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Оглавление1. Economía y psicología. Las bases de una confluencia necesaria |
El siglo XIX es esencialmente peleón. Se ha tomado demasiado en serio el struggle-for life darviniano. Es lo que pasa siempre; se señala un hecho; después se acepta como una fatalidad; al fin se convierte en bandera. Si un día se descubre que el hecho no era completamente cierto, o que era totalmente falso, la bandera, más o menos descolorida, no deja de ondear.
JUAN DE MAIRENA (Machado, 1936)
1.1 Introducción
El día 20 de diciembre de 1901 el doctor Walter Dill Scott pronunció una conferencia describiendo las posibilidades de aplicación de la psicología a la publicidad. Es bien seguro que nadie previera que aquella fecha podría pasar a convertirse en la del inicio de la psicología industrial: de la psicología aplicada al ámbito de los negocios y la empresa y, por extensión, a la economía. Y sin embargo, así se hará notar años más tarde por una buena parte de los autores americanos de la especialidad (Ferguson, 1962; Blum y Naylor, 1981; Korman, 1978). Bien que esta afirmación pueda parecer exagerada e incluso poco precisa para los especialistas europeos preocupados por cuestiones de mayor rango teórico, lo cierto es que el dato sigue apareciendo invariablemente desde hace ya algún tiempo en la literatura científica al uso. Desde luego, la que proviene de los EEUU.
Es verdad que una gran parte de la psicología aplicada se originó en aquel país. Sobre todo la relacionada con la empresa y la economía. Así lo prueban los trabajos de Hugo Munstenberg y Walter Dill Scott. Autores muy conocidos ubicados en el ámbito de la psicología aplicada por sus investigaciones en eficacia industrial, publicidad y selección del personal a principios del siglo XX. Pero ni el uno ni el otro son, a no dudarlo, los primeros en preocuparse por cuestiones relacionadas con los negocios, la empresa o la economía.
Lo expuesto es especialmente relevante para lo que en este capítulo se va a tratar. En primer lugar porque provoca un equívoco, un sesgo histórico imposible de soslayar o ignorar. En segundo lugar, también alguna que otra interpretación inadecuada. Y, en tercer lugar, el olvido de la gran importancia histórica que la motivación y las emociones han tenido en las primeras interpretaciones y constructos teóricos acerca de la conducta económica (Quintanilla, 1996).
Efectivamente la preocupación de filósofos, psicólogos y economistas por los aspectos psicológicos de la economía se remonta a mucho antes de 1901. Cierto es que la psicología industrial surgió asociada a la industria estadounidense a principios del siglo pasado, pero la psicología del trabajo (la preocupación por los problemas humanos del trabajo) tiene los primeros referentes teóricos mucho antes.
Además, ni la psicología de la publicidad ni la psicología industrial se desarrollan bruscamente. Su consolidación teórica es muy posterior a la primera década del siglo XX y puede muy bien situarse en los primeros años tras la Segunda Guerra Mundial bajo la influencia, entre otros, de George Katona, autor del que hablaremos largamente en el próximo capítulo, entre otras razones, por ser uno de los primeros en dotar a la psicología económica de las características y requisitos propios de la investigación científica.
Por otra parte, la psicología económica es poco o mal conocida en nuestro país. Y, en consecuencia, no se llega a percibir la gran importancia que sus primeras manifestaciones tuvieron en el posterior desarrollo de la psicología aplicada y también, desde luego, de la economía aplicada.
Especialmente reveladora es la confusión que se produce entre la psicología económica y la psicología de la publicidad. En ocasiones aparecen desligadas como si fueran especialidades diferentes de la psicología. En otras ocasiones, cuando se asocian, no se llega a concluir la ascendencia teórica de aquélla sobre ésta, mas por el contrario a la inversa. De tal manera que lo frecuente es que se crea que el campo aplicado de la psicología al ámbito comercial, de la venta o el marketing se integre y se le reconozca como psicología de la publicidad.
¿Dónde queda entonces la psicología económica? Parece ser otra cosa, sin que se alcance a saber muy bien de qué se trata. Incluso parece mucho más una invención. Un forzado artificio intelectual de entre los muchos que se generan entre los campos limítrofes de disciplinas o especialidades cercanas. Lo que para el caso que nos ocupa es cuanto menos injusto. Dado que la psicología económica cuenta ya con una larga historia, un objeto y un método bien diferenciados. Poco conocidos, quizás, poco divulgados, a buen seguro. No obstante y por lo general, continúa siendo más frecuente referirse a la psicología de la publicidad, la conducta del consumidor, la psicología de la venta, la psicología del –o aplicada al– marketing. O, incluso, todo ello unido mediante conjunciones copulativas sugiriendo nuevos títulos disciplinares. En nuestra opinión confundiendo las partes con el todo. ¿Cómo referirse a la psicología de la publicidad sin considerar los aspectos macro y microeconómicos de la actividad comercial y del consumo?
El impresionante desarrollo de los medios de comunicación de masas ha situado la psicología de la publicidad en un lugar destacado. Es cierto. Pero, ¿acaso la conducta de compra o los motivos que impulsan a la gente a comprar tienen una única explicación psicológica en la publicidad? ¿No son más importantes los condicionamientos económicos, las influencias culturales o los procesos de influencia social a la hora de explicar los motivos de la conducta del consumidor? Y, además, lo que es sumamente importante, ¿tan sólo es económica y socialmente relevante la conducta de compra?
Evidentemente existen otras muchas manifestaciones de la conducta social cuyo estudio no puede sustraerse a la psicología, como por ejemplo: las actitudes ante los impuestos, el ahorro o el valor subjetivo del dinero. Todo ellos, muchos otros y la publicidad componen el campo general de investigación e intervención de la psicología económica.
En definitiva, existen relaciones de mayor rango teórico e investigador entre la psicología y la economía. Relaciones que la psicología económica, especialidad propia de la psicología social, puede y pretende explicar. Hasta tal punto que, como veremos más adelante, difícilmente se puede hablar de una economía sin psicología. De igual forma que ocurre con la psicología, especialmente la psicología social, respecto de la economía. Hoy, y desde hace bastante tiempo las teorías, los conocimientos y las técnicas de ambas disciplinas se comparten e intercambian constantemente. Aunque no siempre se esté, o se aparente estar, al tanto de ello.
A decir verdad no son necesarias excesivas argumentaciones para admitir las numerosas confluencias entre economía y psicología. Particularmente en lo que respecta a su mutuo interés por el estudio de la conducta social. O si se prefiere, de la conducta económica que es, en definitiva, una dimensión, de entre las más importantes, de la conducta social. Basta con consultar algún manual relevante y reconocido de economía para encontrar tales solapamientos. Por ejemplo, Paul Samuelson y Wiliam Nordhaus (1986: 6) afirman, al referirse a las relaciones entre economía y las ciencias sociales, que: «La ciencia política, la psicología y la antropología son todas ellas ciencias sociales cuyo objeto de estudio coincide parcialmente con el de la economía.»
Algo más explícito es el Peguin Dictionary of Economics cuando define la economía como «la ciencia que estudia aquellos aspectos de la conducta e instituciones humanas que utilizan recursos escasos para producir y distribuir bienes y servicios con vistas a la satisfacción de las necesidades humanas» (las cursivas son nuestras). O Robert Frank (1992) que, empezando por el título de su manual (Microeconomía y conducta), siguiendo por el índice que lo configura (dedica una parte entera compuesta de seis capítulos a la conducta del consumidor) y terminando por el enfoque que lo caracteriza (esencialmente cognitivo), plantea con absoluta claridad el vínculo entre ambas disciplinas.
Tras lo expuesto, queda claro que el propósito de este capítulo no es otro que el dejar descritas las relaciones que ya desde hace mucho tiempo se vienen produciendo entre economía y psicología, puesto que los fenómenos económicos son en lo esencial fenómenos humanos. Es decir, con mayor o menor énfasis y matices, la historia de la economía muestra la preocupación que los pensadores de esta ciencia han tenido por delimitar aquellas acciones humanas que repercuten en la génesis, producción y reparto de las riquezas y los recursos. Lo que necesariamente ha supuesto a la base una cierta concepción del ser humano.
En el contexto de la psicología económica, bien influida y a su vez integrada en el ámbito de la psicología social, las personas son consideradas como sujetos activos; capaces de incidir en la producción y en el consumo; desempeñando una conducta compleja, no siempre predecible y recíprocamente influyente e influida por los fenómenos económicos. Como cabe suponer, no se han mantenido inalterables los principios para estudiar tales hechos y, en consecuencia, las ideas y teorías al respecto han ido evolucionado en el tiempo constituyendo su propia historia.
Sin embargo, la psicología económica como especialidad de la psicología se constituye en fechas muy cercanas. En sentido estricto su historia es muy reciente. A pesar de que la preocupación por la influencia de la conducta de los seres humanos sobre la economía bien puede remontarse hasta la antigüedad. Tal circunstancia no es diferencial de esta disciplina. Ocurre con todas aquellas que de una forma u otra proceden, por evolución, de la filosofía o de la reflexión filosófica.
La aparición de la psicología económica también puede examinarse desde la relación que se establece entre la acumulación de conocimientos y la evolución histórica de las investigaciones que los han ido constituyendo. Razón por la cual sería posible abordar esta evolución considerando los descubrimientos y teorías producto y efecto de las mutuas y recíprocas influencias entre economía y psicología.
Podríamos, entonces, referirnos a una historia de relaciones convenientes. Lo que no debería extrañar, ya que los conocimientos científicos de una disciplina, sea el caso de la economía sea el caso de la psicología, progresan intermitente y desigualmente. En ocasiones según la amplitud de los márgenes que quedan fuera de la preocupación de una disciplina vecina. En otras este progreso se ha visto equilibrado o se han producido lagunas temporales sin apenas avances destacados. En otras, al fin, la psicología se ha preocupado por cuestiones que siendo cercanas a la economía no suscitaron su atención. Y recíprocamente.
En vista de ello la psicología económica es, cuanto menos inicialmente, la historia de las relaciones entre economía y psicología. Dedicaremos el primer apartado de este capítulo a analizar esta circunstancia. Relaciones que han pasado desde una sincretismo inicial en el que la reflexión económica y psicológica son una misma cosa, a una independencia disciplinar para finalizar en una aproximación unitaria, plural en métodos y especialidades, coincidente en mayor o menor medida con el estudio de la conducta económica.
1.2 Psicología y ciencias económicas
Puede que en un amplio sentido las preocupaciones psicológicas sean tan antiguas como la acción económica en sí misma. ¿Quién podría negar que en el intercambio más primitivo, el trueque por ejemplo, no existe a priori cierta concepción acerca de la naturaleza y mentalidad del otro?
Son muy numerosos los ejemplos en la literatura general que podrían destacarse al respecto y que, en una u otra forma, pueden ser considerados como precursores en el estudio de la conducta económica. Desde la antigüedad han proliferado abundantes ideas sobre la conducta social y económica, supuestos y teorías de carácter filosófico, político o sencillamente basadas en el sentido común. Pretendiendo explicar las circunstancias y problemas de las sociedades en las que vivieron ciertos pensadores, contribuyeron al desarrollo de conocimientos que sirvieron para explicar fenómenos de carácter económico, muy ligados a acciones humanas.
Ya Jenofonte hizo sutiles observaciones acerca de la economía doméstica y primero Hesiodo y luego Virgilio sobre el trabajo rural. Sin embargo la idea central de los clásicos se fundamenta en una concepción ciertamente sencilla y esquemática del ser humano. Concepción que de una manera u otra no deja de presentarse, con variaciones en la forma que no en el fondo, desde entonces. Se trata de la existencia de dos grandes clases de seres humanos: la elite dotada privilegiadamente para mandar y dirigir, y la masa, limitada intelectualmente y sólo capaz de aceptar ciertas órdenes. Las actitudes, ideas y conceptos respecto del trabajo muestran bien a las claras tal oposición (Quintanilla, 1989).
Varron y en cierta forma también Platón, Aristóteles y Catón, oponen la mentalidad y capacidades del noble como elite de ciudadanos a la de la masa, sobre todo la de los esclavos «incapaces de sentimientos elevados». Para Varron los esclavos son instrumentos de cultura. Y estos instrumentos comprenden el «género parlante» (los esclavos), el «género de voz inarticulada» (los animales) y el «género mudo» (los instrumentos de madera y de hierro). En consecuencia el exclavo es un instrumento. Envilecido por el mero hecho de tener que trabajar. Siendo esa mezquindad, esa naturaleza de apetitos vulgares y de bajas pasiones, la que justifica su empleo como productor. Noble aquél innoble éste. Así se obtiene, por oposición un equilibrio, un orden natural. Una estructura social en la que el esclavo es un útil capaz de producir riqueza.
Durante la Edad Media, bajo influencia del cristianismo, aquel orden natural encuentra su justificación en un orden superior de origen divino. La justificación natural se complementa y se sustituye por la moral y la regulación social subsecuente. De esta forma la fragilidad moral de la especie humana debe supeditarse a reglas muy estrictas: las que ligan al siervo con su señor o a los artesanos entre sí mismos.
Con todo, lo esencial a la hora de incidir en la naturaleza humana, en el concepto de ser humano, radicará en la existencia de un alma inmortal, por la que todos los hombres son iguales en dignidad. Si Dios premia sus esfuerzos lo es, en última instancia, para facilitar su subsistencia económica. De este modo aparece, emerge y se afirma la idea de persona humana, por lo que el siervo no es en modo alguno un instrumento de producción justificado por un orden natural. Contrariamente, protegido por su señor feudal, realizará su trabajo por razones morales justificadas en un orden divino superior. De la misma forma que el noble, los artesanos y el resto de miembros de esta estructura social deberán asumir las suyas.
1.2.1 Los primeros filósofos-economistas
En aquellas primeras suposiciones o interpretaciones acerca de la naturaleza humana subyace un sincretismo filosófico (político y social) que prevalecerá en las iniciales preocupaciones por explicar el papel de los seres humanos en el desarrollo de las riquezas. En consecuencia, las primeras aproximaciones al estudio de la conducta económica, bien entrado el siglo XVIII, se encuentran fuertemente ligadas a postulados filosóficos, en lo fundamental, concernientes a comprender y explicar la naturaleza humana, cuando no para justificar lo más trascendente del medievalismo anterior pero por razones bien distintas. Entre otras cosas porque a partir de su conocimiento –el conocimiento de las características inmutables de la naturaleza de los seres humanos y sus potenciales efectos sobre la conducta social– se pueden realizar predicciones estables y las consecuentes planificaciones en el comercio y en el mercado.
En esta dirección resulta necesario hacer una referencia, en cualquier caso imprescindible, a dos de los autores más representativos e influyentes de lo que podrían ser los antecedentes de la psicología económica. Lo son en la historia de la economía y lo son también para la psicología, en especial para la psicología social. Puesto que son los primeros en formular una teoría general, económica y social, basada en acciones humanas, constituyendo las primeras teorías sociales de fuerte impronta psicológica. Se trata de Adam Smith (1723-1790) y de Jeremy Bentham (1748-1832).
En palabras de Ferrater Mora (1991: 3077) «el pensamiento de Adam Smith, tanto en economía como en filosofía moral, se caracteriza por un constante esfuerzo de unir la doctrina con la práctica, es decir, con la experiencia». Es muy posible que sean dos los aspectos, derivados de lo anterior, que mayor transcendencia hayan tenido en la posterior evolución de la economía.
1. En primer lugar, la construcción de una doctrina económica basada en la libertad de comercio que supuso la formación de lo que se ha dado en llamar la escuela clásica, extremadamente influyente en la práctica totalidad de los grandes economistas del siglo XIX. En este sentido, cabe que se destaquen sus estudios sobre la formación del capital (especialmente en su obra Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones; 1776), el desarrollo del comercio y de la industria.
2. En segundo lugar, aunque a Smith se le conozca más que nada como economista, no es menos cierto que su filosofía moral contribuyó de manera decisiva en la posterior formulación del hombre económico (homo oeconomicus). Y ello es especialmente importante para lo que en este capítulo pretendemos describir. Efectivamente, la persistente creencia de que la naturaleza humana posee ciertos rasgos o propiedades fijas que determinan su conducta social y económica se convirtió en un supuesto tácito: en un axioma. Y aun con alguna que otra controversia se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX.
¿Pero cuáles son estas propiedades? Adam Smith al ocuparse del «amor por uno mismo», que es definitivamente el principio rector de las relaciones en sociedad, afirmaba que:
No de la benevolencia del carnicero, del vinatero, del panadero, sino de sus miras al interés propio es de quien esperamos y debemos esperar nuestro alimento. No imploramos su humanidad, sino acudimos a su amor propio; nunca les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas. Sólo el mendigo confía toda su subsistencia principalmente a la benevolencia y compasión de sus conciudadanos...
El hombre económico es un ser racional que actúa según la ley del «mínimo esfuerzo, máximo beneficio». Es decir, racionaliza con gran exactitud cómo puede obtener la máxima satisfacción o la mínima incomodidad con el menor esfuerzo. Lo que tiene claras consecuencias sobre el trabajo, el comercio, el dinero y, en definitiva sobre la mayor parte, por no afirmar que la totalidad, de los parámetros determinantes de la conducta social. Y, claro es, también de las creencias y valores que la sustentan. ¿Cómo explicar el humanitarismo y el altruismo?, ¿acaso existen? Evidentemente no, afirmará Adam Smith. Está en la naturaleza humana que el hombre sea competitivo e interesado en sí mismo.
Tal ideología no se debió únicamente a este autor. Las obras de algunos otros se utilizaron para fundamentar aquellos argumentos y reflexiones. Tal es el caso cuando en 1859 Charles Darwin publicó el origen de las especies. Su concepto de supervivencia del más apto y de lucha por la vida (i. struggle-for life ) encaja perfectamente con lo anterior, contando con una entusiasta aprobación por los industriales de la época. En su lógica, no del todo olvidada hoy día, no parecía excesivamente social, mas por el contrario antisocial, ayudar al débil o al pobre.
Por ejemplo Herbert Spencer afirmó, años más tarde, que todos los hombres deben velar por sí mismos siendo libres para competir y, al demostrar sus mayores aptitudes, sobrevivir. De manera que la libre competencia, auspiciada por Smith, Ricardo y muchos otros economistas de la época, y la máxima libertad de mercado redundan en beneficio de la humanidad. Llegándose a afirmar que «el egoísmo del hombre es providencia de Dios». De esta manera la propuesta de Smith de unir doctrina y práctica, ideología y experiencia, quedó resuelta.
Así es que el utilitarismo surge durante el siglo XVIII en Inglaterra, justo cuando el país estaba inmerso en la primera revolución industrial, opuesto a la tradición filosófica culminada en la obra de Kant. Es bien conocido que para este autor las acciones tienen un valor moral que no se puede medir por los resultados o por su mayor utilidad. Bien al contrario, por la intención que las impulsa y por
el principio moral que las regula. Para los utilitaristas ingleses del XVIII sólo es verdadero lo que es bueno. Y lo bueno es lo útil.
Jeremy Bentham (1748-1832) elevó esta doctrina a un lugar preponderante, que aún sigue influyendo en nuestro modo de pensar, nuestros valores y nuestras opiniones. Se trata del hedonismo psicológico cuyo principal argumento puede enunciarse de este modo: las acciones humanas son en sí mismas interesadas, motivadas fundamentalmente por el deseo de obtener placer y de evitar el dolor.
Es muy posible que sea la primera teoría psicológica sobre la motivación humana. Pero además, para lo que aquí nos ocupa, implica una perspectiva moral de gran trascendencia, dado que el hedonismo psicológico sostiene la importancia del interés propio inteligente como base del código moral y social. Con ello, también, la justificación, elevada desde entonces a dogma omnipresente, de un hombre económico cuya naturaleza se sustenta en una mera «aritmética de placeres y de penas». Ley que se convertiría, luego más tarde, en base esencial del cálculo económico, inevitablemente utilizada para explicar la conducta social y de paso, tal y como hemos visto, justificar los actos morales basados en el propio interés.
Con todo, conviene señalar que en sus orígenes el utilitarismo fue una doctrina claramente progresista. Lo que se pretendía era alcanzar la mayor felicidad posible en lo privado y en lo público. Lo que se esperaba no es sólo alcanzar el placer personal sino, como dejara dicho Bentham, «el mayor bien para el mayor número de personas». Tanto en la moral, como en la política y la economía, se debe adoptar una estrategia orientada al placer para evitar el dolor y el sufrimiento de la población. Al igual que afirmara Smith con su conocido principio de la mano invisible, según el cual cada individuo, al actuar en busca solamente de su propio bien particular, es guiado por una mano invisible hasta realizar lo que debe ser más conveniente para todos, de tal modo que cualquier interferencia por parte del Estado ha de resultar casi inevitablemente perjudicial, salvo en aquellas áreas que la actividad privada sea incapaz de abordar. En consecuencia se espera que mediante la productividad, el crecimiento y el desarrollo, basados en la iniciativa individual, la afición al riesgo y la competencia entre los seres humanos, se optime la vida en sociedad, y con ello, la calidad de vida de los ciudadanos.
Así las cosas, al menos, dos cuestiones quedaron sin resolver:
1. la mayor felicidad para el mayor número de personas omite el hecho evidente de que los bienes difieren en calidad y,
2. para que la felicidad personal pueda ser compatible con la general es necesario un criterio moral por el que la cualidad de una acción se mida tanto por su utilidad individual como por su utilidad pública y colectiva.
Retomaremos estas reflexiones en capítulos posteriores. Lo que ahora cabe destacar es que el concepto de homo oeconomicus, y la doctrina que lo sostiene, aparece como el principio rector de la economía clásica. Al tiempo que, unido a la teoría del hedonismo psicológico, será el fundamento de las primeras tentativas y construcciones teóricas para explicar la conducta humana, económica y social.
1.2.2 Emergencia e independencia de la economía
En este contexto filosófico dominado por el hedonismo, el asociacionismo y el empirismo, bajo la destacada impronta de las obras de David Hume, se produjo la Revolución Industrial y el nacimiento del capitalismo moderno (véase, si se desea, el glosario de términos al final del libro). La búsqueda de la máxima satisfacción personal conducirá a una rígida división del trabajo y al individualismo, que como ideología incipiente del liberalismo irá sustituyendo las prescripciones y reglas morales de la Iglesia. La Reforma calvinista y luterana despejarían el camino. Una nueva concepción de la naturaleza humana, anclada en los postulados filosóficos del siglo XVIII, emergerá para convertirse en motivo de debate continuado.
Junto a todo ello, dos procesos complementarios y paralelos llevaron a una mayor emancipación de la economía y su consiguiente distanciamiento respecto de la psicología:
1. por un lado, la especialización en los temas a estudiar y,
2. por otro lado, ligado a lo anterior, al desarrollo de un método riguroso para investigarlos.
Se trataba de buscar un fundamento sencillo que permitiera armonizar el interés personal con los intereses generales. Efectivamente, ocurrió cuando las instituciones intermedias perdieron su poder para organizar y estructurar la sociedad. Para algunos autores fue en este punto cuando surgió la necesidad de reducir los temas a investigar de entre todos aquellos, generales y sincréticos, que atañían a la explicación del hombre social, su naturaleza y su comportamiento. Aceptando el principio de un interés personal basado en la búsqueda del máximo beneficio, se generaron líneas de preocupación abiertas a variadas perspectivas, pero sujetas a métodos y procedimientos integrados alrededor de un objeto común: armonizar el interés personal con el general. Lo que en el plano económico se traduce por la búsqueda individual del máximo beneficio monetario. Es decir, todo lo dicho representaba las bases esenciales para la emancipación de una disciplina científica.
Complementariamente, tal emancipación siguió un mayor proceso de distanciamiento con el uso de nuevos métodos de investigación. Discursivos y filosóficos, en origen común con la psicología, evolucionaron hacia la observación empírica. En psicología la introspección experimental daría lugar a la psicometría y la psicología experimental, pero mucho más tarde. Así pues, el uso de un método empírico supuso un cambio drástico para la economía, junto con la utilización de ciertas herramientas intelectuales como la econometría y la estadística.
Ya hemos señalado el resultado: una delimitación del universo de reflexión y un método objetivo para investigarlo. En consecuencia, la economía se constituyó en una ciencia autónoma e independiente. Aunque cabe indicar que al alto precio de basar una buena parte de sus construcciones teóricas en un reduccionismo psicológico: el reiterado concepto de homo oeconomicus. El cual, como ya se ha dicho, procede y es resultado de una psicología ciertamente rudimentaria. Se usó –y aún se usa– largo tiempo y con excesiva frecuencia para explicar los fenómenos económicos. Este supuesto se tornó en evidencia. En el principio esencial de la teoría económica clásica. O lo que es lo mismo, en un hecho que no necesitaba ser justificado o demostrado. Todo lo cual terminaría por suponer la pérdida del interés de los economistas por otros supuestos y teorías. Puede que fuera una consecuencia lamentable pero probablemente necesaria para el progreso de ambas disciplinas.
La economía se organizó como un saber estructurado, construyendo conceptos basados en la propia lógica del sistema económico pero, ante todo, en los conocimientos de la experiencia práctica (véase, por ejemplo, el caso agrícola en los fisiócratas, la renta en Ricardo o el estudio de la población en Malthus; para una primera aproximación se puede comenzar por el glosario). La psicología fuertemente ligada a la filosofía –a concepciones metafísicas y teológicas– promovía la introspección como el procedimiento para descubrir una naturaleza humana inmutable e idéntica para todos. No contaba con un objeto de estudio bien delimitado y su método no pasaba de de ser un medio de especulación intelectual no susceptible de verificación empírica. Habría que esperar.
Entretanto la economía ya emancipada de la filosofía iniciaba un camino de largo y profundo desarrollo. Junto a ello, los primeros autores en psicología se alejaban cada vez más, la apartaban, de las ciencias sociales. Tal distanciamiento ha sido ampliamente descrito por Katona (1961) y Reynaud (1964). Señalaremos sintéticamente algunos de sus aspectos caracterizadores:
1. En los laboratorios experimentales, los psicólogos de finales del siglo XIX e inicios del XX, concentraron su atención en los procesos psicofísicos y fisiológicos. La franja que así se constituía entre estudiar fenómenos, tales como el tiempo de reacción, e investigar el posible efecto de la conducta social sobre fluctuación de los precios, por ejemplo, era cada vez más grande e insalvable.
2. Asimismo los psicólogos orientaron su preocupación hacia la conducta anormal. Las posibles evidencias conseguidas sobre el efecto de los motivos inconscientes o la enfermedad mental, muy difícilmente podrían emplearse para explicar los cambios periódicos del gasto y el ahorro. Ni el psicoanálisis ni el conductismo favorecieron el intercambio entre la psicología y las ciencias económicas. Más opuestamente, su preponderancia favoreció el efecto contrario; y lo que es más lamentable, la justificación de una confluencia inútil. La diferencia, y el consiguiente alejamiento, entre ambas ciencias se propició desde la emergencia de un reduccionismo psicológico inaceptable pero que sorprendentemente se ha prolongado hasta nuestros días.
3. Además, para la mayor parte de los científicos sociales los factores psicológicos eran indeterminados y dudosamente medibles. Lo que situaba la psicología en un lugar irreconciliable respecto de la economía. Ésta pretende el establecimiento de una ciencia exacta, basada en un sistema lógico de principios económicos capaz de producir leyes de validez general, lo que no podía lograrse desde la primera.
Por lo demás, desde mediados del siglo XVIII las doctrinas económicas han condicionado fuertemente el desarrollo económico y social, afectando sobremanera la vida de los ciudadanos. Hasta tal punto que, según Keynes, las ideas económicas y, según Marx, los intereses sociales son el «motor de la historia». Tales supuestos o hipótesis debidamente desarrollados constituyen las doctrinas económicas que han influido decididamente en los grandes cambios, progresos, reformas y revoluciones (sociales y tecnológicos) que han sucedido en el mundo desde su formulación.
A partir de entonces, cuatro han sido las doctrinas económicas más sobresalientes; o al menos las que más destacan de entre las demás. Se trata del liberalismo, el marxismo, el keynesianismo y el monetarismo (Estefanía, 1995).
Hoy las doctrinas económicas representan una combinación de ideología política y práctica económica. Las políticas económicas aplicadas por los gobiernos han trascendido sus límites ideológicos de tal suerte que las ideas provinientes de estas corrientes se combinan de diferentes modos. Hoy por hoy, la economía y las ideas de sus más ilustres autores en forma de doctrinas, modelos y teorías representan un componente esencial e influyente de la vida en sociedad. La economía es una disciplina independiente, vigorosa y repleta de reflexiones que a todos nos afectan. Este cambio de siglo no sólo es el del conocimiento, la comunicación y la informática, también lo es de la economía en su más amplio sentido.
1.2.3 Economía y psicología: dominios y confluencias
Lo expuesto también afecta a la conducta económica y por consiguiente a la materia que aquí vamos caracterizando. Vamos a incidir en esto ahora, puesto que si es cierto que la economía se ha constituido en una ciencia independiente no lo es menos que, si bien más tarde, ha sucedido algo similar con la psicología. Veremos las contribuciones que la psicología puede hacer a la economía desde la perspectiva del crecimiento y el proceso de especialización que se produce en estas ciencias, a partir del convencimiento de su proximidad y objetivos similares. Lo que permitirá comprender, más adelante, el surgimiento y desarrollo de esta disciplina llamada psicología económica.
De natural el proceso de especialización disciplinar conlleva cierta oposición. Incluso una actitud crítica, tanto en relación a supuestos y teorías anteriores como en lo que se refiere a disciplinas próximas o vecinas. Éste es un proceso bien descrito por la filosofía de la ciencia, al que no queda ajena la economía; ni, por supuesto, la psicología. El resultado, en general y para el crecimiento de la ciencia, estrictamente y mucho mejor dicho de las ciencias, es la aparición de debates y conflictos respecto de los dominios y objetivos de cada una de ellas.
La psicología social ha tenido que abrirse camino dotándose, de similar manera que la economía, de un objeto de estudio y un método riguroso capaz de generar conocimientos sujetos a comprobación y contraste empírico. Más adelante en el capítulo tercero volveremos sobre ello; por el momento baste con indicar que desde finales del siglo XIX, sociólogos y psicólogos vienen poniendo en duda el concepto de hombre económico y los modelos matemáticos que pretenden explicar y prever la conducta resultante.
La consecuencia más destacada para lo que vamos analizando es el debate y los problemas sobre los dominios y las fronteras. Dificultades que se hacen más engorrosas conforme avanza la investigación psicológica y a medida que se van superando los estadios descriptivos y taxonómicos para orientarse hacia las búsqueda de modelos explicativos más consistentes.
Así las cosas, el concepto de frontera disciplinar es cuanto menos restringente. Toda frontera sugiere un límite, lo que a la vez implica limitaciones; es decir, ajustarse al dominio disciplinar. Pero también, para los reduccionistas, excesos, si fuera el caso que, según ellos, se superara cierta barrera disciplinar. Sin embargo, difícilmente se pueden poner inconvenientes a que los especialistas de disciplinas cercanas hagan incursiones en los dominios de las otras. Cuando esto se produce las ciencias suelen acelerar su progreso.
Ciertamente, los mecanismos de préstamo e incorporación de constructos, conceptos, teorías y modelos de unas a otras disciplinas o especialidades es harto frecuente. Y puede que incluso sea indispensable para la génesis y desarrollo de conocimientos originales e innovadores. Como ilustración cabe decir que la civilización china, en su época de máximo explendor, realizó importantes contribuciones al saber humano como, por ejemplo: la pólvora, el sismógrafo, la porcelana, el estribo, el carruaje impulsado por el viento, los tipos móviles para la imprenta, el golf, el cañón, el globo, la función de precisión, la brújula (que, por cierto, señalaba el sur), la imprenta, la vela de popa, el paracaídas, el cuentakilómetros, el timón, el planeador, el lanzallamas, el fuelle de doble pistón, el cohete-misil, el trinquete, el papel moneda, los naipes y la hélice. ¿Cuáles son las razones por las que poseyendo tal cantidad de medios, conocimientos y tecnologías no se desarrollara, tal y como ocurrió en Europa, la Revolución Industrial? Sencillamente, se «cerraron sobre sí mismos», se aislaron. Aquélla fue una sociedad autoritaria y muy jerarquizada. Pero lo fundamental fue consecuencia de lo anterior: los conocimientos no se podían compartir ni intercambiar
En psicología social, por ejemplo, las teorías expresadas por Kurt Lewin utilizan constructos de la física newtoniana. La mejor ilustración de lo expuesto se encuentra en la economía, deudora en alto grado, entre otras, de la filosofía, la historia, el derecho, la sociología, la antropología y la psicología. Afirmación similar se podría hacer de la mayor parte de entre ellas respecto de las otras, pues todas pueden considerarse ciencias sociales.
También, en este sentido, no debería resultar exagerado afirmar que hace mucho tiempo que los economistas han utilizado –y siguen utilizando– constructos e interpretaciones psicológicas en la elaboración de sus teorías y modelos. Desde Adam Smith a John Maynard Keynes o desde Kenneth Boulding hasta Gary Becker, economistas todos ellos sobradamente conocidos, no son pocos los casos ilustrativos que se podrían señalar.
Además de resultar muy llamativo el modo habitual en que se tiende a definir la ciencia económica por sus propios especialistas. Tanto si empleamos la clásica definición formal propuesta por Lionel Robbins, para quien la economía es la «ciencia que estudia el comportamiento humano en tanto que relación entre fines y medios escasos, susceptible de usos alternativos», como si nos basamos en definiciones más sustantivas o materiales, como ejemplo ilustrativo la que en su día propuso Karl Polanyi, quien afirmó que la economía es un «proceso institucionalizado de interacción entre el hombre y su entorno natural y social que permite un abastecimiento en medios materiales que satisfacen necesidades humanas» (las cursivas son nuestras), las relaciones entre economía y psicología deberían ser más que evidentes.
Sin embargo, conviene advertir que hasta muy entrado el siglo XX se han ignorado, con excesiva frecuencia, los resultados de la investigación psicológica por fin estructurada como una ciencia en continuo desarrollo. Conviene decirlo, interesada también por la conducta social y consuetudinaria. Y ello a pesar de que numerosos economistas se sigan inspirado en el hedonismo, como si desde entonces, hacia finales del siglo XVIII, la psicología hubiera permanecido como una ciencia de la conciencia, y no hubiera evolucionado y generado un debate de largo alcance social y científico.
Sólo una ignorancia, puede que en parte justificada por la imagen proyectada por la propia psicología, explicaría el uso que se viene haciendo de conceptos y teorías psicológicas hoy superadas o considerablemente modificadas. Tal es el caso de la persistente utilización de un mecanicismo psicológico en aras a construir esquemas simples y lineales para contrastar modelos de similar naturaleza con el fin de explicar, por ejemplo, la conducta del consumidor. O la larga polémica en el concepto de necesidad plagado de teorías trasnochadas convenientemente engarzadas en lo anterior. O los procesos de elección y riesgo percibo, negociación y conflicto, durante largo tiempo asociados a juegos matemáticos en los que lo cualitativo se diluye oculto por el cálculo. Y así un largo etcétera. No es de extrañar que, en ocasiones, el diálogo entre especialistas, psicólogos y economistas, se haya hecho extremadamente difícil. Más aún cuando casi siempre se espera –cuando se hace– que la interpretación psicológica de la conducta económica no sea más que una disciplina auxiliar de la teoría económica.
Evidentemente, hoy por hoy, esta situación no se puede generalizar. Desde mediados del presente siglo los casos de colaboración entre psicólogos y economistas así como el préstamo recíproco de constructos, teorías y técnicas se han ido consolidando. Bastante revelador resulta el caso de James G. March y de Herbert A. Simon, psicólogo y economista, economista y psicólogo, que en 1958 publicaron conjuntamente un texto de obligada referencia. Su Teoría de la organización denota un claro ejemplo de como la colaboración pluridisciplinar puede dar muy buenos resultados a la hora de abordar un problema común, máxime tras la concesión en 1978 del Premio Nobel de Economía al segundo de ellos. Así lo prueba la abundante utilización de este texto por muy distintos autores. Actualmente es frecuente que los textos de economía se encuentren plagados de citas y referencias que aluden a investigaciones de psicólogos sociales, del trabajo, de las organizaciones o especializados en la conducta del consumidor. Pues como indica Shira Lewin (economista de la universidad de Harvard) «las asunciones de los economistas dependen del reconocimiento psicológico para ser plausibles» (1996:1293).
1.3 La psicología en el contexto de las ciencias económicas
George Katona (1965: 11) dejó escrito que:
Las actitudes de las personas, sus motivos y las referencias obtenidas, componen el conocimiento de su medio ambiente, así como el de su comportamiento. Para comprender los procesos económicos, así como otras manifestaciones de la conducta, deben también estudiarse las variables subjetivas.
Tal afirmación es muy posible que se hiciera para ser leída por economistas. Hoy sigue vigente, pues con ello lo que pretendía su autor era dejar constancia de que el mecanicismo psicológico, excesivamente utilizado en economía, no era suficiente para comprender las «circunstancias objetivas en las cuales las personas se comportan de una manera diferente».
Como ya hemos visto tal argumentación ha ido consolidándose y diseminándose en el contexto de las ciencias económicas, no sin sortear algunos inconvenientes (Rabin, 1998). Por ejemplo, algunos economistas dirán que dado que el uso de construcciones psicológicas no ha cesado durante el desarrollo de la economía ¿para qué, entonces, nuevos conceptos psicológicos si los que hay han consolidado una buena parte de la teoría económica? En tanto que otros podrían decir ¿qué puede lograrse de nuevo relacionando las ciencias económicas con la psicología, al estar ésta orientada a explicar las aberraciones que ocurren a causa de la constitución humana, mediante procedimientos de dudosa validez científica?
Sin embargo, las afirmaciones de Katona van más allá. Son la manifestación de una crítica, una actitud dispuesta al debate y al intercambio de ideas respecto al supuesto de si los seres humanos se comportan mecánicamente. No se trata de valorar nuevas teorías e instrumentos o de relacionar, sobre la base de una gratuita elucubración intelectual, las ciencias económicas con la psicología. De lo que se trata es de comprobar si la hipótesis del mecanicismo es válida y de si sigue siendo útil el concepto de hombre económico. Subsidiariamente, también, valorar las contribuciones que la psicología puede hacer en ese debate académico y científico.
En este sentido conviene precisar que pocos economistas se declararían satisfechos con la idea de que la economía sea sobre todo una ciencia normativa. Razón por la cual cada vez se insiste más en la existencia de otros motivos económicos distintos a los de búsqueda del máximo beneficio. Es decir, se va poniendo en duda el concepto de hombre económico, lo que significa que se manifiestan ciertas dudas al respecto de uno de los grandes principios que ayudó a la constitución de la economía como ciencia, y de la mayor parte de leyes y regularidades que del mismo se derivan. No debe extrañar. Como ya hemos advertido las ciencias evolucionan cambiando la mayor parte de los supuestos que las ayudaron a consolidarse como tales.
Algunos economistas ya han advertido seriamente sobre esta cuestión (Rabin, 1998). El análisis microeconómico parte del supuesto de que los individuos son racionales en sus decisiones, sin que exista unanimidad respecto del significado de esta palabra.
En ocasiones se usa el criterio de los objetivos inmediatos. La elección racional según este criterio se basa en la creencia de que los gustos están determinados exógenamente, por lo que no existe una razón lógica para ponerlos en cuestión. En palabras de Jeremy Bentham «el gusto por la poesía no es menos válido que el gusto por el juego de los alfileres». Lo que explicándolo todo termina por no explicar nada. Así que cuando surgen dificultades, los economistas suelen usar alguna otra versión del criterio de racionalidad como el egoísmo. Pero nuevamente surgen problemas ya que éste no tiene en cuenta «el hecho de que somos personas no sólo hechas de razón sino también de hábitos, pasiones y apetitos» (Frank, 1992: 227).
Resulta muy gratificante que el debate sugerido por Katona haya hecho su camino y que se vaya haciendo cada vez más patente. Porque, efectivamente, la psicología tal y como hoy la conocemos es una disciplina empírica. Capaz de hacer contribuciones valiosas para la comprensión de fenómenos tales como la investigación del proceso de elección racional antes descrito. Su objetivo no es, exclusivamente, obtener leyes generales acerca de la naturaleza humana sino lograr detectar las regularidades que, sujetas a control metodológico, se puedan establecer entre los condicionantes específicos y sus manifestaciones conductuales. Pues la conducta opera en sistemas dinámicos, es flexible y variable, y por tanto, es extremadamente difícil lograr generalizaciones que reproduzcan interrelaciones estables.
En definitiva, los seres humanos somos capaces de utilizar las experiencias pasadas y de desarrollar hábitos, talantes y estilos de vida, disponiendo de un extenso margen de maniobra dentro de los límites fijados por los factores exógenos. El reconocimiento de estos principios, ha suscitado recientemente el interés de algunos economistas (Lewin, 1996; Rabin, 1998), para ir constituyendo lo que Katona denominara una «economía con psicología», en la que se trata de averiguar lo que acontece cuando los ciudadanos adoptan decisiones económicas y se conducen respecto a los bienes materiales. Conductas humanas, al fin y al cabo, que desempeñamos cotidianamente como ciudadanos, consumidores, empresarios, empleados o en la vida pública.
La consecuencia más substancial de lo expuesto (Webley y Walker, 1999) es el progresivo abandono del método apriorístico por el que se establecen las condiciones ideales para ir aproximándose a las reales. Desde este punto de vista, se debería renunciar a contestar a la pregunta ¿cómo deberían comportarse los seres humanos para sacar el máximo beneficio con el mínimo esfuerzo? El nuevo interrogante, desde la perspectiva de una economía con psicología debería ser ¿qué tipos de conducta son las que aparecen y qué clases de decisiones se toman bajo muy diversas condiciones y por distintos grupos de personas?
De responder rigurosamente a este interrogante y sus derivaciones subsecuentes tendría sentido una economía con psicología. Como fuere que lo es, ya se puede ir constituyendo y promoviendo un cuerpo de conocimientos contrastable orientado a explicar la conducta económica. La investigación psicológica de los procesos económicos es posible porque la conducta humana se expresa en forma de regularidades medibles en contextos delimitados. Ya hace tiempo que la evaluación de las diferencias perceptivas, los motivos, los valores, las actitudes y un amplio etcétera de constructos psicológicos son objetivamente evaluables. Y lo que es más, todo ello, a consecuencia de la acelerada progresión de la estadística, del análisis correlacional multivariado y estructural, y del desarrollo de la psicología experimental tras la que es posible llegar a establecer relaciones de causalidad.
1.4 La economía en el contexto de la psicología
Tal parece que la economía sin la psicología no ha podido explicar con eficacia algunos procesos económicos importantes. Pero ¿qué ocurre con una psicología sin economía? Pues más de lo mismo. Cuando desde la psicología se ignoran los procesos económicos y su influencia sobre la conducta social, se pierde la oportunidad de analizar amplia y profundamente algunos de los aspectos más comunes del comportamiento humano.
Esto es, existe una influencia de la conducta de las personas sobre la economía de igual forma que ésta afecta la conducta de los seres humanos. Este doble objeto de análisis, economía con psicología y psicología con economía, se relaciona estrechamente con numerosas parcelas de la vida social y económica, predominando en cuestiones tales como la salud, la compra, el trabajo, el ahorro y la educación. En definitiva, los conocimientos derivados de la psicología económica pueden resultar pertinentes para estudiar, entre otras cosas, el consumo, los procesos de socialización de los niños, las psicopatologías del trabajo, la influencia de la publicidad, las fluctuaciones económicas y su influencia sobre la salud, la conducta prosocial y aún un largo etcétera.
No toda psicología es clínica ni toda psicología clínica lo es de fenómenos psicopatológicos excepcionales. Existe también una psicología de la salud cuyo fin es asegurar una conducta sana, en lo cotidiano y lo social, y que no tiene por qué ser excepcional o basarse exclusivamente en lo patológico. En ella o sobre ella actúan acontecimientos económicos cuyo conocimiento puede ayudar a mejorar su desarrollo. Qué decir de la presión fiscal, el desempleo, las pautas de inversión, las fluctuaciones de la bolsa y el crecimiento de PIB (Producto Interior Bruto), ¿no son éstos índices y datos macroeconómicos que afectan nuestras vidas y que actúan e influyen sobre la conducta de los ciudadanos? La psicología también se construye investigando la conducta más convencional y cotidiana. Aquella que, de una u otra forma, provoca niveles de satisfacción o insatisfacción vital en los seres humanos. Objeto éste –el bienestar– que no puede sustraerse a la investigación e intervención psicológica.
También los psicólogos deberíamos ir tomando cierta distancia del concepto de hombre enfermo (si se nos permite tal acepción sólo para contraponer a la de homo oeconomicus la de homo infirmus: «el que no esta firme»). Demasiado tiempo presente en nuestra manera de abordar la acción psicológica. Nuestro objeto de estudio no es sólo la conducta desajustada sino también la conducta humana en general. Y en ella influyen constantemente los fenómenos económicos.
Bien pudiera argumentarse que la economía y la psicología son disciplinas tan vastas y complejas que un conocimiento apropiado de cada una de ellas podría llevar toda una vida. ¿Podría existir un experto en ambas materias? Es altamente improbable. Apenas es posible dominar algunas cuestiones o especialidades de la economía. Lo mismo ocurre con la psicología.
Sin embargo, los límites y fronteras entre ambas disciplinas son muy ambiguos y arbitrarios. Es un problema del que no está exenta ninguna ciencia social (Gil et al., 2004). Pero, si bien es cierta la improbabilidad de encontrar expertos en ambas disciplinas, sí que es posible que algunas personas puedan estudiar conjuntamente algunos aspectos de la economía y de la psicología en vez de diferentes aspectos de cada campo por separado. No es exagerado suponer que sea posible adquirir una base formativa en ambas materias. Por lo que, consecuentemente, también es viable especializarse en psicología económica.
Éste es el cometido de la psicología económica: adquirir una base de conocimientos estudiando conjuntamente algunos fenómenos de la economía y de la psicología. De igual modo, éste es el objetivo de este texto, que no es un manual en sentido estricto y que ve justificado así su contenido orientado a conceptuar la psicología económica, introduciendo a los estudiantes de psicología en esta materia y por qué no, a todos aquellos que de alguna manera, por su formación o intereses, estén preocupados por estudiar la conducta económica.
ACTIVIDADES
Una lectura sugerente
Esta división del trabajo, que tantas ventajas trae a la sociedad, no es en su origen efecto de una premeditación humana que prevea y se proponga, como intencional, aquella general opulencia que la división dicha ocasiona: es como una consecuencia necesaria, aunque lenta y gradual, de cierta propensión genial del hombre que tiene por objeto una utilidad menos extensiva. La propensión es de negociar, cambiar o permutar una cosa por otra.
No es nuestro propósito inquirir si esta propensión es uno de aquellos principios ocultos de que la naturaleza humana no puede darse, en su línea, ulterior razón, o si es, según parece más probable, una consecuencia de la razón del hombre, de su discurso y de su facultad de hablar. Lo cierto es que es común a todos los hombres y que no se encuentra en los demás animales, los cuales ni conocen, ni pueden tener idea de contrato alguno... El hombre con una razón superior a aquel instinto usa de las mismas artes con sus hermanos, y cuando no halla otro modo de inducirles a obrar conforme a sus intenciones procura granjearles la voluntad por medio de gestiones serviles y lisonjeras. Pero no en todos los tiempos se le ofrecen ocasiones oportunas de hacerlo así. En una sociedad civilizada se ve siempre obligado a la cooperación y concurrencia de la multitud, porque su vida toda apenas puede ser periodo suficiente para granjearse la voluntad de un grupo de personas... Pero el hombre se halla siempre constituido, según la ordinaria providencia, en la necesidad de ayuda de su semejante, suponiendo siempre la del primer Hacedor, y aun aquella ayuda del hombre en vano la esperaría siempre de la pura benevolencia de su prójimo, por lo que la conseguirá con más seguridad interesado en favor suyo el amor propio de los otros, en cuanto a manifestarles que por utilidad de ellos también les pide lo que desea obtener. Cualquiera que en materia de intereses estipula con otro, se propone hacer esto: «dame tu lo que me hace falta, y yo te daré lo que te falta a ti». Ésta es la inteligencia de semejantes compromisos, y éste es el modo de obtener de otra mayor parte en los buenos oficios de que necesita en el comercio de la sociedad civil. No de la benevolencia del carnicero, del vinatero, del panadero, sino de sus miras al interés propio es de quien esperamos y debemos esperar nuestro alimento. No imploramos su humanidad, sino acudimos a su amor propio; nunca les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas. Sólo el mendigo confía toda sus subsistencia principalmente a la benevolencia y compasión de sus conciudadanos, y aun el mendigo no pone en ella toda su confianza. Es cierto que la caridad de un pueblo compasivo le suministra todo el fondo de sus subsistencia, pero aunque este principio sea el que al fin de un análisis le provea de todo lo necesario para la vida, ni se lo suministra ni puede suministrárselo por el orden con que va el pobre necesitándolo. La mayor parte de sus urgencias ocasionales se van remediando por el mismo estilo que las del resto del pueblo, por contrato, por cambio y por compra. Con el dinero que se le da de limosna compra la comida; los vestidos viejos que uno le da los cambia por otros usados también, pero que le vienen mejor, o los da en cambio de albergue, de comida, o de dinero, con el que se habilita para comprar vestido, o para pagar casa en que vivir, según lo exija su necesidad.
Como que la mayor parte de los buenos oficios que de otros recibimos, y que necesitamos, los obtenemos por contrato o por compra, esta misma disposición permutativa es la causa original de la división del trabajo...
La diferencia entre los caracteres más desemejantes, como entre un filósofo y un esportillero, parece proceder no tanto de la naturaleza como del hábito, costumbre o educación. En los primeros períodos de la vida de aquéllos, a los seis o siete años de su edad, serían acaso muy semejantes y ni sus padres ni sus compañeros podrían advertir diferencia alguna notable. Al poco tiempo principiaron a ocuparse en diferentes destinos y entonces principió a formarse idea de la diferencia de talentos, la que fue creciendo por grados hasta que la vanidad del filósofo ni aun quiso que le llamasen semejante. No verificándose la aptitud para el cambio y la venta, cada hombre tendría que granjear por sí y para sí todo lo necesario y útil para su sustento y conveniencia. Todos entonces hubieran tenido las mismas obligaciones que cumplir, idénticas obrar que hacer, y no hubiera habido aquella diferencia de empleos que da motivo ahora para una variedad tan grande de genios y de talentos como se nota en los hombres.
ADAM SMITH (1776): La riqueza de las naciones. Extractos del capítulo II. «Del principio que motiva la división del trabajo» (traducción de José Alonso Ortiz de 1794, Ediciones Orbis, 1983, pp. 56-60).
Cinco preguntas para la reflexión
1. Analice la evolución de las ciencias económicas a partir de la obra de Adam Smith.
2. Comente las circunstancias que contribuyeron al alejamiento de la psicología de las ciencias económicas.
3. Valore las posibles confluencias entre economía y psicología.
4. Considere y comente las potenciales contribuciones que la economía puede hacer a la psicología en general.
5. Valore las dificultades que ha tenido para comprender el presente capítulo y considere las vías y estrategias que puede seguir en el futuro para su superación.
Lecturas de ampliación
ESTEFANÍA, J. (2001): Diccionario de la nueva economía, Madrid, Planeta.
GALBRAITH, J. K. (1991): El profesor de Harvard, Barcelona, Seix y Barral.
HERMIDA, J. M. (1995): Como leer y entender la prensa económica, Madrid, Temas de hoy.
HUMEL, A. (1994): Iniciación a la economía, Madrid, Acento editorial.
MENARD, M. (1994): Diccionario de términos económicos, Madrid, Acento editorial.