Читать книгу Amor en exclusiva - Valerie Parv - Страница 6

Capítulo 2

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VAYA –susurró Bethany, apoyándose sobre la encimera. Era una imagen tan encantadora que sus ojos se llenaron de lágrimas.

Pero la niña no era lo único que la emocionaba, tenía que admitir mientras tomaba su café. Nicholas Frakes también ejercía un extraño efecto sobre sus emociones. Cuando había planeado aquella entrevista, no se había imaginado que el hombre al que iba a entrevistar exudaría tal magnetismo animal. Era tan… tan masculino.

En la superficie era todo lo que ella odiaba en un hombre: físicamente imponente, lo que la hacía sentir pequeña y vulnerable; desordenado, cuando a ella le gustaba tener cada cosa en su sitio. Y tan atractivo que podía ser candidato al título de Mister Universo.

Aunque era cierto que Nicholas tenía algunas cualidades que lo redimían. No todos los hombres habrían aceptado la responsabilidad de adoptar a una niña tan pequeña ni se habrían empeñado en cuidarla personalmente. Pero seguía siendo demasiado grande y demasiado desordenado para su gusto y estar a su lado le hacía desear hacer cosas absurdas como cocinar y cuidar de su hija.

¿Qué le estaba pasando?, se preguntaba, sacudiendo la cabeza. Haberse encontrado con Nicholas Frakes cuidando de una niña era algo que no esperaba y había distorsionado su percepción de las cosas. Y también le estaba haciendo olvidar que él había aceptado la entrevista porque no sabía cuál era el tema en el que ella estaba interesada. Nicholas creía que La Casita Del Niño era una revista sobre niños y, cuando se enterase que, en realidad, era para fanáticos de las casas de muñecas, probablemente la echaría de su casa con cajas destempladas.

Aquel pensamiento fue suficiente para que volviera a recuperar la cordura. Hacerle la entrevista a Nicholas sería imposible hasta que él se despertara, así que podría echar una mano mientras tanto. Incluso podría beneficiarla si él decidía echarla de su casa, pensaba mientras se disponía a fregar los platos. Cuando buscaba el cubo de la basura se encontró con dos cestas llenas de ropa sucia y suspiró.

Afortunadamente, no tuvo problema para encontrar el detergente y poner la lavadora. Pero tendría que ponerla tres veces, pensaba mirando en las cestas. ¿Aquel hombre tan famoso no tenía a nadie que limpiara la casa por él?, se preguntaba. ¿O estaría esperando que lo hiciera la modelo con la que vivía un tórrido romance?

Quizá ella era quien lo había convencido de que adoptase a Maree. Quizá le estaba dando a él todo el crédito, pero podría haber sido idea de su novia.

Como para probar su teoría, Bethany encontró una blusa de seda en el fondo de una de las cestas. Tenía que ser de la modelo, que debía estar haciendo una sesión fotográfica en alguna parte, pensaba Bethany, maldiciendo en voz baja por haber sido tan ingenua. Si hubiera usado la cabeza desde el principio, se habría dado cuenta de que un hombre no se acuesta entre sábanas de seda negra si va a dormir solo, reflexionaba mientras cerraba la lavadora de un portazo.

Desgraciadamente, el portazo despertó a la niña y, un segundo más tarde, a Nicholas, que miró alrededor como si estuviera desorientado.

–Debería haberme despertado –sonrió, dejando a la niña sobre su sillita–. Soy yo quien tendría que estar haciendo la colada –añadió, acercándose a ella.

Bethany empezaba a sentir una especie de calorcito por dentro cada vez que el hombre sonreía, mostrando unos dientes perfectos. La diferencia de altura hacía que sus ojos estuvieran a la altura de la boca de Nicholas. Una boca muy deseable… Aquello tenía que terminar de una vez, pensaba Bethany irritada. Nicholas estaba comprometido y ella tenía la evidencia en sus propias manos.

–No la he metido en la lavadora porque es muy delicada –dijo, señalando la blusa–. Me imagino que su novia querrá llevarla a la lavandería.

–No se preocupe por eso –replicó Nicholas, con expresión sombría–. A Lana no le gustaba la vida en el campo y se ha vuelto a Melbourne. No creo que vuelva.

–Ah… lo siento –susurró Bethany, volviendo a colocar la blusa en la cesta. Había dicho que lo sentía, pero no era cierto. Le alegraba que aquella misteriosa Lana hubiera decidido no volver.

–Son cosas que pasan –dijo él, intentando quitarle importancia.

–Claro –asintió Bethany. A él le importaba más de lo que quería admitir, de eso estaba segura. Pero no era asunto suyo en absoluto. Había ido allí para conseguir una entrevista, no para involucrarse en su vida privada.

–Yo terminará de hacer la colada –dijo él, después de observarla en silencio durante un rato–. Ya ha hecho más que suficiente. No sé cómo puedo pagárselo.

–Será suficiente con la entrevista –dijo ella por fin, sabiendo que aquél era el momento de contarle la verdad. Pero no se atrevía a hacerlo. Si él accedía a hablar sobre la casa de muñecas, tendría que ser por propia voluntad, no para devolverle un favor.

–¿Siempre es tan servicial con la gente a la que entrevista? –preguntó Nicholas–. Si lo hubiera sabido, le hubiera pedido que viniera antes y me arreglara toda la casa –sonrió, burlón.

–No, gracias. Tardaría años –contestó ella, recordando el estado en el que se había encontrado su dormitorio.

–Vamos, no es para tanto –rió él–. Bueno, quizá sí, pero tengo que trabajar, además de cuidar de Maree. Usted, como editora de una revista de niños, sabrá mejor que nadie lo exigentes que son los críos.

–Mi revista se llama La Casita Del Niño, pero no es una revista sobre niños, señor Frakes.

–¿No?

–No –contestó ella. Tendría que decirle la verdad en algún momento y aquel era tan bueno como cualquier otro–. La Casita Del Niño es una revista especializada en miniaturas y… casas de muñecas antiguas.

–¿Casas de muñecas? –preguntó él después de unos segundos. Su expresión se había nublado y Bethany se daba cuenta de que el hombre estaba apretando los puños.

–Antiguamente se llamaban «casitas de los niños» y los carpinteros las usaban para mostrar sus trabajos, mucho antes de que se convirtieran en un juguete.

–Entonces, el artículo no es sobre Maree ni sobre la historia de mi familia, ¿es eso lo que quiere decir?

–En cierto modo, sí es sobre su familia. Quiero escribir un artículo sobre la casa de muñecas de la familia Frakes.

–Si sabe que existe la casa de muñecas de mi familia, también debe saber que no estoy interesado en mostrarla al público. Así que su plan para entrar en mi casa haciéndose pasar por lo que no es, no le ha valido para nada –dijo él, irritado.

–Un momento, señor Frakes. Yo le escribí una carta pidiendo una entrevista, pero no mentí en absoluto. Ha sido usted el que ha creído que yo era otra persona.

–De acuerdo. Pues ahora que está aquí, permítame que le diga que no tengo ningún interés en hablar sobre esa casa.

–Podría escribir el artículo sin mencionar su nombre –insistió ella.

–¿Y cómo la llamaría? ¿La casa de muñecas de la familia X?

No podía hacer eso y los dos lo sabían. De modo, que la única salida era retirarse graciosamente. Pero le hubiera gustado poder discutir con él, explicarle lo que quería hacer. No entendía por qué estaba dispuesto a hablar con un periodista sobre su sobrina, pero no sobre una antigüedad que pertenecía a su familia desde varias generaciones atrás.

Y tampoco entendía por qué a ella le importaba tanto. No sólo el artículo, sin el cual su revista tenía pocas posibilidades de sobrevivir, sino la opinión de aquel hombre sobre ella. Le gustaba su forma de mirarla, incluso el entusiasmo que había demostrado por una simple tortilla. Y le gustaba verlo con Maree en sus brazos, pero todo aquello tenía que terminar.

–Gracias por recibirme –dijo por fin–. Y no se moleste en acompañarme –añadió, tomando su bolso. Aquella vez, él no intentó detenerla y Bethany se alegró de encontrar rápidamente la puerta de salida. Cuando estaba acercándose a su coche, aparcado bajo la sombra de un árbol, oyó que la niña empezaba a llorar de nuevo y, aunque su corazón le decía que parase, se obligó a sí misma a seguir caminando.

–Mujeres. No se puede confiar en ellas –decía Nicholas irritado, dándole una patada a un armario–. Seguramente ha creído que después de hacer la colada yo le diría que sí a todo. Pero la hemos tratado como se merecía, ¿verdad, Maree? –preguntó a la niña, que jugaba tranquilamente en su silla. Al oír su nombre, Maree levantó la cabeza, pero al ver la furiosa expresión de su tío empezó a llorar–. Ven aquí, preciosa –dijo, tomándola en brazos–. No estoy enfadado contigo, estoy enfadado con Bethany.

Al oír su nombre, los ojos llenos de lágrimas de la niña se secaron como por arte de magia.

–Ah, ah….

–¿Bethany? ¿Qué quieres decirme, que te gusta Bethany? –preguntó. Cada vez que decía el nombre, la niña balbuceaba alegremente–. Créeme, estamos mejor sin ella. Sólo porque sea muy atractiva… –empezó a decir. Pero se interrumpió a sí mismo, sorprendido. Desde luego, tenía que reconocer que era muy atractiva. No recordaba haber visto antes un cabello tan dorado, como si siempre le estuviera dando la luz del sol. Y también tenía unos ojos bonitos, como el cielo en una tarde de verano. Su voz era inusual, pensaba. Musical, con un registro muy bajo. Y él era un experto en sonidos–. Esa mujer es una manipuladora. Sólo ha sido amable contigo para conseguir la entrevista. Seguro que ni siquiera le gustan los niños –añadió. Pero sabía que no era cierto. Sólo tenía que comparar el comportamiento de Lana con el de ella. Lana cuidaba de la niña a regañadientes y ni siquiera se molestaba en disimularlo. Sin embargo, Bethany no había mostrado ninguna aversión, todo lo contrario. ¿Por qué no le había dicho lo que quería desde el principio?, se preguntaba. Pero sabía bien la respuesta. Si le hubiera dicho en el fax que quería un artículo sobre la casa de muñecas, él ni siquiera se habría molestado en contestar. No quería explicarle cuál era la razón por la que no quería hablar sobre ese asunto, pero tampoco tenía derecho a tratar a Bethany como lo había hecho–. Tienes razón, Maree –le dijo a la niña–. Lo que tenemos que hacer es llamarla para pedirle perdón. Es lo menos que podemos hacer antes de que se marche –añadió. En ese momento, la niña empezó a tirarle del pelo–. De acuerdo, de acuerdo, soy yo el que tiene que pedirle perdón.

Bethany estaba buscando las llaves de su coche cuando oyó las pisadas en el suelo de gravilla. Nicholas se dirigía hacia ella con la niña en brazos y la cara de Maree se iluminó al verla.

–¿Quiere seguir insultándome? –preguntó, desafiante.

–No –contestó el hombre, después de aclararse la garganta–. Sólo quería pedirle disculpas por haberme portado como un idiota.

Aquello era tan inesperado que Bethany se quedó sin palabras por un momento.

–En realidad, usted tiene parte de razón –dijo ella–. Debería haberle dicho qué clase de artículo pensaba escribir.

–Sí, pero eso no justifica mi comportamiento. Estoy agotado, discúlpeme.

–Lo comprendo –sonrió Bethany sin darse cuenta–. Los pequeños necesitan mucha atención.

–Si esa revista suya no es sobre niños, ¿cómo es que sabe tanto sobre ellos?

–Tengo cinco hermanos, cuatro de ellos más pequeños que yo, así que tengo mucha práctica. Además, trabajo por las mañanas en un albergue para niños sin hogar en Melbourne.

Él asintió, como si hubiera esperado aquella respuesta.

–¿Sabes una cosa, Maree? –le dijo a la niña, acariciando sus mejillas–. Eres muy lista –añadió. La niña empezó a balbucear algo, que él pretendía escuchar con mucha atención–. Buena idea. Es justo lo que yo estaba pensando.

–¿Cómo? –preguntó Bethany, divertida.

–Ah, perdón. Estaba consultándole una cosa a mi niña. ¿Sabe que es usted la primera persona, además de mí, que parece gustarle a Maree después de la muerte de sus padres?

Como para darle la razón, la niña estiró sus bracitos hacia ella.

–Ah, ah, ah…

Bethany reaccionó instintivamente, dejando el bolso sobre el capó del coche y alargando los brazos para tomar a Maree en ellos.

–¿Ve lo que quiero decir?

Maree olía a leche y a polvos de talco y Bethany enterró la cara en su cuello para darle un beso. La niña era preciosa, con aquella carita sonriente y regordeta. ¿Cómo podía resistirse?

–Será mejor que me vaya –dijo por fin, devolviéndosela a Nicholas con desgana–. Y gracias por disculparse –añadió, acariciando la carita de la niña–. Adiós, preciosa. Encantada de conocerte.

–No tiene que marcharse –dijo Nicholas de repente.

¿Iba a concederle la entrevista?, se preguntaba, emocionada.

–¿No? –preguntó, sin aliento. ¿Dónde estaba la inteligente y despierta Bethany Dale? ¿Por qué aquel hombre hacía que se quedara sin palabras?, se preguntaba.

–Si sigue queriendo ese artículo, quizá podamos llegar a un acuerdo.

Bethany lo miró con desconfianza. ¿Estaría insinuando que la dejaría escribir el artículo a cambio de que se acostara con él?

–No necesito ese artículo tan desesperadamente.

Él la miró, primero sorprendido y después irritado.

–No estoy hablando de sexo, señorita Dale. Que Lana se haya ido no significa que yo esté desesperado.

–Vaya, muchas gracias –replicó élla, molesta por el comentario.

–No he querido decir que tuviera que estar desesperado para que me gustara usted –corrigió él–. Es usted muy guapa. Lo que quería decir era que me gustaría que se quedase para ayudarme a cuidar de Maree.

La niña volvió a mirar a Nicholas al oír su nombre y Bethany se sintió completamente ridícula. Había creído que él se estaba insinuando y lo único en lo que estaba interesado era en sus habilidades con los niños.

–¿Como niñera? –preguntó, perpleja.

–A cambio, le enseñaré la casa de muñecas y podrá escribir su artículo –contestó él–. ¿Qué creía que iba a proponerle?

–No sé lo que estaba pensando –intentó explicar ella–. Hace un minuto me ha echado de su casa y ahora me propone trabajar para usted como niñera.

–Así es. Quiero que viva con nosotros.

–Es usted un hombre sorprendente –intentó disculparse ella, sintiéndose como una cría.

–¿Le interesa el trabajo?

–No estoy segura –contestó ella. No estaba segura de poder vivir bajo el mismo techo con un hombre que la atraía de forma tan sorprendente. Compartir casa con él sería como jugar con fuego y ella se había quemado anteriormente con Alexander. No necesitaba otro rechazo. No quería darse cuenta de que, mientras ella se sentía afectada por su presencia, él no lo estaba en absoluto.

–Podría tener una habitación con estudio y cocina. Pero tendría que vivir aquí porque la casa está demasiado lejos de Melbourne y yo tengo mucho trabajo. Por supuesto, además de dejarla escribir el artículo, estoy dispuesto a pagar por sus servicios –explicó él, antes de añadir una cantidad que a Bethany le pareció suculenta. El artículo sobre la antigua y misteriosa casa de muñecas de la familia Frakes sería la salvación de su revista y con el dinero que él ofrecía podría cubrir parte de sus deudas, calibraba Bethany–. Sólo será hasta que encuentre a otra persona –añadió él–. Supongo que al albergue de Melbourne no le importará prestármela unos días.

–Ese no es el problema.

–Entonces, ¿cuál es?

El problema era él, se decía a sí misma. Ningún hombre la había excitado tanto como lo hacía Nicholas Frakes. Desde que lo había visto por primera vez, había sentido una atracción irresistible. Si aceptaba trabajar para él y vivir bajo el mismo techo podrían ocurrir dos cosas: que la atracción se hiciera insoportable o que la familiaridad destrozara el hechizo. Sólo había una forma de enterarse.

–Su oferta es atractiva, pero hay que aclarar dos cosas desde el principio. Me encantará cuidar de Maree, pero no soy una criada.

–Muy bien –dijo él–. Contrataré a alguien para que limpie la casa.

–Y no sé cocinar –confesó.

–Pero su tortilla era deliciosa…

–Es lo único que sé hacer, así que si eso me descalifica para el puesto…

–No, no –dijo él rápidamente–. Maree es mi primera preocupación y usted le gusta. Eso es lo más importante. En realidad, yo no soy mal cocinero, así que alternaremos sus tortillas y mis cenas. ¿De acuerdo?

Seguramente, lo que iba a hacer era una locura, pero Bethany se encontró a sí misma sonriendo.

–De acuerdo.

Amor en exclusiva

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