Читать книгу Historia de Roma desde su fundación. Libros XXI-XXV - Tito Livio - Страница 6
LIBRO XXI SINOPSIS
ОглавлениеPreámbulo a la Segunda Guerra Púnica. Sus orígenes (1 -3 ).
Retrato de Aníbal (4 ).
Caps. 5-20: SAGUNTO .
Pasos previos al ataque de Sagunto. Embajadas saguntina y romana (5 -6 ).
Ataque a Sagunto. Aníbal herido. Brecha en la muralla (7 -8 ).
La embajada romana, no recibida por Aníbal, se dirige al senado cartaginés (9 -10 ).
Nueva ofensiva sobre Sagunto. Ataque a la ciudadela (11 -12 , 3 ).
Tentativa de paz de Alcón y Alorco (12 , 3 -13 ).
Toma de Sagunto: exterminio (14 -15 ).
Reacciones en Roma; preparativos para la guerra (16 -17 ).
Embajada romana a Cartago, Hispania y la Galia, con poco éxito (18 -20 ).
Caps. 21-38: MARCHA DE ANÍBAL HASTA ITALIA .
Aníbal prepara e inicia la marcha por tierra hacia Italia. El sueño de Aníbal (21 -22 ).
Travesía de los Pirineos. Inquietud en la Galia al paso de Aníbal (23 -24 ).
Levantamientos antirromanos en el norte de Italia. Llegada de Aníbal al Ródano (25 -26 ).
Aníbal cruza el Ródano. Cambate de caballería (27 -29 ).
Arenga de Aníbal al iniciar la marcha hacia los Alpes (30 -31 ).
El cónsul Cornelio pasa a Génova a esperar a Aníbal, que tiene dificultades en el ascenso a los Alpes (32 -34 ).
El paso por la cumbre de los Alpes (35 -36 ).
El descenso de los Alpes (37 -38 ).
Caps. 39-46: TESINO .
Preámbulos a la batalla del Tesino: los ejércitos, los generales (39 ).
Aníbal convierte a los prisioneros en soldados suyos (42 ).
Movimientos previos: batalla del Tesino (45 -46 ).
Caps. 47-56: TREBIA .
Movimientos de tropas en torno a Placencia y luego al Trebia (47 -48 ).
La guerra por mar. El cónsul Sempronio se dirige al Trebia (49 -51 ).
Disparidad de criterios tácticos entre los dos cónsules (52 -53 ).
Aníbal tiende una emboscada (54 ).
Caps. 57-63: OTRAS ACCIONES BÉLICAS .
Roma: alarma, elecciones consulares. La acción en Placencia y Victúmulas. Marcha de Aníbal a Etruria (57 -58 ).
Batalla cerca de Placencia (59 ).
Hispania: operaciones bélicas de Escipión, Hannón y Asdrúbal (60 -61 ).
Roma: prodigios. Controvertida toma de posesión del consulado por Flaminio. Marcha del ejército a Etruria (62 -63 ).
Preámbulo a la Segunda Guerra Púnica. Sus orígenes
En este punto de mi obra tengo derecho [ 1 ] a decir por adelantado lo que muchos historiadores manifiestan en los inicios del conjunto de la suya: que voy a narrar por escrito la guerra más memorable de cuantas se llevaron jamás a cabo, la que hicieron los cartagineses, capitaneados por Aníbal, contra el pueblo romano. En efecto, no hubo otras naciones o pueblos más [2] dotados de recursos que midieran sus armas, ni estos mismos contaron en ningún otro momento con tantos efectivos y tantas fuerzas; se confrontaban, además, unas artes bélicas que no les eran recíprocamente desconocidas, sino que las habían experimentado ya en la Primera Guerra Púnica, y la suerte de la guerra tuvo tantas alternativas y su resultado final fue tan incierto que corrieron mayor peligro los que vencieron. Fue casi mayor, incluso, el encono [3] que las fuerzas con que se enfrentaron, llenos de indignación los romanos porque los vencidos tomaban la iniciativa bélica en contra de los vencedores, y los cartagineses porque a su entender se había ejercido sobre los vencidos un dominio tiránico y cicatero. Se cuenta 1 , por otra parte, [4] que Aníbal, cuando tenía nueve años, al pedir a su padre Amílcar, entre carantoñas infantiles, que lo llevase a Hispania, en el momento en que estaba ofreciendo un sacrificio con la intención de pasar allí a su ejército una vez finalizada la guerra de África 2 , fue acercado al altar y con la mano puesta sobre la víctima obligado a jurar que tan pronto como pudiera se convertiría en enemigo del pueblo [5] romano 3 . La pérdida de Sicilia y Cerdeña traía a mal traer a aquel hombre de gran espíritu, pues en su opinión se había entregado Sicilia al dar por perdida la situación de forma demasiado precipitada, y en cuanto a Cerdeña, los romanos se habían apoderado de ella a traición durante la rebelión de África, imponiéndole encima un nuevo tributo 4 .
[ 2 ] Torturado por estos sentimientos, durante la guerra de África que tuvo lugar inmediatamente a continuación de la paz con Roma y duró cinco años 5 , y luego en Hispania, durante nueve años, actuó de tal forma incrementando el [2] poderío cartaginés que resultaba evidente que andaba dándole vueltas a la idea de una guerra de mayor alcance que la que estaba haciendo y que, si hubiese vivido más tiempo, conducidos por Amílcar los cartagineses habrían llevado a Italia la guerra que 6 llevaron conducidos por Aníbal.
[3] La muerte de Amílcar, muy oportuna, y la corta edad de Aníbal aplazaron la guerra. En el período intermedio entre el padre y el hijo, durante casi ocho años ocupó el mando Asdrúbal, que en la flor de la edad, según cuentan, [4] se ganó primero la voluntad de Amílcar, luego fue promocionado a yerno en atención sin duda a los otros rasgos de su carácter, y como era el yerno, fue puesto en el poder por influencia del partido de los Barca, más que mediana entre la tropa y la plebe, aunque claramente en contra de la voluntad de los nobles 7 . Asdrúbal, recurriendo a la prudencia [5] en mayor medida que a la fuerza, estableciendo lazos de hospitalidad con los reyezuelos y ganándose nuevos pueblos por la vía de la amistad con sus principales más que por la de la guerra o las armas, incrementó el poderío cartaginés. Sin embargo la paz no le supuso una mayor [6] seguridad: un bárbaro, despechado porque había hecho morir a su amo, le cortó la cabeza públicamente, y, apresado por los que estaban alrededor, con la misma expresión en su rostro que si hubiera escapado, a pesar incluso de ser sometido a tortura conservó tal semblante que, sobreponiéndose con alegría a los dolores, incluso parecía estar sonriendo. Con este Asdrúbal, dado que había mostrado [7] una sorprendente habilidad para atraerse a los pueblos e incorporarlos a su dominio, había renovado el pueblo romano el tratado de alianza 8 según el cual el río Ebro constituiría la línea de demarcación entre ambos imperios y se les respetaría la independencia a los saguntinos, situados en la zona intermedia entre los dominios de ambos pueblos.
No había dudas acerca de quién iba a suceder a Asdrúbal [ 3 ] ocupando su puesto; la iniciativa militar por la que el joven 9 Aníbal había sido llevado inmediatamente a la tienda de mando y había sido aclamado general con un griterío unánime desbordante, era secundada por el favor [2] popular. Cuando apenas era un adolescente, Asdrúbal, por carta, le había llamado a su lado 10 , y también en el senado había sido tratada la cuestión. Mientras que los Barca se empeñaban en que Aníbal se habituase a la vida militar [3] y sucediese a su padre en el poder, Hannón, jefe del partido contrario, dijo: «Parece que Asdrúbal pide una cosa justa, pero yo, sin embargo, no creo que se deba conceder [4] lo que pide». Como atrajo la atención de todos por la sorpresa ante un pronunciamiento tan ambiguo, añadió: «Cree Asdrúbal que la flor de la edad que él brindó al padre de Aníbal para que la disfrutara la puede a su vez reclamar del hijo con todo derecho; pero no está bien, en absoluto, que a cambio del aprendizaje de la milicia nosotros habituemos a nuestros jóvenes al capricho de los generales. [5] ¿Es que tenemos miedo a que el hijo de Amílcar tarde demasiado en ver los poderes desmedidos y esa especie de tiranía de su padre, y que nosotros tardemos más de la cuenta en ser esclavos del hijo de un rey a cuyo yerno se le han dejado nuestros ejércitos como en herencia? [6] Yo estimo que se debe mantener a ese joven en casa sometido a las leyes, a las autoridades, que se le debe enseñar a vivir con los mismos derechos que los demás, no vaya a ser que en algún momento esta pequeña chispa provoque un enorme incendio».
Retrato de Aníbal
Pocos, pero prácticamente los mejores, [ 4 ] se mostraban de acuerdo con Hannón, pero como ocurre las más de las veces, la cantidad se impuso a la calidad.
Enviado Aníbal a Hispania, nada más llegar se ganó a todo el ejército: los soldados veteranos [2] tenían la impresión de que les había sido devuelto el Amílcar joven; veían la misma energía en sus rasgos, la misma fuerza en su mirada, la misma expresión en su semblante, idéntica fisonomía. Después, en muy poco tiempo, consiguió que lo que tenía de su padre fuese lo menos importante en orden a granjearse las simpatías. Nunca un mismo [3] carácter fue más dispuesto para cosas enteramente contrapuestas: obedecer y mandar. No resultaría fácil, por ello, discernir si era más apreciado por el general o por la tropa. Ni Asdrúbal prefería a ningún otro para confiarle el mando [4] cuando había que actuar con valor y denuedo, ni los soldados se mostraban más confiados o intrépidos con ningún otro jefe. Era de lo más audaz para afrontar los peligros, [5] y de lo más prudente en medio mismo del peligro. No había tarea capaz de fatigar su cuerpo o doblegar su moral. El mismo aguante para el calor y el frío; su manera de [6] comer y beber, atemperada por las necesidades de la naturaleza, no por el placer; el tiempo de vigilia y de sueño, repartido indistintamente a lo largo del día o de la noche; el tiempo que le quedaba libre de actividad era el que dedicaba [7] al descanso, para el cual no buscaba ni muelle lecho ni silencio: muchos lo vieron a menudo echado por el suelo, tapado con el capote militar, en medio de los puestos de guardia o de vigilancia militar. No se distinguía en absoluto [8] entre los de su edad por la indumentaria, sí llamaban la atención sus armas y sus caballos. Era, con diferencia, el mejor soldado de caballería y de infantería a un mismo tiempo; el primero en marchar al combate, el último en [9] retirarse una vez trabada la pelea. Las virtudes tan pronunciadas de este hombre se contrapesaban con defectos muy graves: una crueldad inhumana, una perfidia peor que púnica, una falta absoluta de franqueza y de honestidad, ningún temor a los dioses, ningún respeto por lo jurado, [10] ningún escrúpulo religioso. Con estas virtudes y vicios innatos militó durante tres años bajo el mando de Asdrúbal, sin descuidar nada de lo que debiera hacer o ver quien iba a ser un gran general.
Pasos previos al ataque de Sagunto. Embajadas saguntina y romana
[ 5 ] Pero desde el día en que fue proclamado general, como si le hubiese sido asignada Italia por decreto como provincia y se le hubiese encargado la guerra contra [2] Roma, persuadido de que no había momento que perder no fuese a ocurrir que también a él como a su padre Amílcar y después a Asdrúbal lo sorprendiese alguna eventualidad mientras andaba en vacilaciones, [3] decidió hacer la guerra a los saguntinos. Como al atacarlos iba a provocar con toda seguridad una reacción armada por parte de los romanos, llevó primero 11 a su ejército al territorio de los ólcades 12 —pueblo éste situado en el territorio de los cartagineses más que bajo su dominio, al otro lado del Ebro— para que pudiese dar la impresión, no de que había atacado a los saguntinos, sino de que se había visto arrastrado a esta guerra por la concatenación de los hechos, una vez dominados y anexionados los pueblos [4] circundantes. Asalta y saquea la rica ciudad de Cartala 13 , capital de dicho pueblo; sacudidas por esta amenaza, las ciudades más pequeñas se someten a su dominio imponiéndoseles un tributo. El ejército victorioso y cargado de botín es conducido a Cartagena a los cuarteles de invierno. Allí, repartiendo con generosidad el botín y abonando debidamente [5] las pagas militares atrasadas se aseguró por completo las voluntades de conciudadanos y aliados y a principios de la primavera 14 puso en marcha la guerra contra los vacceos 15 . Sus ciudades de Hermándica 16 y Arbocala 17 [6] fueron tomadas por la fuerza. Arbocala se defendió largo tiempo gracias al valor y al número de sus habitantes. Los fugitivos de Hermándica después de unirse a los exiliados [7] de los ólcades, pueblo dominado el verano anterior, instigan a los carpetanos 18 , y atacando a Aníbal a su regreso [8] del territorio vacceo no lejos del río Tajo, desbarataron la marcha de su ejército cargado con el botín. Aníbal obvió [9] el combate y después de acampar a la orilla del río, una vez que reinó la calma y el silencio en el lado enemigo vadeó el río, levantó una empalizada de forma que los enemigos tuviesen sitio por donde cruzar y decidió atacarlos cuando estuvieran cruzando. Dio orden a la caballería de [10] que atacasen a la columna entorpecida cuando la viesen metida en el agua; los elefantes, pues había cuarenta, los colocó en la orilla. Entre carpetanos y tropas auxiliares [11] de ólcades y vacceos sumaban cien mil, ejército invencible si la lucha se desarrollara en campo abierto. Por ello, intrépidos [12] por naturaleza y confiando además en el número, y creyendo que el enemigo había retrocedido por miedo, convencidos de que lo que retrasaba la victoria era el hecho de estar el río de por medio, lanzando el grito de guerra se precipitan al río de cualquier manera, sin mando [13] alguno, por donde a cada uno le pillaba más cerca. También desde la otra orilla se lanza al río un enorme contingente de jinetes, y en pleno cauce se produce un choque [14] absolutamente desigual, puesto que mientras el soldado de a pie, falto de estabilidad y poco confiado en el vado, podía ser abatido por un jinete incluso desarmado que lanzase su caballo al azar, el soldado de a caballo, con libertad de movimientos para sí y para sus armas, operaba de cerca y de lejos con un caballo estable incluso en medio [15] de los remolinos. En buena parte perecieron en el río; algunos, arrastrados en dirección al enemigo por la corriente llena de rápidos, fueron aplastados por los elefantes. [16] Los últimos, que encontraron más segura la vuelta a la orilla, después de andar de acá para allá se reagruparon, y Aníbal, antes de que se recobrasen sus ánimos de tan tremendo susto, metiéndose en el río en formación al cuadro los obligó a huir de la orilla, y después de arrasar el territorio en cosa de pocos días recibió también la sumisión [17] de los carpetanos. Desde ese momento quedaba en poder de los cartagineses todo el territorio del otro lado del Ebro, exceptuados los saguntinos.
[ 6 ] Con los saguntinos no había guerra todavía pero ya se producían gérmenes de guerra, enfrentamientos con sus [2] vecinos, sobre todo los turdetanos 19 Como éstos tenían el apoyo del mismo que promovía el conflicto y estaba claro que lo que se buscaba era no la discusión de un derecho sino la violencia, los saguntinos enviaron a Roma embajadores para pedir ayuda con vistas a una guerra inminente ya sin lugar a dudas. Eran cónsules en Roma por [3] entonces 20 Publio Cornelio Escipión y Tiberio Sempronio Longo. Presentaron éstos a los embajadores ante el senado y abrieron un debate sobre los intereses de la república; se acordó enviar a Hispania embajadores con el fin de examinar la situación de los aliados 21 y, si les parecía que [4] su causa lo merecía, que comunicasen formalmente a Aníbal que se abstuviese de tocar a los saguntinos, aliados del pueblo romano, y que cruzasen a África, a Cartago, y presentasen las quejas de los aliados del pueblo romano; acordado, pero no efectuado aún el envío de esta embajada, [5] llegó la noticia de que Sagunto, antes de lo que nadie se esperaba, estaba siendo atacada. Se sometió entonces [6] toda la cuestión a reexamen del senado; unos eran partidarios de que se desarrollase la acción por tierra y mar, asignándoseles a los cónsules Hispania y África como provincias, y otros de que se centrase en Hispania, contra Aníbal, la guerra en su totalidad; había quienes opinaban que [7] no se debía desencadenar a la ligera una operación de tanta envergadura y que se debía esperar a que volvieran de Hispania los embajadores. Se impuso este criterio, que [8] parecía el más seguro, y por eso se efectuó con mayor prontitud el envío de los embajadores Publio Valerio Flaco y Quinto Bebio Tánfilo a Sagunto a ver a Aníbal y después, si no desistía de la guerra, a Cartago, a exigir la entrega del propio general como sanción por la ruptura del tratado.
Ataque a Sagunto. Aníbal herido. Brecha en la muralla
[ 7 ] Mientras los romanos debatían y preparaban estas medidas, ya Sagunto era [2] objeto de un violentísimo ataque. Estaba esta ciudad, la más rica con mucho del otro lado del Ebro, situada a unos mil pasos del mar. Sus habitantes eran oriundos, dicen, de la isla de Zacinto 22 , con los que se mezclaron también algunos [3] del linaje de los rútulos procedentes de Árdea; sus recursos, por otra parte, se habían desarrollado en poco tiempo hasta aquel extremo con el producto del comercio marítimo y de la tierra, o bien por el crecimiento de su población, o por la integridad de costumbres, con la que cultivaron la fidelidad a sus aliados hasta el punto de costarles la ruina.
[4] Aníbal, con su ejército en son de guerra, se internó en su territorio y después de arrasar por completo sus campos por todas partes, ataca la ciudad por tres puntos. [5] Había un ángulo de la muralla que estaba orientado hacia un valle más llano y abierto que el resto del contorno. En dirección a él decidió acercar los manteletes que permitirían [6] la aproximación del ariete a las murallas. Pero así como el terreno alejado del muro resultó bastante apropiado para movilizar los manteletes, no tuvo, sin embargo, igual éxito el intento cuando se llegó al momento de rematar la operación. Por una parte, los dominaba una enorme [7] torre, y el muro estaba fortificado a una altura mayor que el resto, dado que el lugar no ofrecía garantías, y, por otra parte, la juventud más escogida ofrecía una resistencia más enconada allí donde se veía que el peligro era más amenazante. Empezaron por repeler al enemigo con proyectiles, [8] sin dejar que los que realizaban las tareas de asedio estuviesen lo bastante a salvo en ninguna parte; después no sólo blandían sus armas arrojadizas en defensa de las murallas y la torre, sino que incluso tenían coraje para salir bruscamente contra los puestos de vigilancia y las obras de asedio del enemigo; en estos ataques en tromba [9] apenas caían más saguntinos que cartagineses. Ahora [10] bien, cuando el propio Aníbal, al acercarse al muro sin tomar las debidas precauciones, cayó herido de gravedad en la parte delantera del muslo por una jabalina de doble punta, la huida en torno suyo fue tan acusada y tan precipitada que poco faltó para que quedaran abandonados los trabajos de asedio y los manteletes.
Después, durante unos cuantos días, lo que hubo fue [ 8 ] más un asedio que un ataque mientras se curaba la herida del general. Durante este tiempo, si bien los combates estaban interrumpidos, no lo estaban los preparativos de las obras de asedio y de defensa, que no cesaron ni un momento. Así pues, se reinició la lucha de nuevo con mayor [2] dureza; y en varios puntos, pues algunos sitios apenas si admitían obras, se comenzó a hacer avanzar los manteletes y a acercar el ariete. Los cartagineses contaban con efectivos [3] muy abundantes: se cree, con bastante fundamento, que tenían unos ciento cincuenta mil combatientes. Los [4] habitantes de la plaza, que habían comenzado a repartirse en múltiples direcciones, no daban abasto a acudir a todas [5] partes y defenderlo todo. De modo que los muros sufrían ya los embates de los arietes y estaban debilitados en muchas de sus partes; una de ellas, con sus derrumbes ininterrumpidos, había dejado la ciudad al descubierto; tres torres, sucesivamente, y todo el muro que las unía se habían [6] venido abajo con gran estrépito. Los cartagineses habían dado la plaza por tomada con este derrumbamiento, punto por el que desde uno y otro lado se precipitaron a la lucha, como si la muralla hubiese parapetado por igual a unos [7] y otros. No había ningún parecido con los combates atropellados que suelen entablarse en los asaltos de las ciudades cuando a uno de los contendientes se le presenta una oportunidad, sino que los ejércitos en orden de batalla habían tomado posiciones, como en campo abierto, entre los escombros del muro y los edificios de la ciudad, distantes [8] entre sí un trecho no muy largo. En un bando tensa los ánimos la esperanza, en el otro la desesperación, convencido el cartaginés de que con un poco de esfuerzo la toma de la ciudad es cosa hecha, y poniendo los saguntinos sus cuerpos como barrera delante de la ciudad desguarnecida de murallas, sin que ninguno dé un paso atrás por miedo a que el enemigo ocupe el espacio que él deje libre. [9] De este modo, cuanto mayor era el denuedo y más cerrada la formación con que se batían, mayor era el número de heridos, al no resultar fallido ninguno de los dardos [10] que caían entre cuerpos y armaduras. Los saguntinos tenían la falárica, arma arrojadiza de mango de abeto redondeado todo él excepto el extremo en el que se encajaba el hierro; éste, cuadrado como el del pilum , lo liaban con [11] estopa y lo untaban de pez; el hierro, por otra parte, tenía tres pies de largo a fin de que pudiese traspasar el cuerpo a la vez que la armadura. Pero era especialmente temible, aunque quedase clavado en el escudo y no penetrase en el cuerpo, porque, como se le prendía fuego por el centro [12] antes de lanzarlo y con el propio movimiento la llama que portaba cobraba gran incremento, obligaba a soltar el arma defensiva y dejaba al soldado desprotegido para los golpes siguientes.
La embajada romana, no recibida por Aníbal, se dirige al senado cartaginés
El combate se había mantenido incierto [ 9 ] durante largo tiempo y la moral de los saguntinos estaba crecida porque, contra lo que cabía esperar, se mantenían firmes, mientras que el cartaginés se consideraba vencido porque no había resultado vencedor, cuando súbitamente los habitantes [2] de la plaza dando el grito de guerra rechazan al enemigo hasta los escombros del muro; de allí, embarazado y en pleno desconcierto, lo desalojan violentamente, y por último lo dispersan, lo ponen en fuga y lo obligan a retirarse al campamento.
Entretanto cundió la noticia de que habían llegado unos [3] embajadores de Roma; Aníbal envió a la costa a su encuentro unos emisarios a comunicarles que ni iban a poder llegar hasta él con seguridad a través de tantos pueblos armados tan incontrolables, ni Aníbal tenía tiempo de escuchar embajadas en una situación tan comprometida. Resultaba evidente que al no ser recibidos se dirigirían inmediatamente [4] a Cartago. Aníbal, por consiguiente, se anticipa enviando una carta y unos mensajeros a los jefes de la facción de los Barca para que preparen los ánimos de los suyos, no vaya a ser que la facción contraria haga alguna concesión al pueblo romano.
De esta forma, también aquella embajada, aparte del [ 10 ] hecho de ser recibida y escuchada, resultó completamente inútil. Hannón, en solitario frente al senado, defendió la [2] causa del tratado, en medio de un gran silencio debido a su prestigio, no a que los oyentes le dieran su aprobación; [3] en nombre de los dioses árbitros y testigos de los tratados, hizo un llamamiento a los senadores para que no desencadenaran una guerra con Roma a la vez que con Sagunto; él les había advertido, los había prevenido para que no enviasen al ejército a un descendiente de Amílcar; ni los manes ni la estirpe de este hombre se estarían tranquilos, ni jamás, mientras quedase algún superviviente de la sangre y el nombre de los Barca, tendrían estabilidad los [4] tratados con Roma. «Enviasteis al ejército, echando leña al fuego, a un joven que ardía en ansias de realeza y que tenía entre ceja y ceja un único camino para conseguirla: vivir rodeado de legiones armadas empalmando una guerra con otra. Alimentasteis, por tanto, estas llamas en que ahora [5] os abrasáis. Vuestros ejércitos asedian Sagunto, cosa que les prohíbe un tratado; pronto asediarán Cartago las legiones romanas, guiadas por los mismos dioses por los que vengaron la ruptura de los tratados en la guerra anterior. [6] ¿Es que no conocéis al enemigo, o no os conocéis a vosotros mismos, o no conocéis la suerte de uno y otro pueblo? A unos embajadores que venían de parte de unos aliados en favor de sus aliados, vuestro general no los recibió en su campamento; violó el derecho de gentes; ellos, no obstante, rechazados de donde no se rechaza ni siquiera a los embajadores enemigos, se presentaron a vosotros; exigen una reparación de acuerdo con el tratado; no se falte oficialmente a la palabra: reclaman al culpable responsable [7] del delito. Cuanto más moderadamente actúan, cuanto más tardan en pasar a la acción, más persistente temo que sea su dureza cuando empiecen. Fijad vuestra atención en las islas Egates y en el Érice, y en lo que habéis soportado por tierra y mar a lo largo de veinticuatro años 23 . Y no era el general este muchacho, sino el propio Amílcar, [8] su padre, un nuevo Marte según ésos pretenden. Pero no nos mantuvimos alejados de Tarento, o sea de Italia, a tenor del tratado, igual que ahora no nos mantenemos alejados de Sagunto. Vencieron, pues, los dioses y los hombres, [9] y lo que se discutía de palabra, cuál de los dos pueblos había violado el tratado 24 , lo dirimió el resultado de la guerra, como juez justo, dando la victoria a quien tenía el derecho de su parte. Ahora Aníbal acerca a Cartago [10] sus manteletes y sus torres, bate con el ariete las murallas de Cartago; las ruinas de Sagunto —¡ojalá resulte yo un falso adivino!— caerán sobre vuestras cabezas, y la guerra iniciada contra los saguntinos habrá que mantenerla contra los romanos. ¿Vamos entonces a entregar a Aníbal?, [11] se dirá. Soy consciente de que mi autoridad en esta cuestión es escasa debido a mi enemistad con su padre; pero si me alegré de la muerte de Amílcar fue porque si él estuviera vivo estaríamos ya en guerra con los romanos, y a este joven lo detesto profundamente como genio maligno y atizador de esta guerra; y no sólo debe ser entregado [12] como reparación por la violación del tratado sino que, aun en caso de que nadie lo reclamase, habría que deportarlo al último confín del mar y de la tierra, relegarlo a un lugar desde donde no pudiese llegar hasta nosotros ni su nombre ni su fama, ni él pudiese turbar la situación de tranquilidad [13] de la población, eso es lo que yo pienso. Mi parecer es que se deben enviar inmediatamente unos embajadores a Roma a presentar excusas al senado, otros a comunicar a Aníbal que retire de Sagunto el ejército y hacer entrega del propio Aníbal a los romanos de acuerdo con el tratado, y una tercera embajada a ofrecerles una reparación a los saguntinos».
Nueva ofensiva sobre Sagunto. Ataque a la ciudadela
[ 11 ] Cuando Hannón terminó su discurso no hubo necesidad de que nadie interviniese para rebatirlo: hasta ese extremo estaba con Aníbal prácticamente todo el senado; se argüía incluso que Hannón había hablado con mayor hostilidad que el embajador romano [2] Flaco Valerio 25 . Se les respondió luego a los embajadores romanos que la guerra la habían originado los saguntinos, no Aníbal; que el pueblo romano no obraba con justicia si ponían a los saguntinos por encima de la antiquísima 26 alianza con los cartagineses.
[3] Mientras los romanos pasaban el tiempo enviando embajadores, Aníbal, como tenía a sus hombres agotados por los combates y las obras, les concedió unos cuantos días de descanso después de establecer guardias para vigilar los manteletes y las otras obras. Entretanto enardece sus ánimos encendiendo unas veces su rabia contra los enemigos [4] y otras con la esperanza de recompensas; eso sí, cuando proclamó ante la asamblea de soldados que si la ciudad era tomada el botín iba a ser para el ejército, les entró a todos tal fiebre que daba la impresión de que no habría fuerza capaz de resistirlos si se diera en ese momento la señal de ataque. Los saguntinos habían tenido una tregua [5] en los combates sin ser hostigados ni hostigar durante algunos días, pero habían trabajado sin cesar día y noche para levantar un nuevo muro en la parte donde la ciudad había quedado desguarnecida por el derrumbe. Fueron luego [6] objeto de un ataque bastante más encarnizado que antes, y al cundir por todas partes una algarabía de gritos contrapuestos no eran capaces de saber con certeza a dónde acudir en auxilio con mayor presteza o con mayor intensidad. El propio Aníbal animaba en el sitio por donde se hacía [7] avanzar una torre móvil que ganaba en altura a todas las fortificaciones de la ciudad. Cuando esta torre, una vez arrimada a las murallas, las barrió de defensores con las catapultas y ballestas colocadas en todos sus pisos, Aníbal, [8] convencido de que era el momento oportuno, envió a unos quinientos africanos con zapapicos para socavar la base de la muralla. No era una tarea difícil, porque no se les había dado consistencia a las piedras a base de mortero sino que estaban unidas con barro según el antiguo sistema de construcción, de modo que el muro se venía abajo en [9] otros puntos además de los que recibían los embates, y por las brechas abiertas con los desmoronamientos penetraban en la ciudad grupos de hombres armados. Ocupan además [10] una posición elevada y, concentrando allí las catapultas y ballestas, levantan un muro alrededor para tener dentro mismo de la ciudad un fortín como ciudadela dominante. A su vez los saguntinos levantan un muro interior delante de la zona de la ciudad no ocupada aún. Unos y otros [11] fortifican y combaten con la mayor intensidad, pero los saguntinos, al fortificar cada vez más adentro, cada día que pasa hacen más pequeña la ciudad. Al mismo tiempo, [12] con el prolongado asedio se va incrementando la escasez de todo y se van debilitando las esperanzas de una ayuda del exterior, al estar tan lejos los romanos, su única esperanza, [13] y en poder del enemigo todo el contorno. No obstante, reanimó un tanto su baja moral una súbita expedición de Aníbal contra los oretanos 27 y carpetanos, dos pueblos éstos que, soliviantados por el rigor del llamamiento a filas, habían retenido a los reclutadores haciendo temer una defección, pero que desistieron de un levantamiento armado sorprendidos por la rápida reacción de Aníbal.
[ 12 ] Sin embargo, el ataque a Sagunto no perdía intensidad: Maharbal, hijo de Himilcón —Aníbal le había dejado el mando—, dirigía las operaciones con tal diligencia que ni sus compatriotas ni los enemigos notaban la ausencia del general. [2] Maharbal libró algunos combates con éxito, y con tres arietes derribó una buena porción de muralla, mostrándole a Aníbal a su regreso todo el suelo sembrado de escombros [3] recientes. Así pues, el ejército fue llevado inmediatamente hacia la propia ciudadela y se entabló un combate encarnizado con gran cantidad de bajas por ambos bandos, y fue tomada una parte de la ciudadela.
Tentativa de paz de Alcón y Alorco
Hubo a continuación una tentativa de paz, con pocas esperanzas, por parte de dos hombres: Alcón, saguntino, y Alorco, [4] hispano. Sin que se enteraran los saguntinos, Alcón, pensando que con súplicas iba a conseguir algo, se trasladó durante la noche a presencia de Aníbal; como las lágrimas no surtían efecto y se exigían unas condiciones muy duras, propias de un vencedor encolerizado, pasó de intercesor a tránsfuga y se quedó con el enemigo asegurando que perdería la vida quien llevase una propuesta de paz con semejantes condiciones. En efecto, se pretendía que diesen una reparación a los [5] turdetanos y que, previa entrega de todo el oro y la plata, salieran de la ciudad con lo puesto y se establecieran donde el cartaginés les indicase. Mientras que Alcón decía que [6] los saguntinos no iban a aceptar unas condiciones semejantes, Alorco, sosteniendo que las voluntades se doblegan cuando se doblega todo lo demás, se ofrece como intermediario de semejante paz; era entonces soldado de Aníbal, pero amigo reconocido y huésped de los saguntinos. Después [7] de entregar de forma bien visible su arma a los centinelas enemigos, una vez rebasadas las fortificaciones fue conducido, y además a petición propia, ante el jefe de los saguntinos. Se produjo allí al instante una aglomeración [8] de gente de todo tipo, y después de desalojar al resto de la multitud se le concedió a Alorco audiencia ante el senado. Su discurso fue como sigue 28 :
«Si vuestro compatriota Alcón, igual que se presentó [ 13 ] a Aníbal para pedir la paz, hubiera vuelto a informaros de las condiciones de paz puestas por Aníbal, hubiera estado de más este viaje que me ha traído hasta vosotros sin ser un tránsfuga ni venir en nombre de Aníbal; pero como [2] él se ha quedado con el enemigo, sea vuestra o suya la culpa —suya si el miedo lo fingió, vuestra si los que informan con veracidad corren peligro entre vosotros—, yo, para que no ignoraseis que se os brindan algunas condiciones de salvación y de paz, he acudido a vosotros en nombre de los antiguos lazos de hospitalidad que nos unen. Pues bien, que hablo en nombre de vuestra causa y en el [3] de nadie más os lo garantice ya el hecho de que ni mientras os mantuvisteis firmes con vuestras propias fuerzas ni mientras estuvisteis a la espera de la ayuda de los romanos, [4] jamás os hice alusión a la paz. Ahora que ni os queda esperanza alguna de parte de los romanos ni os protegen ya suficientemente vuestras armas ni vuestras murallas, os traigo la propuesta de una paz más obligada que ventajosa. [5] Hay alguna esperanza de paz a condición de que vosotros la aceptéis como vencidos, de la misma manera que Aníbal la propone como vencedor, y que no valoréis como un perjuicio lo que se pierde, puesto que todo pertenece al vencedor, [6] sino como un regalo lo que se os deja. Os quita una ciudad que tiene tomada casi por completo, derruida en gran parte; os deja los campos, con la intención de asignaros un espacio para que en él edifiquéis una nueva ciudad. [7] El oro y la plata tanto públicos como privados pide que le sean entregados en su totalidad; vuestras personas y las de vuestras mujeres e hijos las preserva de malos tratos si os avenís a salir de Sagunto con dos equipos de ropa cada uno. [8] Esto es lo que os exige el enemigo vencedor; esto, aunque es duro y amargo, os lo aconseja vuestra situación. Yo, la verdad, abrigo alguna esperanza de que, cuando lo hayáis entregado todo en sus manos, rebajará algo estas condiciones; [9] pero creo que es preferible soportarlas incluso tal cual a dejar que vuestros cuerpos sean destrozados y vuestras mujeres e hijos arrebatados y arrastrados ante vuestros ojos según el derecho de guerra».
Toma de Sagunto: exterminio
[ 14 ] Como para escucharlo se había ido situando poco a poco en derredor la multitud mezclándose asamblea del pueblo y senado, súbitamente los ciudadanos principales se retiraron antes de que se diera una respuesta, reunieron en el foro todo el oro y plata del tesoro público y privado, y arrojándolo al fuego encendido con ese fin deprisa y corriendo, también ellos en su mayor parte se precipitaron en las llamas. Cuando el pánico [2] y la confusión consiguiente habían cundido por toda la ciudad, se oyó también otro nuevo alboroto procedente de la ciudadela. Una torre, batida largo tiempo, se había venido abajo y por entre sus escombros una cohorte de cartagineses se lanzó a la carga e hizo a su general la señal de que la ciudad enemiga estaba desguarnecida de las habituales guardias y centinelas. Aníbal, pensando que no cabían [3] vacilaciones ante una oportunidad semejante, atacó con todos sus efectivos y en un instante tomó la ciudad dando la consigna de matar a todos los hombres en edad militar. Orden cruel ésta, pero casi obligada como se comprendió por el desarrollo final de los acontecimientos; en efecto, [4] ¿a quién se hubiera podido perdonar de unos hombres que o bien se encerraron con sus mujeres e hijos en sus casas haciendo que se desplomaran en llamas sobre sus cabezas, o bien, sin soltar las armas, no pusieron más fin al combate que la muerte?
La ciudad fue tomada con un enorme botín. A pesar [ 15 ] de que en su mayor parte había sido destruido adrede por sus dueños, y de que durante la matanza la rabia apenas había hecho distinción alguna de edades, y los prisioneros habían constituido el botín de la tropa, sin embargo es [2] un hecho comprobado que con el importe de la venta de los objetos se reunió bastante dinero y que se envió a Cartago abundante mobiliario y ropa de gran valor.
Según algunos historiadores 29 , Sagunto fue tomada siete [3] meses después de haber comenzado el asedio, de allí Aníbal se retiró a Cartagena a los cuarteles de invierno, y cuatro meses después de partir de Cartagena llegó a Italia. [4] Si esto es así, no pudieron ser Publio Cornelio y Tiberio Sempronio los cónsules a quienes fueron enviados los embajadores saguntinos al comienzo del asedio y los mismos que en el desempeño de su cargo combatieron contra Aníbal, en el río Tesino uno de ellos y un poco más tarde [5] los dos en el Trebia. O bien todo ocurrió en bastante menos tiempo, o a comienzos del año del consulado de Publio Cornelio y Tiberio Sempronio tuvo lugar no el comienzo [6] del asedio, sino la toma de Sagunto. En efecto, la batalla del Trebia no podemos situarla en el año del consulado de Gneo Servilio y Gayo Flaminio 30 , porque Gayo Flaminio tomó posesión de su cargo en Arímino, habiendo sido proclamado por el cónsul Tiberio Sempronio 31 , que acudió a Roma después de la batalla del Trebia para las elecciones consulares y, una vez finalizados los comicios, regresó al ejército a los cuarteles de invierno.
Reacciones en Roma; preparativos para la guerra
[ 16 ] Casi simultáneamente los embajadores, que estaban de vuelta de Cartago, informaron en Roma de que allí el ambiente era del todo hostil, y se anunció la destrucción [2] de Sagunto; a los senadores les invadió un pesar tan profundo y al mismo tiempo lástima por los aliados tan indignamente exterminados así como vergüenza por no haberles prestado ayuda y cólera contra los cartagineses y miedo por la situación en su conjunto como si ya el enemigo estuviese a la puerta, que, conturbados sus ánimos por tantos sentimientos simultáneos, [3] en vez de tomar decisiones se azoraban. Sentían, en efecto, que nunca había combatido contra ellos enemigo más implacable y belicoso, ni el estado romano se había mostrado jamás tan decaído y tan débil; los sardos y corsos y los [4] istros e ilirios lo que habían hecho había sido provocar más que poner a prueba al ejército romano, y con los galos más que guerra había habido escaramuzas; el enemigo [5] cartaginés, veterano de veintitrés años 32 de durísima campaña entre los pueblos hispanos, siempre victorioso, habituado a un general implacable, que acababa de destruir una ciudad riquísima, cruzaba el Ebro, arrastraba consigo [6] a gran número de pueblos a los que había hecho salir de Hispania, iba a concitar a los pueblos galos, siempre sedientos de combate; los romanos iban a tener que hacer la guerra contra el mundo entero en Italia y ante los muros de Roma.
Ya se habían designado con anterioridad los campos [ 17 ] de operaciones de los cónsules; se les pidió entonces que los echaran a suertes. A Cornelio le tocó Hispania, a Sempronio África junto con Sicilia. Se decretó para aquel año [2] el alistamiento de seis legiones, el número de aliados que los cónsules estimaran, y flota, la mayor que se pudiera aprestar. Romanos se alistaron veinticuatro mil de a pie [3] y mil ochocientos de a caballo, y aliados cuarenta mil de a pie y cuatro mil cuatrocientos de a caballo; naves se fletaron doscientas veinte quinquerremes y veinte ligeras. Se preguntó luego al pueblo si quería y mandaba que se [4] declarase la guerra al pueblo cartaginés, y con motivo de dicha guerra una rogativa pública recorrió la ciudad y se suplicó a los dioses que tuviese un desenlace bueno y feliz la guerra que el pueblo había mandado.
Se repartieron las tropas entre los cónsules de la forma [5] siguiente: a Sempronio le fueron asignadas dos legiones —cada una suponía cuatro mil hombres de infantería y trescientos de caballería—, y aliados, dieciséis mil de infantería y mil ochocientos de caballería; naves pesadas ciento [6] sesenta, y ligeras doce. Con estos efectivos de tierra y mar Tiberio Sempronio fue enviado a Sicilia con la idea de hacerlos cruzar a África si el otro cónsul se bastaba para [7] alejar de Italia al cartaginés. El número de efectivos asignados a Cornelio fue más reducido, porque se enviaba también a la Galia al pretor Lucio Manlio con una guarnición [8] nada floja; se le rebajó sobre todo el número de navíos a Cornelio: le fueron asignadas sesenta quinquerremes, pues no se creía que el enemigo fuese a llegar por mar o que fuese a tener lugar una confrontación naval, dos legiones romanas con la caballería correspondiente, y catorce mil [9] aliados de a pie con mil seiscientos jinetes. La provincia de la Galia contó con dos legiones romanas y diez mil aliados de infantería, y de caballería mil aliados y seiscientos romanos, efectivos destinados al mismo fin, la Guerra Púnica.
Embajada romana a Cartago, Hispania, la Galia, con poco éxito
[ 18 ] Efectuados estos preparativos, para cumplir con todos los requisitos legales previos a la guerra envían a África unos embajadores de edad avanzada, Quinto Fabio 33 , Marco Livio, Lucio Emilio, Gayo Licinio y Quinto Bebio 34 , para inquirir de los cartagineses si Aníbal había atacado Sagunto por decisión oficial, [2] y en caso de que los cartagineses reconociesen y mantuviesen, como parecía que iban a hacer, que se había actuado por decisión oficial, declarar la guerra al pueblo cartaginés. Una vez que los romanos llegaron a Cartago y les fue concedida [3] audiencia en el senado, cuando Quinto Fabio se limitó a hacer la única pregunta que se le había encomendado, uno de los cartagineses dijo: «Ya fue precipitada, romanos, [4] vuestra anterior embajada, cuando exigíais la entrega de Aníbal por atacar Sagunto a iniciativa propia; pero esta embajada, hasta ahora más suave de palabra, en la práctica es más dura. Entonces, en efecto, era Aníbal [5] el acusado y reclamado; ahora se nos quiere arrancar a nosotros una confesión del culpa y además se nos exige, como a confesos, una reparación inmediata. Yo desde luego [6] creo que lo que debe inquirirse es, no si el ataque a Sagunto obedeció a una iniciativa pública o privada, sino si fue justo o injusto. Es, en efecto, cuestión nuestra investigar [7] en qué actuó por decisión nuestra y en qué por decisión suya un conciudadano nuestro, y tomar medidas contra él: lo único que cabe discutir con vosotros es si el tratado 35 permitía hacerlo o no. Así pues, ya que os parece [8] correcto que se establezca qué hacen los generales por decisión oficial y qué por iniciativa propia: tenemos un tratado con vosotros, un tratado firmado por el cónsul Gayo Lutacio, en el cual, si bien se estipulaban medidas precautorias con respecto a los aliados de ambos, nada se estipuló referente a los saguntinos, pues todavía no eran aliados vuestros. Pero, se dirá, en el tratado aquel que se concluyó [9] con Asdrúbal quedan exceptuados los saguntinos. En respuesta [10] a esto, yo no voy a decir nada más que lo que aprendí de vosotros. El tratado que primeramente ajustó con nosotros Gayo Lutacio vosotros dijisteis, en efecto, que no os obligaba porque no había sido concertado con el refrendo del senado ni por mandato del pueblo; consiguientemente, se concertó un nuevo tratado por decisión oficial. [11] Si a vosotros no os obligan vuestros tratados, a no ser los firmados con vuestro refrendo o por mandato vuestro, tampoco a nosotros pudo obligarnos el tratado que Asdrúbal [12] firmó sin nuestro conocimiento. Dejad, por tanto, de referiros a Sagunto y al Ebro y parid de una vez lo que vuestra [13] intención lleva largo tiempo gestando». Entonces el romano, dando un pliegue a la toga, dijo: «Aquí os traemos la paz y la guerra: escoged lo que os plazca». A estas palabras se respondió a gritos, con no menos arrogancia, que [14] diera lo que quisiera, y cuando él, deshaciendo otra vez el pliegue, dijo que daba la guerra, replicaron todos que la aceptaban y que con la misma decisión con que la aceptaban la iban a hacer.
[ 19 ] Esta forma directa de llevar a cabo la inquisitoria y declarar la guerra pareció más acorde con la dignidad del pueblo que hacer disquisiciones verbales acerca de la legitimidad de los tratados tanto antes como especialmente después [2] de la destrucción de Sagunto. Pero si se hubiera tratado de una discusión de palabras, ¿cómo se iba a comparar el tratado de Asdrúbal con el anterior de Lutacio que [3] fue modificado, si en el tratado de Lutacio se había añadido expresamente que tendría plena validez si el pueblo lo aprobaba, mientras que en el tratado de Asdrúbal no figuraba una cláusula de excepción semejante, y por otra parte el tratado se vio confirmado hasta tal punto por tantos años de silencio en vida de su autor que ni siquiera muerto [4] éste se introdujo modificación alguna? Y eso que, aun ateniéndose al tratado anterior, estaban suficientemente salvaguardados los saguntinos al hacerse excepción de los aliados de una y otra parte, pues no se había añadido «los que lo son en la actualidad» ni «no se incorporará a otros en el futuro». Y puesto que se permitía la incorporación [5] de nuevos aliados, ¿quién estimaría justo que no se admitiese como amigo a ningún pueblo fuesen cuales fuesen sus merecimientos, o que una vez admitido como aliado no se le defendiera, únicamente con la condición de no instigar a la defección a los aliados de los cartagineses ni darles acogida si se pasaban por iniciativa propia?
Los embajadores romanos pasaron de Cartago a Hispania, [6] según se les había ordenado en Roma 36 , para dirigirse a los pueblos y atraerlos a su alianza o alejarlos de los cartagineses. Llegaron en primer lugar a los dominios [7] de los bargusios, que les dispensaron una buena acogida, y despertaron en muchos pueblos del otro lado del Ebro las ganas de un cambio de suerte, porque estaban hartos del dominio cartaginés. A continuación llegaron al territorio [8] de los volcianos 37 , cuya respuesta, divulgada por toda Hispania, apartó de la alianza con Roma a los demás pueblos, pues la persona de más edad de entre ellos respondió así en la asamblea: «¿No os da vergüenza, romanos, pedirnos [9] que prefiramos vuestra amistad a la de los cartagineses cuando con quienes así lo hicieron vosotros fuisteis más crueles al traicionarlos que el enemigo cartaginés al acabar con ellos? Mi opinión es que vayáis a buscar aliados donde [10] no se conozca el desastre de Sagunto; para los pueblos de Hispania, las ruinas de Sagunto serán un ejemplo tan siniestro como señalado para que nadie se fíe de la lealtad o de la alianza romana». Invitados a continuación a abandonar [11] inmediatamente el territorio de los volcianos, en adelante no recibieron palabras menos duras de ninguna asamblea de Hispania. Después de recorrer así Hispania infructuosamente, pasaron a la Galia.
[ 20 ] Allí presenciaron un espectáculo nuevo y terrible, porque se presentaron armados en la asamblea según costumbre [2] de aquel pueblo. Cuando, con palabras de alabanza para la gloria y el valor del pueblo romano y la grandeza de su imperio, pidieron que no le permitieran el paso a través de sus campos y ciudades al cartaginés que llevaba [3] la guerra a Italia, dicen que estalló un ataque de risa tan violento que les costó trabajo a los magistrados y a los [4] de más edad calmar a la juventud, tan estúpida y descarada les pareció la pretensión de proponer que los galos, para no dejar pasar la guerra a Italia, la desviaran hacia sí mismos y expusieran al saqueo sus campos en lugar de los [5] ajenos. Calmado por fin el alboroto, se les respondió a los embajadores que a ellos ni los romanos les habían hecho favores ni los cartagineses afrentas por los que empuñar las armas ni a favor de los romanos ni en contra de [6] los cartagineses; que, por el contrario, ellos tenían noticias de que hombres de su raza eran desalojados de las tierras y las fronteras de Italia por el pueblo romano, y que pagaban [7] tributos, y sufrían otras humillaciones. Más o menos lo mismo se dijo y se escuchó en las demás asambleas de la Galia, y hasta que llegaron a Marsella no oyeron una [8] palabra medianamente acogedora o pacífica. Allí se enteraron con detalle y fidelidad de todo lo que los aliados 38 habían averiguado: que ya con anterioridad Aníbal se había ganado los ánimos de los galos, pero que aquella gente ni siquiera para con él iba a ser lo bastante tratable, tan fiero e indómito era su carácter, a no ser que de forma intermitente se ganase la voluntad de sus jefes a base de oro, del que esa gente es muy ávida. De esta forma, después [9] de recorrer los pueblos de Hispania y de la Galia, retornan a Roma los embajadores no mucho después de haber salido los cónsules hacia sus provincias. Encontraron a toda la población tensa por la expectativa de la guerra, al haberse confirmado la noticia de que los cartagineses habían cruzado ya el Ebro.
Aníbal prepara e inicia la marcha por tierra hacia Italia. El sueño de Aníbal
Tomada Sagunto, Aníbal se había retirado [ 21 ] a Cartagena a los cuarteles de invierno, y allí, enterado de las medidas tomadas y decretadas en Roma y en Cartago y de que él era no sólo el general, sino la causa de la guerra, después de repartir [2] y vender el resto del botín, convencido de que no debía dejar nada para más adelante convoca a los soldados de origen hispano. «Yo creo que incluso [3] vosotros mismos, aliados —dice—, os dais cuenta de que una vez pacificados todos los pueblos de Hispania tenemos que dar fin a la campaña y licenciar los ejércitos, o trasladar la guerra a otras tierras; en efecto, estos pueblos [4] florecerán con los frutos de la victoria tanto como de la paz sólo a condición de que busquemos en otros el botín y la gloria. Por consiguiente, como se avecina una campaña [5] lejos de casa y no es seguro cuándo vais a ver vuestros hogares y a los seres queridos que cada uno tiene en ellos, si alguno de vosotros quiere visitar a los suyos le concedo permiso. Tenéis orden de presentaros al principio de la [6] primavera para iniciar, con la ayuda de los dioses, una guerra que nos ha de reportar enorme gloria y botín». A casi todos les resultaba grata la posibilidad, brindada [7] espontáneamente, de visitar sus casas, pues ya echaban de menos a los suyos y además preveían que los iban a añorar [8] en mayor medida en el futuro. El descanso durante todo lo que duró el invierno, entre las fatigas ya pasadas y las que iban a pasar bien pronto, restableció sus fuerzas físicas y su moral para aguantarlo todo de nuevo; al comienzo de la primavera, de acuerdo con la orden recibida, se presentaron.
[9] Aníbal, después de pasar revista a las tropas auxiliares de todos los pueblos, marchó a Cádiz y cumplió sus votos a Hércules comprometiéndose con otros nuevos para el caso [10] de que todo lo demás saliera bien. A continuación, preocupándose al mismo tiempo de la ofensiva y la defensiva bélica, no fuera a ocurrir que, mientras él se dirigía a Italia por tierra a través de Hispania y de la Galia, quedase África desguarnecida y con el flanco descubierto por la parte de Sicilia para los romanos, decidió asegurarla con [11] una sólida guarnición. A cambio pidió a su vez un complemento de tropas procedentes de África, lanzadores de venablos sobre todo, con armamento ligero, con el fin de que los africanos en Hispania y los hispanos en África, que iban a ser mejores soldados tanto unos como otros lejos de su patria, hicieran su servicio de armas como obligados con rehenes [12] mutuos. Envió a África trece mil ochocientos cincuenta soldados de infantería armados de caetra 39 , ochocientos setenta honderos baleares y mil doscientos jinetes de múltiples [13] nacionalidades entremezcladas. A estas tropas les da orden de servir en parte de guarnición a Cartago y en parte distribuirse por África. Al mismo tiempo, después de enviar reclutadores a las ciudades, ordena que los cuatro mil jóvenes escogidos reclutados sean conducidos a Cartago como guarnición a la vez que como rehenes.
Pensando que tampoco Hispania debía quedar descuidada, [ 22 ] y ello por mayor razón porque no era desconocedor de que la habían recorrido los embajadores romanos para atraerse la voluntad de sus jefes, se la asigna como campo [2] de operaciones a su hermano Asdrúbal, hombre activo, y le da seguridad con refuerzos sobre todo africanos: once mil ochocientos cincuenta africanos de infantería, trescientos lígures, quinientos baleares. A estas fuerzas auxiliares [3] de infantería se sumaron cuatrocientos cincuenta jinetes libiofenicios, mezcla este contingente de cartagineses y africanos, y unos mil ochocientos númidas y moros, que habitan a la orilla del océano, más un reducido contingente, doscientos jinetes, de ilergetes 40 procedentes de Hispania; y para que no faltase ningún tipo de apoyo terrestre, veintiún elefantes. Además, para proteger la costa, pues cabía [4] pensar que los romanos desarrollarían las operaciones bélicas, también entonces, en el terreno en que habían salido victoriosos 41 , se le asigna una flota compuesta por cincuenta quinquerremes, dos cuatrirremes y cinco trirremes; pero utilizables y equipadas con sus remeros, había treinta y dos quinquerremes y las cinco trirremes.
De Cádiz retornó a Cartagena al campamento de invierno [5] del ejército, y emprendiendo desde allí la marcha lo conduce por la costa, pasando por la ciudad de Onusa 42 , hacia el Ebro. Cuentan que allí, durante el sueño 43 , [6] se le apareció un joven de aspecto divino diciendo que era un enviado de Júpiter para guiar a Aníbal a Italia; que le siguiera, por tanto, y no apartase de él los ojos en ningún [7] momento. Al principio lo siguió, sobrecogido, sin volver la vista ni un instante hacia los lados ni hacia atrás; después, por esa curiosidad propia de la naturaleza humana, como andaba preguntándose qué sería lo que se le había prohibido mirar a su espalda, no fue capaz de controlar [8] sus ojos; vio entonces que tras él una serpiente de un tamaño extraordinario reptaba causando enormes estragos entre árboles y arbustos, y que detrás venía una nube de [9] tormenta acompañada de fragor celeste. Al preguntar entonces qué enormidad era aquélla y de qué prodigio se trataba, oyó que era la destrucción de Italia, que siguiese adelante su marcha y no hiciese más preguntas, dejando que los destinos se mantuvieran ocultos.
Travesía de los Pirineos. Inquietud en la Galia al paso de Aníbal
[ 23 ] Lleno de alegría por esta visión, hizo que sus tropas cruzaran el Ebro en tres cuerpos enviando por delante unos emisarios para ganarse a base de dádivas los ánimos de los galos por donde tenía que pasar el ejército y para efectuar un reconocimiento de los pasos de los Alpes. Cruzó el Ebro con noventa mil soldados de a pie y doce mil de a caballo. [2] Sometió seguidamente a los ilergetes y bargusios y a los ausetanos 44 y la Lacetania 45 , que está situada en las estribaciones de los montes Pirineos, y le dio a Hannón el mando de toda aquella comarca para mantener bajo su control los desfiladeros que comunican las Hispanias con las Galias. [3] Para mantener la ocupación de la zona le fue entregado a Hannón un destacamento de diez mil soldados de infantería y mil de caballería. Cuando comenzó la travesía del [4] ejército por los desfiladeros de los Pirineos 46 y se difundió entre los bárbaros el rumor, bastante fundado, de una guerra contra Roma, tres mil soldados de a pie carpetanos dieron la vuelta desde allí. Era un hecho que los impulsó a ello no tanto la guerra como lo largo del camino y el paso infranqueable de los Alpes. Aníbal, como era arriesgado [5] hacerles volver o retenerlos por la fuerza, no fuesen a encresparse también los ánimos irreductibles de los demás, despachó a sus casas a más de siete mil hombres, a los [6] que personalmente se había dado cuenta de que les resultaba una carga servir a las armas, simulando que también a los carpetanos los había licenciado él.
A continuación, para que la demora y la inactividad [ 24 ] no enervara los ánimos, cruza los Pirineos con el resto de las tropas 47 y acampa junto a la ciudad de Iliberri 48 .
Los galos, aunque oían decir que la guerra iba dirigida [2] contra Italia, sin embargo, como era voz común que al otro lado de los Pirineos los hispanos habían sido sometidos por la fuerza y se les habían impuesto fuertes guarniciones, acudieron a las armas por miedo a la esclavitud y se concentraron en Ruscinón 49 unos cuantos pueblos. Aníbal, cuando le llegó esta noticia, por temor a un retraso [3] más que a la guerra envió emisarios a sus reyezuelos para decirles que quería tener una entrevista personal con ellos, que o bien se acercaban ellos hasta Iliberri o bien se adelantaba él hasta Ruscinón para que la corta distancia [4] facilitase el encuentro; que los recibiría de buen grado en su campamento, pero que también estaba dispuesto a acudir personalmente a su encuentro sin vacilar, pues él había llegado a la Galia como huésped, no como enemigo, y no tenía pensado desenvainar la espada, si los galos no ponían [5] inconveniente, hasta llegar a Italia. Esto se lo comunicó a través de mensajeros; pero cuando los reyezuelos de los galos trasladaron al instante su campamento a Iliberri y acudieron de buen grado a ver al cartaginés, ganados a base de obsequios dejaron que el ejército pasara por su territorio pacíficamente bordeando la plaza de Ruscinón.
Levantamientos antirromanos en el norte de Italia. Llegada de Aníbal al Ródano
[ 25 ] A Italia, entre tanto, la única noticia que había llegado era la del paso del Ebro por parte de Aníbal, comunicada en Roma por los embajadores marselleses; [2] entonces, como si ya hubiese atravesado los Alpes, se sublevaron los boyos 50 instigando a los ínsubres 51 , y no tanto por su antiguo resentimiento contra el pueblo romano como porque soportaban a regañadientes el establecimiento reciente de colonias en las proximidades del Po, en Placencia y Cremona, en [3] territorio galo. Así pues, empuñando las armas de forma repentina, atacaron precisamente ese territorio y provocaron tal pánico y confusión que, además de la masa campesina, incluso los propios triunviros romanos, Gayo Lutacio, Gayo Servilio y Marco Anio, venidos para hacer el reparto de tierras, faltos de confianza en las murallas de Placencia se refugiaron en Mútina 52 . El nombre de Lutacio [4] no ofrece dudas; en lugar de Anio y Servilio, algunos anales traen Manio Acilio y Gayo Herenio 53 , y otros, Publio Cornelio Asina y Gayo Papirio Masón. Tampoco se [5] sabe seguro si los embajadores enviados a los boyos a presentar la reclamación fueron maltratados, o si se produjo el ataque contra los triúnviros cuando estaban midiendo las tierras.
Cuando Mútina era asediada, como aquella gente inexperta [6] en las técnicas del asedio de las ciudades y al mismo tiempo muy poco activa para las tareas militares se sentaba sin hacer nada ante las murallas intactas, comenzaron a simular que querían negociaciones de paz y los embajadores, [7] convocados por los jefes galos para parlamentar, fueron apresados, no sólo contraviniendo el derecho de gentes, sino violando además el compromiso adquirido para aquella ocasión, asegurando los galos que no los dejarían en libertad si no se les entregaban los rehenes. Cuando [8] llegaron estas noticias referentes a los embajadores, como además Mútina y su guarnición corrían peligro, el pretor Lucio Manlio encendido de ira lleva hacia Mútina su ejército en marcha desordenada.
Había por entonces bosques a los lados del camino, [9] tierras sin cultivar en su mayor parte. Al haber emprendido la marcha sin explorar el terreno, se metió allí en una emboscada y tras perder a muchos de sus hombres salió, trabajosamente, a campo abierto. Allí atrincheró el campamento, [10] y gracias a que los galos anduvieron faltos de confianza para atacarlo se rehízo la moral de los soldados, aunque sabían seguro que habían caído cerca de quinientos. [11] Se reanudó luego la marcha de nuevo, y mientras la columna avanzaba por espacios despejados no apareció el enemigo; [12] pero en cuanto se internaron otra vez en los bosques, entonces, atacando a la retaguardia en medio de una gran confusión y pánico generalizado dieron muerte a setecientos soldados y se hicieron con seis enseñas militares. [13] Así que se salió de aquella espesura impracticable y llena de obstáculos dejaron los galos de provocar pánico y los romanos de sentirlo. A partir de allí, protegiendo sin dificultad su marcha por lugares despejados los romanos se dirigieron [14] a Taneto 54 , poblado cercano al Po. Allí, con una fortificación de circunstancias y con las provisiones que llegaban por el río, e incluso con la ayuda de los galos brixianos, se iban defendiendo frente a una multitud de enemigos cada día más numerosa.
[ 26 ] Cuando llegó a Roma la noticia de esta súbita sublevación y se enteraron los senadores de que a la Guerra Púnica [2] había venido a sumarse además la de los galos, dispusieron que el pretor Gayo Atilio con una legión de romanos y con cinco mil aliados, alistados por el cónsul en un reciente llamamiento a filas, llevase ayuda a Manlio; Atilio llegó a Taneto sin combatir ni una vez, pues el enemigo se había retirado por miedo.
[3] También Publio Cornelio, después de alistar una nueva legión en sustitución de la que había marchado con el pretor, partiendo de Roma con sesenta naves largas, bordeando la costa de Etruria y los montes de los lígures y luego de los saluvios llegó a Marsella y acampó cerca de la boca [4] más cercana del Ródano —pues este río entra en el mar por varias desembocaduras— resistiéndose a creer del todo que Aníbal hubiera salvado los montes Pirineos. Cuando [5] se percató de que éste andaba pensando en cruzar también el Ródano, como no estaba seguro sobre el sitio en que salirle al paso y los soldados no estaban aún suficientemente repuestos del traqueteo marítimo, envió entretanto delante a trescientos jinetes escogidos guiados por marselleses y auxiliares galos para hacer una exploración completa y observar al enemigo desde una posición a cubierto. Aníbal, después de neutralizar a los demás con amenazas [6] o dinero, había llegado ya al territorio de un pueblo fuerte, el de los volcas 55 . Habitan en los contornos de las dos orillas del Ródano; pero, desconfiando de poder mantener al cartaginés alejado del territorio de su lado, para tener el río como barrera pasaron casi todas sus cosas por el Ródano y defendían con sus armas la otra orilla. A los [7] demás ribereños, e incluso a los propios volcas que se habían quedado donde residían, los convence Aníbal con dádivas para que reúnan y construyan embarcaciones por todas partes, y al mismo tiempo también ellos mismos deseaban que el ejército pasara al otro lado y su comarca se viera aligerada cuanto antes de la carga que suponía tan ingente masa humana. Se reunió así una enorme cantidad [8] de naves y barcas habilitadas de cualquier manera para uso de los vecinos; los galos comenzaron los primeros a construir otras nuevas vaciando un tronco de árbol para [9] cada una; después, también los propios soldados, animados por la abundancia de madera a la vez que por la facilidad de la tarea, fabricaban unas balsas toscas sin preocuparse de más con tal de que pudiesen mantenerse a flote sobre el agua y soportar carga para trasladarse deprisa y corriendo a la otra orilla ellos y su equipo.
Aníbal cruza el Ródano. Combate de caballería
[ 27 ] Cuando estaba ya todo listo para cruzar, los enemigos los amenazaban desde el lado opuesto, ocupando hombres y caballos [2] toda la orilla. Para alejarlos, Aníbal ordena a Hannón, hijo de Bomílcar, que salga durante el primer relevo de la guardia dirigiéndose río arriba durante una jornada con una parte de las [3] tropas, hispanas sobre todo, y que tan pronto como pueda cruce el río lo más a escondidas posible y lleve las tropas dando un rodeo para atacar al enemigo por la espalda en [4] el momento preciso. Los galos asignados como guías para la operación le explicaron que, unas veinticinco millas más arriba, el río discurría en torno a un islote presentando un lugar de paso, al ser más ancho y por tanto menos profundo [5] su caudal en el punto donde se bifurcaba. Una vez allí cortaron madera a toda prisa y construyeron balsas en las que trasladar al otro lado a hombres, caballos y bagajes. Los hispanos cruzaron el río sin ninguna dificultad poniendo las ropas en odres, colocando encima sus [6] escudos y luego tendiéndose ellos. También pasó el resto de las tropas uniendo balsas, y acampando cerca del río, se repusieron del cansancio de la marcha nocturna y de los trabajos con un día de descanso, poniendo cuidado el [7] jefe en el cumplimiento puntual del plan. Emprendida la marcha al día siguiente, desde un lugar elevado hacen señales con humo indicando que han cruzado y que no están muy lejos. Cuando Aníbal recibió este aviso dio la señal de cruzar para no desaprovechar la ocasión.
La infantería tenía ya las embarcaciones preparadas y [8] a punto y los jinetes iban casi junto a los caballos que cruzaban a nado... Una hilera de naves atravesada en la parte de más arriba para frenar la fuerza de la corriente proporcionaba tranquilidad a las barcas que cruzaban más abajo; la mayor parte de los caballos iban a nado sujetos [9] de las bridas desde las popas, a no ser los que habían colocado ensillados y embridados sobre las embarcaciones para que pudieran ser utilizados por los jinetes nada más salir a la orilla.
Los galos se presentan en la orilla entre alaridos diversos [ 28 ] y con sus cantos de costumbre, sacudiendo los escudos por encima de sus cabezas y blandiendo venablos en sus diestras, a pesar de que también desde el otro lado [2] daba miedo tan gran cantidad de embarcaciones junto con el fortísimo rumor del río y los diferentes gritos de marineros y soldados, tanto los de quienes pugnaban por romper la fuerza de la corriente como los de aquellos que desde la otra orilla animaban a los suyos que estaban cruzando. Ya era bastante el pánico que sentían por el tumulto que [3] les venía de cara, cuando los sorprendió por la espalda un griterío más temible aún, al ser tomado por Hannón su campamento. Al poco se presentaba el propio Hannón, y una doble amenaza los envolvía, al saltar a tierra desde las naves tan gran número de hombres armados y acosarlos por la espalda un ejército con el que no contaban. Los galos, al verse rechazados en su intento de oponer resistencia [4] en ambos frentes, salen de estampida por donde les parece que el paso es más expedito y huyen en desbandada hacia sus aldeas en todas direcciones. Aníbal, después de cruzar tranquilamente el resto de las tropas, asienta el campamento despreocupándose ya de los ataques de los galos.
[5] Para hacer pasar a los elefantes fueron varios, creo, los sistemas; los relatos acerca de cómo se llevó a cabo la operación son en verdad diversos. Según relatan algunos, una vez agrupados en la orilla los elefantes, el más salvaje de todos fue aguijoneado por su guía y al lanzarse al agua tras éste, que escapaba nadando, arrastró consigo a la manada, impulsándolos hasta la otra orilla la propia corriente del río a medida que su miedo a la profundidad [6] les fue haciendo perder pie. Pero son más los que sostienen que se les hizo cruzar en balsas; este procedimiento, así como sería el más seguro en principio, resulta asimismo más verosímil una vez que la operación se llevó a cabo. [7] Arrastraron al río desde tierra una balsa de doscientos pies de largo por cincuenta de ancho y, para que no se la llevase la corriente, la sujetaron a la orilla, río arriba, con muchas y fuertes amarras y le echaron tierra encima cubriéndola como si fuera un puente para que los animales pasaran [8] sin miedo como por tierra firme. Una segunda balsa de la misma anchura y de cien pies de largo, habilitada para cruzar el río, fue empalmada con la primera; entonces tres elefantes, precedidos por sus hembras, fueron conducidos como por un camino a través de la balsa estable; cuando pasaron a la balsa más pequeña adosada a ella, [9] inmediatamente, sueltas las amarras que la mantenían flojamente sujeta, es remolcada hacia la otra orilla por unas cuantas embarcaciones ligeras; de esta forma, una vez desembarcados los primeros, se volvió acto seguido a buscar [10] a otros y se los trasladó al otro lado. No mostraban ningún temor, en absoluto, mientras eran conducidos como a través de un puente ininterrumpido; su primera reacción de pánico tenía lugar cuando se veían impulsados corriente adentro al desligar la balsa del resto. Entonces, empujándose [11] unos a otros reculando los que estaban más cerca del agua, creaban cierta agitación hasta que su propio miedo, al ver agua todo alrededor, les hacía estarse quietos. Algunos sí cayeron al río, enfurecidos, pero gracias a la [12] estabilidad que les daba su propio peso, después de descabalgar a sus guías, buscando hacer pie paso a paso en los vados salieron a tierra firme.
Mientras se pasaba a los elefantes a la otra orilla, Aníbal [ 29 ] había enviado entretanto a quinientos jinetes númidas en dirección al campamento romano para observar su emplazamiento, cuántos eran sus efectivos y qué se proponían hacer. Con este escuadrón de jinetes se topan los trescientos [2] jinetes romanos enviados, como se ha dicho antes, desde la desembocadura del Ródano. Se entabla un combate más encarnizado de lo que correspondía al número de combatientes, pues aparte de los muy numerosos heridos [3] se produjo también una matanza casi igual por ambos lados; la huida espantada de los númidas dio la victoria a unos romanos ya completamente extenuados. Los vencedores tuvieron cerca de ciento sesenta bajas, si bien no todos romanos sino galos en buena parte, los vencidos más de doscientas. Este principio y a la vez presagio del resultado [4] de la guerra por una parte hizo prever un desenlace favorable de la contienda en su conjunto, y por otra les vaticinó a los romanos una victoria en modo alguno incruenta y una lucha incierta.
Cuando, una vez finalizada así la acción, volvieron unos [5] y otros al lado de sus generales respectivos, a Escipión no le quedaba la posibilidad de atenerse a otro criterio fijo que el de tomar sus decisiones a partir de los planes y propósitos del enemigo, y en cuanto a Aníbal, indeciso entre [6] continuar hacia Italia la marcha emprendida o entablar combate con el primer ejército romano que se le presentaba, lo disuadió de combatir de inmediato la llegada de embajadores de los boyos y del reyezuelo Magalo; éstos, asegurando que serán guías en la marcha y camaradas en el peligro, se manifiestan a favor de dirigirse a Italia sin combatir antes, sin tantear antes las fuerzas en ninguna parte. [7] La tropa temía sin duda al enemigo, al no haberse borrado aún el recuerdo de la guerra anterior, pero tenía más miedo a la interminable travesía y a los Alpes, de horrible fama especialmente para quienes no los conocían.
Arenga de Aníbal al iniciar la marcha hacia los Alpes
[ 30 ] Así pues, Aníbal, después de tomar la resolución de continuar la marcha y dirigirse a Italia, reunió la asamblea de soldados y les hizo reaccionar por procedimientos diferentes: recriminándolos y animándólos. [2] Les dice que está sorprendido del pánico que ha invadido de repente sus corazones siempre impávidos; tantos años como llevaban en el ejército venciendo, ya que no habían salido de Hispania hasta que todos los pueblos y las tierras abrazadas por dos mares opuestos fueran de [3] los cartagineses; luego, llenos de indignación porque el pueblo romano pedía que le fueran entregados como merecedores de castigo todos aquellos que hubiesen participado en el asedio de Sagunto, habían cruzado el Ebro para borrar [4] el nombre romano y liberar al mundo entero; entonces, cuando emprendían el camino de occidente a oriente, [5] a nadie le había parecido largo; ahora, cuando ven recorrida la mayor parte con mucho del camino, salvado el desfiladero del Pirineo por en medio de los pueblos más arriscados; cruzado el Ródano, un río tan caudaloso, con tantos miles de galos tratando de impedirlo, dominando además la fuerza de la corriente del propio río; cuando tienen al alcance de la vista los Alpes, cuya otra vertiente pertenece a Italia, se paran cansados ante las puertas mismas del enemigo; ¿qué otra cosa se creen que son los Alpes más [6] que montañas altas? Aunque se los imaginasen más altos que las cumbres del Pirineo, sin lugar a dudas no hay tierra [7] que toque el cielo ni que sea inaccesible para el género humano; los Alpes seguro que están habitados, son cultivados, producen y sustentan seres vivientes; si son transitables para unos pocos, lo son también para los ejércitos; aquellos mismos embajadores que están viendo no han franqueado [8] los Alpes gracias a unas alas que los elevasen por los aires, ni siquiera eran indígenas sus antepasados sino extranjeros que habían hecho la travesía, sin peligro, para poblar Italia, por esos mismos Alpes, a menudo en interminables caravanas de emigrantes con sus hijos y sus mujeres; ahora bien, para un soldado armado que no llevaconsigo [9] más que sus útiles de guerra ¿qué hay intransitable o infranqueable?, ¿cuántos peligros, cuántos trabajos no han pasado a lo largo de ocho meses para tomar Sagunto?; al dirigirse a Roma, la capital del orbe, ¿hay algo que les [10] pueda parecer tan duro y tan arduo como para diferir su propósito? En otro tiempo los galos se apoderaron de lo [11] que los cartagineses desesperan de poder alcanzar; por consiguiente, o han de reconocerse inferiores en coraje y valor a un pueblo tantas veces vencido por ellos por aquellas fechas, o han de esperar como meta final de su marcha la planicie 56 situada entre el Tíber y las murallas de Roma.
Después de estimularlos con estas palabras de aliento [ 31 ] les ordena reponer fuerzas y prepararse para la marcha. Parte al día siguiente remontando el Ródano por la orilla [2] y se dirige al interior de la Galia, no porque fuese el camino más directo hacia los Alpes, sino porque estaba convencido de que cuanto más se alejase de la costa menos [3] probable iba a ser un encuentro con los romanos, con los cuales no tenía intención de entrar en combate antes de haber [4] llegado a Italia. En la cuarta etapa llega a Ínsula. Allí los ríos Isara 57 y Ródano, que bajan desde puntos opuestos de los Alpes, confluyen después de abarcar una considerable extensión de terreno; a la llanura que queda en [5] medio se le dio el nombre de Ínsula. En torno viven los alóbroges 58 , pueblo que ya por entonces no le iba a la zaga a ningún otro de la Galia ni en recursos ni en reputación. [6] Entonces estaba dividido: dos hermanos estaban enfrentados disputándose el trono; al mayor, llamado Braneo, que había ocupado el poder primero, querían derrocarlo el hermano menor y un grupo de los más jóvenes, [7] que tenían menos derecho, pero más fuerza. Como la resolución de este litigio le fue encomendada, muy oportunamente, a Aníbal, éste, convertido en árbitro del trono, ya que el senado 59 y los principales se habían pronunciado [8] en ese sentido, devolvió el poder al mayor. Por este servicio recibió como ayuda víveres y abundancia de material de todo tipo, sobre todo ropa, que la mala fama de los Alpes debida a sus bajas temperaturas hacía forzoso preparar. [9] Apaciguado el enfrentamiento de los alóbroges, cuando ya se dirigía a los Alpes decidió no seguir en línea recta, sino doblar hacia la izquierda 60 en dirección al territorio tricastino 61 ; de allí, por la franja límite del territorio de los voconcios, se dirigió a los trigorios 62 , sin ver obstaculizada la marcha en ninguna parte hasta que llegó al río Druencia 63 . Este río, alpino también, es con mucho el más [10] difícil de vadear de todos los ríos de la Galia, pues a pesar [11] de llevar un enorme caudal no es apto, sin embargo, para las embarcaciones porque al no estar encajonado entre riberas de ninguna clase discurre a la vez por múltiples y no siempre los mismos cauces, por vados y remolinos siempre nuevos, y por eso mismo el paso es inseguro incluso para quien va a pie; arrastra además cantos rodados, y no ofrece ninguna estabilidad ni seguridad al que se mete en él. Se daba [12] además entonces la circunstancia de que venía crecido por las lluvias, y provocó una gran perturbación entre quienes lo cruzaban, azorados por su propia confusión, aparte de la reinante, y por la confusa algarabía.
El cónsul Cornelio pasa a Génova a esperar a Aníbal, que tiene dificultades en el ascenso a los Alpes
El cónsul Publio Cornelio, unos tres [ 32 ] días después de marchar Aníbal de la orilla del Ródano, había llegado en formación cuadrangular al campamento enemigo con el propósito de no diferir el combate ni un instante. Pero al ver las defensas [2] abandonadas y ver que no podrá dar alcance fácilmente a quienes llevaban tanta delantera, retorna a las naves, al mar, con la intención de hacerle así frente a Aníbal con mayor seguridad y facilidad cuando descienda de los Alpes. Sin embargo, para que no quedase [3] desguarnecida de tropas auxiliares romanas Hispania, que le había tocado en suerte como provincia, envía contra Asdrúbal a su hermano Gneo Escipión 64 con la mayor parte [4] de sus efectivos, con el objeto de proteger a los antiguos aliados y además para desalojar de Hispania a Asdrúbal. [5] Él, con unos efectivos francamente escasos, se dirige de nuevo a Génova 65 con el propósito de defender Italia con el ejército que estaba en las cercanías del Po.
[6] Aníbal llegó a los Alpes desde el Druencia por una ruta casi toda llana 66 sin que le crearan dificultades los [7] galos que habitaban aquella comarca. Entonces, aunque ya antes la fama, que suele exagerar lo poco conocido, les había hecho prever la realidad, renovó sin embargo sus prevenciones la altura de las montañas contempladas de cerca, y las nieves casi confundidas con el cielo, y las cabañas irregulares enclavadas en las rocas, el ganado y las bestias de carga encogidas de frío, los hombres desgreñados y desaliñados, todo bicho viviente y no viviente entumecido por el frío, y lo demás con un aspecto más desagradable [8] a la vista de lo que se puede contar. Cuando la columna escalaba las primeras rampas, aparecieron apostados sobre las alturas dominantes los montañeses, que, si se hubieran situado en valles escondidos, lanzándose a la lucha de forma repentina, hubieran provocado una desbandada caótica. [9] Aníbal dio la orden de hacer un alto y envió por delante a unos galos para reconocer el terreno; cuando se enteró de que por allí no había paso, estableció el campamento en el valle más amplio que le fue posible, un enclave [10] completamente escarpado y abrupto. Entonces, por medio de los mismos galos, que a decir verdad no se diferenciaban mucho de los montañeses en habla y costumbres y se habían mezclado en sus conversaciones, se enteró de que el desfiladero sólo estaba vigilado durante el día y que por la noche se marchaban cada uno a su casa; al romper el día avanzó hacia las alturas como si tuviera intención de abrirse paso por el desfiladero abiertamente y a pleno día. Luego, después de dedicar el día a simular otra cosa [11] distinta de la que tramaba, atrincheró el campamento en el mismo lugar donde habían hecho un alto y, cuando se [12] dio cuenta de que los montañeses habían bajado de las alturas y se había relajado la vigilancia, mandó encender hogueras en mayor número del que correspondía a la cifra de los que se quedaban, para dar una falsa impresión, dejó los bagajes con la caballería y la mayor parte de la infantería, y él, con tropas ligeras formadas con los hombres más [13] aguerridos, sale rápidamente del desfiladero y ocupa aquellas mismas alturas que habían estado ocupadas por los enemigos.
Con las primeras luces del día siguiente se levantó [ 33 ] el campamento y el resto del ejército inició la marcha. Los montañeses, a una señal dada, acudían ya desde sus [2] refugios al puesto de vigilancia acostumbrado cuando de pronto observan que unos enemigos los amenazan por encima de sus cabezas después de ocupar su reducto defensivo, mientras que otros cruzan por el sendero. Estas dos circunstancias, [3] que se les ofrecieron a la vez a la vista y a la mente, los dejaron paralizados unos instantes; luego, cuando vieron el desbarajuste reinante en el desfiladero y que la columna se embarullaba ella sola con su propio ajetreo, espantándose sobre todo los caballos, convencidos [4] de que cualquier motivo de alarma que ellos añadiesen sería suficiente para acabar con los enemigos, bajaron a la carrera por las irregulares rocas 67 , acostumbrados al [5] terreno impracticable y escarpado. Pues bien, los cartagineses tenían entonces en contra a los enemigos y también las dificultades del terreno, siendo mayor la pugna entre ellos que con el enemigo, al empeñarse cada uno en escapar [6] el primero del peligro. Los caballos hacían especialmente peligrosa la marcha, pues se agitaban espantados por los gritos confusos, amplificados además por el eco de los valles y los bosques, y si por un azar eran golpeados o heridos se excitaban de tal modo que provocaban un [7] enorme caos entre hombres y todo tipo de bagajes; el tropel hizo que se despeñaran desde una altura enorme un buen número de ellos e incluso algunos hombres armados, pues a ambos lados había gargantas verticales y cortadas a pico, y sobre todo las acémilas rodaban con sus cargas [8] como si se derrumbaran. Aunque esto constituía un horrible espectáculo, Aníbal se quedó sin embargo quieto durante algún tiempo y contuvo a los suyos, para no aumentar [9] la confusión y el desconcierto; después, cuando vio que la columna sufría cortes y corría el riesgo de pasar al otro lado con un ejército desprovisto de bagajes y salvado para nada, bajó corriendo desde su posición dominante y, aunque con el propio impulso desbarató al enemigo, también [10] aumentó la confusión entre los suyos. Pero esta confusión se serena en un instante cuando el camino queda libre con la huida de los montañeses, y en poco tiempo pasan todos [11] no sólo con tranquilidad, sino casi sin ruido. A continuación tomó una fortaleza, que constituía la cabeza de aquella comarca, y las aldeas circundantes, y con la comida y el ganado capturado alimentó durante tres días al ejército; y como no les creaban especiales dificultades ni los montañeses, asustados desde un principio, ni el terreno, adelantó bastante camino en aquellos tres días.
Se llegó después hasta otro pueblo 68 de muchos habitantes [ 34 ] para ser montañeses. Allí estuvo Aníbal a punto de verse copado no en guerra abierta sino con sus propias armas, la astucia y la emboscada. Los jefes, de edad avanzada, [2] de los reductos fortificados, acuden en embajada al cartaginés manifestando que han aprendido de las calamidades ajenas, lección provechosa, y que prefieren experimentar la amistad antes que la violencia de los cartagineses; que, por lo tanto, harán dócilmente lo que se les mande; [3] que acepte provisiones y guías para el camino y rehenes como garantía de su compromiso. Aníbal, considerando [4] que no debía ni creerles por las buenas ni rechazarlos, no fuera a ocurrir que el rechazo los convirtiera en enemigos declarados, respondió con buenas palabras, aceptó los rehenes que le ofrecían, hizo uso de las provisiones que se habían traído para el camino y los siguió como guías, si bien con un orden de marcha completamente distinto al que adoptaría a través de territorio amigo 69 . En la cabeza [5] de la columna iban los elefantes y la caballería; detrás marchaba él mismo con el grueso de la infantería, observándolo todo alrededor con gran cuidado. Al llegar a un estrechamiento [6] del camino, dominado en uno de sus lados por una elevada cima, surgen de una emboscada bárbaros por todas partes, de frente y por la espalda, atacan de cerca y de lejos, y hacen rodar enormes piedras sobre la columna. El mayor número de enemigos atacaba por la espalda. Lainfantería, [7] que se revolvió contra ellos, demostró claramente que, si no se hubiesen reforzado los extremos de la columna, se habría sufrido un revés muy serio en aquella garganta. [8] Incluso en aquellas circunstancias corrió un peligro extremo y se estuvo al borde de ser aniquilados; en efecto, mientras Aníbal dudaba si hacer que su columna bajase hasta la garganta, porque, así como él servía de cobertura a la caballería, a la infantería sin embargo no le había dejado ningún refuerzo por retaguardia, los montañeses, atacando de través, ocuparon el camino después de cortar la columna por el centro, y Aníbal pasó la noche entera sin la caballería y sin los bagajes.
El paso por la cumbre de los Alpes
[ 35 ] Al día siguiente, al perder contundencia las cargas de los bárbaros, se reagruparon las tropas y se salvó el desfiladero no sin graves pérdidas, mayores sin embargo en bestias de carga que en hombres. [2] A partir de entonces los montañeses lanzaban ya sus ataques con menor frecuencia y más al estilo del bandolerismo que de la guerra, unas veces contra la cabeza y otras contra la retaguardia de la columna, según que el terreno se presentara propicio o los que se adelantaban o rezagaban [3] les brindasen la oportunidad. Los elefantes, así como en los caminos estrechos y empinados 70 se desplazaban con gran lentitud, sin embargo por dondequiera que avanzaban mantenían a los enemigos alejados de la columna, porque les daba miedo acercarse más, al resultarles algo para ellos insólito.
[4] A los ocho días se llegó a la cima de los Alpes por caminos en gran parte impracticables, con extravíos en la ruta ocasionados o bien por los guías a mala fe o bien, cuando éstos no merecían confianza, por personas que se echaban a adivinar sobre la ruta adentrándose en los valles al azar. Estuvieron acampados en la cima durante dos días [5] y se les concedió un descanso a los soldados, fatigados por los trabajos y los combates, y algunas acémilas que habían resbalado en las rocas llegaron hasta el campamento siguiendo el rastro de la columna. A los hombres, cansados [6] como estaban por la repetición de tantas calamidades, les supuso además un motivo de grave preocupación la caída de la nieve —pues ya declinaba la constelación de las Pléyades 71 —. Cuando la columna, después de emprender [7] la marcha al amanecer, avanzaba cansinamente a través de la nieve que lo cubría todo y en todos los semblantes se reflejaba la desgana y la desesperanza, Aníbal, [8] adelantándose a las enseñas, mandó hacer un alto en un promontorio desde el que se divisaba una amplia panorámica en todas direcciones y les mostró a sus hombres Italia, y al pie de las montañas alpinas las llanuras bañadas por el Po; les dice que en esos momentos están franqueando [9] las murallas, no ya de Italia, sino de la propia ciudad de Roma; lo que falta va a ser llano o cuesta abajo; con una batalla, o a lo sumo con un par de ellas, van a tener en sus manos y en su poder la ciudadela y capital de Italia. La columna reemprendió acto seguido la marcha sin que [10] ni siquiera los enemigos hicieran tentativa alguna, salvo asaltos de poca monta cuando la ocasión se les presentaba. Pero el descenso fue mucho más difícil que la subida, y es que la mayor parte de las rutas de los Alpes por la vertiente itálica, si bien son más cortas, son también más pendientes. El camino era, en efecto, casi en su totalidad, [11] abrupto, estrecho, resbaladizo, hasta el punto de que ni podían mantener la estabilidad, al resbalar, ni podían sostenerse firmes sobre sus pies a poco que se desequilibrasen, y caían unos encima de otros y las bestias de carga encima de los hombres.
[ 36 ] Se llegó luego a un paso mucho más estrecho de paredes rocosas tan cortadas a pico que apenas si podía bajar un soldado sin equipo, tanteando y agarrándose con las manos a los matorrales y tocones que sobresalían por allí [2] alrededor. El lugar, ya de por sí escarpado, tenía un corte de unos mil pies de profundidad debido a un reciente desprendimiento [3] de tierra. Como los jinetes se detuvieron allí lo mismo que si se tratara del final del camino, Aníbal preguntó extrañado qué les detenía y se informó de que [4] no había paso por la roca. En seguida se adelantó a reconocer personalmente el lugar. Le pareció fuera de toda duda que tendría que conducir al ejército dando un rodeo, aunque de gran diámetro, por un itinerario no transitable [5] ni pisado hasta entonces. Pero resultó infranqueable dicha ruta, pues al haber una nueva capa de nieve de mediano espesor sobre la anterior, intacta, los pies de los que avanzaban se afianzaban con facilidad en la capa blanda y no [6] muy espesa, pero cuando ésta se derritió debido al paso de tantos hombres y acémilas, pisaban sobre el desnudo hielo de debajo y el agua sucia de la nieve derretida. [7] Los esfuerzos eran entonces tremendos, pues el hielo no dejaba que se afianzaran las pisadas y en las pendientes hacía que los pies fallaran antes, de suerte que si se ayudaban con las manos o las rodillas para incorporarse, también estos puntos de apoyo resbalaban, y volvían a caerse; no había por allí tocones o raíces en que poder apoyar el pie o la mano; así, al ir exclusivamente sobre hielo liso [8] y nieve derretida, caían rodando. Los animales de carga al avanzar producían a veces cortes también en la capa de debajo y si caían, al agitar con mayor violencia los cascos en sus esfuerzos por incorporarse, la horadaban más profundamente, de suerte que la mayor parte, como atrapados en un cepo, quedaban inmovilizados en el hielo duro y compacto de gran espesor.
El descenso de los Alpes
Al fin, agotados inútilmente los hombres [ 37 ] y las acémilas, establecieron el campamento en la cumbre después de conseguir con enorme trabajo limpiar el lugar para su emplazamiento dada la gran cantidad de nieve que fue preciso remover y transportar.
Después, los soldados que fueron llevados a abrir camino [2] en la roca, único sitio por donde podía haber paso, y como era preciso cortar la peña, talaron y trocearon árboles gigantescos que había por allí cerca y formaron una enorme pila de leños, y como además se había levantado un fuerte viento a propósito para hacer fuego, los encendieron, y cuando la roca estaba abrasada vertieron vinagre 72 y la deshicieron. Con la roca así al rojo por efecto [3] de las llamas la abren con el hierro y suavizan las rampas con curvas moderadas para hacer posible el descenso no sólo de las acémilas, sino también de los elefantes. Se consumieron cuatro días en torno a la roca, faltando [4] poco para que las bestias de carga murieran de hambre, pues las cumbres están prácticamente peladas, y si algo de pasto hay, lo cubren las nieves. La zona de más abajo tiene [5] valles, algunas colinas soleadas y ríos cerca de bosques, y espacios ya más apropiados para el hábitat humano. Se envió a los animales a pastar allí y se les concedió un [6] descanso a los hombres, cansados de trabajar para abrir el paso. Tres días después se descendió al llano, siendo ya menos duros tanto la configuración del terreno como el carácter de los habitantes.
[ 38 ] Así fue, a grandes rasgos, como se llegó a Italia, cinco meses después de salir de Cartagena, según sostienen algunos historiadores, empleando quince días en vencer los [2] Alpes. Por lo que se refiere al número de tropas con que Aníbal contaba después de pasar a Italia no hay en absoluto acuerdo entre los historiadores. Los que dan las cifras más altas escriben que eran cien mil de a pie y veinte mil de a caballo; los que dan las más bajas, veinte mil de a [3] pie y seis mil de a caballo. Lucio Cincio Alimento, que según él mismo escribe fue hecho prisionero por Aníbal, sería el historiador más creíble si no embarullara las cifras [4] sumando galos y lígures; contando a éstos, pasaron, según él, ochenta mil de a pie y diez mil de a caballo (pero resulta más verosímil que aquéllos se incorporaran en Italia, [5] y así lo sostienen algunos historiadores); pues bien, dice que oyó de labios del propio Aníbal que, después de cruzar el Ródano, había perdido treinta y seis mil hombres y una enorme cantidad de caballos y otras bestias de carga. El primer pueblo con que se encontró al bajar a Italia [6] fue el de los taurinos semigalos 73 . Como quiera que todos los historiadores están de acuerdo en este punto, me sorprende por ello más que se discuta por dónde cruzó los Alpes y que sea opinión generalizada que lo hizo por el Penino 74 —y de ahí el nombre que se le puso a dicha cumbre de los Alpes—, mientras que Celio 75 sostiene que [7] pasó por el macizo de Cremón 76 . Estos dos pasos habrían llevado su descenso no hasta los taurinos, sino en la dirección de los galos libuos a través del territorio de los salasos 77 montanos. No es verosímil, por otra parte, que [8] estuviesen entonces abiertas esas vías hacia la Galia 78 , y sobre todo las que conducen al Penino, hubiesen estado bloqueadas por pueblos semigermanos. Y tampoco, la [9] verdad, los sedunoveragros 79 que pueblan dicha cumbre tienen conocimiento de que a estos montes les venga el nombre, si es que a alguien le preocupa esta cuestión, de ningún paso de los cartagineses, sino del que los montañeses llaman Penino, divinidad venerada en lo más alto de la cima 80 .
Preámbulos a la batalla del Tesino: los ejércitos, los generales
Muy oportunamente, en los inicios de [ 39 ] las operaciones los taurinos, el pueblo que tenían más próximo, habían desencadenado una guerra contra los ínsubres. Pero Aníbal no podía meter en el conflicto armado a su ejército para ayudar a una de las partes, pues, precisamente mientras se restablecía, experimentaba éste los efectos de las calamidades pasadas anteriormente; en efecto, [2] el paso del trabajo al descanso, de la penuria a la abundancia, del desaliño y la suciedad al aseo, provocaba diferentes reacciones en sus organismos desatendidos y ya casi salvajes. Fue ésta la razón por la cual el cónsul Publio [3] Cornelio, que había llegado con sus naves a Pisa y había recibido de Manlio y Atilio 81 un ejército bisoño y acobardado por los recientes reveses, se dirigió al Po a toda prisa para entrar en combate con un enemigo no recuperado aún. [4] Pero cuando el cónsul llegó a Placencia, ya había marchado Aníbal del campamento y había tomado al asalto una ciudad de los taurinos, capital de dicho pueblo, que no [5] había aceptado espontáneamente su amistad; y se habrían unido a él los galos que habitaban en las riberas del Po, no sólo por miedo sino por propia voluntad, si no los hubiera sorprendido la repentina llegada del cónsul cuando estaban estudiando el momento oportuno para pasarse al [6] enemigo. Aníbal marchó también del país de los taurinos, convencido de que, en su incertidumbre sobre qué partido tomar, los galos iban a seguir a quien tuvieran ante ellos. [7] Ya casi se avistaban los ejércitos y habían acudido los generales que, si bien no se conocían aún entre sí lo suficiente, estaban sin embargo imbuidos de cierta admiración mutua; [8] en efecto, el nombre de Aníbal era ya muy famoso entre los romanos antes de la destrucción de Sagunto, y en cuanto a Escipión, Aníbal lo consideraba un guerrero sobresaliente desde el momento que había sido justo el general [9] elegido 82 para enfrentarse a él; habían además mejorado la opinión que tenían uno del otro: Escipión, porque después de ser dejado en la Galia le había salido al encuentro a Aníbal cuando ya había cruzado a Italia, y Aníbal por haber tenido la audacia de cruzar los Alpes y haberlo [10] conseguido. Sin embargo, Escipión se anticipó a cruzar el Po y, después de trasladar el campamento a orillas del río Tesino, para dar ánimos a sus hombres antes de hacer salir al ejército en orden de batalla, comenzó una arenga en estos términos:
Arenga de Escipión
«Soldados, si yo llevara al frente de batalla [ 40 ] el mismo ejército que tenía conmigo en la Galia, me habría ahorrado el dirigiros la palabra; ¿qué necesidad habría, [2] en efecto, de animar tanto a unos jinetes que habían vencido de forma brillante a la caballería enemiga junto al Ródano como a aquella infantería con la que perseguí a este mismo enemigo en su huida y del que obtuve, si no la victoria, sí la confesión que suponía el retirarse y rehuir el combate? Ahora, puesto que aquel [3] ejército, reclutado para la provincia de Hispania, opera con mi hermano Gneo Escipión bajo mis auspicios allí donde fue voluntad del senado y del pueblo romano que operase, yo, para que tuvieseis un cónsul como general frente [4] a Aníbal y los cartagineses, me brindé de forma personal y voluntaria para esta contienda, y un nuevo general debe dirigir algunas palabras a unos nuevos soldados. No seáis [5] desconocedores de las características de esta guerra ni del enemigo: esos con quienes tenéis que luchar, soldados, son los que vencisteis por tierra y por mar en la última guerra, a los que impusisteis un tributo durante veinte años, a costa de los cuales tenéis Sicilia y Cerdeña como trofeos conquistados en la guerra. Vuestra moral y la de ellos en este [6] combate serán, por tanto, las que corresponden a los vencedores y a los vencidos. Además, ahora no van a combatir ellos por valentía, sino por necesidad, ya que es casi mayor el número de los que perecieron que el de los supervivientes; a no ser que creáis que los que rehusaron el combate [7] cuando su ejército estaba entero abrigan mayores esperanzas después de haber perdido los dos tercios de la infantería y la caballería en la travesía de los Alpes. Ahora bien, [8] diréis, efectivamente son pocos pero vigorosos de cuerpo y espíritu, cuyo vigor y energía apenas hay fuerza alguna [9] capaz de resistir. Todo lo contrario: son espectros, sombras de hombres, muertos de hambre, de frío, de suciedad, de falta de higiene, contusionados y quebrantados entre piedras y rocas; con quemaduras, además, en sus miembros, entumecidos por la nieve sus músculos, consumidos por el intenso frío sus organismos, abolladas y rotas sus [10] armas, renqueantes y sin fuerzas sus caballos. Con esa infantería, con una caballería así vais a combatir; no tenéis un enemigo, sino los últimos restos de un enemigo, y lo único que temo es que a alguien pueda parecerle que, aun siendo vosotros los que combatís, a Aníbal lo vencieron [11] los Alpes. Pero tal vez convenía que fuese así, que con un general y un pueblo que violan los tratados entablasen la guerra y decidiesen su final los propios dioses sin ninguna intervención humana, y que nosotros, que fuimos agraviados después de los dioses, rematásemos la guerra emprendida y decidida».
[ 41 ] «No temo que alguno de vosotros vaya a pensar que utilizo grandes palabras para arengaros, pero que son muy [2] otros los sentimientos que abriga mi espíritu. Tuve la posibilidad de ir con mi ejército a Hispania, la provincia que me correspondía, hacia donde había ya emprendido la marcha, donde tendría a mi hermano como partícipe de mis planes y compañero en el peligro, y tendría como enemigo a Asdrúbal en lugar de Aníbal, y una guerra indudablemente [3] de menor envergadura; sin embargo, cuando bordeaba con mis naves la costa de la Galia, salté a tierra al oír hablar de este enemigo, envié por delante la caballería [4] y fui a acampar junto al Ródano. En una batalla de la caballería, único cuerpo del ejército con que se me dio oportunidad de entrar en combate, desbaraté al enemigo 83 ; en cuanto a su infantería, que se desplazaba de forma precipitada como hacen los que huyen, en vista de que no podía darle alcance por tierra regresé a las naves y, con toda la rapidez que pude en una travesía tan larga por mar y tierra, le salí al paso casi en la base misma de los Alpes a este temible enemigo. ¿Doy la impresión de haberme [5] visto abocado por incauto a una confrontación que rehuía, o más bien la de correr tras sus huellas, hostigarlo y arrastrarlo a un combate decisivo? Resulta interesante [6] comprobar si acaso en el transcurso de veinte años la tierra ha sacado a la luz de repente otros cartagineses distintos, o si son los mismos que combatieron en las islas Egates y a los que dejasteis marchar del Érice valorados en dieciocho denarios cada uno; y si este Aníbal es un émulo de [7] los viajes de Hércules 84 , como él mismo pretende, o es el mismo vasallo estipendiario y esclavo del pueblo romano que dejó su padre. Él, si el crimen de Sagunto no lo trajera [8] desasosegado, se acordaría sin duda si no de la derrota de su patria, sí al menos, de su casa, y de su padre, y de los tratados suscritos por la mano de Amílcar, que por [9] orden de nuestro cónsul sacó su destacamento del Érice, que aceptó a la trágala y abatido las duras condiciones impuestas a los cartagineses vencidos, que cedió Sicilia pactando el pago de un tributo al pueblo romano.
Por lo tanto, soldados, mi deseo sería que peleaseis [10] no ya con el coraje acostumbrado contra otros enemigos, sino con una especie de indignación y de rabia, como si vieseis a vuestros esclavos dirigir de pronto sus armas contra vosotros. Pudimos acabar con ellos por hambre, el más [11] espantoso de los sufrimientos humanos, cuando estaban atrapados en el Érice; pudimos llevar hasta África nuestra flota victoriosa y en cosa de unos días destruir Cartago [12] sin ning una resistencia; les dimos cuartel cuando suplicaban, les dejamos salir del asedio teniéndolos cercados, hicimos la paz con ellos cuando estaban vencidos, más tarde los consideramos tutelados nuestros cuando les ponía en [13] aprieto la guerra de África. En pago de este trato de favor vienen a atacar nuestra patria siguiendo a un muchacho que no está en sus cabales. ¡Y ojalá fuera éste para vosotros un combate por la gloria tan sólo, y no por la supervivencia! [14] No tenéis que batiros por la posesión de Sicilia y Cerdeña como se hacía en otro tiempo, sino por Italia. [15] Y no hay detrás de nosotros otro ejército que haga frente al enemigo si nosotros no vencemos, ni hay otros Alpes que nos permitan aprestar nuevos refuerzos mientras son atravesados; es preciso cerrarles el paso aquí, soldados, como [16] si peleáramos delante de las murallas de Roma. Piense cada uno de vosotros que protege con sus armas no su propio cuerpo, sino a su mujer y a sus hijos pequeños, y no esté sólo preocupado por sus bienes privados, sino que constantemente tenga presente que en nuestras manos tienen puestos sus ojos en estos momentos el senado y el [17] pueblo romano: como sea nuestra fuerza y nuestro valor, así va a ser en adelante la suerte de la ciudad de Roma y de su imperio».
Aníbal convierte a los prisioneros en soldados suyos
[ 42 ] Así habló el cónsul a los romanos. Aníbal, convencido de que a los soldados había que estimularlos con hechos más que con palabras, formó al ejército en círculo como para un espectáculo, colocó en el centro encadenados a los montañeses prisioneros y arrojando ante ellos armas de galos ordenó al intérprete que les preguntara si alguno quería batirse a hierro si se le soltaban las ligaduras, y en caso de resultar vencedor se le entregaban armas y un caballo. Como todos de forma unánime [2] reclamaban las armas de combate, se echó a suertes con ese objeto y cada uno de ellos deseaba ser el elegido por la suerte para tal combate, y a medida que iban saliendo [3] sus nombres, llenos de euforia, saltando de alegría mientras los felicitaban, cogían a toda prisa las armas dando saltos como es costumbre entre ellos. Y cuando combatían, [4] la actitud tanto de los que estaban en su misma situación como de la generalidad de los espectadores era tal, que se elogiaba la suerte de los que morían valientemente tanto como la de los vencedores.
Arenga de Aníbal
Después de impresionarlos de esta [ 43 ] forma con el espectáculo de unos cuantos pares de combatientes, mandó retirarse a sus hombres, y reuniéndolos luego en asamblea dicen que les habló así: «Si esa misma actitud que habéis tenido hace un rato ante [2] el espectáculo de la suerte ajena la tenéis también dentro de poco al sopesar vuestra propia suerte, nuestra victoria es cosa hecha, soldados; y es que aquello, además de un espectáculo, era una especie de reflejo de vuestra situación. No sé incluso si la fortuna no os rodeó de cadenas más [3] fuertes y de necesidades más apremiantes, a vosotros que a vuestros prisioneros. Por la derecha y por la izquierda [4] nos cierran dos mares, sin que tengamos ni una nave siquiera para escapar; por delante, el Po, más caudaloso e impetuoso que el Ródano; por la espalda nos cierran los Alpes, que costó trabajo cruzar cuando estabais en plenitud de fuerzas. Es preciso vencer o morir, soldados, allí [5] donde se produzca el primer encuentro con el enemigo. Y la misma fortuna que os impuso la inevitabilidad de luchar os pone delante unas recompensas tan grandes, si vencéis, que no las suelen esperar mayores los hombres ni si [6] quiera de los dioses inmortales. Aunque tan sólo fuésemos a recuperar con nuestro valor Sicilia y Cerdeña, arrebatadas a nuestros padres, bastante grande sería ya la recompensa; todo cuanto poseen los romanos, conseguido y acumulado con tantos triunfos, va a ser vuestro junto con [7] sus propios dueños. Por este botín tan espléndido, vamos, pues, empuñad las armas con la benévola ayuda de los [8] dioses. Bastante tiempo lleváis corriendo detrás del ganado en los desolados montes de Lusitania y Celtiberia sin ver [9] ningún pago a tantos trabajos y peligros; ya es hora de que hagáis una campaña abundante y fructífera y recibáis una recompensa cumplida por vuestro trabajo tras recorrer una travesía tan larga por medio de tantos montes y ríos y tantos [10] pueblos en armas. Aquí ha puesto la fortuna punto final a vuestros trabajos; aquí os concederá una digna paga al licenciaros una vez finalizado vuestro servicio militar. [11] Y no vayáis a pensar que la victoria va a ser tan difícil por grande que sea la fama de esta guerra; más de una vez un enemigo menospreciado libró una batalla sangrienta, y pueblos y reyes célebres fueron vencidos sin gran dificultad. [12] Pues aparte de ese relumbrón del nombre de Roma, [13] ¿en qué se les puede comparar a vosotros? Para no hablar de vuestros veinte años de campaña con tanto valor y tanta fortuna: habéis llegado hasta aquí desde las columnas de Hércules, desde el Océano, desde el último confín de la tierra, saliendo vencedores por entre tantos y tan salvajes [14] pueblos de Hispania y de la Galia; vais a combatir contra un ejército bisoño, hecho trizas este mismo verano, vencido, asediado por los galos, desconocido aún por su general, [15] al que a su vez tampoco conoce. ¿Es que yo, si no nacido, al menos criado en la tienda de mando de mi padre, general brillantísimo; yo, dominador de Hispania y de la Galia, vencedor además no ya de los pueblos alpinos, sino de los propios Alpes, que es mucho más, me voy a comparar con ese general de seis meses que abandonó a su ejército? Ése, si alguien hoy se lo mostrase a los cartagineses [16] y a los romanos quitadas las enseñas, doy por seguro que no sabría de cuál de los dos ejércitos es cónsul. No le doy yo poca importancia, soldados, al hecho de que [17] no hay entre vosotros ni uno solo ante cuyos ojos no haya yo personalmente realizado en más de una ocasión alguna brillante acción de armas, ni uno solo a quien yo mismo, espectador y testigo de su valor, no pueda recordarle sus hazañas detallando fecha y lugar. Con vosotros, a los que [18] yo he elogiado y galardonado mil veces, yo, discípulo de todos vosotros antes que general, saldré al frente de combate contra quienes son mutuamente desconocedores y desconocidos».
«A dondequiera que vuelvo los ojos a mi alrededor, [ 44 ] veo valor y energía llenándolo todo: una infantería veterana, unos jinetes de los más nobles pueblos, que montan con freno o sin él 85 ; vosotros, los aliados, muy leales [2] y valientes; vosotros, los cartagineses, que estáis dispuestos a luchar por la patria y con una más que justificada indignación. Traemos la guerra, y en son de guerra hemos bajado [3] a Italia, tanto más dispuestos a pelear con mayor audacia y valentía que el enemigo cuanto mayores son las esperanzas y mayor es el coraje de quien lanza el ataque que el de quien se defiende. Sirven además de acicate a nuestros [4] ánimos el dolor, los agravios, el trato indigno. Primero me reclamaron a mí, al general, para someterme a suplicio, después a vosotros, a todos los que hubierais atacado Sagunto; una vez entregados, estaban dispuestos a aplicar los más duros suplicios. Pueblo extremadamente cruel y [5] orgulloso, todo lo convierte en suyo y sometido a su capricho; se cree con derecho a imponernos con quiénes, y en qué condiciones, hemos de estar en guerra y con quiénes en paz. Acota y nos encierra dentro de unos límites de montes y ríos que no debemos sobrepasar, y no respeta esos [6] mismos límites que ha establecido. «¡No cruces el Ebro! ¡No te metas en los asuntos de los saguntinos!» ¿Está junto al Ebro Sagunto? «¡No te muevas de tu sitio en ninguna [7] dirección!» ¿No te basta con haberme quitado las provincias de Sicilia y Cerdeña, mías desde muy antiguo? Quieres quitarme también las Hispanias, y si me retiro de allí pasarás a África. ¿Pasarás, digo? Has pasado ya, afirmo. A los dos cónsules del presente año los enviaron uno a África y el otro a Hispania. No nos queda nada en ninguna parte, sólo lo que reivindiquemos por la vía de las armas. [8] Pueden permitirse ser pusilánimes y cobardes los que tienen a dónde volver la vista tras de sí, a los que acogerán su tierra y sus campos en su huida por territorios seguros y en paz; vosotros no tenéis más remedio que ser guerreros valientes, y al estar cerrada cualquier otra salida que no sea la victoria o la muerte por faltar por completo una esperanza, o vencéis, o si la fortuna se tambalea buscáis [9] la muerte en el combate antes que en la huida. Si todos tenéis esto bien grabado 86 y decidido en vuestra mente, os lo vuelvo a repetir, habéis vencido; los dioses inmortales no le han concedido al hombre ninguna otra arma más poderosa que el desprecio a la muerte».
Movimientos previos; batalla del Tesino
Cuando la fiebre del combate había penetrado [ 45 ] en el ánimo de los soldados de uno y otro bando con estas arengas, los romanos tienden un puente sobre el Tesino y para protegerlo construyen además un fuerte; el cartaginés, mientras los enemigos están ocupados [2] en dicha tarea, envía a Maharbal con un escuadrón de quinientos jinetes númidas a saquear los campos de los aliados del pueblo romano; da orden de que se ponga el [3] mayor cuidado en respetar a los galos y de incitar a sus jefes a la defección. Terminado el puente, el ejército romano cruza hasta el territorio de los ínsubres y hace alto a cinco millas de Victúmulas 87 . Allí tenía Aníbal su campamento; [4] hizo volver a toda prisa a Maharbal y sus jinetes, pues veía que el combate era inminente, y persuadido de que nunca era bastante lo que les había dicho y advertido a los soldados para animarlos los convoca a asamblea y les anuncia las recompensas seguras en cuya expectativa van a luchar: les piensa dar tierras en Italia, África o Hispania, [5] donde cada uno prefiera, libres de impuestos para quien las reciba y para sus hijos; al que quiera mejor dinero que tierras, lo satisfará en efectivo; a aquellos aliados [6] que quieran convertirse en ciudadanos cartagineses les dará esa posibilidad, y en cuanto a los que prefieran volver a su patria, él se encargará de que no deseen cambiar su suerte por la de ninguno de sus compatriotas. También [7] a los esclavos que han seguido a sus amos les promete la libertad y por cada uno de ellos promete entregar a sus amos dos esclavos. Y para que sepan que estas promesas [8] serán firmes, sujeta con la mano izquierda un cordero y con la derecha un pedernal y pide a Júpiter y los demás dioses que, si no cumple, lo inmolen lo mismo que él inmola al cordero, y hecha la súplica le rompe al animal [9] la cabeza con la piedra 88 . Entonces, como si individualmente hubiesen recibido de los dioses garantías de lo que esperaban, todos unánimemente, persuadidos de que lo único que retrasaba el que se hiciesen con lo prometido era el no estar ya peleando, piden al unísono el combate.
[ 46 ] No había, ni mucho menos, tanta fiebre entre los romanos, aterrados, aparte de todo lo demás, por prodigios [2] recientes, pues un lobo había penetrado en el campamento y después de desgarrar a cuantos encontró en su camino había escapado indemne, y también un enjambre de abejas se había posado en un árbol que se erguía sobre la tienda [3] del general. Conjurados estos prodigios con sacrificios expiatorios, salió Escipión con la caballería y tiradores ligeros en dirección al campamento enemigo para observar de cerca el volumen y el tipo de tropas y se encontró con Aníbal que a su vez se había adelantado con la caballería [4] para inspeccionar el contorno. Al principio, ni unos ni otros veían a los contrarios; después, la densa polvareda levantada al paso de tantos hombres y caballos sirvió de señal de que se acercaban los enemigos. Ambas formaciones hicieron [5] alto y se prepararon para el combate. Escipión coloca a los tiradores y a los jinetes galos en el frente, y a los romanos y las fuerzas aliadas con que contaba, en la reserva; Aníbal sitúa en el centro a los jinetes que usan [6] frenos y con los númidas refuerza las alas. Apenas dado el grito de combate, los tiradores se replegaron a segunda línea entre las fuerzas de reserva. Tuvo lugar entonces el combate de la caballería, incierto por algún tiempo; luego, como espantaban a los caballos los soldados de a pie mezclados entre ellos, porque muchos habían caído de los caballos o habían saltado al suelo al ver que los suyos eran rodeados y acosados, la lucha había derivado en gran medida a combate de infantería hasta que los númidas que [7] se encontraban en las alas dieron un pequeño rodeo y se presentaron por la espalda. Esta maniobra hizo que el pánico cundiera entre los romanos, pánico que incrementó una herida recibida por el cónsul con el consiguiente peligro, conjurado gracias a la intervención de su hijo, apenas un adolescente por entonces. Era éste el joven al que iba [8] a corresponder la gloria de haber dado fin a esta guerra, llamado Africano por su brillante victoria sobre Aníbal y los cartagineses. Sin embargo, la huida en desbandada se [9] produjo sobre todo entre los tiradores, a los que atacaron en primer lugar los númidas; la caballería que quedaba, apiñados para proteger no sólo con sus armas sino incluso con su cuerpo al cónsul, al que habían acogido en medio, lo llevó de nuevo al campamento sin que la retirada fuese en ningún momento nerviosa ni desordenada. Celio atribuye [10] a un esclavo de origen lígur el honor de haber salvado al cónsul; yo prefiero, no obstante, creer que es verdad lo que con relación a su hijo contaron mayor número de historiadores y conservó la tradición.
Movimientos de tropas en torno a Placencia y luego al Trebia
Ésta fue la primera batalla contra Aníbal; [ 47 ] en ella quedó de manifiesto que el cartaginés era superior con la caballería, y que por esa razón los espacios abiertos, como los que hay entre el Po y los Alpes, no eran los apropiados para el desarrollo de las operaciones bélicas por parte de los romanos. Por tanto, la noche [2] siguiente, dando orden a los soldados de recoger los bagajes en silencio, se levantó el campamento de la zona del Tesino y se avivó la marcha hacia el Po para que cruzaran las tropas por el puente de balsas que unía las orillas del río y que todavía no había sido desarmado 89 , sin tumulto [3] y sin acoso por parte del enemigo. Llegaron a Placencia antes de que Aníbal supiese con certeza que se habían marchado del Tesino; no obstante, apresó a unos seiscientos rezagados en la orilla del Po que tenía más cerca mientras soltaban sin darse mucha prisa las amarras de las balsas. No pudo cruzar el puente, pues una vez sueltas las amarras de los extremos, todo el entramado de balsas [4] se deslizó a favor de corriente. Celio sostiene que Magón con la caballería y los soldados hispanos de a pie cruzó inmediatamente el río a nado, y que el propio Aníbal hizo pasar al ejército al otro lado por puntos vadeables que había Po arriba, colocando en fila los elefantes como barrera [5] para refrenar la fuerza de la corriente. A los que conocen bien este río les costará creer estos extremos, pues no es verosímil que los jinetes venciesen, con armas y caballos a salvo, una corriente tan fuerte —y eso suponiendo que todos los hispanos cruzasen sobre odres inflados—, y por otra parte tendrían que emplear muchos días de rodeo para llegar a los vados del Po por los que pudiese cruzar [6] el ejército cargado con la impedimenta. Para mí están más autorizados los historiadores que dicen que en apenas dos días encontraron un lugar a propósito para comunicar mediante balsas las orillas del río, y que por allí fueron enviados por delante con Magón la caballería y los hispanos [7] ligeros. Mientras Aníbal, que se entretuvo junto al río escuchando a unos embajadores de los galos, hace pasar a la infantería sobrecargada, Magón y la caballería, entretanto, en una jornada de marcha avanzan hacia Placencia en dirección al enemigo. Aníbal pocos días más tarde atrincheró [8] su campamento a seis millas de Placencia 90 y al día siguiente a la vista del enemigo formó el frente y presentó batalla.
A la noche siguiente, en el campamento romano los galos [ 48 ] de reserva llevaron a cabo una matanza, siendo mayor sin embargo la alarma que los daños. Cerca de dos mil [2] soldados de a pie y doscientos de a caballo se pasaron a Aníbal después de degollar a los centinelas de las puertas; el cartaginés les dirigió palabras acogedoras y después de provocar en ellos la expectativa de recompensas muy sustanciosas los envió a cada uno a su ciudad a ganarse las voluntades de sus compatriotas. Escipión, interpretando [3] aquella masacre como un indicio de la defección de todos los galos, que acudirían a las armas contagiados por aquella mala acción como si se les hubiera inoculado la rabia, a pesar de que aún se resentía mucho de su herida, emprendió [4] sin embargo la marcha en silencio durante el cuarto relevo de la guardia de la noche siguiente, trasladando su campamento a orillas del Trebia, a un emplazamiento más elevado esta vez: unas colinas con dificultades de acceso para la caballería. Pasó menos desapercibido que en [5] el Tesino, y Aníbal, enviando primero a los númidas y después a toda la caballería, habría sin duda desbaratado la zaga de la columna de no haberse desviado los númidas, en su afán de botín, hacia el campamento romano abandonado. Mientras pierden allí tiempo registrando cada rincón [6] del campamento sin encontrar nada que justifique suficientemente el retraso, dejan que el enemigo se les escape de las manos, y cuando avistan a los romanos ya habían cruzado el Trebia y estaban haciendo el trazado del campamento; dieron muerte a unos pocos rezagados, a los que [7] cortaron el paso al lado de acá del río. Escipión no podía aguantar más las molestias de la herida enconada por la marcha; considerando, por otra parte, que debía esperar a su colega —pues tenía noticias de que ya se le había llamado de Sicilia—, escogió cerca del río el emplazamiento que le pareció más seguro para un campamento estable [8] y lo fortificó. Aníbal, que había acampado no lejos de allí 91 , con la moral crecida por la victoria de la caballería, pero en la misma medida preocupado por la penuria que era más acuciante cada día al avanzar por tierras enemigas sin tener preparados previamente víveres en ninguna parte, [9] envió hombres a Clastidio 92 , poblado en el que los romanos habían reunido gran cantidad de trigo. Allí, cuando estaban preparando un golpe de fuerza, se les presentó la posibilidad de una traición, y por un precio, la verdad, no muy elevado, cuatrocientas monedas de oro, el prefecto de la guarnición, Dasio de Brundisio, fue sobornado y Clastidio le fue entregado a Aníbal. Éste fue el granero de los cartagineses mientras estuvieron acampados cerca del Trebia. [10] A los prisioneros procedentes de la entrega de la guarnición no se les dieron malos tratos de ninguna clase, con el fin de ganar fama de clemencia desde el comienzo de las operaciones.
La guerra por mar. El cónsul Sempronio se dirige al Trebia
Mientras que la guerra por tierra se había [ 49 ] estancado en el Trebia, la acción se desarrolló entretanto en torno a Sicilia y las islas cercanas a Italia por parte del cónsul Sempronio, y antes de su llegada, por tierra y por mar. Los cartagineses enviaron veinte quinquerremes [2] con mil hombres armados para devastar la costa de Italia; nueve de ellas dirigieron su rumbo hacia las Líparas 93 y ocho a la isla de Vulcano; a tres las arrastró la corriente hacia el estrecho. Al avistarlas desde Mesina [3] envió doce naves Hierón 94 , rey de Siracusa, que precisamente entonces se encontraba en Mesina esperando al cónsul romano, y sin que nadie opusiera resistencia apresaron las naves y las condujeron al puerto de Mesina. Se supo [4] por los prisioneros que, además de las veinte naves de la flota a la que ellos pertenecían, enviadas a Italia, otras treinta y cinco quinquerremes se dirigían a Sicilia para tratar de atraerse a los antiguos aliados; que su principal objetivo [5] era la ocupación de Lilibeo 95 ; que, según creían, la misma tempestad que los había dispersado a ellos habría empujado a dicha flota hacia las islas Egates. Todo esto [6] tal y como lo había oído se lo detalló el rey por escrito al pretor Marco Emilio, a quien correspondía la provincia de Sicilia, y le aconsejó que protegiera Lilibeo con una fuerte guarnición. También el pretor, inmediatamente, envió [7] legados y tribunos a las ciudades del contorno para que sus habitantes se aplicasen a organizar la defensa y sobre [8] todo proteger Lilibeo con todo el dispositivo bélico mediante la publicación de un edicto, disponiendo que la marinería llevase a las naves raciones de víveres para diez días y cuando se diese la señal nadie demorase el embarco ni un instante; se enviaron también por toda la costa vigías para que estuviesen ojo avizor desde sus atalayas a la llegada de la flota enemiga.
[9] De esta forma, aunque los cartagineses habían reducido adrede la marcha de sus naves para aproximarse a Lilibeo antes del amanecer, se advirtió su llegada porque brillaba la luna toda la noche y avanzaban con los aparejos [10] desplegados. Inmediatamente se hizo la señal desde los puntos de observación y en la ciudad se gritó «¡a las armas!» y subieron a las naves; los soldados se situaron unos en las murallas y en los puestos de vigilancia de las puertas [11] y otros en las naves. Los cartagineses, como veían que no se las iban a haber con hombres cogidos por sorpresa, no tocaron puerto al amanecer, empleando ese tiempo en arriar los aparejos y preparar la flota para el combate. [12] Nada más amanecer retiraron la escuadra hasta alta mar, para que hubiese espacio para la batalla y pudiesen las naves [13] enemigas salir libremente del puerto. Tampoco los romanos rehusaron el combate, confiados tanto en el recuerdo de las hazañas llevadas a cabo en aquel mismo escenario 96 como en el número y el valor de sus soldados.
[ 50 ] Tan pronto salieron a alta mar, los romanos querían [2] entrar en combate y medir de cerca sus fuerzas; por el contrario, los cartagineses los eludían y preferían desarrollar la acción a base de estrategia, no de fuerza, y hacer que se enfrentaran las naves, no los hombres y sus armas, pues tenían una flota tan bien dotada de tripulación como [3] escasa de soldados, y si en algún momento fuera abordada una nave, sus combatientes no podían luchar desde ella en igualdad numérica ni mucho menos. Cuando se cayó [4] en la cuenta de esta circunstancia, la superioridad numérica les elevó la moral a los romanos, y a los cartagineses se la bajó su inferioridad. En un instante, siete naves púnicas [5] fueron rodeadas; las demás emprendieron la huida. En las naves capturadas había mil setecientos hombres contando soldados y tripulación, entre ellos tres nobles cartagineses.
La escuadra romana regresó al puerto intacta, con sólo [6] una nave perforada pero que volvió por sí misma.
Después de esta batalla, cuando los que estaban en Mesina [7] no sabían aún de ella llegó el cónsul Tiberio Sempronio a Mesina. Cuando enfilaba el estrecho, el rey Hierón salió a su encuentro con una escuadra equipada y, pasando [8] de la nave real a la del cónsul, se congratuló de que hubiera llegado con su ejército y sus naves sin novedad y le deseó una travesía a Sicilia próspera y feliz; le expuso [9] a continuación la situación de la isla y las tentativas de los cartagineses, y prometió que ahora en su vejez ayudaría al pueblo romano con el mismo espíritu con que le había ayudado en su juventud en la guerra anterior; que él [10] suministraría de forma gratuita trigo y ropas para las legiones del cónsul y las tripulaciones; dijo que el peligro que corrían Lilibeo y las ciudades de la costa era grande, y que a algunos les gustaría que se produjese un cambio.
Por estas razones le pareció al cónsul que no debía dudar [11] ni un momento en dirigirse a Lilibeo con su flota. También el rey y su flota marcharon cuando él. Más tarde, ya en plena travesía, se enteraron de la batalla habida en Lilibeo y de que las naves del enemigo habían sido dispersadas o capturadas.
[ 51 ] El cónsul despidió a Hierón y a la flota real, dejó un pretor para defender la costa de Sicilia y él cruzó de Lilibeo hacia la isla de Malta, que estaba en poder de los cartagineses. [2] A su llegada le es entregado Amílcar, hijo de Gisgón, jefe de la guarnición, junto con poco menos de dos mil soldados, así como la plaza juntamente con la isla. Pocos días más tarde retornó de allí a Lilibeo, y los prisioneros, a excepción de los varones de ilustre nobleza, fueron vendidos por el cónsul y el pretor en subasta pública. [3] Cuando al cónsul le pareció que Sicilia estaba suficientemente protegida por aquel lado, pasó a las islas de Vulcano 97 , porque corría la voz de que estaba allí surta la escuadra cartaginesa; pero no se encontró ni un enemigo en [4] el contorno de aquellas islas; casualmente ya se habían hecho a la mar para devastar la costa de Italia y después de saquear el territorio de Vibo 98 amenazaban también [5] la ciudad. Cuando el cónsul iba a regresar a Sicilia se le informa del desembarco efectuado por el enemigo en territorio de Vibo y se le entrega una carta remitida por el senado hablándole del paso de Aníbal a Italia y de que [6] cuanto antes acuda en ayuda de su colega. Indeciso ante tantos motivos de preocupación simultáneos embarcó de inmediato al ejército y lo envió a Arímino por el mar Adriático 99 , encargó al legado Sexto Pomponio de la defensa del territorio vibonense y la costa de Italia con veinticinco [7] naves largas, y al pretor Marco Emilio le completó la flota hasta un total de cincuenta navíos. Él, después de tomar en Sicilia las medidas pertinentes, bordeando con diez naves la costa de Italia llegó a Arímino. Desde allí emprendió la marcha con su ejército en dirección al río Trebia y se reunió con su colega.
Disparidad de criterios tácticos entre los dos cónsules
Ahora, el hecho de enfrentarse a Aníbal [ 52 ] los dos cónsules y todos los efectivos con que Roma contaba ponía suficientemente de manifiesto que o bien se podía defender el imperio romano con aquellas tropas o no había ninguna otra esperanza. Sin embargo, [2] uno de los cónsules, achicado por un único combate de caballería y por su herida, prefería retrasar las operaciones; el otro, más animado por sus acciones recientes y por ello más envalentonado, no admitía dilación alguna. El territorio [3] que hay entre el Trebia y el Po lo habitaban entonces los galos, que adoptando una postura ambigua ante la confrontación entre dos pueblos poderosísimos esperaban el agradecimiento decidido del vencedor. A los romanos [4] esto les bastaba con tal que se estuvieran quietos, pero el cartaginés lo llevaba muy a mal, repitiendo una y otra vez que él había venido porque los galos lo habían llamado para liberarlos. Irritado por esta razón, y al mismo [5] tiempo para alimentar a la tropa con el botín, dio orden de que dos mil hombres de a pie y mil jinetes, númidas en su mayor parte aunque también había algunos galos entre ellos, entrasen a saco en todo el territorio desde allí hasta la ribera del Po. Necesitados de ayuda los galos, a [6] pesar de que hasta entonces habían mantenido una actitud neutral, forzados por los autores del desmán se inclinan hacia quienes podían ser sus vengadores y envían embajadores ante el cónsul pidiendo la ayuda de los romanos para una tierra que estaba en dificultades por la excesiva lealtad de sus habitantes hacia los romanos. A Cornelio no [7] le gustaba ni el motivo ni el momento para entrar en acción, y recelaba de aquella gente por sus muchas traiciones y en concreto por la reciente deslealtad de los boyos, suponiendo que el tiempo hubiese hecho olvidar las demás. [8] Sempronio, por el contrario, pensaba que, para mantener fieles a los aliados, el vínculo más sólido era la defensa [9] de los que primero habían necesitado ayuda. Mientras su colega andaba en dudas, envía a su caballería, a la que suma mil hombres de a pie casi todos tiradores, a defender [10] el territorio galo del otro lado del Trebia. Como cayeron por sorpresa sobre unos soldados dispersos y sin orden, cargados además con el botín la mayor parte, provocaron enorme alarma y muerte y les hicieron huir hasta el campamento y los puestos de guardia enemigos; rechazados entonces al salir gran número de hombres, restablecieron de nuevo [11] el combate con la ayuda de los suyos. La lucha tuvo alternativas a partir de ese momento a favor de perseguidores o perseguidos, y aunque hasta el último momento estuvo equilibrado el combate, como las bajas sufridas fueron más, sin embargo, por parte del enemigo, la victoria les fue atribuida a los romanos.
[ 53 ] Pero a nadie le pareció ésta más importante y completa que al propio cónsul; estaba henchido de gozo por haber vencido él con la clase de tropas con que había sido vencido [2] el otro cónsul: se les había devuelto y rehecho la moral a los soldados y no había nadie que quisiera una dilación de la lucha a excepción de su colega; éste, más afectado en su ánimo que en su cuerpo, sentía alergia al campo de batalla y a las armas arrojadizas por el recuerdo de su herida; [3] pero él no iba a hacerse viejo al lado de un enfermo; ¿por qué, pues, andarse con más dilaciones y pérdidas de tiempo? ¿Esperar por un tercer cónsul, por otro ejército? [4] El campamento de los cartagineses estaba en Italia y casi a la vista de Roma; no iba dirigido el ataque contra Sicilia y Cerdeña, arrebatadas a los vencidos, ni contra la Hispania del otro lado del Ebro, sino que se trataba de expulsar a los romanos del suelo patrio, de la tierra en que habían nacido. «¡Cuánto no se lamentarían nuestros padres», decía, [5] «habituados a hacer la guerra en torno a las murallas de Cartago, al vernos a nosotros, vástagos suyos, dos cónsules y dos ejércitos consulares, temblando de miedo en plena Italia en el interior del campamento mientras que el cartaginés ha extendido su dominio sobre el territorio que va de los Alpes al Apenino!». Esto trataba sentado [6] al lado de su colega enfermo, y lo trataba delante del pretorio casi como si estuviera dirigiendo una arenga. Lo acicateaba además la proximidad de la fecha de las elecciones, por temor a que se aplazase la guerra hasta el nuevo consulado, y la oportunidad de hacer recaer sobre él solo la gloria mientras estaba enfermo su colega. Y así, mientras [7] que Cornelio mostraba su desacuerdo inútilmente, ordenó que los soldados estuviesen listos para un próximo combate.
Aníbal, como sopesaba qué sería lo más conveniente para el enemigo, apenas abrigaba alguna esperanza de que los cónsules fuesen a dar algún paso de forma temeraria y sin tomar precauciones; pero como sabía que el carácter [8] de uno de ellos, al que había conocido de oídas primero y por experiencia después, era impetuoso y orgulloso y suponía que se habría vuelto más orgulloso aún con el triunfo sobre sus merodeadores, no descartaba la posibilidad de una oportunidad de entrar en acción. Para no dejar [9] escapar dicha oportunidad ni por un instante, estaba vigilante y en guardia, mientras los soldados del enemigo eran bisoños, mientras el mejor de los generales estaba inutilizado por su herida, mientras se mantenían con buena [10] moral los galos, que sabía que en su inmensa mayoría le iban a seguir tanto más remisos cuanto más los alejara de su [11] patria. Como por estas razones y otras semejantes estaba a la espera de un combate próximo y deseaba provocarlo si se hacía esperar, y como los espías galos, más seguros para detectar lo que él quería porque militaban en ambos campamentos, le informaron de que los romanos estaban preparados para el combate, el cartaginés comenzó a buscar por los alrededores un sitio para una emboscada.
Aníbal tiende una emboscada
[ 54 ] En el terreno intermedio corría un arroyo cerrado por taludes laterales muy altos, ambos tupidos de hierbajos de pantano y de los matojos y zarzas que suelen cubrir los terrenos no cultivados. Cuando se dio una vuelta y comprobó con sus propios ojos que dicho lugar tenía escondrijos suficientes para ocultar incluso [2] a los hombres a caballo dijo a su hermano Magón: «Ésta es la posición que vas a ocupar. Escoge cien hombres de entre toda la infantería y de la caballería y preséntate a mí con ellos durante el primer relevo de la guardia; ahora es tiempo de reponer fuerzas». A continuación despidió [3] al consejo militar. Al poco tiempo se presentaba Magón con los que había elegido. «Veo que sois guerreros aguerridos», dijo Aníbal, «pero para que seáis fuertes en número también, no sólo en arrojo, escoged cada uno de vosotros entre los escuadrones y manípulos a otros nueve como vosotros. Magón os señalará el lugar donde apostaros, contáis con un enemigo que no ha abierto los ojos a estos [4] ardides de guerra». Despedido así Magón con los mil hombres de a caballo y los mil de a pie, ordena Aníbal que al amanecer los jinetes númidas crucen el río Trebia y cabalguen ante las puertas del enemigo y lanzando proyectiles sobre los puestos de guardia inciten al enemigo a la pelea, y que luego, una vez enzarzados en el combate, replegándose poco a poco los arrastren a este lado del río. Éstas fueron las órdenes dadas a los númidas; al resto de [5] los mandos de infantería y caballería se les dieron instrucciones para que diesen orden de que todos comiesen y después esperasen armados la señal con los caballos ensillados.
Ante el ataque de los númidas, Sempronio, ansioso de [6] pelea, primero hizo salir a toda la caballería, cuerpo del que se sentía orgulloso, después a seis mil hombres de infantería, finalmente a la totalidad de las tropas, de acuerdo con un plan decidido de antemano. Casualmente era [7] la estación invernal, y era un día de nieve en la zona comprendida entre los Alpes y el Apenino, muy helada además debido a la proximidad de ríos y lagunas. A esto hay que [8] añadir que se hizo salir a toda prisa a hombres y caballos sin tomar alimento antes y sin echar mano de nada con que combatir el frío: no tenían ningún calor por dentro y, cuanto más se acercaban a la brisa del río, más penetrante era la fuerza con que soplaba el aire frío. Pero [9] cuando, en su persecución de los númidas que retrocedían, penetraron en el agua —y había crecido con la lluvia caída durante la noche, llegándoles hasta el pecho—, entonces, incluso después de salir, sus miembros quedaron de tal forma ateridos que apenas si tenían fuerzas para sostener las armas y desfallecían de cansancio y al mismo tiempo de hambre, al ir avanzando ya el día.
Batalla del Trebia
Entretanto los hombres de Aníbal encendían [ 55 ] hogueras delante de las tiendas y hacían circular por los manípulos aceite para suavizar las articulaciones, y se alimentaban con calma; tan pronto se anunció que el enemigo había cruzado el río, bien dispuestos anímica y físicamente empuñan las armas y salen al [2] campo de batalla. Aníbal sitúa a los baleares delante de las enseñas y las tropas ligeras, unos ocho mil hombres, y detrás a la infantería de armamento más pesado: la totalidad de los efectivos, de la fuerza con que contaba 100 ; en las alas distribuye diez mil 101 jinetes y repartidos a ambos lados sitúa los elefantes partiendo del extremo de las [3] alas. El cónsul, cuando sus jinetes en desordenada persecución de los númidas se vieron cogidos por sorpresa, al presentarles éstos cara de forma repentina, mandó dar la señal de retirada y cuando estuvieron de vuelta los colocó [4] a los lados de la infantería. Había dieciocho mil romanos, veinte mil aliados de nombre latino, y además las tropas auxiliares de los cenomanos 102 ; éste era el único pueblo galo que se había mantenido fiel. Con estos efectivos se produjo el choque.
[5] La batalla la iniciaron los baleares; como la infantería les hacían frente con mayor fuerza, se sacó a toda prisa hacia las alas a las tropas ligeras, maniobra ésta que hizo que la caballería romana se viese inmediatamente en aprietos, [6] pues aparte de que ya de por sí les costaba trabajo, siendo cuatro mil hombres y además cansados, resistir a diez mil jinetes, de refresco en su mayor parte, se vieron encima cubiertos por una nube de proyectiles lanzados por [7] los baleares. Además de esto, los elefantes, apareciendo desde el extremo de las alas, asustaban a los caballos sobre todo, no sólo por su aspecto sino por su extraño olor, y [8] les hacía alejarse huyendo. El combate de los de a pie estaba equilibrado, más en coraje que en fuerzas, que los cartagineses habían llevado intactas al combate después de reponerse físicamente poco antes; por el contrario, los romanos, en ayunas y agotados, tenían los miembros entumecidos de frío. Habrían resistido, no obstante, a base de coraje, de haber tenido que combatir sólo contra la infantería; pero los baleares, después de poner en fuga a la caballería, [9] les disparaban por los flancos, y por otra parte los elefantes se habían desplazado hasta el centro del frente de infantería, y Magón y los númidas, así que el ejército rebasó sus escondrijos sin sospechar nada, surgieron por su retaguardia provocando gran confusión y pánico. A pesar, sin [10] embargo, de tantas dificultades como tenía en torno, la formación se mantuvo firme durante algún tiempo, sobre todo frente a los elefantes, en contra de lo que nadie podía esperar. Los vélites colocados con ese preciso objetivo lanzaban [11] sus venablos haciéndoles volverse, se lanzaban en su persecución cuando habían vuelto grupas y los pinchaban bajo el rabo, donde son más vulnerables por la blandura de la piel.
Cuando ya los elefantes eran presa del pánico y estaban [ 56 ] a punto de sembrar el desconcierto entre los suyos, Aníbal ordenó que los condujeran desde el centro del frente hacia un extremo, hacia el ala izquierda, contra los galos de reserva.
Allí provocaron al instante una huida sin paliativos y un nuevo motivo de alarma vino a sumárseles a los romanos cuando vieron la dispersión de sus tropas auxiliares. De modo que cuando ya peleaban formando el círculo 103 [2] cerca de diez mil hombres, pues los demás no pudieron escapar, se abrieron paso por el centro de la línea de africanos que estaba reforzada con fuerzas auxiliares galas, matando a un gran número de enemigos, y como no podían [3] regresar al campamento por cortarles el paso el río 104 , ni podían, a causa de la lluvia, discernir con suficiente claridad por dónde acudir en ayuda de los suyos, se dirigieron [4] directamente a Placencia. Se produjeron después muchas tentativas de abrirse paso en todas direcciones, y los que se dirigieron al río o bien fueron arrastrados por los rápidos o fueron sorprendidos por los enemigos cuando andaban [5] remisos en echarse al agua. Los que se habían dispersado en su huida a campo traviesa por todas partes siguieron el rastro de la columna en retirada y tomaron el rumbo de Placencia; a otros, el miedo al enemigo les dio audacia para lanzarse al río y cruzándolo llegaron al campamento. [6] La lluvia mezclada con la nieve y la intensidad del frío, insoportable, acabó con muchos hombres y acémilas [7] y casi todos los elefantes. Los cartagineses no cesaron en su persecución del enemigo hasta el río Trebia, y volvieron al campamento tan ateridos de frío que apenas [8] sentían la alegría de la victoria. De modo que la noche siguiente, cuando la guarnición del campamento y lo que quedaba después de la huida de tan gran número de soldados, armados a medias, cruzaron el Trebia en balsas, [9] o bien no sintieron nada debido al ruido del aguacero o simularon no enterarse, porque ya no podían moverse por el agotamiento y las heridas, y sin que los cartagineses se movieran llevó el cónsul Escipión al ejército en marcha silenciosa hasta Placencia, y de allí, cruzando el Po, a Cremona, para no hacer recaer sobre una sola colonia el peso de los campamentos de invierno de dos ejércitos.
Roma: alarma, elecciones consulares. La acción en Placencia y Victúmulas. Marcha de Aníbal a Etruria
Fue tan intensa la alarma que cundió [ 57 ] en Roma a raíz de esta derrota que se creía que el enemigo estaba a punto de llegar a la ciudad de Roma en son de guerra y no había esperanza o ayuda alguna con que rechazar de las puertas y murallas el ataque: derrotado uno de los cónsules [2] en el Tesino, llamado de Sicilia el otro, vencidos estos dos cónsules y los dos ejércitos consulares, ¿qué otros generales, qué otras legiones quedaban a las que poder llamar? En medio de esta consternación llegó el [3] cónsul Sempronio, después de cruzar con enorme peligro por entre los jinetes enemigos diseminados por todas partes para saquear, con más osadía que prudencia o esperanzas de pasar desapercibido, o de ofrecer resistencia si no lo lograba. Él, después de presidir las elecciones consulares, [4] que era lo que se echaba en falta de una manera especial en las presentes circunstancias, regresó al campamento de invierno. Resultaron elegidos cónsules Gneo Servilio y Gayo Flaminio 105 .
Pero ni siquiera el campamento de invierno de los romanos [5] estaba tranquilo, al andar merodeando por todas partes los jinetes númidas, y también los celtíberos y lusitanos cuando aquéllos encontraban alguna especial dificultad. Todos los convoyes de víveres, por consiguiente, a no ser los que transportaban las naves por el Po, eran interceptados en todas direcciones. Cerca de Placencia había [6] un emporio protegido por grandes obras de fortificación y defendido por una fuerte guarnición. Partió Aníbal con la caballería y la infantería ligera con la esperanza de asaltar dicho fortín, y a pesar de que había puesto el mayor empeño en ocultar su propósito para lograr lo que esperaba, su ataque nocturno no pasó inadvertido a los centinelas. [7] Se elevó de pronto un griterío tan intenso que se oyó incluso en Placencia, y así, poco antes del amanecer se presentaba el cónsul 106 con la caballería después de dar orden a la infantería de que le siguiera en formación cuadrangular. [8] Se entabló entretanto un combate ecuestre; en éste, como Aníbal se retiró herido del combate, les entró pánico a los enemigos y se defendió brillantemente la guarnición. [9] Después de tomarse unos cuantos días de descanso a continuación, y apenas suficientemente recuperado de su herida, [10] se puso en camino para atacar Victúmulas. Había sido ésta un depósito de abastecimiento de los romanos durante la guerra con los galos; después habían acudido a vivir en el lugar fortificado un buen número de habitantes de todos los pueblos limítrofes, entremezclados, y en esta ocasión el miedo al pillaje había hecho que muchos se trasladaran [11] allí desde los campos. Este tipo de multitud, enardecida por las noticias de la valiente defensa de la guarnición de cerca de Placencia, empuñó las armas y salió al [12] encuentro de Aníbal. Chocaron en el camino más bien columnas en marcha que formaciones de combate, y como en uno de los bandos no había más que una masa desorganizada y en otro un general que tenía confianza en sus hombres y unos soldados que confiaban en su general, cerca de treinta y cinco mil hombres fueron desbaratados por [13] unos pocos. Al día siguiente, una vez efectuada la rendición, admitieron una guarnición dentro de sus murallas; cuando se les indicó que entregaran las armas y obedecieron la orden, de pronto se les dio a los vencedores la señal para que entrasen a saco en la ciudad como si hubiese sido tomada por la fuerza; y no se omitió ninguno de los horrores [14] que en un caso así suelen considerar dignos de mención los historiadores; hasta ese extremo se puso en práctica contra aquellos desdichados todo el muestrario de desenfrenos, crueldad e inhumana arrogancia. Ésta fue la campaña de Aníbal durante el invierno.
A partir de ese momento se le concedió a la tropa un [ 58 ] descanso de no muy larga duración mientras el frío era insoportable; a los primeros y vacilantes síntomas de la [2] primavera, saliendo de los cuarteles de invierno se dirige a Etruria 107 , con el propósito de poner de su parte también a esta nación, al igual que a los galos y lígures, de grado o por la fuerza. Cuando cruzaba el Apenino estalló una [3] tempestad tan violenta que casi superó las inclemencias de los Alpes. Como les azotaba de frente el rostro la lluvia unida a la ventisca, al principio se detuvieron, porque se veían obligados a prescindir de las armas o bien, si se empeñaban en hacerle frente, eran derribados arrollados por los remolinos; luego, cuando ya el viento les cortaba [4] la respiración y no les dejaba recobrar el aliento, se volvieron de espaldas y se sentaron un poco. Pero entonces el [5] cielo retumbó con gran estruendo y brillaban los relámpagos en medio de un fragor horrísono; incapaces de oír y de ver, estaban todos paralizados de miedo; finalmente se [6] desató el aguacero, y como arreció con ello la violencia del viento, se estimó necesario acampar en el mismo sitio donde se habían visto atrapados. Pero esto supuso el comienzo [7] de los trabajos como si se hubiera vuelto al principio, pues no podían desplegar ni poner en pie cosa alguna, y lo que habían fijado no se sostenía, porque el viento lo rasgaba y se lo llevaba todo. Al poco tiempo el agua, [8] arrastrada por el viento, como se había solidificado sobre las montañas, cayó en tal cantidad en forma de granizo que los hombres se desentendieron de todo y se tumbaron boca abajo, más que protegidos, aplastados bajo lo que [9] tenían para cubrirse. Sobrevino a continuación un frío tan intenso que cuando alguien de aquel lastimoso conglomerado de hombres y animales quería incorporarse y levantarse, durante largo rato no era capaz, porque, al entumecerse por el frío los músculos, apenas si podían doblar las [10] articulaciones. Después, cuando a fuerza de agitarse comenzaron a entrar en movimiento y recobrar ánimos y se comenzó a encender fuego aquí y allá, cada uno en su propio [11] desvalimiento buscaba la ayuda de los otros. Dos días permanecieron en aquel lugar como si estuvieran sitiados; perecieron muchos hombres, muchas acémilas e incluso siete elefantes de los que habían sobrevivido a la batalla habida en el Trebia.
Batalla cerca de Placencia
[ 59 ] Después de descender del Apenino retrotrajo el campamento hacia Placencia y acampó a unas diez millas. Al día siguiente, marchó contra el enemigo al frente de doce mil hombres de a pie y cinco [2] mil de a caballo; tampoco el cónsul Sempronio —pues ya había vuelto de Roma— rehusó el combate, y aquel día había entre los dos campamentos una distancia de tres milias; [3] se luchó al día siguiente con enorme coraje y resultados diversos. En el primer choque fue tan superior el poderío de los romanos que además de vencer al enemigo en el campo de batalla lo rechazaron y lo persiguieron hasta el campamento, y al poco incluso estaban atacando el [4] campamento mismo. Aníbal, después de apostar algunos defensores en la empalizada y en las puertas, retiró a los demás al centro del campamento, bien juntos, y les ordenó que estuvieran atentos esperando la señal para salir de estampida. Ya era casi la hora nona cuando el cónsul romano, [5] fatigados en vano sus hombres, dio la señal de retirada, puesto que no había esperanza alguna de apoderarse del campamento. Cuando Aníbal lo advirtió y vio que el ataque [6] remitía y se retiraban del campamento, lanzó al instante a sus jinetes contra el enemigo por la derecha y por la izquierda y él, con las fuerzas de infantería, salió bruscamente por el centro del campamento. Difícilmente se habría [7] dado una pelea más sañuda o más famosa por las pérdidas de uno y otro bando si el día hubiera permitido prolongarla largo tiempo; la noche puso fin al combate [8] cuando estaba al rojo debido al enorme coraje. Fue, por tanto, un choque más duro que sangriento, y lo mismo que la lucha estaba casi igualada, también las pérdidas cuando se retiraron eran similares. Por ninguno de los bandos cayeron más de seiscientos de a pie, y jinetes, la mitad de esa cifra; pero las pérdidas de los romanos fueron mayores [9] de lo que correspondía al número, porque murieron varios miembros del orden ecuestre y cinco tribunos militares y tres prefectos de los aliados. Después de aquella [10] batalla, Aníbal marchó hacia el territorio de los lígures y Sempronio a Luca 108 . Cuando Aníbal llegó a los lígures, dos cuestores romanos, Gayo Fulvio y Lucio Lucrecio, atrapados en una emboscada junto con dos tribunos militares y cinco miembros del orden ecuestre, le fueron entregados para que pensase así que la paz y la alianza con ellos iba a tener más valor.
Hispania: operaciones bélicas entre Escipión, Hannón y Asdrúbal
[ 60 ] Mientras tenían lugar estos acontecimientos en Italia 109 , Gneo Cornelio Escipión, enviado a Hispania con una flota [2] y un ejército, saliendo desde la desembocadura del Ródano y después de bordear los montes Pirineos llegó con la flota a [3] Ampurias 110 , desembarcó allí al ejército y, comenzando por los layetanos 111 , sometió al dominio romano toda la costa hasta el río Ebro, en unos casos renovando los tratados [4] y en otros estableciéndolos por vez primera. Desde allí, después de granjearse fama de clemente, impuso su fuerza no sólo en los pueblos de la costa sino también en los de tierra adentro y de montaña, ante gentes ya más indómitas, y no sólo logró con ellos la paz sino incluso alianzas militares, enrolándose entre ellos algunas fuertes cohortes auxiliares. [5] El lado de acá del Ebro era provincia de Hannón; Aníbal lo había dejado al cargo de la defensa de aquella zona. Pues bien, pensando que había que salirle al paso al enemigo antes de que todo pasara a su poder, acampó [6] a la vista de sus enemigos y presentó batalla. Tampoco al general romano le pareció que se debía aplazar el combate, y es que sabía que tendría que luchar contra Hannón y Asdrúbal y prefería actuar contra cada uno de ellos por [7] separado antes que contra los dos a la vez. Tampoco fue muy reñido aquel combate. Seis mil enemigos muertos, dos mil hechos prisioneros junto con la guarnición del campamento, pues también fue asaltado éste, y el propio general fue hecho prisionero junto con algunos jefes; también Cisis 112 , plaza cercana al campamento, fue tomada al asalto. Pero el botín de la plaza fueron objetos de escaso valor: [8] mobiliario bárbaro y esclavos de bajo precio; la tropa [9] se enriqueció gracias a los campamentos, tanto el del ejército que había sido vencido como el del ejército que hacía la campaña con Aníbal en Italia, al haber dejado a este lado de los Pirineos todos los objetos de valor para que no representasen un grave estorbo para sus porteadores.
Antes de confirmarse la noticia de esta derrota, Asdrúbal, [ 61 ] que había cruzado el Ebro con ocho mil hombres de infantería y mil de caballería con la idea de atacar a los romanos tan pronto llegasen, cuando se enteró de que se había sufrido una derrota en Cisis y se había perdido el campamento, desvió el rumbo en dirección al mar. No lejos [2] de Tarragona, a los soldados de la flota y a la marinería, que andaban vagando diseminados por los campos, como suele ocurrir cuando la buena marcha de las cosas genera descuido, los rechaza hasta las naves enviando jinetes en todas direcciones, matando a muchos y poniendo en fuga a muchos más; no atreviéndose a detenerse por [3] más tiempo en aquellos contornos, no fuese a sorprenderlo Escipión, se retiró al otro lado del Ebro 113 . Escipión por [4] su parte, emprendiendo la marcha a toda prisa al tener noticias de los nuevos enemigos, después de tomar medidas contra unos pocos prefectos de navío, dejó en Tarragona una guarnición mediana y regresó con la flota a Ampurias. Apenas había partido él, se presentaba Asdrúbal [5] e instigaba a la defección al pueblo de los ilergetes, que había entregado rehenes a Escipión, y con la juventud de este pueblo devastó los campos de los aliados fieles a los [6] romanos; luego, cuando Escipión salió de los cuarteles de invierno, él abandonó todo el territorio de este lado del Ebro. Escipión, después de invadir con su ejército en son de guerra el país de los ilergetes, a los que había abandonado el promotor de su defección, y después de empujarlos a todos ellos a la ciudad de Atanagro 114 , que era la capital [7] de dicho país, la sitió y en cosa de pocos días recibió en sumisión absoluta a los ilergetes, exigiéndoles mayor número de rehenes que anteriormente e imponiéndoles además [8] una sanción económica. Desde allí se dirigió al territorio de los ausetanos, cerca del Ebro, aliados también de los cartagineses, y después de poner cerco a su ciudad cogió en una emboscada a los lacetanos, de noche, cerca ya de la ciudad, cuando acudían en ayuda de sus vecinos, en el [9] momento en que querían entrar. Fueron muertos cerca de doce mil; despojándose de sus armas, casi todos los demás huyeron a sus casas diseminados por doquier a través de los campos; a los sitiados lo único que los protegía era [10] el invierno, malo para los sitiadores. El asedio duró treinta días, durante los cuales casi en ningún momento hubo menos de cuatro pies de nieve, y había cubierto de tal forma los plúteos 115 y manteletes de los romanos, que bastó ella sola para protegerlos contra los fuegos que algunas veces [11] lanzaba el enemigo. Por fin, después de pasarse a Asdrúbal su jefe Amusico, se rinden, previo acuerdo de entregar veinte talentos de plata. Se efectuó el regreso a Tarragona, a los cuarteles de invierno.
Roma: prodigios. Controvertida toma de posesión del consulado de Flaminio. Marcha del ejército a Etruria
En Roma o sus aledaños ocurrieron [ 62 ] aquel invierno muchos prodigios, o bien, como suele ocurrir cuando se apodera de los ánimos el temor religioso, se habló de muchos y se les dio crédito de forma irreflexiva; entre ellos, que un niño de seis [2] meses nacido libre había gritado ¡Victoria! en el mercado de verduras, y que en [3] el mercado de ganado vacuno un buey había subido por sí solo a una tercera planta y, espantado por el alboroto de los vecinos, se había arrojado al vacío desde allí, y que en el cielo habían brillado unas imágenes de navíos, [4] y que el templo de la Esperanza que está en el mercado de las verduras había sido alcanzado por un rayo, y que en Lanuvio se había estremecido la víctima 116 de un sacrificio y un cuervo había bajado volando hasta el templo de Juno y se había posado sobre el cojín sagrado, y que [5] en territorio de Amiterno se habían visto de lejos en muchos sitios lo que parecían ser hombres con vestimenta blanca y que no se habían dirigido a nadie, y que en el Piceno habían llovido piedras, y en Cere las tablillas de la suerte se habían roto, y en la Galia un lobo había sacado de la vaina la espada de un centinela y se la había llevado. Para los otros prodigios se ordenó a los decénviros consultar [6] los libros sibilinos, pero con respecto a la lluvia de piedras en el Piceno se decretó un novenario de sacrificios; inmediatamente casi toda la población se ocupó en conjurar los demás prodigios. En primer lugar, fue purificada [7] la ciudad y se sacrificaron víctimas mayores a los dioses [8] que fueron designados, y se le llevó a Juno a Lanuvio una ofrenda de cuarenta libras de oro, y se le dedicó a Juno en el Aventino una estatua de bronce por parte de las matronas, y se ordenó hacer un lectisternio en Cere, donde se habían roto las tablillas, así como una acción de gracias [9] a la Fortuna en el Álgido; también se decretó un lectisternio a la Juventud en Roma y una acción de gracias en el templo de Hércules, en particular, y después por parte de toda la población ante todos los cojines sagrados que se especificaron, y se le sacrificaron al Genio 117 cinco mil víctimas [10] mayores, y el pretor Gayo Atilio Serrano recibió orden de hacer votos por si durante diez años la república continuaba [11] en la misma situación. Estas expiaciones y votos conformes con los libros sibilinos aliviaron en gran medida los espíritus de escrúpulos religiosos.
[ 63 ] Uno de los cónsules designados, Flaminio, al que habían correspondido por sorteo las legiones que estaban acuarteladas en Placencia, envió un edicto y una carta al cónsul 118 para que este ejército el día quince de marzo [2] estuviese acampado en Arímino. Su plan era tomar posesión del cargo de cónsul allí, en su provincia, pues tenía en mente sus viejos enfremamientos con los senadores, los que había tenido como tribuno de la plebe y los de después, cuando era cónsul, con motivo primero de la abro [3] gación de su consulado y del triunfo después 119 ; también le tenían ojeriza los senadores a causa de la nueva ley que el tribuno de la plebe Quinto Claudio había hecho aprobar, con el senado en contra, contando únicamente con el apoyo de un senador, Gayo Flaminio, ley según la cual nadie que fuese senador o cuyo padre lo hubiese sido podría ser propietario de una nave de más de trescientas ánforas de cabida 120 . Se estimó que esto era suficiente para [4] transportar los frutos de los campos; cualquier clase de lucro fue considerado indigno de los senadores. La cuestión, debatida con el mayor apasionamiento, le granjeó a Flaminio, ponente de la ley, la enemistad de la nobleza y la simpatía de la plebe y supuso, como consecuencia, un segundo consulado. Convencido de que debido a estas [5] circunstancias lo iban a retener en la ciudad poniendo pegas a propósito de los auspicios, retrasando las ferias latinas y aduciendo otros inconvenientes referidos a su función consular, simuló un viaje y marchó clandestinamente a su provincia como simple particular. Cuando esta circunstancia [6] se hizo de dominio público, un nuevo motivo de resentimiento vino a suscitarse entre los senadores, ya en contra desde antes: Gayo Flaminio ya no le hacía la guerra sólo al senado, sino a los dioses inmortales; primero, [7] nombrado cónsul con irregularidades en la toma de los auspicios, cuando dioses y hombres le decían que volviese del frente mismo de batalla, no había hecho caso; ahora, consciente de haberlos menospreciado, evitaba el Capitolio y el ofrecimiento solemne de los votos, para no [8] acudir al templo de Júpiter Óptimo Máximo el día de la toma de posesión de su magistratura, para no ver y consultar al senado que le era hostil y al que sólo él odiaba, para no anunciar la fecha de las ferias latinas ni ofrecer en su [9] nombre a Júpiter Laciar el sacrificio solemne, para evitar el dirigirse al Capitolio, después de tomar los auspicios, a ofrecer sus votos y de allí marchar a su provincia vestido con el capote militar acompañado por los lictores; como un siervo, sin distintivos, sin lictores, se había marchado en secreto, a escondidas, lo mismo que si hubiese abandonalodo [10] el suelo patrio para ir al destierro, ¿o es que iba a tomar posesión de su cargo en Arímino de una forma más acorde con la majestad de su autoridad que si lo hiciera en Roma, e investirse de la toga pretexta en una posada [11] de huéspedes mejor que en los penates de su casa? Todos estuvieron de acuerdo en que había que hacerle venir, incluso traerlo a la fuerza, y obligarlo a cumplir personalmente con todas las obligaciones para con los dioses y los hombres [12] antes de marchar al ejército y a su provincia. Con esta embajada —pues se acordó enviar unos diputados— partieron Quinto Terencio y Marco Antistio, pero el efecto que hizo en él no fue en absoluto mayor que el que había hecho la carta remitida por el senado durante su anterior [13] consulado. Pocos días después tomó posesión de su cargo y, cuando estaba inmolando un ternero, éste se les escapó de las manos, herido ya, a los ministros del sacrificio, salpicando [14] con su sangre a muchos de los presentes; huyeron de forma atropellada, incluso en mayor medida los que estaban más alejados, que no sabían a qué obedecía el alboroto. El incidente fue recibido por la mayoría como el pre [15] sagio de una grave amenaza. Luego, después de recibir las dos legiones de Sempronio, cónsul del año anterior, y las otras dos del pretor Gayo Atilio, se inició la marcha del ejército hacia Etruria por los senderos del Apenino 121 .
1 En XXXV, 19, 3, el propio Aníbal refiere a Antíoco el episodio del juramento. Y aparece en POLIBIO (III 11, 5), NEPOTE (Han . II 3) y otros.
2 La que libró Cartago contra las tropas mercenarias sublevadas, al finalizar la primera guerra, y que duró desde el 241 al 238 a. C.
3 Según otra tradición, la fórmula fue «que nunca sería amigo de los romanos».
4 Referencia a hechos ocurridos el 238/237 a. C.
5 Tres años y cuatro meses según POLIBIO (I 88, 7). Cuatro años y cuatro meses según DIODORO (XXV 6).
6 Seguimos la variante quae de la ed. Iuntina de 1522.
7 Alineados en un bando los «aristócratas», partidarios de la paz con Roma por intereses comerciales, y en otro los Barca y su círculo, apoyados en la plebe y el ejército. Los primeros, que buscaban en África el campo de expansión de Cartago, están representados por Hannón.
8 El famoso tratado del Ebro, firmado el año 226 (ó 225), debió de ser más un tratado nuevo que una renovación del suscrito el año 241 al finalizar la Primera Guerra Púnica.
9 Con no más de 25 años.
10 Hay dos versiones. Según una de ellas, Aníbal vino a Hispania a los nueve años con su padre, Amílcar, y según la otra, vino con Asdrúbal a los veintiuno o veintidós años. La que se generalizó fue la primera, que es la que suele seguir Livio. La segunda era de fuente latina.
11 En el verano del año 221.
12 Vivía este pueblo en torno al alto Guadalquivir. Según otros, entre el Guadiana y el Tajo.
13 No se ha localizado esta población, que Polibio llama Althía.
14 Del año 220.
15 Ocupaban lo que es hoy Palencia, Valladolid y Segovia, y zonas limítrofes.
16 Salamanca.
17 Toro.
18 Vivían en torno a la cuenca media del Tajo. Su principal núcleo de población era Toledo.
19 Como los turdetanos poblaban una zona al suroeste de la Península muy alejada geográficamente de Sagunto, se han dado diversas explicaciones, desde la homonimia al error geográfico, con respecto a estos turdetanos vecinos de Sagunto, duramente castigados según XXIV 42, 11. Ya en J. VALLEJO , Tito Livio, Libro XXI (C. Emerita), Madrid, 1946, puede verse el parágr. 2 de la Introducción (págs. XIX-XXX).
20 Año 218. El propio Livio se enfrenta a la dificultad cronológica consiguiente al hecho de haberse iniciado el 219 el asedio de Sagunto (cf. cap. 15).
21 Sobre esta alianza, cf. VALLEJO , o. c ., Introducción, parágr. 1, y P. JAL , Tite-Live, Histoire Romaine, Livre XXI (Coll. Budé), París, 1988, Introduction, n. 76.
22 No es discutido, en general, el carácter ibérico de Sagunto, pero la existencia de elementos griegos en ella, explicables por su situación, pudo originar la leyenda sobre su origen concretada en esta isla del mar Jónico, que reaparece en XXVI 24, 15.
23 Referencia a la duración de la Primera Guerra Púnica, y al escenario de su episodio final: las islas Egates, situadas cerca de Lilibeo, en la costa occidental de Sicilia; y el monte Érice, situado al oeste de la isla, que hubo de ser abandonado por Amílcar Barca.
24 Los cartagineses habían ayudado a los tarentinos frente a los romanos el año 272, contraviniendo una posible cláusula (Polibio lo niega) de un tratado que prohibiría a los cartagineses intervenir en Italia y a los romanos en Sicilia. Cf. Per . XIV 9.
25 Anteposición del cognomen .
26 La primera que recoge LIVIO (VII 27, 2) corresponde al año 348. Polibio menciona otra anterior, y el propio LIVIO en IX 43, 26 dice que el tratado a que ahí se refiere fue tertio renouatum .
27 Vivían en el alto Guadiana, al sur de los carpetanos.
28 Sobre este discurso puede verse J. M. MIR , «Alorci Hispani oratio apud T. Livium», Palaestra Latina 38, 1968, 157-164.
29 Así POLIBIO , III 17, 10.
30 Entraron en funciones como cónsules el 15 de marzo del 217.
31 Cf. 57, 4.
32 Los transcurridos entre las dos guerras púnicas, 241-218.
33 La opinión más común se inclina a pensar que se trató en realidad de Marco (Fabio Buteón, cónsul el año 245).
34 Marco Livio (Salinátor) y Lucio Emilio (Paulo), cónsules del año 219. Gayo Licinio (Varo), cónsul el 236. Quinto Bebio (Tánfilo), embajador en 6, 8.
35 El del año 241.
36 No hay mención anterior. Bastante cuestionada la historicidad de esta embajada.
37 Sigue presentando dificultades la localización de los volcianos y bargusios. Si estos últimos son identificables con los bergistanos, y si Bergium era la actual Berga, vivirían al oeste de los ilergetes.
38 Alguna tradición hacía remontar a la época de los reyes la alianza entre Marsella y Roma.
39 Escudo circular de pequeño tamaño. Véase VALLEJO , o. c ., 36 ss.
40 La tribu de los ilergetes era la más poderosa del norte del Ebro y extendía sus dominios hacia Zaragoza y Huesca y hasta el pie de los Pirineos. Su centro era Ilerda (Lérida).
41 Tres victorias navales habían puesto fin a la Primera Guerra Púnica.
42 Hay discrepancias sobre su localización, entre Cartagena y Sagunto. Cf. VALLEJO , o. c ., parágr. 6 de la Introducción.
43 Sobre este sueño de Aníbal puede verse el estudio de G. CIPRIANI , L’epifania di Annibale. Saggio introduttivo a Livio ‘Annales’ XXI , Bari, 1984.
44 Tribu pirenaica con centro en Ausa (Vich).
45 Los lacetanos serían vecinos de los ausetanos por el Oeste.
46 No por el Pertús sino por la Perche, para P. Bosch-Gimpera.
47 Según POLIBIO (III 35, 7), eran cincuenta mil de a pie y nueve mil de a caballo.
48 Donde la actual Elne.
49 ¿Castel Roussillon?
50 Los boyos ocupaban la franja comprendida entre el Po y los Apeninos, con centro en Felsina (Bolonia). Habían sido vencidos por los romanos el 283/282.
51 Celtas establecidos en el siglo VI en la Galia Traspadana. Su centro urbano era Mediolanium (Milán). Sometidos por los romanos en el 223 a. C.
52 Hoy Módena. Etrusca.
53 No hay otras referencias, de ninguno de los dos.
54 La actual Taneto se encuentra varios kilómetros al sur del Po. Y el centro urbano de los brixianos, Brixia (Brescia), 45 Kms. al Norte. Presenta dificultades la interpretación de estos datos desde el punto de vista geográfico. La bibliografía sobre la marcha de Aníbal hasta Italia es muy abundante. Puede verse W. KISSEL , Livius 1933-1978: Eine Gesamtbibliographie , en ANRW II 30, 2, Berlín-Nueva York, 1982, págs. 960 s.
55 Ocupaban el Languedoc, con Nemausus (Nimes) como núcleo de población más importante.
56 El Campo de Marte.
57 Seguimos la hipótesis textual de Cluuerius .
58 Al menos en época posterior los alóbroges vivían al norte del río Isère.
59 Livio aplica la momenclatura romana a las instituciones de otros pueblos, sin que ello implique correspondencia necesariamente.
60 O «hacia la derecha», según el punto de vista.
61 Habitaban la zona en torno a St. Paul-Châteaux (Desjardins).
62 Los vocontes vivían entre Drôme y Durance, y al este, entre Drac y Durance, los trigorios.
63 El Durance, probablemente.
64 Cónsul en 222 a. C.
65 A Pisa, según POLIBIO (III 56, 5). Cf. 39, 3.
66 Dado el estado de esta cuestión, la impresión es que hay que renunciar a saber qué ruta siguió Aníbal.
67 Según otra posible puntuación del texto, la traducción podría ser: «después de hacer rodar las rocas que tenían a mano».
68 Se han hecho propuestas diversas con respecto a esta población así como para la de 33, 11, a tenor de la ruta que se suponga siguió Aníbal.
69 En este caso los bagajes irían detrás, mientras que aquí debían de ir delante, como se deduce del párrafo 9.
70 Mantenemos praecipites .
71 ¿Finales de octubre?
72 Puede verse, a propósito de esta técnica, P. JAL , o. c., Appendice II.
73 Turín era su núcleo urbano principal.
74 ¿El Gran San Bernardo?
75 Antípatro.
76 Según la opinión más común, el Pequeño San Bernardo.
77 Son los llamados Libicii por Plinio, con Verceil como capital. Los salasos habitaban en el valle del Doira.
78 Cisalpina, se sobreentiende.
79 César distingue los sedunos de los veragros, que vivían en el entorno de Montigny.
80 Las inscripciones atestiguan la existencia de un Iuppiter Poeninus .
81 Cf. 25, 8, y 26, 2.
82 La asignación se había hecho por sorteo, en realidad. Cf. 17, 1.
83 Referencia a 29, 3.
84 Con la vacada de Gerión. Cf. V 34, 6.
85 Con él los hispanos, sin él los númidas.
86 Mantenemos bene fixum .
87 Sobre la inverosimilitud geográfica de este dato, por encontrarse Victúmulas muy alejada hacia el noroeste, puede verse P. JAL , o. c ., Introduction LIX.
88 Véase I 24, 9.
89 Parece haber una confusión entre el puente sobre el Po y el puente sobre el Tesino, a cuya construcción se ha referido LIVIO en 45, 1.
90 La opinión más común interpreta que se trata de una confusión de Livio, que ésta es la distancia a que está no Placencia sino el campamento romano, y que es la que señala Polibio.
91 A menos de cinco millas, según POLIBIO (III 67, 7).
92 Hoy Casteggio; a diez Kms. al sur del Po. Escenario de una victoria famosa de Marcelo en el año 222.
93 Parece designar a la más importante de las islas Lípari o Eolias, o a su capital. Al sur está la isla de Vulcano, aunque esta denominación aparece en otros casos aplicada al conjunto de estas islas.
94 Hierón II, que reinó en Siracusa del 265 al 215. Fiel aliado de Roma desde el 263.
95 Hoy Marsala. Situada en el punto más occidental de Sicilia.
96 Allí había obtenido Gayo Lutacio Cátulo la victoria naval del 10 de marzo del 241.
97 Ver nota 93.
98 En la costa oeste, en el sur de Italia. Vibo Valentia entonces, Vibo en la actualidad.
99 Según Polibio, por tierra.
100 Veinte mil hombres, según POLIBIO (III 72, 8).
101 Contrasta con la cifra dada en 38, 2.
102 Vivían en las inmediaciones de Brescia y Verona. Ver V 35, 1.
103 Maniobra a la que se recurría en situaciones de peligro extremo.
104 En la explicación de Livio, la batalla se desarrolló a la derecha del río. Cuestión ésta bastante debatida.
105 Para el año 217.
106 ¿Sempronio, o Escipión?
107 Muy cuestionada la historicidad de esta marcha.
108 Sobre las dificultades que surgen de estos dos datos puede verse la extensa nota de VALLEJO (o. c.) a los mismos. Luca, hoy Serchio.
109 Se retoma la narración de 32, 4.
110 Colonia de Marsella (fundada en torno al 550). Sus habitantes originarios eran los indigetes. Su nombre original, singular, pasó a plural por la existencia de dos comunidades.
111 Seguimos la lectura de VALLEJO , y remitimos al parágr. 7 de su Introducción (o. c.) .
112 Para VALLEJO (nota ad loc .) es la inscrita como Kese en caracteres ibéricos en numerosas monedas halladas en el entorno de Tarragona.
113 Según Polibio, a Cartagena.
114 Única vez que aparece este nombre. Situada en las inmediaciones de Ilerda .
115 Parapetos montados sobre ruedas. Las protecciones, de madera o de mimbres, eran muy combustibles.
116 Manteniendo la lectura hostiam de los códices.
117 Debe sobreentenderse Genius publicus o Genius populi Romani .
118 Sempronio, aunque según 59, 10 estaba en Luca.
119 Había tenido enfrentamientos con el senado siendo tribuno de la plebe, el 232, a propósito del arriendo del ager publicus Picenus; y después, siendo cónsul, el 223, había recibido una carta del senado ordenándole volver a Roma, pero no la había abierto hasta después de la batalla en que obtuvo la victoria sobre los ínsubres; el senado se había pronunciado en contra de su triunfo, pero lo había celebrado gracias al voto del pueblo, y había sido obligado a dejar el consulado. Pero otras fuentes difieren con respecto a estos datos.
120 Un ánfora equivalía a 26, 25 litros.
121 Respecto a esta marcha hay divergencias en las fuentes. Puede verse JAL , o. c ., nota ad loc .