaciones donde duermen los frailes; dos ascensores les facilitan el acceso.
La habitación de Gallego se halla en el cuarto nivel. Su alcoba comunica con un amplio despacho personal que mantiene a rebosar de libros, muchos de ellos viejos volúmenes, más alguna que otra foto familiar; este lugar, como ningún otro, es una de sus estancias preferidas, donde se recoge cuando las obligaciones así se lo permiten.
El conjunto conventual se completa con otras dependencias como son: un comedor, una cocina, los baños, los aseos, una biblioteca y una capilla presidida por Santo Domingo de Guzmán —el fundador de la Orden—, junto a otras figuras de interés, como la imagen de la Santísima Virgen María y algunas reproducciones de pinturas del Beato Angélico.
En el Convento de Santa Catalina también existen salas abiertas a la comunidad cristiana para llevar a cabo la labor de predicación propia de los dominicos. Los frailes realizan variadas actividades como velar por los derechos humanos, la justicia o la paz en el mundo. También se imparten talleres dedicados a la animación y a la formación de grupos cristianos, al mismo tiempo que se desarrollan iniciativas ligadas a la inserción en ambientes descristianizados. Entre las diferentes instituciones cabe resaltar el trabajo de varios equipos de Espiritualidad Conyugal8 y la función de la Asociación Cristiana de Separados y Divorciados (ACRISDI)9. Cabe destacar, además, que en el Convento de Santa Catalina se halla la sede del reconocido Instituto de Teología y Humanismo (ITH)10. A medida que me adentro en los pasillos laberínticos del convento, detecto diversos carteles indicativos dispuestos en lugares estratégicos que guían al visitante. En varios rótulos puedo leer: Llar de Sant Domènec, Sala de Fraternidad11, Sala Penyafort12 y Secretaría de San Martín de Porres13.
8 Obra de fraternidad cristiana constituida por matrimonios y orientada por la Orden de Predicadores. Su objetivo es la formación de los cónyuges para vivir una auténtica e integrada vida de familia, dando testimonio de las propias creencias. Se reúnen por equipos dos veces al mes.
9 Es una asociación seglar de personas separadas y divorciadas con una orientación cristiana. Su fundador fue el Padre Jordán Gallego. ACRISDI tiene personalidad jurídica propia y su finalidad es acoger, compartir y ayudar a los socios en todos sus problemas desde la perspectiva de la fe cristiana.
10 Es un centro de proyección cultural abierto a todos los que desean compartir estudio y reflexión, el diálogo y la contemplación; que capacita para colaborar, en los tiempos actuales, en la construcción del Reino de Dios. Cada año organiza conferencias de formación permanente para religiosos/as y para seglares. Se tratan puntualmente temas de actualidad.
11 La Asociación de ayuda FRATERNITAT, ubicada en la Sala del mismo nombre, tiene como finalidad atender de manera adecuada las solicitudes de ayuda de personas necesitadas. Un grupo de personas voluntarias examinan los casos para tomar conciencia de la situación, humanizan la relación y garantizan la efectividad de la ayuda. Se proporciona orientación en asuntos familiares, en trámites burocráticos, en problemas de salud, etc. Toda persona de buena voluntad puede participar en esta obra de fraternidad y solidaridad cristiana. En el convento también existe la Institución Fraternidad de Laicos Dominicos, institución de seglares incorporados a la Orden Dominica mediante un compromiso especial.
12 La Associació d’Amics i Devots de Sant Ramón de Penyafort está ubicada en la sala Penyafort del convento. Es una asociación privada de fieles con personalidad jurídica, constituida en la Archidiócesis de Barcelona. Entre otras, tiene como finalidad mantener, promover, fomentar y difundir el culto, la memoria y la devoción a S. Ramón de Penyafort. Fomenta entre los abogados católicos de Barcelona y de Cataluña los principios de derecho y de moral establecidos por S. Ramón de Penyafort en sus obras. Posee un valioso archivo.
13 El Secretariado San Martín de Porres nació en 1951 con la idea de promover y difundir la figura del santo dominico.
En el recinto dominico trabajan varias mujeres. Una es la encargada de la lavandería y la otra se ocupa de la limpieza y de organizar el catering que puntualmente se trae cada día desde una empresa exterior; en la portería, Consuelo recibe las llamadas, atiende al público y es una de las personas autorizadas para llevar la agenda personal del exorcista.
Rompiendo el hielo
Para entrar en materia me cuenta que es oriundo de un pequeño pueblecito leonés llamado Castrillo de los Polvazares, donde ya solo le quedan sus sobrinos. Nació poco después de acabada la Guerra Civil Española. Ahora, con 75 años, dice encontrarse bien de salud, aunque con algunos achaques propios de los años que ya van pesando. Una de estas indisposiciones la viví yo misma hace tan solo un mes y medio, cuando fue operado de algo de leve importancia, razón por la cual no pudo asistir a la proyección del reportaje Possessions diabòliques a Barcelona en la Feria Internacional Magic 2015. Justamente ese día era el 30 de octubre. Lo recuerdo como si fuera ayer. Le llamé desde el hall del Centro de Convenciones de Barcelona (CCIB) y el bullicio me dificultaba poder entender sus palabras. Con amabilidad se disculpó por no poder asistir, ya que hacía pocas horas que había sido intervenido y necesitaba reposo para restablecerse. Totalmente comprensible.
Apenas hablamos sucintamente de su familia, pues percibo cierta melancolía al evocar determinados pasajes de su vida de antaño. De seis hermanos que eran —dos mujeres y cuatro varones—, tan solo queda él con vida. Uno de sus hermanos, Jordán Gallego, también dominico y siete años mayor, falleció en este mismo convento el año 2001. Trato de indagar más, pero me remite a los legajos que me acaba de entregar y cambiamos súbitamente de tema.
Una vez roto el hielo inicial con fray Juan José Gallego, comentamos la importancia de las próximas fechas para la comunidad de dominicos, ya que en este próximo año 2016, (que estamos a punto de iniciar, en apenas dos semanas), se celebrará el Año Jubilar Dominico y se conmemorarán los ocho siglos de la fundación de La Orden de Frailes Predicadores (1216-2016). Previos a dicha celebración y a escasos días de la Navidad, se percibe en el ambiente un cierto aire festivo.
Hoy sábado, fray Juan José está radiante y comparte conmigo, con contenido alborozo en su mirada, que ha quedado a comer con un familiar tan pronto finalice nuestra entrevista. Es un día diferente en su rutina que observo celebra con satisfacción.
Retomo con cautela el tema familiar y empiezo preguntándole por sus allegados. Se iluminan sus ojos al hablar especialmente de su hermano Francisco Manuel, Lolo, quien cambió su nombre por el de Jordán cuando profesó como dominico. No es difícil percibir que su hermano fue una figura decisiva en su vida. Le consulto si él cree que gracias a Jordán todo fue más fácil.
—Fácil no es nunca, pero tienes abierto el camino. El hermano está allí y esto ya tira un poco. Mi hermano Jordán llegó a tener un cargo muy importante durante seis años en Roma. Se ocupaba del Secretariado de los no creyentes14 —me explica.
14 Organismo vaticano encargado de promover y orientar rectamente el diálogo entre los creyentes y los no creyentes, teniendo en cuenta la naturaleza propia del diálogo, respondiendo a la misión de la Iglesia de propagar la doctrina evangélica. «El Secretariado para los no creyentes tiene como Presidente un Cardenal, a quien ayudan un Prelado como Secretario y otro como Subsecretario. Se compone de un cierto número de Cardenales y Obispos, nombrados por el Sumo Pontífice, más los Consultores elegidos de todas las partes del mundo. El Secretariado, con la aprobación del Sumo Pontífice, tiene por fin el estudio del ateísmo, profundizando en los motivos del mismo, y procurando establecer el diálogo con los mismos no creyentes, que acepten sinceramente una colaboración » (Regimini Ecclesiae Universae, par. 101, 102).
La distendida charla nos lleva a hablar de Jordán, quien murió hace quince años y subrayo que es una pena que su hermano no le hubiera visto ejerciendo de exorcista. Le pregunto si él cree que le hubiera gustado saber a qué se dedica ahora y con algo de añoranza en el gesto me responde que no lo sabe.
—¿Y sus padres?
—Mi padre no se opuso nunca. Mi madre, en un momento determinado, parece que quiso que me quedara con ella, pero nunca hizo nada para que no fuera al seminario.
—Respetó su decisión, entonces.
—Totalmente. Mi padre le pedía a Dios poder ver cómo me ordenaban sacerdote, pues ya en aquella época era muy anciano y estaba enfermo. Tuvo una alegría muy grande cuando celebraron la misa y me vio por fin ordenado. Dijo: «Ahora ya me puedo morir».
Rememorando aquel día de 1965, me hace entrega de un tarjetón a modo de recordatorio de su 50º Aniversario de la Ordenación Presbiteral, que se cumplió justamente este pasado agosto de 2015. En el reverso de la cartulina figura una fotografía de Juan Pablo II saludando a ambos hermanos Gallego.
Hacemos un breve recorrido por su currículum y le hago retroceder en el tiempo, hasta aquel enero de 2007, cuando llegó al convento de los dominicos de la ciudad condal, el mismo año que le propusieron ser exorcista de la capital catalana.
En busca de complicidad, el padre espontáneamente me expresa:
—¡Quién iba a pensar que acabaría siendo exorcista!
—La verdad es que no es una profesión nada común —agrego—. Disculpe que le pregunte tan a bocajarro, pero tengo cierta curiosidad por saber… ¿Usted ha visto al demonio alguna vez? Si no recuerdo mal, durante la primera entrevista que tuvimos, a principios de año, mencionó literalmente que cuando fue nombrado exorcista «veía demonios por todas partes»…
—Bueno… Cuando empecé me parecía como si el demonio me siguiera los pasos. Cualquier sombra detrás de mí me parecía el diablo.
—Interpreto que en realidad usted me lo narra en sentido figurado.
—Sí, claro. La mente tiene mucho que ver en todo esto. Pero reconozco que al principio sentí miedo.
—¿Miedo a qué?, ¿a lo desconocido?—le pregunto.
—Al fin y al cabo el demonio es alguien malévolo. Nunca sabes cómo aparecerá o lo que pasará. Pero yo acepté consciente este cargo; si yo no hubiera querido, a mí no me nombraban. Debes saber que estas designaciones no se imponen —puntualiza.
Supongo que ese miedo al que se refiere el dominico es normal; fruto, tal vez, de ese temor totémico que causa en el hombre la figura de Satán. Hago memoria y visualizo algunas de aquellas dos situaciones que me relató que le causaron gran desasosiego en su trabajo como exorcista. La primera historia la protagonizó un muchacho de apenas quince o dieciséis años que venía de parte de la Diócesis de Sant Feliu de Llobregat. El obispo de esa diócesis había seguido este caso muy de cerca y se mostraba muy implicado con la familia, pues no en vano les había dedicado largo tiempo y múltiples esfuerzos. En total, se le habían aplicado más de seis exorcismos sin ningún resultado positivo, todo lo contrario. Sea lo que fuera lo que se apoderaba del chico, con cada exorcismo recibido parecía que aquello se le aposentaba más.
El joven iba siempre acompañado de alguien cercano, como una hermana mayor o sus padres. Su familia, como suele suceder en estos casos, al principio veía con cierto escepticismo las primeras manifestaciones. Al repetirse éstas en el tiempo y al agudizarse hasta un extremo máximo, los familiares decidieron pedir ayuda a la Iglesia. Era evidente que aquello que la familia vivía día tras día no provenía de este mundo y en sus carnes experimentaban con auténtico terror episodios realmente espeluznantes. Según explicaba el joven, oía voces que atribuía a demonios y que le ordenaban lo que debía hacer. Estos seres le advertían que si hacía un pacto con ellos no le ocurriría nada más. Y no solo eso, el muchacho también veía en su cuarto a su abuelo fallecido, con quien hablaba. Lo más sorprendente de todo era que muchas mañanas el joven amanecía con sus ropas calcinadas. Según él relataba, algo o alguien le quemaba la camisa por las noches, a modo de advertencia, para que no olvidara que todo aquello era real.
Después de acordar con el obispo la atención al adolescente, citaron a la familia para un primer encuentro en el Convento de Santa Catalina. El exorcista aún recuerda cómo se desarrolló aquella tarde. Nada más llegar, el muchacho se mostró indispuesto y se negó a recibir ningún exorcismo más. Tras insistirle y hacerle comprender la situación, finalmente aceptó, pues no se puede realizar este ministerio sin consentimiento expreso del afectado. El dominico señala con qué rapidez el muchacho entró en trance, llegando a perder por completo el sentido nada más dar comienzo el ministerio del exorcismo. Al terminar, parecía tranquilo y en paz. Su rostro expresaba alivio y satisfacción. Sin embargo, la alegría de los allí presentes no duró demasiado. Para asombro de todos relató que los demonios le habían comunicado que por esta vez le dejaban, advirtiéndole, sin embargo, que volverían sin tardanza.
Después de aquella primera visita con el padre Gallego, el endemoniado regresó al poco tiempo y su estado había empeorado. Todo indicaba que sus síntomas persistían. En esta segunda ocasión todo su cuerpo se hallaba marcado, recubierto de arañazos, como si un animal salvaje le hubiera atacado a zarpazos.
El dominico procedió a realizarle un nuevo exorcismo. Aquel pobre inocente se convertía en el mismísimo demonio. Por su boca salían las peores blasfemias e insultos que nadie puede ni siquiera imaginar. Rugía con una voz ronca y atronadora que no era la suya. Su reacción al agua bendita era terrible, se agitaba y movía como si de una bestia feroz se tratase. Durante la realización del exorcismo, el chico también perdía por completo la consciencia y, por más que se le preguntaba, no se acordaba de lo que había hecho ni dicho durante ese lapsus de tiempo. La amnesia parecía ser total.
El adolescente acudía fiel a sus citas y cada vez se repetían aquellos episodios aterradores. Todo parecía indicar que de nada servía insistir, porque el estado del afectado no mejoraba. Al contrario, algo se iba apoderando del joven con más y más ahínco. Uno de aquellos tortuosos días le quedará grabado para siempre en la memoria. Todo aconteció en uno de aquellos viajes que realizaba la familia para acudir hasta el Convento de Santa Catalina. Camino de Barcelona, en plena autopista, el chico, que iba sentado en el asiento del copiloto, se abalanzó inesperadamente como un resorte sobre su madre, que conducía el vehículo. El coche, debido a los bruscos volantazos, derrapó y, fruto de la inercia, dio tres vueltas de campana, y quedó destrozado en un terraplén. Aunque magullada, por fortuna la familia resultó ilesa. Una vez recuperados del accidente, en la próxima visita al convento relataron lo acontecido al dominico, todavía con el temor en el cuerpo. Al conocer la historia, fray Juan José Gallego, mirando fijamente al joven que llevaba collarín, le recriminó su acción:
—¡Cómo se te ocurre hacer esto sabiendo que podías haber matado a tu familia!
El pobre, avergonzado, se excusó como pudo y alegó que él no fue el causante. Según relató, una fuerza inexplicable se introdujo en el interior de su cuerpo y le obligó a hacer todo aquello. Dijo que, por unos momentos, no se sintió dueño de su propio cuerpo y que una fuerza extraña le empujaba y le sometía sin que él pudiera impedirlo, hasta el punto que percibía que alguien le manejaba a su antojo. Después de aquello, el dominico se convenció de que, lejos de toda razón humana y fruto de la Providencia, los ángeles custodios se encargaron de velar por aquella familia, evitando que el accidente fuera mucho peor.
Juan José Gallego recuerda que, después de aquello, los acontecimientos fueron a peor. La última vez que le realizó un exorcismo, el dominico pasó grandes apuros. El joven perdió el conocimiento por más de media hora y se quedó inconsciente, tendido en el suelo, como muerto. No había forma de que recuperara el sentido. Después de esta alarmante experiencia, fray Juan José decidió reunirse con su obispo para tomar una determinación al respecto y ambos decidieron —con el beneplácito del obispo de Sant Feliu—, ceder este caso a un exorcista de Murcia, el padre Salvador Hernández, un experto sacerdote que había trabajado en Roma con el mismísimo exorcista del Vaticano, Gabriele Amorth, y que estaba dispuesto a liberarlo.
—¿Al final el chico fue liberado, padre?
—Me llamó luego su madre explicándome las buenas nuevas. Pensamos que sí que se había curado o eso parecía al principio.
—¿No fue así?
—No hace mucho he vuelto a hablar con ella y, por lo visto, vuelve a encontrarse mal.
Este impactante caso fue mencionado en uno de los informes que el exorcista redactó para el arzobispo cardenal de Barcelona, Lluís Martínez Sistach. El dominico, tras estudiar atentamente el historial del joven, proporcionaba datos sobre varias circunstancias que bien pudieran ser los detonantes para un caso tan grave de posesión demoníaca. Esto es lo que explicaba Gallego en dicho documento:
La situación es que anduvo metido con otros jóvenes en sectas raras e incluso en drogas. De los componentes de aquel grupo, dos ya han muerto y uno está en silla de ruedas. Yo pienso que los exorcismos, si le producen algún efecto, este se pierde enseguida pues por confesiones del mismo muchacho le amenazan con matarle. De hecho ya se ha tirado más de una vez del balcón.
A parte de esta primera historia que tanto impactó al dominico, hubo otra anécdota que le causó gran impresión. El sujeto protagonista era un hombre fornido que se encontraba desesperado, víctima de lo que parecía ser un caso de influencia demoníaca. Dados los síntomas que presentaba, el exorcista determinó realizarle el ministerio del exorcismo en el interior de la capilla.
Aquella tarde, concentrado en sus deberes, empezó a orar siguiendo las directrices que vienen marcadas en el Nuevo Ritual. Al tiempo que empezó a pronunciar con ímpetu las oraciones de liberación, aquel señor robusto y corpulento, se transfiguró. Con una voz gutural, atronadora, casi sobrehumana, que causaba pavor, amenazó al sacerdote de la siguiente manera:
—¡Gallego, te estás pasando! ¡Gallego!
Y así, hasta tres veces.
El exorcista, sobresaltado por aquella aterradora voz, mantuvo como pudo la templanza y sin flaquear no interrumpió en ningún momento la oración que tanto perturbaba a aquel poseído. Con la experiencia de su cargo y sabiéndose representante de la figura que más teme el diablo, procedió a continuar con energía el texto que asía entre sus manos. Poderoso, pronunció las siguientes palabras propias del Ritual Romano del Exorcismo:
—¡Te mando en nombre de Jesucristo que dejes libre a…!
En un santiamén el hombre, con la voz cavernosa, gritó enfurecido al exorcista:
—¡Nunca, jamás! Esto es mío. Esto me pertenece.
En tanto que el dominico me relataba la escena, se me helaba la sangre al recrear esa estampa en mi mente. ¡Esto es real! ¡Es real!, barruntaba yo. La autenticidad y la verosimilitud de aquellas historias se reflejaban implacables en los ojos del dominico. En verdad son escenas difíciles de digerir, propias de cualquier film de terror. ¡Cuesta creer que situaciones como éstas sucedan en una ciudad tan cosmopolita como Barcelona y nada más y nada menos que en la España del siglo XXI! ¿Estaré algún día preparada para llegar a ver algo así?
El padre Gallego ya me había hecho saber que su día a día era una lucha contra el maligno, es decir, un cara a cara contra el mismísimo Satanás, el llamado Príncipe del Mal y de las Tinieblas, el demonio, Belcebú, Lucifer, Mefistófeles, Luzbel, Leviatán... ¡Tiene mil nombres! No en balde el dominico me había facilitado, en nuestro primer encuentro, una información que ahora cobraba gran sentido y me ofrecía una imagen del enemigo contra quien lucha:
—Estas representaciones del mal —los demonios— no son humanos. ¡Son espíritus! Y como tal, son muy fuertes y poderosos. El error más común es que antropomorfizamos a estos seres, creyéndolos iguales a nosotros. ¡Y no lo son! ¡Son espíritus!—enfatiza el exorcista.
Realmente es aterrador pensar que esta criatura, el demonio, existe y vaga por nuestro mundo en busca de incautos. ¿Cómo no sentir miedo de algo o alguien así? No en vano el sacerdote me insiste en que uno de los mayores éxitos de Satanás es que pensemos que él no existe.
Inesperadamente, una llamada a su móvil personal nos interrumpe. Parece ser que el interlocutor es un hombre. El sacerdote le pregunta cómo está y veo, acto seguido, que se alegra: interpreto que la respuesta es positiva. El exorcista acaba la conversación despidiéndose:
—Aquí estaremos, ya hablaremos de eso... que nos queda tiempo, un abrazo.
Cuando el dominico cierra el móvil, mira el reloj y recuerda que tiene una llamada pendiente. Sin importunarle mi presencia, marca un número y llama a su sobrina, con la que ha quedado a la hora de comer y se emplazan en la puerta del convento al mediodía.
Reanudamos la charla y le pregunto si de pequeño se hubiera imaginado acabar de exorcista.
—Entonces no sabía ni qué era eso —dice.
—¿Es como si el destino le hubiera llevado a esto? —le pregunto.
—Más que destino, hay una serie de personas que te influyen porque, por ejemplo, si la primera vez que fui a Roma hubiese hecho el doctorado allí, a lo mejor mi futuro habría cambiado. Y si no hubiese aceptado trasladarme a Roma cuando me lo propusieron, seguro que mi vida sería diferente y quizás no estaría ejerciendo de exorcista. Las circunstancias son las que me han ido llevando e influenciando de alguna manera. Las circunstancias... —acaba pensativo el dominico.
Es innegable que fray Gallego es un dominico muy preparado y culto, dotado con grandes cualidades humanas como la sencillez, la humildad, la honestidad y un sentido muy agudo del deber y de la religiosidad. Su humanidad traspasa el alma de quien habla con él y es, de por sí, un hombre que irradia bondad en su mirada. Derrocha, además, un sentido común a raudales, cualidad más que idónea para realizar el ministerio del exorcismo, si es que éste verdaderamente se requiere, porque el dominico me aclara, una y otra vez, que por su despacho también pasan personas aquejadas de algún tipo de afectación o trastorno mental y su deber es detectarlo. Me agrada que me puntualice este aspecto, pues admite sin pudor que muchos de los que acuden en busca de ayuda sufren enfermedades mentales y en esos casos su deber es recomendarles que se dirijan a la consulta de un médico especialista. El Catecismo de la Iglesia Católica de alguna forma ya prevé estos casos y por ello el oficio de exorcista lo ha de acometer un sacerdote especialmente elegido para ello.
Por esta razón, es el obispo de cada diócesis quien concede la licencia a un presbítero que ha de ser, según mandan las normas: «piadoso, docto, prudente, con integridad de vida y de buena fama», según viene especificado en el Código de Derecho Canónico (Canon 1172). Fray Juan José Gallego es, sin duda, la persona más adecuada para tal cargo. Su doctorado en Teología, su Licenciatura en Filosofía y Letras, y un gran bagaje a sus espaldas como profesor, prior, director, consejero, etcétera, no solo en España, sino en diversos países y ciudades del mundo donde ha vivido, le otorgan una gran sabiduría y un notable sentido práctico, que muchos quisieran, que ejerce constantemente. Por lo que no puedo evitar expresarle lo siguiente:
—Anteriormente, usted mencionaba las circunstancias como las causantes de que sea quien es ahora. Si me lo permite, yo añadiría también las experiencias y los conocimientos recibidos hasta la fecha, como si estos de alguna manera le hubieran encaminado hasta el momento presente. Como si su finalidad fuera intrínsecamente ésta. ¿No lo cree así?
—Yo no lo sé, es posible. Hace poco esto mismo también me lo comentó un periodista que me entrevistó este pasado verano. Cada día es un reto —afirma con una leve sonrisa.
Su última frase, «Cada día es un reto», me deja ciertamente reflexiva y me hace rememorar uno de los casos más espectaculares que me relató durante nuestro primer encuentro. La protagonista era una mujer latinoamericana. Su marido estaba muy preocupado ya que cada vez que ella veía un signo religioso se alteraba sobremanera; se mareaba y se caía al suelo, desmayada. El hombre estaba tan angustiado que estaba dispuesto a viajar a Roma si la solución lo requería: estaba decidido a todo por su mujer. Que haría lo que fuera por su mujer. El padre Gallego le calmó y concertaron, para lo antes posible, una cita en el convento. Apenas transcurridos unos días, el matrimonio, junto a su hijo de dos o tres años, se presentó ante la puerta del Convento de Santa Catalina. Nada más llegar, y antes de poder tocar siquiera el timbre, la mujer se desplomó en plena acera. El exorcista fue avisado de inmediato y al salir para atender al matrimonio observó cómo un corrillo de transeúntes curiosos trataban de auxiliar a la familia. Varias personas se prestaron solícitas para trasladar a la mujer, que permanecía sin sentido, hasta el zaguán del magno edificio. Ante la visión atónita de los viandantes, fray Juan José procedió sin más dilación a iniciar el ritual del exorcismo ayudado del agua bendita y el Ritual Romano del Exorcismo. En pleno trance, y tras la lectura de las primeras frases del ritual, aquel cuerpo que al principio parecía desvalido empezó a moverse y a agitarse con gran violencia para espanto de todos los allí presentes. Incluso se arrastraba y se revolcaba por el suelo como si fuera una culebra. En plena agitación y éxtasis, la poseída no parecía humana. Con gran saña trató de dañar al exorcista, intentando agarrarle de los pantalones. No satisfecha con eso, se lanzó feroz contra su propio hijo con intenciones de dañarlo. El marido, resquebrajado ante la situación insólita, sujetaba con firmeza los brazos de aquel ser que parecía cualquier cosa menos su esposa y que trataba de zafarse con furia. A fuerza de repetir las bendiciones con un esfuerzo agotador, la posesa iba calmándose. Al finalizar el último rito, los movimientos pararon súbitamente. Todo indicaba que se había liberado. La escena transcurría ante un público estupefacto y aterrado. Unos minutos después, y una vez ella volvió en sí, se mostró serena. Acercándose al exorcista, pidió ser confesada y allí mismo se la atendió. Cuando el dominico le preguntó por qué brincaba de aquella manera cuando la rociaba con agua bendita, ella contestó:
—Porque me quemaba.
Tras lo sucedido, el sacerdote siguió interesándose por la mujer y la llamó dos o tres veces en quince días y ella le tranquilizó diciéndole que por fortuna estaba bien.
Rememorando este caso tan espectacular y observando de reojo la colchoneta azul que permanece plegada a escasos centímetros de mí, le pregunto si en estas situaciones tan violentas alguien le ayuda a contener a la persona.
—El acompañante colabora y también, según el caso, dispongo de ayudantes que se ofrecen para esto —dice.
Asegura que ningún caso es igual a otro y que no todos acaban de la misma manera, con grandes convulsiones y aspavientos. Los hay de todo tipo y circunstancia, tan variados como las personas.
—Lo importante es que todos, al fin y al cabo, vivimos en un ambiente de respeto —aclara.
—Me comentaba que una de las cuestiones más comunes que formulan todos los poseídos que acuden a verle suele ser la siguiente:
«¿Cuándo me voy a curar?» ¿Usted qué responde a eso?
—Con resignación y sinceridad les digo que lo ignoro. Les suelo decir que depende de ellos, de si siguen confiando en Dios y hacen las cosas que deben...
El dominico afea el gesto y lamenta que existen casos difíciles y rebeldes que a pesar de someterse a varios exorcismos siguen enquistados. Es como si el mal persistiera arraigado impidiendo que esos posesos se liberen del todo.
Le pregunto si la hija de aquel psiquiatra ya está mejor y con la mirada compungida lamenta que ya no viene por aquí.
—Tal vez debería haber llamado pero debo respetar su decisión —puntualiza.
El maligno no sabe ni de ricos ni de pobres, de cultos o de incultos. Cualquier persona es susceptible de caer en las garras de Satanás, según el dominico. Por el convento han pasado gentes de todos los estratos y condiciones sociales: profesores, catedráticos, empresarios, políticos, médicos, amas de casa, jubilados, estudiantes, gentes con estudios y personas sin recursos. No existe una tipología propia de persona posesa.
Entre los que acuden solicitando su ayuda también reconoce encontrarse con gente enferma, aquejada por algún tipo de psicopatía, y otros que, por extraño e irónico que parezca, no desean en el fondo ser liberados porque dependen mucho de esta circunstancia, y se dan cuenta de que si les quitan «esto» —como dice Gallego—, entonces sienten que dejan de importar.
—En un exorcismo entran diversos factores y, por lo tanto, el sentido común es fundamental. Hace poco un señor me explicó que al solicitar ayuda a un exorcista le obligaron a consultar antes con un psiquiatra. El especialista le hizo un sinfín de pruebas y le pasó la ingente minuta de 500 euros. El diagnóstico, después de la evaluación psiquiátrica, concluía que el paciente no sufría ningún trastorno mental y que, por tanto, su mal podía tener otro origen, como yo ya sospechaba. Este es un caso de tantos, pero muchas de las personas que vienen aquí no tienen recursos económicos, como una señora viuda y que ha montado un negocio que no le funciona. La amenazan de desahucio y encima, fíjate, padece este problema. ¿Cómo le vas a pedir que vaya a hacerse un examen psiquiátrico? ¿Le pagas tú eso? Hay un exorcista que yo conozco que les manda al mejor psiquiatra y al mejor psicólogo, pagando él. Eso lamentablemente lo puedes hacer tan solo con media docena de personas, pero no con todos —manifiesta rotundo el exorcista.
En el hilo de la conversación mencionamos al famoso exorcista de la diócesis de Roma, Gabriele Amorth, fundador de la Asociación Internacional de Exorcistas. Le indico que estoy leyendo su libro Memorias de un exorcista y el padre me muestra al instante uno de los últimos títulos del italiano, ejemplar que se encontraba casualmente encima de su mesa. Opina que es demasiado exagerado y me sorprendo, pero aprovecho la oportunidad para preguntarle por qué Amorth es tan polémico y tan crítico con algunos aspectos del Nuevo Ritual Romano del Exorcismo, afirmando que es menos eficaz que la versión anterior, la que se venía utilizando desde el año 1614. Según Gallego, defender que una versión es más eficaz que otra es un craso error.
—Eso implicaría tratar el exorcismo de arte y el exorcista no es un artista, es una persona que conecta con la divinidad, que dota de sentimientos religiosos a las personas afectadas y procura que éstos los respeten. El exorcismo es un acto religioso, en nombre de la Iglesia y si después de realizarse yo observo que no es suficiente, les hago entrega de un pequeño librito para que se lo lean y mediten. ¡Mira!
Mientras leemos un fragmento del Evangelio 2016, el timbre de su teléfono móvil empieza a sonar insistente. Quizás alguien llama solicitando sus servicios.
El exorcista contesta y atiende. Desde mi posición soy incapaz de poder escuchar nada. Apenas se distingue el débil tono de la voz de un hombre.
—El psiquiatra —responde Gallego al teléfono.
Y a continuación exclama:
—¡Pero sabes cuánta gente tenemos aquí apuntada, hasta mediados de febrero!
—Dile que llame al teléfono los días laborables de diez a una o de cinco a siete de la tarde y que pida una visita conmigo. Sobre todo que mencione que viene de tu parte. Si hay alguna baja ya le avisaríamos.
Averiguo que quien acaba de llamar es alguien muy querido por él. Es el decano de la Facultad de Teología de Valencia del que guarda un gran recuerdo y estima. Me confirma que han hablado sobre un nuevo caso, un conocido de su interlocutor. Apesadumbrado, se lamenta de su lista de espera.
Mostrándome desde lejos la agenda, añade:
—¡Fíjate, estamos en diciembre y hasta mediados de febrero no hay ningún hueco disponible!
Le sabe mal no disponer de ningún hueco para poder atender al conocido de su amigo.
Tan solo un minuto después, el pequeño teléfono móvil del exorcista vuelve a sonar. Antes de contestar, me informa:
—Aquí llama una paisana tuya.
Con especial curiosidad que trato de disimular —lo que suele ser costoso en mi—, dedico toda mi atención a tratar de vislumbrar el objeto de la llamada. Apenas si puedo escuchar en la lejanía el timbre de voz de una mujer. La expectación me embarga durante toda la conversación y me pregunto insistentemente quién será, qué querrá y por qué habrá llamado.
El dominico responde a la señora con escuetas frases, a sabiendas que yo estoy frente a él en el despacho. Pero con todo, me puedo hacer una idea aproximada de que esa mujer quizás sea la protagonista de uno de aquellos casos difíciles de los que me ha hablado el exorcista.
Intuyo que la mujer le expresa que está pasando por unos momentos muy dolorosos:
—¿Cómo fue la cosa? ¿Mal?... ¡Déjate de tonterías!... Ya lo sé que son graves. ¡Ya lo sé, ya lo sé!... Tú adonde tienes que mirar es a Dios, y no a lo otro… Esos son medios que no... El ir a un sitio o al otro no... Si tú estás ahí muy bien atendida, tienes que seguir con él —sentencia el dominico.
Finaliza la comunicación telefónica y el exorcista me consulta con intriga:
—¿Has oído algo?
—No, padre, tan solo podía oír el timbre de voz. Parecía una mujer. ¿Es joven?
Le pido que me explique algo de este caso y se instaura un larguísimo silencio que al fin rompe.
—Permíteme que no te cuente detalles.
Entiendo perfectamente su deseo de guardar a buen recaudo cada historia, pero mi curiosidad es tan grande que trato por todos los medios de que me revele algo, por pequeño que sea. Así que no cejo en mi empeño.
—¿Es una chica, verdad?
—Sí.
—Pobrecita, lo debe de estar pasando mal.
—Sí.
—Si le ha llamado es porque debe de estar sufriendo.
—Ella estuvo viniendo aquí durante algún tiempo, ahora la lleva otro exorcista.
—¿Otro exorcista? ¿Quién?
—No te puedo dar su nombre.
—Pensaba que era usted el único en Cataluña, aparte de un exorcista que creo que está en Terrassa y se llama....
—El de Terrassa es mosén Ignasi Condal.
—Y en referencia a esta chica que ha llamado, ¿me puede decir si la están ayudando?
—Le están realizando exorcismos.
—¿Pero no acaba de mejorar, padre?
—No.
—Pero esto, claro, debe de ser lento ¿no, padre?
—Sí, y a veces no...
—¡Pero hay que insistir! ¡Insistir! ¿Usted qué piensa, padre...?
—Sí, pero...
—El caso de esta chica que acaba de llamar... ¿Se trata de una posesión o de una influencia demoníaca?
—Yo creo que se acerca más bien a posesión. La posesión es cuando el demonio está dentro de ti —puntualiza el exorcista.
—Y esa mujer debe de estar desesperada.
—Claro...
Pensando en el librito que el exorcista entrega, le pregunto:
—¿Pero ya reza las oraciones?
El dominico frunce el ceño.
Fray Gallego intenta con sutileza cambiar de tema, coge un pliego de papeles, mira el reloj y me suelta:
—Se te va a hacer tarde.
—Sí, padre, ahora acabamos, es que me gustaría que me contase algo más de este caso. No sabe cuánto me intriga.
El dominico aprieta los labios y se hace un incómodo silencio.
—¿Ella nota algo dentro?
—Prefiero no...
Mi tenacidad no permite que dejemos el tema y con insistencia lastimera le pregunto:
—Pero... ¿ha hecho ella algo para estar así?
—Ella no sabe nada.
—¡Pero algo habrá hecho para estar así...! —exclamo al dominico.
—No, no ha hecho nada... Es que a veces buscamos la causa. Y hay multitud de posibilidades y en ocasiones no hay ninguna que esté influyendo. ¿Entiendes a lo que me refiero? —me aclara el exorcista.
—En Memorias de un exorcista se cuenta como el padre Gabriele Amorth habla con el demonio, le pregunta su nombre... Incluso cuenta que en ciertas ocasiones el demonio revela el día que abandonará el cuerpo... ¿Eso no puede servir de ayuda en este caso, padre? —pregunto curiosa.
—Ya. Bueno...
Entiendo que el proceder de Gallego no es el mismo que el de Gabriele Amorth. Con razón aquí podríamos utilizar el dicho: «Todo maestrillo tiene su librillo», por ello me interesa indagar en cómo el dominico actúa en cada caso, cómo piensa y ejerce. Cuál es su proceder.
El exorcista, dada mi insistencia, dice:
—Pues perdona que no te quiera dar detalles pero entiende que...
—Comprendo que no me pueda hablar de ello de forma pormenorizada... ¿Podríamos planificar el siguiente encuentro?
Quedamos el día 23 de enero a las diez de la mañana.
—Para entonces ya me habré leído todo lo que me ha entregado y tendré el material más estructurado, que su vida tiene tela...
El reverendo padre sonríe. Coge su agenda y en lápiz apunta «Teresa » en el día 23 de enero de 2016.
El clima está más distendido que durante la entrevista y, mientras nos levantamos, tartamudeando en voz baja me decido a preguntarle una vez más:
—¿Y...y...y... esa señora habla otras leguas, o no?
—Algunas palabras sueltas.
—¿Y no es consciente de ello?
—Depende, no es la cosa tan... Cada caso es distinto, no hay dos iguales, Teresa.
—Pero se debe de insistir, insistir... ¿No cree?
—A veces insistes y no consigues nada porque además, fíjate, que aquí hay dos cosas. Una, son los movimientos, y la… eso que se te pone. Y yo estoy convencido de que esos movimientos continúan después cuando ya no hay influencia demoníaca. Porque el demonio lo que busca es apartarnos de Dios y si él ya no está allá, a pesar de eso, busca e intenta. O sea que una persona no está curada por el simple hecho de que ya no tenga movimientos de esos. El otro día un psiquiatra decía que hay ciertas cosas en esto, que tiene tanta fuerza... que tiene una fuerza realmente exorbitante.
—Pero esta fuerza que dice usted, ¿aparece solo cuando se está poseído?
—No. También puede darse cuando no están poseídos. Hay ciertas zonas de la parte de aquí (y se señala la cabeza) que tocándolas explotan, por decirlo de alguna manera. Para mí la posesión es apartarnos de Dios, pero si una persona empieza a cumplir, y se propone hacer todas las cosas..., ahí entonces ya no hay posesión. Pero muchas veces no funciona y sigue actuando a pesar de todo... Los fenómenos son secundarios. Además, hay determinadas enfermedades que dan esos mismos síntomas, pero sin haber ningún demonio. ¿Te das cuenta de lo que quiero decir?
—Interpreto que no es fácil determinar claramente cada caso...
—¿Quieres que tomemos un café?
Salimos del convento y acudimos a una cafetería cercana. Allí había mucho bullicio y estuvimos hablando de temas superfluos. También se interesó por mí, por mi familia, por mi trabajo, y otras cuestiones banales, nada que ver con posesiones, poseídos y almas en pena.
Habrá que esperar hasta la próxima visita, el día 23 de enero; un nuevo año que bien seguro aportará nuevas historias por descubrir.
3. Empezamos el año
En un abrir y cerrar de ojos nos hemos instalado en un nuevo año. En estos gélidos primeros días del mes de enero ando revisando el material documental que me ha ido proporcionando el dominico, al tiempo que hago acopio de más datos sobre su vida y trayectoria. Deseo empaparme de la máxima información antes de nuestra próxima entrevista a mediados del mes de enero en Barcelona, una ciudad emblemática que arrastra consigo la herencia de conocidos exorcistas como Antonio Mª Claret (1807-1870), Mosén Cinto Verdaguer (1845-1902) o Joaquín Mª Piñol y Plana (1834-1907).
Fray Juan José Gallego mencionó que durante la primera quincena de enero estaría reunido fuera de Barcelona asistiendo a una cita de gran calado en la Orden Dominica. Esto es, el nacimiento de una nueva provincia1 llamada Hispania que a partir de ahora agregará dentro de sí a las otras tres antiguas provincias existentes (Provincia de España, Provincia de Aragón y Provincia de Bética) y que componían hasta hace poco la Orden Dominica en España. Dicho acontecimiento viene referenciado en la prensa, donde se explica que desde el día 2 de enero y hasta el 15, un total de 75 capitulares se reúnen en el Convento de Santo Domingo de Caleruega, en Burgos (ciudad natal del fundador de la orden) para gestionar y tomar decisiones de gran relevancia, elegir nuevos cargos y poner las bases de la organización de Hispania, que a partir de ahora quedará conformada por un total de 500 frailes. Por lo visto, se trata de una noticia importante para la orden ya que durante este enero se celebrará el primer capítulo provincial de la recién estrenada Provincia Hispania. Destaca la noticia el nombramiento de fray Jesús Díaz como el primer provincial de la naciente provincia. Tan regio acto sucede ante la presencia del Superior de la Orden de todos los Dominicos, el francés fray Bruno Cadoré. También acude al evento el Presidente de la Conferencia Episcopal Española, el cardenal Ricardo Blázquez.
1 La Orden de Predicadores está integrada por «partes» que gozan de una cierta autonomía administrativa y de personalidad jurídica propia. Estas partes son las llamadas «provincias», al frente de las cuales están el capítulo provincial y el prior provincial. Las provincias fueron creadas por el Capítulo General o autoridad suprema en 1221.
La creación de la nueva Provincia Hispania es, sin duda, un momento histórico para todos los dominicos, que coincide en el tiempo dentro de los actos de celebración del Jubileo 800 de la Fundación de la Orden de Predicadores, fundada por Santo Domingo de Guzmán.
Lamentablemente, y debido a cierta indisposición sufrida por su reciente operación, Gallego, en el último momento y muy a pesar suyo, tuvo que suspender el viaje y se vio obligado a declinar la invitación a tan significativo evento, por lo que tuvo que seguir todo lo que ocurrió en Santo Domingo de Caleruega desde su Convento de Santa Catalina de Barcelona.
4. Con los deberes hechos
Tanto era mi afán por reencontrarme con el padre Gallego, que parece que el tiempo se ha confabulado a mi favor. Con rapidez vertiginosa hemos finiquitado las fiestas hasta plantarnos en un prometedor año 2016.
Hoy, sábado 23 de enero, es el primer día de año en el que tengo la oportunidad de volverme a reunir con fray Juan José Gallego. Agradecida, le manifiesto cuánto me halaga todo el tiempo que me está dedicando y le obsequio con unas deliciosas cocas de azúcar típicas de mi ciudad que acepta complaciente.
El dominico me pide que le acompañe hasta el primer piso del convento para dejar los dulces en la cocina. Así lo hacemos y, entretanto subimos por el ascensor hasta el primer piso, no quiero desperdiciar la oportunidad para poder charlar distendidamente con él sobre estos largos días en los que no nos hemos podido ver. No le oculto que el lunes me he citado con otro exorcista, el padre José Antonio Fortea, que reside en Alcalá de Henares. Recuerda que coincidió con Fortea hace unos años en el programa Lágrimas en la lluvia del canal de televisión Intereconomía, y me hace saber que desaprueba que él permitiese grabar un exorcismo que fue emitido en un programa de televisión.
Salimos del ascensor y el padre me señala con el dedo dónde está situada la cocina. Mientras él se queda aguardando, yo entro con prudencia en la dependencia y doy un rápido vistazo a mi alrededor. Dudo dónde dejar los dulces y, desde la distancia, el padre me indica que los deje en alguna repisa. Con suma delicadeza apoyo el paquete encima de un impoluto mármol blanco y me retiro. En tanto que ando en dirección al pasillo en donde me espera paciente el exorcista, me topo de bruces con un simpático dominico vestido de calle, que en sus manos porta una tostada de pan con mermelada. Es el padre Gabriel. Me sonríe y le indico dónde he dejado las pastas.
Volvemos al ascensor y el padre y yo regresamos a la planta baja. Tranquilamente nos dirigimos al despacho del exorcista y allí nos acomodamos.
Escudriño entre mis papeles, preparo mi grabadora esperando que se encienda el piloto rojo y doy comienzo a la entrevista:
—He hecho los deberes, padre. He leído toda la documentación que usted me aportó y, a parte, he consultado varios libros que creo que me ayudarán a la hora de entender más su trabajo. Así que vengo hoy con un tropel de dudas y preguntas.
—Ya te veo, ya... Eso está bien. Permíteme que antes haga una llamada. Tengo cita con el médico y debo arreglar una cosa.
—¿No se encuentra bien?
—No...
El sacerdote rebusca intranquilo un número de teléfono en su agenda y realiza una rápida llamada a alguien que ha de venir desde lejos justamente el lunes. Marca un número en su móvil y espera. Al no recibir respuesta, deja un recado en el contestador a su misterioso interlocutor:
—Queda en pie lo del lunes. Yo tengo que hacer una cosa, pero no te preocupes. Te esperas aquí en el convento porque a las once me harán una pequeña prueba, pero no te preocupes. Aguardas aquí dentro y luego nos vemos. Me llamas, porque no creo que sea bueno cambiar el tren y el billete. Llámame y dime algo.
Para mi asombro, cuando el padre cierra el móvil, me confiesa apesadumbrado que está perdiendo la visión del ojo izquierdo. Su médico le ha recalcado que no debe descuidarse, ya que podría perder por completo la visión y por ello tiene concertada hora para realizarse una serie de exámenes oculares. Su cita con el doctor le coincide con la cita de un señor que viene ese día desde lejos. Se muestra turbado hasta que no pueda reconfirmar la hora con este hombre, de unos sesenta años de edad, que se ha de desplazar este lunes desde la otra punta de España para poder ser atendido por el exorcista. Lleva visitando al padre desde hace ya unos meses y, debido a que reside bastante lejos, no le queda más remedio que emprender cada vez un agotador viaje en transporte público que dura quince o dieciséis horas.
Mientras esperamos a que le devuelvan la llamada telefónica, reanudamos la charla y me pide que le lance las preguntas de hoy. Reviso mi cuestionario y decido empezar por los llamados exorcismos indefinidos1. Esto es, aquellas posesiones o influencias demoníacas que al parecer han de esperar meses, o incluso años, hasta hallar su completa liberación. Ni uno, ni dos, ni tres, ni cuatro exorcismos son suficientes en muchas ocasiones para conseguir erradicar el mal de raíz. El calvario y la peregrinación de los poseídos se dilatan en el tiempo, poniendo así a prueba la paciencia del exorcista y la perseverancia de los supuestos posesos. Como ejemplo cercano, le hago memoria sobre el que creo que puede ser un caso de éstos, y menciono aquella joven que llamó muy preocupada en nuestro anterior encuentro, ávida de soluciones.
1 Término que hace referencia a aquellos casos en los que, por causas desconocidas, los exorcismos deben prolongarse indefinidamente en el tiempo durante meses, incluso años, hasta lograr su total liberación.
—¿Es ese un caso que se ajustaría a los llamados «exorcismos
indefinidos»?
—Sí —dice, apesadumbrado.
El padre José Antonio Fortea, antiguo exorcista de Madrid, en su libro Tiniebla del exorcismo habla de ellos y analiza cuáles pueden ser los posibles causantes de estos llamados «exorcismos indefinidos» y destaca dos causas prioritarias que podrían favorecer que la liberación del poseso se dilatara en exceso en el tiempo. Fortea explica que una de las principales razones podría ser que la persona le hubiera dado permiso al maligno para estar dentro; también concluye que es posible que una fuerza oculta actúe dando al demonio un poder suplementario. Además, subraya el papel fundamental que en estas cuestiones juega el exorcista, quien no debe aflojar o cejar en el empeño. Deseo saber la opinión de Gallego al respecto.
—¿Está usted de acuerdo con estas posibles causas, padre?
—Pueden coincidir las dos cosas. De hecho, el primer supuesto que comentas...
—¿El primero? ¿El que dice: «la persona le da permiso al maligno para estar dentro»?
—¡Sí, ese! Según mi experiencia, es totalmente verdad que esto ocurre. Hay personas que se entregan voluntariamente al demonio.
—¿Se entregan al demonio? ¿Quiere decir que hacen una especie de pacto satánico?
—Eso mismo quiero decir.
—Parece increíble que en el siglo que estamos alguien pueda hacer algo así. ¿Por qué lo hacen?
—Por muchas y variadas razones. Algunos individuos le piden cosas y otros están en una situación muy delicada.
El dominico me relata el caso real de un chico que venía desde Valencia hasta Barcelona tan solo con la intención de que le atendiera el exorcista. Cogía el primer tren de la mañana, y a las pocas horas llegaba al Convento de Santa Catalina donde era exorcizado. Cuando acababa el ritual, el joven, como si de una visita al médico se tratase, regresaba con prontitud a su ciudad de origen para reemprender su rutina. Según el dominico, este era un caso realmente espectacular digno de recordar. En pleno ritual, el joven entraba en trance y se arqueaba y se movía con gran agitación. Realizaba unos movimientos físicos extraordinarios y era capaz de pegar unos saltos increíbles. Además, poseía el don de la adivinación y sin ninguna dificultad podía averiguar sucesos que habían de producirse en un futuro. También revelaba al sacerdote acontecimientos pasados que era imposible que el chaval pudiese conocer.
En una ocasión, el joven le contó al sacerdote que ya de niño él tenía ciertos poderes sanadores o curativos. Por esta razón, él practicaba la imposición de manos a su abuela y esta parecía que iba mejorando de sus dolencias. Un buen día, el muchacho tuvo una seria discusión con la anciana quien le riñó duramente. Al chaval le supo tan mal que la mujer le reprendiera que, corroído por el rencor, a partir de aquel momento se negó en rotundo a realizar más imposiciones de manos a su abuela. Sea como fuere, sin tardar mucho, la anciana señora acabó falleciendo. A raíz de su muerte, el nieto se culpabilizó terriblemente por aquello y él, muy devoto, le imploró a Dios con todas sus fuerzas que le ayudase. En una de sus oraciones le rogó desesperado que hiciera lo posible por resucitar a la anciana. Como Dios no respondió a sus suplicas, el joven, vengativo y lleno de ira, hizo gala nuevamente de su resentimiento y decidió renegar de la Divinidad Suprema. Para ello, realizó un pacto satánico que implicaba entregarse de por vida al maligno, encarnado en Satanás. A partir de entonces, la vida del muchacho dio un vuelco y se convirtió en un verdadero infierno, hasta el punto que empezó a experimentar una serie de síntomas abominables que le trastornaban terriblemente en su día a día.
Después de escuchar esta inquietante historia, le planteo al sacerdote algunas de mis dudas.
—¿Es posible que los posesos no se liberen porque continúan inmersos en sus pecados?
—No necesariamente. Hay personas muy religiosas poseídas y también hay santos que han estado poseídos, y eran santos.
—¿Qué intención tiene el diablo con los santos?
—Tentarlos para apartarlos de Dios.
En efecto, existen numerosos casos documentados a lo largo de los siglos de santos que han sido atacados y vejados directamente por Satanás. De los múltiples ejemplos habidos en la historia, destacaré el de dos figuras singulares. Un suceso relativamente reciente es el del Santo Padre Pío de Pietrelcina, fallecido en 1968, de quien se sabe que sufría repetidas vejaciones por parte del mismísimo Satán quien le golpeaba, le arañaba y le azotaba insistentemente, al tiempo que le engañaba con todo tipo de visiones a fin de tentarle y socavar su fe. Santa Teresa de Jesús también fue otra víctima del maligno. En sus memorias refería que Satanás se le presentaba disfrazado de mil y una maneras, con la clara intención de atormentarla. Según relataba de su puño y letra la propia santa, una vez fue vejada durante cinco horas seguidas, mientras se encontraba en oración.
—¿Tiene muchos casos de exorcismos indefinidos?
—Sí pero algunos abandonan y ya no vuelven por aquí. El cansancio les puede. Si ellos no quieren continuar, entonces yo no puedo hacer nada en contra de su decisión. Hay que tener una paciencia enorme con estos casos. Y sí, realmente es un problema, ya que hay exorcismos que no sabemos por qué no surten efecto.
—¿Hay casos que se liberan completamente?
—Sí, por supuesto. Pero también hay de todo. Yo atendía a una mujer extranjera, un caso terrible. Al poco de hacerle los exorcismos la llamé y me dijo que ya estaba bien. Se fue a Medjugorje2 (Bosnia-Herzegovina), se instaló allí un tiempo, y al regresar a España volvió a caer posesa.
2 Medjugorje es una pequeña aldea situada en la parte suroccidental de Bosnia-Herzegovina, a unos 25 km al suroeste de Mostar y cerca de la frontera con Croacia. Dicha población se ha hecho mundialmente famosa debido a que, desde el 24 de junio de 1981, seis videntes afirman ver a la Virgen María, la «Gospa». Según los videntes, la Virgen les transmite mensajes para toda la humanidad.
—¿Pero cómo lo volvió a coger?
—No lo sé. Tal vez se confió demasiado. Ya le advertí que no fuera. Yo no se lo aconsejaba. Piensa, Teresa, que hay ciertas personas con una serie de carencias que son más propensas a esto. Cada caso es un misterio y juegas con varias hipótesis. Hace unas semanas, por ejemplo, le hice el exorcismo a una persona y no se liberó hasta que pasaron tres o cuatro días. Fue muy raro todo y siempre te queda la duda de si se liberó totalmente.
—¿Qué sugiere usted que habría de hacerse en esos casos tan difíciles? ¿Realizarles más a menudo un exorcismo? ¿Uno semanal, por ejemplo?
—No por hacer muchos exorcismos se libera antes, esa es mi opinión. Yo sé que el padre Fortea en Alcalá de Henares realizaba exorcismos frecuentes que duraban horas y horas. Primero empezaba él y cuando ya se cansaba continuaba otro sacerdote, y así hasta cuatro horas seguidas. Según mi punto de vista, eso no tiene mucho sentido.
En opinión del dominico, el exorcismo es vital, pero no debemos olvidar centrar nuestros esfuerzos en el llamado post-exorcismo3 ya que la eficacia del ministerio también se basa en la voluntad del poseído, que ha de poner mucho de su parte, si es que realmente desea que la liberación se produzca y sea efectiva.
3 Tiempo que transcurre después de la realización del exorcismo en el que la persona liberada, o en vías de liberación, puede ser especialmente vulnerable si no toma ciertas precauciones.
—El post-exorcismo es tan importante como el exorcismo. Hay que estar atentos para evitar en todo lo posible que aquello vuelva —recalca el exorcista.
Fray Juan José Gallego insiste en que una de las claves para realizar adecuadamente un exorcismo es huir de la soberbia, pecado demasiado presente en los tiempos que corren. Según el dominico, muchos exorcistas yerran y buscan la notoriedad:
—Hay exorcistas que buscan que hablen de ellos, les gusta cierta fama y ahí se está viciando por completo este ministerio. Hay que andar con mucha humildad, con mucho sentido común y mucha confianza en Dios. Hay que tener presente que el exorcista actúa en nombre de la Iglesia, en nombre de Jesucristo y está realizando un trabajo ministerial por lo que el sacerdote ha de estar limpio de cualquier vanidad. Cuando durante el exorcismo decimos: «¡Sal, sal, márchate, Satanás!», en el fondo se lo estamos pidiendo a Dios a través de la oración con toda la humildad para que este actúe. Cuando realizo un exorcismo con el poder de la Iglesia y en nombre de Jesucristo, el Rito tiene más fuerza que cuando lo hago yo solo. Por eso el exorcista debe ser ante todo una persona muy sencilla, sin pretensiones de ningún tipo. Los curanderos, por el contrario, son así, vanidosos —explica el dominico.
—¿Qué piensa de los adivinos, sanadores o chamanes que realizan exorcismos?
—Desde el punto de vista de la Iglesia Católica, el único exorcismo válido y realmente efectivo es el que se lleva a cabo por un sacerdote autorizado, quien practica el Nuevo Ritual Romano del exorcismo, para este efecto, aunque existen ciertas personas dotadas de un don especial, santidad o carisma4 capaces de alejar el mal. Estas personas son unas pocas, poquísimas entre un millón, y jamás se encuentran anunciadas en los medios de comunicación. Este don les proviene del Espíritu Santo y no sacan provecho de él para ganarse la vida, como sí hacen ciertos videntes, santeros o brujos quienes a través del pago de una suculenta cantidad vacían los bolsillos al pobre insensato que acude a sus consultas, prometiendo que con tal o cual ritual mágico se van a desprender de esa energía maligna.
4 En el cristianismo, gracia o don concedido por Dios a algunos hombres en beneficio de la comunidad.
—¿Ha tenido usted alguna experiencia con curanderos?
—Tuve un caso de dos curanderos que me ofrecieron ayuda. Uno era el que veía y el otro era el que actuaba. Presumían de tener la habilidad de sanar. Me dijeron que era necesario ir a cierto lugar, que no vendrían aquí. No vi la cosa muy limpia.
—¿Cobraban?
—Éstos decían que no cobraban, pero aceptaban la voluntad. En otro caso que me contaron, yo no lo viví, el brujo les decía a los pobres incautos: «Tienes tantos demonios, te vamos a sacar uno hoy y dentro de quince días te vamos a sacar otro, y más tarde otro...» ¡Eso no es así! Para mí el exorcismo es una totalidad. No valen partes.
—Me gustaría preguntarle sobre las personas que acuden a su despacho, ¿sabe usted si antes de visitarle a usted han pasado por manos de brujos o sanadores?
—Hay gente que va donde puede, Teresa. Si no hay exorcistas, si nadie los atiende allí en donde viven, hacen lo que sea para buscar una solución. Por ejemplo, si alguien tiene una enfermedad mortal va a donde convenga, mientras lleguen los presupuestos, claro, y hacen lo imposible. Son gente que lo pasa muy mal. Has de saber que la mayoría de los que acuden aquí es porque ha habido algún amigo, algún conocido, que se lo ha recomendado porque han visto que ha funcionado. El boca a oreja es más útil que la publicidad.
—Cuando se realiza un exorcismo, las personas dicen sentirse más aliviadas. Es como si durante el exorcismo el maligno se retirara. ¿Es así?
—Debes saber que hay que distinguir entre posesión e influencia demoníaca. En la posesión el demonio está instalado dentro de la persona y aunque éste no actúe siempre las veinticuatro horas, sigue estando presente en el interior del individuo y así lo sienten los poseídos. Hay personas que trabajan y hacen una vida aparentemente normal; en la llamada influencia demoníaca, los afectados no sienten que tengan nada dentro, es algo más bien exterior. Perciben que el mal les ataca desde fuera con tentaciones, ideas, obsesiones, malos pensamientos, etc. Por eso es importante indagar en la persona y tener largas conversaciones para tratar de detectar cuál fue el motivo de la posesión o influencia demoníaca. A veces no es tan fácil llegar a la raíz del origen y en muchas ocasiones es imposible detectar cuál fue el primer detonante o el desencadenante de aquello. En muchos casos solo Dios o el mismo demonio conocen la verdad de lo sucedido. Aun así, no se descarta que entre las posibles causas que pueden motivar una posesión están las siguientes: el jugar con la Ouija, el realizar un pacto de sangre diabólico, el ser víctima de un maleficio, el haber entrado en un lugar infestado, el haber practicado reiki, yoga o haber realizado algún ritual esotérico.
El móvil nos interrumpe. Alguien llama al padre. Por lo visto, se trata de la visita que ha de venir el lunes por la mañana. El hombre, por fin, ha escuchado el mensaje del contestador y le devuelve la llamada al padre.
—¿Ya tienes el billete? ¿No lo tienes? ¿Me oyes?—pregunta el padre.
De repente se corta la comunicación y el padre decide dejarle un nuevo mensaje en el contestador. Cuando finaliza, aprovecho la oportunidad para preguntarle acerca de esta misteriosa llamada.
—¿Es la primera vez que viene a verle este señor?
—No. Ya ha venido más veces.
—Permítame que le pregunte. ¿Cómo saben las víctimas que están poseídos por el demonio?
—Algunos lo saben y otros no. Unos se lo imaginan y se lo creen, pero también existen las falsas creencias, los que están convencidos de estar poseídos y en realidad no lo están. Ya sabes tú que pueden ser enfermedades y esto me gustaría que lo trataras bien.
En efecto, el dominico reconoce sin pudor que algunas de las personas que acuden hasta él reclamando ayuda en realidad no presentan indicios evidentes de que se trate de un mal demoníaco. Su trabajo como buen exorcista consiste en detectar quien verdaderamente necesita de sus servicios y dejar para el colectivo médico aquellos casos en los que se observa que la persona puede tener algún tipo de afectación psicológica o psiquiátrica. Para ello, el exorcista frecuentemente solicita a los supuestos posesos sendos informes médicos que descartarían o no cualquier tipo de afectación relacionada con su salud mental o psicológica. Pero la cuestión a priori no es tan simple, pues fray Juan José Gallego admite que es posible que incluso puedan existir algunas enfermedades todavía desconocidas por la ciencia médica, que bien pudieran causar ciertos episodios que se podrían llegar a confundir con una posesión.
—Te contaré lo que me sucedió no hace mucho. Un muchacho que había visto una entrevista mía me preguntó si yo tenía la certeza en cada caso de si estaba el demonio o no. Le conteste que no tenía esa certeza, porque podía darse el caso de que la persona sufriera algún tipo de enfermedad psicológica o mental. El Catecismo de la Iglesia Católica explica que pueden existir casos muy parecidos a las enfermedades, que no se conocen, y ahí estamos nosotros para discernirlo. Eso me recordó una charla a la que asistí con el título Neurólogos contra exorcistas. Allí concluyeron que había personas que tenían ciertos síntomas semejantes a la posesión y en esos casos se les recetó un tratamiento médico. Algunas de ellas se curaron. Yo no negué la evidencia y admití que podía darse el caso. A lo mejor en alguna ocasión hemos dado por curado un caso cuya sanación, en realidad, no estaba en nuestras manos. No tenemos la seguridad de poder curar a todos los que tienen síntomas propios de los posesos. Para mí es fundamental acercar a Dios, mediante el exorcismo, a las personas alejadas de Él.
—Entre sus casos, padre, ¿alguien le ha contado que el demonio se le ha presentado físicamente?
—No es lo habitual.
—Pero muchos de ellos ven imágenes, ¿no? Santa Teresa decía ver físicamente la imagen del mismísimo diablo delante de ella...
El exorcista esboza una delatora sonrisa antes de continuar.
—Muchas veces se busca un chivo expiatorio de las desgracias padecidas por no querer indagar razones —añade finalmente el padre.
—Recuerdo que usted comentó que había una chica joven que creía en la transmigración de las almas y se encontrada muy acongojada. Vino hasta el convento acompañada de su madre. Intentó suicidarse varias veces, creo que dijo...
—Se trataba de un caso de tentación5. Los suicidios no tienen por qué ser provocados por el demonio, pero ese sí lo era. Cuando una persona lleva a tal extremo su sufrimiento, puede sobrevenir la tentación.
5 Es la forma más corriente y universal con la que Satanás ejerce su acción diabólica en el mundo.
—Según la Iglesia, ¿los que se suicidan cometen una falta grave?
—Para la Iglesia es pecado. Pero hoy en día hay una teoría que exculpa al suicida si la causa es una enfermedad mental.
—Mencionó, cuando nos conocimos, que buena parte de los que venían por aquí habían intentado quitarse la vida.
Detecto que he tocado un tema escabroso. Su gesto y su mirada estoica delatan una preocupante realidad.
El móvil empieza a tintinear insistente y nos impide proseguir. El exorcista mira apesadumbrado su teléfono y finalmente decide contestar.
—Dime...
Es la visita del próximo lunes. El padre, paciente, le vuelve a explicar y le insiste en que espere en el portal hasta que él regrese, que hará lo posible por no tardar demasiado.
El dominico se interesa por su interlocutor:
—¿Cómo te encuentras?... Aquí lo hablaremos... Yo creo que un poco mejor estás, aunque estés mal… Tú fíjate en la parte positiva porque si miramos solo el lado... ¡Cómo que no! ¡Tienes que tenerla, hijo mío!... Y luego, lo que estás demostrando es que no tienes pereza de hacer estos largos viajes... ¿De acuerdo? Un abrazo, adiós.
—¿Este señor está mal, padre?
—Sí.
—¿Él no confía curarse?
—Sí, decía eso, que estaba un poco desanimado. Tiene más de sesenta años y vive solo. Vino aquí porque intentó acudir a otros sitios y no le atendieron. Ha venido tres o cuatro veces. Aunque diga que no ha mejorado, yo creo que un poco de alivio tiene. Como otros, piensa que con solo venir aquí se arreglará todo enseguida, pero hay que realizar un proceso y, encima, él es un poco especial.
—¿Reza con el librito que usted le dio?
—Sí. Bueno, él tiene más devoción.
—¿Entonces él reza motu proprio en su casa?
—Es bastante devoto. Pero en ocasiones se tienen devociones a muchos santos y a otras cosas que están de más. Hay que tener mucho cuidado con eso porque hay que ir a lo fundamental, que es Jesucristo. A veces no...
—¿Se está refiriendo usted a las supersticiones, a la superchería?
—Sí, aquí y en otros sitios.
—¿Él piensa que tiene algo demoníaco que va con él?
—Así lo cree. Él es devoto, pero hay ciertas cosas que...
El padre se reprime y no acierta a terminar la frase.
—Pero es curioso porque si uno hace las cosas bien, reza y tiene una vida correcta, no debería experimentar ciertas cosas... ¿No cree?
Para mi desconcierto, el móvil vuelve a sonar. El padre habla con quien parece ser una joven. Al finalizar la conversación telefónica, sin rubor me lanzo a preguntar:
—¿Otra visita?
—Atendí a sus padres.
—¿Es una mujer?
—Sí.
—Pues estará muy agradecida.
—Sí, mucho. Me acaba de invitar a su boda pero no puedo ir, tengo ese día comprometido.
Consulta su agenda y aprovecho para confirmar nuestra próxima entrevista, el día seis de febrero. El cinco también hemos quedado en vernos para ir a comer con las editoras Alexandra y Anabel.
Continuamos la charla y me decido a averiguar algo más sobre la historia de aquel hombre que atraviesa toda España para que le atienda el padre Gallego.
—Ese señor, ¿sufre de influencia demoníaca?
—Él está convencido de que sí, que es influencia demoníaca. Intento quitarle esa idea explicándole que algunas de las situaciones que vive bien podrían estar provocadas por causas naturales.
—¿Tiene visiones?
—No, de eso no ha dicho nada.
—¿Entonces?
—Sufre porque no se encuentra bien. Tiene cada noche sueños muy extraños y no duerme apenas. Padece una serie de fenómenos muy raros.
Advierto que el padre se resiste a darme detalles que pudieran comprometerle a él o a las personas que le confían sus pesares. Entiendo perfectamente su delicada posición.
Antes de concluir nuestra entrevista, le pregunto al exorcista si guarda algún registro o anotaciones de los centenares de casos que pasan por su despacho y me confiesa que no. Subraya la importancia de mantener la máxima confidencialidad. En su agenda negra de piel solo anota con un lápiz el nombre y el teléfono de cada visita. Su memoria se encarga del resto.
5. Una vida contra el Maligno
De Castrillo de los Polvazares a Roma
Castrillo de los Polvazares es una pequeña localidad española perteneciente al municipio de Astorga, en la comarca de Maragatería, provincia de León. Allí, donde todos se conocen, fray Juan José Gallego Salvadores es conocido como Juanjo o Juan José, el hermano de Lolo (quien más tarde sería padre Jordán). Es el sexto de siete hermanos. Por orden de nacimiento: Celsa, Maruja, Francisco Manuel (Lolo), Agapito Siro (fallecido a los pocos meses), Simón Tomás (Tomasín), Juanjo y Nilo.
Los padres de esta familia numerosa de Castrillo de los Polvazares eran Francisco Gallego de la Puente y Odubia Salvadores Martínez, dos respetados labradores de la zona.
Por poco le vino a Juanjo de nacer en la lejana isla de Cuba, donde su tío Simón Salvadores, el hermano de su madre Odubia, se ganaba provechosamente la vida con extensas plantaciones de café. Durante aquellos años de bonanza, Francisco, el padre del exorcista, estuvo ayudando a su cuñado en el negocio y quedó cautivado por la isla y esperanzado ante una vida mejor que la que se ofrecía en aquellos años en España. Después de meditarlo y anhelando esa soñada prosperidad, la familia Gallego-Salvadores decidió trasladarse al completo al país caribeño para fijar allí su nueva residencia. En aquel entonces ya habían nacido Celsa, Maruja y Lolo, a Juanjo todavía no se le esperaba.
Avatares del destino y cuando todo parecía indicar que finalmente sí se trasladarían a Cuba, un hecho inesperado alteró los planes de la familia. El repentino estallido de la guerra civil española, el 18 de julio del año 1936, hizo imposible el traslado, incluso a pesar de tener los billetes pagados por el tío Simón.
Juanjo nace en la España de posguerra, a unos meses de finalizada la cruenta Guerra Civil Española, mientras Europa contemplaba atónita el avance alemán. Era el 4 de abril de 1940.
Enmarcados en el contexto de una España que trataba de recomponerse después del conflicto fratricida, los adolescentes del pequeño Castrillo de Polvazares debían salir de su pueblo si querían estudiar, aunque, en realidad, eran pocos los que podían llegar a costearse el viaje y los estudios. Fray Juan José describe la situación familiar en aquellos días como poco halagüeña:
El padre, Francisco Gallego, había regresado de Cuba y había traído de allí cierto estilo de vida que por querer conservarlo sin medios ocasionaron dificultades serias en la familia, con varios embargos. También, para superar estos fracasos muchas veces el alcohol fue salida bastante normal. Aquí fue el coraje y fuerza de mi madre, una santa mujer, la que sacó adelante la familia.1
1 Juan José Gallego Salvadores y José Vela Moreno, Recordando al Padre Jordán Gallego Salvadores, dominico, y a su pueblo Castrillo de los Polvazares. Editor José Vela Moreno. Valencia, 2001.
Fray Juan José recuerda perfectamente aquel primer día cuando a la edad de trece años debió abandonar el núcleo familiar y marchar lejos. Sabía que su madre, Odubia, no estaba del todo convencida y a él le carcomían las dudas. Su hermano Tomás, siete años mayor, finalmente intervino y le ayudó a decidirse con un argumento que haría honda mella en él:
—Unos años antes yo había dicho que quería ir allí donde se encontraba mi hermano Francisco Manuel, al que llamábamos Lolo, pero llegado el momento me hice el remolón. Apareció Tomás y me sermoneó que en nuestra casa se cumplía lo que se prometía: «Si tú has dicho que vas, ahora hay que cumplir». Aquello me desmontó totalmente, pero en la vida hay que ser aventurero.
Superados estos breves momentos de incertidumbre, una de sus hermanas mayores tuvo a bien acompañarle desde su pueblo natal de Castrillo de los Polvazares hasta León. Una vez en la capital, el joven Gallego se reunió con un grupo de doce chavales leoneses. Todos juntos, sin saber muy bien cómo, emprendieron viaje en el famoso tren «Shangai Exprés» que comunicaba Galicia con la capital catalana. Su destino: el seminario menor de los dominicos de Cardedeu, cerca de Granollers, Barcelona.
Me insiste en que al principio el sacerdocio no fue algo precisamente devocional, simplemente surgió así y la vida, poco a poco, le fue encaminando. Lo que sí tiene claro es el papel crucial que jugó en todo esto el ejemplo de su hermano Francisco Manuel, que más tarde llegaría a ser fray Jordán. De alguna forma, Lolo parecía ser el faro que alumbraba su vida:
—Al principio, cuando ingresé con trece años, en Cardedeu todo era algo confuso, pero yo nunca he tenido dudas sobre la vocación. Allí tenías la oportunidad de estudiar y me sentía a gusto. Nunca he tenido la idea de decir «vamos a cambiar, vamos a hacer otra cosa» —aclara el padre.
Rememora nostálgico la buena fortuna que tanto él como Lolo tuvieron cuando apareció por Castrillo de los Polvazares doña Susa Blanco González, una señora veraneante de Galicia que pensó que podía ayudar a que algunos chicos del pueblo pudieran ser sacerdotes. Y así lo hizo, ella y sus amistades recaudaron fondos para los estudios de los dos hermanos Gallego:
—La familia de Susa Blanco vivía entre Ferrol y Coruña, tenía una zapatería. Ella era la que administraba el dinero con sus conocidos. Gracias a su ayuda nos pagaron los estudios, ya que el seminario cobraba poco, pero algo había que pagar y nosotros éramos seis hermanos y no había para todos.
Lolo, siete años mayor que Juanjo, a la temprana edad de doce o trece años fue el primero de los hermanos Gallego que inició su carrera sacerdotal. Lo hizo en la población de Requena (Valencia) con los frailes dominicos, gracias a las gestiones de la señora Susa Blanco.
Así narra Juan José Gallego cómo tomaron contacto con la Orden de los Dominicos, una orden que no tenía tradición en el pueblo:
Se abre una perspectiva de ir a Requena (Valencia) con los dominicos con trece años. Su ida a los dominicos, desconocidos en mi tierra, se debió a una dominica contemplativa del Monasterio de Santa Cruz la Real de Sevilla, Madre San Miguel, que a través de los sagrarios abandonados estaba en relación con otra religiosa terciaria capuchina de Astorga, abadesa del Monasterio de Sancti Spiritus de Astorga, Madre Consuelo, que a su vez era amiga de la Señorita Susa Blanco González, una señorita muy cristiana natural del Ferrol (ya fallecida) que veraneaba en Castrillo de los Polvazares, de donde descendían sus antepasados… Y aquí es cuando a través del padre dominico Regino Jalón, superior de Requena, se decide que el padre Jordán vaya a Requena para iniciar su carrera sacerdotal. El mismo sistema se usaría con el hermano del padre Jordán, y también sacerdote dominico, Juan José Gallego Salvadores. Esta señorita sería la madrina de la primera misa del padre Jordán y de su hermano el P. Juan José.2
2 Juan José Gallego Salvadores y José Vela Moreno. Padre Jordán Gallego Salvadores, dominico. 5º Aniversario de su muerte 2001-2005. José Vela Moreno. Valencia, 2006.
El 10 de octubre de 1949, su hermano Lolo tomó el hábito de la Orden Dominica en el Convento de Alicante y allí mismo inició el noviciado.
Un tercer hermano Gallego también intentaría seguir los pasos de Lolo y Juanjo pero se quedaría en el camino:
—Mi hermano Nilo era el más pequeño, nos llevábamos siete años. Estuvo un año o dos en el Seminario menor pero lo dejó. En cuanto a mi otro hermano, Tomás, dos o tres años mayor que yo, fue alcalde pedáneo del pueblo y murió siéndolo.
Juan José Gallego recuerda con viveza aquella época cuando estudiaba en el Seminario. Allí se preparó sobre todo en humanidades y filosofía hasta completar el noviciado.
Coincidió que los jóvenes de aquella generación pudieron disfrutar del cambio de sistema y tuvieron la gran suerte de pasar todo el verano en sus hogares disfrutando de tres meses largos en su pueblo:
—Aquello fue una suerte, porque así no te desgajaban ni de la familia, ni del ambiente de los compañeros —añade el dominico.
Con cierta morriña y brillo en la mirada, el padre Juan José revive cuando coincidió con su querido hermano Jordán en el mismo seminario:
—Mientras estuve en Cardedeu, mi hermano Jordán fue profesor mío de metafísica. Él estaba completando su formación con estudios sobre filosofía en Alicante y en Cardedeu, que finalizó más tarde en Valencia donde, el 30 de junio de 1957, fue ordenado sacerdote.
En 1961, fray Juan José, con 21 años, seguiría los pasos de su hermano y se marcharía a la capital valenciana para cursar estudios de Teología durante 4 años.
De una entrevista con su conocido paisano, el periodista Isidro Martínez para El Faro Astorgano3 extraje una curiosa anécdota que llamó mi atención:
3 Isidro Martínez, «El fraile maragato que hablaba algunas tardes con los demonios», El Faro Astorgano, 11 de agosto de 2015.
...A poco estuvieron de echarle del convento por fumar, algo prohibido y perseguido. La defensa de un sacerdote fue suficiente.
Cuando le pregunto por aquel incidente sonríe y me contesta que todo aquello fue realmente una chiquillada:
—Pero no fue por fumar... En una reunión, yo perdí los estribos y dije ciertas cosas y quisieron aprovecharse de aquello para castigarme.
—Entonces, usted siempre ha tenido carácter... Esto nos hace más humanos, con nuestros defectos y nuestras virtudes. ¿No cree?
Me mira y sonríe.
Con gran júbilo para toda su familia, a la edad de 25 años, el 8 de agosto de 1965, Juanjo recibió la ordenación sacerdotal en el pueblo valenciano de Torrent, y pasó a ser el dominico fray Juan José. De aquel señalado día, resalta la inmensa alegría de los suyos, especialmente destaca la emoción de su padre, que estando muy delicado de salud, se encomendaba con gran devoción a Dios todos los días para poder verle ordenado antes de morir. Tras aquel importante día para todo sacerdote, fray Juan José estuvo oficiando las primeras misas en su querido y entrañable pueblo natal de Castrillo de los Polvazares. Ese mismo año y sin dilatarse mucho en el tiempo, marchó a Roma para obtener la Licenciatura en Teología por la Universidad de Santo Tomás de Aquino. La bella ciudad le cautivó gratamente y durante un año estuvo codeándose con otros hermanos en un ambiente marcadamente internacional. Residía en el Convento Dominico de San Sixto de Roma.
La satisfacción de estar en aquella ciudad que le subyugaba se vio truncada cuando en enero de 1966, su padre, Francisco, muere a la edad de 67 años. Tal funesta noticia no le vino de nuevas al joven dominico, pues era algo que en la familia se presentía cercano. Un hermano suyo fue quien le notificó el óbito mediante un telegrama que le hicieron llegar a Roma. Fray Juan José se trasladó con la urgencia que impera en estos casos desde Roma hasta el pequeño pueblo de Castrillo de los Polvazares con la intención de acudir al funeral para dar el último adiós a su querido padre, rodeado del calor de los suyos. Sin saber muy bien cómo, su repentina marcha suscitó el enfado del superior de la Orden Dominica, situación que Gallego recuerda con amarga tristeza y desilusión.
—¿Qué ocurrió exactamente?
—Es una cosa que no he entendido nunca. No sé por qué pasó. Yo tenía permiso del provincial, pero a él se le olvidó y, en vez de preguntar, se enfadó conmigo. A pesar de haberme prometido hacer el doctorado en Roma, al final me quedé sin él. Decidieron enviarme a un colegio de Valencia a dar clases de religión y latín.
—¿Cree usted que todo aquello fue un castigo por parte del provincial?
—Posiblemente. Pero luego me vino bien —afirma, seguro y satisfecho.
—Ese año usted estrenó por primera vez un traje.
—Sí, porque hasta entonces siempre vestía con hábito de dominico.
—¿Se arregló aquel incidente sucedido con el provincial?
—Al final lo cambiaron.
Durante nueve intensos meses fray Juan José se integró perfectamente en la vida del Colegio San Vicente Ferrer de Valencia. Allí hizo buenas migas con adolescentes y familias. Finalizado este corto período tuvo que marchar, sustituido por otro dominico. Más tarde se enteraría de que, a los pocos años, aquel hermano que le substituyó se casaría con la madre de un alumno que él conocía.
—¿La noticia le impactó?
—En aquellos tiempos eso no era frecuente.
Acabado el curso en el colegio valenciano, se marchó en verano a Austria para aprender el idioma alemán. Al regresar, a la edad de veintiocho años, las autoridades dominicas le enviaron a un nuevo destino: el Convento de Santa Catalina Virgen y Mártir de Barcelona.
—¡Casualidades de la vida! —exclama el padre.
En Barcelona tuvo la oportunidad de estudiar la Licenciatura de Filosofía y Letras en la Universidad. Era el año 1968.
En la ciudad catalana, ostenta un primer cargo importante como ayudante del provincial, asesorando y cumpliendo los deberes que le mandaba el segundo de a bordo de la orden dominica:
—Eligieron al nuevo provincial y éste tenía que buscarse un ayudante (al que todos llamamos «socio»). Primero propuso a otro hermano pero estaba realizando el doctorado y no podía, por lo que luego pensó en mí y me nombró —recuerda el dominico.
Pasados tres años y siendo aún socio del provincial, la comunidad dominica del Convento de Santa Catalina quería nombrarle prior de la comunidad, pero su jefe, el provincial, se opuso a este nuevo cargo:
—El provincial no quería que me hicieran prior.
—¿Por qué motivo no quería que usted fuera prior?
—Cosas de gobierno. Porque decía que yo era el más joven de la comunidad y que no iba a poder hacer nada.
—¿Y cómo consiguió ser prior?
—Le recordé al provincial que él había sido prior aquí. Y le pregunté por cuánto tiempo: «16 o 18 meses», me dijo. Luego añadí: «¿Qué hizo durante todo este tiempo?». «Nada», me respondió. «Pues deme a mí permiso para estar 18 meses». Se echó a reír y aceptó. Él me apreciaba mucho.
El tiempo transcurrió plácido en la vida del dominico y en tanto que compaginaba su cargo de «socio», también realizaba funciones de prior en el Convento de Santa Catalina Virgen y Mártir, y gustó tanto su labor, que acabado del primer priorato, la propia comunidad de dominicos de Barcelona le eligió para otro trienio más. Cuando llevaba ya cinco años en la capital catalana y a un año de concluir el segundo mandato como prior, los azares de la vida retomaron con fuerza las riendas de su destino y surgió una prometedora oportunidad de volver a Roma, esa ciudad que tanto le encandiló la primera vez.
—¿Cómo surgió la vuelta a Roma en 1975?
—Recuerdo que un día pasó por aquí el superior general, fray Vicente de Couesnongle, y nos encontramos en el aeropuerto. Él venía de inaugurar la Facultad de Teología en Valencia. Charlamos y me preguntó si yo hablaba francés, le dije que sí y, antes de marchar, con contundencia me dijo: «Usted va a ser el “socio mío” en Roma». Me quedé desconcertado y le comenté que yo no servía para esos asuntos. Me miró y me respondió que él tampoco servía para su cargo y que, incluso así, lo tenía. Me explicó un poco en qué consistía todo y finalizó diciendo: «Hoy es lunes, el miércoles a las nueve de la mañana yo te llamo por teléfono desde Roma y tú me dices si aceptas o no».
—¿Aceptó la propuesta?
—Por aquel entonces yo estaba de prior en el convento y los de aquí al explicárselo me dijeron: «Dile que no, que aquí estás a gusto». El miércoles el Provincial llamó y dije que sí, que aceptaba, y me nombraron de inmediato su consejero. Vi una oportunidad. Son cosas de esas que te trae la vida y no sabes por qué. Pero hay que arriesgar.
Fray Juan José echa la mirada atrás y se alegra de la sabia decisión tomada. El reencontrarse de nuevo con la ciudad santa marcaría sustancialmente su trayectoria posterior. Tal vez, si no se hubiera decidido, su vida seguro que sería otra muy distinta de la de hoy.
En el tiempo que Juan José Gallego está en Roma, su hermano, el padre Jordán, es trasladado a Barcelona después de finalizar dos de sus prioratos en Cardedeu. En el Convento de Santa Catalina, el padre Jordán es nombrado Director del Instituto de Teología y Humanismo, entidad cultural dominica de alto nivel que radicaba en el convento barcelonés.
El recuerdo de ese año se quedará para siempre incrustado en el corazón de los hermanos Gallego, pues su madre, Odubia, fallece en 1975.
—Murió cuando yo vivía en Roma, en el año 1975. Por aquellas fechas yo había realizado un viaje a Portugal como «socio» del provincial y cuando paré en Madrid, llamé a mi hermana por teléfono. Ella estaba en el pueblo, cuidando de mi madre. Maruja me avisó: «Mamá está mal. Vino mi marido y ya no le conoció». Me puse en contacto con Jordán, que estaba en Barcelona, y con otro hermano que entonces vivía en Madrid y les propuse ir los tres juntos a Castrillo de los Polvazares. Por fin nos decidimos y emprendimos el viaje. Para cuando llegamos, mi madre ya estaba medio inconsciente y no nos pudo hablar, pero derramó dos lagrimones cuando nos acercamos a darle un beso. Se dio cuenta de que estábamos allí y a los dos días falleció.
—Sin apartarnos de este convulso año para usted, el 20 de noviembre de 1975 muere el dictador Francisco Franco y con él culminan en España 40 años de dictadura. Un año trascendental para todos. ¿Lo recuerda?
—Sí. Yo estaba en Roma. También recuerdo que un tiempo antes habían matado a Carrero Blanco. Fueron momentos de incertidumbre. Se pensó que de alguna manera todo aquello podría afectar a la Iglesia.
—¿Cómo vivió desde Roma la llamada Transición española y el paso del país hacia la democracia?
—Solía recibir dos periódicos: El País y el ABC. Y las mismas noticias cada uno las explicaba a su manera, hasta que me harté. Pero recuerdo que lo vivimos bien. Un día, el embajador de España me pidió permiso para asistir a los conciertos que realizábamos en Santa Sabina. Yo le dije que sí, que podía ir sin problema, que eran gratuitos. Aquel día el embajador se acercó a mí y me dijo que tenía una buena noticia. Que habían nombrado presidente a Adolfo Suárez; por él me enteré.