Читать книгу Antoine de Saint-Exupéry en la Guerra Civil Española y en Rusia - Tomás Ramírez Ortiz - Страница 7

Introducción

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En Francia se han publicado una infinidad de libros sobre la biografía del eximio escritor Antoine de Saint-Exupéry, gracias al éxito sin parangón alguno que obtuvo a partir de la publicación de su pequeño gran libro El Principito, publicado en los Estados Unidos de América en 1943. Dicho libro es un cuento que ha hecho y hará las delicias de sus lectores, sean estos niños o personas mayores. Esa obrita es, según la UNESCO, la más leída en el mundo después de la Sagrada Biblia; en tercer lugar viene El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, que está muy por encima de todas las demás novelas que se han editado a partir del siglo XVI.

El librito que tiene usted en sus manos amable lector tiene como único fin informarle sobre un asunto que reviste para nosotros, los españoles, un gran interés, pues el esclarecido autor lionés escribió en 1937, unos artículos para dos periódicos franceses que lo contrataron separadamente como corresponsal de la Guerra Civil de España de 1936. El primer viaje lo realizó en un avión pilotado por él y fletado por el diario L’Intransigeant; el segundo, enviado por Paris-Soir, no se dice cómo llegó a Madrid, supongo que también por vía aérea, pues la frontera con Francia estaba cerrada por entonces a causa del conflicto bélico que sufrió nuestra patria.

Quizá pocos españoles sepan que nuestro ínclito aviador Ignacio Hidalgo de Cisneros “ayudó a Saint-Exupéry a pasar la cordillera de los Andes”, cuando la sociedad Lignes Aériennes Latécoère quiso abrir la ruta aérea: Buenos Aires, Mendoza y Santiago de Chile. Instalados ya en América del Sur, fundaron la Aeropostal... Los amigos y camaradas de Saint-Exupéry: Henri Guillaumet y Jean Mermoz, héroes también de la aviación francesa, continuarían después. Ambos también morirían en sendos accidentes aéreos que los precipitó, al Atlántico el segundo y al Mediterráneo el primero... Hidalgo de Cisneros sentía una afectuosa amistad por Saint-Exupéry, como lo confirma la siguiente frase dicha por aquel: “Habíamos simpatizado mucho, yo apreciaba su bondad y su cultura, nos deslumbraba”***1.

Saint-Exupéry amaba mucho a España, gracias a su amigo Guillaumet, que le enseñaba amorosamente la geografía y orografía de nuestra “Piel de Toro”. Además de los viajes que hacía a menudo para ir a África del Norte, instalado en una barraca en Cabo Juby, en el desierto de Sáhara noroccidental.

España, menos dada a ensalzar a sus genios de la pluma, no da muchos lectores y, por ello, tampoco se lee a autores extranjeros traducidos o no. Por esa razón son pocos los que hayan leído toda la obra escrita de Saint-Exupéry, cosa que –quizá– sea un impedimento para comprender la obra literaria que el escritor lionés nos ha legado. Por mi parte ofrezco al amable lector mis trabajos, producto de largas cavilaciones a que me obligaron sus libros. He procurado cumplir con el deseo del autor de El Principito que dice: “no me gusta que se lea mi libro a la ligera”.

Todo lo que ha escrito nuestro ilustre autor con tanto amor, está cargado de tropos, de metáforas, que repite sin cesar tras algo que quiere sea retenido. Por ceñirme solamente a El Principito diré, que es un cuento filosófico que, al igual que las matrioskas, esas muñecas rusas que más allá de su apariencia contienen dentro de sí otra muñeca semejante y esta a otra y la tercera a otra también, y así indefinidamente. Algo parecido es la caja que el aviador dibuja al Hombrecito cuando este le pide un cordero...“que viva muchos años”; el aviador cansado de tanta exigencia le dice: “Esta es la caja, el cordero que tú quieres está dentro”. A lo que el niño responde: “es así como yo lo quería...”.

Así pues, más que un cuento, el libro es una alegoría que encierra personajes y hechos simbólicos que cada lector atento debe descubrir. Este, podrá constatar que, en unas cuantas líneas, ha dejado patente su costumbre de emplear metáforas para designar lo que quiere decir en comparación con lo que relata: una rosa nueva en el jardín; la estrella del pastor; un insecto en el centro de su trampa de seda; un milán inexorable. Estos tropos puede que se les escapen a los lectores distraídos, razón por la cual ha de leerlos con suma atención. De ahí el interés de Saint-Exupéry para se le lea sosegadamente, sin prisas, y zambullirse en la lectura hasta penetrar en ella y que ella nos penetre. De ese modo es como los judíos suelen leer (entre dos) el Talmud. Antoine de Saint-Exupéry no era un escritor al uso en su tiempo. El primer vuelo que hizo en avión, fue invitado por Jules Védrines, (el pionero que voló desde Toulouse a Madrid), a dar un paseo en su aparato al adolescente Roi Soleil o Pique la Lune, por su naricita respingona –como lo conocía su familia–. Quedó tan gratamente impresionado que apenas llegó a su casa todo él alborozado, no pudo reprimirse y plasmó en un papel las impresiones recibidas en forma del siguiente verso:

Las alas temblaban

bajo el soplo de la tarde;

el motor en su canto,

acunaba el alma dormida;

y el sol nos rozaba,

con su pálido color.

Así nació el poeta-aviador Antoine de Saint-Exupéry. Una vez confirmado piloto de aviación, dedicaba el tiempo de ocio que podía gozar, en escribir; y lo hizo porque su vocación literaria nació en él al descubrir, en su primer vuelo, sensaciones nunca antes experimentadas. Al principio escribía sobre la aviación, que era algo tan novedoso como extraordinario. En 1932 le concedieron el prestigioso premio literario Fémina (ocasión que le brindó conocer para siempre el que sería su mejor amigo Léon Werth); pero debido a los ataques que recibía, pronto se quedaría sin saber qué hacer a pesar de su vocación literaria y del premio recibido. Por envidia fue atacado por muchos escritores. En su justo valor lo clasificó André Maurois –y no fue el único– que escribió sobre él las siguientes palabras:

Demasiados escritores, desde hace veinte años, nos han hablado de las flaquezas del hombre. He aquí por fin uno que nos habla de su grandeza.

Saint-Exupéry consideró la idea de abandonar la confección de un nuevo libro. Andaba mal de dinero y se interesó por el cine, sin éxito... No obstante se dejó convencer para dar a la prensa artículos con los que podría solucionar su más que escasa, catastrófica pecunia. La década de los años treinta fue muy dura para nuestro admirado escritor. Empezó a escribir artículos sobre la aviación en diversos periódicos y revistas. Le gustaba tanto escribir como pilotar; pero no llegaría a triunfar como buen piloto. Tuvo muchos accidentes de avión; algunos de ellos provocados por sus torpes desmaños.

Su primer trabajo Piloto de línea apareció publicado el día 26 de octubre de 1932, en el primer número de la revista semanal Marianne, creada por el que llegó a ser uno de los más grandes editores franceses, Gaston Gallimard***2. Durante dos años escribe sobre la aviación y sus experiencias, contando sus aventuras en África y en América del Sur, que fueron publicadas por el susodicho semanario, considerado como “el de la elite intelectual francesa y extranjera”.

En 1935, Saint-Exupéry sufrió, una vez más, grandes dificultades económicas. En la primavera de ese año, su amigo Hervé Mille le propuso ir a Polonia y a Rusia para que enviase reportajes al periódico Paris-Soir, aunque tenía un equipo de periodistas muy bien formados. La propuesta le gustó mucho tanto más cuanto que sentía gran curiosidad y mayor interés sobre el plano económico-social. Pronto se desencantaría al ver que la URSS concedía más predominio a la técnica que al pensamiento; su decepción se confirmaría durante su corta estancia en Moscú. Stalin se comportaba como un zar rojo. Lo único que le marcó dolorosamente fue el sufrimiento de los obreros polacos emigrantes que regresaban a su patria, debido a la crisis económica por la que atravesaba Francia desde 1930. En esas fechas pasó un año entero en Argentina, con la misión de abrir una línea aérea hacia al sur; vuelve a Francia y atraviesa de nuevo por dificultades de dinero.

A partir del año 1935, publica en diversos soportes mediáticos; en la revista Air France, Le Minotaure, L’Intransigeant y Paris-Soir.

Cuando participaba en una expedición aérea, en la que quería batir el record del tiempo entre París-Saigón, el viaje quebrantado por una avería, le obligó a un aterrizaje forzoso en el que hubieran perdido la vida, él y su mecánico Prévot, si no los socorriera un grupo de nómadas saharianos... En enero de 1936, da, en exclusiva, a L’Intrasigeant que publica, bajo el título Vol brisé, Prison de sable (Vuelo quebrantado, Prisión de arena) contando sus vicisitudes, el relato –en primera página– del accidente aéreo que le ocurrió en el desierto de Libia, que retiene el aliento de los lectores (Luc Estang). A raíz del citado accidente, quiere dar término a su libro Terre des hommes (Tierra de los hombres).

En 1936, en el mes de agosto, Saint-Exupéry fue, también como enviado especial, de L’Intransigeant, a Barcelona, donde tomaría notas para varios artículos sobre los acontecimientos luctuosos a raíz de la Guerra Civil de España. Todos iban bajo el título general de España ensangrentada. Dichos artículos no serían publicados hasta su regreso a París, los días 27 y 28 de junio y el 3 de julio de 1937, debido a su imposible posibilidad de dictarlos por teléfono o enviarlos por cualquier otro medio.

A finales de 1936, consagra varios artículos a la memoria de su camarada Jean Mermoz, desaparecido en el Atlántico Sur, a bordo del hidroavión Croix du Sud (nombre tomado de la constelación del hemisferio sur, situada entre el Navío y el Centauro, y que servía de guía o referencia a los pilotos –de avión y barco– europeos que la verían por vez primera).

En 1937, en el mes de junio, Saint-Exupéry viaja de nuevo a España, esta vez a Madrid contratado por el periódico Paris-Soir, como enviado especial. Con este rotativo firmó un contrato para diez artículos, de los que solo se publicarían tres bajo el título La paz en la guerra, (no tengo noticias de las razones de tal incumplimiento). En Madrid, se encuentra con Henri Jeanson, enviado del periódico Le canard enchainé, que les organiza el transporte hacia el frente de Carabanchel.

Ambos informaban al mundo sobre el terrible drama que penó nuestro pueblo a raíz del golpe de Estado de aquellos que helaron el corazón de media España. Saint-Exupéry visitó, tanto en Barcelona como en Madrid, los campos de batalla en el frente republicano y –quizá– por esa razón no le interesaría el debate político, debido a que solamente contactó con los guerrilleros anarquistas y no con gentes más moderadas y menos radicales.

De modo y manera que sus relatos como reportero de guerra, están motivados más por las sensaciones que recibió en vivo y en directo. Por vez primera conoce a una humanidad transformada en masa. Quedó asombrado por la “lógica militar” que sacrifica a los hombres sin razón. Le llama poderosamente la atención el ”heroísmo” –que él detesta–, en los hombres que encuentran su profunda naturaleza confrontada a los peligros de la muerte.

Parece como si le doliera la humanidad, y en ella cada individuo, se conduele por el poco progreso que han hecho los hombres, marcados por el afán de poseer bienes materiales; por imponer, los fuertes, sus ideas...

A su regreso a Francia le publican tres artículos. El del 26 de junio de 1937 está ilustrado con una fotografía de Robert Capa Muerte de un miliciano republicano***3, símbolo de la Guerra Civil de España.

Otros tres artículos titulados ¿La Paz o la Guerra? aparecen en el mes de octubre de 1938. En toda la obra escrita de Saint-Exupéry hallamos una idea repetida constantemente: construir al hombre.

Le indigna la falta de valores espirituales, el egoísmo, la carencia de fraternidad, defectos todos que van adquiriendo la gran mayoría de personas en el transcurso de sus vidas, viendo, desde la niñez, iniquidades y perversiones, que modelarán su ser.

Ese será su verdadero curriculum vitæ. Solo grandes esfuerzos y sacrificios morales podrán hacerles rectificar.

Poca gente es consciente de que lo que prevalece en el hombre son su comportamiento y su actitud frente a su prójimo.

La vida del hombre está plagada de avatares no siempre fastos. La felicidad es un concepto tan raro como efímero, acorde con el entorno ecológico. Esas circunstancias son las que nos moldean. Para nuestra gran desgracia, los humanos –al igual que los demás seres vivientes– formamos parte integrante de la cadena trófica. Las necesidades de uno se satisfacen en detrimento de los demás.

Saint-Exupéry no confiaba para nada en los dirigentes de las potencias que dominaban el mundo de entreguerras.

De nada serviría la nefasta experiencia de la Primera Guerra Mundial, puesto que veinticinco años después volverían todas las Potencias a tropezar en la misma piedra negra.

Nuestro admirado poeta-aviador desconfiaba de la reunión en Munich los días 29 y 30 de septiembre de 1938, entre Daladier por Francia, Chamberlain por el Reino Unido, y Hitler y Mussolini por Alemania e Italia, respectivamente.

Ya por entonces presiente el futuro desastre que va a convertir al mundo en “una nube de cenizas”. Las Potencias mundiales se desentendieron de la Guerra Civil española. Aquellos que contactaron con los gobiernos de España, lo hacían por interés puramente económico más que político. Los unos por venderles carburantes y material bélico, los otros por aviones y soldados y los rusos por cambiar aviones y armamentos por oro (el tan traído y llevado “oro de Moscú”). Desafortunadamente su presentimiento se convertiría en dura y lastimosa realidad. La II Guerra Mundial no tardaría en estallar. Cuando esto ocurrió, probablemente aconsejado por su amigo Léon Werth, judío y comunista, Antoine de Saint-Exupéry se marchó a los Estados Unidos de Norteamérica. Allí se encontraría con avatares más insospechados. En Nueva York se decide en dar forma definitiva a uno de los libros más importantes y famosos de la Historia; El Principito***4.

En los artículos que Saint-Exupéry publicó en la prensa francesa, que he traducido y tiene usted en sus manos, se confirma el afán del poeta-aviador lionés, por depurar los textos sembrándolos de metáforas, que son como guiños que hace al lector para hacerle ver que no le interesan las motivaciones de la guerra, de las guerras, por considerarlas como una enfermedad endémica de la raza humana. El resto de su obra escrita, rezuma amor por el ser humano que ha rodeado su alma con una espesa ganga al modo de las piedras preciosas cuando quedaron dormidas en el seno de la tierra.

Al igual que los grandes iniciados, Saint-Exupéry se preocupa y ocupa por el Hombre, el hombre que está a medio construir, el hombre que tiene a su alma prisionera de un cuerpo en perpetua mutación degenerativa hereditaria, destinado, como todo lo viviente, a desaparecer. Yo no sé si se puede hablar de memoria genética (como la hay olfativa, visual o auditiva y aun colectiva...).

Quizá en Saint-Exupéry prevalezca la memoria atávica del pueblo judío, de donde sus ancestros, a mi entender, proceden. Lo delata su horror a la guerra, a sus horrores, al odio que genera. Su entrañable y único amigo verdadero, Léon Werth, había escrito un libro sobre los poilus: (vellosos)***5, en el que detalla con crudeza los espeluznantes comportamientos de los contendientes, a los que conoció por haber participado en la Primera Gran Guerra. Ese cainismo lo hemos heredado desde hace milenios, con su carga de envidia, de criminalidad y rencor. Esos y el resto de los pecados capitales son los que motivan las guerras, fratricidas o de conquista. Pero lo que más le dolía en el alma eran las matanzas entre hombres. Saint-Exupéry no era un hombre religioso, sensu stricto, pero respetaba mucho la religión, fenómeno que únicamente se da en el ser humano. Y lo que más le marcaría en la Sagrada Biblia (que empezaría a leer a sus diecisiete años, según confía a su madre) era el precepto de obligado cumplimiento: ¡No matarás! (De: 5; 17). No era ateo, pero tampoco practicante de algún credo. Luc Estang dice, con acierto, que es “un cristiano sin cristo”. Odiaba la guerra y menospreciaba a los héroes, que jugaban inútilmente con la vida.

Detestaba a los hombres que mataban como si nada, así como así. Por eso no tomaba partido por nadie, aunque no era apolítico.

En la sensibilidad y pureza de alma que emanaba de su cuerpo grandullón (medía 1,84 m de altura); tenía una voz dulce y suave, que cautivaba a cualquier interlocutor; era un poeta inquieto (llegó a concebir un avión a reacción antes de haberlo visto). Los que lo trataron han dejado dicho que siempre llevaba en las manos algún objeto con el que solía hacer juegos de prestidigitación, con los que sorprendía a sus amigos. En sus artículos aparecidos en los periódicos franceses, a su regreso a Francia, lo que menos le preocupó fue la guerra en sí y lo que más el comportamiento de los hombres que la practican.

Con toda probabilidad, en Madrid, visitaría el Museo del Prado y allí contemplaría en la pintura negra de Goya, el cuadro que representa a dos hombres, metidos hasta la rodilla en el barro, apaleándose sin piedad.

Si, durante la Segunda Guerra Mundial, Saint-Exupéry solicitó un puesto de piloto en el Ejército del Aire aliado, no le motivó otra cosa que el afán de ayudar contra la invasión nazi de su patria y del conflicto mundial que se armó con la ayuda de Italia y Japón. Pero no pilotaba aviones de caza, sino de reconocimiento. Nunca dispararía un arma; la suya era una cámara fotográfica con la que tomaba instantáneas de la situación geográfica de las fuerzas enemigas en los territorios en guerra con el fin de instruir a sus mandos. En uno de esos vuelos perdió la vida.

Era costumbre en Saint-Exupéry escribir letra a letra, como si su musa le dictara. Debió hacerlo con cierta rapidez; era letra menuda, con caracteres finos, de los llamados “pata de mosca”. Corregía muy a menudo sus textos, subsanando, rectificando, depurándolos al máximo. A veces los reducía a más del cincuenta por ciento; le gustaba perfeccionarlos. Alguien lo llamó: “maestro del rodrigón y de la poda”, por su afán de despojar lo que él llamaba “la ganga”, repito. Sintetizaba al máximo sus pensamientos y los solía acompañar de algún tropo para subrayar lo dicho. Siempre mostraba “una preocupación minuciosa de la escritura, el gusto por la sobriedad, la musicalidad de la frase, el equilibrio de los elementos... suprimir una lindeza, es sacrificar las complacencias adolescentes para fundirse en escritor adulto” (P. Bounin, dixit). Sus textos están atiborrados de metáforas, incluyendo los artículos de prensa, como podremos apreciar en los transcritos más adelante... Su cuento El Principito no escaparía a la poda (a mediados del año 2012, se han hallado dos páginas manuscritas, en papel de seda, sobre el cuento, que no fue incluido en él, quizá por la razón que expongo más arriba. Sea como fuere, fueron vendidos en subasta pública y rematados a unos cincuenta mil euros).

El Principito es algo más que un cuento. Es una alegoría pletórica de símbolos (cosa que gustaba sobremanera a Antoine de Saint-Exupéry y que él mismo ha dicho). A mí se me antoja como la caja que el aviador dibujó al principito cuando este insistentemente le pidió que le dibujara “un cordero”. Emilio González Ferrín dice que “El Principito es un libro trampa que algún adulto lograría explicarme algún día”.

El Principito, como alegoría, se me antoja que es, reitero, como las muñecas rusas, de las que solo vemos una. Esa muñeca es también como una metáfora de lo que las cosas guardan en su interior... Así es el ser humano, que guarda en su interior al niño cándido dormido que todos llevamos dentro, y basta con que lo despertemos y le ayudemos a que se construya para que la humanidad tenga otra actitud ante la vida.

Toda la obra escrita de Saint-Exupéry es como el paradigma de sus más íntimos pensamientos. Así nos obliga a introducirnos en sus textos para llegar al meollo del asunto que trata. Así es como el lector atento puede llegar al fondo del pensamiento y de la intención del autor. Y los artículos que entrega a los periódicos no difieren del resto de su obra. Saint-Exupéry sabía de antemano y era consciente que no serían del gusto de los lectores de periódicos, deseosos de hallar en ellos truculentos relatos descarnados sobre los sangrientos crímenes que se producen en las guerras. Solamente le animaba el deseo de dejar constancia de lo absurdas que son las guerras en las que los beligerantes toman actitudes tan crueles como las de los carnívoros depredadores; sobre ese deseo despiadado y vehemente de matar con algún absurdo pretexto. Cuando él lo constató vio con dolor que en la guerra de España, se mata “como quien tala un bosque...”. Su pretexto de establecer un nuevo modo de vida, cuando en realidad lo que hay que hacer es “construir al hombre”, haciéndole encontrar en él mismo los valores que deberían caracterizarlo positivamente, con amor al prójimo en lugar de odio y venganza.

Uno no sabe por qué última razón el gran depredador que es el hombre se comporta casi del mismo modo desde hace casi dos millones de años. En el Paleolítico, el hombre que no era ni ángel ni bestia, inventó el modo de alargar el brazo al atar una piedra a un palo con el fin de poder matar a un animal peligroso para él sin tener necesidad de acercarse demasiado... De ese modo surgen las primeras armas, armas que utilizaría –y utiliza– para matar también a sus semejantes (las armas actuales solo difieren de las prehistóricas en su avanzada tecnología, pero todas son utilizadas con el mismo fin: ¡matar!).

Así, Saint-Exupéry ve la guerra, como un fenómeno atroz que se repite inexorablemente a través del espacio y del tiempo. Siempre es la misma en sus causas y en sus desarrollos; son todas idénticas. Y eso es lo que le aterraba cuando oía el estruendo de los cañones, el silbido de las balas, la destrucción que causaban las bombas en su destino final: la carnicería de los cuerpos humanos destrozados de niños, de jóvenes promesas, de ancianos de todo género y condición con las consecuencias de desolación y sufrimientos. Contrariamente a lo que se dice, la estrategia militar no es un arte; es la acción de las fuerzas militares, políticas, económicas e inmorales que conducen a la exterminación del otro, del prójimo. Y eso, todo eso es lo que aborrece Saint-Exupéry. Y por eso también sus artículos tienen un sabor y un valor bien distinto a los reportajes que solamente muestran los horrores de los que son considerados como enemigos, aunque sean hermanos... Según sea el lector, su filiación o identidad política, se inclinará por un bando u otro y así justifica lo que el suyo hace. Se alegra o se indigna según el derrotero que tome la guerra, y sus víctimas serán para él aguerridos patriotas o miserables enemigos de la patria. La victoria de unos hace la derrota de los otros. Y así nos va... Decididamente lo que Saint-Exupéry quiere lo muestra en sus artículos. Prefiere hablarnos de la condición humana de los contendientes y llega a la conclusión de que la guerra es una locura generalizada, un terrible holocausto humano, un sacrificio inútil que solo traerá dolor y muerte, destrucción, miseria y carencias. Y a tal propósito nos dice también:

[...] el último hombre que quede vivo se cree vencedor cuando en realidad propagará y sembrará la misma simiente de egoísmo, de odio, de envidia, de codicia cuyo fruto será, en sus descendientes otra guerra, más desolación, más aislamiento entre los hombres a medio construir, cuando debería ser lo contrario: tender la mano y abrir los brazos al otro. La victoria será de quien se pudra el último. (TH)

El hombre ha de romper la cadena que le aprisiona, debe liberarse de esa cadena. El hombre no nace bueno ni malo. Simplemente es el producto de su entorno ecológico y familiar; social. El niño, como el paisaje, es fruto de la educación y de las costumbres que observa o es víctima de ellas. El paisaje existe porque el hombre lo hace; las cosas están ahí pero sin más, el hombre es quien lo construye, y es bueno o malo según su comportamiento. Y allí donde no hay sino vacío y sequedad nada bueno puede darse...

Volviendo a su juventud, hasta bien entrados los años veinte del mismo siglo, Saint-Exupéry estaba acostumbrado a llevar una vida sin preocupaciones gracias a las continuas ayudas económicas de su madre. Pero todo se acaba... Al término de esa época, Saint-Exupéry sufre toda clase de vaivenes; su pecunia se resintió al tiempo que sus fracasos por obtener un puesto fijo como aviador. Esas experiencias negativas serían muy dolorosas para él; lo marcarían profundamente. Consiguió ser piloto del ejército pero no triunfó a su gusto. Llegó a trabajar como auxiliar administrativo-contable en una fábrica de cerámica, fue vendedor de camiones (de los que no pudo vender ni uno)... Su fracaso amoroso también lo marcó intensamente... No solía quejarse a nadie; su moral estaba muy baja. El estado depresivo lo condujo, a veces, hasta derrelinquir, al abandono de sí y a la soledad moral más completa (recuérdese que en El Principito lo expresa de este modo: “Así, he vivido solo sin nadie con quien hablar verdaderamente”. Y cuando el hombrecito sintió sed le pide al aviador buscar un pozo en la inmensidad del desierto. Ante la respuesta de la imposibilidad de hallar uno, el niño le dijo: “Siempre creo que estoy en mi casa” (PP).

Cuando después de su grave accidente de aviación en el desierto de Libia, Saint-Exupéry consiguió que lo enviasen al Sáhara para crear una sucursal de la compañía aérea que lo contrató, se quedó en aquellas soledades durante un año, tiempo que le serviría para pergeñar Terre des hommes y plasmar sus inquietudes poético-filosóficas que se hallan con todo detalle reflejadas en su última obra (inconclusa) Citadelle.

Esta nota es una síntesis de la ajetreada, dolorosa y corta vida de Antoine de Saint-Exupéry, un hombre con “inquietud espiritual que no solamente quiere ser amado sino que desea recibir lazos de afectos de un conjunto cultural y en él liberar sus riquezas... todo ello requiere una disciplina salutífera” (M. Quesnel)***6.

Segunda visita de Antoine de Saint-Exupéry a España en guerra, en el año 1937. Tenía compromiso con el periódico L’Intransigeant para unos diez reportajes, pero solamente envió tres, quizá por falta de motivación, cosa que no gustó nada al director de ese rotativo Hervé Mille. Saint-Exupéry se marchó a los Estados Unidos de América. Desde Nueva York quiso abrir una ruta aérea hasta el fin del Cono Sur. Pero sufrió un gravísimo accidente. Apenas repuesto regresó a Francia. Se encuentra de nuevo con serias dificultades económicas. Visita a Hervé Mille al que con insistencia le pide que lo envíe de nuevo a Madrid para otros reportajes. Pero le fue denegado por no haber cumplido con su anterior compromiso con el diario.

Finalmente obtiene satisfacción y regresa a España, por tercera vez, desde donde redacta por teléfono una serie de artículos en octubre y noviembre de 1938, bajo el título genérico de La Paz o la Guerra.


1 Debo algunas notas muy interesantes, sobre Saint-Exupéry, a mi apreciado amigo, el tangerino, aviador y diplomático, Juan María López-Aguilar, hoy tristemente desaparecido. En Mauritania fue Presidente del Club Saint-Exupéry.

2 A este editor, A. de Saint-Exupéry le concedería la exclusiva de publicar, en especial “El Principito” en lengua francesa.

3 Robert Capa es el pseudónimo de Endre Erno Friedmann, excelente fotógrafo, de una familia judía húngara, adinerada. La foto no es una instantánea tomada en el frente de guerra de Cerro Muriano, sino un retrato hecho en un estudio fotográfico, al parecer realizado por, su novia, Gerda Taro, también judía y no menos afamada fotógrafa. Parece ser, que esta murió atropellada por un carro de combate; cuyo conductor no pudo evitarla, en Espejo (Córdoba) (notable por sus minas de sal), el día cinco de septiembre de 1936. Dicha señora podría ser comparada con Zenobia Camprubí, traductora, bilingüe, de las obras de Rabindranath Tagore, que tanto inspiró al poeta onubense. Era esposa –y la “negra”– de Juan Ramón Jiménez. A primeros de 2013 se podría celebrar el centenario de su nacimiento. El soldado era un anarquista llamado Federico García Borrell, al parecer muerto poco tiempo después, que es la figura en la portada de este libro. Robert Capa murió en 1954 al pisar una mina en la guerra de Indochina.

4 De este archifamoso cuento trata mi libro Los símbolos en El Principito.

5 Sobrenombre dado por los franceses a sus compatriotas que lucharon en la Primera Guerra Mundial, 1914-1918. Por extensión hombre fuerte y bravo.

6 In Saint-Exupery visto por sí mismo de Luc. Estang. Edit Novelas y cuentos. Madrid 1971.

Antoine de Saint-Exupéry en la Guerra Civil Española y en Rusia

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