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INTRODUCCIÓN
ОглавлениеEl tratado Perì diaítēs es uno de los escritos más amplios y variados del Corpus Hippocraticum . Hemos preferido traducir su título por Sobre la dieta —en lugar de Acerca del régimen de vida —, porque así conservamos el término griego originario; pero la palabra debe ser tomada en su acepción más amplia: se trata de prescribir un régimen de alimentos y de ejercicios para mantener o recobrar la salud, atendiendo al equilibrio que es la condición indispensable de ésta. Esta obra, dividida por su autor en cuatro libros, representa «la culminación del desarrollo de la teoría dietética en el período clásico», según la expresión de W. D. Smith 1 . Es, desde luego, el escrito más amplio y más sistemático sobre este tema, tan importante dentro de la medicina hipocrática.
Desde sus primeros párrafos el autor se nos presenta como un ecléctico, que conoce y piensa utilizar las obras de otros en la medida en que le parecen válidas, pero reclama para sí una mayor sistematicidad y un enfoque global que se echa de menos en los escritos de sus precursores. Esta visión de conjunto, más clara y completa, es lo que reclama como mérito fundamental de su exposición. Por ello, intenta exponer, en su libro I, una concepción general de la naturaleza humana recurriendo a teorías filosóficas, de acuerdo con un programa que esboza en el capítulo segundo del mismo. En los libros siguientes su escrito cobra un perfil más empírico, al describir los alimentos y ejercicios, pero este afán sistemático de resumir en una exposición completa y orgánica la teoría dietética es lo que da un sello peculiar al tratado. Por otro lado, como se ha señalado repetidamente, caracteriza a este autor la finalidad no sólo terapéutica, sino básicamente profiláctica con la que propone sus tratamientos.
Saber conduce a prever y a proveer, y así por los síntomas puede el terapeuta detectar la evolución de la enfermedad, que surge como desequilibrio, y puede, mediante un régimen dietético que compense los efectos nocivos del mismo, volver al enfermo a su condición saludable natural. Los elementos básicos de esta teoría son muy sencillos: alimentación y ejercicios tienen efectos contrarios; los procesos fundamentales en el cuerpo son los de repleción (plēsmonḗ) y vaciamiento (kénōsis); todo exceso es perjudicial; los alimentos presentan varias dynámeis («cualidades naturales, influencias, efectos») que el buen médico ha de conocer para ponerlas al servicio de su tratamiento. Con una concepción tan sencilla de la enfermedad y el tratamiento, nuestro autor propone un método dietético que no sólo trata de medicar al enfermo, sino de prevenir la enfermedad antes de que ésta se desarrolle. Sus prescripciones se basan en el reconocimiento previo, la prodiágnōsis , y es justamente por ello por lo que se le ha calificado como precursor o fundador de la medicina preventiva.
En su tratamiento, el autor de Sobre la dieta recurre a alimentos naturales y a ejercicios físicos, dosificados y graduados para producir un cambio inverso al del proceso morboso; rehúye la administración de fármacos, y no deja de ser curioso el hecho de que, cuando en algunas pocas ocasiones acude al eléboro, propone, a la vez, como alternativa un tratamiento sin uso de tal droga. Este recurrir a lo natural, evitando la farmacopea, es uno de los rasgos de nuestro autor, cercano probablemente a un paidotríbēs famoso: Heródico de Selimbria. Otro trazo característico es su afición a las teorías de algunos filósofos presocráticos (Anaxágoras, Arquelao, Empédocles, Heráclito, algún pitagórico, acaso Protágoras, etc. 2 ) acerca de la naturaleza humana, y sus aparentemente escasos conocimientos anatómicos concretos —p. ej., esas vagas alusiones a los tres períodoi del interior del cuerpo humano— que parecen limitar su formación y práctica profesional.
A costa de repetir estas líneas, parece interesante recoger el programa que se nos presenta en el cap. 2:
«Afirmo que quien pretende componer acertadamente un escrito sobre la dieta humana debe, antes que nada, reconocer y discernir la naturaleza del hombre en general; conocer de qué partes está compuesto desde su origen, y distinguir de qué elementos está dominado. Pues si no reconoce la composición fundamental, será incapaz de conocer lo que de ella se deriva. Y si no discierne qué es lo dominante en el cuerpo, no será capaz de procurarle lo conveniente al ser humano. Por tanto, eso debe conocerlo el autor de tal escrito y, juntamente con ello, la cualidad de todos los alimentos y las bebidas con las que nos mantenemos, qué propiedad tiene cada uno, tanto si proviene de su misma naturaleza, como si es debida a la ocasión forzada y a la técnica del hombre. Pues es preciso saber cómo hay que disminuir la influencia de las cosas que son fuertes por su naturaleza y cómo hay que potenciar el vigor de las débiles, por medio de la técnica, cuando quiera que se presente el momento oportuno para lo uno y lo otro.
Los que ya conocen lo dicho ahora, todavía no poseen con ello el tratamiento completo para medicar al hombre, ya que no puede el ser humano mantenerse sano sólo comiendo, sino que tiene además que practicar ejercicios. Pues presentan influencias opuestas entre sí comidas y ejercicios, pero se complementan con vistas a la salud. Porque los ejercicios físicos producen naturalmente un gasto de lo acumulado, mientras que los alimentos y bebidas restauran lo vaciado.
Conviene, según está admitido, discernir la influencia de los ejercicios físicos, tanto de los naturales como de los violentos, y cuáles de ellos proporcionan un aumento de las carnes y cuáles una disminución; y no sólo esto, sino además las relaciones convenientes de los ejercicios con respecto a la cantidad de alimentos, la naturaleza de los individuos y las edades de los cuerpos, y su adecuación a las estaciones del año, a las variaciones de los vientos y a las situaciones de las localidades en que se habita, y la constitución del año. Hay que conocer las salidas y las puestas del sol, de modo que se sepa prevenir los cambios y los excesos de las comidas y bebidas, de los vientos, y del universo entero, de todo lo que, ciertamente, les vienen a los seres humanos las enfermedades.»
A lo largo de los tres primeros libros el autor intenta cumplir con ese amplio programa. Comienza, pues, por exponer sus ideas sobre la naturaleza del hombre en general (I, caps. 3-36), tomando como base de su antropología un dualismo sustancial, del fuego y el agua como componentes últimos del organismo, y pasando a tratar de embriología, anatomía, genética, caracterología, con un amplio excursus sobre la doctrina del cuerpo como microcosmos y la curiosa mímēsis que las téchnai realizan inconscientemente de ciertos procesos somáticos 3 . El libro II comienza tratando de las constituciones de los lugares y de los vientos (caps. 37-38), y prosigue con un catálogo de las dynámeis de los alimentos y de los ejercicios (caps. 39-66) desde una perspectiva dietética. También el libro III comienza con una breve digresión, sobre el régimen propio de las distintas épocas del año (cap. 68), y luego expone los tratamientos adecuados en quince casos de enfermedad, basándose en los síntomas y en un diagnóstico previo o prodiágnōsis de la situación, causada por una preponderancia morbosa de los alimentos o de los ejercicios (caps. 69-85). El libro IV (caps. 86-93), bastante más breve que los anteriores, trata de los sueños en cuanto signos premonitores, tekmḗria , de determinados desarreglos corporales.
Como se ve, el plan seguido está de acuerdo con el programa, y en conjunto puede decirse que la composición de la obra revela un notable cuidado en pos del sistema y de la claridad del conjunto. Esta unidad de composición ha sido destacada por H. Diller y R. Joly. Mientras que el primer estudio fundamental sobre el tratado, el de C. Fredrich (Hippokratische Untersuchungen , Berlín, 1899), insistía en las múltiples influencias filosóficas detectables en el texto (sobre todo en el libro I, que tiene, a este respecto, una posición especial), y consideraba a nuestro autor como un «compilador» de opiniones anteriores, H. Diller y R. Joly, por distintos caminos, ya que los estudios de uno y otro aparecieron casi a un mismo tiempo 4 , han insistido en la realización detallada de un plan unitario.
Ya W. Jaeger (en Paideia , II, 1944) señalaba que «el autor es un filósofo y un sistemático, aunque apenas lo caracterizaríamos con justicia calificándolo de simple compilador». Las páginas que Jaeger dedica al examen del tratado 5 son muy interesantes, y significan un avance de la posición mantenida por Fredrich 6 . En nuestro autor encontramos un afán de completar en una síntesis superior los logros de sus predecesores en el estudio de la dietética, como él mismo nos dice; es, mucho más que un compilador, un ecléctico, y no es un mero teórico, sino un tratadista observador y empírico, como muestran muchos detalles de los libros II y III, que sabe concertar sus teorías con la observación de datos y hechos, y al que sería injusto negar una visión cuidada del conjunto de la obra y una cierta originalidad en lo que respecta a su doctrina de la prodiágnōsis , que es precisamente aquello en lo que él mismo insiste como «invención» propia, heúrēma , y una gran dosis de sistematismo en la redacción de su obra. Es, además, un autor muy consciente de su condición de tal, de escritor para un público bastante amplio, y de redactor de un sýngramma , un tratado que se inserta en una tradición, la de los escritos de dietética que pretende coronar. En los caps. 1 y 2 del libro I, aparecen, ocho veces, formas del verbo syngráphō , y esas repeticiones indican esa consciencia del escritor 7 .
Que era alguien instruido en filosofía lo muestran las numerosas influencias que pueden detectarse en el libro I de filósofos anteriores, a veces estilísticas (de Heráclito) y, especialmente, de fondo (sobre todo, de Anaxágoras y Arquelao, pero también de algunos pitagóricos y de Empédocles y de algunos sofistas). Y también lo muestra su programa, que tiene cierta similitud con el que Platón atribuye al propio Hipócrates, en un conocido pasaje del Fedro 8 . Se trata de un escritor ilustrado, más cercano a los ambientes de los filósofos que otros autores del CH , pero a la vez un experto en temas médicos, distinto de los autores criticados por el hipocrático que escribió Sobre la medicina antigua .
Contrasta, en efecto, la generalidad y esquematismo de las teorías expuestas en el libro I sobre la naturaleza del hombre y la constitución del mismo, apuntaladas sobre tesis de algunos presocráticos, con las listas detalladas de alimentos y de ejercicios que encontramos en el libro II 9 . E, incluso, con la cautela que testimonia en el cap. 39, con el que prologa ese catálogo de alimentos, que seguramente está basado en una lista tradicional, como señalan R. Joly y W. D. Smith. «Todos cuantos han intentado expresarse de modo general acerca de la cualidad básica de las cosas dulces o saladas o grasas o sobre alguna otra sustancia del mismo tipo, no andan bien informados. Porque no tienen la misma cualidad unas que otras las cosas dulces, ni las grasientas, ni ninguna de las demás por el estilo. Pues muchas cosas dulces son laxantes, y otras son astringentes, unas desecan y otras humedecen... Así que no es posible acerca de todas en conjunto demostrar que son de tal o cual manera. De cada una en particular yo enseñaré la cualidad que posee.» Y, a continuación, empieza a tratar de los efectos de la cebada, los panes diversos, el ciceón , el trigo, etc., con el mismo sentido crítico con que lo postulaba el autor de Sobre la medicina antigua . A los asertos generales de base filosófica, postulados abstractos de abolengo presocrático, suceden una serie de observaciones basadas, en parte, en la tradición y, en parte, en la experiencia que se refieren a datos muy concretos en la línea de la medicina hipocrática empírica y tradicional. (Una lista de alimentos y sus propiedades que guarda relación con otras que están en otros textos del CH , como Sobre las afecciones o con algunos párrafos del Apéndice a sobre la dieta en las enfermedades agudas ) 10 .
Es difícil precisar la fecha en que se escribió Sobre la dieta . W. Jaeger, que aproximaba su texto a los escritos de Diocles, dice que debió de escribirse bien entrado el s. IV . G. S. Kirk lo cree posterior al 350 a. C 11 . R. Joly prefiere, con buenas razones a nuestro parecer 12 , situarlo hacia el 400 a. C., una fecha ya defendida por C. Fredrich.