Читать книгу Por un beso - Teresa Southwick - Страница 5

Capítulo 1

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NADA de besos, Nick.

Abilgail Ridgeway pasó a toda prisa por delante del panel de pantallas de televisión, todas con el mismo partido de fútbol.

–Vamos, Abby. ¿Qué puede tener de malo?

Ella se detuvo en seco y se volvió. El metro noventa de Nick Marchetti tomó contacto con parte de su metro sesenta y tantos. Él era su jefe en primer lugar, su amigo en segundo y un tipo atractivo al que hacía ya tiempo que había puesto a distancia.

Se apartó de él y lo miró.

–Esto no es negociable. No habrá besos y se acabó.

–Eso es muy poco realista por tu parte.

–Puede. Pero tú me convenciste para dar esta fiesta por el decimosexto cumpleaños de mi hermana y, por lo menos, he de dejar claras las reglas.

–De acuerdo, pero te lo advierto. Un tipo siempre quiere lo que no puede tener.

Ella sonrió.

–¿Lo dices por experiencia personal? ¿El hombre que lo tiene todo? ¿Cuándo te ha dicho alguien que no?

Abby no había pensado que los ojos de él se pudieran poner más negros, pero lo hicieron. Él se pasó una mano por el corto cabello oscuro y sus atractivos rasgos se endurecieron por un momento. Se preguntó qué botón habría pulsado inocentemente con ese comentario y cómo lo podía volver a pulsar.

Aquello era una maldad y pensó que le podía salir el tiro por la culata.

Pero había veces que no lo podía evitar con Nick. Él siempre estaba tan seguro de sí mismo que era difícil no alegrarse cuando descubría una grieta en su armadura. Ese hombre lo tenía todo; atractivo, cerebro, cuerpo, y tanto dinero que no sabía qué hacer con él. Cualquier cosa que lo devolviera al nivel de los humanos corrientes le parecía justa.

–Esto no tiene que ver conmigo, Abby. Sino con Sarah. Una chica solo cumple dieciséis años una vez en la vida. Es una fecha muy señalada y se debe de celebrar adecuadamente –dijo él sin responder a la pregunta–. Eso aunque ella me pidiera que te convenciera para que le dejaras dar la fiesta, yo sé que tú quieres que sea un éxito.

En los cinco años que se conocían, él siempre se había salido con la suya en volver la conversación a ella.

–De acuerdo, pero Sarah es mi responsabilidad. Yo soy su guardiana. Si mis padres siguieran vivos, tal vez ellos estuvieran de acuerdo con tu teoría de que jugar a la botella en una fiesta de adolescentes está bien, pero yo no estoy de acuerdo.

–Tal vez tengas razón en tener cuidado. Es un hecho bien conocido que, a los dieciséis años, a los chicos llenos de hormonas les gustan las mujeres mayores. Esa podrías ser tú –dijo él tocándole la punta de la nariz.

Ella frunció el ceño.

–¿Es esta una nueva técnica de management? ¿La aprendiste en ese seminario?

–¿No te lo crees?

Ella agitó la cabeza y dijo:

–Di que estoy loca, pero yo creo que los juegos de besarse entre adolescentes es buscarse problemas. Es solo una suposición, un instinto. Pero es lo único que tengo.

–Me tienes a mí, compañera –afirmó él metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón del traje.

–Muy bien. Vas sorprendentemente vestido para una tarde de domingo. Creía que se suponía que estarías libre. ¿Estás trabajando hoy? ¿O es que tienes una cita?

–Las dos cosas.

Nick Marchetti era un notorio adicto al trabajo, pensó ella y luego recordó que estaba en un descanso en su trabajo. Nick no era un jefe al que tuviera que dar cuenta de él diariamente. Era su jefe, el jefe. El presidente de Marchetti´s Inc. Ella se apartó un mechón del corto cabello rubio de la frente y luego lo miró a los ojos.

–No sabía que tuvieras planes para la velada o que tuvieras que trabajar. ¿Querías algo en particular cuando entraste en el restaurante?

Él dudó solo un momento.

–Lo habitual.

–Ha sido una suerte para mí que estuvieras libre para ayudarme con las compras. Pero tengo que volver pronto al restaurante. ¿Podemos dejar esta discusión sobre juegos para otro momento? Ahora necesito la ayuda que tan generosamente me has ofrecido. Todo esto de la electrónica me confunde. No distingo un woofer de un hooter.

–Creo que te refieres a un tweeter.

–¿Ves? No sé nada de esto.

–Bueno, me siento barato, degradado y disponible –dijo él haciéndose la víctima.

–¿De qué me estás hablando?

–Quieres mi ayuda con la electrónica, pero no con los adolescentes –afirmó él suspirando exageradamente–. Me siento utilizado.

Ella deseó reír y darle un puñetazo en un brazo, pero se contuvo. Nick siempre ponía fácil comportarse amigablemente con él. Pero Abby tenía una norma inquebrantable, siempre recordaba su posición. Nunca se pasaba de la raya. El problema estaba en que nunca sabía dónde estaba esa raya con él. Tal vez por su historia compartida.

Ella tenía que agradecerle a Nick su primer trabajo como camarera. Cuando ella tenía dieciocho años, sus padres habían muerto en un accidente de carretera y Sarah tenía once años entonces. No tenían parientes que las ayudaran y Abby se había visto repentinamente responsable de sí misma y de su hermana pequeña. A pesar de ser un completo desconocido, Nick le dio trabajo cuando nadie más lo hizo. Ella entró en el restaurante donde él estaba de encargado y pidió trabajo. Logró convencerlo y, con el tiempo, había ido ascendiendo hasta llegar a ayudante del encargado y nunca se había olvidado de la promesa que le hizo entonces de que lo iba a hacer sentirse orgulloso de ella.

Siempre trataba de mantener un comportamiento profesional con él, cosa que le resultaba muy difícil por la forma amigable con que él la trataba.

–La fiesta es dentro de un mes. Tenemos mucho tiempo para hablar de ese juego de la botella. Pero estas rebajas se acaban hoy y le prometí a Sarah un equipo de música para su cumpleaños. Tengo que decidirme por uno. ¿Me vas a ayudar o vas a dejar que todos estos tiburones que nos rodean vengan a por su presa? –dijo ella refiriéndose a los dependientes de la tienda.

Él la tomó del brazo y se la llevó a donde estaban los equipos de música.

–Dale gracias a tu buena suerte de que la caballería esté viva.

Como ella no dijo nada, Nick añadió:

–¿Qué? ¿No me dices nada?

–Cuando tienes razón, la tienes. Te agradezco la ayuda. Si me hubieras dicho que tenías una cita para cenar cuando llegaste al restaurante, no te habría molestado.

–No me has molestado.

–¿Estás seguro de que no te estoy retrasando?

–No. Tengo mucho tiempo –dijo Nick señalándole un equipo–. Este es bueno y creo que el precio es razonable.

Abby abrió mucho los ojos cuando vio el precio.

–Puede que sea razonable para un Marchetti, pero es demasiado caro para una Ridgeway, a pesar de tener un descuento del cuarenta por ciento.

–Yo podría…

–Es muy amable por tu parte, Nick. Pero no puedo permitir que lo hagas.

–No me has dejado terminar.

–Perdona. No debería haberte interrumpido. Di lo que quieras y luego yo rechazaré tu oferta de regalárselo a Sarah.

–Te iba a sugerir que me dejaras intervenir. No sé qué comprarle y así me harías un favor.

Abby sabía que ese era uno de sus gestos de caridad. Él siempre encontraba una forma de hacer como si no lo fuera, pero lo conocía bien. Su don para la maniobra era probablemente la razón por la que había transformado Marchetti´s de un restaurante de éxito a una cadena de restaurantes en rápida expansión por todo el Sudoeste. No estaba muy segura de a qué venía esa benevolencia. Tal vez a que ella estuviera tan cerca de terminar sus estudios y pronto, por fin, se sentiría más independiente. No necesitaba su ayuda, pero iba a tener que luchar contra la ingratitud.

Nick la había ayudado cuando tan desesperadamente había necesitado a alguien. Siempre había tratado de ocuparse ella misma de sus asuntos, pero él nunca le había negado su ayuda cuando se la había pedido. ¿Por qué entonces sentía la necesidad de hacer las cosas por ella misma?

–Compraré el menos caro –dijo señalando otro modelo de la misma marca–. Esto es cosa de una hermana mayor. Quiero hacerle yo este regalo a Sarah.

–¿Y qué le voy a comprar yo? No sé mucho de chicas de dieciséis años.

–Tú sabías que se moría de ganas de tener una fiesta.

–A los chicos los encantan las fiestas. Y, además, me lo dijo. Pero la presión de encontrar el regalo adecuado para una chica…

–Estoy segura de que a Madison la encantará ayudarte a encontrar algo apropiado.

Madison. Un nombre sofisticado para una mujer con clase que era de una belleza poco habitual y la novia de Nick.

Abby los había visto juntos a menudo, ya que él solía llevarla a cenar al restaurante donde trabajaba ella, porque decía que así se aseguraba de que todo estaría perfecto. Abby se imaginaba que lo que hacía era mostrar a esa mujer. Además, era la novia que más le estaba durando.

Nick la miró divertido.

–¿Por qué no te cae bien? –le preguntó–. Madison es una mujer con mucha clase.

No era que no le cayera bien, solo que la hacía sentirse inadecuada. Madison era todo lo que ella no era.

Se inclinó sobre un montón de cajas para ver el modelo de equipo que había elegido.

–Yo no he dicho que me caiga mal.

–No, pero se te nota mucho. ¿Te importaría decirme por qué?

–Yo no soy nadie para decir nada de ella.

–¿Es que te parece que no es mi tipo?

–Sí.

–¿Lo que significa que yo no soy un tipo con clase? –le preguntó él levantando una ceja.

–Estás poniendo palabras en mi boca.

–En los seis meses que llevamos saliendo Madison y yo, ella siempre ha sido encantadora y se ha mostrado hermosa e inteligente. Sería una buena pareja para cualquier hombre.

Estaba claro que podían hacer buena pareja, pero había algo en ella que la hacía pensar que Madison no era la mujer adecuada para Nick.

Abby siempre se había preguntado cómo un hombre como Nick Marchetti seguía soltero.

–Entonces, ¿por qué no le has pedido que se case contigo?

–¿Hay alguna regla que diga que un hombre que admire los atributos positivos de una mujer tenga que pedirle que se case con él?

–¿No te estás poniendo un poco a la defensiva?

–No. Yo no… Bueno, tal vez, pero solo porque mi madre y mi hermana ya han pasado por ello.

–Desde que Rosie se casó y tuvo su hijo te has ablandado con lo de sentar la cabeza. Tengo la impresión de que te lo estás pensando.

–Se me ha pasado por la cabeza.

–¿Y cuándo se lo vas a pedir a Madison?

Él se apoyó en la pared y cruzó los brazos.

–¿Y cuándo vas tú a sentar la cabeza?

–La tengo sentada desde los dieciocho años. Lo que yo quiero ahora es ser libre. En menos de dos años, Sarah se graduará e irá a la universidad. Estoy empezando a ver la luz al final del túnel.

–Sigues sin salir, ¿verdad?

Abby se preguntó cómo podría él saber eso, ya que tenía mucho cuidado en mantener separada su vida profesional y la personal.

Entonces se dio cuenta. Sarah no trabajaba para él y solían hablar bastante a menudo. Y, si el cotilleo fuera un deporte olímpico, Sarah ganaría la medalla de oro.

–No es como si arrugara la nariz y aparecieran los hombres como por arte de magia –dijo ella.

–No me irás a decir que no hay hombres que hayan mostrado interés por una chica atractiva como tú, ¿verdad?

Ella trató de que no la afectara el cumplido, pero no lo consiguió.

–No me he dado cuenta.

–Muy bien, ya sé lo que pasa. Sigues sin hacerles caso. Deja que te dé un consejo, compañera. Los chicos necesitan de un poco de ánimo.

–Mira, Nick, entre el trabajo, los estudios y cuidar de Sarah, ahora no tengo tiempo para eso. Cuando ella esté en la universidad, será mi turno. Tendré mi licenciatura en gestión de empresas. Después seré libre, y lo siguiente en mi lista será sentar la cabeza.

Un momento, ella había sacado el tema de sentar la cabeza, para él. ¿Por qué se estaba defendiendo ella?

–Todo trabajo y nada de diversión –dijo él seriamente.

–De acuerdo, así que tenemos a Abby, la chica aburrida. ¿Vas a llevar a Madison a la fiesta de Sarah?

–¿Está invitada? Ni siquiera estaba seguro de que quisieras que fuera yo.

–Nick, ya te he explicado que no te pedí que me ayudaras con la fiesta porque estás muy ocupado.

–¿Solo por eso?

–¿Por qué más? Entonces, ¿qué pasa con Madison? ¿La vas a llevar o no?

–Casi parece que quisieras de verdad que fuera.

–Sería interesante verla jugar a la botella con un montón de ansiosos chicos de dieciséis años.

–Las carabinas no tienen que jugar. Son los árbitros –dijo él mirándola divertido–. Ella te gusta, ¿no?

–Sí.

Abby no estaba segura de cómo se lo había imaginado Nick, pero tenía razón. Ella admiraba y respetaba mucho a Madison. Lo que hacía más extraño el hecho de que pensara que esa mujer no era para Nick.

–¿Así que está invitada?

–No tiene que ser invitada. A ti se te deja llevar a una chica.

–Lo haré si lo haces tú.

–No lo esperes conteniendo la respiración.

Unas pocas horas después de que fueran de compras, Nick estaba delante de la puerta de Abby. Había terminado pronto de trabajar y no quería dedicarse a matar el tiempo a lo tonto en su casa esperando a que llegara la hora de salir con Madison. Todavía faltaba una hora, así que decidió pasarse por casa de Abby.

No estaba seguro de por qué, tal vez porque no había sido capaz de quitársela de la cabeza. En parte por lo que habían estado hablando del trabajo, pero, sobre todo, por lo que le había dicho de no llevar a Madison a la fiesta de su hermana.

Llamó a la puerta y, un momento más tarde, Abby la abrió.

Se le notó la sorpresa al verlo allí.

–Nick, creía que ibas a cenar con Madison.

–Y lo voy a hacer. Dentro de una hora.

–Esto está muy lejos de su casa. ¿Qué estás haciendo aquí?

–Matando el tiempo. ¿Te importa si paso?

–Por supuesto que no. Lo siento –dijo ella al tiempo que se apartaba.

Las paredes del salón estaban llenas de fotos familiares, junto con una placa de bronce en donde se leía: Lo Que No me Mata, Me Hará Más Fuerte.

–¿Quieres beber algo? –le preguntó ella.

Nick agitó la cabeza.

–¿Está Sarah?

–No. Se ha ido al cine con unas amigas.

–¿Y chicos?

–Si los hubiera, yo estaría vestida de camuflaje y los iría siguiendo a hurtadillas. No estaría aquí, vestida así.

Llevaba la misma ropa de trabajo que durante el día, pero más relajada. Se había quitado la chaqueta y los zapatos de tacón. Parecía como si acabara de pasar por una dura sesión de sofá con algún tipo, y estuviera lista para pasar a una segunda fase.

Esa idea lo pilló completamente por sorpresa. Nunca antes había pensado en ella de esa manera. Y lo que más lo sorprendió fue su propia reacción a la idea de que ella pudiera estar con un hombre.

Eso lo irritó profundamente.

Corrección, pensó. No lo irritaba la idea de que hubiera un hombre en la vida de ella, sino el concepto de que ese hombre estuviera llegando a una segunda fase con ella.

Desde el día en que la conoció, con dieciocho años y tratando de actuar como si tuviera treinta, se había sentido responsable de ella. Había tomado a las hermanas Ridgeway bajo sus alas. Le había dado su primer trabajo a Abby y la había visto crecer. Era natural que quisiera protegerla. Pero ese nivel de intensidad era extraño y solo lo podía achacar al que la hubiera animado a salir. Lo que seguía pensado que debía hacer.

Ella miró su reloj.

–¿No es un poco tarde para ir a cenar?

Nick se quitó la chaqueta y la dejó en el sofá antes de sentarse.

–Madison se está preparando para un gran juicio que tiene esta semana y necesitaba más tiempo. Tú sigues sustituyendo a Rebecca, ¿no?

Abby asintió.

–Sigue de baja por maternidad. Y tengo que reconocer que estar en los zapatos de la encargada te abre los ojos.

–¿Y eso?

Nick se lo había preguntado a pesar de que sabía el porqué. Esa había sido la razón por la que se había pasado anteriormente por el restaurante. Pero antes de que ella respondiera, añadió:

–Estás en casa un poco pronto, ¿no?

–Ya había pasado todo el lío de las cenas, así que me marché.

Se le notaba el cansancio en todo el cuerpo.

–Cuéntame cómo te ha ido.

Ella suspiró y se sentó en el otro sofá, lo bastante lejos de él como para que no se rozaran sus rodillas.

–No muy bien –dijo–. Hoy he tenido que mandar a su casa a un camarero y a un pinche. Esa era la razón por la que tú estuvieras trabajando hoy, ¿no? Por lo que te has pasado por el restaurante. Estabas comprobando las cosas.

–Sí –dijo él sin molestarse en negarlo–. Pero ya veo que te molesta mandar a los empleados a casa.

–Claro que me molesta. No es que no tenga claro el concepto.

–No he dicho que no lo tengas.

–Conozco los principios básicos de los negocios. Si los salarios alcanzan el nivel de las ganancias, el margen de beneficios se viene abajo.

–Eso es cierto.

Aun así, Nick sabía lo mucho que le debían costar esas cosas a Abby.

–Entonces, ¿qué vas a hacer? –le preguntó él.

Ella lo miró sorprendida.

–¿Yo? Solo soy una sustituta.

–Pero aun así, te toca actuar.

Ella lo miró pensativamente durante unos momentos.

–Supongo que pagarle a los empleados por tocarse las narices es algo inaceptable, ¿no? –dijo casi con una cierta esperanza.

–Lo es. Es como regalar el dinero. ¿Y qué puede hacer al respecto el encargado?

–Pensar formas de atraer más clientes.

–Eso es. Tú ya has estado en algunos seminarios sobre el tema. ¿Qué aprendiste en ellos?

–Misión, visión, filosofía –dijo ella sin dudar.

–Muy bien, veo que te sabes la terminología. ¿Pero qué significa eso en lo que se refiere a Marchetti´s Inc.?

–¿Misión? –dijo Abby y lo pensó por un momento–. Ofrecer una auténtica cocina italiana de calidad a precios razonables, utilizando el buen hacer del servicio para asegurarnos una clientela satisfecha.

Por lo menos alguien se leía los memorandos de la compañía, pensó Nick.

–Muy bien, así que sabes memorizar algo –dijo–. ¿Cuál es la parte importante de lo que acabas de decir?

Ella frunció el ceño.

–¿Qué parte?

–La clientela. ¿Conoces a tus clientes base?

–La zona es de parejas jóvenes con niños.

–Eso es. ¿Cómo puedes hacer que se quieran gastar en una comida fuera sus duramente ganados dólares?

–Cupones, descuentos… Una tarde especial para niños. Tal vez un bufé a precio fijo sobre todo lo que se puedan comer en los días bajos de clientela.

–Todas son buenas ideas.

–¿Pero no se desviaría eso de la visión de la empresa de que todos los restaurantes sean iguales en el menú?

–Esa era la visión de mi padre. Los tiempos han cambiado y nosotros lo podemos hacer también.

–¿Así que si cada restaurante tiene un tipo de clientela, se pueden alterar algunos aspectos de la operación para encajar con ella?

–¿Por qué no? –le preguntó Nick–. Piénsalo, Abby.

–Lo haré –afirmó Abby y miró su reloj–. Vaya, vas a llegar tarde.

De repente, Nick tuvo una idea.

–Vente a cenar con nosotros.

–¿Yo?

–Aquí no veo a nadie más. Por supuesto que tú.

–No puedo.

–Claro que puedes. Le caes bien a Madison. Y has admitido que ella a ti. Dame una buena razón por la que no puedas venir.

–Muy bien. Recogida.

–¿Qué?

–Sarah y sus amigas se han ido al cine en el coche de la madre de April Petersen y yo las tengo que ir a recoger.

Nick se preguntó entonces cuántas otras cosas se habría saltado ella por haber tenido que transformarse en la madre de su hermana a los dieciocho años. La estaba ayudando con el cumpleaños especial de Sarah. ¿Habría hecho alguien que los suyos fueran especiales?

–¿Qué hiciste cuando cumpliste los veintiún años?

Ella pareció sorprendida y luego se encogió de hombros.

–No lo recuerdo. Supongo que lo de siempre, trabajar, estudiar y cuidar de Sarah.

–Eso va contra la ley.

–¿Eh?

–En mi familia hay un rito tradicional para cuando alguien llega a la mayoría de edad. Una experiencia inolvidable.

–Eso está muy bien, pero no veo…

Nick sonrió.

–Está claro que te debo una fiesta de tu veintiún cumpleaños.

Por un beso

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