Читать книгу Robada (versión española) - Tess Stimson - Страница 25
Capítulo 12
ОглавлениеAlex
Sigo intentando explicarle a la teniente Bates que mi hija le tiene miedo al mar, pero nadie me escucha.
—Jamás se acercaría al mar —repito una y otra vez.
El padre de Marc nos muestra la sección de la costa donde descubrió el zapato de Lottie flotando en la orilla del agua. Es obvio que la policía quiere que esto sea un ahogamiento y no un secuestro. Al fin y al cabo, Florida es un lugar muy turístico: su economía depende de su reputación como un sitio donde disfrutar de vacaciones llenas de diversión con familia y amigos. Praia da Luz tardó años en recuperarse del daño a su imagen causado por el caso McCann. Un ahogamiento sería una tragedia, sí, pero solo para mí.
Ahora hay reflectores a lo largo de toda la playa que la iluminan como si fuera de día. La integridad forense importa menos que localizar a Lottie, pero, aparte de ese único zapato rosa, no se encuentra nada más.
Sé que Bates quiere que me quite del medio y me quede en el hotel, pero no puedo estarme quieta. Al amanecer, Zealy, Marc y yo reanudamos la búsqueda juntos y recorremos cada centímetro de la pequeña isla barrera.
Además del hotel principal, el complejo cuenta con una docena de bungalows separados y construcciones para el personal, y una cancha de golf de nueve hoyos. Saltamos por encima de muros bajos y exploramos entre la maleza, registramos los desagües y las zanjas y debajo del puente que conecta la isla con St Pete Beach. Reina un silencio inquietante: la mayoría de los demás invitados se han ido a la cama y los buscadores uniformados se han trasladado a tierra firme. Estamos solos. Es como si nadie estuviera buscando a Lottie. Solo yo y mis dos amigos más queridos.
De pronto, alguien grita mi nombre desde el puente. Levanto la vista y me encuentro mirando a un hombre que sostiene una cámara con teleobjetivo.
—¡Vete a la mierda! —grita Zealy.
Le apoyo una mano en el brazo para contenerla.
—No hagas eso. Podríamos necesitar a la prensa.
La teniente Bates me está esperando en el hotel.
—Queremos que hable con los medios —me comunica con un sentido de oportunidad perfecto.
Ya estamos aquí: el momento al que hace unas horas me dijo que no quería llegar. Cualquier última migaja de esperanza de que esto sea una falsa alarma, que haya estado a punto de ocurrir una desgracia, se desvanece.
Bates interpreta correctamente mi silencio como consentimiento. Me pondría de cabeza y escupiría monedas de una libra si pensara que eso traería de regreso a Lottie.
—Hemos hablado con las cadenas locales —continúa la mujer—. Haremos la conferencia a las seis de la tarde, para captar la audiencia de ese horario. No se preocupe por lo que va a decir. Le ayudaremos con eso.
—No está en condiciones de enfrentarse a los medios —objeta Marc.
—Sé que es duro, pero cuanto antes divulguemos esta historia, mejor.
—No necesita a Alex para eso.
—Un llamamiento de la madre siempre tiene peso —asegura Bates.
Ambos sabemos lo que en verdad quiere decir. Los medios de comunicación no se contentarán con una fotografía ni con un detective rígido pidiendo información. Eso no les va a dar los clics, los “me gusta”, los “compartir” y los “tuits” que buscan. Quieren lágrimas y dolor.
Me quieren a mí.
—¿Qué van a hacer mientras tanto? —exige saber Zealy.
—Les prometo que pondremos todo de nuestra parte —responde Bates—. Tenemos a mucha gente buscándola. Visionaremos las cámaras de los peajes y las estaciones de servicio. Tengo un equipo elaborando un cronograma de la fiesta: dónde estuvo cada uno durante la noche y cuándo. Nos ayudará a saber quién pudo haber visto algo. La gente a menudo no se da cuenta de la importancia hasta más tarde.
—Todos sacaron fotos —aventura Zealy—. Lottie debería aparecer en unas cuantas, al menos en el fondo. Tendrán la hora grabada…
—Ya hemos pedido a todos que nos den lo que tienen —confirma Bates—. Confíe en mí, Zealy, tenemos todo cubierto.
Su teléfono suena y se disculpa, luego se aleja hasta que ya no podemos oírla.
Me presiono los ojos con las palmas de las manos, exhausta y asustada más allá de lo imaginable. Lottie ha estado desaparecida toda la noche. Estoy tan cansada que casi no puedo mantenerme en pie y, sin embargo, me consume una inquietud que no puedo controlar. Siento mucho frío y mis manos no paran de moverse, una manifestación física de mi necesidad de buscar.
Me doy cuenta de que no puedo aplazar más la llamada a mis padres. Esto destrozará su mundo. Adoran a Lottie; es su única nieta y la luz de su vida. Desde que Luca murió, la he llevado a su casa la mayoría de los fines de semana. Me aterra pensar cómo les afectará esta noticia. Pero tengo que avisarles antes de que se enteren por otra persona.
El mero hecho de decírselo en voz alta a papá y a mamá convierte la pesadilla en realidad.
Cuando mamá empieza a sollozar, me derrumbo por completo y tengo que pasarle el teléfono a Zealy.
Le pide a papá que avise a mi hermana y a los padres de Luca, Elena y Roberto. Nunca he tenido una relación estrecha con mis suegros; desde el principio, dejaron claro que querían que su único hijo se casara con una buena chica italiana que se quedara en casa y tuviera hijos, no con una mujer profesional ambiciosa. Me toleraron mientras Luca y yo estuvimos juntos, pero después del divorcio, me convertí en persona non grata. No han hablado conmigo ni han visto a Lottie desde el funeral de su hijo. Pero ambos son viejos y frágiles: Roberto tiene problemas serios de corazón y Elena está en las primeras etapas del alzhéimer, una de las razones por las que Luca viajaba a verlos con tanta frecuencia. Se merecen que la familia les dé esta noticia y no que se despierten y la lean en los periódicos.
—Dice tu padre que saldrán en el próximo vuelo —me transmite Zealy.
—¿Y Harriet?
—Van a llamarla ahora.
—No deberían venir —comento—. Mamá no ha estado bien últimamente. Y para cuando lleguen, de todos modos Lottie ya habrá aparecido.
—Por supuesto que sí—asevera Zealy con firmeza.
Volvemos a bajar para buscar a Marc, pero Bates nos intercepta en el vestíbulo.
—Me gustaría que mirase algo —dice, y me entrega su móvil.
—¿De qué se trata? ¿Es Lottie?
—Por favor.
La pantalla está detenida en una imagen granulada en blanco y negro obtenida de una cámara de seguridad en una estación de servicio. Es de anoche: la hora en la parte inferior de la pantalla indica 23.42. Bates reproduce la grabación. Un hombre de mediana edad con sobrepeso, vestido con pantalones cortos, chanclas y una camiseta sin mangas sale de la estación de servicio y se dirige a una camioneta pick-up. Se inclina en la ventanilla del lado del copiloto, como si hablara con alguien, y luego golpea su puño carnoso contra el techo del vehículo.
Miro a Bates.
—¿Qué es esto?
—Por favor, siga mirando.
El hombre rodea la camioneta y se sube al asiento del conductor. De pronto se abre una de las puertas traseras. Una niña empieza a salir; una niña con un vestido de falda abullonada que la cámara de seguridad ha teñido de gris. Está descalza.
Luego, la niña es empujada de nuevo al interior del vehículo y la persona que ocupa el asiento del copiloto —es imposible saber si es un hombre o una mujer— se estira hacia la manilla de la puerta trasera y tira de ella para cerrarla desde dentro. El vehículo se aleja.
Toda la escena no ha durado más que unos pocos segundos.