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INTRODUCCIÓN

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«Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después sígueme» (Mt 19,21). La condición está clara: quien busque la perfección en el seguimiento de Jesús debe dejarlo todo de lado, incluidos los bienes, aquello a lo que nos aferramos y que nos impide dejar hueco en nuestro corazón para Dios. Esta condición aparece imprescindible para el que quiera seguir a Jesús. Pero no es un simple desprenderse de los bienes materiales, es también ponerlos al servicio de los pobres, de aquellos que los necesitan más que nosotros. Y no es solo desprenderse de los bienes materiales, también es necesario desprenderse de aquellas máscaras (Jn 4,17-18), ideas preconcebidas (Lc 9,49-50), costumbres (Mt 12,12), relaciones (Lc 9,59-62)… que nos impiden seguir a Jesús con la libertad de los hijos de Dios.

«Pobreza» significa «muerte»: muerte física, muerte injusta, muerte de los pobres, muerte a nuestros placeres, muerte a nuestra forma de ser, de actuar, de pensar… Al final podríamos decir que la pobreza obliga a la defensa de la vida, hacerse pobre acaba siendo toda una apología de la vida, pero de la Vida a la que Dios nos invitó cuando nos creó. Ser pobre es todo un mundo, es una manera de ser humano 1. Teniendo en cuenta que, si intentamos analizar la pobreza en sentido meramente sociológico, o confundimos la pobreza evangélica con la sociológica o las separamos de tal manera que no tiene nada que ver la una con la otra, podemos colocar fuera del Reino a los verdaderos poseedores del Reino. Este trabajo pretende exponer justificadamente cómo se hace necesario para todo seguidor de Cristo hacerse pobre y cómo la fidelidad al Evangelio pasa por los pobres.

Entendiendo por «ser pobre» una cualidad ya «conseguida» y, en cierto modo, «estática», y, aunque es verdad que esta necesidad apela a la realidad ontológica del hombre, planteamos esta cuestión más bien como «proceso de crecimiento personal» que consiste en un «hacerse» cada vez más pobre, a lo largo de la vida, hasta aprender a ser verdaderos hombres, verdaderas imágenes de Dios, a imitación de Cristo 2, de ahí la expresión «hacerse pobre» del título.

Queremos hacer especial hincapié en la necesidad de hacerse pobre para seguir a Jesús en la vocación laical, ya que, a diferencia de aquello que siempre ha tenido asumido la Iglesia de que el voto de pobreza es uno de los votos canónicos, reservado a la vida religiosa, ofrecido solo a algunas personas para poder vivir la vocación universal a la santidad, creemos que, precisamente porque la santidad es una vocación universal, todos los cristianos, incluidos los laicos, estamos llamados a vivir con radicalidad el Evangelio, y así, independientemente de la mediación que se elija para vivirlo, aunque siempre desde ella, todos estamos llamados a vivir los tres votos o, llamémoslos en este caso, consejos evangélicos, con radicalidad.

La elección de este tema se debe a mi pertenencia a una comunidad laical: Asís, formada por hombres y mujeres que deseamos seguir más de cerca a Jesucristo, viviendo junto a los jóvenes y los pobres, ofreciendo una alternativa real en esta sociedad despersonalizada. Para nosotros es fundamental, entre otras cosas, el cuidado del hermano, la fraternidad, la minoridad, la oración, el servicio a los jóvenes y los pobres, siguiendo las huellas del testimonio de san Francisco de Asís, que madura su propia conversión dentro de una experiencia y piedad laicas. De ahí el interés en profundizar sobre esta necesidad de vivir, desde la vocación laical, la pobreza.

Comenzamos el trabajo con el estudio de las fuentes bíblicas, estudio con el que pretendemos justificar y fundamentar la necesidad de hacerse pobre y de reproducir así el rostro de Cristo, en quien Dios se hizo visible mediante la encarnación 3.

Este estudio de las fuentes bíblicas se realiza mediante la selección de algunas citas escogidas, tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo, para ilustrar las distintas formas de pobreza a las que se nos invita en el camino del seguimiento: hacerse pobre en la verdad de lo que somos, pobre en la reconciliación, pobre necesitado de amor, pobre de poder, pobre en lo material y pobre de espíritu.

Utilizamos también algunas fuentes eclesiológicas que nos ayudan a ver cómo se ha vivido a lo largo de la historia de la Iglesia la llamada a hacernos pobres. Comenzamos con algunos ejemplos de las primeras comunidades, apoyados aún en textos bíblicos; seguimos con una selección de Padres de la Iglesia que muestran en sus escritos la propia vivencia de la pobreza, la vivencia de las comunidades cristianas contemporáneas y la exhortación a los cristianos a vivir la pobreza; así destacamos la Epístola a Diogneto, Juan Casiano, Agustín de Hipona y Benito de Nursia.

Proponemos más tarde a san Francisco de Asís como modelo representativo de quien supo vivir la minoridad y la humildad como concreción de la pobreza, desposeído de todo para que Dios fuera siempre todo, que supo liberarse de sí mismo para darse y acoger a los demás, para engendrar vida, y que supo encontrar el sentido profundo de esta virtud, llegando a pedir a Dios que le hiciera amar de todo corazón el tesoro de la santa pobreza 4, a la que llega a llamar la Dama Pobreza. Como dice el hermano José Antonio Guerra al presentar a san Francisco: «Transpira grandeza por la trascendencia de Dios, que rezuma en su pobreza».

A continuación, estudiamos en dos documentos del Concilio Vaticano II todo aquello que se dijo entonces acerca de la realidad de los pobres. Los documentos a los que nos referimos (Lumen gentium y Gaudium et spes) dan cuenta de la preocupación de los padres conciliares por las angustias que hoy afligen a los hombres, y así se hacen una exhortación a todos los cristianos, llamada a compadecernos de las turbas, oprimidas por el hambre, por la miseria, por la ignorancia, poniendo constantemente ante nuestros ojos a quienes, por falta de los medios necesarios, no han alcanzado todavía una condición de vida digna del hombre 5.

Desde ahí trataremos de ver lo que el papado posconciliar ha llevado a cabo para concretar esa visión de la pobreza que ha perfilado el Concilio. Así haremos un recorrido por la segunda mitad del siglo XX y principios del siglo XXI, a través de Juan XXIII (1958-1963), Pablo VI (1963-1978), Juan Pablo II (1978-2005), Benedicto XVI (2005-2013) y Francisco (2013-).

Para terminar, expondremos algunas propuestas prácticas de la pobreza aplicables a las comunidades laicales que van surgiendo en nuestros días, entendiendo, como ya hemos dicho, que esta no es solo opción para los religiosos, sino para toda persona que se comprometa a responder a la vocación de amor a la que nos llama el Señor. Así hablaremos de la opción preferencial por los pobres (haciendo especial referencia al Documento de Aparecida), la vivencia de la sencillez, el cuidado del hermano (la fraternidad), el cuidado de los pequeños detalles y, en especial, la gratuidad, la comunión de bienes, como signo de desapropiación del yo, y la vivencia de la humildad.

La necesidad de hacerse

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