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LIBRO XXXVI

SINOPSIS

AÑO 191 a. C.

Roma: preparativos para la guerra contra Antíoco. Asignación de provincias (1 - 4).

Grecia: actividad de Antíoco; Beocia, Cálcide. Discurso de Aníbal (5 - 7).

Actividad de Antíoco: Tesalia, Larisa, Acarnania (8 - 12).

Contraofensiva en Tesalia (13 - 14).

La batalla de las Termópilas (15 - 19).

Episodios posteriores a la batalla (20 - 21, 5).

Roma: Escipión y Catón informan al senado (21, 6 - 21, 11).

Grecia: asedio de Heraclea (22 - 24).

Rendición de Lamia. Embajada etolia a Antíoco (25 - 26).

Negociaciones con los etolios (27 - 29).

Naupacto, Mesene, Zacinto (30 - 32).

Conquistas de Filipo. Tregua para los etolios. Congreso aqueo en Egio (33 - 35, 10).

Roma: embajadas, juegos, templos, prodigios (35, 11 - 37).

La guerra en el Norte. Discutido triunfo de Escipión Nasica (38 - 40).

Oriente: la guerra en el mar. Batalla de Córico (41 - 45, 8).

Roma: elecciones (45, 9).

Roma; preparativos para la guerra contra Antíoco. Asignación de provincias

[1] Cuando los cónsules1 Publio Cornelio Escipión2, hijo de Gneo, y Manio Acilio [2] Glabrión3 entraron en funciones, recibieron orden del senado de cumplir con el ceremonial religioso, antes de tratar la cuestión de las provincias, sacrificando víctimas adultas en todos los santuarios en que ordinariamente se celebra el lectisternio la mayor parte del año, para pedir que el proyecto de una nueva guerra que el senado tenía en la mente fuese para bien y prosperidad del senado [3] y el pueblo romano. Todos aquellos sacrificios fueron favorables y se obtuvieron buenos presagios desde las primeras víctimas, y así los arúspices respondieron que con aquella guerra se ampliaban las fronteras del pueblo romano, [4] que se manifestaba una victoria y un triunfo. Cuando se recibió esta respuesta, libres ya los ánimos de preocupaciones religiosas, los senadores dispusieron que se sometiese [5] al pueblo la cuestión de si quería y mandaba que se entrase en guerra contra el rey Antíoco y contra quienes lo secundasen; en caso de ser aprobada esta proposición, entonces los cónsules se servirían someter todo el asunto [6] a la consideración del senado. Publio Cornelio consiguió la aprobación del proyecto de ley. Entonces el senado decretó que los cónsules sortearan entre ellos las provincias de Italia y Grecia. Aquel a quien correspondiese Grecia, aparte de los efectivos que había alistado o exigido4 para dicha provincia el cónsul Lucio Quincio5 en virtud de una decisión del senado, recibiría el ejército que el pretor [7] Marco Bebio6 había trasladado a Macedonia el año anterior en conformidad con un decreto del senado; además, [8] quedó autorizado para recibir tropas auxiliares de los aliados fuera de Italia, si las circunstancias lo requerían, sin rebasar la cifra de los cinco mil hombres. Se acordó nombrar legado para aquella campaña a Lucio Quincio, el cónsul del año anterior. Al otro cónsul, al que le correspondiera [9] como provincia Italia, se le daba orden de hacer la guerra a los boyos con el ejército que prefiriera de los dos que habían tenido a sus órdenes los cónsules precedentes; el otro ejército lo enviaría a Roma, y esas legiones urbanas estarían dispuestas para acudir a donde decidiese el senado.

Adoptadas estas decisiones por el senado, que aún no [2] sabía cuál sería la provincia de cada uno, se acordó por fin que se hiciera el sorteo entre los cónsules. A Acilio le correspondió Grecia, y a Cornelio, Italia. Luego, definida [2] ya la suerte, se aprobó un decreto del senado disponiendo que, en vista de que el pueblo romano, en aquellos momentos, había mandado que hubiera guerra contra el rey Antíoco y los que estaban bajo su autoridad, por tal motivo los cónsules ordenarían una plegaria pública y asimismo el cónsul Manio Acilio prometería con voto unos Grandes Juegos en honor de Júpiter y ofrendas en todos los altares. El cónsul, siguiendo el dictado del pontífice [3] máximo Publio Licinio, formuló el voto con estos términos: «Si la guerra que el pueblo ha mandado emprender contra el rey Antíoco finaliza conforme a los deseos del [4] senado y el pueblo romano, entonces el pueblo romano celebrará en tu honor, Júpiter, unos Grandes Juegos durante diez días consecutivos, y se presentarán ofrendas en todos los altares por la suma de dinero que el senado decidiere. [5] Quienquiera que sea el magistrado que celebre dichos juegos en el momento y el lugar que fuere, estos juegos se darán por celebrados en debida forma y las ofrendas por presentadas debidamente.» La rogativa decretada a continuación por los dos cónsules duró dos días.

[6] Inmediatamente después de sortear los cónsules sus provincias, también los pretores hicieron su sorteo. A Marco Junio Bruto le correspondieron las dos jurisdicciones6bis; a Aulo Cornelio Mámula, el Brucio; a Marco Emilio Lépido, Sicilia; Cerdeña, a Lucio Opio Salinátor; a Gayo Livio Salinátor, la armada; y a Lucio Emilio Paulo, la Hispania [7] ulterior. La asignación de tropas fue como sigue: los nuevos reclutas, enrolados el año anterior por el cónsul Lucio Quincio en virtud de un senadoconsulto7, fueron asignados a Aulo Cornelio, con instrucciones de vigilar todo [8] el litoral en torno a Tarento y Brundisio. En cuanto a Lucio Emilio Paulo8, aparte del ejército que iba a recibir del procónsul Marco Fulvio9, se dispuso mediante un decreto que llevase a la Hispania ulterior tres mil reclutas y trescientos jinetes, de forma que las dos terceras partes fuesen aliados latinos y una tercera parte ciudadanos romanos. El mismo complemento se le envió a Gayo Flaminio, [9] cuyo mando había sido prorrogado para la Hispania citerior. Marco Emilio Lépido recibió orden de hacerse [10] cargo tanto de la provincia como del ejército de Lucio Valerio10, al que iba a suceder, y de mantener en la provincia [11] a Lucio Valerio, si lo creía oportuno, en calidad de propretor, dividiendo la provincia en dos partes, una desde Agrigento hasta el Paquino y la otra desde el Paquino hasta el Tindáreo11; Lucio Valerio vigilaría el litoral correspondiente con veinte navíos de guerra. Se encargó [12] a este mismo pretor de recaudar dos diezmos de trigo; él se ocuparía de su traslado hasta la costa y su transporte a Grecia. Idénticas instrucciones recibió Lucio Opio con [13] relación al nuevo diezmo que debía ser recaudado en Cerdeña; pero se decidió que ese trigo no fuese enviado a Grecia sino a Roma. El pretor Gayo Livio, al que había [14] correspondido la flota en el sorteo, recibió orden de trasladarse a Grecia cuanto antes con treinta navíos equipados y hacerse cargo de las naves de Atilio12. Se encomendó [15] al pretor Marco Junio la tarea de carenar y armar las naves viejas que había en los astilleros, así como de reclutar entre los libertos marineros para esta flota.

Se enviaron a África tres comisarios a los cartagineses [3] y tres a Numidia a comprar trigo para mandar a Grecia, corriendo el pueblo romano con los costes. La ciudad se [2] entregó a los preparativos de aquella guerra con tal empeño [3] que el cónsul Publio Cornelio publicó un edicto prohibiendo a quienes eran senadores, a quienes estaban facultados para exponer su opinión en el senado13 y a quienes desempeñaban magistraturas menores14, alejarse de Roma tanto que no pudieran volver el mismo día, así como ausentarse de Roma cinco senadores simultáneamente. [4] Una disputa que se originó con los colonos de la costa15 interrumpió durante algún tiempo la actividad que estaba desplegando el pretor Gayo Livio para preparar la flota. [5] En efecto, al ser llamados para su incorporación a la flota, apelaron a los tribunos de la plebe, y éstos los remitieron al senado. El senado, sin una sola voz en contra, dictaminó que aquellos colonos no tenían motivo de exención del [6] servicio a la marina. Ostia, Fregenas, Castro Nuevo, Pirgos, Ancio, Tarracina, Minturnas y Sinuesa fueron las colonias que discutieron con el pretor la cuestión de la exención16. [7] Después el cónsul Manio Acilio, a tenor de un decreto del senado, formuló a los feciales unas consultas: si era obligado declarar la guerra al rey Antíoco en persona o bastaba con comunicárselo a alguna de sus guarniciones, [8] y además, si se les debía declarar la guerra por separado también a los etolios, y si antes de declararles la guerra era preciso romper las relaciones de alianza y amistad. Los feciales respondieron que ya anteriormente, al ser [9] consultados en el caso de Filipo, habían manifestado que lo mismo daba que se le hiciera la comunicación a él personalmente o a una guarnición suya; la ruptura de las [10] relaciones de amistad parecía que ya se había producido, puesto que los etolios, a pesar de las reiteradas reclamaciones de los embajadores, habían considerado justo no restituir ni dar explicaciones; eran ellos quienes se habían adelantado [11] a declarar la guerra cuando habían ocupado por la fuerza Demetríade17, una ciudad aliada, y cuando habían [12] ido a asediar Cálcide18 por tierra y mar, y cuando habían hecho que el rey Antíoco pasara a Europa para hacerle la guerra al pueblo romano. Una vez que todo [13] estuvo ya suficientemente preparado, el cónsul Manio Acilio publicó un edicto disponiendo que el quince de mayo se concentraran en Brundisio los soldados que había reclutado Lucio Quincio y los que había exigido a los aliados y latinos, que debían ir con él a su provincia, así como los tribunos militares de las legiones primera y tercera. Él mismo salió de la ciudad vestido de uniforme el día [14] tres de mayo. Por las mismas fechas salieron también los pretores hacia sus provincias.

Por la misma época llegaron a Roma los embajadores [4] de dos reyes, Filipo y Tolomeo. Filipo se comprometía a enviar tropas, dinero y trigo para la guerra; Tolomeo [2] también enviaba mil libras de oro y veinte mil de plata. Nada de esto fue aceptado; se les dieron las gracias a los reyes, y como ambos se ofrecían a ir a Etolia con todas [3] sus tropas e intervenir en la guerra, se declinó el ofrecimiento de Tolomeo y se respondió a los embajadores de [4] Filipo que si no dejaba desasistido al cónsul Manio Acilio se ganaría el reconocimiento del senado y el pueblo romano. [5] Igualmente, llegaron embajadores de los cartagineses y del rey Masinisa. Los cartagineses prometían quinientos mil18bis modios de trigo y quinientos mil de cebada para el ejército, estando dispuestos a mandar a Roma la mitad de ese [6] contingente; pedían a los romanos que lo aceptaran como [7] un regalo de su parte, y se mostraban dispuestos a armar una flota a sus expensas, y a entregar en el acto y de una vez el tributo que debían abonar durante muchos años en [8] muchos plazos. Los embajadores de Masinisa prometieron que el rey enviaría a Grecia quinientos mil modios de trigo y trescientos mil de cebada para el ejército, y a Roma, al cónsul Manio Acilio, trescientos mil modios de trigo y doscientos cincuenta mil de cebada, y quinientos jinetes [9] y veinte elefantes. Con respecto al trigo, se respondió a unos y otros que el pueblo romano haría uso de él a condición de que aceptasen su abono. En cuanto a la flota, no se aceptó19 el ofrecimiento de los cartagineses, salvo que debieran algún navío en virtud del tratado. Igualmente, con respecto al dinero se respondió que no se aceptaría nada antes del vencimiento del plazo.

Grecia: actividad de Antíoco; Beocia, Cálcide. Discurso de Aníbal

[5] Mientras en Roma tenían lugar estos acontecimientos, Antíoco, en Cálcide, para mantener la actividad durante la permanencia en los cuarteles de invierno, unas veces recababa él los apoyos de las ciudades enviando embajadores, y otras acudían a él por propia iniciativa, como los epirotas, por acuerdo unánime de su nación, y los eleos, que vinieron desde el Peloponeso. Los eleos pedían ayuda contra los [2] aqueos, pues estaban convencidos de que éstos atacarían su ciudad la primera después de su desacuerdo con la declaración de guerra a Antíoco. Se les enviaron mil soldados [3] de infantería capitaneados por el cretense Eufanes. La actitud de la embajada epirota no era en modo alguno abierta y franca en ningún sentido; querían ganarse las simpatías del rey teniendo buen cuidado de evitar roces con los romanos. Pedían, en efecto, que no los comprometiera [4] innecesariamente con su causa, situados como estaban frente a Italia como avanzadilla de Grecia entera, expuestos a recibir los primeros ataques de los romanos; pero si él era [5] capaz de cubrir el Epiro con sus fuerzas terrestres y navales, todos los epirotas lo acogerían con agrado en sus ciudades y puertos; ahora bien, si no era capaz de hacerlo, le suplicaban que no los lanzase indefensos e inermes a una guerra contra Roma. Lo que se pretendía con esta [6] embajada era evidente: si Antíoco no entraba en el Epiro, que les parecía lo más probable, ellos seguirían en la misma situación con respecto a los ejércitos romanos pero se habrían ganado el reconocimiento del rey por haberse mostrado dispuestos a recibirlo si venía; y si se presentaba, [7] aun en ese caso podrían esperar el perdón de los romanos porque habrían sucumbido ante las fuerzas de quien se encontraba presente al no contar con una ayuda que estaba lejos. Como no tenía pronta una respuesta para esta [8] embajada tan ambigua, dijo que les enviaría delegados para hablar de las cuestiones que concernían a ambas partes.

Él partió hacia Beocia, que tenía los motivos aparentes [6] de resentimiento contra los romanos a los que me he referido anteriormente20: el asesinato de Braquiles y la ofensiva desencadenada por Quincio contra Coronea a causa de [2] la matanza de soldados romanos21; pero la razón verdadera era que llevaba ya muchos siglos deteriorándose privada y públicamente la en otro tiempo famosa disciplina de aquel pueblo, y muchos se encontraban en una situación que no podía mantenerse mucho tiempo sin cambios [3] bruscos. Llegó a Tebas, saliendo a su encuentro desde todas partes los dirigentes de Beocia. A pesar de que había iniciado la guerra con acciones importantes e inequívocas en Delio, con el ataque a la guarnición romana, y en Cálcide22, [4] sin embargo en la asamblea nacional comenzó un discurso en la misma línea del que había pronunciado en la primera conferencia23 de Cálcide y por boca de sus representantes en la asamblea de los aqueos24: pidiendo no una declaración de guerra a los romanos sino el establecimiento de relaciones de amistad con él. A nadie se le [5] ocultaba lo que se pretendía; sin embargo, se aprobó un decreto envuelto en palabras suaves a favor del rey y en contra de los romanos.

[6] Incorporado también este pueblo a su causa, regresó a Cálcide, desde donde previamente había enviado cartas convocando a los dirigentes etolios a una reunión en Demetríade para discutir con ellos la situación en su conjunto, y llegó con sus naves el día señalado para esta asamblea. [7] En ella estuvieron presentes tanto Aminandro, al que se hizo venir a consulta desde Atamania, como Aníbal el cartaginés, al que se había mantenido al margen desde hacía [8] tiempo. Se debatió la cuestión del pueblo tesalio. A todos los presentes les parecía que había que sondear sus intenciones. Sólo en un punto había diversidad de criterios: unos [9] opinaban que se debía actuar inmediatamente, y otros que se debía esperar a que pasase el invierno, que estaba entonces a mediados aproximadamente, y dejarlo para el comienzo de la primavera; y unos opinaban que solamente se debían mandar emisarios, y otros que se debía marchar [10] con todas las tropas y amedrentarlos si se mostraban vacilantes.

Cuando el debate estaba centrado casi por completo [7] en torno a esta cuestión, Aníbal, al que se preguntó expresamente su opinión, llevó al rey y a los que estaban presentes a pensar en la guerra en su conjunto, con el siguiente discurso: «Si desde que pasamos a Grecia se me hubiera [2] invitado al consejo, cuando se debatiera acerca de Eubea y de los aqueos y Beocia, yo habría expuesto el mismo criterio que voy a expresar ahora que se trata de los tesalios. En primer lugar, pienso que es preciso impulsar [3] hacia una alianza militar a Filipo y los macedonios por cualquier medio. Pues en lo concerniente a Eubea y [4] a los beocios y tesalios, ¿quién pone en duda que al no tener fuerzas propias siempre adulan a los que están allí, y para obtener el perdón utilizan como recurso ese mismo temor que muestran para tomar una decisión, y que, en [5] cuanto hayan visto en Grecia un ejército romano, se volverán hacia el poder imperial al que están acostumbrados, y no se les considerará culpables de no haber querido experimentar la fuerza de tu presencia y de tu ejército estando los romanos lejos como estaban? Por consiguiente, ¿no [6] es mucho más urgente y más importante que se una a nosotros Filipo y no ellos? Una vez que éste se una a nuestra causa no tendrá más opción en el futuro y aportará unas fuerzas que por sí solas fueron capaces recientemente de contener a los romanos, y que no serán sólo un refuerzo [7] en la guerra contra Roma. Si él se une a nosotros, y que no se tomen a mal mis palabras, ¿cómo puedo dudar del resultado cuando veo que los romanos van a ser atacados ahora precisamente por los mismos que constituyeron [8] su fuerza en contra de Filipo? Los etolios, que vencieron a Filipo, como todos admiten, combatirán al lado de Filipo [9] frente a los romanos; Aminandro y el pueblo de los atamanes, cuya colaboración en aquella guerra fue la segunda en importancia después de los etolios, formarán a [10] nuestro lado. Entonces tú no intervenías y Filipo llevaba todo el peso de la guerra; ahora vais a hacer la guerra dos poderosísimos reyes con las fuerzas de Asia y Europa frente a un pueblo solo que, por no hablar de mi buena y mala fortuna, ciertamente en la época de nuestros padres no estuvo a la altura de uno solo de los reyes del Epiro, el cual, por otra parte, en nada era comparable a vosotros. [11] Y bien, ¿qué razones tengo para confiar en la posibilidad de que Filipo se una a nosotros? La primera, la comunidad de intereses, que es el vínculo más sólido de una alianza; [12] y la segunda, vosotros la avaláis, etolios. En efecto, vuestro delegado Toante, aquí presente, entre los demás argumentos habitualmente aducidos para traer a Antíoco a Grecia siempre ha afirmado ante todo que Filipo protestaba y no se resignaba a que se le hubieran impuesto unas condiciones de esclavitud bajo la apariencia de condiciones [13] de paz. En sus intervenciones incluso comparaba la rabia del rey a la de una fiera encadenada o enjaulada ansiosa de romper los barrotes. Si éstos son sus sentimientos, desatemos nosotros sus ataduras y rompamos sus barrotes para que su cólera, largo tiempo represada, pueda desbordarse [14] contra los enemigos comunes. Y si nuestra embajada no produce ningún efecto en él, pongamos por nuestra parte los medios para evitar al menos que pueda unirse a nuestros enemigos si no somos capaces de conseguir que se una a nosotros. Tu hijo Seleuco está en Lisimaquia. Si él, [15] con el ejército que tiene a su mando, atraviesa Tracia y comienza a devastar los confines de Macedonia, conseguirá fácilmente que Filipo deje de prestar apoyo a los romanos para defender sus posesiones por encima de todo. Tienes mi opinión en lo que respecta a Filipo; lo que yo [16] pensaba acerca de la estrategia general de la guerra lo has sabido desde el principio. Si se me hubiera escuchado entonces, los romanos hubieran oído hablar no de la toma de Cálcide en Eubea y del asalto a una posición fortificada del Epiro25, sino de una conflagración bélica en Etruria y en las costas de Liguria y de la Galia Cisalpina, y de que Aníbal estaba en Italia, cosa que temen por encima de todo. Todavía ahora, mi criterio es que se haga venir [17] a todas las fuerzas navales y terrestres, y que sigan a la flota las naves de carga con los suministros, pues así como somos pocos aquí para las tareas de la guerra, también somos demasiados en proporción a la escasez de aprovisionamientos. Una vez que hayas reunido todas tus fuerzas, [18] divide la flota, y que una parte permanezca fondeada en Corcira para evitar que los romanos tengan el paso franco [19] y seguro; haz que la otra parte se traslade a las costas de Italia que dan a Cerdeña y África; tú, con todas las fuerzas de tierra, avanza hasta el territorio de Bulis26; desde allí dominarás Grecia haciendo creer a los romanos [20] que pretendes cruzar, y estarás dispuesto para hacerlo si la situación lo requiere. Esto es lo que te aconsejo, y aunque no soy un experto en cualquier clase de guerras, lo cierto es que a costa de mis propios éxitos y fracasos aprendí [21] a hacer la guerra contra los romanos. Para lo que yo he aconsejado prometo mi colaboración leal y sin reservas. Que los dioses den su aprobación a la propuesta que te pareciere la mejor.»

Actividad de Antíoco: Tesalia, Larisa, Acarnania

[8] Así fue, poco más o menos, el discurso de Aníbal. Los presentes lo aplaudieron en aquel momento pero no lo llevaron a la práctica en la misma medida, pues no se ejecutó ninguna de sus propuestas si se exceptúa el hecho de enviar a Polixénidas para traer [2] de Asia una flota y tropas. Se enviaron delegados a Larisa a la asamblea de los tesalios y se les señaló una fecha a los etolios y a Aminandro para que se concentrara el ejército en Feras, adonde acudió también sin demora el rey [3] con sus tropas. Mientras esperaba allí a Aminandro y a los etolios envió a Filipo de Megalópolis con dos mil hombres a recoger los restos de los macedonios caídos en Cinoscéfalas, donde había llegado a su fin la guerra con [4] Filipo; o se lo aconsejó el propio Filipo de Megalópolis, que buscaría el reconocimiento del pueblo macedonio y la ojeriza contra el rey por haber dejado insepultos a sus soldados, o le impulsó a hacerlo la vanidad innata en los reyes, dedicando su atención a un gesto aparentemente magnánimo [5] y en realidad vacío. Amontonando los restos que estaban diseminados por todas partes se levantó un túmulo que no suscitó gratitud alguna por parte de los macedonios [6] y sí engendró un profundo resentimiento en Filipo. Por eso, éste, que hasta entonces estaba dispuesto a que la fortuna guiara sus decisiones, inmediatamente mandó aviso al propretor Marco Bebio de que Antíoco había lanzado una ofensiva contra Tesalia; que, si lo consideraba oportuno, abandonase los cuarteles de invierno y él iría a su encuentro para discutir juntos lo que procedía hacer.

Cuando Antíoco estaba ya acampado cerca de Feras, [9] donde se le unieron los etolios y Aminandro, se presentaron unos delegados de Larisa preguntando qué habían hecho o qué habían dicho los tesalios para que lanzara una ofensiva bélica contra ellos, y rogándole, al mismo tiempo, [2] que retirara su ejército y discutiera con ellos por medio de embajadores cualquier cuestión que le pareciera. Simultáneamente, [3] enviaron a Feras una guarnición de quinientos hombres mandados por Hipóloco27; éstos no pudieron pasar, pues las tropas del rey tenían ya bloqueados todos los caminos, y se retiraron a Escotusa. El rey respondió de [4] buenas maneras a los enviados de los lariseos que él había penetrado en Tesalia no para hacer la guerra sino para defender y asegurar la libertad de los tesalios. Mandó un [5] emisario a dar a los fereos una explicación parecida; éstos no dieron ninguna respuesta, y a su vez le enviaron al rey a Pausanias, su primer ciudadano, como interlocutor. Éste utilizó unos términos parecidos, pues la situación era [6] similar, a los empleados en favor de los calcidenses en la entrevista del estrecho del Euripo, y algunos incluso más duros; el rey los invitó a reflexionar una y otra vez antes [7] de tomar una decisión de la que, por ser demasiado cautos y previsores para el futuro, fueran a arrepentirse inmediatamente, y los despidió. Cuando informaron del resultado [8] de esta embajada a los fereos, lo cierto es que no dudaron ni un momento en afrontar, por lealtad hacia los romanos, cualquier cosa que acarrease la suerte de la guerra. Y así, [9] mientras que ellos se disponían a defender la ciudad con el mayor empeño, el rey iniciaba el ataque a las murallas por todos los lados a la vez; y como comprendía perfectamente, [10] pues ello no ofrecía dudas, que de la suerte de la primera ciudad que atacase dependía el que en adelante todo el pueblo tesalio le menospreciase o le temiese, infundió pánico a los sitiados por todas partes y de todas las [11] maneras. Al principio aguantaron con bastante firmeza la acometida de los asaltantes; después, como caían o eran heridos muchos de los que defendían en primera línea, su [12] moral comenzó a flaquear. Llamados luego a persistir en el empeño por las reconvenciones de sus jefes, abandonaron el exterior del recinto amurallado, pues sus tropas eran ya insuficientes, y se replegaron a la zona central de la ciudad, que estaba rodeada por una línea defensiva más reducida; por último, superados por las dificultades y temerosos de que el enemigo no tuviera ninguna clemencia [13] si los tomaba por la fuerza, se rindieron. Después, el rey, sin perder ni un instante mientras el pánico estaba aún vivo envió cuatro mil hombres a Escotusa. También aquí se produjo la rendición sin demora, a la vista del reciente [14] ejemplo de los fereos que, doblegados por la adversidad, habían acabado por hacer aquello a lo que en un principio se habían negado empecinadamente; con la propia ciudad se rindieron Hipóloco y la guarnición de lariseos. [15] El rey les dejó marchar indemnes a todos ellos, porque estaba convencido de que este gesto tendría mucha importancia con vistas a granjearse las simpatías de los lariseos.

[10] Llevadas a cabo estas operaciones en los diez días siguientes a su llegada a Feras, marchó con todo su ejército [2] a Cranón28, que tomó nada más llegar. A continuación se le rindieron Cierio y Metrópolis y los enclaves fortificados de sus alrededores. En esos momentos tenía en su poder toda la comarca a excepción de Atrace y Girtón29. Entonces decidió atacar Larisa, persuadido de que [3] el terror producido por la toma de las demás ciudades, la gratitud por haber dejado marchar a su guarnición, o el ejemplo de tantas ciudades que se rendían, harían que no siguiera obstinándose en su actitud. Mandó llevar los [4] elefantes delante de las enseñas para sembrar el pánico y avanzó hacia la ciudad en formación cerrada, de forma que una gran parte de los lariseos se debatía entre el temor a los enemigos presentes y la vergüenza ante los aliados ausentes. Por aquellos mismos días Aminandro con los [5] jóvenes atamanes ocupó el Pelineo30, y Menipo, con tres mil etolios de a pie y doscientos de a caballo partió hacia Perrebia, tomó por asalto Malea y Cirecias y saqueó el territorio de Trípolis31. Tras llevar a cabo con gran rapidez [6] estas acciones regresaron junto al rey, a Larisa, y llegaron cuando estaba deliberando acerca de lo que convendría hacer con esta ciudad. En este caso las opiniones [7] estaban divididas; unos sostenían que se debía emplear la violencia y no dejar pasar el tiempo, atacando con máquinas y obras de asedio por todos los lados a la vez las murallas de la ciudad situada en el llano, con accesos abiertos y sin pendiente por todas partes. Otros hacían hincapié [8] por un lado en que las fuerzas de la ciudad no se podían comparar en absoluto con las de Feras, y por otro en que la estación invernal no era nada propicia para ninguna clase de operación militar y mucho menos para el asedio o [9] el asalto a una ciudad. Cuando el rey estaba indeciso entre el miedo y la esperanza, su moral se fortaleció al coincidir que llegaron a entregar su ciudad unos enviados [10] de Fársalo. Entretanto Marco Bebio, tras un encuentro con Filipo en Dasarecia, puesto de acuerdo con él envió a defender Larisa a Apio Claudio; éste atravesó Macedonia a marchas forzadas y llegó hasta la cima de las montañas [11] que dominan Gonos. Esta ciudad está situada a veinte millas de Larisa, a la entrada misma32 del desfiladero llamado Tempe. Allí, tomando medidas para un campamento mayor de lo que correspondía al número de sus tropas y encendiendo más hogueras de las que se precisaban, hizo que el enemigo creyera, como él pretendía, que se encontraba allí todo el ejército romano junto con el rey Filipo. [12] Por ello, el rey, poniendo ante los suyos como excusa la inminencia del invierno, se detuvo sólo un día y se alejó de Larisa regresando a Demetríade; los etolios y los atamanes [13] se retiraron a su territorio. Apio, aun viendo que se había levantado el asedio, que era el objetivo con que había sido enviado, descendió sin embargo hasta Larisa con el objeto de fortalecer la moral de los aliados con vistas [14] al futuro. Éstos tenían un doble motivo de satisfacción, porque habían salido los enemigos de su territorio y porque veían una guarnición romana dentro de sus murallas.

[11] El rey marchó33 de Demetríade a Cálcide. Enamorado de una joven calcidense hija de Cleoptólemo, por mediación de terceros en un principio y personalmente después [2] agobió con sus ruegos al padre, que se resistía a entrar en relación con un nivel social demasiado gravoso para su fortuna; al fin consiguió su propósito, celebró la boda como si se estuviera en plena paz y, olvidándose de los dos grandes proyectos que había emprendido simultáneamente, la guerra contra Roma y la liberación de Grecia, y dejando a un lado cualquier otra preocupación, pasó el resto del invierno en banquetes, en los placeres que siguen a la bebida, y en el sueño que viene después más por hartazgo que por satifacción. Igualmente, la molicie [3] se adueñó en todas partes de todos los prefectos del rey que habían quedado al mando de los campamentos de invierno, pero sobre todo en Beocia; a ella se entregaron también los soldados, y ninguno de ellos se ponía la armadura ni hacía las guardias y centinelas ni hacía nada que [4] tuviese que ver con tareas u obligaciones militares. Y así, [5] cuando a principios de la primavera atravesó la Fócide y llegó a Queronea, donde había dado orden de que viniera a concentrarse todo el ejército desde todas partes, fácilmente se dio cuenta de que los soldados habían pasado el invierno bajo una disciplina tan poco estricta como la de su jefe. Ordenó a Alejandro de Acarnania y a Menipo [6] de Macedonia que condujeran las tropas desde allí a Estrato34, en Etolia, y él, después de ofrecer en Delfos un sacrificio a Apolo avanzó hasta Naupacto. Tras celebrar un [7] consejo con los dirigentes etolios, siguiendo la carretera que lleva a Estrato pasando por Calidón35 y Lisimaquia se fue al encuentro de los suyos que venían por el golfo Malíaco. En Estrato un jefe de los acarnanios llamado [8] Mnasíloco, comprado con multitud de regalos, se dedicaba personalmente a ganar a la gente para la causa del rey, e incluso había atraído a su proyecto al pretor Clito36, [9] que ejercía entonces la máxima autoridad. Viendo éste que no le era fácil poder arrastrar a la defección a los habitantes de Léucade, la principal ciudad de Acarnania, debido a su temor a la flota romana que mandaba Atilio y que estaba en las cercanías de Cefalania, los abordó a [10] base de astucia. En efecto, cuando dijo en la asamblea que era preciso defender la Acarnania del interior y que todos los que podían portar armas debían partir hacia Medión y Tirreo37 para evitar que las ocupasen Antíoco o [11] los etolios, hubo quienes señalaban que no tenía ningún sentido movilizar precipitadamente a todo el mundo, que bastaba con un destacamento de quinientos hombres. Conseguido este contingente situó trescientos hombres en Medión y doscientos en Tirreo, y lo hizo con el propósito de que cayeran en poder del rey para utilizarlos como rehenes más adelante.

[12] Por la misma época llegaron a Medión unos emisarios del rey. Después de escucharlos se debatió en una asamblea [2] qué respuesta dar al rey. Como unos sostenían que se debía despreciar la amistad del rey, se estimó que la propuesta de Clito era una solución intermedia y por eso [3] fue aceptada: enviar embajadores al rey y pedirle que permitiera a los medionios debatir tan importante cuestión [4] en la asamblea de los acarnanes. Mnasíloco y sus partidarios, incluidos con toda intención en aquella embajada, enviaron en secreto mensajeros al rey para indicarle que acercara sus tropas mientras ellos trataban de ganar tiempo. [5] Y así, apenas habían salido éstos cuando Antíoco se encontraba ya en el territorio y muy pronto ante las puertas, y mientras los que no estaban al tanto de la traición eran presa del pánico y llamaban atropelladamente a las armas a la juventud, Clito y Mnasíloco lo introdujeron en la ciudad. Y en tanto unos afluían por su propia voluntad, [6] incluso los que no estaban de acuerdo se congregaron en torno al rey empujados por el miedo. Con palabras calmó sus temores, y algunos pueblos de Acarnania, esperanzados por lo que se comentaba acerca de su clemencia, se pasaron a él. Desde Medión marchó a Tirreo, adonde [7] mandó por delante a Mnasíloco y los embajadores. Por otra parte, el descubrimiento de la trampa utilizada en Medón hizo a los tirrenses más cautos, no más medrosos, pues sin la menor ambigüedad respondieron que no aceptarían [8] ninguna nueva alianza sin el consentimiento de los generales romanos y después cerraron las puertas y situaron hombres armados sobre las murallas. En un momento [9] muy oportuno para fortalecer la moral de los acarnanes, Gneo Octavio, que había sido enviado por Quincio y se había hecho cargo del destacamento y las pocas naves de Aulo Postumio38, a quien el legado Atilio había puesto al mando de Cefalania, llegó a Léucade y llenó de esperanza [10] a los aliados con la noticia de que el cónsul Manio Acilio había cruzado ya el mar con sus legiones y que había un campamento en Tesalia. Como la época del año, propicia [11] ya para la navegación, hacía verosímil esta noticia, el rey dejó un destacamento en Medión y en algunas otras plazas de Acarnania, se retiró de Tirreo y retornó a Cálcide pasando por las ciudades de Etolia y de la Fócide.

Contraofensiva en Tesalia

[13] Hacia la misma época, Marco Bebio y el rey Filipo, que ya se habían reunido antes durante el invierno en el territorio de los dasarecios, tras haber enviado a Tesalia a Apio Claudio para liberar Larisa [2] del asedio, regresaron a los cuarteles de invierno porque la estación no era propicia para el desarrollo de operaciones militares, y al inicio de la primavera reunieron [3] sus tropas y bajaron a Tesalia. Antíoco se encontraba entonces en Acarnania. Al llegar, Filipo atacó Malea, en Perrebia, y Bebio, Facio, que tomó casi al primer asalto, [4] conquistando después Festo39 con la misma rapidez. Luego se retiró a Atrace y desde allí ocupó Cirecias y Ericio40, dejó guarniciones en las plazas ocupadas y se reunió de [5] nuevo con Filipo, que estaba asediando Malea. A la llegada del ejército romano se rindieron los sitiados, bien por temor a estas fuerzas o bien porque esperaban clemencia; ellos, con sus tropas reunidas, marcharon a reconquistar [6] las plazas que habían ocupado los atamanes, que eran éstas: Eginio, Ericinio, Gonfos, Silana41, Trica, Melibea [7] y Faloria. A continuación pusieron cerco a Pelineo, donde se encontraba Filipo de Megalópolis con una guarnición de quinientos hombres de infantería y cuarenta de caballería, y antes de lanzar el asalto enviaron mensajeros a Filipo para aconsejarle que no intentase probar su fuerza hasta [8] el final. Él les respondió con bastante altivez que se habría fiado de los romanos o de los tesalios, pero que [9] no se pondría en manos de Filipo. Una vez que quedó patente que habría que recurrir a la fuerza, como parecía que se podía atacar también Limneo42 simultáneamente, se acordó que el rey fuese a Limneo y Bebio se quedó para sitiar Pelineo.

Casualmente, por aquellas fechas el cónsul Manio [14] Acilio había cruzado ya el mar con veinte mil soldados de infantería, dos mil jinetes y quince elefantes; dio orden a los tribunos militares de marchar con la infantería a Larisa, y él, con la caballería, fue a reunirse con Filipo en Limneo. A la llegada del cónsul se produjo la rendición [2] sin dudarlo, siendo entregada la guarnición real y los atamanes junto con ella. De Limneo, el cónsul marchó a [3] Pelineo. Allí se rindieron primero los atamanes y después también Filipo de Megalópolis. Dio la coincidencia de [4] que al dejar éste la guarnición se encontró con él el rey Filipo y en son de burla dio orden de saludarlo como rey; luego, personalmente se dirigió a él llamándolo hermano, una broma nada acorde con su majestad42bis. Conducido [5] más tarde a presencia del cónsul, éste dio orden de ponerlo bajo custodia y poco después lo envió a Roma encadenado. El resto de los atamanes y los soldados del rey Antíoco que habían formado parte de las guarniciones de las plazas rendidas durante aquellos días fueron entregados al rey Filipo; eran cuatro mil hombres aproximadamente. El cónsul [6] marchó a Larisa, con la intención de discutir allí las líneas generales de la guerra. Durante la marcha, salieron a su encuentro enviados de Cierio y Metrópolis para entregarle sus ciudades. Filipo trató con especial indulgencia a los [7] prisioneros atamanes para ganarse a su pueblo a través de ellos, y como abrigaba esperanzas de apoderarse de Atamania llevó su ejército en aquella dirección enviando por [8] delante a los prisioneros a sus respectivas ciudades. Por un lado, éstos influyeron mucho entre sus paisanos al resaltar la clemencia y la generosidad del rey para con ellos, [9] y por otro, Aminandro, que con su majestad hubiera mantenido leales a algunos de haber estado presente, temiendo ser entregado a Filipo, su antiguo enemigo, y a los romanos, justamente irritados entonces con él a causa de su traición, abandonó el reino con su mujer y sus hijos y se trasladó a Ambracia. De esta forma toda Atamania cayó [10] bajo la autoridad y el dominio de Filipo. El cónsul se detuvo en Larisa algunos días principalmente para dar descanso a los animales de carga, agotados por la travesía marítima y las marchas posteriores, y con un ejército como nuevo gracias al breve descanso siguió la marcha hasta [11] Cranón. A su paso se rindieron Fársalo, Escotusa y Feras, así como los soldados de Antíoco que se encontraban allí de guarnición. Preguntó quiénes de ellos querían quedarse con él, entregó a Filipo los mil que quisieron y envió a [12] los demás a Demetríade desarmados. A continuación recuperó Proerna43 y las posiciones fortificadas de sus alrededores, y después inició la marcha directamente hacia el golfo Malíaco. Cuando se acercaba a las gargantas sobre las que está situada Táumacos, toda la juventud tomó las armas, abandonó la ciudad, se apostó en los bosques y caminos, y desde las alturas lanzó sus ataques contra la columna [13] romana. El cónsul mandó primero hombres para hablar con ellos de cerca y disuadirlos de semejante locura; después, en vista de que persistían en su actitud, destacó a un tribuno con los soldados de dos manípulos, cortó a los hombres armados el acceso a la ciudad y la tomó vacía. [14] Entonces, al oír a su espalda los gritos que provenían de la ciudad ocupada, los que estaban emboscados salieron de todas partes y se produjo una matanza. Al día siguiente [15] marchó de Táumacos el cónsul hasta el río Esperqueo y desde allí saqueó los campos de los hipateos44.

La batalla de las Termópilas

Mientras se desarrollaban estos acóntecimientos, [15] Antíoco se encontraba en Cálcide, percatándose al fin de que no había conseguido nada en Grecia aparte de unos agradables cuarteles de invierno en Cálcide y un humillante casamiento. Comenzó entonces [2] a lamentarse de las vanas promesas de los etolios y a acusar a Toante, mientras que a Aníbal lo admiraba no sólo como hombre previsor sino casi como vaticinador de todo lo que estaba ocurriendo. No obstante, para no acabar de arruinar con la falta de acción una empresa en la que se había metido precipitadamente, envió mensajeros a los etolios para que movilizaran a toda la juventud y se concentraran en Lamia. También él mismo marchó allí al frente [3] de diez mil soldados de infantería, cifra que completó con los que habían llegado de Asia después, y quinientos jinetes. Pero el número de los reunidos allí era bastante inferior [4] al de todas las ocasiones anteriores; estaban sólo los dirigentes con unos pocos clientes, y decían que habían puesto todo el cuidado en hacer que acudiese el mayor número posible de sus ciudades, pero que ni su autoridad [5] ni su influencia ni su poder habían pesado frente a los que rechazaban el servicio militar. Falto de apoyos por todos lados tanto por parte de los suyos, reacios a salir de Asia, como de sus aliados, que no proporcionaban aquello que habían prometido cuando lo habían llamado, se retiró [6] al desfiladero de las Termópilas45. Esta cadena montañosa divide Grecia en dos, como hace con Italia la cordillera [7] de los Apeninos. Frente al desfiladero de las Termópilas, mirando al norte, se encuentran el Epiro, Perrebia, Magnesia, Tesalia, la Ftiótide de Acaya y el golfo Malíaco; [8] al otro lado del desfiladero, mirando hacia el sur, están la mayor parte de Etolia. Acarnania, la Fócide junto con la Lócride, Beocia y unida a ella la isla de Eubea, y la tierra del Ática adentrándose en el mar como un promontorio; [9] y situado a la espalda, el Peloponeso. Esta cordillera, que se extiende desde Léucade46 y el mar que queda a occidente, atravesando Etolia, hasta el otro mar situado a oriente, tiene tramos tan abruptos y obstáculos rocosos tales que no resulta fácil encontrar ningún sendero por donde pasar no ya los ejércitos sino incluso los soldados [10] de equipo ligero. En el extremo oriental están los montes llamados Eta47; el más alto de ellos se llama Calídromo48, y en la depresión que hay al pie del mismo, en dirección al golfo Malíaco, hay un camino de no más de [11] sesenta pasos de ancho49. Ésta es la única senda militar por donde puede pasar un ejército si no hay nadie para [12] impedírselo. Por eso unos llaman Pilas50 a este lugar, y otros, debido a que hay aguas termales en el propio desfiladero, Termópilas, y es famoso por la muerte de los lacedemonios frente a los persas, más memorable que la batalla.

Bien distinto era el estado de ánimo de Antíoco en [16] esta ocasión cuando, después de establecer el campamento entrada adentro de dicho lugar, añadía defensas para obstaculizar el paso: lo fortificó todo con doble empalizada y foso e incluso con un muro donde la situación lo requería, empleando las piedras que había tiradas en gran abundancia [2] por todas partes; después, plenamente confiado en [3] que el ejército romano jamás atacaría por allí, envió una parte de los cuatro mil etolios —pues esa era la cifra que se había reunido— a ocupar, como guarnición, Heraclea51, que está situada justo antes del desfiladero, y otra parte [4] la envió a Hípata, pues estaba convencido de que el cónsul atacaría Heraclea, y por otro lado estaban llegando ya muchas noticias de que estaban siendo devastados totalmente los alrededores de Hípata. El cónsul devastó primero el [5] territorio de Hípata y luego el de Heraclea, resultando ineficaz en ambos casos la ayuda de los etolios, y después acampó en el desfiladero mismo, junto a las fuentes termales, enfrente del rey. Los dos destacamentos de etolios se encerraron en Heraclea. Antíoco, que antes de ver al [6] enemigo consideraba suficientemente fortificados y cubiertos por tropas todos los puntos de su posición, cogió miedo a que el romano descubriera entre las crestas que se alzaban en torno algún sendero por donde pasar; se decía, [7] en efecto, que en otra ocasión los lacedemonios habían sido rebasados así por los persas, y más recientemente, Filipo por los propios romanos52. Por eso envió a Heraclea [8] un mensaje a los etolios para que le proporcionasen en aquella guerra cuando menos la ayuda de ocupar y bloquear las cimas de los montes de alrededor, de suerte que [9] los romanos no pudiesen pasar por ningún sitio. Cuando los etolios oyeron este mensaje, surgieron disensiones entre ellos. Unos estimaban que se debía obedecer la orden del [10] rey y acudir, y otros, que había que permanecer en Heraclea a la espera de cualquiera de los dos resultados, para tener dispuestas tropas frescas con que prestar ayuda a sus ciudades vecinas si el rey era vencido por el cónsul, y si él resultaba vencedor, para perseguir a los romanos cuando [11] huyesen en desbandada. Unos y otros mantuvieron su criterio e incluso pusieron en práctica su propuesta: dos mil se quedaron en Heraclea, y los otros dos mil, repartidos en tres grupos, ocuparon el Calídromo, el Roduncia y el Tiquiunte, que así se llaman las crestas.

[17] Cuando el cónsul vio que estaban ocupadas por los etolios las alturas, envió a los legados consulares53 Marco Porcio Catón y Lucio Valerio Flaco con dos mil hombres escogidos de infantería cada uno a los puntos fuertes de los etolios: Flaco al Roduncia y al Tiquiunte, y Catón al [2] Calídromo. Él, antes de hacer avanzar las tropas contra el enemigo, convocó a los soldados a una asamblea y les dirigió una breve arenga: «Veo, soldados, que hay entre vosotros muchos, de todas las graduaciones, que han militado en esta misma provincia bajo el mando y los auspicios [3] de Tito Quincio. Durante la guerra macedónica, el desfiladero del río Áoo era más difícil de salvar que éste; [4] efectivamente esto es una puerta, y es la única vía de acceso digamos natural entre los dos mares, todas las demás están cerradas. Entonces había defensas en puntos más estratégicos y además más sólidas; aquel ejército enemigo era más numeroso y bastante superior por la calidad de sus hombres; en aquel caso había, en efecto, macedones, [5] tracios e ilirios, pueblos muy belicosos todos ellos; aquí hay sirios y griegos asiáticos, gentes de ínfima categoría nacidas para la esclavitud. Aquél era un rey muy aguerrido, [6] experimentado ya desde su juventud en guerras con sus vecinos de Tracia y de Iliria y de todo el entorno; éste, por no hablar del resto de su vida, es el hombre que [7] pasó de Asia a Europa para hacer la guerra al pueblo romano, y lo más memorable que hizo durante todo un invierno fue enamorarse y casarse con una mujer de una casa privada, de familia desconocida incluso entre sus compatriotas, y que estando recién casado y digiriendo aún, por decirlo así, el banquete de bodas, salió a combatir; su mayor fuerza y sus mayores esperanzas eran los etolios, [8] el pueblo más irresponsable y más desagradecido, como comprobasteis primero vosotros y ahora Antíoco. En efecto, [9] ni fueron muchos los que acudieron, ni fueron capaces de mantenerse dentro del campamento, están enfrentados entre sí, y después de reclamar con insistencia la defensa de Hípata y Heraclea no defendieron ninguna de las dos, se han refugiado en la cima de las montañas y una parte de ellos se ha encerrado en Heraclea. El propio rey ha reconocido [10] que no se atrevía no ya a medirse en una batalla en campo abierto en ninguna parte sino ni siquiera a establecer su campamento en lugar descubierto, y dejando ante sí toda la zona que se jactaba de habernos arrebatado a nosotros y a Filipo, se escondió entre las rocas; ni siquiera situó el campamento a la entrada del desfiladero, como [11] hicieron en otro tiempo los lacedemonios, según cuentan, sino que lo retiró bien adentro. ¿Qué diferencia hay, como manifestación de miedo, entre esto y encerrarse tras los [12] muros de una ciudad para sufrir un asedio? Pero no les van a servir de protección ni a Antíoco las quebradas ni a los etolios las cumbres que han ocupado. Se han tomado medidas y precauciones suficientes en todos los sentidos para que durante la batalla sólo tengáis en contra al enemigo. [13] Debéis tener presente la idea de que no combatís únicamente por la libertad de Grecia —aunque también sería un brillante título liberarla ahora de los etolios y de Antíoco después de haberla liberado anteriormente de Filipo—, y que no sólo pasará a ser recompensa vuestra [14] lo que hay ahora en el campamento del rey, sino que será también botín todo ese material que se espera de Éfeso de un día para otro; y después abriréis al dominio de Roma, Asia y Siria y todos los riquísimos reinos que [15] hay hasta donde nace el sol. ¿Qué faltará a partir de entonces para que desde Cádiz hasta el Mar Rojo54 tengamos como límite el Océano que abraza y delimita el orbe entero, y para que todo el género humano reverencie, después [16] de los dioses, el nombre de Roma? Preparaos mentalmente para ser dignos de estas recompensas tan importantes, a fin de que mañana, con la ayuda benevolente de los dioses, libremos la batalla decisiva.»

[18] Los soldados, al marchar de esta asamblea, prepararon sus armas defensivas y ofensivas antes de reponer fuerzas. Al despuntar el día se izó la señal de combate y el cónsul formó al ejército en orden de batalla con un frente poco abierto, a tenor de la configuración y la estrechez del terreno. [2] El rey, nada más avistar las enseñas del enemigo, sacó también él sus tropas. Colocó parte de la infantería ligera en primera posición, delante de la empalizada; a continuación, como bastión alrededor mismo de las defensas, situó lo mejor de los macedonios, los llamados sarisóforos55. Junto a éstos, en el flanco izquierdo, al pie mismo [3] de la montaña colocó una unidad de lanzadores de venablos, arqueros y honderos, con la misión de hostigar el flanco descubierto del enemigo desde su posición más elevada. Desde la derecha de los macedonios hasta el final [4] mismo de las fortificaciones, donde el fango pantanoso y las arenas movedizas cierran una zona intransitable hasta el mar, colocó los elefantes con la habitual protección armada; detrás de ellos, la caballería, y a continuación, dejando un breve espacio, el resto de las tropas en la segunda línea. Los macedonios situados delante de la empalizada, [5] al principio contenían sin dificultad a los romanos que intentaban la penetración por todas partes, y contaban con la valiosa ayuda de los que, desde su posición más elevada, disparaban con sus hondas una lluvia de proyectiles así como flechas y venablos; luego, cuando la presión de [6] los enemigos fue a más y se hizo incontenible, fueron desalojados de su posición y retrocedieron, conservando la formación, hasta dentro de las fortificaciones, y desde el vallado formaron una especie de segunda empalizada tendiendo por delante sus picas. Además, la altura de la [7] empalizada era tan reducida que de una parte proporcionaba a los suyos una posición de combate más elevada, y de otra, debido a la longitud de las lanzas, mantenía al enemigo debajo a su merced. Muchos fueron atravesados [8] al escalar temerariamente la empalizada; y se habrían retirado tras fracasar en su intento o habrían sido más los caídos si no hubiera aparecido sobre la colina que dominaba el campamento Marco Porcio, que venía de la cima del Calídromo tras desalojar de ella a los etolios y dar muerte a la mayor parte, pues los había cogido desprevenidos cuando muchos de ellos estaban dormidos.

[19] Flaco no había tenido la misma suerte en el Tiquiunte y el Roduncia, posiciones a las que había intentado en vano [2] llegar. Los macedonios y los demás que se encontraban en el campamento del rey, al principio, mientras sólo se distinguía a lo lejos una masa en movimiento, creyeron que los etolios habían visto a distancia la batalla y venían [3] en su ayuda; pero cuando se percataron de su equivocación al identificar desde cerca las enseñas y las armas, les entró de repente tal pánico que arrojaron las armas y huyeron. [4] Los perseguidores se vieron obstaculizados por las fortificaciones, por la angostura del valle que era preciso atravesar en la persecución, y sobre todo porque al final de la columna iban los elefantes, y resultaba difícil para los de a pie e imposible para los de a caballo rebasarlos, pues los caballos se espantaban y provocaban entre ellos una [5] confusión mayor que en un combate. Además, el saqueo del campamento llevó su tiempo. A pesar de todo, aquel [6] día persiguieron al enemigo hasta Escarfea. Aparte de dar muerte o capturar a muchos hombres y caballos durante la propia persecución, también mataron a los elefantes que no habían podido capturar, y después regresaron [7] al campamento. Éste había sido atacado aquel día, justamente durante la batalla, por los etolios de la guarnición que ocupaba Heraclea, sin que el intento, de una osadía [8] considerable, diera el menor resultado. Durante el tercer relevo de la guardia de la noche siguiente el cónsul envió por delante a la caballería en persecución del enemigo, y al amanecer puso en movimiento las enseñas de las legiones. [9] El rey llevaba bastante ventaja, pues hasta llegar a Elacia no detuvo su desenfrenada carrera; allí reagrupó a los supervivientes de la batalla y de la huida, y con un reducidísimo grupo de hombres casi desarmados se refugió en Cálcide. La caballería romana, por cierto, no dio [10] alcance al rey mismo en Elacia, pero cayó sobre gran parte de sus hombres cuando se detenían extenuados o se dispersaban y extraviaban, cosa lógica ya que huían sin guías por rutas que no conocían. Y de todo el ejército sólo se [11] salvaron los quinientos que acompañaron al rey, cifra bien exigua incluso en el caso de que fueran diez mil los hombres con que el rey pasó a Grecia como hemos escrito siguiendo a Polibio. ¿Qué decir si creemos a Valerio Anciate [12] cuando escribe que había sesenta mil soldados en el ejército del rey, que cayeron cuarenta mil de ellos y que fueron capturados más de quince mil junto con doscientas treinta enseñas militares? Los romanos tuvieron ciento cincuenta bajas en la batalla propiamente dicha y no más de cincuenta en la defensa contra el asalto de los etolios.

Episodios posteriores a la batalla

Cuando el cónsul marchaba al frente [20] de su ejército a través de la Fócide y de Beocia, los habitantes de las ciudades que se sentían culpables de rebelión estaban de pie ante las puertas con ramos de suplicantes por miedo a ser saqueados como si fueran enemigos. Pero durante todos aquellos días siguió su marcha [2] la columna sin causar ningún daño, como si se tratara de un territorio pacificado, hasta llegar al territorio de Coronea. Allí provocó sus iras una estatua del rey Antíoco [3] erigida en el templo de Minerva Itonia56, y se dio permiso a los soldados para devastar las tierras de alrededor del templo. Después se pensó que al haber sido erigida la estatua por una decisión tomada por todos los beocios no estaba bien ensañarse únicamente con el territorio de Coronea. [4] Inmediatamente se hizo volver a los soldados y se puso fin al saqueo. Los beocios sólo fueron reprendidos de palabra por su ingratitud hacia los romanos cuando les habían prestado tantos y tan recientes servicios.

[5] Justamente durante el transcurso de la batalla había diez naves reales, mandadas por el prefecto Isidoro, fondeadas cerca de Tronio, en el golfo Malíaco. En ellas se había refugiado gravemente herido Alejandro de Acarnania, portador de la noticia de la derrota; en la primera reacción de pánico, los navíos se dirigieron de allí a Ceneo57, en Eubea. Allí murió y recibió sepultura Alejandro. [6] Tres naves que habían salido de Asia con rumbo a aquel mismo puerto retornaron a Éfeso al enterarse de la derrota de su ejército. Isidoro hizo la travesía de Ceneo a Demetríade, por si acaso la huida llevaba al rey en aquella [7] dirección. Por las mismas fechas, el prefecto de la flota romana Aulo Atilio interceptó un importante convoy real cuando había rebasado ya el estrecho que está junto a la isla de Andros; hundió parte de las naves, y otras [8] las capturó; las que iban al final viraron poniendo rumbo a Asia. Atilio regresó a su punto de partida, el Pireo, con el convoy de las naves capturadas y repartió trigo en gran cantidad entre los atenienses y otros aliados de la misma comarca.

Roma: Esciptón y Catón informan al senado

[21] Antíoco partió de Cálcide cuando el cónsul estaba al llegar, poniendo rumbo a Teno58 primeramente y cruzando [2] después a Éfeso. A la llegada del cónsul a Cálcide se le abrieron las puertas, pues Aristóteles, el prefecto del rey, había abandonado la ciudad cuando él se acercaba. Las [3] demás ciudades de Eubea se rindieron también sin oponer resistencia, y pocos días después, con toda la zona pacificada por completo sin daño para ninguna ciudad, el ejército fue conducido de nuevo a las Termópilas, siendo más digno de elogio por su moderación después de la victoria que por la victoria misma. Luego, el cónsul envió a Roma [4] a Marco Catón con el objeto de que el senado y el pueblo romano pudiesen conocer a través de un testigo autorizado las acciones llevadas a cabo. Éste, desde Creúsa59, centro [5] mercantil de los tespienses retirado al fondo del golfo de Corinto, se dirigió a Patras60, en Acaya; desde Patras bordeó las costas de Etolia y Acarnania hasta Corcira, y así cruzó a Hidrunto61, en Italia. Desde allí, en una rapidísima [6] marcha por tierra, llegó a Roma al quinto día. Entró en la ciudad antes del alba, y desde la puerta se fue directamente al encuentro del pretor Marco Junio62. Éste convocó al senado al amanecer. [7] Lucio Cornelio Escipión, enviado por el cónsul algunos días antes, se enteró al llegar de que Catón se le había adelantado y estaba en el senado, y allá se presentó cuando aquél estaba haciendo una exposición de los hechos llevados a cabo. Posteriormente, los dos delegados se presentaron [8] ante la asamblea del pueblo por indicación del senado y le expusieron lo mismo que al senado acerca de las operaciones desarrolladas en Etolia. Se decretó un triduo [9] de acción de gracias y un sacrificio de cuarenta víctimas adultas que el pretor ofrecería a los dioses que estimase [10] oportuno. Por las mismas fechas también hizo su entrada en Roma recibiendo los honores de la ovación Marco Fulvio Nobílior, que había marchado a Hispania hacía dos [11] años como pretor. Desfiló llevando ante sí ciento treinta mil monedas de plata acuñada con la biga y, además de las monedas, doce mil libras de plata y ciento veintisiete de oro.

Grecia: asedio de Heraclea

[22] El cónsul Acilio, desde las Termópilas, mandó un mensaje a los etolios, a Heraclea, diciéndoles que al menos ahora que habían comprobado la poca seriedad del rey, recapacitasen, entregasen Heraclea y pensasen en pedir perdón al senado por su desatino o [2] por su error; que también las demás ciudades de Grecia durante aquella guerra habían abandonado la causa de los romanos, que tanto habían hecho por ellos, pero en vista de que después de la huida del rey, en el que habían depositado su confianza faltando a su deber, no habían añadido el empecinamiento a su falta, habían sido acogidas de [3] nuevo bajo la protección de Roma; incluso los etolios, aunque no habían secundado al rey, mas lo habían llamado y habían sido no aliados pero sí promotores de la guerra, si eran capaces de arrepentirse, podían salir indemnes. [4] Estas consideraciones no recibieron una respuesta de paz, y estaba claro que habría que decidir la cuestión con las armas y que una vez vencido el rey quedaba por hacer del todo la guerra con los etolios; entonces el cónsul trasladó de las Termópilas a Heraclea su campamento y aquel mismo día dio una vuelta completa en torno a las murallas [5] de la ciudad para estudiar su emplazamiento. Heraclea está situada en la base del monte Eta, en la llanura, y tiene una ciudadela que se alza sobre una altura cortada a pico por todos lados. Después de observar atentamente todo [6] lo que era preciso conocer, decidió atacar la ciudad por cuatro puntos simultáneamente. Por el lado del río Asopo63, [7] donde se encuentra el gimnasio, puso a Lucio Valerio al frente de los trabajos del asedio. Encomendó a Tiberio Sempronio Longo el ataque a la parte situada fuera de las murallas, casi más poblada que la propia ciudad. En la dirección del golfo Malíaco, por donde no era [8] fácil el acceso, situó a Marco Bebio; y en dirección a otro riachuelo que llaman Mélana, enfrente del templo de Diana, situó a Apio Claudio. Gracias al empeño que éstos [9] pusieron, las torres, los arietes y todos los demás ingenios de asedio de las ciudades estuvieron listos en pocos días. Por una parte, el suelo de Heraclea, pantanoso todo él [10] y cubierto de grandes árboles, proporcionaba abundancia de madera para toda clase de trabajos, y por otra, las [11] casas que había en los arrabales de la ciudad, abandonadas al haberse refugiado los etolios en el interior del recinto amurallado, proporcionaban para diversos usos tantos maderos y tablas como ladrillo y piedras de diferentes tamaños talladas y sin tallar.

De hecho los romanos recurrían a los trabajos de [23] asedio más que a las armas para atacar la ciudad, y los etolios, por el contrario, se defendían con las armas. En efecto, cuando el ariete batía los muros, no lo enganchaban [2] con lazos para desviar los golpes, como es habitual, sino que salían armados muchos a la vez, y algunos incluso portaban teas para arrojarlas sobre las rampas. Además había poternas en la muralla apropiadas para hacer [3] las salidas, y cuando levantaban de nuevo los muros tras los derrumbes, dejaban mayor número de huecos para [4] saltar contra el enemigo por más sitios. Esto lo hicieron frecuente e incansablemente durante los primeros días, mientras sus fuerzas estaban intactas. Luego, con el paso de [5] los días, la frecuencia y la actividad eran menores. Y es que, entre las muchas circunstancias que los agobiaban, nada los agotaba tanto como las vigilias; los romanos, al contar con un gran número de soldados, se relevaban unos a otros en las guardias, mientras que los etolios, debido a su reducido número, eran consumidos por los trabajos [6] continuos, día y noche, y siempre los mismos. Durante veinticuatro días el esfuerzo nocturno sucedió al diurno de forma que no había ni un instante de reposo en la lucha frente a un enemigo que atacaba por cuatro puntos a la [7] vez. El cónsul, por el tiempo transcurrido y porque así lo aseguraban los desertores, sabía que los etolios estaban [8] ya extenuados, y adoptó la táctica siguiente. A media noche dio la señal de retirada, se llevó del asedio a todos los hombres al mismo tiempo y los tuvo quietos en el campamento [9] hasta la hora tercera del día; en ese momento recomenzó un ataque que se prolongó hasta la media noche una vez más, interrumpiéndose a continuación hasta [10] la tercera hora del día. Pensando que la causa de que no continuara el ataque era el mismo cansancio que los afectaba a ellos, los etolios, cuando se les daba a los romanos la señal de retirada, abandonaban cada uno su puesto por propia iniciativa como si la señal fuera también para ellos, y antes de la tercera hora del día no se veían sobre las murallas hombres armados.

[24] El cónsul, después de interrumpir el ataque a media noche, durante el cuarto relevo de la guardia atacó de nuevo [2] con la mayor violencia desde tres puntos y ordenó a Tiberio Sempronio que mantuviera a sus hombres alerta en el otro a la espera de la señal, pues estaba plenamente convencido de que, con la confusión nocturna, los enemigos acudirían corriendo a los puntos donde se originara el griterío. En cuanto a los etolios, unos estaban dormidos [3] y trataban de arrancar del sueño sus cuerpos quebrantados por el trabajo y las vigilias, y otros, aún despiertos, corrieron en la oscuridad en dirección al fragor de los combatientes. Los enemigos se esfuerzan, unos, por pasar a través [4] de los derrumbes de la muralla, e intentan, otros, encaramarse por medio de escalas, y para hacerles frente corren a colaborar los etolios desde todas partes. Sólo la [5] zona donde estaban los edificios de fuera de la ciudad no es defendida ni atacada; pero quienes iban a atacarla estaban esperando atentamente la señal; defensores no había ninguno. Despuntaba ya el día cuando el cónsul dio la [6] señal, y sin encontrar la menor resistencia pasaron adentro unos por los muros semiderruidos y otros salvando por medio de escalas los muros enteros. Simultáneamente, se escuchó el grito indicador de la toma de una ciudad; los etolios, abandonando sus puestos, huyen a la ciudadela desde todas partes. Los vencedores saquean la ciudad autorizados [7] por el cónsul no tanto por rabia o por odio como para que los soldados, contenidos en el caso de tantas ciudades recuperadas del poder del enemigo, saboreasen al fin en algún sitio el fruto de la victoria. A eso del mediodía [8] llamó a los soldados y los dividió en dos grupos, y ordenó a uno de ellos que rodeara la falda de las montañas hasta llegar a una roca situada a la misma altura que la ciudadela y separada de ésta por el valle que había en medio. Pero las cimas gemelas de los dos montes están [9] tan próximas que desde la otra se puede alcanzar la ciudadela con armas arrojadizas. Con la otra mitad de los hombres, el cónsul se disponía a escalar la ciudadela desde la ciudad, y estaba a la espera de la señal de los que iban [10] a ganar la roca por la parte de atrás. Los etolios que se encontraban en la ciudadela no pudieron resistir primeramente el grito de guerra de los que habían ocupado la roca, y después el ataque de los romanos desde la ciudad, pues su moral estaba ya quebrantada y además allí no había ningún recurso preparado para soportar un asedio de [11] cierta duración; y ello debido a que se habían aglomerado mujeres, niños y toda la masa de no combatientes en una ciudadela que apenas podía dar cabida, no ya proteger, a semejante multitud; de modo que al primer asalto arrojaron [12] las armas y se rindieron. Entre otros dirigentes etolios se entregó Damócrito, el que al principio de la guerra, cuando Tito Quincio le pidió el decreto por el que los etolios habían acordado que se hiciese venir a Antíoco, había contestado que se lo entregaría en Italia cuando los etolios estableciesen allí su campamento. A causa de esta arrogancia, su rendición supuso una satisfacción mayor para los vencedores.

Rendición de Lamia. Embajada etolia a Antíoco

[25] Al mismo tiempo que los romanos atacaban Heraclea, Filipo según lo convenido, atacaba Lamia. Se había encontrado cerca de las Termópilas con el cónsul, a su regreso de Beocia, para felicitarlo a él y al pueblo romano por la victoria y para disculparse por no haber participado en la batalla debido a que se [2] encontraba enfermo. Luego se habían separado marchando en distintas direcciones a atacar simultáneamente las [3] dos ciudades. Distan éstas entre sí unas siete millas, y como Lamia está situada sobre una loma y además está orientada sobre todo hacia la parte del Eta, la distancia [4] parece muy corta y la visibilidad es completa. Romanos y macedonios, como si de una competición se tratara, estaban día y noche entregados a los trabajos de asedio y a los combates, pero las dificultades eran mayores para los macedonios, ya que los romanos contribuían al asedio con el terraplén, los manteletes y todas sus máquinas en la superficie, mientras que los macedonios lo hacían bajo tierra con galerías, y en los tramos rocosos el hierro se encontraba con piedra casi impenetrable. Como la empresa progresaba [5] despacio, el rey, por medio de conversaciones con los dirigentes, tanteaba a los habitantes de la plaza con miras a su rendición, seguro de que si caía primero Heraclea, [6] se entregarían a los romanos de mejor grado que a él mismo, y el cónsul se ganaría su reconocimiento por liberarla del asedio. Y no se equivocó en su previsión, [7] ya que inmediatamente después de la toma de Heraclea llegó un mensajero a decirle que levantara el asedio, que era más justo que se llevaran la recompensa de la victoria los soldados romanos que se habían enfrentado en batalla campal a los etolios. Se produjo así la retirada de Lamia, [8] y gracias al desastre de la ciudad vecina, sus habitantes se libraron de padecer ellos algo parecido.

Pocos días antes de la toma de Heraclea los etolios [26] convocaron asamblea en Hípata y enviaron embajadores a Antíoco; entre ellos se encontraba el mismo Toante que [2] había sido enviado anteriormente. Llevaban instrucciones de pedir al rey en primer lugar que reuniera de nuevo sus fuerzas de tierra y mar y viniera a Grecia, y en segundo [3] lugar, que, si lo retenía algún asunto, enviara dinero y tropas de apoyo; ello afectaba por una parte a su dignidad y su crédito —no abandonar a unos aliados— y por otra a la seguridad de su reino, no fuera a dejar que los romanos, enteramente libres después de quitar de en medio a la [4] nación etolia, pasaran a Asia con todas sus tropas. Lo que [5] decían era cierto, y por ello surtió mayor efecto en el rey; así que entregó en el acto a los embajadores el dinero que era necesario para los gastos de la guerra, y aseguró que [6] enviaría tropas auxiliares terrestres y navales. Únicamente retuvo a uno de los embajadores, Toante, que, por otra parte, se quedó de buen grado, para impulsar con su presencia el cumplimiento de lo prometido.

Negociaciones cos los etolios

[27] Por otra parte, la toma de Heraclea acabó de quebrar la moral de los etolios, [2] y a los pocos días de enviar embajadores a Asia para dar un nuevo impulso a la guerra y pedir al rey que viniera, renunciaron a sus planes bélicos y enviaron parlamentarios [3] al cónsul para pedir la paz. Cuando comenzaron a hablar, el cónsul los interrumpió, les dijo que antes tenía que ocuparse de otros asuntos, y les mandó volver a Hípata, concediéndoles una tregua de diez días; con ellos envió a Lucio Valerio Flaco, y les dijo que le expusieran a éste lo que iban a tratar con él y, si querían, alguna otra cosa. [4] Cuando éstos llegaron a Hípata, los dirigentes etolios celebraron consejo, con Flaco presente, en el que debatieron sobre qué actitud adoptar en presencia del cónsul. 5 Se aprestaban a basar su discurso en los derechos de sus antiguos tratados y en los servicios prestados al pueblo romano, [6] y entonces Flaco les aconsejó que no mencionasen aquello que ellos mismos habían violado o roto, que les sería más provechoso reconocer su culpa y orientar por entero su discurso hacia las súplicas, pues sus esperanzas de salvación dependían no de su causa sino de la clemencia [7] del pueblo romano; si adoptaban una actitud suplicante, él mismo los apoyaría tanto ante el cónsul como ante el senado en Roma, pues también allí habría que enviar embajadores. [8] A todos les pareció que la única vía de salvación era ésta, ponerse a disposición de los romanos, pues así los colocarían en la alternativa de tener que avergonzarse por maltratar a unos suplicantes, y ellos seguirían siendo igualmente dueños de su destino si la fortuna les ofrecía algo mejor.

Cuando llegaron a presencia del cónsul, Feneas, el [28] jefe de la delegación, finalizó su largo discurso, elaborado con diferentes recursos para mitigar las iras del vencedor, diciendo que los etolios sometían sus personas y todo cuanto poseían a la discreción del pueblo romano. Cuando el [2] cónsul oyó esto, dijo: «Mirad bien lo que hacéis, etolios, entregándoos en esas condiciones». Entonces Feneas mostró el decreto en el que ello constaba por escrito detalladamente. «Pues ya que os entregáis en esos términos», dijo [3] el cónsul, «exijo que me entreguéis sin dilación a vuestro compatriota Dicearco y a Menestas del Epiro —éste había entrado en Naupacto con un destacamento armado y había incitado a la defección—, así como a Aminandro y a los jefes de los atamanes, por cuyos consejos rompisteis con nosotros». Feneas, interrumpiendo casi al romano, [4] intervino para decir: «No nos hemos entregado a la esclavitud sino a tu protección, y estoy seguro de que incurres inadvertidamente en un error al exigirnos algo que no forma parte de los hábitos de comportamiento de los griegos». A esto replicó el cónsul: «Tampoco me preocupa ahora [5] mayormente, ¡por Hércules!, qué consideran los etolios que se hace de acuerdo con las costumbres de los griegos, siempre y cuando ejerza mi autoridad al uso romano sobre quienes acaban de rendirse por decisión propia después de haber sido vencidos con las armas; por consiguiente, si no [6] se cumple al instante lo que estoy ordenando, ahora mismo mandaré que os encadenen». Ordenó que se trajeran cadenas y que los lictores se situaran en torno a ellos. Entonces se quebró la arrogancia de Feneas y de los demás etolios y comprendieron por fin cuál era la situación en [7] que se encontraban, y Feneas declaró que él y los etolios presentes se daban cuenta, sin duda, de la necesidad de cumplir lo que se les exigía, pero que era necesaria una asamblea de los etolios para tomar una decisión así; para [8] ello solicitaba la concesión de diez días de tregua. Intervino Flaco en favor de los etolios, se les concedió la tregua y retornaron a Hípata. Cuando Feneas, en el consejo restringido de los que llaman apocletas, dio cuenta de las condiciones que se les imponían y de lo que a ellos mismos [9] había estado a punto de ocurrirles, los principales deploraron su situación, es cierto, pero sin embargo sostenían el criterio de que se debía obedecer al vencedor y convocar a una asamblea a los etolios de todas las ciudades.

[29] Pero cuando toda la multitud reunida escuchó aquel mismo informe se exasperaron los ánimos de tal forma por lo duro y humillante de la imposición que de haber estado en tiempos de paz podían haberse visto empujados a la [2] guerra en aquel arrebato de cólera. A la rabia se añadían por una parte la dificultad de cumplir lo exigido —en efecto, ¿cómo, en todo caso, podían ellos entregar al rey Aminandro?—, [3] y por otra la posibilidad que por suerte se había abierto, porque Nicandro, que precisamente entonces regresaba de junto al rey Antíoco colmó a la multitud con la vana esperanza de que se estaba preparando una [4] guerra de grandes proporciones por tierra y mar. Volviendo de Etolia una vez cumplida su misión, once días después de embarcar hizo escala en Fálara, en el golfo Malíaco. [5] Cuando, después de expedir desde allí a Lamia el dinero, se dirigía a Hípata con una escolta ligera por senderos conocidos, por la zona intermedia entre los campamentos macedonio y romano, a primera hora de la tarde se tropezó con un puesto de vigilancia macedonio y fue conducido a presencia del rey cuando aún no había terminado de comer. Cuando se anunció su llegada, Filipo, reaccionando [6] como si fuera un huésped y no un enemigo quien llegaba, lo invitó a sentarse a la mesa y participar de la comida, y más tarde despidió a los demás y lo retuvo a él solo; [7] le aseguró personalmente que no tenía nada que temer de él, y echó la culpa a las descaminadas decisiones de los [8] etolios, que siempre se volvían contra ellos mismos, los cuales habían llevado a Grecia primero a los romanos y después a Antíoco; pero él se olvidaba del pasado, que [9] es más fácil de criticar que de cambiar, y no pensaba reaccionar ensañándose en su desgracia; también los etolios [10] debían deponer por fin sus odios contra él, y particularmente Nicandro debía acordarse del día en que él lo había salvado. A continuación le asignó una escolta para que [11] lo acompañara hasta que no corriera peligro, y Nicandro se presentó en Hípata cuando se estaba deliberando acerca de la paz con los romanos.

Naupacto, Mesene, Zacinto

Después de poner en venta o dejar a [30] los soldados el botín cogido en torno a Heraclea, Manio Acilio, enterado de que en Hípata no había planes de paz y de que los etolios se habían concentrado en Naupacto para resistir desde allí todo el peso de la guerra, envió a Apio Claudio por delante con cuatro mil [2] hombres para ocupar las cumbres en los puntos donde los pasos montañosos eran difíciles; él subió al Eta y ofreció [3] un sacrificio a Hércules en un paraje llamado Pira64 debido a que allí tuvo lugar la cremación del cuerpo mortal de este dios. A continuación se puso en camino con todo el ejército e hizo el resto del trayecto con una marcha bastante [4] expedita. Al llegar al Córace, un monte muy alto situado entre Calípolis y Naupacto, muchas acémilas de la reata se despeñaron con sus cargas y los hombres sufrieron [5] mucho. Resultaba evidente que era muy torpe el enemigo con el que tenían que vérselas, pues no había bloqueado con ningún destacamento armado una travesía tan [6] llena de obstáculos, para cortar el paso. Entonces, aun con el ejército maltrecho, descendió hacia Naupacto, estableció un fuerte frente a la ciudadela y rodeó el resto de la ciudad distribuyendo sus tropas de acuerdo con la situación de las murallas. Y este asedio requirió tantas obras y esfuerzos como el de Heraclea.

[31] Al mismo tiempo comenzaron también los aqueos el asedio de Mesene, en el Peloponeso, porque se negaba a [2] pertenecer a su confederación. Estaban fuera de la Liga Aquea dos ciudades, Mesene y Élide, alineadas con los etolios. [3] No obstante, los eleos, una vez expulsado Antíoco de Grecia, habían dado una respuesta bastante moderada a los emisarios de los aqueos: cuando se hubiera marchado [4] la guarnición del rey pensarían lo que debían hacer. Los mesenios habían despedido a los diputados sin una respuesta [5] y habían roto las hostilidades; pero, inquietos por su situación, como ya se había esparcido un ejército por su territorio pasándolo a fuego por doquier y veían que se instalaba un campamento cerca de la ciudad, mandaron emisarios a Cálcide, a Tito Quincio, el garante de su libertad, para hacerle saber que los mesenios estaban dispuestos a abrir sus puertas y entregar su ciudad a los romanos, [6] no a los aqueos. Después de oír a los emisarios, Quincio partió de Megalópolis inmediatamente y envió un mensajero al pretor de los aqueos Diófanes65 ordenándole que retirase al instante el ejército de Mesene y se reuniera con él. Diófanes obedeció la orden y, levantando el asedio, se [7] adelantó sin impedimenta al ejército y se encontró con Quincio cerca de Andania, pequeña población situada entre Megalópolis y Mesene. Cuando estaba explicando las razones [8] del asedio, Quincio lo reprendió en buen tono por haber intentado una operación tan importante sin su autorización y le dio orden de licenciar a su ejército y no perturbar la paz conseguida para bien de todos. A los mesenios les [9] mandó que llamasen a los exiliados y se integrasen en la Liga Aquea; si tenían algo sobre lo que quisieran presentar objeciones o exigir garantías para el futuro, que acudieran a él en Corinto. A Diófanes le pidió que convocara para [10] él, inmediatamente, una reunión de la Liga Aquea. En ella se quejó de la ocupación fraudulenta de la isla de Zacinto y pidió su devolución a los romanos. Zacinto había pertenecido [11] a Filipo, rey de Macedonia; se la había dado a Aminandro como compensación por permitir que pasara con su ejército por Atamania hacia la parte norte de Etolia, expedición con la que quebró la moral de los etolios empujándolos a pedir la paz. Aminandro puso a Filipo [12] de Megalópolis al frente de la isla; después, durante la guerra en que se alió con Antíoco contra los romanos, llamó al tal Filipo para responsabilidades bélicas y envió para sucederle a Hierocles de Agrigento.

Este último, después de que Antíoco huyó de las Termópilas [32] y Aminandro fue expulsado de Atamania por Filipo, por cuenta propia envió mensajeros a Diófanes, pretor de los aqueos, y por una suma convenida entregó la isla a los aqueos. A los romanos les parecía justo que la isla [2] fuese una recompensa de guerra para ellos, pues Manio Acilio y las legiones romanas no habían combatido en las Termópilas por Diófanes y los aqueos. Ante este argumento [3] Diófanes tan pronto se justificaba a sí mismo y a su pueblo como hacía una disertación sobre los aspectos legales [4] del hecho. Algunos aqueos aseveraban que ellos habían desaprobado aquella operación desde el principio y ahora recriminaban al pretor por su empecinamiento; a propuesta suya se acordó someter la cuestión a Tito Quincio. [5] Quincio era tan benévolo con los que cedían como inflexible con los que le hacían frente. Distendiendo el tono de voz y el semblante, dijo: «Si yo considerara que la posesión de la isla es provechosa para los aqueos, propondría al senado y al pueblo romano que os permitieran quedaros [6] con ella; pero veo que, lo mismo que la tortuga cuando se mete dentro de su caparazón está a cubierto de toda clase de golpes y cuando saca alguno de sus miembros está [7] sin defensa y débil lo que deja al descubierto, de la misma manera a vosotros, aqueos, encerrados por el mar por todas partes, os resulta fácil anexionar lo que queda dentro de los límites del Peloponeso y defenderlo después de la [8] anexión, pero en cuanto el afán de abarcar más y más os lleva a salir de esos límites, todo lo que queda fuera [9] está desprotegido y expuesto a todos los golpes». Con el consentimiento de toda la asamblea, y sin que Diófanes se atreviera a insistir, Zacinto fue entregada a los romanos.

Conquistas de Filipo. Tregua para los etolios. Congreso aqueo en Egio

[33] Por la misma época, el rey Filipo preguntó al cónsul, que partía hacia Naupacto, si quería que él, mientras tanto, reconquistase las ciudades que habían abandonado [2] la alianza con Roma. Obtenida la autorización, avanzó con sus tropas hacia Demetríade, a sabiendas de la gran confusión que [3] allí reinaba. Sus habitantes, en efecto, perdida toda esperanza, viendo que habían sido abandonados por Antíoco y que no podían esperar nada de los etolios, estaban día y noche a la espera de la llegada de Filipo, su enemigo, o de los romanos, más temibles aún porque tenían más razones para estar irritados. Había en la ciudad una masa [4] desorganizada de hombres del rey; los pocos que habían quedado al principio en la guarnición, y otros, más numerosos, que habían llegado más tarde, sin armas la mayor parte, en la huida siguiente a la derrota, y no tenían ni fuerzas ni moral suficiente para soportar el asedio; por eso, [5] cuando Filipo les mandó los emisarios que dejaban entrever la esperanza de conseguir el perdón, respondieron que sus puertas estaban abiertas para el rey. En cuanto hizo [6] su entrada, algunos principales abandonaron la ciudad; Euríloco se suicidó. Los soldados de Antíoco, tal como se había convenido, fueron conducidos a Lisimaquia a través de Macedonia y Tracia escoltados por macedonios para que nadie los maltratara. Había también en Demetríade [7] algunas naves comandadas por Isidoro, y también se dejó que marcharan junto con su prefecto. A continuación Filipo recuperó Dolopia y Aperancia66 y algunas ciudades de Perrebia.

Mientras Filipo realizaba estas operaciones, Tito Quincio, [34] después de serle entregada Zacinto, se marchó de la asamblea aquea cruzando a Naupacto, cuyo asedio duraba [2] ya dos meses —la caída era inminente—, y en caso de ser tomada por asalto daba la impresión de que toda la nación etolia sería exterminada allí. Estaba resentido, y con razón, [3] contra los etolios, porque no había olvidado que habían sido los únicos en poner peros a su gloria cuando estaba liberando Grecia y habían sido insensibles a su autoridad cuando trató de disuadirlos de su desatinado proyecto advirtiéndoles que iba a ocurrir lo que precisamente ahora [4] estaba ocurriendo; ello no obstante, pensando que era misión suya especialísima evitar que fuera aniquilado por completo ninguno de los pueblos de la Grecia que él había libertado, comenzó a caminar por delante de las murallas [5] para que los etolios lo reconocieran sin dificultad. Enseguida fue identificado desde los puestos más avanzados, y se propagó por todas las filas la noticia de la presencia de Quincio. Así pues, corrieron hacia las murallas desde todas partes tendiendo todos las manos, y gritaban al unísono pronunciando el nombre de Quincio y le pedían que [6] acudiera en su ayuda y los salvara. Y lo cierto es que en esos momentos, a pesar de la impresión que le producirían estos gritos, hizo un gesto con la mano indicando que [7] él no podía hacer nada. Pero cuando llegó ante el cónsul dijo: «¿No te das cuenta de lo que está ocurriendo, Manio Acilio, o a pesar de verlo bastante claro consideras que no afecta mucho al planteamiento general?». Despertó [8] la curiosidad del cónsul, que preguntó: «¿Por qué no aclaras de qué se trata?». Quincio, entonces, dijo: «¿Es que no ves que después de haber derrotado a Antíoco estás malgastando el tiempo en el asedio de un par de ciudades cuando está a punto de finalizar el año de tu mandato? [9] En cambio Filipo, que no ha visto el ejército ni las enseñas del enemigo, se ha anexionado ya no sólo ciudades sino un gran número de pueblos: Atamania, Perrebia, Aperancia, Dolopia; y como recompensa por tu victoria, tú y tus hombres aún no tenéis dos ciudades, mientras que [10] Filipo es dueño de tantos pueblos de Grecia. Ahora bien, lo que nos interesa no es tanto que se debilite el poder y la fuerza de los etolios sino que Filipo no crezca de forma desmedida».

[35] El cónsul estaba de acuerdo con estas apreciaciones, pero su amor propio se resistía a la idea de levantar el asedio sin haber cumplido su objetivo; dejó, pues, todo el asunto en manos de Quincio. Éste se dirigió de nuevo [2] hacia aquella parte de la muralla donde poco antes habían dado los gritos los etolios. Allí le suplicaron con mayor insistencia que se compadeciera del pueblo etolio, y entonces les dijo que salieran algunos a reunirse con él. Inmediatamente [3] salieron el propio Feneas y otros dirigentes. Cuando éstos se echaron a sus pies, les dijo: «Vuestro infortunio me lleva a contener mi cólera y moderar mis palabras. Ha ocurrido lo que yo predije que iba a ocurrir, [4] y ni siquiera os queda el consuelo de que parezca que les ha ocurrido a quienes no se lo merecían; yo, sin embargo, predestinado, por decirlo así, para velar por la prosperidad de Grecia, no dejaré de hacer el bien incluso a quienes no lo agradecen. Enviad parlamentarios al cónsul para [5] solicitar una tregua lo bastante larga como para poder enviar embajadores a Roma por cuya mediación os entreguéis a la discreción del senado; yo os apoyaré ante el cónsul como intercesor y defensor». Actuaron según el criterio [6] de Quincio, y el cónsul no rechazó su embajada; tras concedérseles una tregua hasta una determinada fecha en la que pudiese estar de vuelta de Roma una delegación con la respuesta, se levantó el asedio y se envió el ejército a la Fócide.

Roma: embajadas, juegos, templos, prodigios

El cónsul, acompañado por Tito Quincio, se trasladó [7] por mar a Egio, a la asamblea aquea. En ella se trató la cuestión de los eleos y de la repatriación de los exiliados lacedemonios. No se llegó a una conclusión en ninguno de los dos temas, porque los aqueos quisieron reservarse el caso de los exiliados para ganar crédito ellos, y los eleos prefirieron entrar en la Liga Aquea por iniciativa propia antes que por mediación de los romanos. Acudieron al [8] cónsul unos diputados de los epirotas; había constancia de que éstos no habían sido totalmente leales al tratado de amistad; sin embargo, no habían proporcionado a Antíoco ningún soldado; se les acusaba de haberle ayudado económicamente, y ni siquiera ellos mismos negaban haber enviado [9] embajadores al rey. A su petición de que se les permitiera mantener las antiguas relaciones de amistad, el cónsul contestó que aún no sabía si considerarlos enemigos [10] o sometidos; el senado juzgaría sobre ese particular; él remitía íntegramente su caso a Roma, por lo cual les [11] concedía una tregua de noventa días. Los epirotas enviados a Roma se dirigieron al senado. Como en lugar de responder a los cargos que había contra ellos lo que hacían era referirse a los actos de hostilidad que no habían cometido, se les dio una respuesta que pudiera interpretarse como que habían sido perdonados, [12] no que hubieran demostrado su inocencia. También fueron presentados ante el senado, por la misma época, unos enviados del rey Filipo que se congratularon por la victoria. Solicitaron que se les permitiera ofrecer un sacrificio en el Capitolio y depositar un presente de oro en el templo de Júpiter Óptimo Máximo, y el senado dio su autorización. Depositaron una corona de oro de cien libras. [13] Aparte de dar una respuesta amistosa a los enviados del rey, también les fue entregado el hijo de Filipo, Demetrio, que estaba en Roma en calidad de rehén, para que [14] lo llevaran a su padre. Así concluyó la guerra que llevó a cabo en Grecia el cónsul Manio Acilio contra el rey Antíoco.

[36] El otro cónsul, Publio Cornelio Escipión, al que había correspondido en el sorteo la provincia de la Galia, antes de partir para la guerra que había que sostener contra los boyos, solicitó al senado una asignación presupuestaria para los juegos que había prometido con voto en el momento más crítico de una batalla cuando estaba como pretor en Hispania67. Se estimó que pedía algo inhabitual e injustificado, [2] así que se decidió que la celebración de unos juegos prometidos ateniéndose exclusivamente a su propio criterio y sin consultar al senado, se financiara con el producto de la venta del botín, si se había reservado algún dinero para ese fin, o bien corriendo con los gastos él mismo. Publio Cornelio celebró estos juegos durante diez días. Aproximadamente por la misma época68 tuvo lugar la [3] dedicación del templo de la Gran Madre, la diosa traída de Asia a la que precisamente Publio Cornelio había acompañado desde la costa hasta el Palatino durante el consulado de Publio Cornelio Escipión —el que después recibió el sobrenombre de Africano— y de Publio Licinío. La [4] construcción del templo, en virtud de un decreto del senado, había sido adjudicada por los censores Marco Livio y Gayo Claudio durante el consulado de Marco Cornelio y Publio Sempronio69. Marco Junio Bruto lo dedicó trece años después de la adjudicación, y con motivo de su dedicación se celebraron unos juegos que según sostiene Valerio Anciate fueron los primeros juegos escénicos denominados Megalesios. Asimismo, el duúnviro70 Gayo Licinio [5] Luculo dedicó el templo de la Juventud en el Circo Máximo. Lo había prometido con voto hacía dieciséis años el [6] cónsul Marco Livio el día en que aniquiló a Asdrúbal y su ejército71; fue también él quien, siendo censor, adjudicó su construcción durante el consulado de Marco Cornelio [7] y Publio Sempronio. También con motivo de esta dedicación se celebraron unos juegos, realizándose todo con una religiosidad tanto mayor cuanto que era inminente la nueva guerra contra Antíoco.

[37] A comienzos del año en que tenían lugar estos acontecimientos, y cuando ya Manio Acilio había partido para el frente y permanecía aún en Roma el cónsul Publio Cornelio, [2] cuenta la tradición que subieron por las escaleras hasta el tejado de un edificio dos bueyes domésticos en las Carinas72. Los arúspices prescribieron que fueran quemados [3] vivos y sus cenizas arrojadas al Tíber. Se tuvo noticia de que había llovido piedra varias veces en Tarracina y en Amiterno, que habían sido alcanzados por rayos el templo de Júpiter y las tiendas de los alrededores del foro en Menturnas, y que en Volturno, en la desembocadura del río, habían ardido dos naves alcanzadas por un [4] rayo. Con motivo de estos portentos los decénviros73 fueron a consultar los Libros Sibilinos, por decisión del senado, y volvieron diciendo que era preciso instituir un ayuno en honor de Ceres que debía ser guardado cada cinco [5] años74; que se celebrase un novenario sagrado y un día de rogativa; que se hiciese la rogativa tocados con coronas, y que el cónsul Publio Cornelio ofreciese un sacrificio a los dioses con las víctimas que indicasen los decénviros. [6] Una vez aplacados los dioses con el cumplimiento ritual de lo prometido con voto y también con la expiación de los portentos, el cónsul partió hacia su provincia y ordenó al procónsul Gneo Domicio que marchase a Roma desde allí después de licenciar su ejército; él entró en el territorio de los boyos al frente de sus legiones.

La guerra en el Norte. Discutido triunfo de Escipión Nasica

En torno a las mismas fechas, los [38] lígures, después de reunir un ejército recurriendo a una ley sagrada, atacaron el campamento del procónsul Quinto Minucio75 de noche y por sorpresa. Minucio [2] mantuvo a sus hombres hasta el amanecer formados dentro del recinto vallado, atento a que el enemigo no traspasara la línea defensiva por ninguna parte. Al despuntar [3] el día salió de improviso por dos puertas a la vez. Pero, contrariamente a lo que esperaba, los lígures no fueron rechazados a la primera carga y mantuvieron indeciso el combate durante más de dos horas; por fin, como salían [4] tropas sucesivamente y los hombres de refresco relevaban en el combate a los que estaban agotados, los lígures, extenuados entre otras cosas por la falta de sueño, acabaron por volver la espalda. Murieron más de cuatro mil enemigos, y menos de trescientos entre romanos y aliados. Un par de meses más tarde el cónsul Publio Cornelio se [5] enfrentó con éxito a un ejército de boyos en una batalla regular. Valerio Anciate refiere que fueron veintiocho mil [6] los enemigos muertos y tres mil cuatrocientos los prisioneros, que se capturaron ciento veinticuatro enseñas militares, mil doscientos treinta caballos y doscientos cuarenta y siete carros de combate, y que los vencedores tuvieron mil cuatrocientas ochenta y cuatro bajas. Aunque se trata [7] de un historiador poco fiable en las cifras, porque no hay nadie más propenso a exagerarlas, con todo, se deduce de ello con claridad que la victoria fue importante, ya que fue tomado el campamento y se rindieron los boyos inmediatamente después de aquella batalla, y por otra parte el senado decretó una acción de gracias y se inmolaron víctimas adultas con motivo de esta victoria.

[39] Por las mismas fechas, Marco Fulvio Nobílior, de regreso de la Hispania ulterior, hizo su entrada en Roma [2] recibiendo los honores de la ovación. Trajo consigo doce mil libras de plata, ciento treinta mil monedas de plata acuñadas con la biga, y ciento veintisiete libras de oro.

[3] El cónsul Publio Cornelio cogió rehenes del pueblo boyo y confiscó casi la mitad de su territorio con el objeto de que el pueblo romano pudiera, si quería, fundar colonias [4] allí. Después, al marchar a Roma con la perspectiva de un triunfo seguro, licenció al ejército con órdenes de [5] estar en Roma el día del triunfo. Al día siguiente de su llegada convocó personalmente al senado en el templo de Belona y después de presentar un informe acerca de las operaciones que había llevado a cabo solicitó autorización [6] para entrar en triunfo en Roma. El tribuno de la plebe Publio Sempronio Bleso opinaba que no se le debía negar a Escipión el honor del triunfo, pero que debía ser aplazado; las guerras contra los lígures, según él, siempre habían ido a la par con las de los galos; estos pueblos se ayudaban [7] mutuamente, dada su proximidad; si después de derrotar a los boyos en el campo de batalla el propio Publio Escipión hubiese pasado con su ejército victorioso al territorio de los lígures o hubiese enviado parte de sus tropas a Quinto Minucio, retenido allí por tercer año ya por una guerra incierta, habría podido resolver la guerra contra los lígures. [8] En cambio, para hacer más concurrido su triunfo, había retirado a unos soldados que habrían podido prestar un brillante servicio al Estado y aún podían hacerlo si el senado quería aplazar el triunfo y reiniciar lo que, con las prisas del triunfo, había quedado por hacer. Debía ordenar [9] al cónsul que regresara a su provincia con sus legiones y colaborase para someter a los lígures. Si no se sometía a éstos al poder y la voluntad del pueblo romano, tampoco los boyos se mantendrían tranquilos; era obligado estar en paz o en guerra en ambos frentes. Una vez derrotados por [10] completo los lígures, dentro de pocos meses, siendo procónsul, celebraría su triunfo Publio Cornelio, siguiendo el ejemplo de tantos otros que no habían triunfado durante su magistratura.

A esto replicó el cónsul que a él no le había tocado [40] en suerte la provincia de los lígures, ni él había hecho la guerra contra los lígures, ni solicitaba el triunfo sobre ellos; Confiaba plenamente en que sin tardar mucho los iba a [2] someter Quinto Minucio, que luego solicitaría un triunfo merecido y lo obtendría. Él pedía el triunfo sobre los [3] galos boyos, a los que había vencido en el campo de batalla, les había arrebatado el campamento, había recibido la sumisión de toda su nación a los dos días de la batalla, y había cogido rehenes entre ellos como garantía de paz [4] para el futuro. Pero había en realidad algo mucho más [4] importante, y era el hecho de que ningún general antes que él había combatido contra tantos galos como él había matado en el campo de batalla; al menos contra tantos millares de boyos, seguro. De cincuenta mil enemigos se [5] había dado muerte a más de la mitad y se había cogido prisioneros a muchos millares; de los boyos no quedaban más que los ancianos y los niños. ¿A quién podía extrañar, [6] por consiguiente, que un ejército victorioso que no había dejado ni un enemigo en su provincia, hubiera venido a Roma a celebrar el triunfo de su cónsul? Si el senado [7] quería utilizar los servicios de esos soldados en otra provincia, ¿cómo creía que iban a estar más dispuestos a arrostrar otros peligros y nuevas fatigas, en definitiva, si se les hacía efectiva sin reservas la recompensa por sus riesgos y fatigas anteriores, o si se les mandaba marchar llevándose esperanzas en vez de realidades cuando ya se había frustrado [8] su primera esperanza? Porque, en lo que a él concernía, había alcanzado gloria suficiente para toda su vida el día en que el senado lo había enviado a recibir a la Madre del Ida por considerarlo el mejor de los ciudadanos. [9] Con este título, incluso sin el añadido del consulado y el triunfo, el retrato de Publio Escipión Nasica iba a [10] ser suficientemente respetable y respetado. El senado en pleno no sólo estuvo de acuerdo en decretar el triunfo sino que indujo, con su autoridad, al tribuno de la plebe a retirar [11] el veto. Publio Cornelio celebró el triunfo sobre los boyos siendo cónsul. En aquel desfile triunfal llevó armas, enseñas y toda clase de despojos en carros galos, así como vasos galos de bronce, y además de los prisioneros nobles hizo desfilar también el tropel de caballos capturados. [12] Llevó mil cuatrocientos setenta y un collares de oro, y además doscientas cuarenta y siete libras de oro, dos mil trescientas cuarenta libras de plata sin labrar o labradas en vasos galos, trabajados a tenor de su arte no carente de oficio, y doscientas treinta y cuatro mil monedas de [13] plata acuñadas con la biga. Entre los soldados que escoltaron su carro repartió ciento veinticinco ases por cabeza, doble cantidad a cada centurión y triple a cada jinete. [14] Al día siguiente convocó una asamblea, se extendió hablando de sus hazañas y de la injusta pretensión del tribuno de implicarlo en una guerra que era de otro para privarlo del fruto de una victoria que era suya, y después licenció a sus tropas y les mandó marchar.

Oriente: la guerra en el mar. Batalla de Córico

Mientras en Roma tenían lugar estos [41] acontecimientos, Antíoco, en Éfeso, estaba muy tranquilo con respecto a la guerra con Roma, dando por hecho que los romanos no pasarían a Asia. Una buena parte de sus amigos, por error o por adularlo, alimentaba esta seguridad. Únicamente Aníbal, cuyo ascendiente ante [2] el rey estaba en aquel momento en su punto más alto, afirmaba estar más sorprendido de que los romanos no estuvieran ya en Asia que dudoso acerca de que fueran a venir; era más corta la travesía desde Grecia a Asia que desde [3] Italia a Grecia, y Antíoco era una razón mucho más importante que los etolios; el potencial militar de los romanos era tan grande por mar como por tierra. Desde hacía [4] ya tiempo su flota se encontraba en las proximidades de Malea; él había oído que recientemente habían llegado de Italia nuevas naves y un nuevo almirante para dirigir las operaciones; así pues, que Antíoco dejara de forjarse una [5] paz basada en vanas esperanzas; en Asia, y por Asia misma, tendría que luchar en breve contra los romanos, y habría que quitarles su imperio a quienes tenían puestas sus miras en el orbe entero, o él tendría que quedarse sin su propio reino. Al parecer, era el único que preveía y predecía [6] fielmente la verdad. Por consiguiente, el propio rey, con las naves que estaban preparadas y equipadas, se dirigió al Quersoneso para reforzar aquella zona por si los romanos llegaban por tierra. Dio orden a Polixénidas de [7] alistar y botar el resto de la flota, y mandó las naves exploradoras a hacer un reconocimiento completo en torno a las islas.

Gayo Livio, el prefecto de la flota romana, salió de [42] Roma con cincuenta naves cubiertas en dirección a Nápoles, donde había ordenado a los aliados de la costa que concentraran las naves descubiertas que debían de acuerdo [2] con el tratado. Desde allí salió rumbo a Sicilia. Cuando había dejado atrás el estrecho de Mesina recibió seis naves púnicas enviadas como refuerzo, reclamó a los reginos, los locrenses y los aliados del mismo estatuto las naves a que estaban obligados, pasó revista a la flota frente a Lacinio76 [3] y puso rumbo a mar abierto. Llegó a Corcira, la primera ciudad de Grecia donde abordó; se informó acerca de la marcha de la guerra —pues la paz no estaba aún asentada por completo en Grecia— y del paradero de la [4] flota romana, y cuando se enteró de que el cónsul y el rey habían tomado posiciones cerca del desfiladero de las Termópilas y de que la flota estaba fondeada en el Pireo, pensó que había todos los motivos para darse prisa y siguió [5] adelante costeando el Peloponeso. Sobre la marcha arrasó Same77 y Zacinto porque habían preferido pasarse al bando de los etolios, puso rumbo a Malea, y disfrutando de una travesía favorable llegó en pocos días al Pireo, [6] junto a la antigua flota. Cerca de Escileo salió a su encuentro con tres navíos el rey Éumenes; había permanecido largo tiempo en Egina dudando entre volver para defender su reino —pues oía decir que Antíoco estaba preparando fuerzas navales y terrestres en Éfeso— o no separarse ni un ápice de los romanos, de cuya suerte dependía [7] la suya. Aulo Atilio entregó a su sucesor veinticinco naves provistas de cubierta y partió hacia Roma desde el Pireo. [8] Livio hizo la travesía hasta Delos con ochenta y una naves cubiertas y muchas otras de menor tamaño, unas descubiertas y con espolón y otras de reconocimiento sin espolón.

Aproximadamente por la misma época asediaba Naupacto [43] el cónsul Acilio. Los vientos contrarios retuvieron a Livio durante varios días en Delos, pues entre las Cícladas, separadas unas de otras por lenguas de mar más o menos anchas hay una zona muy batida por los vientos. Polixénidas, informado por las naves de reconocimiento [2] dispuestas al efecto de que la flota romana estaba fondeada en Delos, envió mensajeros al rey. Dejó éste lo que [3] estaba haciendo en el Helesponto, regresó a Éfeso tan aprisa como pudo con las naves de espolón y celebró inmediatamente un consejo para decidir si se debía afrontar el riesgo de un combate naval. Polixénidas opinaba que no había [4] tiempo que perder, y que en todo caso era preciso combatir antes de que la flota de Éumenes y los navíos rodios se unieran con los romanos; de esta forma serían apenas [5] inferiores en número y superiores en todo lo demás, tanto por la velocidad de las naves como por la diversidad de tropas auxiliares; las naves romanas, en efecto, rudimentariamente [6] construidas, no tenían facilidad de maniobra, aparte de que, como venían a un país enemigo, llegaban cargadas de suministros, y en cambio las propias, como dejaban [7] en torno suyo enteramente pacificada la zona, no transportarían nada más que soldados y armas; contarían además con la gran ventaja de su conocimiento del mar, de las costas y de los vientos, factores todos estos que crearían problemas a los enemigos por su desconocimiento. El autor del plan, que además era quien iba a ponerlo [8] en práctica, convenció a todos. Se emplearon dos días en los preparativos; al tercero partieron con cien naves, setenta de las cuales eran cubiertas y las demás descubiertas, todas de tamaño menor, y pusieron rumbo a Focea. De [9] allí, el rey, enterado de que la flota romana se estaba acercando ya, como no tenía intención de tomar parte en el combate naval se retiró a Magnesia78, que está situada al pie del Sípilo, con el fin de reunir tropas de tierra; [10] la flota se dirigió a Cisunte79, puerto de Eritras, en la idea de que estaría mejor allí para esperar al enemigo. [11] En cuanto amainó el aquilón, pues había soplado durante varios días ininterrumpidamente, los romanos partieron de Delos en dirección a Fanas80, puerto de Quíos abierto al mar Egeo; desde allí dirigieron las naves hacia la ciudad [12] y después de aprovisionarse cruzaron a Focea. Éumenes marchó a su flota, a Elea, y pocos días más tarde, con veinticuatro naves cubiertas y un número algo superior de ellas descubiertas regresó a Focea junto a los romanos, que se estaban preparando y equipando para el combate naval. [13] Partieron de allí con ciento quince naves cubiertas y unas cincuenta descubiertas. Al principio, los aquilones los empujaban de costado en dirección a tierra, y se veían obligados a navegar en estrecha fila, casi nave tras nave; luego, cuando amainó un tanto la fuerza del viento, trataron de llegar al puerto de Córico, situado al norte de Cisunte.

[44] Cuando Polixénidas recibió la noticia de que se estaba acercando el enemigo, se alegró de tener oportunidad de combatir, desplegó su ala izquierda hacia mar abierto, ordenó a los capitanes de navío que desplegaran el ala derecha hacia tierra y marchó al combate con un frente en [2] línea. Cuando el romano advirtió esta maniobra arrió las velas y bajó los mástiles al tiempo que recogía los aparejos y esperaba a las naves que venían detrás. Cuando hubo [3] ya un frente de unas treinta, para equilibrar con ellas el ala izquierda izó las velas de proa81 y avanzó mar adentro ordenando a los que iban detrás que alinearan las proas frente al flanco derecho cerca de tierra. Éumenes cerraba [4] la formación, pero cuando comenzó el ajetreo de recoger los aparejos también él puso las naves a la mayor velocidad posible. Estaban ya a la vista de todos. Dos navíos [5] cartagineses iban delante de la flota romana, y Ies salieron al paso tres navíos del rey. Dada la desigualdad numérica, [6] dos naves reales flanquearon a una de ellas; primero barrieron los remos por ambos costados, y luego la abordaron los combatientes, que capturaron la nave después de arrojar al agua o dar muerte a sus defensores. La otra [7] nave, que había ido al choque en igualdad, al ver que la primera había sido capturada, antes de verse rodeada por tres a la vez retrocedió buscando refugio entre la flota. Encendido de cólera, Livio avanzó contra el enemigo con [8] la nave pretoria. Las dos que habían rodeado a una de las cartaginesas se lanzaron contra ésta esperando el mismo resultado; él ordenó a los remeros que hundieran los remos en el agua para estabilizar la nave, que lanzaran los garfios de hierro sobre las naves enemigas que se acercaban, y que, en cuanto hubieran convertido la lucha en [9] algo semejante a un combate a pie, se acordaron del valor de los romanos y no considerasen hombres a los esclavos del rey. En esta ocasión una nave sola abordó y capturó dos mucho más fácilmente que antes las dos a una sola. [10] Ya se había producido también el choque entre las flotas en toda la línea, y se combatía en todas partes con las [11] naves entremezcladas. Éumenes llegó cuando ya se había iniciado la batalla; en cuanto advirtió que Livio había desorganizado el flanco izquierdo enemigo, atacó a su vez el flanco derecho, donde la lucha estaba equilibrada.

[45] Y así, no mucho después se inició la huida, primero desde el flanco izquierdo. En efecto, cuando Polixénidas vio que los soldados enemigos eran claramente superiores en valor, izó las velas de proa y emprendió una huida en desbandada; muy pronto hicieron también otro tanto los que habían trabado combate contra Éumenes cerca de tierra. [2] Los romanos y Éumenes los persiguieron con gran tenacidad mientras los remeros pudieron aguantar y mantuvieron [3] esperanzas de castigar su retaguardia. Cuando vieron que los vanos intentos de sus naves cargadas con los suministros eran burlados por la velocidad de las otras, dada su ligereza, acabaron por desistir después de capturar trece naves con sus soldados y remeros y de hundir una [4] decena. De la flota romana se perdió únicamente la nave cartaginesa que habían cogido en medio otras dos al principio de la batalla. Polixénidas no cesó en su huida hasta [5] el puerto de Éfeso. Los romanos se quedaron aquel día en el lugar de donde había partido la flota real, y al día siguiente intentaron la persecución del enemigo. Aproximadamente a mitad del recorrido salieron a su encuentro veinticinco naves rodias provistas de cubierta con el prefecto [6] de la flota Pausístrato. Las unieron a las suyas, persiguieron al enemigo hasta Éfeso y se alinearon frente a la bocana del puerto en formación de combate. Tras obligar a los enemigos a reconocer claramente su derrota, enviaron [7] a casa a los rodios y a Éumenes; rumbo a Quíos los romanos dejaron atrás primero el puerto de Fenicunte, en territorio de Eritrea82, echaron anclas por la noche, y al día siguiente pasaron a la isla, cerca de la ciudad misma83. Allí estuvieron detenidos unos cuantos días, más que nada para que repusieran fuerzas los remeros, e hicieron la travesía hasta Focea. Dejando allí cuatro quinquerremes como guarnición de la ciudad, la flota llegó a Canas84, y como ya se acercaba el invierno se sacaron las naves a tierra rodeándolas de un foso y una empalizada.

Roma: elecciones

A finales de año se celebraron en Roma los comicios en los que fueron elegidos cónsules85 Lucio Cornelio Escipión y Gayo Lelio, poniendo todos sus miras en el Africano para finalizar la guerra contra Antíoco. Al día siguiente fueron elegidos pretores Marco Tucio, Lucio Aurunculeyo, Gneo Fulvio, Lucio Emilio, Publio Junio y Gayo Atinio Labeón.

1 Los cónsules del año 191, elegidos ante la perspectiva de la inminente guerra contra Antíoco III (ver XXXV 24), pertenecían ambos al grupo de los Escipiones y habían sido ya candidatos para el año 192 (XXXV 10, 2 - 3).

2 Escipión Nasica, hijo de Escipión Calvo, el cónsul del año 222 que murió en Hispania en el año 212 (XXV 36, 13).

3 Plebeyo, partidario de los Escipiones, que siendo pretor había reprimido la revuelta de los esclavos en Etruria (ver XXXIII 36, 1 ss.).

4 Alistar (scribere) tratándose de ciudadanos, y exigir (imperare) en el caso de los aliados.

5 Flaminino, el cónsul del año 192 que acabará siendo excluido del senado por Catón (XXXIX 42, 5 ss.).

6 M. Bebio Tánfilo. Operaba en el Brucio y había recibido órdenes de embarcar sus tropas (XXXV 24, 3).

6bis La de Roma (praetura urbana) y la de extranjeros (praetura peregrina).

7 XXXV 41, 7. Dos legiones, más de veinte infantes y ochocientos jinetes aliados.

8 El cónsul del año 182, vencedor de Perseo en Pidna en el año 168.

9 Nobílior, según la opinión más común.

10 L. Valerio Tapón, plebeyo, con Sicilia como provincia durante su pretura del año 192.

11 Desde el sureste (cabo Paquino) hasta la costa norte (ciudad de Tíndaris) de Sicilia.

12 Gayo Atilio Serrano, pretor en los años 192 y 173, cónsul en el año 170.

13 Es decir, los que habían accedido al cargo de cónsul, pretor o edil curul pero no habían formado parte del senado en censos anteriores y hasta la próxima lectio senatus no serían miembros de pleno derecho.

14 Éstos podían hablar en el senado durante el año de ejercicio de su cargo.

15 Sobre estas colonias puede verse J. BRISCOE, A Commentary on Livy, books XXXIV-XXXVII, Oxford, 1981, pág. 222.

16 Compárese la lista con XXVII 38, 4. Castro Nuevo parece ser el de Etruria, al sur de Civitavecchia. Pirgos es el puerto de Caere.

17 Cf. XXXV 34, 5 ss.

18 Véase XXXV 37, 4 ss. y XXXV 50 s.

18bis Numeral recogido en algunos mss.

19 Sin embargo, infra en 42, 2 se mencionan seis naves púnicas.

20 Cf. XXXIII 27, 5 ss.

21 Cf. XXXIII 29.

22 Cf. XXXV 50 s.

23 Cf. XXXV 46, 5.

24 Cf. XXXV 48, 8-9.

25 Véase XXXV 51, 7 ss.

26 La población estaba situada en el norte del Epiro cerca de Apolonia.

27 Posiblemente, el strategós de los años 181/180.

28 Perteneciente a la Pelagóstide, estaba al suroeste de Larisa, a unos veinte kilómetros.

29 Situada al norte de Larisa cerca del Peneo.

30 Al oeste de Larisa.

31 Población y territorio de la Estiótide, al este de Metrópolis.

32 En realidad a unos cuatro Km.

33 Traducción de profectus, omitido en el texto.

34 En un principio Estrato había pertenecido a Acarnania, pero había sido transferida a los etolios en el reparto entre éstos y Alejandro, el hijo de Pirro (POLIBIO, II 45 y IX 34).

35 En la Etolia meridional, al oeste de Naupacto.

36 No hay otras referencias sobre éste.

37 Ambas en la Acarnania septentrional, Tirreo a pocos Km. al noroeste de Medión.

38 Probablemente Postumio Albino, el que sería pretor en el año 185, cónsul en el 180 y censor en el 174.

39 Cerca del Peneo, al norte.

40 En Perrebia junto al Titaresio, afluente del Peneo.

41 No hay otras referencias que aclaren su localización.

42 Al este de Trica, en la margen derecha del Peneo.

42bis Sobre el carácter de Filipo, ver XXXII 34, 3.

43 Entre Fársalo y Táumacos, aunque hay dudas sobre su identificación.

44 Hípata, que formó parte de la Liga Etolia, estaba situada sobre el valle del Esperqueo.

45 Sobre la topografía de las Termópilas puede verse W. K. PRICHETT, Studies in Ancient Greek Topography, Berkeley, 1965, 1, págs. 715 ss.

46 Optamos por la variante Leucade en lugar de Leucate.

47 Aquí Eta se refiere a la cadena montañosa del oeste de las Termópilas. En otros casos aparece referida a la montaña situada al oeste del Asopo.

48 Parte de la cadena, entre el Asopo y las Termópilas.

49 Como es sabido, la anchura del paso entre la montaña y el mar fue aumentando debido a los arrastres del Esperqueo. Heródoto (VII 176) alude a una anchura bastante más reducida.

50 Puertas, en griego.

51 Situada a unos ocho Km. de las Termópilas, al oeste. Fundada en el año 426. En 22, 5 se dan detalles sobre su emplazamiento.

52 En el Áoo, en el año 198 (XXXII 11-12).

53 Habían sido cónsules en el año 195, y serían censores en el 184.

54 Referido aquí a lo que es hoy el Golfo Pérsico, entendido entonces como límite del mundo habitado.

55 Cf. la descripción de XXXII 17, 13 (y POLIBIO, XVIII 19, 2).

56 Porque tenía un templo en Itón.

57 El cabo situado en el extremo noroccidental de Eubea (Cabo Lithada).

58 Al sureste de Andros.

59 El puerto de Tespias, en Beocia.

60 Uno de los miembros originarios de la Liga Aquea.

61 Puerto salentino (Otranto).

62 Bruto, el pretor urbano, que cumple determinadas funciones cuando están ausentes los cónsules.

63 Al sureste de la ciudad.

64 Al noreste del Eta.

65 Strategós en 192/191.

66 Situada en la Etolia septentrional al suroeste de Dolopia.

67 En el año 193, cuando en realidad era propretor (XXXV 1, 5 ss.).

68 Sobre los problemas que presentan las fechas aquí implicadas véase J. BRISCOE, o.c., págs. 274 s.

69 En el año 204 (XXIX 37, 2).

70 Duumuir aedi dedicandae.

71 En el año 207.

72 Barrio residencial aristocrático al menos en época imperial, situado en la zona sur del Esquilino.

73 Decemuiri sacris faciundis. En 367 habían pasado de dos a diez, abriéndose a los plebeyos el acceso al cargo.

74 Es la primera mención que aparece en Livio de un rito como el ayuno. Más adelante la celebración se hizo anual.

75 Termo, el cónsul del año 193.

76 Promontorio del Brucio, cerca de Crotona, a la entrada del golfo de Tarento.

77 Same es el nombre antiguo de Cefalania. Según algunos es el nombre de una de las ciudades de la isla.

78 Conocida como Magnesia del Sípilo (Manisa, al este de Focea) para distinguirla de la Magnesia del Meandro, de Caria.

79 No parece que se pueda establecer con certeza su localización. Al sur, según deduce del párrafo 13. Eritras, en la parte septentrional de la península de Cesme.

80 Cabo de la isla de Quíos, al sur (Cabo Mastiko).

81 El término latino, dolon, designa una pequeña vela que se iza en proa sobre un mástil inclinado (una especie de bauprés elevado) para conseguir mayor velocidad en una situación de emergencia.

82 En el lado occidental de la península.

83 Quíos, en el centro de la costa este de la isla homónima.

84 Situada a pocos Km. de Elea, al este.

85 Para el año 190.

Historia de Roma desde su fundación. Libros XXXVI-XL

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