Читать книгу Relación historica de los sucesos de la rebelión de José Gabriel Tupac-Amaru en las provincias del Peru, el año de 1780 - Unknown - Страница 2

RELACION HISTORICA

Оглавление

* * * * *

Aunque las crueles y sangrientas turbaciones, que han excitado y promovido los indios en la provincias de esta América Meridional, han sido la causa total de tantas lamentables desdichas, como se han seguido á sus habitantes, es no obstante preciso confesar que el verdadero y formal orígen de ellas no es otro que la general corrupcion de costumbres, y la suma confianza ó descuido con que hasta ahora se ha vivido en este continente. Así parece se deduce de los propios hechos, y lo persuaden todas sus circunstancias.

De algunos años á esta parte se reconocian en esta misma América muchos de aquellos vicios y desórdenes que son capaces de acarrear la mas grande revolucion á un estado, pues ya no se hallaba entre sus habitadores otra union que la de los bandos y partidos. El bien público era sacrificado á los intereses particulares: la virtud y el respeto á las leyes, no era mas que un nombre vano: la opresion y la inhumanidad no inspiraban ya horror á los mas de los hombres acostumbrados á ver triunfar el delito. Los odios, las perfidias, la usura y la incontinencia representaban en sus correspondientes teatros la mas trágica escena, y perdido el pudor se transgredian las leyes sagradas y civiles con escándalo reprensible.

Tal era el infeliz estado de estas provincias en punto á disciplina, y no mejor el que se manifestaba en órden á la seguridad y defensa de ellas; pues no se encontraban armas, municiones ni otros pertrechos para la guerra, carecian de oficiales y soldados que entendiesen el arte militar: porque, aunque en las capitales de este vasto reino, como son Lima y Buenos Aires, se hallasen buenos é inteligentes, como el fuego de la rebelion se encendió en el centro de las mismas provincias y casi á un mismo tiempo en todas, y la distancia de una á otra capital es mil leguas, cuando menos, no dió lugar á otra cosa que á hacer inevitables los estragos, pues aunque tenian nombrados regimientos de milicias, cuya fuerza se hizo crecer en los estados remitidos á la Corte, se conoció despues que solo existian en la imaginacion del que los formó, tal vez con miras poco decorosas á su alto carácter, por la utilidad que producian los derechos de patentes y otras gabelas.

Los corregidores, poseidos de una ambicion insaciable con cuantiosos é inutiles repartos, cuyo cobro exigian por medio de las mas tiranas egecuciones, con perjuicio de las leyes y de la justicia, se les habia visto en algunas provincias hacer reparto de anteojos, polvos azules, barajas, libritos para la instruccion del egercicio de infanteria, y otros géneros, que lejos de servirles de utilidad, eran gravosos y perjudiciales. Por otra parte se veian tambien hostigados de los curas, no menos crueles que los corregidores para la cobranza de sus obvenciones que aumentaban á lo infinito, inventando nuevas fiestas de santos y costosos guiones con que hacian crecer excesivamente la ganancia temporal: pues si el indio no satisfacia los derechos que adeudaba, se le prendia cuando asistia á la doctrina y á la explicacion del evangelio, y llegaba á tanto la iniquidad, que se le embargaban sus propios hijos, reteniéndolos hasta que se verificaba la entera satisfaccion de la deuda, que regularmente se la habia hecho contraer por fuerza el mismo párroco.

En algunas ocasiones habian manifestado anteriormente los indios estos justos resentimientos, que ocasionaron la alteracion de varias provincias, resistiendo y matando á sus corregidores, como sucedió en la de Yungas de Chulumani, gobernándola el Marques de Villa-hermosa, que se vió precisado, despues de haberle muerto á su dependiente Solascasas, á contenerlos con las armas, á cuyo acto le provocaron. Así tambien en la de Pacajes y Chumbilvicas, en donde quitaron las vidas á sus corregidores, Castillo y Sugastegui, cometiendo otros excesos, que indicaban el vasto proyecto, que con mucho tiempo y precaucion iban meditando, para sacudir el yugo.

Ya fuese fatigados y oprimidos de las extorsiones y violencias que toleraban, ó insultados y conmovidos con un espíritu de sedicion que sembró el reo Tomas Catari, con el especioso pretesto de haber conseguido rebaja de tributos, se alzaron con tan furioso impetu, que en breve espacio de tiempo el incendio abrasó todas las provincias. En el pueblo de Pocoata, provincia de Chayanta, se declaró la sedicion, y dando los indios muerte á muchos españoles, prendieron á su corregidor, D. Joaquin de Alós, que retuvieron en el pueblo de Macha, como en rehenes, para solicitar insolentes la libertad de su caudillo Catari; y como presentándose la necesidad armada en toda la fuerza del poder, es irreparable el daño de la resistencia, fué forzoso que por salvar aquella vida, se libertase del castigo el delincuente Catari, logrando prontamente soltura de la prision en que se hallaba: ya fuese porque en tiempo que el peligro aprieta, la prudencia induce á no detenerse en formalidades, ni aventurar la quietud pública por los escrúpulos de autoridad, ó ya porque, poco acostumbrados los Oidores de Charcas al perdimiento del respeto tenido á sus personas, recelaban pasase adelante el atrevimiento, y se viese disminuida la sumision fastidiosa y excesiva que siempre han pretendido.

Por otra parte, desde los principios del año de 1780 se vieron en todas las ciudades, villas y lugares del Perú, pasquines sediciosos contra los ministros, oficiales y dependientes de rentas, con el pretesto de la aduana y estancos de tabaco. De modo que el vulgo, á quien se atribuyó esta insolencia, se despechó tanto en algunas partes, que hicieron víctima de su furor á algunos inocentes: como en Arequipa, donde perdiendo el respecto á la justicia, saquearon la casa del corregidor D. Baltazar Semanat, le precisaron á ocultarse para salvar su vida, atropellaron las casas destinadas á la recaudacion de estos derechos reales, persiguieron á los administradores, y estuvo la ciudad á pique de perderse: trascendiendo hasta los muchachos el espíritu sedicioso, con juegos tan parecidos á las veras, que habiendo nombrado entre ellos á uno, con el título de aduanero, se enfurecieron despues tanto contra él, que á pedradas acabó su vida, costándole no menos precio el fingido empleo con que le habian condecorado.

Como suelen las enfermedades de la naturaleza, originadas de pequeños principios, llegar al último término, así en las dolencias políticas sucede muchas veces, que nacidas de leves causas, suben á tan alto punto, que es costoso su remedio. Esperimentóse esta verdad en Macha; pues logrando en aquel engañado pueblo, Tomas Catari, todos aquellos rendimientos que son gages de la autoridad, y olvidado del no esperado beneficio de su libertad, dió agigantado vuelto á sus ideas, por la desconcertada fantasia de los indios, graduando la soltura de su caudillo por efecto del temor que habia infundido con sus insolencias; y persuadidos por el nuevo método que se seguia con ellos, no era la piedad la que obraba, para atraerlos suavemente á sus deberes, se creyeron autorizados para egecutar las mas sangrientas crueldades, siendo como consecuencia, se vean estas sinrazones donde no se conoce ni domina la razon.

La Real Audiencia de Charcas, al paso que sentia la conmocion de tantas poblaciones, deseaba con ansia el remedio, pero no acertaba con el oportuno, porque sus miembros, poco acostumbrados á este género de acontecimientos, se mantenian tímidos é irresolutos, sin atreverse á tomar providencia, que cortase en sus principios el peligroso cáncer que amenazaba al reino, haciendo algun castigo que escarmentase á los sediciosos, y arrancase en su nacimiento la raiz de rebelion, que comenzaba á sembrarse: único remedio, cuando ya de nada servia la luchazon de sus personas, que con servil acatamiento se habia venerado hasta entonces. Y desengañados de que eran inutiles en estos casos las fórmulas del derecho y preeminencias de la toga, descendieron con tanto exceso á contemporizar con los rebeldes, franqueándoles el perdon de sus excesos y otras gracias, que no les fué dificultoso conocer que la suma condescendencia de unos ministros, que en las felicidades de su absoluto gobierno habian sido tan engreidos, nacia del terror y confusion en que se hallaban.

Bien convencidos los indios de esta verdad, apenas habia poblaciones de ellos, que no se abrasase en la trágica llama del tumulto, porque á poco despues alborotóse la provincia de Pária, dando en el pueblo de Challapata cruel muerte al corregidor D. Manuel Bodega, egecutándose lo mismo en la de Chichas, Lipes y Carangas, siguiendo el mal ejemplo la de Sicasica, parte de las de Cochabamba, Porco y Pilaya, siendo en todas iguales los excesos, y parecidos los insultos de muertes, robos, ruinas de haciendas, sacrílegas profanaciones de los templos. Y como era uno el principio del desasosiego, reglaban sus movimientos por el teatro de la de Chayanta, donde, despues de muchos tormentos y ultrajes, quitaron la vida á D. Florencio Lupa, cacique del pueblo de Moscani, falleciendo víctima de la lealtad á manos de una plebeya indignacion, la que no satisfaciéndose con juntar la muerte á la ignominia, le cortaron la cabeza, y tuvieron el arrojo de fijarla en las inmediaciones de la Plata, en una cruz, que se nombra Quispichaca, tremolando con esta audacia la bandera de la sedicion.

Este suceso cubrió á la Plata de horror y de susto, temiendo con razon, que estos principios tuviesen consecuencias muy tristes. Fué este dia el 10 de Setiembre de 1780, y como se esparció en la ciudad, que en sus extramuros se hallaba una multitud crecida de indios para invadirla y saquearla, fué notable la confusion que se originó. Presentáronse en la plaza mayor los Ministros de la Real Audiencia, en compañia de su Regente, para dar algunas disposiciones, que en aquella necesidad pudieron graduarse oportunas, para rechazar la invasion del enemigo, y desde aquel momento se empezaron á reglar compañias, alistándose la gente sin excepcion de clases: pero con tal desórden y confusion, que si hubiese sido cierta la noticia, indefectiblemente perece la ciudad á manos de los rebeldes: llegando la turbacion de aquellos togados á tales términos, que uno de ellos pregonaba en persona el ridículo bando de pena de muerte, y 10 años de presidio al que no acudiese á la defensa, y no hallándose el pregonero para hacer igual diligencia con otra providencia, se ofreció el mismo Regente á egecutarlo, añadiendo la circunstancia de que tenia buena voz. ¡O temor de la muerte, cuanto puedes con las almas bajas! pues unos hombres, que poco antes se consideraban poco menos que deidades, les obligas á egercer los oficios mas viles de la república, haciéndose irrisibles de los mismos que los tenian por sagrados.

Aunque el rebelde Catari, desde el pueblo de Macha, aparentaba sumision y respeto á la autoridad de la Real Audiencia, no se ignoraba que secretamente escribia cartas, convocando las provincias para una general sublevacion, coligado con el principal rebelde José Gabriel Tupac-Amaru, indio cacique del pueblo de Tongasuca en la provincia de Tinta, del vireynato de Lima, quien pretendia ser legítimo descendiente de los Incas del Perú.

Este, pues, dió principio á sus bárbaras egecuciones el 4 de Noviembre de 1780, prendiendo á su corregidor, D. Antonio de Arriaga, en un convite que le dió, con el pretexto de que queria celebrar el dia de nuestro Augusto Soberano. Asegurado el tirano de su propio juez, que sorprendió inopinadamente cuando estaba comiendo, publicó se hallaba autorizado con una real Cédula para proceder de aquel modo, y substanciándole la causa en pocos dias, el 10 del propio mes le quitó la vida en una horca, en la plaza pública de su pueblo, y apoderándose de todos sus bienes, pasó á hacer la misma egecucion con el de la provincia de Quispicanchi, que no tuvo efecto por haber huido á la ciudad del Cuzco, á donde llevó la noticia del suceso de Tinta. A contener este alboroto, salieron de aquella ciudad 600 hombres tumultuariamente dispuestos, los mas del pais, y entre ellos algunos europeos y á pocas leguas que anduvieron, avistaron al rebelde en el paraje llamado Sangarara, con un considerable trozo de indios y mestizos de aquella comarca: y como al mismo tiempo esperimentasen una cruel nevada, se refugiaron en la iglesia; y mas poseidos del miedo, que resueltos á acometer al enemigo, le despacharon un emisario que le preguntase cual era su intento, y el motivo que habla tenido para levantar gente y turbar la tierra: y la respuesta fué, que todos los americanos pasasen luego á su campo, donde serian tratados como patriótas, pues solo queria castigar á los europeos ó chapetones, corregidores y aduaneros.

Esta órden, que mandó notificar José Gabriel Tupac-Amaru á los que le habian hecho el mensage, con apercebimiento de no reservar á ninguno de los que la contradigesen, excitó entre ellos una especie de tumulto, y tratando sobre lo que se habia de resolver, fueron unos de parecer que se embistiese al enemigo, y otros que nó; de modo que, divididos en los dictámenes, sintieron bien presto los efectos de la discordia, que paró en herirse reciprocamente. A esta fatalidad sobrevinieron otras, cuales fueron la de haberlos cargado el enemigo, haberse pegado fuego á la pólvora que tenian, y caídoles un lienzo del edificio en que se alojaban: y muertos unos, otros abrasados, y no pocos envueltos en la ruina de la pared, fueron todos consumidos y disipados, y el rebelde se aprovechó de las armas de fuego y blancas, reforzándose con los despojos de sus mismos enemigos.

Tanto cuanto este suceso desgraciado pudo ofrecer de turbacion á la ciudad del Cuzco, tuvo de feliz y ventajoso para Tupac-Amaru, con el cual, dueño de la campaña, la corrió y saqueó, haciendo destrozos en los pueblos, haciendas y obrages de los españoles, y avanzándose hasta la provincia de Lampa, entró en Ayabirí sin oposicion: porque aunque en este pueblo se habian juntado algunos vecinos españoles de aquella y otras provincias comarcanas, conducidos de sus corregidores, al aproximarse al enemigo, tomaron la fuga: con lo que, difundiéndose la confusion, el sobresalto y el temor, y prófugos los curas y corregidores, quedaron abandonados, y á discrecion de los indios, los pueblos y provincias, excepto la de Pancarcolla, en que su corregidor, D. Joaquin Antonio de Orellana, lleno de heróicos sentimientos, formó poco despues el proyecto de mantenerla á costa de su vida, y buscando por asilo la villa de Puno, se fortificó en ella con pocos de los suyos. La desenfrenada codicia de los bárbaros usurpadores los empeñaba en pillarlo todo, sin respetar los templos; en ellos derramaban la sangre humana sin distincion de sexos, ni edades. Pocas veces se habrá visto desolacion tan terrible, ni fuego que con mas rapidez se comunicase á tantas distancias, siendo digno de notar, que en 300 leguas que se cuentan de longitud, desde el Cuzco hasta las fronteras del Tucuman, en que se contienen 24 provincias, en todas prendió casi á un mismo tiempo el fuego de la rebelion, bien que con alguna diferencia en el exceso de las crueldades.

Siguió José Gabriel Tupac-Amaru las huellas de todos los tiranos, y conociendo cuan facilmente se deja arrastrar el populacho de las apariencias con que se le galantea, porque no penetra los arcanos del usurpador, comenzó publicando edictos de las insufribles extorsiones que padecia la nacion, las abultadas pensiones que injustamente toleraba, los agravios que se repetian en las aduanas, y estancos establecidos: que los indios eran víctima de la codicia de los corregidores, quienes buscaban todos los medios de enriquecer, sin reparar en las injusticias y vejaciones que originaban, cuyas modestas quejas, con que muchas veces les representaron sus excesos, no sirviesen de otra cosa que de incitar la ira y la venganza; y en fin que todo era injusticia, tirania y ambicion: que su intento estaba unicamente reducido á buscar el bien de la Patria, con esterminio de los inicuos y ladrones. Así se esplicaba este rebelde, para seducir á los pueblos, engrosando su partido, y con mano armada pasando á los filos de su cólera á cuantos se le oponian, invadió las provincias de Azangaro, Carabaya, Tinta, Calca y Quispicanchi, que por fuerza ó de grado se declararon sus partidarias, á cuyo ejemplo siguieron el mismo rumbo las de Chucuito, Pacajes, Omasuyos, Larecaja, Yungas y parte de las de Misque, Cochabamba y Atacama. Siendo ya general la sublevacion, se experimentaron trágicos ó inauditos sucesos, para cuya descripcion era necesario sudase sangre la pluma, y fuesen los caracteres nuestras lágrimas.

Con los muchos indios que se habian juntado á Tupac-Amaru, y las armas de que ya se habia apoderado, resolvió ir sobre el Cuzco, con el fin de posesionarse de esta ciudad, y logrado su intento, coronarse en ella, por ser la antigua capital del imperio peruano, con todas las solemnidades que imitasen la costumbre de sus antiguos poderes. Se habian acogido á esta poblacion muchos fugitivos de las provincias inmediatas, que atemorizados de los estragos que ocasionaba el tirano, no pensaban sino en salvar sus vidas por aquel medio: y cuando estaban imaginando abandonar la ciudad, y que era en vano intentar resistir al rebelde, lo impidió D. Manuel Villalta, corregidor de Abancay, que habia servido en el real ejército con el grado de Teniente Coronel. Este animoso oficial, despreciando los temores, y con la experiencia de su profesion, levantó aquellos espíritus abatidos, echó mano de las milicias, y ordenó las cosas de manera que dificultasen el proyecto del rebelde: á que contribuyeron mucho los caciques de Tinta y Chicheros, Rozas y Pumacagua, cuya lealtad y la de los Chuquiguancas, brilló como un astro luminoso en medio de la negra oscuridad de la rebelion, ofreciendo en obsequio de su fidelidad el digno sacrificio de algunas vidas de los de sus familias y todas las haciendas que poseian.

Conocido por el tirano lo dificil que le era tomar el Cuzco, desistió del empeño, despues de algunos ataques, en que fué rechazado gloriosamente por sus vecinos, dirigidos y gobernados por Villalta, quien le quitó de las manos una presa con que ya contaba, y perdida aquella esperanza, se contrajo á continuar las correrias y robos contra los españoles. Declarada ya en todas partes la guerra, y las poblaciones y campaña sin resistencia, los que pudieron escapar de los primeros insultos, se refugiaron á las ciudades y villas que les fueron mas inmediatas. En la de Cochabamba solo, de las partes de Yungas (con quienes confina por los valles de Ayopaya), entraron mas de 5,000 personas de ambos sexos y de todas edades, que condujo su corregidor, D. José Albisuri. No porque en los pueblos de españoles faltase la alteracion y recelo que ofrecia el numeroso vulgo, sino porque el riesgo parecia menos egecutivo, aunque diariamente se fijaban pasquines y se oian canciones á favor de Tupac-Amaru, contra los europeos y el gobierno. Agitado el cuidado de los vireyes de Lima y Buenos Aires, los Exmos. Señores, D. Agustin de Jauregui y D. Juan José de Vertiz, pensaron sériamente al remedio de tantos males. El primero dispuso pasase al Cuzco el Visitador General, D. José Antonio Areche, con el mando absoluto de hacienda y guerra, nombrando tambien al Mariscal de Campo, D. José del Valle, Inspector de las tropas de aquel vireinato, al Coronel de Dragones, D. Gabriel de Aviles, y otros oficiales, para que tomasen el mando y direccion de las armas que habian de obrar contra los rebeldes; y el segundo confirmó la eleccion que habia hecho el Presidente de Charcas, del Teniente Coronel D. Ignacio Flores, Gobernador que era de Moxos, declarándole Comandante General de aquellas provincias, y demas que estuviesen alteradas en la jurisdiccion de su mando, con inhibicion de la Real Audiencia de la Plata, concediéndole muchas y amplias facultades, para obrar libremente. Los Oidores, poco conformes con esta disposicion, manifestaron su resentimiento en distintas ocasiones, dificultando las providencias del Comandante, oponiendo obstáculos á sus determinaciones, criticando su conducta de morosa, calumniándole de pusilánime é irresoluto, fundándose en que no tomaba partido con prontitud, y suponiendo que si hubiese obrado con actividad ofensivamente contra los rebeldes, hubiera podido sofocarse con el escarmiento de pocos el atrevimiento de los demas. En cuyas alteraciones y etiquetas, suscitadas indebidamente en tan críticas circunstancias, pasaron algun tiempo: hasta que fué creciendo el cuidado, con motivo de haber mandado la Audiencia secretamente, y sin el conocimiento que le correspondia á Flores, prender al reo Tomas Catari, lo que egecutó D. Manuel Alvarez en el Asiento de Ahullagas, en virtud del auto proveido en acuerdo reservado que se celebró con todo sigilo, atropellando las prudentes disposiciones del Virey, y desairándole cruelmente, porque tal proceder era opuesto á sus providencias y á las facultades que tenia concedidas á aquel Comandante.

Este suceso llenó de regocijo á la ciudad de la Plata, y no fué de poca satisfaccion á sus ministros, porque todos creian que cortada aquella cabeza, pasase la inquietud, y que un hecho de esta naturaleza podia servirles de escudo para cubrirse de sus primeros yerros y desacreditar la conducta del Comandante militar: porque no solo habia concurrido á él, sino que tenia significado, no era conveniente en aquella ocasion, antes bien proponia se empleasen los medios políticos que eran mas oportunos en tan críticas circunstancias, en que se debia sacar todo el partido posible de la autoridad y fuerzas que ya habia adquirido el delincuente, en tanto se acopiaban armas y municiones para resistirle, motivos porque ocultaron su determinacion. Pero á poco tiempo se desapareció aquella alegria, desvaneciéndose sus concebidas esperanzas con las desgraciadas muertes del dicho D. Manuel, y del Justicia Mayor, D. Juan Antonio Acuña, que con una corta escolta conducian preso á aquel rebelde: quienes, viéndose inopinadamente atacados en la cuesta de Chataquilay, y que era muy dificultoso conservar su persona con seguridad, determinaron matarle antes de intentar la resistencia, sin que bastase despues el esfuerzo á salvar ninguno de los que le conducian; creciendo el espanto y susto con haberse acercado inmediatamente los indios agresores á la ciudad para cercarla, campando dos leguas de ella, en los cerros de la Punilla, mas de 7,000, capitaneados por Damaso y Nicolas Catari, hermanos del difunto Santos Achu, Simon Castillo y otros caudillos. Con cuyo hecho desgraciado varió el modo de pensar de la Audiencia, que empleó todos los recursos imaginables para ocultar habia sido suya aquella providencia, significando que Alvarez habia egecutado la prision de motupropio: pero Flores, que no se descuidaba en cubrirse de sus resultas, tuvo modo de conseguir copia de todo lo acordado sobre aquel hecho. Así perpetuamente se eslabonan los fracasos con las dichas, teniendo en continua duda nuestros afectos, para que busquen en su centro la verdadera y estable felicidad.

Aun no bien se supo estaban acampados los indios en aquel cerro, proyectando el asalto de la ciudad, se infundió en todos sus vecinos la generosa resolucion de defenderse, hasta derramar la última gota de sangre: y porque fuesen iguales el valor y la precaucion, ganando los instantes, se colocaron puestos avanzados para observar desde mas cerca los movimientos del enemigo, y cortando las calles con tapias de adobes, que impropiamente han llamado trincheras, se destacaron algunas compañias de milicianos para que guarnecieran sus extramuros. El Regente en una continua agitacion expedia providencia sobre providencia, y los Ministros, disimulando el miedo que los dominaba con el celo y amor al Soberano, se hicieron cargo con las compañias formadas del grémio de abogados, de rondar y patrullar todas las noches, reconociendo las centinelas avanzadas. Pero como todos carecian de los principios del arte de la guerra, servian de confusion mas que de seguridad sus diligencias, que tambien contribuyeren no poco á suscitar nuevas disputas sobre sus pretendidas facultades, y las que tenia el Comandante de las armas. Sin embargo de todo esto, se notaba en los vecinos buena disposicion, por mas que se haya querido disminuir despues, abultando desconfianzas para cubrir la negligencia, y el error de no haber acudido con resolucion y actividad á cegar el manantial de donde nacian estas alteraciones: siendo fácil comprender, que si en sus principios se hubiese obrado con el valor y determinacion que piden semejantes casos, se hubieran evitado tantos estragos, como siguieron, y la muerte de mas de 40,000 personas españolas, y mucho mayor número de indios, que han sido víctimas de estas civiles disenciones.

Insolentes los rebeldes en su campamento, dirigieron á la Real Audiencia algunas cartas llenas de audaces amenazas, pidiendo las cabezas de algunos individuos, y asegurando hacer el uso mas torpe de las mugeres del Regente y algunos Ministros, ofreciendo emplearlas despues en las tareas mas humildes del servicio de sus casas. En esta ocasion fué sospechado cómplice en las turbaciones el cura de la doctrina de Macha, el Dr. D. José Gregorio Merlos, eclesiástico de corrompida y escandalosa conducta, de génio atrevido y desvergonzado, que fué arrestado por el Oidor D. Pedro Cernadas en su misma casa, y depositado en la Recoleta con un par de grillos, y despues en la cárcel pública con todas las precauciones que requerian el delito que se le imputaba, y las continuas instancias que hacian los rebeldes por su libertad, quienes aseguraban entrarian á sacarle de su prision á viva fuerza: cuyo hecho se egecutó tambien sin consentimiento del Comandante militar, aprovechando la Audiencia, para proceder á su captura, del pretesto de hallarse ausente, para un reconocimiento en las inmediaciones de la ciudad. El cuidado se iba aumentando con continuos sobresaltos que ocasionaba la inmediacion de los sediciosos, y aunque no llegaron nunca á formalizar el cerco, se empezaba asentir alguna escasez de víveres, que fué tambien causa de aumentarse las discordias, por la libertad de pareceres para el remedio.

Solicitaron los abogados, unidos con los vecinos, se les diese licencia para acometer al enemigo, pero luego que entendieron que se disgustaba el Comandante por esta proposicion, se apartaron de su intento. El Director de tabacos, D. Francisco de Paula Sanz, sugeto adornado de las mejores circunstancias y calidades, se hallaba en la ciudad casualmente, y de resultas de la comision que estaba á su cargo para el establecimiento de este ramo, movido de su espíritu bizarro, y cansado de las contemplaciones que se usaban con los rebeldes, quizo atacarlos con sus dependientes y algunos vecinos que se le agregaron, y saliendo de la ciudad con este intento, el dia 16 de Febrero de 1781 llegó á las faldas de los cerros de la Punilla, en que estaban alojados los indios, que descendieron inmediatamente á buscarle para presentar el combate, persuadidos de que el poco número que se les oponia, aseguraba de su parte el vencimiento. Cargaron con tanta violencia y multitud aquel pequeño trozo, que se componia de solos 40 hombres, que no bastó el valor para la resistencia, y cediendo al mayor número y á la fuerza, fué preciso pensar en la retirada, en que hubieran perecido todos por el desórden son que la egecutaron, á no haber salido á sostenerlos la compañia de granaderos milicianos, no pudiendo evitar perdiese la vida en la refriega D. Francisco Revilla, y dos granaderos que le acompañaron en su desgraciada suerte: pues aunque despues salió Flores con mayor número de gente, sirvió poco su diligencia, por haber entrado la noche.

El génio dócil y el natural agrado del Director Sanz, acompañados de su generosidad, le hacian muy estimado de todos, menos de Flores, con quien habia tenido algunos disgustos por el diverso modo de pensar. Sanz, todo era fuego para castigar la insolencia de los sediciosos, y Flores, todo circunspeccion y flema en contemplarlos, cuya conducta, mormurada generalmente, ocasionó pasquines denigrantes á su honor, tildándole de cobarde, atreviéndose á decir, era afecto al partido de la rebelion: y llegó á tanto la osadia del público, que expresó sus sentimientos con satíricos versos y groseras significaciones, enviándole á su casa, la misma noche del ataque del 16, una porcion de gallinas, sin saber quien habia sido el autor de este intempestivo regalo. Al siguiente dia se presentaron los vecinos por escrito, manifestando estaban prontos y dispuestos á ir en busca del enemigo. Todos clamaban se anticipaba su última ruina, gritaban descaradamente, que si no se les conducia al ataque, saldrian sin el Comandante: y ya obligado de tantas y tan repetidas eficaces insinuaciones que se aumentaron con el desgraciado suceso del Director, determinó para el 20 del mismo Febrero atacar á los indios de la Punilla. Serian las 12 de aquel dia, cuando se pusieron en marcha nuestras tropas, y llegando al campo se presentó al Comandante un espectáculo agradable, que le anunciaba la victoria, y fué reconocer que un crecido número de mugeres, mezcladas y confundidas entre la tropa, deseaba con ansia entrar en funcion: este raro fenómeno, cuanto lisonjeaba el gusto, arrancó lágrimas de aquel gefe, que egercitó toda su habilidad para disuadirlas se apartasen de tan peligroso empeño, con el cual unicamente habian conseguido ya una gloria inmortal: y aunque se les mitigó el ardor, nunca se pudo lograr se retirasen, y permanecieron en el campo de batalla, ó bien para que su presencia inspirase aliento á los soldados, ó para que sirviesen de socorro en cualquiera infortunio.

Las dos de la tarde serian cuando se tocó á embestir al enemigo, que se hallaba apostado en las alturas de tres montañas ásperas y fragosas, cuya ventaja hacia peligrosa la subida: pero esta dificultad empeñó el valor de los nuestros, que estaban tan deseosos de venir á las manos, y acometiendo con heróico denuedo, sufrieron los indios poco tiempo el asalto, ganando airosamente las cumbres de aquellos empinados cerros, llevándose con los filos de la espada á todos los que no retiró la fuga; dejando en el campo de batalla 400 cadáveres, con poca ó ninguna pérdida de nuestra parte, y de sus resultas libre la ciudad del bloqueo en tan breve espacio de tiempo, que pudo el Comandante General exclamar con Julio Cesar:—Veni, vidi, vinci. Celebróse esta victoria con festivas aclamaciones de Viva el Rey; é iluminándose la ciudad por tres noches, se rindieron al Todo-Poderoso las debidas gracias, manifestándose la alegria con todos aquellas señas con que acredita el amor, la sinceridad del afecto. Este destrozo de los enemigos trajo las mas favorables consecuencias, y hubieran sido mayores si se hubiese adelantado la accion: pues asustada la provincia de Chayanta, depuso toda inquietud, y para comprobar su arrepentimiento, entregó á los principales autores, que fueron Damaso y Nicolas Catari, Santos Hachu, Simon Castillo y otros varios, que todos murieron en tres palos: que así burla la Divina Providencia las esperanzas de los delincuentes, disponiendo caigan á manos de la justicia, cuando se creen mas exentos de su rigor.

Este hecho acredita cuan conveniente era ganar los instantes, y obrar con actividad contra los insurgentes, aprovechando la consternacion en que se hallaban por el dichoso suceso de la Punilla, antes que depusieran su espunto: pues los recelos y desconfianzas del Comandante, y su carácter mas político que militar, le hacian observar una lentitud perjudicial á la causa pública. Y como vacilaba en un mar de dudas, pasó el tiempo en hacer prevenciones, con que disimulaba su manejo, que pudiera haber variado con las repetidas pruebas de fidelidad y bizarria que le tenian dadas los vecinos de la Plata, que justamente se han quejado del concepto que le merecieron, porque consideraba no eran capaces de sostener operaciones ofensivas en campo abierto sin el auxilio de los veteranos que se esperaban: lo que debiera haber tentado sin esta circunstancia, pues algo se ha de aventurar en los casos estremos, en que no se presenta otro recurso. Estas detenciones ocasionaron no pocos males, particularmente en las provincias de Chichas y Lipes, que se sublevaron despues de aquel suceso, porque conocieron la superioridad que tenian, y les manifestaba semejante conducta, y que no eran muy temibles el Comandante y armas que se hallaban en la ciudad de la Plata, cuando aun despues de vencedoras se contentaban con volver á encerrarse en los términos de su recinto, sin pensar al remedio de las calamidades agenas: á que contribuyó tambien el haber seguido el mismo sistema la imperial villa de Potosí, que creyó llenaba so obligacion con poner á cubierto sus preciosas minas.

Cuando estaba para celebrarse en casa del Comandante, D. Ignacio Flores, con un banquete, el buen éxito que tuvo la accion de la Punilla, se recibió la infausta noticia del horroroso hecho acaecido en la villa de Oruro, con lo que se consternaron los ánimos de todos los convidados, y se llenaron de amargura, convirtiéndose en pesar el placer que tenian prevenido. Y como es uno de los acaecimientos mas notables de esta general sublevacion, no podrá ser desagradable se refiera con extension, y con todas las circunstancias que requiere un hecho de esta naturaleza.

El orígen, pues, y las causas de esta funestísima tragedia, fueron haberse divulgado en aquella villa las fatalidades acaecidas en las provincias de Chayanta y Tinta, con un edicto que expidió José Gabriel Tupac-Amaru, en que espresaba todas sus crueles y ambiciosas intenciones: lo que, llegado á noticia del corregidor, D. Ramon de Urrutia, juntamente con los extragos que causaba en las provincias de Lampa y Carabaya, le determinaron á prevenirse para cualquier acontecimiento. Formó compañias de los cholos y vecinos, para disciplinarlas en el manejo de las armas, destinando diferentes sitios para la enseñanza, donde concurrian semanalmente dos veces, y aprendian con gusto la doctrina de sus maestros: algunos desde luego no aprobaron esta diligencia, ó porque eran adictos al principal rebelde Tupac-Amaru, cuya venida deseaban con ansia, ó lo mas cierto, porque eran sus confidentes. Estos tales solamente concurrian á aquel acto para emular á los que enseñaban, que eran europeos, y á formar diferentes críticas sobre sus operaciones, al mismo tiempo que con insolencia fijaban pasquines opuestos á la corona, censurando el gobierno del corregidor y demas jueces. Entre ellos amaneció uno el dia 25 de Diciembre de 1780, en que se anunciaba el asesinato, que despues egecutaron con los europeos, y zaherian la conducta de D. Fernando Gurruchaga, Alcalde ordinario, que acababa aquel año, con dicterios denigrativos á su persona, y de la justicia. Tambien prevenian en él á los individuos del Cabildo, se abstuviesen de elegir Alcaldes europeos, porque si tal sucedia, no durarian ocho dias, porque se sublevarian y serian víctima de su enojo, por ser ladrones: y que para evitar tan funesto suceso, habian de nombrar precisamente de Alcaldes á D. Juan de Dios y á D. Jacinto Rodriguez.

El Corregidor, cuidadoso con estas públicas amenazas, é insolentes pretensiones: obraba vigilante en la averiguacion y pesquiza de los autores, pero por mas exactas diligencias, así judiciales como extrajudiciales que practicó, nunca pudo saber la verdad para castigar á los delincuentes, á fin de mantener á todos con la quietud y buena armonia, á que siempre propendió desde el ingreso á su corregimiento.

Llegado el dia de la eleccion, para el año de 1781, propuso á los vocales nombrasen á sugetos benémeritos y honrados, de buenas costumbres y amantes de la justicia, para que así pudiesen desempeñar con acierto los cargos, con la madurez y juicio que previenen las leyes, y requerian las críticas circunstancias, en que se hallaba el reino. Para este efecto les propuso á D. José Miguel Llano y Valdez, patricio, á D. Joaquin Rubis de Celis, y D. Manuel de Mugrusa, europeos, con la mira de que saliese la vara de la casa de los Rodriguez, que pretendia hacerla hereditaria, y que ni ellos ni ninguno de sus parciales y domésticos, fuese elegido, pues hacian 18 años que estos sugetos estaban posesionados de aquellos empleos, sin permitir jamas que fuesen nombrados otros, por la desmedida ambicion de gobernar que los dominaba: y tambien para evitar las injusticias, estorsiones y violencias, que con título de jueces egecutaban con toda clase de gentes, validos del depotismo sin límite que habian adquirido, con el cual protegian todo género de vicios, de que adolecian sus dependientes y criados.

Trascendida por los Rodriguez esta idea, previnieron algunas alteraciones y diferencias para el dia de la eleccion: no obstante prevalecieron los votos á favor de la justicia, y salieron electos los propuestos por el Corregidor, que aborrecian cruelmente los Rodriguez, por la desemejanza de costumbres y nacimiento: y no podiendo ocultar la ponzoña que encerraban sus corazones, al ver se les habia quitado el mando, que tantos años tenian como usurpado, se quitaron la máscara, para dejarse ver á todas luces sentidos contra él. D. Jacinto estuvo para morirse con lo vómitos que le ocasionó la cólera del desaire, y D. Juan salió de la villa para su ingenio á toda prisa, dejando prevenido en su casa, que ninguno de sus clientes saliese á las corridas de toros, que regularmente celebran los nuevos Alcaldes para festejar al público, ni que á estos se les prestase cosa alguna que pidiesen para los refrescos acostumbrados. En este mismo dia empezó á descubrirse la liga que habia formado con ellos el cura de la iglesia matriz. Sucedió pues, que siendo costumbre de tiempo inmemorial, que acabadas las elecciones, y confirmadas por el corregidor en la casa capitular, pasaba todo el Cabildo á la iglesia mayor á oir la misa de gracias, se dirigieron los Cabildantes á esta pia demostracion, pero estando ya á las puertas de la iglesia, salió al encuentro el sacristan para decirles que no habia misa, porque ninguno habia dado la limosna.

Estaban las cosas en este crítico estado, cuando llegó la noticia de la muerte de Tomas Catari; y creyendo el corregidor de Pária, D. Manuel Bodega, que quitado este sedicioso perturbador de la quietud pública, le seria fácil sugetar la provincia, cobrar los reales tributos y su reparto, determinó ir á ella con armas y gente. Pidió para esto á Urrutia le auxiliase con soldados, que le negó, previniendo no podian resultar buenas consecuencias: pero Bodega mal aconsejado, juntó 50 hombres, pagados á su costa, y emprendió la marcha al pueblo de Challapata, donde él y los mas que le acompañaban, pagaron con la vida su lijera determinacion.

Con este hecho, persuadidos quedaron los indios de Challapata, Condo, Popó y demas pueblos inmediatos, que el corregidor de Oruro habia auxiliado al de Pária con armas y gente para castigarlos, desde aquel dia amenazaban la villa y el corregidor, protestando asolarla, y dar muerte á todos sus habitantes. Agregóse á esto, que un religioso franciscano, llamado Fray Bernardino Gallegos, que á la sazon se hallaba de capellan en los ingenios de D. Juan de Dios Rodriguez, solapando su malicioso designio, decia habia oido, que los indios de Challapata estaban prevenidos para invadir á Oruro, y que el principal motivo que los impelia, era saber que se hacia diariamente egercicio, por lo que consideraba conveniente se suspendiese; pues sin mas diligencia que esta, se sosegarian los ánimos de aquellos rebeldes, porque su resentimiento nacia unicamente de aquella disposicion. El corregidor, ya fué que no dió asenso á los avisos de aquel religioso, ó porque penetrase su interior, no alteró sus providencias, de que nacieron continuos sobresaltos y cuidados: porque, resentido de esto, no cesó de esparcir en adelante funestas noticias, que amenazaban por instantes el insulto ofrecido por los indios circunvecinos. En este conflicto se dudaba el medio que debia elegirse: no habia armas, ni pertrechos; hacíanse cabildos públicos y secretos; nada se resolvia por falta de dinero en la caja de propios, ó por decirlo con mas propiedad, por no haber tal caja, porque hacia muchos años se habia apoderado de su fondo D. Jacinto Rodriguez. Tampoco podia acudirse á las cajas reales, porque lo resistian sus oficiales, alegando no serles facultativo extraer cantidad alguna, sin órden espresa de la superioridad; y por último recurso, se pensó en que los vecinos contribuyesen con algun donativo, que tampoco tuvo efecto, por la suma pobreza en que se hallaban. En estos apuros se manifestó el celo del tesorero D. Salvador Parrilla, dando de contado 2.000 pesos de sus propios intereses, para que se acuartelasen las milicias, y se previniesen municiones de guerra, entre tanto se daba parte á la Audiencia, para que deliberase lo que tuviese por conveniente. Con esta cantidad se dió principio á los preparativos; pusiéronse á sueldo 300 hombres: se nombraron capitanes y demas oficiales, para hacer el servicio: D. Manuel Serrano, formó una compañia de la mas infame chusma del pueblo, y nombró por su teniente á D. Nicolas de Herrera, de génio caviloso, que despues fué uno de los que mas sobresalieron en esta trágica escena.

Acuartelada así la tropa, se suscitaron muchas disenciones por la poca subordinacion de los soldados, la ninguna legalidad en los oficiales para la suministracion del prest señalado, y otros motivos, que se originaban, mas por la disposicion de los ánimos, que por, las fundadas quejas.

El dia 9, á las diez de la noche, salieron del cuartel algunos soldados de la compañia de Serrano, pidiendo á gritos socorro á los demas; y preguntada la causa, respondió en voz alta Sebastian Pagador:—"Amigos, paisanos y compañeros, estad ciertos que se intenta la mas aleve traicion contra nosotros por los chapetones: esta noticia acaba de comunicárseme por mi hija; en ninguna ocasion podemos mejor dar evidentes pruebas de nuestro amor á la patria, sino en esta: no estimemos en nada nuestras vidas, sacrifiquémoslas gustosos en defensa de la libertad, convirtiendo toda la humildad y rendimiento, que hemos tenido con los españoles europeos, en ira y furor, y acabemos de una vez con esta maldita raza." Se esparció inmediatamente por todo el pueblo este razonamiento, y la mocion en que estaban las compañias milicianas, no descuidándose D. Nicolas Herrera en atizar el fuego, contando en todas partes con los colores mas vivos, que su malicioso intento pudo sugerirle, la conjuracion de los europeos.

Sebastian Pagador habia sido muchos años sirviente en las minas de ambos Rodriguez, y en aquella actualidad concurria á ellas por las tardes con D. Jacinto, donde este se ponia ébrio, mal de que adolecia comunmente. Entre otras producciones de la borrachera, salió con el disparate que el corregidor le queria ahorcar, juntamente con sus hermanos, á D. Manuel Herrera y otros vecinos. El calor de la chicha, que tenia alterado á Pagador, le hizo facilitar el asesinato que despues egecutaron, tratándolo con D. Nicolas de Herrera, sugeto muchas veces procesado por ladrón público y salteador de caminos. A este no sola le constaba que muchos de los europeos estaban acaudalados, sino que él y algunos de sus inicuos compañeros vieron depositar muchas barras y zurrones de plata sellada en cara de D. José Endeiza, á quien se le consideraba mas de 50,000 pesos efectivos. Como este sugeto era tan amable, concurrian á su mesa muchos de sus amigos, tambien acaudalados, y acordaron que en tanto se les proporcionaba trasladarse á Potosí, se juntasen todos con sus caudales á vivir en la casa donde se hallaba hospedado. La presa de tan crecido caudal fué el principal orígen de este desgraciado suceso. D. Nicolas Herrera, que deseaba mas que todos llegase el caso de egecutar el saqueo, publicaba en todas partes el razonamiento de Pagador, y continuando sus diligencias, entró en casa de D. Casimiro Delgado, que á la sazon estaba jugando con D. Manuel Amezaga, cura de Challacollo, y con Fray Antonio Lazo, del Orden de San Agustin. Alborotáronse todos con la novedad, y resolvieron ir á avisar á los milicianos la desgracia que los amenazaba: determinacion, á la verdad, impropia de aquellos sugetos, y que tiene muchos visos de sediciosa; porque sin reflexionar en consecuencias pasaron al cuartel, llamaron al capitan D. Bartolomè Menacho y á otros, y les dieron noticia de lo que sabian, haciéndoles la prevencion de que se guardasen. Con esto, y la voz de traicion de parte de los europeos que Herrera habia esparcido por toda la villa, acudian en crecidas tropas al cuartel, las madres, mugeres y hermanas de los que estaban acuartelados: unas llevaban armas para que se defendiesen, y otras con las mas tiernas voces, pedian con lágrimas dejasen aquel recinto. A esto añadian los soldados, incitados por Pagador, se persuadiesen era cierta la conjuracion: los unos afirmaban que el corregidor tenia prevenida una mina para volarlos repentinamente, otros gritaban que no habia que dudar, porque tenia arrimadas escaleras para asaltarlos de improviso por el corral de su casa. Todo era confusion, desórden y alboroto, sin el menor fundamento; porque la malicia de los seductores inventaba estas y otras especias sediciosas para conmover los ánimos. De esta conformidad pasaron aquella noche en continuo sobresalto, y luego que aclaró el dia 10, desampararon el cuartel: unos se dirigieron á sus casas, y otros reunidos por Pagador, se presentaron á D. Jacinto Rodriguez, protestando que como á su Teniente Coronel debian comunicarle lo que se premeditaba contra ellos; que estaban prontos á obedecerle ciegamente, con lo que daban unas pruebas nada equívocas de la subordinacion que le tenian: quien, al oir las quejas, les dijo que no volviesen al cuartel, y quedándose con algunos de mayor confianza, les previno sigilosamente se amotinasen aquella noche, y les advirtió el modo con que lo habian de practicar.

Habia marchado dias antes al pueblo de Challapata Fray Bernardino Gallegos, del Orden de San Francisco, con el pretesto de libertar algunos soldados que llevó D. Manuel de la Bodega, los que se hallaban escondidos en casa del cura; pero su verdadero designio fué el de convocar á los indios para aquel dia. En el mismo distribuyó D. Jacinto á sus negros, y algunos de sus criados por las estancias y pueblos inmediatos, para con la ayuda de estos, doblar sus fuerzas y lograr su intento; montó á caballo, se dirigió al Cerro de las Minas, donde juntó á todos los indios, mulatos y mestizos, que trabajaban en ellas, y les dió la órden de que precisamente bajasen por el Cerro de Conchopata á la villa, luego que anocheciese. Todo se egecutó como estaba prevenido, empezando la bulla de los peones mineros en aquel lugar, á la hora señalada. Para asegurar mejor la accion premeditada, andaba por las calles y plazas un oficial de la compañia de Menacho, llamado D. José Asurdui, publicando era cierta la traicion del corregidor y europeos, con tanto descaro, que, obligó á uno de ellos á reconvenirle, diciéndoles: "Solamente un hombre de poco entendimiento podria proferir este disparate: Vd. se persuade que el corregidor, acompañado unicamente de 30 á 40 europeos, se consideren capaces de resistir y matar á mas de 5,000 hombres que tiene la villa; esto fuera lo mismo que intentar una hormiga hacer frente á un leon." Pero como eran otros los principios de aquel motin, de nada sirvieron estas sólidas razones para contenerle, antes bien se aumentaron los corrillos en las esquinas de las calles y plaza pública, creciendo el cuidado, por haber encontrado un pedazo de carta de Fray Bernardino Gallego, en que avisaba á su hermano, Fray Feliciano, que indefectiblemente la noche del 10 seria invadida la villa por los indios Challapatas, pero que no tuviesen cuidado, que el fin era quitar la vida al corregidor y oficiales reales. Tales indios no parecieron aquella noche, y averiguada la verdad, muchos dias despues se supo no pensaron en venir por entonces, y que solo habia sido ardid para aumentar el temor y la confusion.

A las 4 de la tarde mandó el corregidor tocar llamada, para que las milicias se juntasen; en efecto obedecieron, siendo muy pocos los que hicieron falta; pero con la circunstancia de no querer entrar en el cuartel, y si mantenerse divididos en trozos por las esquinas de la plaza, hablando entre ellos de la supuesta traicion, y lo que habian de practicar; y no descuidándose Pagador en su comision, recordó los hechos de José Gabriel Tupac-Amaru, apoyando su conducta contra el Soberano, las vejaciones que sufrian por el mal gobierno de sus ministros, los insoportables pechos, que con motivo de la guerra con los ingleses, imponian á los pueblos, y otras razones eficaces para conducir los ánimos al fin que se habia propuesto. El corregidor, procuraba reducirlos, ya con suavidad, ya con amenazas; pero nada bastaba, y, solo pudo conseguir le ofreciesen, se mantendrian en la plaza, esperando á los indios que amenazaban invadir la villa aquella noche: y para que no quedase medio que emplear, se convidó á dormir con ellos, y que cuando se verificase la conjuracion de los europeos, sacrificarian primero su vida antes que permitir pereciese ninguno de los soldados. Pero como faltaba ya la razon, y empezaban á descubrir su mala intencion, lejos de producir los buenos efectos que se prometia de esta sumisa oferta, solo sirvió para que se insolentasen mas. Rogábales humildemente, y procuraba disuadirlos de las supuestas quejas con los europeos: decíales que todo era falso é inventado por la malicia de los que les persuadian lo contrario; pero mas irritados con estos medios de suavidad, empezaron á manejar sus hondas, ensayando el modo con que habian de usar de ellas.

Estas son las causas de donde se originó tan cruel rebelion contra la Magestad y los europeos; pero añadiré otra que á mi ver es el principal fundamento de este sangriento suceso. Hacian 10 años, que se esperimentaba un total atraso en las labores de minas; de modo que en la actualidad no habia una sola que llevase formal trabajo, ni pudiese rendir á su dueño lo necesario para su conservacion y giro, siendo lo único que sostenia el vecindario: cuya total decadencia puso á sus mineros en tan lamentable constitucion, que los que se contaban por principales, y en otros tiempos poseian agigantados caudales, como eran los Rodriguez, Herrera, Galleguillos y otros, se hallaban en un estado de inopia, descubiertos en muchos miles, así al Rey, como con otros particulares, sin poderlos pagar, ni seguir el trabajo de sus labores, por falta de medios. Los europeos, que eran los únicos habilitadores, ya no querian suplirles cantidad alguna, y desesperados por no hallar remedio para socorrerse, y chancelar sus deudas, maquinaron esta rebelion, que se hará dudosa á los tiempos venideros, por el conjunto de muertes, robos, sacrilegios, profanaciones y demas crueldades que se egecutaron.

Obligados los milicianos, de las muchas súplicas y persuasiones que se emplearon por varios sugetos, entraron en el cuartel, despues de la oracion del citado dia 10 de Febrero, no para permanecer en él como otras noches, sino solo para engañar á sus capitanes con aquella aparente obediencia, y con la mira de que se les diese el prest que se les tenia asignado. Mientras se les pagaba, se oyeron por las calles y plazas, muchas voces y alaridos de muchachos y demas chusma, quienes despidiendo piedras con las hondas, pusieron al pueblo en bastante consternacion. A este tiempo tocaron entredicho con la campana de la matriz, segun se habia prevenido, para que todos se juntasen al puesto señalado. Practicáronlo así, pero sin poder averiguar quien hubiese tocado, ni con que órden, lo que obligó al corregidor mandase apostar una compañia en cada esquina de la plaza, por si hubiese algun inopinado asalto. Cuando se estaban tomando estas y otras disposiciones para precaverse, se oyó el sonido de diferentes cornetas, que de uno á otro ó estremo se correspondian, para confirmar la entrada de los indios; por lo que se dispuso que algunos saliesen para hacer un reconocimiento, quienes volvieron con la noticia, de que no habia nadie en aquellas inmediaciones, y averiguado el caso, se halló que los que tocaban las cornetas, eran dos negros de D. Jacinto Rodriguez, D. Nicolas de Herrera, é Isidoro Quevedo, para que reunidos con esta novedad los europeos, les fuese mas fácil conseguir su desesperado intento. Asegurados estos, que nada habia que recelar de parte de los indios, se tranquilizaron algo, y entraron á cenar juntos en casa de Endeiza. Pero al primer plato que se puso en la mesa, entró D. José Cayetano de Casas, derramando mucha sangre, de una peligrosa estocada, que le habian dado los criollos, por haber resistido que entrasen por la esquina de la matriz, que estaba guardando con su compañia, y al tiempo que referia su desgracia y aseguraba era cierta la conjuracion de los criollos contra ellos, oyeron que despedian desde la plaza millares de piedras hácia la casa y balcones, y determinados á defenderse hasta el último estremo, tomaron las armas de fuego que tenian, para dispararlas contra los amotinados, y resistir su insulto: pero detúvolos el mismo dueño, D. José de Endeiza, sugeto de vida ejemplar, quien conociendo era inevitable la muerte de todos, les hizo el siguiente razonamiento, lleno del celo cristiano que le animaba. "Ea, amigos y compañeros, no hay remedio, todos morimos, pues se ha verificado ser la sedicion contra nosotros: no tenemos mas delito que el ser europeos, y haber juntado nuestros caudales, para asegurarlos, á vista de los criollos. Cúmplase en todo la voluntad de Dios, no nos falte la confianza de su misericordia, y en ella esperemos el perdon de nuestras culpas: y pues vamos á dar cuenta á tan justo tribunal, no hagamos ninguna muerte, ni llevemos este delito á la presencia de Dios, y así procuren Uds. disparar sus escopetas al aire, y sin pensar en herir á ninguno: quizá conseguiremos con solo el estruendo atemorizarlos, y hacer que huyan." De esta suerte con lágrimas en los ojos, tiraban de la conformidad prevenida, lo que comprueba no haber herido á ninguno de los criollos con mas 200 tiros que dispararon, y aunque despues se quizo asegurar lo contrario, fué una invencion de los autores del motin.

Enfurecidos los tumultuantes, y llenos de rabiosa cólera, unos despedian hondazos contra los balcones, y otros procuraban incendiar la casa. Las mugeres se empleaban en acarrear piedras las mas sólidas y fuertes que encontraban en las minas, cuidando no faltase á los hombres esta provision. Pasaban ya de 4,000 los amotinados, crecia el peligro de los europeos, encerrados en la casa de Endeiza, y se aguardaba por instantes fuesen víctima del populacho. Para evitarlo, salió de la iglesia de la Merced el Señor Sacramentado, cuya diligencia no sirvió de otra cosa que á aumentar el delito de aquellos bárbaros con el mayor sacrilegio: porque desprendidos de toda humanidad, faltaron tambien á la veneracion y respeto debido al Dios de los cielos y tierra, pues no hicieron caso de su presencia real, y continuaron el asalto de la casa. El corregidor, antes que oyese tiro alguno, pasó á casa de D. Manuel de Herrera, y le rogó encarecidamente saliese con él por las calles á apaciguar el tumulto, para ver si con su respeto conseguia lo que no habia podido lograr despues de haber empleado muchos medios; á que le respondió no era ya tiempo, y siguió jugando tranquilamente con el cura de Sorasora, D. Isidoro Velasco, y otros, á quienes interesaba poco la consternacion en que estaba el pueblo. Viéndose el corregidor desengañado, y cerciorado que procuraban quitarle la vida, se vió precisado á emprender la fuga para salvarla, y desde la misma casa de Herrera salió al campo, sin llevar prevencion alguna para el camino, y tomando el de Cochabamba, logró asilarse en la villa, capital de aquella provincia.

Continuaron los amotinados sus diligencias, y para que no desmayasen de la empresa, gritaban algunos por las calles:—"Ea, criollos y criollas, acarreen piedras para matar á los chapetones, pues ellos han sido nuestros enemigos:" y para irritar y conmover los ánimos, decian unas veces "ya le quitaron la cabeza á D. Jacinto Rodriguez:" otros, "han muerto 30 paisanos nuestros." Pero entre ellos quien sobresalia mas que todos era D. Juan Montesinos, que decia á grandes voces:—"Vayan hombres y mugeres á mi casa, y saquen leña y paja para pegar fuego, y acabar con estos traidores chapetones:" lo que practicaran inmediatamente, incendiando los balcones y tienda principal, con lo que, obligados á salir por los tejados aquellos infelices europeos, se pasaron á las casas inmediatas. Luego que lo advirtieron, tomaron todas las avenidas, y no hallando otro recurso que el de salir huyendo por la puerta de la calle: se resolvieron á egecutarlo, pero acometidos de un furioso tropel de criollos, los iban matando así como iban saliendo, hasta dejarlos despedazados é inconocibles. Mientras los unos se ocupaban en estas crueldades, y en quemar la casa, otros juntamente con las mugeres, saqueaban las tiendas y viviendas altas, donde se atesoraron hasta 700,000 pesos de los mismos europeos, y otros que, persuadidos los tendrian seguros, los depositaron en su poder, en las especies de oro, plata sellada, barras, piñas, efectos de Castilla y de la tierra: habiendo ya saqueado antes la tienda de un criollo, llamado Pantaleon Martinez, con el pretexto de que era cómplice en el supuesto intento de los europeos, por cuyo motivo debia perder todos sus haberes, y morir con ellos.

A las cinco de la mañana del dia 11 se veia ya el lamentable espectáculo de muchos muertos, tendidos por las calles, desnudos y tan despedazados, que era preciso examinarlos con gran proligidad para conocerlos. No contentos con esta venganza, los mandaron llevar al sitio afrentoso del rollo, y de allí los pasaron á los umbrales de la cárcel, donde los mantuvieron dos dias, siendo los mas de ellos pasto de los perros. Se comprendieron en esta desgracia, D. José Endeiza, D. Juan Blanco, D. Miguel Salinas, D. Juan Pedro Ximenez, D. Juan Vicente Larran, D. Domingo Pavia, D. Ramon Llano, D. José Cayetano Casas, D. Antonio Sanchez, D. Francisco Palazuelos, otros que no se conocieron, y cinco negros. Siguieron los asesinos llevándose en dia claro los robos que egecutaban, diciendo públicamente lo habian ganado en buena guerra, y que por derecho les tocaba: y dirigiéndose despues á la cárcel, abrieron las puertas, echaron fuera todos los presos, y luego salieron diciendo en altas voces: Viva nuestro Justicia Mayor, D. Jacinto Rodriguez: caminando juntos con grande algazara y alegria, tocando cajas y clarines, lo sacaron de su casa, le hicieron dar vuelta por la plaza mayor, y repitiendo las aclamaciones, lo volvieron á ella, y habiendo subido el cura vicario á los balcones de la casa capitular, á preguntarles qué era lo que solicitaban para sosegarse, respondieron todos á una voz:—Queremos por Justicia Mayor á D. Jacinto Rodriguez, y que el corregidor y demas chapetones salgan luego del lugar, desterrados á vista nuestra.

A las doce del dia empezaron á entrar algunos trozos de indios, tocando sus ruidosas cornetas, y armados de hondas y palos. Con horror de la naturaleza se veia, que despues de rendir la obediencia á D. Jacinto, para asegurarle con sus acostumbradas demostraciones de rendimiento, que eran venidos á defender su vida, cuyas expresiones gratificaba con generosidad, salian corriendo unidos con los criollos á ver los muertos, encarnizándose de modo que descargaban nuevamente su furia contra los cadáveres despedazados, dándoles palos, procurando todos ensangrentar sus manos, y bañarlas en aquella sangre inocente. De allí pasaron á las casas de D. Manuel Herrera, del capitan Menacho, y de su cuñado D. Antonio Quiros, á quienes distinguian con iguales honores. El resto de la tarde lo emplearon en examinar las casas donde presumian habia algun caudal para saquearlas, y en reconocer los lugares mas ocultos, donde sospechaban se hubiese escondido algun europeo, de los que se habian libertado la noche antecedente. Continuaban entrando en tropas los indios, que estaban convocados en las inmediaciones. Venian con banderas blancas, y salian los criollos á recibirlos, dándoles muchos abrazos, y les instaban para que entrasen á la iglesia matriz en busca de los europeos fugitivos, y cuando no pudiesen haberlos á las manos, á lo menos se hiciesen entregar las armas que habian escondido en ella. Consiguieron esto, porque el cura, á fin de que no violasen el sagrado, les entregó varias pistolas y sables; mas no contentos con ellas, pedian otras con insolencia, y no teniendo el cura modo de contentarles, determinó subirse á la cima del rollo á predicar, y darse una disciplina en público: cuyo acto, lejos de enternecerlos, les provocó la risa, é insolentándose mas, le despidieron algunos hondazos, con cuya eficaz insinuacion le hicieron bajar bien á prisa. A este tiempo habia sacado en procesion el Prior de San Agustin, acompañado de las comunidades de San Francisco y de la Merced, la devota efigie del Santo-Cristo de Burgos, llevándole en procesion por las calles, plazas y extramuros de la villa, pero solo le acompañaban las viejas: y sin hacer aprecio ni respetar tan sagrada imagen, se ocupaban los criollos, unidos con los indios, en saquear la casa del corregidor. Y habiéndole suplicada al Padre Prior se dirigiese por la calle del Tambo de Jerusalem, por ver si contenia á los indios que estaban derribando la puerta de la tienda de D. Francisco Resa, lo egecutó, pero nada pudo conseguir, antes si ocasionó que los indios empezasen á declarar su apostasia á la religion católica, que hasta entonces se juzgaba habian profesado: pues dijeron en alta voz, que dicha imagen no suponia mas que cualquiera pedazo de maguey ó pasta, y que como de estos y otros engaños padecian por los pintores.

Ya empezaba á sentirse la consternacion que causaban los indios, que habian entrado en la villa en el espacio de 6 horas, cuyo número pasaba de 4,000, convocados por D. Jacinto Rodriguez y sus parciales: uno de ellos dijo al tiempo de entrar los de Pária, que venian de paz, pues el dia antes habian salido 25 sugetos para detenerlos y estorbar su venida, porque no eran ya necesarios, cuando se habia conseguido el triunfo deseado. Pero la noticia que tuvieron del saqueo y caudal que todavia existia, fué incentivo para que no obedeciesen la órden de retirarse, y se multiplicaron tanto, que se hace increible el excesivo número que andaba por las calles, divididos en tropas, tocando sus cornetas, y despidiendo piedras con las hondas: de suerte que toda la gente de cristiandad y distincion estaba refugiada en los templos, implorando la clemencia del Altísimo, y esperando la muerte por instantes. Durante la noche se ocuparon en saquear las casas y tiendas de los europeos. D. Francisco Rodriguez, el Alcalde, el cura párroco y otros sacerdotes, intentaron el 12 por la mañana contener los robos, que estaban egecutando en la tienda y casa de D. Manuel Bustamante, pero nada pudieron conseguir, porque prorrumpieron en estas voces: "muera el Alcalde, pues supo afrentar á sus paisanos:" á esto siguieron los indios gritando, comuna, comuna

Relación historica de los sucesos de la rebelión de José Gabriel Tupac-Amaru en las provincias del Peru, el año de 1780

Подняться наверх