Читать книгу Walter Benjamin: fragmento, umbralidad, fantasma - Víctor Guerrero Apráez - Страница 8

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Introducción

La obra de Walter Benjamin no ha cesado de emerger como una estrella errante que, atravesando el panorama intelectual contemporáneo, descoyunta sin cesar sus reparticiones disciplinares y sus cómodas certezas. En el contexto de un mundo académico feudalizado en innúmeras especialidades incapaces con frecuencia de sostener enfrentamientos significativos entre sí, caracterizado además por una extendida resignación a la irrelevancia política de sus propias exigencias y al fatalismo generalizado de la dominación capitalista mundial, la capacidad provocadora de sus reflexiones, la profana iluminación procedente de sus fragmentos, la transgresora aspiración mesiánica nunca abandonada y la genialidad demoledora de los campos académicos consagrados mediante sus heterodoxas aproximaciones interpretativas continúan siendo un poderoso estímulo a cualquier tentativa, tanto para el acercamiento a su obra como para levantar barricadas de resistencia contra los cánones dominantes.

El presente texto constituye un eco indisciplinado del perenne desafío planteado por un pensamiento que se enfrentó con toda consecuencialidad a las seductoras corrientes mistificadoras que surgieron desde el movimiento juvenil y los círculos poéticos en los comienzos mismos de la República de Weimar, donde Benjamin iniciara su propio periplo filosófico, y que hizo de la confrontación teórica con las más brillantes figuras de una época signada por la ruptura de todos los referentes epistémicos de la centuria anterior, así como por la irrupción de las grandes transformaciones políticas y sociales del siglo XX, el dínamo de su propia reflexión.

A diferencia de todos sus colegas generacionales, su trayectoria intelectual nunca encontró el solaz de un campus universitario que lo acogiera, ni de una institución académica que le diera refugio, ni de un partido o asociación que lo reclutara como su ideólogo, pero tampoco de una patria que lo reconociera mínimamente como ciudadano suyo. La recién fundada Universidad de Frankfurt rechazó su proyecto de tesis doctoral calificándola como incomprensible y al autor como un inepto para aspirar al papel de guía profesoral sobre las futuras generaciones estudiantiles; los círculos académicos siempre encontraron, en su acerbo rechazo de toda contemporización intelectual con sus correspondientes premisas, un molesto antagonista; ni el comunismo ni el sionismo fueron opciones consideradas siquiera mínimamente plausibles de acomodación militante; la Alemania imperial lo catalogó como un súbdito de segunda categoría dado su origen judío; la Alemania nacionalsocialista lo despojó de su nacionalidad mientras que la Francia de la Tercera República engavetó su solicitud de naturalización ad calendas grecas; y Palestina, a donde se dirigía la emigración de los judíos europeos, incluido el más cercano de sus pocos amigos, le pareció anticipadamente un callejón sin salida, a cuyas promesas reterritorializadoras era preferible rehusarse.

Apatridia, exilio, emigración, dos fugas angustiosas ante las garras del nazismo que lo persiguió con nombre propio —la primera en enero de 1933, desde Berlín, al día siguiente de la ascensión de Hitler al poder y en octubre de 1940 la segunda, desde París, ante el inicio de la invasión a Francia—, nomadismo incesante entre fronteras, pero no menos entre las ciudades alemanas, los mismos distritos berlineses y los arrondissements parisinos, fueron la signatura de su vida. En el plano intelectual, que guarda una estremecedora correspondencia con aquella, su obra bebió de todas las fuentes a las que su insaciable curiosidad lo llevara con un olímpico desprecio de las reparticiones disciplinares y las jerarquías temáticas, y se midió con todas las construcciones teóricas de alguna relevancia, en una dialéctica infatigable de asimilación y superación extrema.

En tal constelación existencial fue filólogo, historiador, filósofo, esteta, poeta, crítico literario, periodista, librero, traductor, coleccionista, anticuario, grafólogo, libretista radiofónico, viajero, flâneur, argonauta mediterráneo y báltico, ensayista, corresponsal obsesivo, y en esta caleidoscópica disposición cada oficio fue ejercido con tal pasión y radicalidad como para impedir disociar el saber propio de todos ellos en la composición de sus escritos. Lo extremo de su apuesta intelectual y vital, al igual que su indeclinable creencia en la emancipación como modalidad secular de la apocatástasis, le confieren a su obra un impulso y una fuerza que el fracaso de las revoluciones, el derrumbe de las utopías y el subsecuente reinado del consenso neoliberal en el curso del largo siglo XX no han conseguido domesticar y a la que los seis capítulos de este libro intentan ser fieles en medio de la diversidad de sus temáticas.

En el capítulo I se efectúa una lectura de las correspondencias y complementariedades entre dos textos que hasta ahora no se habían puesto en relación: los juveniles ensayos escritos respectivamente en 1920 y 1940 por un Walter Benjamin y un Gilles Deleuze veinteañeros. Por un lado Capitalismo como religión y del otro Cristo y la burguesía, en los cuales la atrevida exploración del carácter cultual de la religión cristiana y la interioridad de la culpa, metódicamente labrados en la fragua milenaria de la maquinaria teológica para el moldeo de cuerpos y conciencias, revelan la inusitada confluencia seminal de dos obras filosóficas que a pesar de sus inmensas diferencias compartieron toda una pléyade de afinidades electivas políticas y filosóficas: su negativa a capitular ante los poderes, su instintivo desprecio de las guerras justas, su profunda admiración por el barroco, su predilección por los pliegues y umbrales como mecanismos de cuartear las distribuciones convencionales, al igual que sus lúcidas contribuciones interpretativas sobre la fotografía y el cine, haciendo de la estética un campo inescindible de la filosofía.

El capítulo II se ocupa de la común aproximación efectuada por Walter Benjamin y Carl Schmitt en relación con el temprano Romanticismo alemán, situándola como el primer frente donde los dos quizá más influyentes autores originarios de la atmósfera intelectual de Weimar habrían de cruzarse en un entramado muy denso, compuesto por estratégicas proximidades y hondísimas diferencias. El revolucionario mesiánico y el contrarrevolucionario apocalíptico encontraron en ese pensamiento de crisis surgido entre las épocas del Clasicismo y la modernidad, en el despunte del siglo precedente, así como desgarrado entre los abismos de la Revolución y las certezas de la Restauración, una cesura que merecía la pena escudriñarse. Mientras que el primero encontraría en los románticos un impulso al que siempre permanecería de alguna manera fiel, haciendo de las contribuciones románticas de la ironía, el fragmento y la incomprensibilidad elementos de su propia obra, Schmitt, desde una óptica y sensibilidad completamente opuestas, hallaría en ellos uno de sus tantos blancos de crítica implacable, considerándolos como un desgraciado episodio de la historia política e intelectual solo comparable al protestantismo y la misma Revolución francesa. Desde la atalaya de este precoz y primerizo encuentro resulta posible calibrar el profundo sentido dramático de los posteriores entrecruzamientos ocurridos entre ambos, como la carta elogiosa que Benjamin le dirigiera a Schmitt, las anotaciones de su diario respecto de este y la tardía obra del jurista sobre la figura de Hamlet, donde por primera y única vez lo citaría de manera póstuma.

El capítulo III es una glosa al texto reputado como el más esotérico, abstruso y difícilmente inteligible de los que Benjamin escribiera: el prólogo a su fracasada tesis doctoral, El origen del drama barroco alemán. La desmesura filosófica de este, su liquidación de los marcos teóricos vigentes en la época, su provocadora inspiración neoplatónica, la audacia de los conceptos acuñados, la innovadora lectura de un género considerado hasta entonces no solo como inferior, sino incluso despreciable y el anarquismo coronado de las múltiples líneas de fuga esbozadas convierten este proemio en uno de los más fascinantes documentos en la historia intelectual europea. No solo era la deliberada y consciente quema de naves de todo auspicio a una probable carrera profesoral, que le hubiese deparado una modesta seguridad en medio de la lacerante incertidumbre económica del país, sino la bofetada más sonora que quizá jamás se haya propinado al sistema universitario reputado como el ejemplo mundial. Los estudiosos de Benjamin a ambos lados del Atlántico han minimizado el alcance de lo que estuvo en juego en esta radical puesta en cuestión de la academia profesoral, justamente en el rechazo al aspirante a formar parte de su selecta membresía. El concepto evaluador negativo del profesor Hans Cornelius a la tesis del estudiante fue el equivalente anticipado de la encomendada detención y confiscación de sus archivos, que la Gestapo intentara en su contra escasos años después, la cual solo resultó infructuosa gracias a la presteza de la huida emprendida. En este sentido, su enfrentamiento con el nazismo había comenzado cuando este último era apenas un marginal grupúsculo político que husmeaba en las cloacas periodísticas y folletinescas alemanas a la búsqueda de despojos míticos y místicas fraudulentas que pudieran servir de ropaje a sus abyectas maquinaciones. Lo adicionalmente perturbador del rechazo académico lo constituyó la circunstancia de haber sido Max Horkheimer, su futuro patrón en el Instituto de Investigación Social y corresponsal amigo, quien sirviera en calidad de doctorando, bajo la tutela de Cornelius, como garante del concepto proferido por este. Una radical revisión de este episodio a la luz de la singularidad del proemio, dando cuenta de sus implicaciones políticas, es lo intentado en esta minuciosa reconstrucción de los diversos factores que allí se pusieron en juego.

La formación de la obra teórica de Walter Benjamin es indisociable de los círculos, grupos y cenáculos artísticos e intelectuales que proliferaron en la Alemania de Weimar, respecto de los cuales mantuvo una estimulante confrontación hecha tanto de fecundas incitaciones como de implacables enfrentamientos y fulminantes rupturas. Su infinita capacidad de seguir atentamente los múltiples frentes de la densa vida intelectual en las dos décadas iniciales de la primera democracia en su país fue proseguida en el exilio con no menor intensidad en una continua ampliación de su perspicaz mirada. Dar cuenta de este proceso que fuera la verdadera praxis o taller de su trabajo filosófico constituye la centralidad del capítulo IV. La línea fractal de esta relación dialéctica se inicia en medio del movimiento juvenil, se prosigue con la admiración inicial experimentada respecto del poeta Stefan George y la implacable polémica que sostuviera con la poderosa e influyente hueste de sus seguidores y amigos, cuya empresa de refundación mitologizante de la Alemania secreta, como la llamaran, fue la ocasión de sus textos críticos más vitriólicos y lúcidos; continúa en su relación con el llamado círculo místico, el cenáculo de Max Weber en Heidelberg, sus intercambios con los surrealistas y la herejía cismática nucleada en torno a Bataille al otro lado del Rin, la facción clásica de los escritores franceses y, finalmente, el complejo vínculo que lo uniera con Adorno y el Instituto de Investigación Social, una tortuosa relación confeccionada de amistad y rivalidad, pero ominosamente enturbiada por asuntos personales y una dependencia laboral de la que pendió su propia subsistencia material. El contenido teórico de su errabundaje a través de los sistemas planetarios configurados por estas agrupaciones —y la metáfora astronómica es exacta, pues se trataba de luminarias alrededor de las cuales orbitaban sus epígonos al modo de astros más o menos cercanos, ejerciendo una poderosa fuerza gravitacional en medio de la constelación intelectual weimariana— es el que intenta destacarse con toda rotundez en el contenido de estas colisiones en las que Benjamin, si bien flexionó su trayectoria, terminó por continuar su propio periplo con acrecida autonomía y radicalismo. Esta lectura sugiere nuevas maneras de comprender el proceso de su formación filosófica, descubrir su aguda capacidad de detectar las mistificaciones protofascistas alojadas en la poética iluminada que embriagaba entonces las masas lectoras y relievar las profundas discrepancias que opusieron su propia concepción filosófica y política a la profesada por el conjunto de la Escuela de Frankfurt, tanto en vida como póstumamente. La opinión reinante sobre la directa filiación de aquella con el pensamiento de Benjamin es, pues, colocada radicalmente en cuestión.

La relación crítica entre Walter Benjamin y Henry James se redujo a la lectura que aquel realizara del unánimemente considerado más célebre de los relatos de fantasmas de la literatura universal, Otra vuelta de tuerca, y a la escueta consignación de esta obra como uno de los libros incluidos en su lista de lecturas, que Benjamin llevara con esmerado cuidado desde su época berlinesa. Sabemos, por una doble referencia en su correspondencia, que su lectura le fue recomendada por Gretel Karplus, quizás la amiga más leal y constante que tuviera, en una carta dirigida desde Nueva York, cuando este se encontraba en precarias y angustiosas condiciones materiales de existencia. En una misiva posterior cruzada desde París a Nueva York, Benjamin dejó constancia de la honda impresión causada por la lectura, afirmando que se trataba de una obra con un contenido sobrecogedor y expresando la ensoñación de poder abordar algún día su interpretación crítica en asocio con su corresponsal y el marido de esta, Adorno. El capítulo V explora las probables razones o las intuiciones que llevaron a formular uno de los juicios más elogiosos jamás otorgados por él, para, a partir suyo, intentar una lectura del relato de James desde los postulados críticos que Benjamin había desarrollado de manera ejemplar en su insuperada aproximación hermenéutica a Las afinidades electivas, la novela tardía de Goethe, cuya comprensión dominante se modificara por entero a partir de su ensayo. Con tal propósito se pesquisan en la obra de James y en autores que lo influyeron los tres ejes que sirvieron para la construcción del relato: los fantasmas o espectros, el ambiguo e inquietante papel desempeñado por las institutrices y la temática del sacrificio del infante. Ello posibilita abordar la obra en cuestión como una pequeña y magistral suma de estos motivos asperjados, a modo de factores dramáticos, en buena parte de su extensa obra, pero puestos ahora en función de develar una refinada estrategia de imposición visual que la narradora sin nombre, utilizada por James, ejerce sobre sus pupilos y sobre el propio lector para finalmente conducir al homicidio por asfixia, dentro de una clara toma de posición política y en una perspectiva anticipatoriamente decolonial de desvelamiento del fantasma como artefacto de sometimiento y destrucción. Los espectros de Marx se correlacionan pues, inesperadamente, con los fantasmas jamesianos, a partir de una situación en la que su empleo multitudinario por el nazismo en la Europa ad portas de caer en sus garras permitió atisbar este subterráneo parentesco releyendo en clave muy distinta a la habitual el texto de James.

Desde sus primerizas narraciones como viajero y memorialista de la Berlín de su infancia, Benjamin desarrolló una peculiar apreciación del umbral, sensorial e intelectiva a la vez. Su empleo como noción inicialmente descriptiva paisajística y de la espacialidad urbana se trasladó a sus reflexiones en torno al color y la fantasía, permeó sus experiencias psicotrópicas, habilitó aproximaciones de crítica literaria y fue de manera progresiva adquiriendo una creciente consistencia y capacidad heurística. Tanto en su tesis doctoral, pero no menos en su monumental obra inconclusa sobre los pasajes y en su texto póstumo con sus tesis sobre la historia, la categoría ganó en complejidad y centralidad al punto de convertirse en una de sus herramientas conceptuales cruciales. Adscrita tanto a una arquitectónica como a una tectónica cultural, histórica y política, la umbralidad como espacio material o inmaterial de indecibilidad ofrece maneras de pensar nociones hoy claves en las ciencias sociales y humanas, como la hibridación, la excepción y la contradicción, desde términos diferenciados y alternativos. El capítulo final se ocupa de esta indagación tanto arqueológica como genealógica, descubriendo una continuidad inusitada en el empleo de la categoría dentro del conjunto del opus benjaminiano. El relevo quizá más significativo en la utilización de la categoría de umbralidad se encuentra actualmente en la obra de Giorgio Agamben, de cuya fructífera aplicación a una diversidad de tópicos se plantean algunos de los modos para su empleo, y cuya pertinencia para nuestra situación contemporánea se esboza en sus presupuestos básicos de partida.

Si bien cada capítulo está concebido de manera independiente, se encuentran reflejos y alusiones cruzadas, cuya fugaz correspondencia aspira a intensificar la dilucidación planteada en cada uno de ellos. El motivo seminal de su elaboración se remonta, como en tantos casos, a un encuentro con su tesis de grado hecho de deslumbramiento y estupor hace casi ya un cuarto de siglo, cuyas dos primeras lecturas resultaron tan absolutamente indescifrables como irresistiblemente cautivadoras. El presente texto es una de las consecuencias de este cautiverio cuyos barrotes han sido desde entonces líneas de fuga. Y en estos días, donde vientos neofascistas recorren todas las latitudes geopolíticas bajo vulgares carismas celebrados por los medios masivos, la actualización del sensorio benjaminiano que los detectara precozmente en su primera irrupción histórica hace un siglo puede brindar a este texto un interés adicional.

Walter Benjamin: fragmento, umbralidad, fantasma

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