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EL CARTERO

En un mundo donde la muerte es el cazador, no hay tiempo para lamentos ni dudas. Sólo hay tiempo para decisiones.

Carlos Castaneda

Las doce menos veinte y no llega el cartero...

Sentado en mi escritorio, junto a la ventana, espero ansiosamente verle doblar la esquina, acercarse a mi puerta y depositar en el buzón el correo, pero su coche no acaba de aparecer, se retrasa más de la cuenta y la espera me destroza los nervios... Por absurdo que pueda parecer, esta espera destroza mis nervios... ¿Qué es lo que espero, entonces, qué estoy realmente esperando, aparte de facturas, recibos, publicidad o la carta de algún amigo olvidado, para que la llegada del cartero me cause tanta ansiedad? Traiga lo que traiga (si es que trae algo), no tienen sentido estos nervios ni el malestar que me provoca el buzón vacío, cuando el cartero simplemente pasa de largo sin detenerse en mi puerta. Me siento, entonces, frustrado y por completo abatido, y eso, creo, comienza a no ser normal: sentirme así porque pase de largo el cartero... Me lo digo una y otra vez, no tiene sentido, pero un día tras otro la espera se me hace insufrible. Traiga lo que traiga (si es que trae algo), no tiene sentido esta angustia, me digo, así que no seas absurdo y olvídate del cartero... Vuelve a tu trabajo y olvídate del cartero... Pero no logro, por más que lo intento, olvidarme de él... Me siento junto a la ventana a partir de las once para verle en cualquier momento llegar y un día tras otro me vuelvo a sentir abatido y frustrado al comprobar que lo único que suele traer (si es que trae algo) son recibos y facturas de banco o folletos de publicidad inservible o a lo sumo noticias de personas que en el fondo no me interesan... Pero ¿qué es lo que espero entonces que me provoque tanta ansiedad? Noticias literarias, tal vez, revistas literarias o colaboraciones o antologías o encargos o libros dedicados o paquetes de libros... Eso es, bien pensado, lo mejor que puedo esperar y sin embargo es ridículo angustiarse esperando... Llegue lo que llegue (si es que algo llega), va a llegar igual, del mismo modo y a su debido tiempo, así que es inútil que me angustie esperando... Debería, pues, dejar de mirar obsesivamente por la ventana (y alternativamente el reloj) y sentarme frente al ordenador a continuar mi trabajo... O debería, quizás, salir más de casa, airearme, ir al cine y quedar con amigos, en lugar de estar siempre aquí encerrado, estudiando y trabajando frente al ordenador, desde el ordenador, y creándome yo mismo estas fobias... Nada tiene que ver, además, trabajar en casa, desde casa, con salir de casa al terminar el trabajo, me digo, este aislamiento no puede ser bueno, no puede sentarme bien... Me he hecho, en definitiva, un ser solitario, adicto a la soledad, a fuerza de estudiar y trabajar desde el ordenador en mi casa y de rechazar invitaciones, llamadas, salidas, hasta el punto de no creer necesitar nada exterior... Y eso, me parece, tampoco es normal... Como esperar día tras día al cartero frente a la ventana para recibir un correo (si es que llega) que siempre me deja insatisfecho y vacío... Es muy posible que hoy ya no pase (son casi las doce) y sin embargo sigo aquí esperándole como si mi vida entera dependiera de ello, mirando a la calle y mirando alternativamente el reloj (cómo pasa lento e hipnótico cada minuto en la esfera), a sabiendas de que nada de lo que pueda traerme (si es que trae algo) va a compensar esta espera. Ni noticias literarias de género alguno ni aún menos los consabidos recibos o las consabidas facturas o folletos de publicidad con que nos bombardean a diario los grandes almacenes van a compensar de ningún modo los nervios que me provoca esta espera... Y pese a todo aquí sigo esperando... Siempre nervioso, siempre esperando... Que salga de casa, dice mi médico, que no fume ni beba tanto, que no me obsesione por tonterías... A él todo le parece sencillo y a mí de lo más complicado: salir de casa, complicado, fumar y beber menos, complicado, no obsesionarme, complicado, todo de lo más complicado... Que pierdo el tiempo, pienso, que me desgasto, autodestruyo dándole vueltas a todo, como dice mi mujer y como me dice el médico, porque las cosas son más sencillas, para todos mucho más sencillas, y a mí todo me parece tan complicado... Vuelve al ordenador, me digo, a preparar las oposiciones y continuar tu trabajo, los artículos y encargos pendientes, en lugar de seguir inútilmente esperando al cartero: sentado frente a la ventana esperando al cartero, mirando el reloj, fumando y esperando al cartero... Todo depende de mí, como dice Osho, como dice mi mujer, como me dice el médico, de mi cabeza, de mi forma de pensar y ver las cosas, de mi punto de enfoque, de mi voluntad, pero mi cabeza se empeña, por más que escucho a la gente, en verlo todo difícil, como un laberinto, como una prueba, como un acertijo, y mi voluntad es débil y mi forma de proceder complicada...

Miro de nuevo el reloj. Son más de las doce. Me levanto, enciendo otro cigarro y vuelvo a sentarme frente al ordenador. Es evidente ya que el cartero no va a venir, así que debo continuar mi trabajo, este artículo que no logro terminar y que, pese a todo, debo entregar la semana que viene al periódico...

Trabajar desde casa es así, pienso, se hace uno retraído y huraño sin darse cuenta de nada, solo frente al ordenador, frente al televisor, leyendo, fumando y bebiendo y esperando día tras día al cartero... Sal mejor a dar una vuelta, me digo, un paseo por la orilla del río, o mejor aún, llama a algún amigo y olvídate de tu mundo un rato... El cartero, es evidente, ya no va a venir y tus oposiciones pueden esperar unas horas... Olvídate de los exámenes, de los merodeadores, de los pasos, del cartero, del artículo y las tarjetas y de todos tus asuntos pendientes, y desconecta de tu mundo un rato...

Eso me digo, me repito, aunque no creo que sea lo que termine haciendo... O quizás sí... No lo sé... No debería, en cualquier caso, pensármelo tanto... O salgo o no salgo, o bebo o no bebo, o fumo o no fumo... Todo, siempre, tan complicado...

El merodeador

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