Читать книгу Historia de Roma desde su fundación. Libros XXXI-XXXV - Tito Livio - Страница 6

LIBRO XXXI SINOPSIS

Оглавление

AÑO 201 a. C.

Preámbulo (1, 1 - 1, 5).

Prolegómenos de la segunda guerra de Macedonia (1, 6 - 4).

AÑO 200 A. C.

Se declara la guerra a Filipo (5 - 9).

Ofensiva en la Galia Cisalpina. Medidas del senado (10 - 13).

Ruptura de hostilidades entre Filipo y los atenienses. Átalo en Atenas y Egina (14 - 15).

Asedio de Abidos, con dramático final (16 - 18).

Occidente: embajada en África. Ovación a Lucio Cornelio Léntulo. Victoria sobre los galos (19 - 22, 3).

Oriente: toma de Calcis. Tentativa de Filipo contra Atenas (22, 4 - 24).

Filipo y la Liga Aquea. Tentativas en Eleusis. Los romanos y los pueblos macedonios (25 - 28).

AÑO 199 a. C.

Asamblea Panetólica (29 - 32).

Escaramuzas iniciales entre Sulpicio y Filipo (33 - 36).

Batalla favorable a los romanos. Críticas a los generales. El cónsul, en Macedonia (37 - 40, 6).

Guerra entre Filipo, y los dárdanos y etolios (40, 7 - 43). Operaciones navales (44 - 45).

Toma de Óreo. Retorno de las flotas a las bases (46 - 47, 3).

AÑO 200 a. C.

Roma y Occidente: discutido triunfo de Lucio Furio Purpurión. Juegos y nombramientos (47, 4 - 50).

Preámbulo

[1] También yo me siento satisfecho de haber llegado al final de la Guerra Púnica, como si personalmente hubiera participado de los esfuerzos y los peligros. [2] Pues si bien es cierto que, después de haber tenido la osadía de manifestar mi propósito de escribir hasta el final toda la historia de Roma, no estaría nada bien que diera muestras de cansancio en cada una de las [3] partes de una obra tan grande, sin embargo, cuando pienso que sesenta y tres años1 —pues tantos son los que van desde la Primera Guerra Púnica hasta el final de la [4] Segunda— me han llenado tantos volúmenes como los cuatrocientos ochenta y ocho que van desde la fundación de Roma hasta el consulado de Apio Claudio2, que inició [5] la primera guerra contra los cartagineses, empiezo a sentir, como el que se ha metido en aguas poco profundas cerca de la orilla y se interna a pie en el mar, que cada paso que doy me lleva hacia mayores profundidades, hacia una especie de abismo; que es como si se acrecentara la tarea, que parecía reducirse a medida que iba poniendo término a cada uno de sus tramos iniciales.

Prolegómenos de la segunda guerra de Macedonia

A la paz con Cartago siguió la guerra [6] de Macedonia, que no tiene punto de comparación con la precedente por la gravedad del peligro, la valía del general o la fuerza de las tropas, pero tal vez más [7] famosa debido a la nombradía de los antiguos reyes y el tradicional renombre de esta nación, y a la extensión de un imperio con el que desde antiguo había ocupado militarmente numerosas zonas de Europa y la mayor parte de Asia. Por otra parte, la guerra contra Filipo iniciada [8] hacía unos diez años llevaba tres interrumpida, habiendo sido los etolios los causantes tanto de la guerra como de la paz. Ahora los romanos, que tenían libertad de acción [9] gracias a la paz con Cartago y sentían hostilidad contra Filipo porque no había respetado la paz con los etolios y otros aliados de la misma zona y por su reciente envío [10] de refuerzos y dinero a Aníbal y a los cartagineses, se vieron impulsados a reemprender la guerra por las súplicas de los atenienses, a los que Filipo había encerrado dentro de su ciudad tras arrasar por completo su territorio.

Más o menos por esta misma época llegaron embajadores [2] del rey Átalo3 y de los rodios con la noticia de que también estaban siendo instigadas las ciudades de Asia. Se respondió a estas embajadas que el senado se ocuparía [2] del asunto, y se remitió a los cónsules4, que entonces se encontraban en sus provincias, la cuestión de la guerra con Macedonia en su totalidad. Entre tanto se enviaron a [3] Tolomeo5, rey de Egipto, tres embajadores, Gayo Claudio Nerón6, Marco Emilio Lépido7 y Publio Sempronio Tuditano8, para informarle de la victoria sobre Aníbal y los cartagineses, para darle las gracias porque cuando la situación era incierta se había mantenido leal mientras abandonaban [4] a los romanos hasta sus aliados vecinos, y para pedirle que conservara la misma disposición de ánimo hacia el pueblo romano si éste emprendía la guerra contra Filipo forzado por sus desafueros.

[5] Aproximadamente por las mismas fechas, en la Galia, el cónsul Publio Elio, enterado de que antes de su llegada los boyos9 habían hecho incursiones en territorios de los aliados, alistó con urgencia dos legiones para hacer frente [6] a la agresión, les añadió cuatro cohortes de su propio ejército y encargó a Gayo Ampio, prefecto de los aliados10, de invadir el territorio de los boyos con estas fuerzas improvisadas, atravesando la Umbría por donde la tribu llamada Sapinia11. Él salió en esa misma dirección por una [7] ruta abierta a través de las montañas. Ampio, una vez en territorio enemigo, comenzó por realizar acciones de saqueo con bastante éxito y sin demasiado riesgo. Después eligió una posición favorable cerca de la población fortificada de Mútilo12 y salió a segar los trigales, pues estaba ya madura la mies. Como no hizo un reconocimiento de los alrededores ni emplazó destacamentos suficientemente [8] fuertes como para garantizar la protección armada de los que estaban entregados a la tarea sin llevar armas, los galos lo rodearon a él y a los segadores en un ataque por sorpresa. Inmediatamente fueron también presa del pánico [9] los hombres armados, que emprendieron la huida. Fueron eliminados alrededor de siete mil hombres, desperdigados entre los trigales, y entre ellos el propio prefecto Gayo Ampio. El miedo empujó a los demás hasta el campamento. [10] Luego, a falta de un jefe reconocido, los soldados se pusieron de acuerdo entre ellos y a la noche siguiente abandonaron gran parte de sus pertenencias y fueron a reunirse con el cónsul por rutas boscosas casi impracticables. Regresó [11] éste a Roma sin haber hecho en su provincia cosa que merezca ser destacada si exceptuamos el saqueo del territorio de los boyos y la conclusión de un acuerdo con los lígures ingaunos13.

La primera vez que reunió al senado, ante la petición [3] unánime de que se tratase con prioridad absoluta la cuestión de Filipo y las quejas de los aliados, inmediatamente se sometió a debate este punto. El senado en masa decidió [2] que el cónsul Publio Elio enviase con plenos poderes a la persona que le pareciera bien, para que se hiciese cargo de la flota que Gneo Octavio14 traía de Sicilia y se trasladase con ella a Macedonia. Fue enviado Marco Valerio [3] Levino15, como propretor, que hizo la travesía a Macedonia con las treinta y ocho naves que recibió de Gneo Octavio cerca de Vibón16. Saliendo a su encuentro el legado [4] Marco Aurelio le informó detalladamente acerca de la importancia de los ejércitos y del gran número de navíos que [5] había reunido el rey, y de la forma en que estaba levantando en armas a la población, en unos casos recorriendo personalmente todas las ciudades tanto del continente como [6] de las islas, y en otros enviando delegados. Los romanos, les decía, tendrían que emplearse más a fondo para emprender aquella guerra, no fuera a ser que Filipo, si se andaban con vacilaciones, se atreviese a repetir el golpe de audacia que había dado Pirro anteriormente desde la base de un reino bastante más pequeño. Se acordó que Aurelio informara por escrito a los cónsules y al senado de estos mismos extremos.

[4] A finales de este año se sometió a debate una proposición referente a la asignación de tierras a los veteranos que habían puesto punto final a la guerra de África bajo el mando y los auspicios de Publio Escipión. El senado [2] acordó que el pretor urbano Marco Junio17, se sirviera nombrar una comisión de diez miembros para medir y distribuir la parte del territorio samnita y apulio que era de [3] dominio público del pueblo romano. Fueron nombrados Publio Servilio, Quinto Cecilio Metelo, Gayo y Marco Servilio —Géminos era el sobrenombre de estos dos—, Lucio y Aulo Hostilio Catón, Publio Vilio Tápulo, Marco Fulvio Flaco, Publio Elio Peto y Tito Quincio Flaminino18.

Por aquellas fechas, en los comicios presididos por el [4] cónsul Publio Elio resultaron elegidos cónsules19 Publio Sulpicio20 Galba y Gayo Aurelio Cota21. A continuación fueron elegidos pretores Quinto Minucio Rufo, Lucio Furio Purpurión22, Quinto Fulvio Gilón y Gayo Sergio Plauto. Aquel año los ediles curules Lucio Valerio Flaco y [5] Lucio Quincio Flaminino23 celebraron los juegos escénicos romanos con magnificencia y suntuosidad, reiniciándolos dos días; distribuyeron entre el pueblo al precio de [6] cuatro ases la medida, ganando gran popularidad, la enorme cantidad de trigo que Publio Escipión había enviado desde África. También los juegos plebeyos fueron reiniciados [7] por tres veces desde un principio por los ediles plebeyos Lucio Apustio Fulón24 y Quinto Minucio Rufo, que había sido elegido pretor al dejar de ser edil; con ocasión de los juegos se celebró también un banquete en honor de Júpiter.

Se declara la guerra a Filipo

En el año quinientos cincuenta y uno [5] de la fundación de Roma25, durante el consulado de Publio Sulpicio Galba y Gayo Aurelio, comenzó la guerra contra el rey Filipo pocos meses después de la concesión de la paz a los cartagineses. El quince de marzo, [2] fecha en que los cónsules entraban en funciones por entonces26, el cónsul Publio Sulpicio sometió esta cuestión [3] antes que ninguna otra a la deliberación del senado. Éste decretó que los cónsules ofrecieran un sacrificio con víctimas adultas a los dioses que ellos eligiesen, con esta súplica: [4] «Que los proyectos del senado y del pueblo romano que afectan al Estado y al inicio de una nueva guerra tengan un final bueno y feliz para el pueblo romano, para sus aliados, para la confederación latina»; después del sacrificio y de la súplica, consultarían al senado acerca de [5] la política general y de la asignación de provincias. Por aquellas fechas, y como a propósito para incitar los ánimos a la guerra, llegó la carta del embajador Marco Aurelio [6] y el propretor Marco Valerio Levino, y además llegó una nueva embajada de los atenienses informando de que el rey se estaba acercando a sus fronteras y que, si no había alguna ayuda por parte de los romanos, sin tardar mucho sería dueño no sólo del campo sino también de la ciudad. [7] Los consules manifestaron que se había celebrado en debida forma el sacrificio; que, según el dictamen de los arúspices, los dioses habían escuchado la súplica, las entrañas habían sido favorables, y se vaticinaba una ampliación de las fronteras, una victoria, y un triunfo. A continuación se dio lectura a la carta de Valerio y Aurelio y [8] se dio audiencia a los embajadores atenienses. La consecuencia inmediata fue la redacción de un senadoconsulto dando las gracias a los aliados porque a pesar de haber sido tentados largo tiempo, ni siquiera el miedo a un asedio [9] los había apartado de su lealtad. En cuanto al envío de ayuda, se acordó que se daría la respuesta una vez que los cónsules hubieran sorteado las provincias y que el cónsul al que correspondiera Macedonia hubiera presentado al pueblo la propuesta de una declaración de guerra a Filipo, rey de Macedonia.

La suerte asignó la provincia de Macedonia a Publio [6] Sulpicio, que preguntó oficialmente al pueblo «si quería, si mandaba que se declarase la guerra al rey Filipo y a sus súbditos los macedonios por los agravios y agresiones armadas contra los aliados del pueblo romano». Al otro cónsul, Aurelio, le tocó en suerte la provincia de Italia. Inmediatamente después se hizo el sorteo entre los pretores, [2] correspondiendo a Gayo Sergio Plauto la jurisdicción urbana, Sicilia a Quinto Fulvio Gilón, a Quinto Minucio Rufo los Abruzos, y a Lucio Furio Purpurión la Galia. La propuesta referente a la guerra con Macedonia fue [3] rechazada por casi todas las centurias en los primeros comicios. Ello se debió en parte a una reacción espontánea de la población, harta de peligros y fatigas, agotada por una guerra tan larga y tan pesada, y en parte a que el [4] tribuno de la plebe Quinto Bebio, recurriendo al viejo método de atacar a los senadores, los había acusado de empalmar una guerra con otra para que la plebe no gozase de un momento de paz. Esto irritó profundamente a los [5] senadores, y el tribuno de la plebe fue cubierto de improperios en el senado; uno tras otro instaban al cónsul a convocar de nuevo los comicios para presentar la propuesta de ley, y a reprender al pueblo por su falta de energía, [6] haciéndole ver la magnitud de los daños y la deshonra que supondría un aplazamiento de aquella guerra.

Convocada la asamblea en el Campo de Marte el día [7] de los comicios, antes de proceder a la votación las centurias, dijo el cónsul: «Me parece que no os dais cuenta, [2] Quirites, de que no se os consulta si queréis la paz o la guerra —Filipo, que prepara por tierra y por mar una guerra de gran alcance, no os dejará esa elección—, sino si preferís llevar las legiones a Macedonia o dar entrada en [3] Italia al enemigo. Sin duda la experiencia de la reciente guerra púnica os ha enseñado, si no lo había hecho ninguna experiencia anterior, qué distinta es una cosa de otra. ¿Quién duda, en efecto, que de haber prestado ayuda inmediata a los saguntinos sitiados que imploraban nuestra protección igual que nuestros padres se la habían prestado a los mamertinos27, hubiéramos hecho gravitar sobre Hispania todo el peso de una guerra a la que nuestras vacilaciones dieron entrada en Italia con tan grave detrimento [4] para nosotros? Está muy claro, además, que cuando este mismo Filipo, a través de embajadores y de cartas, se había comprometido ya con Aníbal a pasar a Italia, lo retuvimos en Macedonia enviando a Levino con una flota para [5] meterle la guerra en casa. Y lo que hicimos entonces, cuando teníamos en Italia a un enemigo como Aníbal, ¿dudamos en hacerlo ahora que Aníbal ha sido expulsado de [6] Italia y los cartagineses aplastados? Dejemos que el rey, con la toma de Atenas, compruebe nuestra renuencia a actuar, como hicimos en el caso de Aníbal con la toma de [7] Sagunto: llegará hasta Italia no cuatro meses más tarde, como Aníbal desde Sagunto, sino cuatro días después de [8] zarpar de Corinto. ¿Que no hay comparación entre Filipo y Aníbal, ni entre macedonios y cartagineses? Sí lo pondréis al menos al mismo nivel que un Pirro. ¡Qué digo al mismo nivel! ¡Pues no es pequeña la diferencia entre [9] un hombre y otro, entre una y otra nación! El Epiro fue siempre, y lo es hoy, un apéndice insignificante del reino de Macedonia. Filipo es dueño de todo el Peloponeso, y la propia Argos, tan célebre por la muerte de Pirro como por su antigua gloria. Estableced ahora la comparación [10] con respecto a nosotros. ¡Cuánto más floreciente estaba Italia, cuánto más intactas nuestras fuerzas, con nuestros generales incólumes, incólumes todos los ejércitos que después se llevó la guerra contra Cartago! Sin embargo Pirro atacó, quebrantó esas fuerzas, y llegó victorioso casi hasta la propia Roma. Y nos abandonaron no sólo los tarentinos [11] y los de toda la costa de Italia que llaman la Magna Grecia —cabría suponer que los atraía la afinidad de lengua y de nombre—, sino los Iucanos, los brucios y los samnitas. ¿Creéis vosotros que si Filipo pasase a Italia todos [12] éstos iban a permanecer leales y no se iban a mover? Claro, así lo hicieron después, durante la guerra púnica. Jamás esos pueblos dejarán de traicionarnos, salvo que no tengan a quién pasarse. Si hubieseis tenido reparos en [13] pasar a África, hoy tendríais como enemigos en Italia a Aníbal y los cartagineses. Que sea Macedonia, y no Italia, el escenario de la guerra; que sean las ciudades y los campos enemigos los que sufran la devastación del hierro y el fuego. Sabemos ya por experiencia que nuestras armas [14] son más afortunadas y poderosas fuera que en casa. Id a emitir el sufragio, con la ayuda propicia de los dioses, y votad lo que estimaron los senadores. No es sólo el [15] cónsul quien os propone votar en este sentido, sino los dioses inmortales, los cuales, cuando ofrecí el sacrificio y dirigí la súplica para que esta guerra acabase bien y felizmente para mí, para el senado y para vosotros, para los aliados y los pueblos latinos, para nuestras flotas y nuestros ejércitos, sólo presagiaron éxitos y prosperidad».

Después de este discurso, el pueblo, llamado a emitir [8] sufragio, votó la guerra, en el sentido de la propuesta de ley. Después los cónsules, en virtud de un senadoconsulto, [2] decretaron un triduo de rogativas; se recorrieron todos los altares pidiendo a los dioses que finalizara bien y felizmente [3] la guerra contra Filipo mandada por el pueblo. El cónsul Sulpicio consultó a los feciales si la declaración de guerra debía ineludiblemente ser notificada al propio Filipo en persona o si bastaba con notificársela a la guarnición más próxima dentro de las fronteras de su reino. Los feciales declararon que era válido cualquiera de los dos procedimientos. [4] Los senadores autorizaron al cónsul a elegir, a su criterio, a alguien que no perteneciera al senado y enviarlo como embajador para declarar la guerra al rey.

[5] Se pasó luego a la asignación de ejércitos a cónsules y pretores. Los cónsules recibieron orden de licenciar los [6] antiguos ejércitos y reclutar dos legiones cada uno. Sulpicio, que había sido encargado de una guerra nueva y de gran trascendencia, fue autorizado a llevarse cuantos soldados voluntarios pudiera del ejército que había traído Publio Escipión de vuelta de África, pero no tendría derecho a llevarse a ningún antiguo soldado en contra de su voluntad. [7] Los cónsules entregarían a los pretores Lucio Furio Purpurión y Quinto Minucio Rufo cinco mil aliados latinos a cada uno de ellos, tropas con las que controlarían uno la [8] provincia de la Galia y el otro la del Brucio. También Quinto Fulvio Gilón recibió instrucciones de elegir entre los soldados que había tenido a sus órdenes el cónsul Publio Elio28 a los que tuvieran menos años de servicios hasta reunir a su vez la cifra de cinco mil aliados y latinos; [9] esta sería la guarnición de la provincia de Sicilia. A Marco Valerio Faltón, que había tenido a su cargo como pretor la provincia de la Campania el año anterior, se le prorrogó el mando por un año; pasaría a Cerdeña como propretor, [10] y también él escogería a los cinco mil aliados y latinos que tuvieran menos años de servicios del ejército que se encontraba allí. Los cónsules, además, recibieron instrucciones [11] de reclutar dos legiones urbanas que serían enviadas a donde la situación lo requiriese, pues muchos pueblos de Italia se habían visto afectados por implicaciones en la guerra púnica y todavía reventaban de rabia. El Estado dispondría aquel año de seis29 legiones romanas.

En plenos preparativos bélicos llegaron embajadores de [9] parte del rey Tolomeo para informar de que los atenienses habían solicitado del rey ayuda contra Filipo, pero que, [2] a pesar de tratarse de aliados comunes, sin el consentimiento del pueblo romano el rey no pensaba enviar a Grecia ni flota ni ejército para atacar ni defender a nadie; él se mantendría en su reino sin intervenir si el pueblo [3] romano quería defender a sus aliados, o bien dejaría que los romanos se abstuvieran de intervenir, si así lo preferían, y él mismo enviaría refuerzos como para poder proteger a Atenas fácilmente contra Filipo. El senado dio [4] las gracias al rey y contestó que el pueblo romano tenía intención de proteger a sus aliados; si había necesidad de alguna ayuda para aquella guerra, se le haría saber al rey, pues era sabido que los recursos de su reino constituían un apoyo sólido y fiel para el Estado. Por decisión del [5] senado se envió luego a cada embajador un presente de cinco mil sestercios.

Mientras los cónsules llevaban a cabo el reclutamiento y hacían los preparativos necesarios para la guerra, la ciudad, animada de escrupulosidad religiosa sobre todo al comienzo de nuevas guerras, tras la realización de rogativas [6] y plegarias en un recorrido por todos los altares no quiso omitir nada de lo que se había hecho en cualquier ocasión anterior y dispuso que el cónsul al que hubiese correspondido la provincia de Macedonia prometiera con voto a Júpiter [7] unos juegos y una ofrenda. El voto público se retrasó porque el pontífice máximo Licinio30 declaró que no se debía hacer un voto sin determinar su valor en dinero, ya que esta suma no podía ser utilizada para la guerra, debía ser apartada en el acto y no mezclarse con otro dinero, [8] pues si esto ocurría, no se podía formalizar el voto. Pese a que causaron su impacto tanto la observación como la personalidad de quien la formulaba, el cónsul recibió instrucciones de consultar al colegio de los pontífices si era válida la formulación de un voto de importe económico indeterminado. Los pontífices dictaminaron que sí se podía, [9] y que incluso era mejor así. El cónsul pronunció el voto repitiendo las palabras que le iba dictando el pontífice máximo y que eran las mismas con las que tradicionalmente [10] se formulaban los votos quinquenales31, con la salvedad de que se comprometió con el voto a financiar los juegos y la ofrenda con la cantidad de dinero que el senado estableciese en el momento de su cumplimiento. Los Grandes Juegos habían sido prometidos con voto anteriormente en ocho ocasiones fijando previamente su coste; éstos fueron los primeros en que no se determinó la cifra.

Ofensiva en la Galia Cisalpina. Medidas del senado

Cuando la guerra de Macedonia era el [10] centro de atención general, de pronto, en el momento en que menos se esperaba, llegó la noticia de una sublevación de los galos. Los ínsubres, cenomanos y boyos, [2] habían sublevado a los celinos y los ilvates32 y demás pueblos ligustinos, y, capitaneados por el cartaginés Amílcar, un superviviente del ejército de Asdrúbal que se había quedado en aquella región, habían atacado Placencia33. Tras [3] entrar a saco en la ciudad y prender fuego a gran parte de la misma en un arrebato de rabia, dejando apenas dos mil hombres entre las llamas y las ruinas, cruzaron el Po y marcharon sobre Cremona para saquearla. La noticia [4] del desastre de la ciudad vecina llegó con tiempo para que los colonos cerraran las puertas y distribuyeran tropas por las murallas; al menos habría un asedio previo al asalto, y podrían enviar mensajeros al pretor romano. Tenía [5] entonces el mando de la provincia Lucio Furio Purpurión, el cual, en conformidad con el senadoconsulto, había licenciado a todo su ejército a excepción de cinco mil aliados y latinos; con estos efectivos se había estacionado en la zona más próxima de la provincia, en los alrededores de Arímino. Entonces informó por escrito al senado acerca de la situación de perturbación en que se encontraba la provincia: de las dos colonias que se habían librado [6] por los pelos de la tremenda borrasca de la guerra púnica, una había sido tomada y saqueada por el enemigo y la [7] otra estaba siendo asediada; su ejército no iba a suponer un apoyo suficiente para los colonos en peligro, a no ser que quisiera exponer a una degollina a los cinco mil aliados enfrentándolos a cuarenta mil enemigos —pues tantos eran los que se habían levantado en armas—, y elevar aún más la moral del enemigo, ya envalentonado por el exterminio de una colonia romana.

[11] Tras la lectura de esta carta, el senado decidió que el cónsul Gayo Aurelio diese orden al ejército de presentarse en Arímino en la misma fecha que le había señalado para [2] concentrarse en Etruria; en cuanto a él, o bien acudiría personalmente a sofocar la sublevación de los galos, si podía [3] hacerlo sin perjuicio para el Estado, o comunicaría por escrito al pretor Quinto Minucio34 que cuando llegasen a donde él estaba las legiones procedentes de Etruria, enviara a ocupar su lugar a los cinco mil aliados, que defenderían Etruria mientras tanto, y él marchara a liberar la colonia del asedio.

[4] También decidió el senado el envío de embajadores a África, primero a Cartago y después a Numidia, a Masinisa. [5] A Cartago, para informar de que su conciudadano Amílcar, al que habían dejado en la Galia —no se sabía a ciencia cierta si procedía de la expedición de Aníbal o de la [6] posterior de Magón—, estaba haciendo la guerra, violando el tratado35, y había levantado en armas contra el pueblo romano ejércitos de galos y lígures; si estimaban la paz, debían hacerle volver y entregarlo al pueblo romano. [7] Al mismo tiempo, los embajadores recibieron instrucciones de comunicar que no habían sido devueltos todos los desertores, y que, según se comentaba, gran parte de ellos andaban abiertamente por Cartago; de acuerdo con el tratado, debían buscarlos, arrestarlos y devolvérselos. Éstas [8] eran las instrucciones en lo referente a Cartago. En cuanto a Masinisa, llevaban órdenes de felicitarlo por haber recuperado el reino paterno y haberlo engrandecido, además, con la anexión de la parte más rica del territorio de Sífax. Debían comunicarle también que se había emprendido la [9] guerra contra el rey Filipo porque había suministrado ayuda a los cartagineses; porque había cometido desafueros [10] contra los aliados del pueblo romano en plena conflagración bélica de Italia, obligando a enviar a Grecia flotas y ejércitos, y había sido una de las causas fundamentales de que se retrasase la expedición a África al forzar a dividir las tropas. Y debían pedirle que enviase un refuerzo de caballería númida para dicha guerra. Se les entregaron [11] magníficos regalos para llevar al rey: vasos de oro y plata, una toga de púrpura y una túnica palmeada, un cetro de marfil, y una toga pretexta con una silla curul. Y se les [12] dieron instrucciones de que, si les hacía saber que necesitaba alguna cosa para consolidar y ampliar su reino, le asegurasen que el pueblo romano se esforzaría en proporcionársela, en reconocimiento por sus servicios.

También se presentaron ante el senado, por las mismas [13] fechas, unos embajadores de Vermina, hijo de Sífax, achacando su equivocación a su juventud y echando toda la culpa a la mala fe de los cartagineses: también Masinisa [14] había sido enemigo de los romanos antes de ser su amigo, y Vermina a su vez se iba a esforzar para que ni Masinisa ni ningún otro le ganase en buenos oficios para con el pueblo romano; pedía que el senado le reconociese el título de rey, aliado y amigo. Se les respondió a los embajadores [15] que su padre Sífax se había transformado de pronto, sin motivo, de aliado y amigo en enemigo del pueblo romano, y que el propio Vermina había hecho sus primeras armas [16] guerreando contra los romanos. Por consiguiente, debía comenzar por pedir la paz al pueblo romano antes de recibir el título de rey, aliado y amigo: el pueblo romano tenía por costumbre conceder el honor de dicho título a los reyes [17] que habían hecho grandes méritos para con él; pronto estaría en África una embajada a la que el senado encargaría de hacer saber a Vermina las condiciones de paz, y éste dejaría en manos del pueblo romano la decisión sobre el asunto: si quería añadir, quitar o cambiar algo en ellas, [18] tendría que dirigir una nueva petición al senado. Los embajadores enviados a África con estas instrucciones fueron Gayo Terencio Varrón, Espurio Lucrecio y Gneo Octavio36, asignándosele una quinquerreme a cada uno de ellos.

[12] Después se dio lectura en el senado a una carta del pretor Quinto Minucio, que tenía a su cargo la provincia de los Abruzos: en Locros37 había sido sustraído furtivamente durante la noche dinero del tesoro de Prosérpina, y no [2] había ninguna pista de los autores de la fechoría. El senado se indignó de que no cesaran los sacrilegios y que ni siquiera el caso de Pleminio, ejemplo tan llamativo y tan reciente [3] de culpa e inmediato castigo, disuadiera a la gente. Se encargó al cónsul Gayo Aurelio la tarea de escribir al pretor a los Abruzos comunicándole la decisión del senado de que se hiciera una investigación acerca del expolio de los tesoros, siguiendo la pauta de la que había llevado a cabo tres años antes el pretor Marco Pomponio38; el dinero que apareciese, sería devuelto; en caso de que no apareciese todo, [4] se pondría lo que faltase y se harían sacrificios expiatorios, si se estimaba oportuno, en la forma establecida por los pontífices en el caso anterior. El cuidado puesto en la [5] expiación de la violación de este templo se hizo más vivo al llegar noticias, precisamente entonces, de fenómenos extraños ocurridos en bastantes sitios. Se hablaba de que en Lucania había aparecido llamas en el cielo; en Priverno39, haciendo buen tiempo, el sol había estado rojo durante un día entero; en Lanuvio se había oído un ruido atronador [6] durante la noche en el templo de Juno Sóspita. Llegaban noticias recientes de nacimientos monstruosos de animales en muchos sitios: en la Sabina había nacido una criatura que no se sabía si era niño o niña, y había aparecido otro chico, de dieciséis años ya, también de sexo incierto; en Frusinón había nacido un cordero con cabeza de cerdo, [7] y en Sinuesa un cerdo con cabeza humana; en Lucania, en terreno del Estado, un potro con cinco patas. Se consideró [8] que todos estos seres eran monstruosos y aberrantes, fruto de una naturaleza que pervertía las especies; fueron rechazados con particular horror los hermafroditas dando orden de echarlos al mar inmediatamente, como se había hecho poco antes, durante el consulado de Gayo Claudio y Marco Livio, con un engendro parecido40. A pesar [9] de todo, se pidió a los decénviros que consultasen los Libros acerca de aquel portento. Ateniéndose a ellos, los decénviros prescribieron las mismas ceremonias que se habían realizado hacía poco a raíz del fenómeno similar. Mandaron, además, que tres coros de nueve doncellas recorrieran la ciudad cantando un himno a Juno Reina y le llevalo ran un presente. El cónsul Gayo Aurelio se ocupó de que se cumpliese todo ello de acuerdo con el dictamen de los decénviros. El himno lo compuso en esta ocasión Publio Licinio Tégula, igual que la otra vez lo había hecho Livio41, según recordaban los senadores.

[13] Una vez cumplidas todas las obligaciones religiosas de expiación —pues también en Locros habían finalizado las investigaciones de Quinto Minucio respecto al sacrilegio y se había restituido al tesoro el dinero procedente de los bienes de los culpables—, los cónsules querían salir para [2] sus provincias; pero entonces se dirigieron al senado numerosos particulares a los que había que devolver aquel año el tercer plazo del dinero que habían prestado al Estado durante el consulado de Marco Valerio y Marco Claudio42. [3] El motivo era que los cónsules les habían asegurado que por el momento no había con que pagarles, ya que los fondos del erario apenas alcanzaban para la nueva guerra, [4] que requería una gran flota y grandes ejércitos. El senado reconoció los motivos de su queja: si el Estado pretendía utilizar para la guerra de Macedonia el dinero que habían prestado para la guerra púnica, como una guerra se sucedía a la otra, en realidad ello equivalía a confiscar el dinero por haber prestado un servicio como si se hubieran [5] hecho culpables de algo. En vista de que la reclamación de los particulares era justa pero el Estado no estaba en condiciones de devolver lo que debía, se tomó una decisión intermedia entre lo justo y lo factible; puesto que, [6] según decía gran parte de ellos, había por todas partes tierras en venta y ellos necesitaban comprar, se pondrían a su disposición las tierras de titularidad pública que había en un radio de cincuenta millas; los cónsules tasarían las [7] tierras y pondrían una renta de un as por yugada como reconocimiento de que se trataba de terrenos de dominio público, y de esta forma, cuando el Estado pudiese pagar, [8] si alguno prefería el dinero a la tierra, devolvería ésta al pueblo. Los particulares aceptaron de buen grado la propuesta, y aquel terreno recibió el nombre de «trientábulo» [9] porque había sido cedido en sustitución de la tercera parte del dinero prestado.

Ruptura de hostilidades entre Filipo y los atenienses. Átalo en Atenas y Egina

Entonces Publio Sulpicio, después de [14] pronunciar sus votos en el Capitolio, salió de Roma con los lictores vestidos de uniforme militar y llegó a Brundisio. Incorporó a las legiones a los veteranos [2] voluntarios del ejército de África, escogió algunas naves de la flota de Gneo Cornelio43, y un día después de zarpar de Brundisio arribó a Macedonia. Allí [3] se le presentaron unos embajadores de los atenienses pidiéndole que los liberara del asedio. Inmediatamente envió a Atenas a Gayo Claudio Centón con veinte navíos de guerra y un millar de hombres, pues el rey no dirigía personalmente [4] el asedio de Atenas; en esos momentos precisamente estaba atacando Abidos44 después de probar fuerzas contra los rodios y contra Átalo en dos combates navales, ninguno de los cuales le había resultado favorable. Pero, [5] aparte de su natural fogoso, le daba alas el tratado suscrito con Antíoco, rey de Siria, con el que ya se había estipulado el reparto de las riquezas de Egipto, que ambos amenazaban desde que se habían enterado de la muerte de Tolomeo.

[6] Pues bien, los atenienses, que de su antigua grandeza no conservaban nada más que el orgullo, habían entrado en guerra con Filipo por un motivo que no lo justificaba [7] en absoluto. Dos jóvenes acarnanes, sin estar iniciados, habían entrado en el templo de Ceres durante los días de la iniciación, con el resto de la gente, sin saber que incurrían [8] en sacrilegio. Sus palabras los traicionaron con facilidad, pues hicieron algunas preguntas fuera de lugar; conducidos ante los sacerdotes del templo, a pesar de que resultaba evidente que habían entrado por equivocación, se les dio muerte como si fueran culpables de un crimen nefando. [9] Los acarnanes pusieron en conocimiento de Filipo esta acción tan reprobable y provocadora y consiguieron de él autorización para hacer la guerra a los atenienses con [10] refuerzos dados por los macedonios. El ejército así formado comenzó por pasar a hierro y fuego el Ática, regresando después a Acarnania con toda clase de botín. Este fue el primer motivo de crispación de los ánimos; luego, se llegó a una guerra en toda regla, tomando Atenas la [11] iniciativa de una declaración formal. El rey Átalo, pues, y los rodios, llegaron hasta Egina persiguiendo a Filipo que se replegaba hacia Macedonia, y entonces el rey se trasladó al Pireo con el objeto de renovar y consolidar su [12] alianza con los atenienses. Todos los ciudadanos salieron en masa a su encuentro con sus mujeres e hijos, y los sacerdotes con sus distintivos, faltando poco para que los propios dioses salieran de sus santuarios a recibirlo a su entrada en la ciudad.

Inmediatamente se convocó al pueblo a asamblea para [15] que el rey expusiese públicamente sus proyectos; pero después pareció más acorde con su dignidad que expusiera por escrito las cuestiones que estimara conveniente para [2] evitarle el embarazo de estar presente en la exposición de sus buenos servicios a la ciudad, o bien que su modestia se viera abrumada por la incontrolada adhesión de la multitud con sus efusiones y aclamaciones. En la carta que [3] envió a la asamblea y que fue leída públicamente, en primer lugar se hacía una reseña de sus méritos para con la ciudad y, a continuación, de las acciones que había llevado a cabo contra Filipo; por último, se hacía una exhortación [4] a emprender la guerra mientras estaban con ellos él mismo, los rodios, y sobre todo los romanos: si entonces no hacían nada, en vano buscarían después la ocasión que habían dejado escapar. Se escuchó luego a los embajadores [5] de los rodios, que recientemente habían prestado un buen servicio al recuperar y devolver cuatro naves de guerra atenienses capturadas hacía poco por los macedonios. Así, pues, se aprobó la guerra contra Filipo por una mayoría abrumadora. Se tributaron honores primero a Átalo, desmedidos, [6] y después a los rodios: entonces por vez primera se hizo la propuesta de añadir a las diez tribus originarias una nueva que se llamaría Atálida; el pueblo rodio fue [7] galardonado por su valor con una corona de oro, y se les concedió a los rodios el derecho de ciudadanía igual que ellos se lo habían concedido ya a los atenienses. Después de esto el rey Átalo regresó con su flota a Egina; los rodios [8] se dirigieron por mar desde Egina a Cea45 y de allí a Rodas, pasando por las islas, que entraron en la alianza todas ellas a excepción de Andros, Paros y Citnos, ocupadas [9] por guarniciones macedonias. Átalo había enviado emisarios a Etolia, de donde esperaba embajadores, y esto [10] lo mantuvo inactivo algún tiempo en Egina. Pero no consiguió levantar en armas a los etolios, contentos con el acuerdo de paz a que, mal que bien, habían llegado con Filipo; con todo, si él y los rodios no le hubieran dado cuartel a Filipo, habrían podido ganarse el honroso título [11] de libertadores de Grecia, pero al permitir que pasara de nuevo al Flelesponto y reagrupara sus fuerzas ocupando puntos estratégicos de Tracia, alimentaron la guerra y dejaron a los romanos la gloria de sostenerla y llevarla a término.

Asedio de Abidos, con dramático final

[16] Filipo dio muestras de un coraje más propio de un rey: Pese a que no había podido hacer frente a Átalo y los rodios, no se asustó ni siquiera ante la perspectiva de una guerra con los romanos. [2] Envió a un tal Filocles, uno de sus prefectos, a devastar los campos atenienses con dos mil soldados de infantería [3] y doscientos de caballería y confió el mando de la flota a Heraclides para que se dirigiera a Maronea, adonde él marchó por tierra con dos mil hombres de a pie con equipo [4] ligero y doscientos de a caballo. Tomó Maronea, al primer asalto por cierto, y a continuación tomó Eno con grandes dificultades, gracias, en última instancia, a la [5] traición de Calímede, prefecto de Tolomeo. Después se apoderó de otras fortalezas, Cipsela, Dorisco y Serreo. Avanzando luego hacia el Quersoneso ocupó Eleunte y Alopeconeso, [6] que se rindieron voluntariamente; también se entregaron Calípolis y Maditos46 y algunas fortalezas poco conocidas. Los habitantes de Abidos le cerraron las puertas al rey sin recibir siquiera a sus embajadores. El asedio de esta ciudad retuvo bastante tiempo a Filipo, y los asediados hubieran podido liberarse si Átalo y los rodios no hubieran andado remisos. Átalo se limitó a enviar trescientos [7] hombres en su ayuda, y los rodios una sola cuatrirreme de su flota, a pesar de que ésta estaba atracada ante Ténedos. El propio Átalo se desplazó hasta allí más tarde, [8] cuando ya apenas podían resistir el asedio, dándoles una fugaz esperanza de ayuda, dada su proximidad, pero sin hacer nada por socorrerlos ni por tierra ni por mar.

Con la artillería que habían emplazado sobre las murallas, [17] al principio los abidenos impedían que el enemigo se acercara por tierra y al mismo tiempo hacían que corriera peligro si fondeaba las naves47. Luego, cuando se [2] derrumbó parte de la muralla y con labores de zapa los enemigos llegaron hasta el muro interior levantado precipitadamente, los asediados enviaron parlamentarios al rey para tratar de las condiciones de rendición de la ciudad. Pedían, en efecto, que se dejara marchar a la cuatrirreme [3] rodia con su tripulación y con las tropas de Átalo, y que se les permitiera a ellos salir de la ciudad con una prenda de vestir cada uno. La respuesta de Filipo fue que sólo [4] se trataría de la paz si se rendían sin condiciones, y cuando los parlamentarios volvieron con ella suscitó tal estallido de rabia, mezcla de indignación y desesperación, que, en [5] un arrebato de furor como el de los saguntinos, hicieron encerrar a todas las matronas en el templo de Diana y a los muchachos y muchachas de condición libre e incluso a los niños pequeños con sus nodrizas en el gimnasio; [6] mandaron llevar al foro el oro y la plata, amontonar las prendas de valor en la nave rodia y en otra cicicena48 que estaban en el puerto, traer a los sacerdotes y las víctimas [7] y levantar un altar en el centro de la plaza. Luego, lo primero que hicieron fue elegir a los que, en cuanto vieran caer a los suyos que combatían delante del muro derrumbado, inmediatamente darían muerte a las mujeres e hijos, [8] tirarían al mar el oro, la plata y las ropas que había en las naves, y prenderían fuego a los edificios públicos y privados en el mayor número de puntos que pudieran. [9] Repitiendo la fórmula de execración que iban pronunciando por delante los sacerdotes, se comprometieron bajo juramento a ejecutar aquellos terribles actos. Después todos los hombres en edad militar juraron que nadie se retiraría [10] vivo del combate si no era como vencedor. Éstos, con el pensamiento puesto en los dioses, se batieron con tal tesón que el rey, asustado de su arrebato, se adelantó a poner fin al combate cuando la noche estaba a punto [11] de interrumpirlo. Los ciudadanos principales, a quienes se había encomendado la parte más horrible del horrible plan, al ver que eran pocos y además extenuados de cansancio o heridos los supervivientes del combate, al despuntar el día enviaron a los sacerdotes con sus cintas sagradas a entregar la ciudad a Filipo.

[18] Antes de la rendición, el más joven de los tres embajadores romanos enviados a Alejandría, Marco Emilio49, de común acuerdo con los otros dos, fue al encuentro de [2] Filipo cuando llegó la noticia del asedio de Abidos. Se quejó de la agresión contra Átalo y los rodios, y sobre todo del asedio de Abidos que se estaba produciendo en esos momentos. Cuando el rey dijo que habían sido Átalo y los rodios quienes habían iniciado las hostilidades contra él, le preguntó: «¿También fueron los abidenos los que te atacaron primero?» Como no estaba acostumbrado a [3] oír las verdades, estas palabras le parecieron más insolentes de lo que cabe cuando se habla con un rey, y dijo: «Tu edad, tu apostura y sobre todo tu nombre de romano te hacen bastante insolente. Por lo que a mí respecta, [4] mi mayor deseo sería que respetarais los tratados y os mantuvierais en paz conmigo; ahora bien, si me hacéis la guerra, os daréis cuenta de que también a mí me hacen sentirme orgulloso el reino y el nombre de macedonio, no menos noble que el romano.»

Después de despedir de esta forma al embajador, Filipo [5] se posesionó del oro, la plata, y todo el montón restante de objetos, pero se quedó sin todo el botín humano. En efecto, considerando de pronto, traicionados a los que [6] habían caído en el combate, acusándose de perjurio unos a otros y sobre todo a los sacerdotes por haber entregado vivos al enemigo a quienes estaban consagrados a la muerte, la población en masa fue presa de tal frenesí que todos [7] se precipitaron repentinamente en distintas direcciones a dar muerte a las mujeres y a los hijos y se suicidaron con todo tipo de muertes. Pasmado ante aquel arrebato el rey refrenó los ímpetus de sus soldados y dijo que les concedía a los abidenos tres días para morir. Durante este plazo [8] de tiempo los vencidos cometieron consigo mismos más atrocidades de las que habrían cometido los vencedores ensañados; salvo aquellos a quienes las cadenas u otra traba física impidió quitarse la vida, no cayó ni uno vivo en poder del enemigo. Filipo dejó una guarnición en Abidos y [9] regresó a su reino. Igual que le había ocurrido a Aníbal con la destrucción de Sagunto, el desastre de Abidos le dio a Filipo la audacia necesaria para hacer la guerra a Roma, y entonces le llegaron noticias de que el cónsul se encontraba ya en el Epiro y había conducido sus fuerzas terrestres a Apolonia y las navales a Corcira para pasar allí el invierno.

Occidente: embajada en África. Ovación a Lucio Cornelio Léntulo. Victoria sobre los galos

[19] Entre tanto, los embajadores enviados a África recibieron de los cartagineses la respuesta de que, con respecto al Amílcar que se había puesto al frente del ejército galo, lo único que ellos podían hacer era condenarlo al exilio y confiscar sus bienes; [2] en cuanto a los desertores y esclavos fugitivos, habían devuelto a los que habían podido encontrar con sus pesquisas, y enviarían diputados a Roma para dar explicaciones al senado sobre ese particular. Enviaron a Roma doscientos mil modios de trigo, y otros tantos al ejército de Macedonia. [3] De allí marcharon los embajadores a Numidia a ver a los reyes. A Masinisa le entregaron los presentes y le expusieron las instrucciones encomendadas; él les ofreció dos mil [4] jinetes númidas, y aceptaron mil. Supervisó personalmente su embarco y los envió a Macedonia con doscientos mil modios de trigo y otros tantos de cebada. La tercera misión [5] de la embajada era Vermina. Salió éste al encuentro de los embajadores hasta la frontera de su reino y dejó que ellos redactaran las condiciones de paz que quisieran: [6] para él sería buena y justa cualquier forma de paz con el pueblo romano. Se establecieron los términos de la paz, y se le indicó que enviara una delegación a Roma para ratificarla.

Por la misma época regresó de Hispania el procónsul [20] Lucio Cornelio Léntulo. Dio cuenta al senado de las [2] operaciones que había llevado a cabo a lo largo de tantos años con energía y éxito, y pidió que se le autorizara a entrar en triunfo en la ciudad. El senado reconocía que sus [3] empresas merecían el triunfo, pero consideraba que la tradición no recogía ningún precedente de nadie que hubiese triunfado sin haber operado en calidad de dictador, cónsul o pretor, y él había gobernado la provincia de Hispania [4] en calidad de procónsul, no de cónsul o pretor. Se apuntaba, [5] sin embargo, a la solución de concederle la ovación para su entrada en la ciudad, pero el tribuno de la plebe Tiberio Sempronio Longo50 se oponía diciendo que tampoco esto sería conforme a la tradición o a precedente alguno. Al fin el tribuno, vencido por la unanimidad de [6] los senadores, cedió, y por decreto del senado Lucio Léntulo entró en la ciudad recibiendo la ovación. Aportó al [7] tesoro cuarenta y tres mil libras de plata y dos mil cuatrocientas cincuenta de oro, y repartió a cada uno de sus hombres ciento veinte ases procedentes del botín.

El ejército consular había pasado ya de Arrecio a [21] Arímino, y los cinco mil aliados latinos se habían trasladado de la Galia a Etruria51. En consecuencia, Lucio Furio [2] partió de Arímino a marchas aceleradas para enfrentarse a los galos que entonces estaban sitiando Cremona, y estableció su campamento a mil quinientos pasos de distancia del enemigo. Tuvo la oportunidad de culminar brillantemente [3] la empresa si hubiese atacado el campamento nada más llegar, pues los galos andaban dispersos por los campos [4] sin haber dejado una guarnición lo bastante sólida. Pero tuvo miedo del cansancio de sus hombres, pues la [5] marcha de la columna había sido muy viva. Los gritos de los suyos hicieron volver de los campos a los galos, que abandonaron el botín que tenían en sus manos dirigiéndose de nuevo al campamento. Al día siguiente salieron al [6] campo de batalla. Los romanos, por su parte, aceptaron el combate sin vacilar, pero apenas tuvieron tiempo para formarse, dada la rapidez con que el enemigo corrió al [7] combate. El ala derecha —las tropas aliadas estaban divididas en alas— estaba situada en primera línea, y las dos [8] legiones romanas en la reserva. Marco Furio tomó el mando del ala derecha, Marco Cecilio el de las legiones, y Lucio Valerio Flaco —todos ellos eran legados— el de [9] la caballería. El pretor tenía consigo dos legados, Gayo Letorio y Publio Titinio, para poder observarlo todo y hacer [10] frente a cualquier intento del enemigo. Al principio los galos contaban con que, concentrando todos sus esfuerzos sobre un único punto, podrían hundir y machacar el ala [11] derecha, que era la más avanzada. Como por esa vía no conseguían gran cosa, intentaron rodear la formación enemiga haciendo un movimiento envolvente por los flancos, maniobra que no parecía difícil dada su superioridad numérica. [12] Cuando el pretor se percató de ello situó las dos legiones de reserva a derecha e izquierda del ala que combatían en primera línea, para alargar también él su frente, y prometió con voto a Júpiter un templo si aquel día derrotaba [13] al enemigo. Da orden a Lucio Valerio de lanzar contra las alas enemigas la caballería de las dos legiones por una parte, y la caballería de los aliados por otra, y de impedir que los enemigos rodeen la formación propia; [14] mientras tanto él, al observar que el estiramiento sobre las alas había debilitado el frente de los galos por su centro, ordena a sus hombres cargar cerrando filas y romper la formación enemiga. La caballería rechazó las alas y [15] la infantería el centro, y como muchos de los suyos caían abatidos en todos los sectores en una tremenda matanza, de pronto los galos volvieron la espalda y tomaron de nuevo la dirección del campamento huyendo en desbandada. La caballería salió en persecución de los fugitivos; enseguida [16] salió también detrás la infantería, y se lanzó el ataque contra el campamento. Menos de seis mil hombres escaparon de allí; los muertos y prisioneros fueron más de [17] treinta y cinco mil, y se cogieron setenta enseñas militares y más de doscientos carros galos cargados con abundante botín. En aquella batalla cayó Amílcar, el jefe cartaginés, [18] así como tres famosos generales galos. Los prisioneros de Placencia, unos dos mil de condición libre, fueron devueltos a su colonia.

Fue una gran victoria que causó una gran alegría en [22] Roma. Cuando llegó la carta con la noticia, se decretó un triduo de acción de gracias. En aquella batalla habían [2] caído alrededor de dos mil entre romanos y aliados, sobre todo del ala derecha, contra la cual cargó en masa el enemigo al iniciar el ataque. A pesar de que el pretor prácticamente [3] había puesto fin a la guerra, el cónsul Gayo Aurelio, una vez resuelto lo que había tenido que hacer en Roma, partió también para la Galia, y el pretor le entregó el ejército victorioso.

Oriente: toma de Calcis. Tentativa de Filipo contra Atenas

El otro cónsul, que había llegado a [4] su provincia cuando casi había finalizado el otoño, pasaba el invierno cerca de Apolonia. De la flota sacada a tierra en Coreira [5] se había enviado a Atenas, como queda dicho anteriormente, a Gayo Claudio con unas trirremes romanas; su llegada al Píreo había abierto grandes esperanzas para los aliados, cuya moral estaba muy decaída. [6] En efecto, por una parte se habían interrumpido las incursiones de devastación de los campos que solían hacerse [7] desde Corinto atravesando Mégara, y por otra parte las naves corsarias que tenían su base en Calcis y habían vuelto peligroso para los atenienses tanto el mar como los campos de la costa, no se atrevían ya a doblar el Sunio52, ni siquiera a aventurarse en mar abierto más allá del estrecho [8] de Euripo53. A las naves romanas se sumaron tres cuatrirremes rodias, aparte de las tres naves descubiertas atenienses preparadas para la defensa de las costas. Claudio consideraba que esta flota era suficiente de momento si con ella se podía defender la ciudad y el territorio de Atenas; pero se le presentó la oportunidad de una operación aún más importante.

[23] Unos exiliados, obligados a salir de Calcis por los desafueros de los hombres del rey, informaron de que era [2] posible apoderarse de Calcis sin el menor combate; en efecto, los macedonios, como no tenían en sus cercanías ningún enemigo que temer, andaban vagando aquí y allá, y los habitantes de la ciudad no se preocupaban de la defensa de la misma, confiados en la guarnición macedonia. [3] Con las garantías que éstos le dieron partió Claudio, y aunque llegó al Sunio con tiempo suficiente como para poder adelantarse hasta la entrada del estrecho de Eubea, mantuvo anclada la flota hasta la noche para evitar ser avistado [4] si doblaba el cabo. Al oscurecer se puso en movimiento y navegó con tiempo bonancible llegando a Calcis poco antes del amanecer, y con unos pocos hombres, por la zona menos poblada de la ciudad, tomó con escalas la torre más próxima y la muralla contigua: en unos puntos los centinelas estaban dormidos, y en otros no los había. Avanzando desde allí hacia las zonas más pobladas, dieron [5] muerte a los centinelas y forzaron una puerta, franqueando la entrada al resto del contingente armado. Desde allí [6] se expandieron por toda la ciudad, incrementándose además la confusión al prender fuego a los edificios que rodeaban el foro. Ardieron los graneros reales así como el [7] arsenal, con un enorme contingente de maquinaria de guerra y de artillería. A continuación comenzó una matanza indiscriminada tanto de los que huían como de los que ofrecían resistencia; cuando hubieron caído o huido sin [8] quedar uno todos los que estaban en edad militar, resultando muerto también Sópatro, el acarnán que mandaba la guarnición, se reunió en el foro todo el botín, que después fue cargado en las naves. Los rodios, además, asaltaron [9] la cárcel y liberaron a los prisioneros que Filipo había encerrado allí por considerarlo un lugar muy seguro para su custodia. Tras derribar y mutilar las estatuas del rey [10] se dio la señal de retirada; embarcaron y regresaron al Pireo, de donde habían partido. Si hubiera habido tropas [11] romanas suficientes para poder ocupar Calcis sin abandonar la defensa de Atenas, se le habrían arrebatado al rey tanto Calcis como el Euripo, lo cual hubiera sido una operación importante en el inicio mismo de la guerra, pues [12] tal como el desfiladero de las Termopilas es la llave de Grecia por tierra, así el estrecho de Euripo lo es por mar.

Filipo se encontraba entonces en Demetríade. Cuando [24] llegó allí la noticia del desastre de la ciudad aliada, aunque era tarde para enviar ayuda porque todo estaba perdido, buscando, sin embargo, la venganza, que es el mejor sucedáneo [2] de la ayuda, salió inmediatamente con cinco mil soldados de infantería ligera y trescientos de caballería y se dirigió a Calcis casi a la carrera, plenamente convencido [3] de que podía aplastar a los romanos. Frustrada esta esperanza, pues al llegar se encontró únicamente con el horrible espectáculo de la ciudad aliada medio derruida y aún humeante, dejó unos pocos hombres, los imprescindibles para dar sepultura a los que habían muerto en el combate, y con tanta celeridad como a la ida cruzó el Euripo por el puente y se dirigió a Atenas a través de Beocia, pensando que a la misma maniobra respondería el mismo resultado. [4] Y así hubiera sido de no ser porque un vigía —«hemeródromos» los llaman los griegos, porque en un solo día cubren corriendo una enorme distancia— divisó la columna del rey desde un puesto de observación y adeiantándose [5] a ella llegó a Atenas a media noche. Reinaba allí la misma entrega al sueño y la misma falta de precauciones [6] que había traicionado a Calcis pocos días antes. Despertados por el despavorido mensajero, el pretor54 de los atenienses y Dioxipo, que mandaba la cohorte de los mercenarios, reunieron a los soldados en el foro y ordenaron que se diesen toques de trompeta desde la ciudadela para [7] hacer saber a todos que el enemigo se acercaba. De esta forma, desde todas partes corrieron hacia las puertas y las murallas. Algunas horas más tarde, pero bastante antes del alba, Filipo se acercaba a la ciudad, y al ver los numerosos puntos de luz y oír el barullo de la gente alarmada, lógico [8] en una conmoción semejante, detuvo la marcha y ordenó a sus hombres hacer alto y descansar, decidido a emplear la fuerza abiertamente ya que la sorpresa no había tenido [9] mucho éxito. Se acercó por el lado del Dipilón. Esta puerta, situada por así decir en la embocadura de la ciudad, es bastante más alta y ancha que las demás; las calzadas que parten de ella tanto hacia dentro como hacia fuera son amplias, de suerte que los habitantes podían formar sus tropas en orden de combate desde el foro hasta la puerta, y en el exterior, una avenida de casi una milla que [10] iba hasta el gimnasio de la Academia, ofrecía espacio libre a la infantería y la caballería enemigas. Los atenienses, con la guarnición de Átalo y la cohorte de Dioxipo, se formaron en orden de batalla en el interior de la puerta y salieron tras sus enseñas por esta avenida. Al ver esto [11] Filipo pensó que tenía a los enemigos a merced suya y que iba a saciar su ira con una matanza largo tiempo esperada, pues era la ciudad griega hacia la que sentía mayor hostilidad; exhortó a sus hombres a combatir mirándole a él, [12] y recordar que las enseñas y los combatientes debían estar allí donde estuviera el rey; y lanzó su caballo en dirección al enemigo, impulsado no sólo por la cólera sino por la vanagloria, porque le parecía excepcional que lo viera [13] combatir la enorme multitud que abarrotaba las murallas como ante un espectáculo. Lanzándose en medio de los [14] enemigos con unos pocos jinetes, bastante por delante de sus líneas, infundió gran ardor a los suyos y pánico a los enemigos. Hirió a muchos con sus propias manos tanto [15] cuerpo a cuerpo como a distancia, rechazándolos hasta la puerta y persiguiéndolos; hizo una carnicería aún mayor entre los que se precipitaban al estrecharse el paso, y él pudo retirarse sin riesgo, a pesar de la temeridad de su acción, porque los que estaban en las torres de la puerta [16] se abstenían de disparar sus dardos para no alcanzar a los suyos, confundidos entre los enemigos. Después, como [17] los atenienses mantenían a sus combatientes dentro del recinto de las murallas, Filipo ordenó tocar a retirada y acampó en Cinosarges55, donde había un templo de Hércules [18] y un gimnasio rodeado de un bosque sagrado. Pero Cinosarges y el Liceo56 y todos los centros religiosos o de recreo de los alrededores de la ciudad fueron incendiados, quedando destruidos no sólo los edificios sino incluso las tumbas: nada de lo que ampara el derecho divino o humano se salvó de su rabia incontenible.

Filipo y la Liga Aquea. Tentativas en Eleusis. Los romanos y los pueblos macedonios

[25] Al día siguiente, al principio las puertas estaban cerradas pero después fueron abiertas de repente porque habían entrado en la ciudad tropas de refuerzo enviadas desde Egina por Átalo y desde el Pireo por los romanos; entonces el rey retiró su campamento a unas tres millas [2] de la ciudad. De allí partió para Eleusis con la esperanza de tomar por sorpresa el templo57 y la fortificación que lo domina y rodea; pero cuando advirtió que la vigilancia estaba bien asegurada y que llegaba del Pireo una flota como refuerzo, renunció a su intento dirigiéndose a Mégara y de allí, sin detenerse, a Corinto; enterado de que se celebraba en Argos la asamblea de los aqueos, se presentó [3] en plena reunión, con gran sorpresa de los aqueos. Se estaba discutiendo acerca de la guerra contra Nabis58, tirano de los lacedemonios. Éste, viendo que las tropas de los aqueos se habían disgregado al pasar el mando de Filopemén59 a Ciclíadas60, jefe de mucha menos talla, había reemprendido la guerra devastando los territorios limítrofes, y ya constituía una amenaza incluso para las ciudades. Cuando se discutía acerca de la cantidad de efectivos [4] que cada ciudad debía alistar para hacer frente a este enemigo, Filipo se comprometió a librarlos de toda preocupación en lo que a Nabis y los lacedemonios se refería: no sólo impediría el saqueo de las tierras de sus aliados [5] sino que trasladaría a la propia Laconia los horrores de la guerra conduciendo allí inmediatamente su ejército. Estas palabras tuvieron una acogida entusiástica. «Es justo, [6] sin embargo —añadió— que mientras defiendo con mis armas vuestras posesiones, no queden las mías desprotegidas. Por consiguiente, si estáis de acuerdo, preparad las [7] tropas que hagan falta para defender Óreo, Calcis y Corinto, de forma que yo tenga las espaldas cubiertas y pueda llevar sin riesgo la guerra a Nabis y a los lacedemonios.» Los aqueos no se dejaron engañar acerca del propósito [8] de tan generosa promesa y del ofrecimiento de ayuda frente a los lacedemonios: lo que se pretendía era sacar del Peloponeso a la juventud aquea como rehén para implicar a la nación en la guerra contra Roma. Ciclíadas, [9] el pretor de los aqueos, estimó que no valía la pena insistir sobre ello y se limitó a decir que los estatutos de la confederación aquea no permitían someter a debate cuestiones distintas de aquellas para las que habían sido convocados; una vez aprobado el decreto referente al alistamiento de [10] un ejército contra Nabis disolvió la asamblea que había presidido con energía e independencia, a pesar de que hasta aquella fecha se le había contado entre los partidarios del rey. Filipo, frustrada su gran esperanza, alistó algunos [11] voluntarios y retornó a Corinto y a tierras de Ática.

Durante las mismas fechas en que Filipo estuvo en [26] Acaya, Filocles, el prefecto del rey, salió de Eubea con dos mil soldados tracios y macedonios para saquear el territorio ateniense en la zona de Eleusis y cruzó el paso [2] de Citerón61. A continuación envió la mitad de sus tropas a saquear los campos en todas direcciones y él con la otra mitad se apostó oculto en un lugar a propósito para una [3] emboscada, para atacar con prontitud y por sorpresa a los enemigos dispersos en caso de que desde el fuerte de Eleusis se produjera un ataque contra los suyos mientras saqueaban. [4] Pero la emboscada fue descubierta. Así pues, hizo volver a los hombres que se habían dispersado a la carrera para saquear, los incorporó a la formación y marchó al asalto del fuerte de Eleusis; de allí se retiró con muchos heridos y se unió a Filipo que volvía de Acaya. [5] El rey intentó personalmente el asalto al mismo fuerte; pero unas naves romanas que llegaron del Pireo y una guarnición que fue introducida en la plaza lo obligaron a desistir [6] de su propósito. Entonces el rey dividió el ejército enviando a Filocles a Atenas con una parte del mismo y él con la otra se dirigió al Pireo, que había quedado con una débil guarnición, contando con la posibilidad de asaltarlo mientras Filocles mantenía a los atenienses en la ciudad a base de acercarse a las murallas y amenazar con un [7] ataque. Pero el asalto del Pireo no le resultó más fácil que el de Eleusis, pues los defensores de uno y otra eran casi los mismos. Desde el Pireo marchó súbitamente a Atenas. [8] De allí fue rechazado por una salida brusca que hizo la infantería y caballería por el estrecho paso del muro semiderruido que une con sus dos brazos el Pireo y Atenas; [9] renunciando al asalto de la ciudad, repartió de nuevo el ejército con Filocles y marchó a devastar los campos. Como en la ocasión anterior se había dedicado a la destrucción de los sepulcros de los alrededores de la ciudad, ahora, para que no quedara nada sin profanar, mandó [10] destruir e incendiar los templos de los dioses que habían consagrado en cada una de las aldeas. La tierra del Ática, [11] magníficamente embellecida con esta clase de monumentos debido tanto a la abundancia de mármoles locales como al genio de sus artistas, ofreció materia abundante para su furor destructivo. Pues ni siquiera se contentó con destruir [12] los propios templos y derribar las estatuas, sino que además ordenó hacer añicos las piedras para que no permitieran reconstruir las ruinas si quedaban enteras. Y cuando [13] su rabia aún insatisfecha no tuvo ya materia en que desfogarse, salió del territorio enemigo en dirección a Beoda, y ya no hizo en Grecia nada que merezca ser reseñado.

El cónsul Sulpicio tenía por entonces su campamento [27] junto al río Apso62, entre Apolonia y Dirraquio. Hizo venir allí a su legado Lucio Apustio, y lo envió con parte de sus tropas a saquear el territorio enemigo. Apustio, [2] después de saquear la zona fronteriza de Macedonia tomó al primer asalto los poblados de Corrago, Gerrunio y Orgeso63 y llegó hasta Antipatrea64, ciudad situada en un estrecho desfiladero. Primero llamó a una entrevista a [3] los ciudadanos más importantes y trató de convencerlos para que se pusieran bajo la protección65 de Roma; luego, en vista de que desdeñaban su sugerencia confiados en las dimensiones, el emplazamiento y las murallas de la ciudad, [4] la atacó por la fuerza de las armas y la tomó; después de dar muerte a los adultos y entregar todo el botín a los soldados, hizo demoler las murallas e incendiar la ciudad. [5] El miedo a una suerte semejante hizo que Codrión66, una ciudad bastante sólida y bien fortificada, se rindiera a los [6] romanos sin resistencia. Dejando allí una guarnición, tomó por la fuerza Cnido67 —nombre más conocido por otra ciudad de Asia que por esta plaza—. Cuando el legado regresaba hacia el cónsul con un botín bastante considerable, un tal Atenágoras, prefecto del rey, atacó por retaguardia a la columna cuando atravesaba un río sembrando [7] el desconcierto entre los últimos. Ante los gritos y la confusión de los suyos acudió al galope el legado e hizo dar media vuelta, amontonar los bagajes en el centro y formarse en orden de combate. Los hombres del rey no resistieron la acometida de los soldados romanos: muchos de ellos fueron muertos, y muchos más cayeron prisioneros. [8] El legado llevó de vuelta ante el cónsul su ejército intacto, e inmediatamente fue enviado de nuevo a la flota.

[28] Iniciada la guerra con esta expedición relativamente afortunada, se presentaron en el campamento romano reyezuelos y jefes de pueblos colindantes con Macedonia: Pléurato68, hijo de Escerdiledo; Aminandro69, rey de los atamanes, y, de los dárdanos, Bato, hijo de Longaro. [2] Este Longaro ya había hecho por su cuenta la guerra a Demetrio70, el padre de Filipo. Ofrecieron su ayuda, y el cónsul les contestó que recurriría a la colaboración de los dárdanos y de Pléurato cuando entrase en Macedonia con su ejército; en cuanto a Aminandro, le encargó la [3] tarea de empujar a los etolios a la guerra. A los enviados de Átalo, que también habían llegado al mismo tiempo, les dio el encargo de que el rey esperase en Egina, donde pasaba el invierno, a la flota romana con la que se uniría para poner en aprietos a Filipo, como anteriormente, hostilizándolo por mar. También se enviaron embajadores [4] a los rodios para animarlos a tomar parte en la guerra. Tampoco Filipo, que había llegado a Macedonia, andaba menos activo preparando la guerra. Envió a su hijo Perseo71, [5] que era muy joven aún, a ocupar con una parte de sus tropas los desfiladeros que llevan a Pelagonia, asignándole algunos de sus amigos72 para que lo orientasen en su corta edad. Demolió Esciatos y Pepareto73, ciudades [6] bastante conocidas, para evitar que se convirtieran en botín y recompensa de la flota enemiga. Envió embajadores a los etolios, en prevención de que este pueblo inestable cambiase de alianza por la llegada de los romanos.

Asamblea Panetólica

La asamblea de los etolios llamada [29] Panetólica se iba a celebrar en la fecha señalada. Para poder asistir a ella los enviados del rey aceleraron la marcha; también acudió el legado Lucio Furio Purpurión, enviado por el cónsul; asimismo asistió a dicha [2] asamblea una delegación ateniense. Tomaron la palabra en primer lugar los macedonios, con los que se había hecho [3] el tratado más reciente74. Éstos dijeron que como no había ocurrido nada nuevo, nada nuevo tenían que decir; los mismos motivos que habían llevado a los etolios a hacer la paz con Filipo después de experimentar la inutilidad de la alianza con Roma, debían llevarlos a conservar [4] esa paz una vez acordada. «¿O es que preferís —dijo uno de los delegados—, imitar la desvergüenza, por no decir la frivolidad de los romanos? Aquellos que en Roma dispusieron que se diese esta respuesta a vuestros embajadores: ‘¿A qué acudís a nosotros, etolios, cuando habéis hecho la paz con Filipo sin nuestro consentimiento?’», [5] esos mismos ahora os piden que hagáis con ellos la guerra contra Filipo. Antes pretendían haber empuñado las armas contra él por causa vuestra y en favor vuestro, ahora os [6] impiden estar en paz con Filipo. Pasaron a Sicilia una primera vez para ayudar a Mesina, y una segunda para devolverle la libertad a Siracusa oprimida por los cartagineses; [7] ahora tienen en su poder tanto Mesina como Siracusa y toda Sicilia, a la que han sojuzgado como provincia [8] tributaria bajo sus hachas y sus fasces. Seguramente, igual que vosotros celebráis en Naupacto75, de acuerdo con vuestras leyes y con magistrados elegidos por vosotros, una asamblea en la que vais a elegir libremente a quien queráis como aliado o enemigo y decidir la paz o la guerra a vuestro arbitrio, de la misma manera, para las ciudades de Sicilia, se convoca asamblea en Siracusa, en [9] Mesina o en Lilibeo. Pero es el pretor romano quien preside la reunión; se reúnen convocados por su autoridad, se le ve a él impartir justicia con arrogancia desde lo alto de su tribuna flanqueado por sus lictores, con la amenaza de las varas sobre las espaldas y de las hachas sobre los cuellos; año tras año la suerte les asigna un amo tras otro. Y ello no debe ni puede causarles sorpresa, cuando [10] ven sometidas a la misma dominación ciudades de Italia como Regio, Tarento y Capua76, por no mencionar a las más cercanas, sobre cuyas ruinas ha crecido la ciudad de Roma. Cierto que sobrevive Capua, monumento sepulcral [11] del pueblo campano, con la población enterrada o echada al destierro, como ciudad mutilada, sin senado, sin plebe, sin magistrados, algo monstruoso que hubiera sido menos cruel destruir que dejar habitable. Es un desatino confiar [12] en que algo va a permanecer como está si ocupan estas tierras unos hombres de otra raza de los que nos separan la lengua, las costumbres y las leyes en mayor medida que un trecho de mar o de tierra. Os parece que el reino de [13] Filipo limita de algún modo vuestra libertad; y sin embargo, cuando se convirtió en enemigo por culpa vuestra, lo único que os pidió fue la paz, y hoy sólo desea que se respete el acuerdo de paz. Dejad que unas legiones extranjeras [14] se habitúen a estas tierras y aceptad su yugo: tarde y en vano buscaréis a Filipo como aliado cuando tengáis por amos a los romanos. A los etolios, acarnanes [15] y macedonios, gentes que hablan una misma lengua, los unen o dividen causas poco importantes que surgen con carácter transitorio; con los extranjeros, con los bárbaros, todos los griegos están y estarán siempre en guerra perpetua, pues son enemigos no por circunstancias que cambian de un día para otro sino por naturaleza, y ésta es permanente. [16] Pero mi discurso concluirá por donde comenzó. En este mismo lugar, vosotros, las mismas personas, decidisteis hace tres años la paz con el mismo Filipo, una paz que desaprobaban esos mismos romanos que quieren desbaratarla ahora que está sellada y firmada. En cuanto a esta decisión, la fortuna no ha introducido ningún elemento nuevo; no veo razón para que cambiéis vosotros.»

[30] A continuación de los macedonios y con el consentimiento y a petición de los propios romanos se dio paso a los atenienses, que al haber sufrido horrores podían con mayor fundamento fustigar la despiadada crueldad del rey. [2] Deploraban la lamentable devastación y el pillaje de sus tierras, pero no se quejaban de haber sido tratados como enemigos por el enemigo, pues existían unos derechos de guerra que legítimamente se padecían igual que se ejercían: [3] el que se prendiera fuego a los cultivos, se derruyeran las casas, se llevaran hombres y animales como botín, eran cosas más dolorosas que indignantes para quien las padecía. [4] Pero de lo que ellos estaban realmente quejosos era de que quien llamaba bárbaros extranjeros a los romanos hubiera violado simultáneamente todas las leyes divinas y humanas hasta el extremo de hacer una guerra sacrilega a los dioses de las profundidades en su primera correría, [5] y a los de las alturas en la segunda. Todos los monumentos sepulcrales de su país habían sido destruidos, habían quedado al descubierto los manes de todos sus muertos, la tierra no cubría los huesos de ninguno de ellos. [6] Ellos, antes, tenían santuarios que sus antepasados, cuando antiguamente vivían en circunscripciones rurales, habían consagrado en aquellos pequeños poblados y aldeas y que no habían dejado abandonados ni siquiera cuando sus tribus se habían concentrado en una sola ciudad; la hostilidad de Filipo había ido prendiendo fuego a aquellos [7] templos en todo el contorno; las estatuas de los dioses, chamuscadas y mutiladas, yacían entre los pórticos derruidos de los templos. Lo que había hecho con la tierra [8] del Ática, embellecida y rica en otro tiempo, lo haría con Etolia y Grecia entera si se le dejaba hacer. Incluso su [9] ciudad habría ofrecido el mismo horrible aspecto si los romanos no hubieran acudido en su ayuda, pues de forma igualmente sacrilega habría atacado a los dioses tutelares de la ciudad, y a Minerva, protectora de la ciudadela, y al templo de Ceres en Eleusis, y a Júpiter y Minerva en el Píreo. Rechazado, por la fuerza de las armas, tanto [10] de sus templos como de sus murallas, se había ensañado con aquellos santuarios que no tenían más protección que su carácter religioso. De modo, pues, que rogaban enearecidamente [11] a los etolios que se compadecieran de los atenienses y emprendieran la guerra guiados en primer lugar por los dioses inmortales, y en segundo lugar por los romanos, que, después de los dioses, eran los que más fuerza tenían.

A continuación habló el delegado romano: «Los macedonios [31] primero y después los atenienses me han hecho cambiar el planteamiento de mi discurso. Cuando yo había [2] venido a protestar por los desmanes de Filipo contra tantas ciudades aliadas, los macedonios, adelantándose a inculpar a los romanos, me han obligado a dar más importancia a la defensa que a la acusación. Y en cuanto a [3] los atenienses, al relatar los abominables e inhumanos crímenes de Filipo contra los dioses de las profundidades y de las alturas, ¿se han dejado algo que yo o cualquier otro pueda aún achacarle? Haceos la idea de que los habitantes [4] de Cíos77, de Abidos, de Eno, de Maronea, de Tasos, de Paros, de Samos, de Larisa, de Mesene, y de aquí, de Acaya, se quejan de cosas parecidas e incluso más graves y amargas porque las posibilidades que tuvo de hacerles daño [5] fueron mayores. Por lo que se refiere a los hechos que nos imputa, reconozco que no son defendibles, si es [6] que no constituyen un motivo de gloria. Nos acusa con Regio, Capua y Siracusa. En cuanto a Regio, durante la guerra con Pirro, una legión que enviamos como guarnición a petición de los propios reginos se apoderó criminalmente de la ciudad para cuya defensa había sido enviada. [7] ¿Aprobamos, acaso, aquella fechoría? ¿O perseguimos con las armas a la legión criminal, y tras reducirla a obediencia y obligarla a dar satisfacción a los aliados con sus espaldas y sus cabezas, les devolvimos a los reginos su ciudad, sus tierras y todos sus bienes, junto con la libertad [8] y sus propias leyes? A los siracusanos, oprimidos por tiranos extranjeros, lo cual era más indignante, les prestamos ayuda, y después de agotarnos a lo largo de casi tres años asediando una ciudad tan bien fortificada, a pesar de que los propios siracusanos preferían ya ser esclavos de los tiranos a caer en nuestro poder, les devolvimos la ciudad liberada por las mismas armas que la habían tomado. [9] Y en cuanto a Sicilia, no vamos a negar que es una provincia nuestra, y que las ciudades que tomaron partido por los cartagineses y de acuerdo con ellos nos hicieron la guerra nos pagan tributos e impuestos; bien al contrario, queremos que sepáis, tanto vosotros como todos los pueblos, que cada uno tiene la suerte que ha merecido en [10] su relación con nosotros. ¿Es que vamos a arrepentimos de haber infligido a los campanos un castigo del que ni siquiera ellos mismos pueden tener queja? Por este pueblo sostuvimos una guerra de cerca de setenta años78 contra los samnitas, sufriendo graves reveses, lo unimos a nosotros [11] primero por medio de una alianza, después por el derecho de matrimonio y el consiguiente parentesco, y por último con el derecho de ciudadanía; y ellos, en el momento [12] de nuestra adversidad, fueron los primeros de todos los pueblos de Italia en pasarse a Aníbal después de dar una muerte ignominiosa a nuestra guarnición, y posteriormente, indignados porque los sitiábamos, enviaron a Aníbal a atacar Roma. Si de esta gente no sobreviviese ni [13] la ciudad ni un solo individuo, ¿podría alguien indignarse por ello como si se hubiera empleado con ellos mayor rigor del que se merecían? Fueron más los que, conscientes [14] de su culpa, se quitaron ellos mismos la vida, que los que nosotros mandamos al suplicio. A los que quedaban les quitamos la ciudad y los campos, pero les dimos una tierra y un lugar donde vivir, y dejamos que siguiera en pie [15] incólume la ciudad, que no tenía culpa, de forma que quien la vea hoy no encontrará en ella ni una huella del asedio o la conquista. Pero ¿a qué hablar de Capua, si a la vencida Cartago le hemos dado la paz y la libertad? El peligro [16] radica más bien en que, a base de perdonar con excesiva facilidad a los vencidos, animemos a muchos otros, por esa misma razón, a probar en contra nuestra la suerte de la guerra. Quede esto dicho en descargo nuestro y en [17] contra de Filipo. Sus crímenes familiares, sus asesinatos de parientes y amigos, su desenfreno, casi más monstruoso que su crueldad, vosotros los conocéis mejor en la medida en que estáis más cerca de Macedonia. Por lo que a [18] vosotros concierne, etolios, nosotros emprendimos la guerra contra Filipo por vosotros, y vosotros hicisteis la paz [19] con él sin nosotros. Diréis, tal vez, que, como nosotros estábamos absorbidos por la guerra púnica, el miedo os forzó a aceptar las condiciones de paz del que entonces era el más fuerte; y que nosotros, urgidos por otros problemas más graves, nos desentendimos también de la guerra [20] que vosotros habíais abandonado. Ahora, nosotros, que por la benevolencia de los dioses hemos puesto fin a la guerra púnica, nos hemos volcado con la totalidad de nuestras fuerzas sobre Macedonia, mientras que a vosotros se os ha presentado la ocasión de retornar a nuestra amistad y nuestra alianza, a menos que prefiráis sucumbir con Filipo a vencer con los romanos».

[32] Tras esta intervención del romano, el sentir general se inclinaba a favor de los romanos; entonces Damócrito79, el pretor de los etolios, que según rumores había recibido dinero del rey, sin pronunciarse a favor de ninguna de las [2] dos opciones dijo que en las decisiones de gran trascendencia no hay peor enemigo que la precipitación; enseguida llega el arrepentimiento, en efecto, pero tan tardío como inútil, cuando las decisiones tomadas precipitadamente no [3] pueden ser anuladas ni volver al punto de partida. Respecto a una toma de decisión como aquella, a su juicio había que esperar a que madurara, y se podía fijar ya una fecha sobre la base siguiente: puesto que, según los estatutos, solamente se podían tratar cuestiones referentes a la guerra o la paz en la asamblea Panetólica o en la de las [4] Termópilas, podían acordar en el acto que el pretor convocara legalmente la asamblea cuando quisiera tratar de la guerra y de la paz, y que lo que en ella se propusiese y decidiese tuviera plena validez legal como si hubiese sido tratado en la asamblea Panetólica o en la de las Termópilas. Despedidos así los delegados sin decidir la cuestión, [5] Damócrito decía que se había adoptado una resolución excelente para la nación, pues iban a poder inclinarse a favor de la alianza con aquel de los dos bandos que mejor fortuna tuviese en la guerra. Así fue el desarrollo de la asamblea de los etolios.

Escaramuzas iniciales entre Sulpicio y Filipo

Filipo preparaba activamente la guerra [33] por tierra y por mar. Las fuerzas navales las estaba concentrando en Demetríade, en Tesalia. Convencido de que Átalo y [2] la flota romana saldrían de Egina al comienzo de la primavera, confió el mando de la flota y de la costa a Heraclides, al que ya se la había confiado anteriormente. Él organizaba las fuerzas de tierra, convencido [3] de haber privado a los romanos de dos importantes apoyos: los etolios por una parte, y por otra los dárdanos, al haber bloqueado su hijo Perseo el desfiladero de acceso a Pelagonia. El cónsul no preparaba la guerra sino que ya [4] la estaba haciendo. Llevaba su ejército a través del territorio de los dasarecios, transportando el trigo que había sacado de los cuarteles de invierno sin echar mano de él, pues para las necesidades del ejército le bastaba con lo que proporcionaban los campos. Ciudades y aldeas se le rendían [5] en unos casos voluntariamente y en otros por miedo; algunas las tomaba por la fuerza, y otras las encontraba abandonadas porque los bárbaros habían buscado refugio en los montes cercanos. Estableció un campamento permanente [6] en las proximidades de Linco80, cerca del río Bevo81; desde allí enviaba a recoger trigo por los alrededores, a los graneros de los dasarecios. Filipo advertía la agitación que reinaba en el contorno y el enorme pánico de la población, pero como no sabía a ciencia cierta qué dirección había tomado el cónsul, envió un escuadrón de caballería para descubrir hacia dónde habían dirigido su [7] marcha los enemigos. En la misma incertidumbre se encontraba el cónsul: sabía que el rey había abandonado los cuarteles de invierno, pero ignoraba qué dirección había tomado. También él envió unos jinetes en plan de reconocimiento. Estos dos destacamentos, que habían partido de direcciones opuestas, después de andar vagando largo tiempo sin rumbo fijo por territorio dasarecio, acabaron por [8] coincidir en la misma ruta. Al oír a distancia el ruido de hombres y caballos, unos y otros se percataron de que se acercaba el enemigo. Por eso, aun antes de avistarse ya habían preparado sus armas y caballos, y nada más divisar al enemigo se produjo el choque sin más tardar.[9] Dio la coincidencia de que estaban nivelados en número y en valor, puesto que unos y otros eran soldados escogidos, y combatieron durante varias horas en igualdad de fuerzas. El agotamiento de hombres y caballos hizo interrumpir el combate sin que la victoria se hubiera decantado. [10] Cayeron cuarenta jinetes macedonios y treinta y cinco romanos. Mas no por ello consiguieron enterarse mejor de dónde estaba el campamento enemigo e informar los [11] unos al rey y los otros al cónsul. Se tuvo conocimiento de ello a través de los desertores, cuya falta de carácter los lleva, en todas las guerras, a facilitar información acerca del enemigo.

Filipo, convencido de que ganaría algo en el afecto de [34] sus hombres, y por ello en su disposición a arrostrar el peligro, si se preocupaba de que se diera sepultura a los [2] jinetes que habían caído en la expedición, mandó que los llevaran al campamento a fin de que todos presenciaran las honras fúnebres. Pero no hay nada tan poco seguro [3] ni tan imprevisible como los sentimientos de la masa. Lo que parecía que les daría mayor resolución para afrontar cualquier clase de combate, provocó en ellos miedo y falta de decisión. Y es que, acostumbrados a luchar contra [4] griegos e ilirios, habían visto heridas producidas por jabalinas, flechas, y rara vez lanzas; pero cuando vieron los cuerpos mutilados por la espada hispana82, con los brazos cortados con hombro y todo, los cuellos seccionados por completo con las cabezas separadas del tronco, las visceras al aire y otras horribles heridas, se daban cuenta, en una [5] reacción general de pánico, de la clase de armas y guerreros con que iban a tener que combatir. Incluso el propio rey, que no se había enfrentado aún a los romanos en una batalla en regla, quedó asustado. Llamó, pues, a su hijo [6] y a las tropas que defendían el desfiladero de Pelagonia para reforzar con ellas sus propias fuerzas, abriendo así a Pléurato y a los dárdanos el camino hacia Macedonia. Él, con veinte mil soldados de a pie y dos mil de a cabailo, [7] emprendió la marcha en dirección al enemigo, guiado por los desertores, y a poco más de una milla del campamento romano fortificó con foso y empalizada una colina cerca de Ateo83. Al ver allá abajo el campamento [8] romano quedó admirado, dicen, tanto del aspecto de conjunto del mismo como de la distribución de cada una de sus partes, con las tiendas en hilera y las calles a intervalos regulares, y aseguró que aquel campamento no le podía [9] parecer a nadie el de unos bárbaros. El cónsul y el rey mantuvieron a los suyos durante dos días dentro de la empalizada, cada uno a la espera de los movimientos del otro; al tercer día, el romano hizo salir a la totalidad de sus tropas para formar en orden de batalla.

[35] El rey, temiendo84 aventurarse tan pronto a una batalla con la totalidad de sus fuerzas, envió a cuatrocientos trales —es éste un pueblo ilirio, como hemos dicho en otro pasaje85—, y trescientos cretenses, a hostigar a la caballería enemiga, añadiendo a este contingente de infantería otro igual de caballería al mando de Atenágoras, uno de sus [2] altos dignatarios. Los romanos, por su parte, cuyo frente estaba a poco más de quinientos pasos, lanzaron vélites y aproximadamente dos escuadrones de caballería, para equilibrar también en número sus efectivos de caballería [3] infantería con los del enemigo. Los soldados del rey creían que se iba a desarrollar el combate en la forma a la que estaban habituados: que la caballería avanzaría y retrocedería alternativamente, unas veces haciendo uso de las armas y otras volviendo grupas; que iban a sacar provecho de la rapidez de los ilirios para las salidas a la carrera y las cargas repentinas, y que los cretenses dispararían sus flechas contra un enemigo que avanzaría en desorden. [4] Esta táctica se vio desbaratada por el ataque de los romanos, [5] tan sostenido como denodado; en efecto, como si combatiese la totalidad del ejército, los vélites lanzaban sus jabalinas y después peleaban cuerpo a cuerpo con la espada, mientras que los jinetes, una vez lanzados al contacto con el enemigo, frenaban los caballos y peleaban unos desde las propias monturas y otros saltando al suelo y mezclándose entre la infantería. De esta forma, la caballería [6] del rey, no habituada a combatir a pie firme, estaba en inferioridad frente a la romana, y su infantería, que atacaba corriendo de acá para allá muy mal protegida por su tipo de armamento, estaba en desventaja frente a los vélites romanos provistos de escudo y espada, armados por igual para la defensa y para el ataque. Por consiguiente, [7] no resistieron la confrontación y corrieron a refugiarse al campamento, poniéndose a salvo gracias únicamente a su velocidad.

Tras un día de intervalo, el rey que estaba dispuesto [36] a dar la batalla con todas las tropas de caballería y de infantería ligera, había apostado durante la noche emboscados en un lugar a propósito entre los dos campamentos unos soldados equipados con caetra, que los griegos llaman ‘peltastas’, y había ordenado a Atenágoras y sus [2] jinetes que sacaran provecho de la suerte si el combate en campo abierto se desarrollaba favorablemente; en caso contrario, que se replegasen poco a poco atrayendo al enemigo al lugar de la emboscada. La caballería, en efecto, [3] retrocedió, pero los jefes de la cohorte caetrata no esperaron lo bastante la señal, y poniendo en movimiento a sus hombres antes de tiempo, perdieron la ocasión de llevar a buen fin la operación. Los romanos, vencedores en la batalla a campo abierto y sin caer en la trampa de la emboscada, se retiraron al campamento.

Al día siguiente el cónsul salió con la totalidad de [4] sus tropas al campo de batalla y colocó los elefantes delante de la primera línea, siendo la primera vez que los romanos los utilizaron como apoyo, pues ya tenían un número aceptable que habían capturado durante la guerra púnica. [5] Cuando vio que el enemigo estaba escondido tras la empalizada, se adelantó hasta las colinas e incluso hasta el pie mismo de la empalizada, burlándose de su miedo. En vista de que ni siquiera así se ofrecía la posibilidad de combatir, como el aprovisionamiento de trigo era arriesgado debido a la proximidad de los campamentos, pues la caballería enemiga atacaría inmediatamente a sus hombres en [6] cuanto se dispersaran por los campos, trasladó el campamento a unas ocho millas de allí, a un lugar llamado Otolobo86, con el objeto de que la distancia permitiera realizar [7] el aprovisionamiento con menor riesgo. Mientras los romanos se proveían de trigo en los campos cercanos, en un principio el rey mantuvo a sus hombres dentro del recinto atrincherado para que los enemigos se volvieran más [8] osados y a la vez más descuidados. Cuando los vio dispersos salió con toda la caballería y con los auxiliares cretenses, acelerando la marcha en la medida en que estos velocísimos soldados de a pie eran capaces de aguantar corriendo el ritmo de la caballería, y tomó posiciones entre [9] el campamento romano y los forrajeadores. A continuación dividió sus tropas y lanzó en persecución de los forrajeadores a una parte de las mismas dándoles la consigna de no dejar ni uno con vida; él, con el resto, se quedó allí bloqueando los caminos por donde se suponía que [10] los enemigos regresarían corriendo al campamento. Se había extendido ya por todas partes la matanza y la huida cuando aún no había llegado nadie al campamento romano con la noticia del desastre, porque los que volvían huyendo [11] iban a toparse con el destacamento del rey, y eran más los muertos a manos de los que bloqueaban los caminos que a manos de los que habían sido enviados para acabar con ellos. Al fin, algunos lograron infiltrarse por entre los enemigos apostados, y, despavoridos, llevaron al campamento más confusión que información precisa.

Batalla favorable a los romanos. Críticas a los generales. El cónsul, en Macedonia

El cónsul dio orden a los jinetes de [37] acudir, por donde cada uno pudiera, en ayuda de los que estaban en el aprieto, y él sacó a las legiones del campamento y las llevó contra el enemigo en formación cuadrada. Los jinetes se dispersaron [2] por el campo y unos anduvieron de acá para allá, confundidos por los gritos que se oían en distintos puntos, y otros se encontraron con el enemigo. Se [3] inició el combate en muchos sitios a la vez. El destacamento donde estaba el rey era el que peleaba con más dureza, pues por una parte casi constituía un ejército en regla debido al gran número de combatientes de a pie y de a caballo, y por otra, como bloqueaban el acceso central, la mayoría de los romanos iban a dar contra ellos. Los macedonios [4] llevaban además la ventaja de que el propio rey estaba allí para animarlos y de que los auxiliares cretenses, que luchaban agrupados y ordenados frente a los que estaban dispersos y en desorden, herían a muchos por sorpresa. Y si se hubieran controlado en la persecución, habrían conseguido [5] la gloria de aquel combate y además les habría sido muy útil para la guerra en su conjunto. En esos [6] momentos, sin embargo, en su sed de sangre se lanzaron a una persecución incontrolada y fueron a dar con las cohortes romanas que se habían adelantado con los tribunos militares, y los jinetes romanos que iban huyendo, en cuanto [7] avistaron las enseñas de los suyos, volvieron los caballos contra los enemigos y en un instante cambió la suerte de la batalla, emprendiendo la huida los que poco antes eran [8] los perseguidores. Muchos resultaron muertos en el choque cuerpo a cuerpo, y muchos mientras huían; no cayeron sólo por el hierro, sino que algunos se arrojaron a los pantanos, siendo tragados con caballos y todo por el espeso [9] cieno. También el rey estuvo en peligro, pues su caballo, herido, cayó dando con él en tierra de golpe, y estuvo a [10] punto de ser aplastado cuando estaba tendido. Lo salvó un jinete que saltó a su vez al suelo con prontitud e izó al amedrentado rey sobre su propio caballo mientras que él, al no poder correr a pie tanto como los jinetes que huían, sucumbió acribillado por los enemigos que habían [11] acudido a galope al caer el rey. Éste, bordeando las marismas, por donde había camino y por donde no, llegó hasta el campamento cuando la mayoría no contaba ya con que escapase con vida, tras una huida angustiosa. [12] Doscientos jinetes macedonios sucumbieron en aquella batalla, y unos cien fueron hechos prisioneros; se cogieron al menos ochenta caballos con sus arreos, así como los despojos de armamento.

[38] Hubo quienes, a propósito de esta jornada, acusaron al rey de temeridad y al cónsul de falta de decisión, pues Filipo debería haberse quedado quieto, puesto que sabía que el enemigo, tras haber agotado por completo el campo de los alrededores, en pocos días se vería reducido a la [2] más absoluta falta de provisiones; y en cuanto al cónsul, después de haber derrotado a la caballería y la infantería ligera del enemigo y haber estado a punto de capturar al propio rey, debería haber marchado directamente sobre el [3] campamento enemigo; quebrantados como estaban los enemigos, en efecto, no habrían resistido, y se hubiera podido [4] resolver la guerra en un instante. Esto, como casi siempre, era más fácil de decir que de hacer. Si, efectivamente, el rey hubiese combatido con todas sus tropas incluida la infantería, tal vez podría haber sido despojado del campamento cuando, en plena confusión, todos ellos, vencidos y presa del pánico, huyeron de la batalla hasta dentro de la empalizada para huir, acto seguido, del enemigo victorioso que estaba pasando por encima de las fortificaciones; pero desde el momento en que sus fuerzas [5] de infantería permanecieron íntegras en el campamento y se situaron puestos de guardia delante de las puertas así como retenes defensivos, ¿qué hubiera conseguido el cónsul salvo imitar la temeridad del rey que, poco antes, había perseguido en desorden a los jinetes despavoridos? Y, por [6] otra parte, tampoco el plan inicial del rey de atacar a los forrajeadores dispersos por los campos habría sido criticable si hubiese puesto moderación a su victoria. Resulta, [7] además, menos sorprendente que probase fortuna si se tiene en cuenta que corrían rumores de que Pléurato y los dárdanos, que habían salido de su tierra con fuerzas muy considerables, habían entrado ya en Macedonia; si estas [8] tropas llegaran a rodearlo por todas partes, era para pensar que los romanos habrían terminado la guerra sin siquiera moverse. Considerando, pues, Filipo, que después [9] de las dos derrotas de la caballería iba a ser mucho menos segura la permanencia en el mismo campamento, y queriendo salir de allí y que su partida pasase desapercibida al enemigo, hacia la puesta del sol envió al cónsul un parlamentario con caduceo a pedir una tregua para dar sepultura [10] a los jinetes; engañado así el enemigo, emprendió la marcha en silencio durante el segundo relevo de la guardia, dejando muchos fuegos encendidos en todo el campamento.

Estaba ya el cónsul reponiendo fuerzas cuando se le [39] informó de la llegada del parlamentario y del objeto de la misma. Se limitó a responder que al día siguiente por [2] la mañana habría oportunidad de reunirse, que era lo que pretendía Filipo, y éste dispuso de la noche y parte del día siguiente para emprender la marcha con rapidez. Tomó el camino de las montañas, a sabiendas de que los romanos no se internarían por esa ruta con su pesado equipo. [3] Al despuntar el día el cónsul despidió al parlamentario tras concerderle la tregua, y poco después se percató de que el enemigo se había marchado; no sabiendo por dónde seguirlo, pasó algunos días en el mismo campamento haciendo [4] acopio de trigo. Después se dirigió a Estuberra87, adonde hizo traer desde Pelagonia el trigo que había en los campos. Desde allí avanzó hasta Pluina88, sin haber descubierto aún a qué región se había dirigido el enemigo. [5] Filipo en un principio estuvo acampado en Bruanio89; de allí partió por caminos transversales provocando en el enemigo una alarma inesperada. Partieron, pues, de Pluina los romanos y establecieron el campamento junto al río [6] Osfago90. El rey se instaló no lejos de allí fortificándose a su vez a la orilla de un río que los habitantes del lugar [7] llaman Erígono. Luego, después de cerciorarse de que los romanos pensaban dirigirse a Eordea91, les tomó la delantera y ocupó el desfiladero para que los enemigos no pudieran salvar el acceso encajonado entre las estrechas gargantas. [8] Fortificó por completo el enclave a toda prisa, en un punto con una empalizada, en otro con un foso, en otro con piedras amontonadas a guisa de muro, en otro con una barrera de árboles, según lo requería el lugar o el material lo permitía, y levantando barreras artificiales [9] en todos los puntos de paso, hizo inexpugnable, según él creía, una ruta naturalmente difícil. Pero los alrededores [10] estaban casi por entero cubiertos de bosque, lo cual era un estorbo especialmente para la falange macedonia, que no es de ninguna utilidad si no forma una especie de empalizada con sus larguísimas lanzas levantadas delante de los escudos, para lo cual necesita campo libre. También [11] las «rumpias» de los tracios, enormemente largas a su vez, eran un estorbo para ellos entre las ramas que se cruzaban por todas partes. Únicamente la cohorte de cretenses era de [12] alguna utilidad; pero incluso ésta, a pesar de que podía disparar sus flechas a caballos y jinetes expuestos a los golpes si se lanzaban a la carga, sin embargo no era muy eficaz contra los escudos romanos, que no lograba traspasar, y no había punto alguno al descubierto adonde disparar. Por [13] eso, cuando se dieron cuenta de la inutilidad de aquella clase de armas arrojadizas, atacaban al enemigo con las piedras que había tiradas por todo el valle. El impacto de éstas contra los escudos, que causaba más ruido que heridas, contuvo unos instantes el avance de los romanos; luego, despreocupándose también de estos proyectiles, unos [14] formaron la tortuga y se abrieron paso en el frente enemigo y otros dieron un pequeño rodeo saliendo a lo alto [15] de la colina, y desalojaron de sus guarniciones y puestos de guardia a los aterrados macedonios, e incluso degollaron a un gran número al ser difícil la huida en un terreno lleno de obstáculos.

De esta forma se logró franquear el desfiladero con [40] menos lucha de la que habían previsto, y llegaron a Eordea; allí el cónsul devastó los campos en distintas direcciones y se retiró a Elimea92, desde donde hizo un intento contra Orestide93 y atacó la plaza de Celetro94, situada [2] en una península: un lago rodea sus murallas, y sólo un [3] estrecho istmo permite el acceso desde tierra firme. Confiados en su posición, al principio los habitantes cerraron las puertas y se negaron a rendirse; después, cuando vieron que avanzaban las líneas y se acercaban a la puerta en formación de tortuga y que el enemigo en masa ocupaba el [4] istmo, se rindieron por miedo sin intentar combatir. Desde Celetro el cónsul avanzó contra los dasarecios y tomó por la fuerza la ciudad de Pelión95. De allí se llevó a los esclavos con el resto del botín, soltó sin rescate a los hombres libres y les devolvió la ciudad; dejó allí una sólida guarnición, [5] pues además se trataba de una ciudad muy bien [6] situada para lanzar ataques contra Macedonia. Tras estas correrías por territorio enemigo, el cónsul condujo de nuevo sus tropas a la zona pacificada junto a Apolonia, punto de origen de su ofensiva.

Guerra entre Filipo, los dárdanos y los etolios

[7] A Filipo lo habían mantenido alejado de allí los etolios, los atamanes, los dárdanos y tantos otros conflictos armados que habían estallado súbitamente en distintos [8] sitios uno tras otro. Contra los dárdanos, que ya se retiraban de Macedonia, envió a Atenágoras con infantería ligera y la mayor parte de la caballería con la orden de marchar sobre ellos desde atrás en su retirada y hostigar su retaguardia, para hacerlos menos [9] proclives a sacar los ejércitos de sus fronteras. En cuanto a los etolios, su pretor Damócrito, el mismo que en Naupacto había propuesto el aplazamiento de la declaración de guerra, ahora en una asamblea reciente los había llamado a las armas al tener noticia del combate de caballería [10] de Otolobo y de la entrada de los dárdanos y de Pléurato con los ilirios en Macedonia, aparte de la llegada de la flota romana a Óreo y la consiguiente amenaza de un bloqueo marítimo añadida a la de tantos pueblos que jalonaban el contorno de Macedonia.

Estas razones habían hecho que Damócrito y los etolios [41] retornaran al lado de los romanos. Se pusieron en marcha junto con Aminandro, rey de los atamanes, y sitiaron Cercinio96. La ciudad había cerrado sus puertas, no se sabe [2] si de grado o por fuerza, porque tenía una guarnición del rey; el caso es que en cosa de pocos días Cercinio fue [3] tomada e incendiada. Los que sobrevivieron a este gran desastre, tanto esclavos como libres, fueron llevados con el resto del botín. El miedo a algo parecido forzó a todos [4] los que vivían en torno a la marisma de Bebe a abandonar las ciudades y dirigirse a las montañas. Ante la falta de [5] perspectivas de botín, los etolios se alejaron de allí dirigiéndose directamente a Perrebia97. Aquí tomaron por la fuerza Cirecia98 y la saquearon de mala manera; a los habitantes de Malea99 se les aceptó la rendición voluntaria y la entrada en la alianza. Aminandro era partidario de [6] dirigirse desde Perrebia a Gonfos100, ciudad colindante con la Atamania que además parecía que podría ser tomada [7] sin gran esfuerzo. Pero los etolios se encaminaron a las llanuras de Tesalia, muy fértiles con vistas al botín, y Aminandro los siguió a pesar de que no estaba de acuerdo con los poco metódicos saqueos de los etolios ni con el sistema de instalar el campamento donde cuadraba, sin elegir el [8] sitio y sin preocuparse de fortificarlo. Para evitar, pues, que el temerario descuido de los otros fuese también causa de alguna desgracia para él y para los suyos, cuando vio que ellos instalaban su campamento en una llanura dominada [9] por la ciudad de Farcadón101, él ocupó, a poco más de una milla de allí, una colina que podía ser segura [10] para los suyos incluso con una fortificación somera. Mientras los etolios, que parecían acordarse de que estaban en territorio enemigo sólo cuando saqueaban, los unos vagaban medio desarmados y los otros no hacían diferencia entre el día y la noche entregados al sueño y al vino en un campamento sin puestos de guardia, llegó Filipo cogiéndolos [11] por sorpresa. Cuando algunos que huían despavoridos de los campos llegaron con la noticia de su llegada, se azoraron Damócrito y los otros jefes —coincidía además que era la hora del mediodía, y la mayoría estaban [12] echados, cargados de comida y de sueño—; se despertaban unos a otros, mandaban coger las armas, enviaban a otros a llamar a los que se dedicaban al saqueo dispersos por los campos. Fue tal el desconcierto que algunos jinetes salieron sin espadas, y la mayoría sin ponerse la coraza. [13] Después de salir con esta precipitación, alcanzando apenas el número de seiscientos entre los de caballería y los de infantería todos juntos, fueron a dar con la caballería del rey, superior en número, armamento y combatividad. Fueron, pues, derrotados al primer choque casi sin intentar [14] combatir, y se dirigieron de nuevo al campamento en una huida vergonzosa; algunos, aislados de la columna de fugitivos por la caballería, fueron muertos o hechos prisioneros.

Cuando sus hombres estaban ya cerca de la empalizada, [42] Filipo ordenó tocar a retirada, pues hombres y caballos estaban agotados, no tanto por el combate como por lo prolongado de la marcha y al mismo tiempo por la especial celeridad de la misma. Ordenó, pues, que se turnasen [2] los escuadrones de caballería y los manípulos de infantería ligera para ir a buscar agua y comer, y retuvo a otros [3] de guardia, armados, a la espera de la columna de infantería que avanzaba más lentamente debido al peso de su equipo. Apenas llegó, recibió orden, a su vez, de hacer alto, [4] dejar las armas a mano y comer a toda prisa, yendo a lo sumo dos o tres de cada manípulo a coger agua; entre tanto, la caballería y la infantería ligera permanecieron formadas y listas, por si el enemigo realizaba algún movimiento. Los etolios, a cuyo campamento habían retornado [5] ya todos los que andaban diseminados por los campos, colocaron soldados en las puertas y a lo largo de la empalizada como si estuvieran decididos a defender las fortificaciones, observando con fiereza al enemigo desde seguro mientras éste permanecía quieto. Pero en cuanto iniciaron [6] el avance los macedonios y comenzaron a acercarse a la empalizada dispuestos en formación de ataque, todos abandonaron de pronto sus puestos y huyeron por la parte de atrás del campamento hasta la colina donde estaba el de los atamanes. También en esta huida atropellada fueron [7] hechos prisioneros o muertos muchos etolios. Filipo estaba seguro de que se podría tomar también el campamento de los atamanes si quedase día suficiente; pero como se había empleado toda la jornada en el combate y después en el saqueo del campamento, se detuvo al pie de la colina, en la zona más próxima de la llanura, dispuesto a atacar [8] al enemigo al despuntar el día siguiente. Pero los etolios, presa del mismo pánico que los había llevado a abandonar el campamento, aquella misma noche se dispersaron huyendo. Aminandro les fue de gran ayuda; con él al frente, los atamanes, que conocían bien los caminos, los condujeron a Etolia por las crestas de los montes, por senderos desconocidos para el enemigo que iba tras ellos. [9] Fueron pocos, así, los que se extraviaron en aquella huida en desbandada y fueron a dar con los jinetes macedonios que Filipo con el fin de hostigar a la columna enemiga había enviado al amanecer cuando vio la colina abandonada.

[43] Por aquellos días, también Atenágoras, el prefecto del rey, dio alcance a los dárdanos que se retiraban a sus fronteras; al principio creó desconcierto en su retaguardia; [2] luego, cuando los dárdanos dieron media vuelta y organizaron sus líneas, la lucha se equilibró en un combate regular. Cuando los dárdanos iniciaron de nuevo la marcha, la caballería y la infantería ligera del rey los hostigaban, carentes como estaban de ningún apoyo similar, y además cargados con armamento difícilmente manejable; incluso [3] el terreno favorecía a sus enemigos. Fueron poquísimos los muertos, más numerosos los heridos, ninguno hecho prisionero, porque no abandonan las filas sin más ni más sino que combaten y se repliegan en formación compacta.

[4] De esta forma, Filipo había compensado los daños sufridos en la guerra contra Roma reprimiendo a dos naciones con dos expediciones muy bien llevadas merced a una valiente iniciativa, aparte de los favorables resultados. Seguidamente, una circunstancia debida al azar se le presentó disminuyendo el número de sus adversarios etolios. Escopas102, un dirigente de aquel pueblo, enviado desde [5] Alejandría por el rey Tolomeo con una gran cantidad de oro, llevó a Egipto seis mil soldados de a pie y quinientos de a caballo reclutados como mercenarios. Y no habría [6] dejado en Etolia a nadie en edad militar si Damócrito, llamando su atención unas veces sobre la guerra que amenazaba y otras sobre la despoblación que se produciría, no hubiese retenido en la patria a una parte de los jóvenes [7] con sus recriminaciones; no está muy claro si actuó preocupado por su pueblo o por hacerle la contra a Escopas, que no le había hecho los honores con regalos suficientes.

Operaciones navales

Éstas fueron las operaciones llevadas [44] a cabo por tierra durante aquel verano por los romanos y Filipo. La flota que había salido de Corcira a principios del mismo verano comandada por el legado Lucio Apustio, tras doblar el cabo Maleo103 se unió a la del rey Átalo cerca del Escileo104 de la región de Hermíone105. Pues bien, entonces el pueblo ateniense, ante la [2] esperanza de una ayuda inmediata, dio rienda suelta a todo el odio hacia Filipo que, por miedo, había regresado desde hacía ya largo tiempo. Nunca faltan allí lenguas dispuestas [3] para concitar a la plebe; es ésta una fauna que se alimenta del favor de las masas en todas las ciudades libres, pero sobre todo en Atenas, donde el arte de la palabra [4] goza del mayor ascendiente. Inmediatamente presentaron una propuesta de ley, que la plebe sancionó, a tenor de la cual serían retiradas y destruidas todas las estatuas y retratos de Filipo con sus inscripciones, e igualmente serían retiradas y destruidas las de todos sus antepasados de uno y otro sexo; serían privados de su carácter religioso todos los días festivos, los ritos y los sacerdocios instituidos [5] en honor suyo y de sus antepasados; también serían execrados los lugares en que hubiese estado colocado algún signo o alguna inscripción en su honor, sin que en adelante fuese lícito colocar o dedicar en ellos nada de lo que la religión sólo permite colocar o dedicar en lugar no contaminado; [6] cada vez que los sacerdotes del culto público hiciesen plegarias por el pueblo ateniense, por sus aliados, por sus ejércitos y sus flotas, pronunciarían maldiciones y execraciones contra Filipo, sus hijos y su reino, contra sus fuerzas terrestres y navales, contra toda la raza y el [7] nombre de los macedonios. Se puso un añadido al decreto: siempre que en lo sucesivo alguien hiciese una propuesta que implicase una nota infamante para Filipo, el pueblo ateniense votaría a favor de la misma en su totalidad; [8] si alguien decía o hacía algo en contra del decreto de infamia o en honor de Filipo, quien diese muerte a ese alguien estaría protegido por la ley. Una cláusula que se incluyó al final establecía la plena vigencia con respecto a Filipo de todo lo que en otro tiempo se había decretado en contra [9] de los hijos de Pisístrato. La verdad es que los atenienses hacían la guerra contra Filipo a base de escritos y de palabras, única cosa en que tienen fuerza.

[45] Átalo y los romanos, desde Hermíone, primeramente [2] se dirigieron al Pireo. Allí permanecieron algunos días, abrumados por los atenienses con decretos tan desmedidos en honor de los aliados como lo habían sido en resentimiento contra el enemigo, y después zarparon del Píreo rumbo a Andros106. Fondearon en el puerto, llamado [3] Gaurio107, y enviaron mensajeros a sondear el estado de ánimo de los habitantes, a ver si preferían entregar voluntariamente la ciudad en vez de experimentar la fuerza. La respuesta fue que la ciudadela estaba ocupada por una [4] guarnición del rey, y que ellos no podían decidir por sí mismos; entonces el rey y el legado romano, una vez desembarcadas las tropas y todo el material de asedio de una ciudad, avanzaron sobre ella desde distintos sitios. El espectáculo [5] nunca visto de las armas y las enseñas romanas y la decisión de los soldados que subían tan resueltamente hacia las murallas, infundieron en los griegos un miedo más que considerable; se produjo, pues, una huida instantánea [6] hacia la ciudadela, y la ciudad fue tomada por el enemigo. Tras permanecer dos días en la ciudadela, confiados más en la posición que en las armas, al tercero entregaron la ciudad y la ciudadela tras llegar al acuerdo de que tanto ellos como la guarnición serían trasladados a Delio108, en Beocia, con una vestimenta por persona. Los romanos dejaron la ciudad y la ciudadela al rey Átalo, [7] y ellos se llevaron el botín y las obras de arte de la misma. Átalo, para no verse dueño de una isla desierta, convenció a casi todos los macedonios y parte de los andrios para que se quedaran. Después volvieron también de Delio [8] los que se habían trasladado allí de acuerdo con lo pactado, y ello gracias a las promesas del rey, en las que se sentían inclinados a creer más fácilmente por la añoranza de la patria.

[9] De Andros pasaron a Citnos109. Allí perdieron varios días en un vano intento de asaltar la ciudad, y como tampoco [10] valía demasiado la pena, se retiraron. En Prasias110, localidad del Ática continental, se incorporaron a la flota romana una veintena de embarcaciones111 de los iseos112. Éstas fueron enviadas a devastar las tierras de los caristios113; el resto de la flota zarpó rumbo a Geresto114, conocido puerto de Eubea, en tanto regresaban de Caristos [11] los iseos. Luego, se hicieron todos a la vela rumbo a alta mar, y, dejando atrás la isla de Esciros por mar abierto [12] llegaron a Icos115. Allí estuvieron retenidos algunos días por un violento Bóreas, y en cuanto llegó la primera bonanza pasaron a Escíatos, ciudad que poco antes había [13] devastado y saqueado Filipo. Los soldados se esparcieron por los campos y trajeron a las naves trigo y cualquier otra cosa que pudiera servir de alimento; botín no lo había en absoluto, y tampoco los griegos habían hecho nada que [14] justificara el saqueo. Navegando de allí hacia Casandrea116, abordaron primero a Mendeo, poblado costero de aquella ciudad. Después, cuando una vez doblado el cabo, pretendían rodear con la flota las murallas mismas de la ciudad, se desencadenó un violento temporal, y estuvieron a punto de hundirse en el oleaje, dispersándose y perdiendo gran parte de los aparejos hasta refugiarse en tierra firme. Aquella tempestad del mar fue también un presagio para [15] las operaciones que se iban a desarrollar en tierra. En efecto, cuando atacaron la ciudad después de reagrupar las naves y desembarcar las tropas, fueron rechazados, con gran número de heridos, pues había allí una fuerte guarnición del rey; fracasado el intento, se retiraron y navegaron hacia Canastreo117, en Palene; doblando luego el cabo de Torona118 navegaron en dirección a Acantos119. Allí [16] comenzaron por devastar el territorio y después tomaron y saquearon la propia ciudad. No siguieron más allá, pues ya tenían las naves cargadas de botín; dieron la vuelta hacia el punto de partida dirigiéndose a Escíatos y de Escíatos a Eubea.

Toma de Óreo. Retorno de las flotas a las bases

Dejaron allí la flota y se adentraron [46] en el golfo Malíaco120 con diez naves ligeras para una conferencia con los etolios sobre la forma de conducir la guerra. Fue el etolio Pirrias121 el jefe de la delegación [2] que acudió a Heraclea122 para intercambiar puntos de vista con el rey y el legado romano. Se le pidió [3] a Átalo que, de acuerdo con el tratado, proporcionase un millar de soldados, pues tantos eran los que debía a los [4] que hicieran la guerra contra Filipo. Pero se los negó a los etolios basándose en que también ellos anteriormente habían rehusado salir para devastar Macedonia en la ocasión en que, estando Filipo incendiando los edificios sagrados y profanos en los alrededores de Pérgamo, habrían podido alejarlo de allí para ocuparse de sus propios problemas. [5] Así, los etolios se marcharon con más esperanzas —los romanos hicieron toda clase de promesas— que ayuda. Apustio regresó a la flota con Átalo.

[6] Se comenzó luego a barajar la posibilidad de atacar Óreo. Esta ciudad estaba bien defendida tanto por sus murallas como por una fuerte guarnición debida al ataque que había sufrido anteriormente; a los aliados se habían unido, tras el asalto de Andros, veinte naves rodias, todas [7] ellas con cubierta, comandadas por Acesímbroto. Se envió este contingente de naves a fondear en Zelasio —se trata de un promontorio de la Ftiótide que domina Demetríade muy oportunamente situado como barrera—, para que sirvieran de protección en caso de que las naves macedonias [8] hiciesen algún movimiento desde allí. Heraclides, prefecto del rey, mantenía allí su flota más a la espera de alguna oportunidad que le brindara un descuido del enemigo que dispuesto a intentar un golpe de fuerza abiertamente. [9] En cuanto a Óreo ’123, los romanos y el rey Átalo lo atacaban desde puntos opuestos: los romanos desde la parte de la ciudadela marítima, los del rey dirigiéndose al valle que se extiende entre las dos ciudadelas, donde además [10] la ciudad está protegida por un muro. Aparte de atacar desde puntos opuestos, lo hacían también con técnicas diferentes: los romanos se aproximaban a los muros formando la tortuga, con manteletes y ariete; los del rey, lanzando proyectiles y piedras de gran peso por medio de ballestas, catapultas, y todo tipo de máquinas de lanzamiento. También hacían galerías y empleaban cualquier otro recurso cuya eficacia hubieran comprobado en el ataque anterior. Pero no sólo era mayor que la otra vez el número [11] de macedonios que defendían la ciudad sino que era mayor su resolución, pues se acordaban del castigo infligido por el rey por la traición cometida, así como de sus amenazas y al mismo tiempo sus promesas para el futuro. De modo, pues, que, como aquello iba para más largo de lo que habían pensado y había que confiar más en el bloqueo y los trabajos de asedio que en un asalto rápido, el legado pensó [12] que se podía, entretanto, emprender alguna otra operación; dejó los hombres que le parecían suficientes para llevar a término los trabajos de asedio, pasó a la zona continental más próxima y llegando por sorpresa tomó Larisa —no la renombrada ciudad de Tesalia sino la otra, la que llaman Cremaste124—, exceptuada la ciudadela. Átalo, por [13] su parte, tomó por sorpresa Ptéleon125, estando muy lejos sus habitantes de temerse nada parecido durante el ataque a otra ciudad. En torno a Óreo estaban ya tocando a su [14] fin los trabajos de asedio, y, por otra parte, la guarnición que se hallaba en su interior se encontraba agotada debido al esfuerzo incesante, al hecho de estar alerta tanto de día como de noche, y a las heridas. Además, parte de la [15] muralla, minada en su base por los golpes de ariete, se había venido abajo ya en numerosos puntos, y por la brecha abierta con el derrumbe, los romano irrumpieron durante la noche en la ciudadela situada encima del puerto. Cuando, al amanecer, los romanos hicieron una señal [16] desde la ciudadela, Átalo penetró a su vez en la ciudad, cuyos muros estaban en gran parte abatidos. La guarnición y los habitantes se refugiaron en la otra ciudadela, donde se rindieron dos días después. La ciudad fue para el rey, y los prisioneros para los romanos.

[47] Estaba ya encima el equinoccio de otoño, y el golfo de Eubea, que llaman Cela126, es inseguro para los navegantes. Queriendo, pues, salir de allí antes de los temporales de invierno, retornaron al Pireo, de donde habían partido [2] para la ofensiva bélica. Apustio dejó allí treinta naves y navegó hasta Corcira, dejando atrás el Maleo. El rey se quedó a la espera de la fecha señalada para los misterios de Ceres, a cuyos ritos quería asistir. Inmediatamente después de la celebración de los misterios se retiró, a su vez, a Asia, después de mandar a casa a Acesímbroto y los [3] rodios. Éstas fueron las operaciones llevadas a cabo durante aquel verano por tierra y mar contra Filipo y sus aliados por parte del cónsul y el legado romanos, con la colaboración del rey Átalo y de los rodios.

Roma y Occidente: discutido triunfo de Lucio Furio Purpurión. Juegos y nombramientos

[4] El otro cónsul, Gayo Aurelio, que llegó a su provincia cuando la guerra había finalizado, no ocultó su resentimiento contra el pretor por haber combatido durante su ausencia. Lo envió, pues, a Etruria, y él entró al frente de sus legiones en territorio enemigo llevando a cabo una campaña a base de saqueos que le reportó mayor botín [6] que gloria. Lucio Furio, dado que no tenía nada que hacer en Etruria, y como, al mismo tiempo, pretendía el triunfo sobre los galos y pensaba que podría conseguirlo más fácilmente si el irritado y envidioso cónsul estaba ausente, se presentó en Roma de improviso; reunió al senado [7] en el templo de Belona, hizo una exposición de sus acciones y solicitó autorización para entrar en triunfo en Roma.

Tenía el apoyo de una gran parte del senado, debido [48] a la magnitud de sus hazañas y a su ascendiente personal. Pero los senadores de más edad le negaban el triunfo [2] porque no había operado con un ejército propio y porque había abandonado la provincia en sus ansias de arrancar el triunfo aprovechándose de una oportunidad, comportamiento del que no había precedente alguno. Sobre todo [3] los excónsules consideraban que debía haber esperado al cónsul; podía, en efecto, haber mantenido la situación [4] hasta que éste llegara, emplazando el campamento cerca de la ciudad127 para proteger la colonia sin necesidad de librar batalla; y lo que el pretor no había hecho, esperar al cónsul, debía hacerlo el senado. Una vez que hubieran [5] oído al cónsul y al pretor discutir en su presencia, podrían valorar la cuestión con más exactitud. Una gran parte de [6] los senadores opinaba que el senado debía fijarse exclusivamente en las empresas llevadas a cabo y en si habían sido realizadas por quien tenía mando y actuaba bajo sus propios auspicios; de las dos colonias puestas como barrera [7] para hacer frente a los ataques de los galos, una había sido saqueada e incendiada, y cuando el incendio iba a propagarse a la otra, tan cercana como si fuesen dos casas contiguas, ¿qué tenía que haber hecho, pues, el pretor? Ahora bien, si no procedía hacer cosa alguna sin el cónsul, [8] una de dos: o había hecho mal el senado al asignar un ejército al pretor —podía, en efecto, haber especificado en su senadoconsulto que dirigiese las operaciones el cónsul y no el pretor, si su voluntad era que no se llevase a cabo la acción con el ejército del pretor sino con el del [9] cónsul—, o había obrado mal el cónsul, que después de haber ordenado que el ejército de Etruria pasase a la Galia, no había acudido personalmente a Arímino para intervenir [10] en una guerra que no era legal hacer sin él. Las circunstancias de la guerra no admiten retrasos y aplazamientos de parte de los generales, y a veces es preciso combatir no porque se quiere sino porque el enemigo obliga [11] a ello. Había que fijarse en la batalla en sí y en los resultados de la batalla: el enemigo había sido abatido y destrozado, su campamento había sido tomado y saqueado, una colonia había sido liberada del asedio, los prisioneros de la otra colonia habían sido recuperados y devueltos a los suyos, se había puesto fin a la guerra en un solo combate. [12] No sólo se habían alegrado los hombres con aquella victoria, sino que también a los dioses inmortales se les había ofrecido un triduo de acción de gracias porque el pretor Lucio Furio había servido bien y con éxito al interés común, y no porque lo hubiera hecho mal y de cualquier manera. Una especie de fatalidad, por otra parte, había asignado a la familia Furia las guerras contra los galos128.

[49] Con discursos de este estilo, del propio Furio y de sus amigos, la influencia del pretor presente prevaleció sobre el prestigio del cónsul ausente, y el senado en masa [2] decretó el triunfo de Lucio Furio. El pretor Lucio Furio triunfó sobre los galos durante su magistratura, y aportó al tesoro público trescientos veinte mil ases de bronce y ciento setenta y una mil monedas129 de plata. Pero no [3] llevó ningún prisionero delante de su carro, ni lo precedieron los despojos, ni desfilaron tras él los soldados: estaba claro que todo le correspondía al cónsul, excepto la victoria.

Seguidamente se celebraron con gran pompa los juegos [4] que Publio Cornelio Escipión había prometido con voto, siendo cónsul, en África. En cuanto a la asignación de [5] tierras a sus soldados, se aprobó que cada uno de los que habían militado en Hispania o en África recibiese dos yugadas de tierra por año de servicio; unos decénviros se encargarían de la asignación de dicha tierra. Asimismo se [6] nombraron triúnviros para completar el número de colonos de Venusia130, porque durante la guerra de Aníbal se habían visto mermados los efectivos de esta colonia; fueron Gayo Terencio Varrón, Tito Quincio Flaminino, y Publio Cornelio Escipión, hijo de Gneo, quienes enrolaron colonos para Venusia.

Aquel mismo año, Gayo Cornelio Cetego131, que tenía [7] el mando en Hispania como procónsul, desbarató en territorio sedetano132 un gran ejército enemigo. Se dice que resultaron muertos en aquella batalla quince mil hispanos y se capturaron setenta y ocho enseñas militares.

El cónsul Gayo Aurelio, que había vuelto de su provincia [8] a Roma para los comicios, no se quejó, como se esperaba, de que el senado no le hubiera esperado y no [9] le hubiera dado al cónsul la posibilidad de discutir con el pretor, sino de que el senado hubiera decretado un triunfo oyendo sólo las declaraciones de quien pretendía triunfar y no las de quienes habían intervenido en la acción bélica: [10] según la norma establecida por los antepasados, debían estar presentes en el triunfo los legados, los tribunos, los centuriones, y hasta los soldados, para que el pueblo romano viera a los testigos presenciales de las hazañas de [11] aquel a quien se tributara tan alto honor. Y bien, de aquel ejército que había combatido contra los galos, ¿había estado presente alguien, un vivandero al menos, si es que no un soldado, a quien pudiese preguntar el senado qué había de verdad y qué de falso en lo que declaraba [12] el pretor? A continuación fijó la fecha de los comicios, en los que fueron elegidos cónsules133 Lucio Cornelio Léntulo y Publio Vilio Tápulo. Después fueron elegidos pretores Lucio Quincio Flaminino, Lucio Valerio Flaco, Lucio Vilio Tápulo134 y Gneo Bebió Tánfilo135.

[50] También durante aquel año bajó mucho el precio de los alimentos. Los ediles curules Marco Claudio Marcelo136 y Sexto Elio Peto137 distribuyeron entre la población, al precio de dos ases el modio, una gran cantidad [2] de trigo llegado de África. Además celebraron con gran fastuosidad los Juegos Romanos, reiniciándolos un día más; con lo recaudado por multas erigieron cinco estatuas de [3] bronce en el erario. Los Juegos Plebeyos fueron reiniciados íntegramente por tres veces por los ediles Lucio Terencio Masiliota138 y Gneo Bebió Tánfilo, que era pretor designado. También se celebraron aquel año durante cuatro [4] días unos juegos fúnebres en el Foro con motivo de la muerte de Marco Valerio Levino, ofrecidos por sus hijos Publio y Marco, que dieron también un espectáculo de gladiadores en el cual se enfrentaron veinticinco parejas. Falleció el decénviro de los sacrificios Marco Aurelio [5] Cota, siendo reemplazado por Manió Acilio Glabrión139.

Entre los ediles curules elegidos en los comicios coincidió [6] que había dos que no podían ocupar el cargo de inmediato. En efecto, Gayo Cornelio Cetego estaba ausente, gobernando la provincia de Ffispania, cuando fue elegido, y Gayo Valerio Flaco140, que sí estaba presente en el [7] momento de su elección, no podía jurar fidelidad a las leyes porque era flamen de Júpiter, y un magistrado que no hubiese prestado juramento no podía ejercer durante más de cinco días. Flaco pidió quedar dispensado de este [8] vínculo, y el senado decretó que si el edil presentaba a alguien que a juicio de los cónsules pudiese prestar juramento por él, los cónsules, si lo estimaban oportuno, se pondrían de acuerdo con los tribunos de la plebe para consultar al pueblo. Lucio Valerio Flaco, el pretor designado, [9] fue presentado para prestar juramento en nombre de su hermano. Los tribunos hicieron la consulta a la plebe y ésta decidió que sería como si el propio edil prestase el juramento. También el otro edil fue objeto de un plebiscito. [10] Los tribunos preguntaron a la plebe qué dos personas designaba para ir a Hispania con mando supremo sobre los ejércitos, a fin de que el edil curul Gayo Cornelio viniese [11] a desempeñar su magistratura y Lucio Manlio Acidino141 dejase la provincia después de tantos años; la plebe decidió que Gneo Cornelio Léntulo142 y Lucio Estertinio asumiesen el mando supremo en Hispania en calidad de procónsules.


1 De 264 a 201. Cómputo no inclusivo, en contra de lo usual.

2 Apio Claudio Cáudice fue cónsul en 264.

3 Aliado de Roma (hubiese o no foedus formal) desde 210.

4 Los cónsules del año 201, Publio Cornelio Léntulo y Publio Elio Peto, con mando en la flota y en la Galia respectivamente.

5 Tolomeo V Epífanes.

6 Había sido pretor en 212, cónsul en 207 y censor en 204.

7 Sería pretor en 191, cónsul en 187 y 175, censor en 179, y princeps senatus desde 179 a 152.

8 Pretor en 213, censor en 209 y cónsul en 204. Había participado en la formalización de la paz de Fénice del 205: estaba familiarizado con los asuntos de Oriente.

9 Cf. XXI 25, 2.

10 Este cargo recaía en un ciudadano romano.

11 Situada tal vez en el entorno del río Sapis (Savio). Tribu, en el sentido de circunscripción territorial.

12 Al norte de Módena. ¿Modigliano?

13 Cf. XXVIII 46, 9.

14 Pretor en 205, con mando prorrogado hasta este año.

15 Pretor en 215, y cónsul en 210.

16 Cf. XXI 51, 4. En 192 se fundó allí una colonia (XXXV 40, 5).

17 Marco Junio Peno, pretor urbano (cf. XXX 40, 5).

18 Metelo, cónsul en 206. Gayo S. Gémino, cónsul en 203. Marco S. Gémino, cónsul en 202. Lucio H. Catón, embajador en 190. Aulo H. Catón, pretor en 207. Tápulo, cónsul en 199. Flaco, podría ser el tribuno de 198 (XXXII 7, 8). P. Elio Peto, cónsul en 201. Flaminino, personaje central de la 2.a Guerra Macedónica, cónsul en 198. Sobre la posición de este último en la política romana puede verse J. BRISCOE, A Commentary on Livy, Books XXXI-XXXIII, 2.a ed. Oxford, 1989, págs. 22-35.

19 Para el año 200 a. C.

20 Cónsul en 211, procónsul en la 1.a Guerra Macedónica desde 210 a 206, dictador en 203.

21 Había sido pretor en 202.

22 Minucio Rufo, cónsul en 197. Furio Purpurión, cónsul en 196.

23 Valerio Flaco, pretor en 199, cónsul en 195, censor en 184, pontífice desde 196 hasta 180. L. Quincio Flaminino, pretor en 199, cónsul en 192.

24 Pretor en 196.

25 Referencia, poco frecuente en Livio, que da solemnidad al comienzo de acontecimientos importantes.

26 Hasta el año 153, en que pasó a ser el 1 de enero.

27 Tras ocupar Mesana (Mesina) los mamertinos había pedido ayuda a los romanos frente a los cartagineses, episodio que formó parte de los desencadenantes de la 1.a Guerra Púnica.

28 En realidad la referencia corresponde al pretor del 201 Publio Elio (Tuberón), no al consúl Publio Elio (Peto).

29 Dos de cada cónsul más las dos urbanas.

30 Publio Licinio Craso Dívite, censor en 210, pretor en 208 y cónsul en 205.

31 Votos que debían cumplirse en el espacio de cinco años si la situación del Estado no iba a peor en ese tiempo.

32 Los ínsubres tenían en Mediolano (Milán) su centro más importante. Los cenomanos vivían en torno a Brescia y Verona. Unos y otros eran celtas. Los ilvates eran una tribu lígur. Sobre los celinos no hay otras referencias.

33 Placencia y Cremona eran colonias fundadas en 218 (cf. XXI 25, 2) para controlar los territorios conquistados de la Galia Cisalpina.

34 Según 8, 7, Quinto Minucio se encontraba en el Brucio. Puede tratarse de un error del propio Livio, o de una glosa.

35 El tratado de paz de 201.

36 Varrón es el cónsul del 216 derrotado en Cannas. Espurio Lucrecio y Gneo Octavio son los pretores de 205.

37 Locros (cf. XXII 61, 12) era célebre por el santuario de Prosérpina. Sobre los saqueos ocurridos durante la Segunda Guerra Púnica véase XXIX passim.

38 Marco Pomponio Matón, edil plebeyo en 207 y pretor en 204 con prórroga de mando en Sicilia en 203.

39 Antigua población volsca (cf. VIII 1, 1) sometida por Roma en 357, tal vez reconstruida más al norte tras la conquista.

40 En 207. Véase XXVII 37, 5 ss.

41 Livio Andronico, en 207.

42 En 210 (cf. XXVI 35-36).

43 Gneo Cornelio Léntulo, cónsul en 201.

44 Abidos estaba estratégicamente situada dominando la entrada del Helesponto (Dardanelos) junto con Sestos, en la orilla opuesta.

45 Cea, también llamada Ceo, es una de las Cícladas situada al sur del cabo Sunio del Ática.

46 Población de la costa de Tracia. Cipsela (Ipsala) a unos 40 Km. de la desembocadura del Hebro, Doriscos (Tusla) al oeste, Serreo (Maki) en la Tracia meridional. Eleunte en el extremo sur del Quersoneso de Tracia, Alopeconeso en la costa oeste, y Calípolis y Maditos en la costa este.

47 En los capítulos 17 y 18 tenemos una versión abreviada del asedio de Abidos de Polibio XVI 29-34.

48 De Cícico, aliada de Átalo.

49 Ver 2, 3.

50 El cónsul de 194.

51 La narración retoma el final del cap. 11.

52 Cabo del extremo sur del Ática, al oeste del cual había un puerto.

53 Estrecho de separación entre Eubea y el continente, con un ancho entre 30 y 60 metros.

54 Romanización del término strategós.

55 Al sur de la Acrópolis, fuera de las murallas.

56 Situado al oeste de la ciudad.

57 El templo de los misterios de Deméter.

58 Llegó a ser rey único de Esparta en 207. Propugnó medidas populares como el reparto de tierras. La denominación de tirano se debe a las fuentes hostiles. Roma lo reconoció como rey de Esparta (XXXIV 31, 13).

59 Fue hípparchos de la Liga Aquea en 210, y strategós en 208, 206 y 201.

60 Strategós en 210.

61 Cadena montañosa entre Ática y Beocia.

62 El Apso (Semeni) desemboca en el Adriático entre Apolonia y Dirraquio (Durazzo, en griego Epidamno).

63 No se conoce el emplazamiento preciso de estas plazas.

64 ¿La moderna Berat?

65 Equivale a una rendición incondicional, aunque con fundamento para confiar en la generosidad de Roma.

66 Tal vez Rmait, al nordeste de Antipatrea.

67 En la Dasarecia, pero no se sabe dónde. La otra Cnido, en la Dórínde, entre Cos y Rodas.

68 Aparece corno rey único cuando se negocia la paz de Fénice (XXIX 5, 14) en 205.

69 En principio asociado a Teodoro, aparece sistemáticamente con el título de rey, por derecho propio a partir de 200.

70 Demetrio II, que reinó de 239 a 229.

71 Rey de Macedonia desde 179 hasta 168 (batalla de Pidna).

72 En el sentido técnico del término (philoi), consejeros de la corte, de varios niveles.

73 Islas del Egeo, en el extremo sur de Magnesia.

74 En 206, entre Filipo y los etolios; hubo otro anterior, entre etolios y romanos, cf. XXVI 24, 1-16.

75 A la entrada del Golfo de Corinto, enfrente de Patras (cf. XXVII 29, 9).

76 Sobre las diferencias de status de estas tres ciudades véase J. BRISCOE, A Commentary..., pág. 132.

77 Referencias a ciudades y pueblos que sufrieron los efectos de las campañas de Filipo que se narran en el libro XXIX.

78 De 343 a 272.

79 Strategós etolio en 200 y 193.

80 Se trata no de una ciudad sino de una comarca situada al noroeste de Macedonia, al este de Dasarecia.

81 Río de Macedonia, hoy Molca, que desemboca en el lago de Ochrid.

82 La espada hispana, corta, era un arma de la infantería.

83 No hay otras referencias que permitan precisar su localización.

84 Seguimos a Madvig, excluyendo el non de los mss.

85 Véase XXVII 32, 4.

86 Sólo aparece aquí y en 40, 10, y no podemos precisar su emplazamiento.

87 La Estuberra de Macedonia estaba junto al río Erígono (actual Tcherna), en Bucinsko Kalé.

88 Sobre Pluina no hay ninguna otra referencia.

89 Estrabón la sitúa, al igual que Estuberra, junto al río Erígono.

90 Afluente del Erígono, que a su vez lo es del Axio (Wardar).

91 La Eordea macedónica estaba en el sur de la Lincestide, cerca del lago Ostrovo.

92 Al sur de Eordea, junto al río Haliacmón.

93 Al oeste de Eordea, en el curso alto del Haliacmón.

94 La moderna Kastoria.

95 Sobre Pelión no hay otras referencias.

96 Población de la Pelagóstide situada, posiblemente, en las cercanías de la marisma de Bebe (actual lago Karla).

97 Llanura bañada por el Europo, en el nordeste de Tesalia, colindante con Macedonia.

98 Donde la actual Domeniko.

99 También cerca del Europo, como la anterior, pero en la margen derecha. La moderna Analipsis o la moderna Paljokastro, en el valle del Titaresio.

100 Importante desde el pumo de vista estratégico por su posición en el confín entre Tesalia y Atamania, en la vertiente oriental del Pindo.

101 Tal vez junto al Peneo, en la margen izquierda.

102 Strategós en 220 y en 212, estrecho colaborador de Dorímaco.

103 El promontorio del extremo sureste del Peloponeso.

104 El promontorio más al este de la Argólide.

105 En la costa sur de la Argólide.

106 Isla de las Cicladas que estaba ocupada por Filipo.

107 En la parte noroccidental de la isla de Andros.

108 En la costa de Beocia, cerca de Tanagra (hoy Dilisi); originariamente era un santuario de Apolo.

109 Isla ocupada también por Macedonia.

110 En la costa este del Ática.

111 El término latino, lembi, puede corresponder a embarcaciones de transportes menor, lanchas o poco más, o a navíos ligeros, bajos y alargados, muy rápidos (40 remeros).

112 De la isla de Isa (Lissa), en la costa de Iliria, sometida a Roma desde 229.

113 De Caristos (Karystos), en el extremo suroccidental de Eubea.

114 Puerto al norte del cabo Geresto (Mandilo), no lejos de Caristos.

115 Esciros (al nordeste de Eubea) e Icos (Halonisos, al noroeste de Esciros), estaban bajo el control de Macedonia.

116 Cf. XXVIII 8, 14, nota.

117 Cabo situado en el extremo sur de Palene.

118 El saliente de la península al sur de la ciudad de Torona.

119 En la unión de la península con el continente.

120 En la parte suroccidental de Tesalia, frente a Eubea (hoy Zeitun).

121 Strategós en 210.

122 Es la Heraclea fundada por Esparta (en 426), a la entrada del golfo Malíaco.

123 En XXVIII 6, 2 aparecen datos descriptivos de Óreo.

124 Véase XXVIII 5, 2, nota.

125 En la costa nororiental de Larisa.

126 Puede referirse, de forma genérica, a las costas de la parte sur de Eubea.

127 Cremona.

128 Referencia a Lucio Furio Camilo y la derrota de los galos en 390 (V 49), a su hijo Lucio y la derrota de los galos en 349 (VII 25-26), y a la intervención de Publio Furio Filón, el cónsul de 223 en la guerra con los galos.

129 Mantenemos el texto sin bigati del suplemento de McDonald.

130 Venusia (Venosa) era una colonia latina fundada en 291 en la confluencia del Samnio, Lucania y Apulia, que se había mantenido leal en la guerra contra Aníbal.

131 Sería cónsul en 197.

132 Ver XXVIII 24, 4.

133 Para el año 199.

134 Edil plebeyo en 213.

135 Sería cónsul en 182. Sobre la posición política de los Bebios puede verse J. BRISCOE, A Commentary..., pág. 70 s.

136 Pretor en 198, cónsul en 196, censor en 189, pontífice desde 196 hasta 177.

137 Cónsul en 198, censor en 194.

138 Pretor en 187, tribuno militar en Hispania de 182 a 180.

139 Pretor en 196 y cónsul en 191.

140 Pretor en 183.

141 Pretor en 210.

142 Debe de tratarse de Gneo Cornelio Blasión, que recibió la ovación en 196 según los Fastos; fue pretor en 194 y tuvo mando en Hispania hasta 197.

Historia de Roma desde su fundación. Libros XXXI-XXXV

Подняться наверх