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ISBN: 978-84-18398-12-4

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Brooklyn, New York, 1934.

España, París y Casablanca.

–Un hombre que se aferra a la justicia para resolver

una serie de asesinatos

después de la segunda guerra mundial–

Historia inspirada en la vida de

Victor Villanueva Jr.

Introducción

Años atrás, traté de escribir la historia de mi padre Rick, pero fui incapaz de redactar palabra alguna. Con el tiempo, todas esas emociones que se habían apagado comenzaron a aparecer de nuevo, y desde hace poco mi deseo empezó a crecer más. Con esas ganas de descubrir quién era Rick, comencé a descubrir todo sobre él, y al final logré trazar, en este primer capítulo uno, esos secretos que él guardó por tantos años. Carta por carta, y horas de conversaciones, hicieron posible que escribiera Entre Justicia y Tiempo.

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EPISODIO I

Brooklyn, Nueva York, diciembre 1934

Victor

El invierno recién comenzaba a sentirse, y creo que uno de los más desmedidos, según mi abuela Luti, que era la madre de mi padre. Esa mañana, el viento soplaba como el diablo, y las primeras señales de nieve comenzaban a aparecer en las calles de New York. Desde su ventana de su cuarto miraba el cielo, ahí auguraba el tiempo sin ninguna ayuda, la viejita loca que le gustaba hablar de lo mismo cada vez que el clima cambiaba. Ese día, la escuché desde el otro lado de mi cuarto gritando:

—El invierno se acerca, chico, chico, el invierno se acerca. —A la abuela puertorriqueña, que corría desde su cuarto al otro extremo del apartamento, y en la cocina gritaba a pulmón abierto que el invierno ya estaba aquí.

Esa mañana, Brooklyn estaba muy tranquilo, para mí fue muy extraño sentir esa mudez, acostumbrado a escuchar a la gente pasar por la cuadra y oír a los comerciantes vender sus meriendas en voz alta en las calles, sentado en mi cama y con la puerta cerrada pude disfrutar ese momento, solo quería pensar en mí y no pensar en nadie más. Pero la tranquilidad no duró mucho, el lugar había estallado a ruidos y, pasadas las nueve de la mañana, nuevamente la avenida comenzaba a tomar vida.

—Down, down, down, down, grandma —dije en voz alta cuando el ruido de los disparos que provenían desde afuera de mi ventana originó una vibración en mis oídos, similar al sonido de los truenos que caían en California. Cauteloso, me acerqué para ver qué estaba pasando y, cuando tenía una visibilidad clara de la calle, un carro de policía pasa a gran velocidad, en realidad estaba muy temeroso a lo que podría ocurrir, así que bajé mi cabeza, y sentado en el piso me quedé en silencio hasta que todo se tranquilizara, pero la convulsión en la calle y la gente que corría en diferentes direcciones creó más alboroto en el neighborhood.

Desde a poco, la bulla que se sentía en las calles comenzaba a disminuir, los gritos que había escuchado ya no los escuchaba más, pero el incidente me había dejado un sabor amargo en la garganta. Sin atraso, volví a mirar por la ventana, pero esta vez me di cuenta de que diciembre ya estaba aquí, al parecer le llegó muy temprano el invierno a New York, cosa que no era fácil de tolerar. Para cualquiera persona que se mudaba desde otro estado a esta ciudad, tenía que resistir ese frío endiablado.

La abuela estaba muy callada.

—Tienes toda la razón —le grité a ella desde el otro lado del apartamento.

—De qué me hablas, hijo —dijo la abuela, que estaba escondida en la cocina cuando ella había escuchado también los primeros disparos.

—Del clima —le volví a gritar, pero esta vez abrí la puerta de mi cuarto para que ella me escuchara decir que la nieve había puesto las calles de blanco.

En ocasiones, la temperatura bajaba demasiado, el frío no solo se sentía en tu cara, sino también uno podía sentirlo en los huesos, y los pájaros que escuchaba cerca de mi ventana cuando sol lució su mejor color, de un día para otro desaparecieron.

Fue necesario encender la chimenea, en especial por las noches, que ayudaba a paliar parcialmente el frío, manteniendo el apartamento cálido, podría decir que combatía esas temperaturas que llegaban hasta los bajo cero. No obstante, el frío era insoportable, quién podía aguantar ese clima que era poseído por una fuerza diabólica.

Este es mi primer invierno, entusiasmado por ver la nieve por primera vez en New York, pensé que no me iba acostumbrar o sobrevivir a ese frío en Brooklyn. Al comienzo, fue un dolor de cabeza mantener el fuego con vida, ya que no era nada fácil, la abuela también se encargaba de alimentarlo tratando de mantener el lugar estuoso, ya que en California no teníamos que hacerlo. Pero no éramos los únicos en el edificio que nos preocupábamos de eso, en realidad era importante prepararse antes de que llegara el invierno a la ciudad con toda su fuerza maldita. Comprar la leña era el fin último en esos tiempos, y poder acumular lo suficiente antes de que la tienda de abajo vendiera todo era indispensable. Pero nosotros no teníamos que preocuparnos, mi padre ya estaba on top of that, o sea, se encargaba en abastecernos con lo suficiente para pasar esas temperaturas muy bajas.

Pero una parte de mí se dio cuenta de que estábamos asegurados por esos privilegios, ya que en otras familias la situación económica no daba para ese lujo, gracias a Dios, Rick tenía ese trabajo donde podía comprar la madera a un precio más bajo que la otra gente. El dueño lo mandaba a la compañía Suffolk County, en Brooklyn, para ordenar la madera adecuada a un costo más bajo y venderla a un precio más alto en el local.

Hasta los puedo escuchar desde mi cuarto hablar de lo mismo a través de esas paredes delgadas del edificio, como si fuera el último gélido, pero no más allá del invierno. Nosotros vivíamos arriba de la tienda y un restaurante de comida que pertenecía al señor Saavedra. Este hombre fornido, de baja estatura, con una voz vociferante para mandar a sus empleados a su antojo, que se quejaba por todo lo que le pasaba alrededor cuando le ocurría algo injusto. A veces la justicia no estaba de su lado, pero esto no se debía a la forma en que se relacionaba con sus clientes, sino en cómo trataba a sus propios empleados que lo querían ayudar, yo pensé que era un mal agradecido al no reconocer lo ciego que estaba para considerar, por lo menos una pizca, del esfuerzo que sus empleados invertían en sus negocios. Más allá de esas críticas que hasta sus mismos empleados decían a sus espaldas, yo estaba seguro de que era una persona más caricato y sin educación que, a pesar de su desprecio a la vida que llevaba, de alguna forma pagaba por su desmedida reacción viril en contra de su propia gente cuando no podía resolver los problemas que se le presentaban en el restaurante o en el minimarket.

De la misma forma, en otras oportunidades podía escuchar a otros residentes hablar, como esa vez cuando la vecina de al lado que no paraba de gritarle a su perro para que parara de ladrar a esas horas de la noche, y que solo quería el pobre animal ir a un lugar para hacer sus necesidades. En realidad, nadie se salvaba, todos tenían una percepción negativa de la vida, ya que Brooklyn no era muy afable.

Todavía recuerdo haber ido la última vez a su departamento, cuando me preguntó si la podía ayudar a cargar sus meriendas. Al principio no lo podía creer, ese olor repulsivo que entraba en mis narices me angustiaba dar un paso más en su hogar, y la señora que seguía conversando detrás de mi espalda irrumpió mi respiración en el momento cuando trataba de llegar a la cocina. No hubo caso, el olor desagradable ya había entrado por mis narices, y traté en lo posible de responderle rápidamente. Cuando Abel me dio las gracias, de inmediato salí del lugar para respirar aire puro. Todavía tengo en mi memoria ese olor a caca de perro en mi cabeza.

Abel no era la única persona que me entretenía escuchando a través de estas paredes delgadas. De hecho, a cualquier hora podía detenerme en la casa para oír distintas conversaciones de mis vecinos, quien necesitaba de la radio o salir afuera con ese frío infernal desprotegido de coger cualquier enfermedad. Los hospitales no eran palacios, existía mucha escasez por medicina y médicos en la zona, que en muchas de las ocasiones los hombres de trabajos forzados tenían que consumir licor para sobrevivir a cualquier dolor que se les presentaba. Ese era la medicina alternativa que existía en ese tiempo.

Nuestra ruca no era un castillo, sino un lugar con suficiente espacio para los cuatro, me refiero al apartamento que estaba arriba de la tienda del señor Saavedra. Moderado, digno para vivir con sus básicas condiciones, un baño y tres recámaras. Podría decirse que vivíamos okey, ya que Rick se encargaba de todo para que no nos faltara nada. Aunque la entrada de dinero de mi madre también nos ayudaba para darnos pequeños gustos de vez en cuando. Pero cuando estábamos pasando momentos difíciles teníamos que amarrarnos los pantalones y, sin temerle al trabajo, pude ayudar a la familia a ganar algo de dinero cada vez que el quiosco de la esquina buscaba a jóvenes para distribuir el periódico. Pero mi padre o mi madre nunca recibieron el dinero que yo ganaba, sino más bien lo utilizábamos para ir al cine.

Brooklyn era muy diferente a San Francisco, yo diría que eran dos ciudades abismalmente opuestas por su clima, la gente y por la forma en que se vestían. Las mujeres en Brooklyn tenían como un estilo francés, vestidos de seda que les llegaban hasta las rodillas, conocido como aleta, con cintura caída y dobladillos rastreros, aspecto típico y económico que se usaba en ese tiempo. Contrario al verano, en el invierno usaban estos largos abrigos que cubrían casi todo su cuerpo, acompañado por un sombrero del mismo color de su traje. La vestidura de los hombres podía ver su formalidad y no formalidad, algunos vistiéndose con telas rayadas que eran muy populares y similar a las sastrerías inglesas, como el estilo de Savile Row. Pero no todos podían pagar por esa ropa, otras marcas que costaban menos también surgían en la sociedad, en especial en el barrio donde vivía.

Fuera de todos esos estilos, y grandes diferencias que la sociedad de Brooklyn presentaba, todavía tenía la sensación en volver a California, pero el trabajo de mi padre no lo permitió. Igualmente, sabía que no eran permanentes, sino un laburo temporal, pero con el tiempo comencé a acostumbrarme a escuchar de lo mismo y adaptarme a los cambios que se presentaban cada vez que él cambiaba de pega. Lo mismo tenía que hacer mi madre, que en ocasiones solo quería descansar y pasar más tiempo en la casa.

Una vez más, me tuve que quedar en la casa para cuidar a la abuela que, en muchas de las ocasiones, no estaba bien. A pesar de que mi padre no trabajaba todo el día en la tienda de abajo, no sabía dónde ir si algo malo le pasaba a ella. En una ocasión, mencionó que tenía un segundo trabajo, pero nunca dijo de que se trataba.

Una vez más, escuchamos disparos afuera del apartamento, al parecer un poco más lejos de donde nos encontrábamos. Tanto la abuela como yo comenzábamos a acostumbrarnos, al parecer mis vecinos, que estaban a un costado de nosotros, también, y fue en ese momento cuando noté que no estábamos solos. Me quedé en silencio por algunos minutos tratando de oír si alguien estaba en problemas en la tienda de abajo, a veces los clientes pegaban un grito o salían del lugar como liebre, que en esta ocasión no estaba seguro. Yo quería ir de inmediato a ver qué estaba pasando, pero mi padre ya me había advertido qué hacer en estos momentos coyunturales, con la idea de protegerme y, si la situación empeoraba, tenía las instrucciones ya trazadas para realizar un desalojo del lugar, pero esta vez me quedé en el lugar como un búho, ya que no había necesidad de correr esa tarde.

Al parecer, todos en el negocio estaban completamente callados, no duró mucho tiempo, los carros y el tráfico comenzaban a escucharse de nuevo al otro lado de la ventana sin descanso, como si nada hubiera pasado.

Angelina, mi madre, que había salido de la casa temprano para ir a trabajar, se perdía de esos dramas de policías en el barrio. Aunque por las noches, cuando escuchaba disparos, me iba a ver a la habitación para saber si estaba bien. En muchas de las ocasiones la extrañé, con excepción de los fines de semana donde teníamos un poco más de tiempo para hablar en familia. Pero, a pesar del esfuerzo por quedarse en casa, hubo ocasiones en las que no la podía ver los fines de semana. De vez en cuando, si no estaba muy cansada los domingos, justo después de la misa se tomaba un descanso que, en muchas de las ocasiones, podíamos hablar de cómo le había ido en su trabajo o cualquier cosa que nos pudiera poner juntos y en familia. Recuerdo, después de la misa en la iglesia cristiana de Brooklyn, que estaba a unas cuadras de donde vivíamos, mi madre y yo pasábamos casi dos horas escuchando el sermón, como el coro que cada vez que el cura repetía amén, todos se levantaban para cantar. Para mí era un alivio pararme, después de pasar más de veinte minutos sentado en ese banco de madera, por lo menos unos dos minutos aliviaba mi culo.

Todavía recuerdo ese último fin de semana, durante la plática no pude dejar de reírme de él, cuando repetía una y otra vez algunos pasajes de la biblia, pero no lo hacía por malo, estaba bastante cansado y solo quería entretenerme para no quedarme dormido. Tampoco me mofaba de su fe, estaba mirando sus sandalias y la sotana de color blanco que ligeramente lo cubría, cuando afuera de la iglesia la nieve azotaba a New York como a un extraño norteño. Pero lo que me causó más risa era su dedo gordo, bastante gordo yo diría, e infectado con un color amarillo que algunos miembros de la congregación también se habían dado cuenta. Yo no era el único demente de lo que había visto, le respondí a mi madre cuando ella trataba de callarme, y yo insistía que era loco usar sandalias con este frío.

—Baja la voz, hijo, estamos en plena ceremonia —con voz suave decía mi madre.

Cuando terminó la ceremonia, le pregunté:

—¿Quieres hacer algo esta tarde? Estaba pensado si podíamos ir al cine —pregunté entusiasmado.

—No puedo, hijo, estoy demasiada cansada. En otra oportunidad. ¿Por qué no vas con tu padre? Be quiet, son, todavía el cura estaba hablando —respondió ella un poco desganada.

Después de que la ceremonia finalizara, mi madre se distanció de todo, tratando en lo posible de recuperarse, con la idea de poder volver con más energía a trabajar, creo que ese era su propósito, pero no su aspiración, y menos lo hacía porque no quería verme o ver al resto de la familia, sino porque todavía recordaba esas memorias de su niñez que no quería que desaparecieran, de alguna forma tenía esa conexión debido a los años que estuvo ayudando a su madre, cuando vivía con el patrón en Chicago, otra vida que no sabíamos mucho de ella. Al final de todo, era una persona muy reservada, compartía con todos, pero trataba de mantener su pasado fuera de la familia y, pese a que mi padre la conocía mejor que nosotros, también él desconocía parte de su juventud.

Pero cuando la vida se aflojaba un poco, cambiaba su rutina para pasar más tiempo con nosotros. Aunque en ocasiones ella caía en una depresión, o en otras oportunidades su estado cambiaba drásticamente cuando se alteraba de cualquier cosa. Yo sé que no tenía intenciones de dañar a nadie, y mi padre, que la vio en ocasiones enfadada, también trató de explicarme que la culpa no era de ella. Al parecer estaba batallando en su cabeza, cada momento, sobre su pasado y el presente que estaba viviendo con nosotros, causa principal de su condición cuando trataba de ser honesta. Mi madre era original, afable, pero este veneno que la estaba consumiendo de vez en cuando en su cabeza nos afectaba. Por supuesto, las palabras de mi padre que me ayudaron a entender a mi madre cuando ella cambiaba de temple, eran suficientes para justificar su estado y seguir la vida sin ningún temor.

Yo no la culpo, también me he sentido extraño en esta ciudad de Brooklyn, que era frondoso para mí, una ciudad muy diferente a otras, donde nunca había visto tanta división entre italoamericanos, americanos irlandeses (irish) y puertorriqueños. Yo nací en California, californiano de nacimiento, pero mis vecinos y amigos me preguntaban si yo era americano, al parecer no entendían que California era parte de Estados Unidos, o quizás era porque la mayoría de los latinos vivían en ese estado. En realidad, no estaba seguro, hasta que entendí las razones de ese prejuicio que en muchas de las ocasiones uno lo podía ver en las calles entre algunos grupos de jóvenes que se mofaban de vez en cuando de la abuela cuando me llamaba para entrar a la casa.

Gustavo, que era un compañero de clase y amigo de la cuadra, él pensaba diferente a los otros que les gustaba crear camorra entre ellos. Él nació en Brooklyn, pero descendiente de irlandeses, tenía más clara su película sobre sus raíces, comparados con los otros jóvenes que jugábamos en la misma cuadra cerca del restaurante del señor Saavedra.

A veces pienso que Gustavo era un ángel, ya que en muchas de las ocasiones me defendía de los italianos que me molestaban cuando tenían la oportunidad. Todavía tengo esas marcas en el brazo derecho, hechas por una navaja, cuando me tuve que defender de uno de ellos. En realidad, no tenía la menor idea las razones que tuvo, por lo menos eso es lo que yo me imaginé al principio. Hasta que Gustavo me explicó que estaban defendiendo su territorio, que yo estaba en el lugar incorrecto. Además, se guiaban por un código que ellos mismo habían creado para que no existiera ninguna mezcla entre su cultura o las otras. Cosa estúpida que por primera vez en mi vida escuché. Muchos de ellos tenían caca en la cabeza, defendiendo parte de sus territorios y manteniendo la cultura viva. Al parecer no entendían la palabra diversidad, cosa que causó en mí preocupación y tristeza pensar que solo les interesaba mantener su status quo.

Con el tiempo, aprendí que las cosas en Brooklyn se manejaban diferente. Cuando Gustavo saltó detrás de la espalda de uno de ellos, de inmediato me di cuenta lo fuerte que él era y, en esos momentos, rodeados por cuatro tipos, pude encarar a uno de ellos en la muralla pegándole en la cara con mi puño derecho e izquierdo. Todo había terminado ahí cuando mi compañero se encargaba del resto de los otros jóvenes, que ya tenía a dos en el suelo, y el último, que salió arrancando. Con mi camisa pude parar la sangre que estaba saliendo de mi brazo y, con rapidez, Gustavo me acompañó a mi casa para cerrar la herida.

Brooklyn a veces era peligroso, cosa que no estaba acostumbrado haber esa violencia en California, en realidad eran más relajados, pero aquí era mucho más difícil, la vida no era fácil, se podía ver en sus propias caras de la gente cuando caminaban desde un lado para otro en esas veredas cubiertas de blanco.

Desde ese incidente, Gustavo me enseñó a cómo sobrevivir en las calles, aunque mi padre me recordaba que no debería de pasar mucho tiempo. Yo sabía que tenía que aprender tarde o temprano, y fue con él donde conocí más el lugar. Me presentó su “banda”, pero no eran como los otros, en realidad sus principios eran proteger el barrio y ayudar al más desvalido. Por lo menos eso es lo que entendí. Su familia era grande, amigos que de vez en cuando se reunían en la esquina de la cuadra donde yo vivía para jugar a los dados por algunos dólares.

Yo tuve que tomar una decisión, y esa entereza me ayudó a protegerme, ya que a finales de los 30 la vida no era muy fácil, uno debía tener amigos o la vida se podía poner muy dura en las calles, cosa que yo no estaba dispuesto a quedarme con los brazos cruzados, después del incidente que tuve, fue la única forma de sacarme a otros abusivos de mi espalda.

Chicago

La vida de mi madre se inició en el corazón de Chicago en 1910, la ciudad era muy afable, la distracción de la música en los mejores salones de entretenimiento, los hoteles lujosos, tiendas comerciales con sus grandes ventanales de vidrio que exhiben sus mejores prendas de ropa, fueron esas las principales tiendas que iluminaban un sector de la ciudad de forma afectiva. Fue en ese lugar, en la parte alta de la sociedad, donde fue conferida la abuela Ángela por la bisabuela a una madrina a la que ni el demonio quería ver. Hasta la había apodado la Coto, un sobrenombre que nunca entendí, quizás estaba relacionado a lo dura y ruda que era. Pero, de alguna forma, confiaban en esa mujer que se había criado entre la religión y el fanatismo en Puerto Rico.

La vida de la Coto no fue fácil, cada día salía a trabajar temprano por la mañana hasta el amanecer, besarles los zapatos a sus patrones para proteger su trabajo más sucio de su vida. Estaba a disposición de ellos casi todo el tiempo, porque tenían dinero para pagar unas migajas, cosa que ella se irritaba mucho por la injusticia. Tan solo le alcanzaba para sobrevivir en la isla, repetía una y otra vez en su cabeza cuando realizaba sus tareas de la casa. En muchas de las ocasiones se sentía cansada de lo que estaba pasando, se había convencido de que la desigualdad estaba subiendo más, lo podía ver y sentir cada día en las calles, gente muriéndose de hambre, algunos con sus hijos en los brazos pidiendo limosna en casi todas las esquinas de su cuadra, y otras que se prostituían por unos cuantos dólares para sobrevivir. La Coto sabía lo que estaba pasando, y estaba convencida de que las diferencias entre ellos y ella eran abismales, donde la mayoría de las requisas de Puerto Rico solo se concentraban en la alta sociedad y no en la suya. Estaba convencida de que esa gente solo quería mantenerlos abajo todo el tiempo, con la única intención de no volverse en contra de ellos y mantener sus privilegios, que han conservado por generaciones. Era claro que dividir la torta de la forma más equitativa no estaba en los planes de los más acaudalados.

Hoy le llegó el día de su suerte, al parecer nunca pensó que una oportunidad así se le presentaría. Fue un golpe brusco donde pudo ver con exactitud lo que iba a pasar y, si no lo hacía, nunca iba a salir de ese hoyo que la estaba acabando. Una caravana de hombres que venía de Chicago a la isla concretó la venta sin que Ángela se diera cuenta del plan que esta mujer diabólica tenía. La Coto le prometió a Ángela que esos hombres la cuidarían hasta que ella tuviera suficiente dinero para vivir juntas. Le dijo que se iba a demorar algunas semanas para reencontrase de nuevo con ella y vivir una vida mucho mejor en Chicago.

En la isla, la religión era muy importante, quizás fue una de las razones que contribuyó en que Ángela confiara en la Coto, ya que era una ferviente religiosa, pero ya era muy tarde, las cicatrices habían marcado su alma y, sin remordimiento, engañada por esta mujer, Ángela fue cedida para trabajar como empleada para una familia de negocios en Chicago. Esta mentira la ayudó a ganar dinero. Pensó que había hecho lo correcto, pero la desgracia le había golpeado la puerta bruscamente, después de que su familia se enterara de lo que hizo. Brevemente fue despojada de la casa de ella y desterrada de la iglesia, que mantenía una cercana relación desde pequeña.

Ahí, en esa casona inglesa, donde mi madre nació y donde mi padre la conoció mucho más tarde. Al inicio, Ángela tuvo que rebuscárselas para aprender el idioma y cumplir las demandas de sus patrones. Todo era muy diferente, la calidad de vida que ellos llevaban era muy distinta a su vida anterior, la comida y las fiestas, que nunca había visto en su vida, fueron las que causaron en ella un impacto abismal, que de vez en cuando contradecían sus principios, que aprendió desde muy pequeña en su ciudad natal. Pero ella estaba constreñida a no poder salir de esa situación, tuvo que resignarse a todo, dejando a un lado su vida anterior y aceptar lo que estaba enfrente de ella. Al comienzo, pensó que la situación que estaba viviendo no era tan mala, los patrones no eran miembros de Hitler, además, tenía un techo y comida para vivir. Ella valoró mucho eso, pero nunca iba a perdonar lo que hizo la Coto, y la forma de cómo llegó a Chicago, tampoco.

Durante sus primeros días de instrucciones, nunca se imaginó ver ese tipo de formalidad en la casa, y menos las fiestas y reuniones que sus patrones organizaban regularmente. Desde a poco comenzó a instruirse por sí sola para aprender más el idioma y otros quehaceres que los dueños de la casa exigían regularmente cada día. En sus descansos, tenía la oportunidad de leer el periódico y algunos libros que sacaba a escondidas de sus patrones para ayudarla a aprender más el idioma, cosa que la ayudó a avanzar en su aprendizaje. Fue desde ese momento cuando su vida comenzó a ascender, con los años, se había destacado más que los otros empleados que ya llevaban más tiempo que ella, suscitando a que los dueños le dieran importantes responsabilidades en la casa. Por supuesto, esto causó un poco de envidia, pero con el tiempo comenzaba a desaparecer al ver lo cariñosa y astuta que era ella para ayudar a cualquiera en la casa.

Cuando tenía tiempo libre, generalmente iba a un parque cerca de la casa para distraerse de la rutina tediosa que en muchas de las ocasiones terminaba volviéndola loca. Ahí, se entretenía mirando a la gente caminar desde un lado al otro, al parecer muy ocupados, y otras damas de la sociedad alta con sus vestidos largos y lujosas joyas que lucían en el lugar. Sentada, no dejaba de mirar a todos e imaginar que algún día podría vivir de la misma forma que ellos.

Durante la noche, se encerraba en su cuarto para leer y estudiar el idioma, pero una noche, cuando el ruido y las carcajadas de los amigos de los patrones la distrajeron, decidió ir a la cocina. El ruido en la sala generó curiosidad en saber quién estaba ahí y qué estaba pasando. Desde la distancia, podía ver los invitados disfrutaban de la vida, siempre pensó que la gente con dinero no tenía nada que preocuparse, que solo pasaban sus vidas gozando al máximo, cosa que ella tenía las mismas ganas de hacerlo.

En la cocina, cuando Ángela se preparaba una taza de té de hierbas antes de irse a dormir, aunque con esa bulla lo dudaba, alguien la detuvo antes de salir del lugar.

—¿Quién es usted? —preguntó un hombre alto de ojos azules, que había irrumpido en la cocina para servirse más trago.

—Soy Ángela. Trabajo aquí.

—Mmm, no te había visto antes —volvió hablar el hombre sin nombre—. ¿Quieres un whiskey? —le preguntó sin demora, y ella no se resistió. Pensó que podría también disfrutar la vida y, como estaba de franco, no se negó en aceptar.

—Toma, toma más, hasta que la noche se termine. Si tus patrones se enteran… yo les diré que fue mi culpa —insistió el hombre, riéndose de cómo ella tomaba el vaso y sin pausa.

—¿Cuál es su nombre? —preguntó Ángela, cuando volvía a poner su vaso en la boca y mirándolo entre ojos.

—Me dicen Johnny —respondió sin retraso—. ¿Estás bien? Tenga cuidado con ese vaso, el licor es muy fuerte en la casa de tus patrones —dijo Johnny, cuando trataba de ayudarla a mantenerse de pie. Después de haber tomado dos copas, ella ya se sentía mareada, nunca pensó que la afectaría tan rápido.

—Estoy bien, deme otra copa, hoy es mi día libre, tomaré hasta caer muerta —dijo Ángela, como bromeando.

—¿De dónde vienes? Tu acento me parece conocido —dijo Johnny.

—Soy originaria de Puerto Rico —contestó ella.

—Yo hablo un poco de español, también tengo descendientes españoles, por parte de mis bisabuelos —dijo Johnny, pero su inglés era perfecto y con un acento dutch que Ángela no había escuchado nunca.

En ese momento, Johnny se dio cuenta de que Ángela no estaba en condiciones de seguir tomando, y le dijo que parara de tomar. De inmediato, le preguntó si necesitaba ayuda para llegar a su habitación.

—¿Quieres que te ayude? Creo que no estás acostumbrada a tomar de esa manera —dijo Johnny.

—No, no, yo puedo sola —dijo Ángela, tratando de salir de la cocina directo a su cuarto.

—Yo la ayudo —insistió Johnny, después de verla casi caerse en la cocina y, con el brazo derecho, puso su brazo izquierdo en su hombro para ayudarla a llegar a su cuarto.

En el lugar, en frente de su dormitorio, él la beso y, sin darse cuenta, entre besos, caricias y abrazos, terminaron en la cama hasta el día siguiente. Por la mañana, el joven se dio cuenta de la vesania que había hecho la noche anterior y, sin resistencia, salió del cuarto sin dejar que Ángela se despertara.

Semanas más tarde, ella no quería hablar sobre la noche anterior ni contarles a las otros jóvenes que trabajaban para el señor de la casa, pero algunos de ellos comenzaron a hablar a las espaldas de ella cuando vieron al joven Johnny salir del cuarto esa mañana. Aunque nadie se atrevió a decir nada o contarle al patrón qué habían visto esa mañana.

Al parecer, la rutina y las mismas tareas que ella realizaba en la casa comenzaban a aburrirla, de igual manera el resto de la certidumbre comenzó a olvidarse del incidente, de hecho, uno de los empleados de la casa había comentado que tirarse algunas canas al aire era permisible. En realidad, en la cocina donde la mayor parte de los chismes circulaban, una empleada de limpieza se enojó tanto por haber visto cómo se burlaban de Ángela.

—Si alguien está libre de pecado, que lance la primera piedra —dijo Nataly, pero nadie se movió y nadie dijo ninguna palabra, todo se había terminado en esos momentos, y cada uno de los empleados volvió a sus labores sin demora.

Semana más tarde, Ángela comenzó a sentirse indispuesta, sus patrones la obligaron a que tomara un descanso para no contagiar al resto de la gente en la casa. De la misma forma, ella pensó tomarse algunos días para que su salud cambiara, pero no fue suficiente. Las molestias al estómago fueron mucho más frecuentes, cosa que la preocupó mucho, no tenía la menor idea de qué le estaba pasando, ya que nunca se había sentido de esa forma. Otro de los síntomas que no podía manejar era un mareo que era muy posible que tenía que ver con su presión alta, y una serie de vómitos que comenzó a preocuparla cuando estaba pasando mucho tiempo en el baño.

Un poco perturbada por lo que estaba pasando, comenzó a pensar que la última vez que visitó el parque podría haber sido ahí cuando se contagió. Quizás fue una donut que comió en el lugar, pensó que podría haber sido eso, murmuraba en el baño cuando de vez en cuando ponía su cara en el retrete para vomitar.

Su molestia comenzó a preocupar al resto de la casa, ya que todavía no se recuperaba, algunas personas que trabajan con ella pensaron que esas dolencias iban a desaparecer, pero cada vez que los días pasaban, los síntomas eran mucho peores. Estaba bastante asustada por lo que estaba pasando, ya que nunca en su vida había vivido algo parecido. En otras ocasiones su condición cambiaba, como también sus emociones que, de vez en cuando, gritaba y lloraba sin razón alguna. Hasta que un día la patrona se dio cuenta y, en el cuarto de Ángela, la señora le dijo:

—Creo que estás embarazada —dijo la dueña de la casa, que estaba casi segura de que los síntomas que ella sentía eran porque estaba embarazada.

—Señora, señora, no lo creo, imposible —Ángela le repitió una y otra vez, cosa que esa noticia le provocó pánico al escuchar esa estupidez. En el medio de todas esas emociones, comenzó a recordar el día que se había ido al cuarto con ese joven, después de que el alcohol se subiera a su cabeza. Pensó que nada había pasado, pero en esos segundos comenzó a dudar de sí misma, creyó que había sido un sueño, después de todo, solo había tomado unas cuantas copas de alcohol con él y nada más. Pero algunas imágenes más notorias comenzaban a parecer en su cabeza y de a poco se daba cuenta en el embrollo en el que estaba, aunque todavía refutaba lo que había pasado.

Los patrones tomaron carta en el asunto y, sin retraso, después de que el doctor de la familia confirmara lo que habían predicho, la patrona Elisabeth prometió encargarse de todo. Ángela hizo caso a todas esas demandas e instrucciones para no causar un escándalo en sus círculos de amistades. Después de todo, este tipo de follón no querían que saliera de la casa y, por esa sencilla razón, prefirieron mantener todo detrás de esas puertas. Además, no estaba en condiciones de decidir nada en esos momentos, estaba bastante desorientada, no tenía otra opción, ya que un sentimiento de preocupación había invadido su cuerpo por completo.

Con el transcurso de los meses, Ángela dio a luz a Angelina. Al principio fue muy difícil para ella cuidarla pero, con el tiempo, los dueños de la casa se habían encariñado con ella, cosa que nunca Ángela hubiera esperado, ya que eran muy reacios a distanciarse de la servidumbre. Cuando la pequeña comenzaba a caminar y a correr en esos largos pasillos de la casa, todos la veían crecer en ese lugar y, con más razón, cada uno de los empleados también se encariñaban con ella.

La casa había tomado luz al escuchar a Angelina cantar o jugar de vez en cuando en los pasillos, que ayudó a revivir en la servidumbre el silencio y la formalidad, que en ocasiones era deprimente. De a poco, los patrones se habían enamorado de su terneza, cosa que no les impidió en protegerla también y Ángela, que no iba a parar en consentirla, nunca se negó. A pesar de las buenas acciones de los dueños de la casa, ella pensó que su hija tenía que saber mantener su lugar, ya que en muchas de las ocasiones tuvo que insistir que no eran sus familiares, sino sus patrones. Al principio, el concepto no le entraba en su cabeza, además a su edad no era necesario, sabía que algún día todo se aclararía, eso es lo que Ángela pensó y dejó que su hija se diera cuenta de la diferencia cuando estuviera más grande.

Con el tiempo, las fiestas y las visitas frecuentes comenzaban a disminuir, esas reuniones populares con los asociados a la familia Maxwell, donde la casa se desbordaba cada fin de semana o tirar la casa por la ventana. Por una parte, esto puso a Ángela y su hija feliz, ya que tenían menos trabajo que hacer, pero el despido de algunos empleados fue inevitable. Al parecer, los años a los patrones se les venían encima, que para ellos era muy difícil equilibrar la salud y los negocios.

De la misma forma, esos cambios que sobrellevaban sus patrones, Angelina también comenzaba a darse cuenta de que el trabajo de su madre era demasiado pesado para ella. No fue algo que había planeado, todo se debía a la forma como su madre vivía, y los años, que no pasaban en vano. Sin dejarla a su madre a la deriva, tuvo que ayudarla, no tenía otra opción, ya que su condición de salud se estaba deteriorando, cosa que la preocupó bastante. Al parecer, la vejez le estaba alcanzando también, el trabajo le quedaba muy grande, por eso no esperó más y, sin retraso, sistemáticamente comenzó a hacerse cargo de su trabajo. Por otro lado, Ángela no se había dado cuenta de que su bebé había crecido, ya había enterado dieciocho años, edad suficiente para decidir por sí sola, cosa que estaba orgullosa de ella.

La iniciativa de su hija despertó una positiva reacción en la familia de Maxwell, dando completa autoridad para manejar al resto del lugar. Esa decisión que sus patrones tomaron fue anunciada con el resto de la servidumbre, que algunos esperaban tomar ese lugar. Al nombrarla la nueva jefa, ayudó a mantenerla ocupada y, con más razón, cuando los familiares lejanos de la familia husmeaban de vez en cuando en la casa, después de enterarse de que Frederick había tenido una pequeña recaída.

Distinto a lo que estaba ocurriendo con sus patrones y, a pesar de haber asumido el trabajo de su madre, que por una parte ayudó a mantenerla separada de todo, no duró mucho tiempo, una tarde comenzó a deteriorarse muy rápido y, sin darse cuenta de lo que estaba pasando alrededor de ella, tuvo que dejarla ir. En esos momentos muy dolorosos, Angelina había quedado a solas, no sabía a quién acudir, en realidad no tenía a nadie, solo a los patrones, que también estaban envejeciendo y, dolidos por la muerte de ella, solo pudo contener su tristeza.

La ceremonia de su madre fue rápida, el funeral también no duró mucho y, sin retraso, volvió a sus actividades normales. Las fiestas y el bullicio que se escucharon levemente en las reuniones de los patrones meses atrás ya habían disminuido por completo. Los dueños no estaban en condiciones de realizar más fiestas, y menos, negocios, en realidad, no tenían la necesidad. El dinero y las propiedades que habían acumulado con los años era mucho más grande. Pero con todo el dinero que tenían no podían parar a la naturaleza. Envejecer no era nada fácil para nadie, no lo fue para Ángela, y estoy seguro que no lo fue para los patrones, en realidad había golpeado sus cuerpos con tanta fuerza que Angelina no los podía reconocer muy bien.

Desde a poco comenzaban a aparecer los estafadores y, en especial, los familiares más cercanos a ellos, que insistían en buscar poderosas razones para apoderarse de la fortuna. Frederick entraba en una serie de argumentos que afectaban la salud de su señora, por eso llamaban a Angelina para intervenir, pero la oposición solo la humillaba, para decirle que su lugar era otro —una empleada más, contratada por la familia Maxwell. En muchas de las ocasiones trataron de despedirla, pero Frederick, como Elisabeth, habían marcado la cancha con ellos, expresando lo importante que era ella para la familia.

Disgustaba por las amenazas que Angelina recibió, pensó en botar todo al alcantarillado, comenzar una nueva vida, no tenía que quedarse y escuchar a esa manga de avaros, pero ella no podía irse, sentía que tenía una deuda con los patrones, por todo lo que habían hecho por su madre. Aunque encerrada en su cuarto gritaba a todo pulmón, reprochando los comentarios falsos sobre su persona, ese veneno que era escupido por las bocas de esa parentela lejana que ni siquiera los dueños reconocían.

Ya habían pasado semanas después del fallecimiento de su madre, preocupada por lo que el futuro le deparaba, comenzó a sentirse infeliz por su vida al pensar que podría terminar como su madre, cosa que le provocó un pánico al darse cuenta de que podría terminar en ese lugar para siempre. A pesar de todo, tomó la decisión en ayudar a sus patrones en el medio de ese tornado familiar, hasta que la situación cambiara. Tenía suficiente tiempo para ahorrar dinero que necesitaba, y salir de ese lugar antes que la avaricia de los familiares se tomaran el control o los bienes de la familia.

En el medio de esa búsqueda, fue en 1931 cuando Angelina conoce a Rick en una tienda de ropa en Portage Park, casi cerca de la calle Six Corners. Mi padre estaba buscando algunos pantalones para el trabajo, y fue en uno de los pasillos de la tienda donde por primera vez se toparon por casualidad. Mi padre la había confundido con una de las empleadas de la tienda, ella sonrió en esos momentos, ya que le había parecido gracioso, no solo por su pregunta, sino por que estaba totalmente perdido en el lugar, buscando pantalones en la sección de damas.

Después de que le contara dónde estaba, él se puso a reír, y fue en ese instante donde se dio cuenta que ella era diferente a otras chicas que había conocido con anterioridad. En esos momentos, notó que su encuentro no fue accidental, sino más bien el destino lo puso en el camino. Rick era muy romántico y supersticioso a veces, en ocasiones visitaba a las gitanas para leerle las manos, una mística forma de cómo él veía el mundo para ayudar a crear su autoestima sobre la vida, que lo ayudó a cumplir sus objetivos de trabajo en una sociedad que guarda muchos secretos, como el homicidio, secuestros y otros crímenes de gánsteres que tambaleaban a la ciudad de vez en cuando. Ahí, él se encontraba con esa capacidad intuitiva de predecir cuándo las cosas se ponían densas en las calles de Chicago, vida difícil que tuvo que equilibrar con los años.

Los dos pasaron mucho tiempo conversando, tratando de ver si tenían algo en común y, en el medio de la otra gente que busca las últimas ofertas de ropa, los dos se perdieron en la conversación. Al principio, ella no tenía ninguna razón en conocerlo, pero esto cambió cuando un tornado de preguntas y respuestas entre los dos surgió sin acotar. Rick se atrevió a preguntarle si la podía ver de nuevo, le insistió que deberían de verse una vez más y darse la oportunidad en conocerse más. Ella aceptó, pero estaba asustada a lo que la otra gente iba a decir, por eso le pidió que debieran de ser discretos.

Cuando Rick se fue del lugar, ella se puso a pensar que nunca había pasado algo así en su vida, en esos momentos su cara cambió por completo. Sospecho que Rick tenía una intención noble, pero no sabía qué iba a pasar entre los dos, para ella todo era desconocido y, sus pensamientos también. Con el tiempo, los sentimientos de mi padre comenzaron a cambiar y, cada vez que la visitaba, él se sentía preso a los encantos de sus palabras y su forma de ver la vida, que era muy simple, ya ella no estaba buscando nada grande, sino una alternativa. Después de todo, su trabajo y la vida de sus patrones tarde o temprano iba a cambiar. Para mi padre fue muy claro, se dio cuenta de que ella era la persona que estaba buscando, pero este sentimiento nació después. Mi madre había pensado que él solamente la quería como amiga, pero la postura de él se vio mucho más clara, se podían ver en sus ojos las ganas de estar con ella.

Un día, él se armó de valor y le propuso que se casara con él. Mi madre se demoró semanas para darle una respuesta, creo que estaba en estado de shock, hasta que un día tomó la decisión y aceptó. Pasaron tan solo algunas semanas después de casarse en secreto, y salir a California lo más rápido posible.

Todo lo que había construido su madre y ella en Chicago comenzaban a desaparecer desde ese día, cuando los dos se alejaban levemente de la ciudad y, sin demora, ella comenzó a mirar diferente su vida. Fue ahí donde mi vida comenzó, en esas largas playas, un cielo azul y rayos del sol que caían piadosos arriba de la ciudad, esa era la vida que conocí antes de que nos mudáramos a Nueva York.

Ahora aquí estamos, después de vivir algunos meses en Brooklyn, un lugar muy diverso y marcado por las culturas que predominan mucho en las calles. Fue aquí exactamente, aquí, por primera vez, donde comencé a entender sobre mis raíces. Aunque mi madre había nacido en Chicago, de alguna forma la asociaban con el resto de las latinas que vivían cerca de nosotros. Esta confusión se debió porque la abuela de mi padre era de Puerto Rico, creo que por esa razón algunas jóvenes del barrio, se equivocaban con mi procedencia. En California, en las calles siempre me consideraba americano, yo me consideraba americano, por lo menos en ese estado no se pensaba mucho de eso, pero aquí era otro mundo, muy marcado y divido por las culturas. En otras ocasiones me cuestioné la pregunta al reconocer que Puerto Rico había sido colonizado por Estados Unidos. Esto a veces causaba descontento en algunas personas, y nunca entendí por qué tanta división, en especial cuando un cierto grupo de gente se esforzaba en demostrar tal discordia. Yo sabía que la abuela de mi madre era puertorriqueña, y la bisabuela también, que había vivido casi toda su vida con la familia Frederick Maxwell en Chicago. Pero esto no sucedió por voluntad de ellos, fue una imposición que se vivía en esos tiempos, una vida muy difícil y complicada.

Mi curiosidad por saber más de la cultura en Brooklyn me animó a leer a James Sledd, sí, a mi edad es muy posible que no lo entendiera por completo. Pero me atrajo la idea cuando habla libremente sobre retórica y composición, una de las áreas que comencé a ver con más interés muchos años más tarde. Con el tiempo, dejé de interesarme en ese tema, fue difícil de entender desde mi perspectiva o posición donde estaba, yo no tenía la menor idea de qué estaba pasando, y aún menos podría pensar que mi identidad como persona estaba influenciada significativamente por el lenguaje. Podría mencionar a Joshua Fishman, que hablaba mucho sobre la identidad cultural, que es influenciada por la lengua y la cultura. Me imagino que mi interés por las ideas de Fishman se debía a que en mi casa se hablaba también español. Pero ese no era el único factor, ya que, con el tiempo, hablar elocuente el inglés no era suficiente para convencer a los revoltosos que te etiquetaban como si fueras un animal, sino más bien era por el color de mi piel y por mi estatura por lo que pasaba a ser encasillado como un latino, cosa que me sorprendió bastante, eso sin tocar el tema de la discriminación, que también sentí. Pero yo era muy joven para entender todas esas cosas que estaban pasando enfrente de mis ojos. Había eventos que el país estaba atravesando y otras preocupaciones más grandes, como la guerra. La gente comenzaba a hablar que la recesión había golpeado el país, y otros estaban convencidos que se estaba recuperando, pero la mayoría de los americanos no estaban muy optimistas. Cuando la guerra llegó a su fin en 1929, la producción industrial se desplomó, creando un desempleo muy alto, pero eso no fue todo, la crisis afectó en los bancos y en el mercado de valores. Todo estaba revuelto como una sopa de letras, hasta el presidente Roosevelt declaró un feriado bancario. Recuerdo que la gente estaba muy asustada, aunque mi familia, de alguna forma, sobrevivimos a esa tempestad.

Con la situación económica que el país estaba viviendo, nosotros éramos afortunados en que mi padre estuviera trabajando. Él pasaba casi la mitad del día en la tienda de abajo, la otra mitad, no tenía la menor idea qué hacía. En alguna ocasión le pregunté, pero él esquivó la pregunta. Ahora que recuerdo, me pareció muy extraño su actitud. Quizás se vio avergonzado por su trabajo. Espero que no y, por la mañana, antes de salir de la casa, le dije lo orgulloso que me sentía por él. Le di las gracias por todo lo que estaba haciendo por la familia.

Casi a mediados del día, el director de la escuela nos despachó temprano, había recibido una indicación de que dos estudiantes portaban armas de fuego. Estaba relacionado a una venganza entre dos bandos, cosa que era muy común escuchar. Esa mañana, cuando mi jornada acabó, de inmediato me fui a la casa.

—¿Eres tú, hijo? —preguntó mi abuela.

—Sí, nos despacharon temprano —le respondí a la abuela, que estaba en su recámara esperando que el restaurante de abajo abriera sus puertas para ir a comer. Creo que el papa estaba ya ahí, con el señor Saavedra, trabajando, como siempre.

En mi cama, acostado por algunos segundos, escuché algunos clientes hablar alto, al parecer la cocina había abierto sus puertas para el público. Desde el segundo piso podía sentir el aroma a comida, que era señal para ir a comer, cosa que ya lo habíamos hablado con mi padre antes.

—Abuela, ¿estás lista? Tengo hambre, abuela, apúrate —dije impaciente.

—Ya voy, ya voy, hijo, espera un poco, que no estoy para estos trotes —dijo la abuela cuando trataba de salir de su cuarto para bajar al restaurante.

Para mí, no era solamente un almuerzo, también tenía ganas de ver a mi padre, era un momento especial para mí, tenía la oportunidad de hablar cualquier cosa con él. Aunque en ocasiones the school me mantenía ocupado. Mi padre era todo para mí, a pesar de lo ocupado que estaba, nunca perdimos esa conexión entre padre y hijo, con excepción cuando viajaba afuera del estado, pero yo trataba de mantenerme ocupado con la abuela, por ello estaba agradecido, ya que el horario de mi madre en su trabajo era mucho más riguroso.

La familia y el secreto de Rick

El abuelo Guillermo era un ligón, ya que le gustaba a cada mujer que pasaba enfrente de él. Hasta que un día la abuela se aburrió y la suerte del abuelo se acabó cuando el pícaro fue descubierto con otra mujer. La abuela, que no iba a permitir que esto pasara más, lo dejó ir. Pensó que si Guillermo no estaba interesado en continuar más con ella, no había razón alguna para seguir su relación. A pesar de su decisión, al comienzo de su separación causó momentos muy tristes y difíciles en la vida de ella, pero con el tiempo pudo sostenerse sola, comenzar a vivir de nuevo. De a poco, esos recuerdos que tenía de él desaparecían de su cabeza, hasta que un día ese peso que sentía en sus hombros comenzó a disminuir.

Hoy la veo con otros ojos, una mujer honesta y muy apegada a sus principios tradicionales que había aprendido con su madre, cosa que vi similitudes en mi padre. Los dos pasábamos cantidad de tiempo juntos y, en muchas ocasiones, nos entretenemos jugando a los naipes, cuando mis padres no estaban en la casa. A veces, hacía trampa, yo creo que ella lo sabía, y me dejaba ganar. Fueron memorias claras que se quedaron en mi cabeza, cuando en otros momentos de relajo, cerca de la chimenea, los dos jugábamos con lápiz y papel, Battleships o Sea Battle. En el medio de la distracción, la abuela me contaba algunas historias, pero esa tarde comenzó a hablar sobre RMS Titanic, una desgracia que New York trató de superar. Incluso la abuela tenía amigos que habían tomado ese buque. Se había estimado que más de la mitad de las casualidades habían fallecido.

En cuanto a mi padre, Rick tenía dos trabajos, el trabajo con el señor Saavedra, y la verdad es que no sabía cuál era el otro trabajo, pero lo veía a él salir de casa durante varios días, me imaginé que era su segundo trabajo, cosa que estaba acostumbrado, ya que ocurría lo mismo en California. A veces pasaban semanas sin verlo, yo creo que, si la abuela no hubiera estado ahí, no sé qué podría haber pasado con mi vida, ya que mi madre pasaba casi todo el día trabajando para algunas familias pudientes en el Midtown of Manhattan.

Como es costumbre, nos reuníamos para el almuerzo y, cuando mi padre tenía tiempo, traía la comida para estar con nosotros, pero ese día no pudo. Éramos yo y la abuela María los únicos en la casa ese día, habíamos comenzado a comer un poco más tarde que de costumbre, siempre teníamos un tema para conversar, pero esta vez me preocupó escucharla hablar de cosas que nunca había oído antes.

—Bombón, ¿sabes que mi hijo trabajó para el Gobierno? —dijo la abuela.

—Imposible, abuela, ¿de qué me estás hablando? —De inmediato me puse a reír. Of course, no la creí, en toda mi vida nunca vi a Rick con nadie del gobierno. Yo le discutí que su hijo no estaba trabajando para esa gente, para mí era imposible pensar una cosa así. «Si fuera así, estaríamos viviendo en otro lugar», dije en voz baja sin dejar que ella se diera cuenta de que estaba siendo sarcástico. Pero mi voz fue muy respetuosa, no quería que la abuela se enojara conmigo, al parecer solo quería que conversábamos de algo en la mesa, y por eso pensé que ella estaba bromeando. A veces decía tonterías, pero esto se debía a su estado mental, que en ocasiones no estaba muy bien. Mi padre me advirtió de esto, y con más razón traté de tomar con calma la situación. Aunque, si se agravaba, tenía que hablar con mi madre.

La abuela insistió en que sus misiones eran diferentes, y que su trabajo con el señor Saavedra se debía solamente a hacer creer que él no era un agente.

—It is his cover —volvió a decir la abuela, con esos ojos saltones y una voz sedosa.

En esos momentos volví a reír, pero esta vez más fuerte, yo pensé que la abuela estaba bromeando y tratando de tomarme el pelo, pero ella se enojó conmigo. Antes, mi madre me había advertido de que a su suegra se le iban los humos por la cabeza y que las alucinaciones aparecían de vez en cuando, su estado mental en muchas ocasiones era normal, pero esa tarde me dejó helado en la silla. No quería que ella se sintiera mal, por eso tomé la decisión de no burlarme de ella y tomar la situación con más seriedad.

Cuando llegó mi madre a la casa, le conté lo que había pasado con la abuela, pero ella no se inmutó, dijo que no me preocupara y, antes que comenzáramos a comer, le pregunté si podía contarme algo de su madre, que había fallecido muchos años atrás en Chicago.

—No tengo muchos recuerdos de ella —dijo mi madre, casi cerrando sus ojos, como tratando de oprimir todos sus recuerdos en un rincón de su memoria.

De inmediato, me di cuenta de que no quería hablar en ese momento de su niñez, ya que su vida había sido muy diferente. Podría haber insistido para que me contara lo que le había pasado, ya que su madre, como la abuela, habían sido entregadas a diferentes familias pudientes. Yo conocía la historia por medio de mi abuela y mi padre, pero nunca supe la historia de la abuela por parte de mi madre. Yo me había enterado hace mucho tiempo atrás, en una de las conversaciones secretas con mi padre, que la abuela todavía guardaba un rencor por la Coto antes de fallecer, llevándose a la tumba esa saña en contra de ella por esa mujer. De la misma forma, mi madre sentía rabia cuando se enteró cómo su madre había llegado a Chicago, pero nunca lo demostró con nosotros. Realmente no pude imaginar cómo ella se sentía por dentro, cosa que no iba a insistir en preguntarle.

A pesar de lo poco que he escuchado de la abuela, mi madre la ayudaba en la casa del patrón, no tuvo otra alternaba que limitar su vida a las cosas que una joven a su edad podría haber estado haciendo. En realidad, ya me había expresado lo molesto que estaba por todo lo que le había pasado, ya que toda la niñez se le había ido a la cresta.

Sé que, a sus quince años, ella había cambiado mucho, veía el mundo con otros ojos, diferente a los que su propia madre conocía, después de todo, mi padre se fue con ella años más tarde y su vida cambió drásticamente. Yo creo que eso la puso feliz, ya que por primera vez sentía que alguien se preocupaba por ella, en realidad no quería terminar como su madre, deseaba formar su propia familia y salir de esa casona de sus patrones que, en ocasiones, se sentía prisionera. Pero eso fue hace mucho tiempo atrás, la vida que llevamos ahora, otros objetivos, otra economía que, de alguna forma, puso a mi madre devuelta a trabajar en el mismo rubro que tenía.

Por otra parte, la abuela, madre de mi padre, también fue diferente para ella salir de Puerto Rico a Chicago, y más en las condiciones como se vivía en ese tiempo. No pude imaginar lo difícil que fue o lo triste que ella estuvo y cómo sus propios derechos de libertad habían sido violados también.

En la mesa, mi madre trató de cambiar de tema y me dijo que el Empire State había sido terminado, uno de los edificios más grandes de Nueva York. Nunca olvidaré ese día, marzo 1, 1931. También había escuchado rumores de que comenzarían a rodar la película King Kong. Expresé con felicidad en esos momentos, tratando de darle a conocer a mi madre el deseo de ir al cine. A pesar de la distracción, insistí y le pregunté con más seriedad sobre la abuela.

Finalmente, ella se animó a contarme y me dijo que la abuela había sido criada por una monja, pero era una de las más malas del convento, allá en Puerto Rico, dijo con una cara y tono de voz que me dejó tembloroso. A veces, se arrancaba de la casa para ver a un chico que la estaba persiguiendo desde hacía mucho tiempo. Creo que quería casarse con ella, pero con el tiempo ese plan cambió, ya que no tenía suficiente edad para decidir por sí sola. La bisabuela, que se cansó de cuidarla, la dejó en las manos de la Coto, esta monja que más tarde entregó a la abuela a la familia en Chicago.

—Hijo, creo que te mencioné el nombre, yo trabajé ahí también, con la familia Frederick Maxwell —dijo mi madre.

—Mom, ¿qué pasó con el abuelo? —pregunté, pero ella no contestó. Creo que tenía mucho que decir de él cuando estaba viviendo en Chicago. Sabía que había fallecido en un tiroteo a un banco, estaba esperando en la cola para retirar dinero cuando un grupo de asaltantes entran al lugar bruscamente, todos fueron forzados a acostarse en el piso boca abajo, pero la situación se tornó difícil y comenzaron a disparar. Un proyectil le llegó al abuelo y de inmediato falleció en el lugar. Pero esta historia, que ya la conocía, era muy similar a las historias que había escuchado de otros amigos. Esto me causó curiosidad y extrañez, ya que mi madre nunca dijo nada al respecto, al parecer no quería hablar mucho del asunto. Por supuesto, esto me pareció extraño, ya que era el abuelo de quien estábamos hablando, pero también tenía la idea de lo doloroso que pudo haber sido al perderlo, y quizás esa fue la razón de su silencio.

En esos momentos me atreví a preguntarle si fue feliz en esa casa cuando la abuela estaba viva. Solo movió su cabeza expresando que sí, al parecer no guardaba ningún sentimiento negativo de ella, por el contrario, estaba descontenta por haberse dado cuenta de que no era su casa. Su reacción me causó tristeza al verla de esa manera y, desde esa pequeña distancia antes de levantarse de la mesa, me dijo que quería ir a descansar. Yo no la detuve y le dije que la amaba, ella me abrazó y me dio un beso en la cabeza antes de dirigirse a su recámara.

Para mí era muy difícil creer lo que le había pasado, esto se debía a que vivíamos otros tiempos, diferentes a los de Puerto Rico o a los de Chicago, donde el periódico local publicaba cada día la muerte de alguien y donde el negocio de la funeraria hacía su fortuna. Pero en esos momentos pensé cómo habría sido la vida de ella a los diecisiete años, cuando pasaba todo el día en la casa de los patrones ayudando a su madre a limpiar.

Recuerdo que en la mayoría de las ocasiones ella había expresado una gran felicidad por haberse casado con mi padre y, en especial, cuando se decidió en iniciar una nueva vida en California, decisión de la que nunca se arrepintió.

My father había nacido en Chicago, donde las mafias y otros grupos corruptos trataban de controlar las calles y los negocios, deferente a la vida que tenía en California. Su principal trabajo era de camionero, creo que transportaba diferentes productos comestibles, en especial a California, donde la historia de mi vida comenzó.

A pesar de que los dos estaban muy ocupados, yo pase más tiempo con él que con mi madre. Pero sobre su pasado no sé mucho, en realidad nunca le pregunté. Lo único que sé es que él trabajaba mucho, y la abuela, la madre de Rick, fue la conexión más cercana que tuve con mi padre. Quizás no tenía razones en preguntarle nada más, ya que la abuela se encargaba de alimentarme de las cosas que él hacía cuando era joven.

Ya era tarde, la mamá y la abuela estaban en la cama, y seguramente en el segundo sueño. Cuando terminé de lavar la loza, de inmediato me dirigí a mi habitación y, acostado, escuché a mi vecino trabajar con su máquina de coser.

—Estas murallas de mierda que no protegen nada, en realidad, si me tiro un peo, es muy posible que el vecino me escuche —dije en voz baja y agregué, pero con exageración—. Cómo serán de delgadas las murallas. Bueno, qué se le va a hacer, me imagino que el vecino estaba tratando de terminar las gorras de lana que venden en la esquina a una cuadra donde vivíamos, entre la calle Boston y Clarkson.

Esa noche no pude dormir muy bien, en realidad solo logré cerrar mis ojos algunas veces hasta que las primeras señales de luz que provenían de la ventana comenzaban a entrar al cuarto. Estaba muy frío, mis huesos y mis pies estaban entumecidos, la temperatura había bajado demasiado esa noche.

—Olvidé poner más leña en la chimenea —dije en voz baja. Pero, con las cenizas que todavía estaban tibias, pude de inmediato colocar algunos leños encima de ellos para que comenzara a tomar más fuerza, el resultado fue notable, el fuego se levantó rápidamente.

—Chico, chico, ¿por qué esta tan frío? Te olvidaste poner leña al fuego —gritó la abuela cuando camina en dirección a la cocina.

—Ya está, abuela, no te preocupes, creo que la noche anterior fue muy helada —respondí, con mis dientes juntos.

—Pero, chico, está muy frío —volvió a decir la abuela. Al parecer se había disgustado un poco.

—Ya, abuela, el lugar va a calentarse rápido. Tienes que esperar un poco —volví a responder, pero con más seguridad.

Cuando preparábamos el desayuno, no esperaba ver a mi padre esa mañana, yo pensé que iba a volver la próxima semana. Él tenía dos trabajos, y hasta la abuela le dijo que tenía que renunciar a uno de ellos, se refirió al trabajo que tenía en la tienda de abajo. Para mí fue extraño ver cómo trataba a su propio hijo de esa forma, aunque entendí que podía decirle cualquier cosa.

Sus palabras fueron claras y, una vez en la mesa, Rick no tuvo otro remedio que buscar la forma de explicar de qué se trataba su trabajo. Mi madre, que se había sentado sin anunciarse, saltó de la mesa y me dijo si yo estaba listo para saber toda la verdad. En realidad, estaba tratando de despertar y, cuando mencionó eso, no pude entender a qué se referían.

—¿Qué? ¿Qué verdad? La verdad que mi padre tiene dos trabajos —dije, por decir algo.

Mi padre comenzó a explicar algo sobre la guerra, al principio no entendía qué estaba diciendo, en realidad no estaba tomando mucha atención, pero tenía entendido que estaba pasando en el país.

—Seguimos en las mismas, la situación se está agravando más. Ayer recibí una orden, estoy cien por ciento seguro de que esta misión que me dieron será afuera del país, y creo que una de las más largas —dijo el papa.

—Deberíamos de irnos todos juntos esta vez —dijo la abuela desde el otro lado de la mesa.

—Esta misión es muy peligrosa —respondió mi padre, insistiendo que esta vez era muy, pero muy peligroso—. No quiero que a nadie les pase algo. No, no, absolutamente, no —volvió a hablar Rick.

Yo me quedé helado como estatua en la mesa, como un múcaro. Pero pregunté qué estaba pasando, que no entendía nada y, unos instantes después, mi padre confirmó lo que la abuela había dicho el otro día. De inmediato quise saber por qué estábamos viviendo en Brooklyn, creo que fue mi única pregunta. Al principio él no quería decir nada, pero no tuvo otra opción y se paró en frente de todo para explicarme.

—La mama y la abuela saben por qué estamos aquí, mi trabajo con el gobierno tiene mucho que ver con la necesidad de reclutar y solucionar casos importantes que la agencia necesita. Esto tiene que ver con el alistamiento de algunos agentes secretos que la agencia precisa aprobar antes de que salga del país. Mi experiencia en el área me permite realizar este tipo de selección, por eso estamos aquí —dijo mi padre con una seriedad que me dejó helado.

En ese momento no dije nada más, me quedé boquiabierto y, callado por algunos segundos, me paré de la silla y me volví a sentar en ella por el nerviosismo que sentía al escuchar de su boca esa noticia. En realidad, no sabía qué estaba haciendo, cuando él seguía hablando sobre la nueva misión a España, más tarde a Francia y finalmente a Marruecos. Podía haber gritado en esos minutos de confusión, pero no lo hice. Mi cuerpo quedó en una posición de descanso y sin movimiento. Fui incapaz de decir algo, realmente me quedé mudo como un búho, y terminé escuchando a la familia hablar de los planes, esos mismos que hicieron años atrás, antes de que nos mudáramos a Brooklyn, pero esta vez fue diferente, pude conocer con más claridad lo que estaba pasando. Sabía que ahora era parte de esas misteriosas conversaciones y de los planes de la familia que, en el pasado, mi madre hablaba a escondidas con mi padre. En ese momento comencé a sentirme orgulloso de lo que mi padre hacía, un agente de los Estados Unidos, eso sonaba mejor que las películas de cine, cuando Rick y yo íbamos a verlas a escondidas de mi madre, que estaba en desacuerdo.

En ese momento salté de la mesa y, en forma de broma, dije que ahora podía ir al cine con mi padre y ver esas películas de Sherlock Holmes.

Mi madre se puso a reír y concluyó diciéndome:

Don’t push it.

—Familia, nadie se debe enterar dónde yo trabajo, y menos hablar de esto. Este es un secreto que vamos a guardar a toda costa, a nadie —dijo mientras me miraba a los ojos tratando de mostrar lo importante que era. Yo de alguna forma quería contárselo a mis amigos, ya que me sentía orgulloso de él, pero esto podía ponerlo en riesgo, y no tuve otro remedio que guardar el secreto.

Esa noche mi padre comenzó a planear y organizar nuestra llegada a España, en su cuarto no dejó entrar a nadie, estaba en un estado de concentración para poner todas las piezas juntas antes de partir. Calculo cada paso, ya que la situación en ese país no iba por un buen camino. Además, el país vecino y sus problemas políticos y sociales que Francia estaba teniendo lugar, podrían afectar también a su misión. En cuanto a nosotros, no teníamos nada en su agenda, solo irnos con él y tratar de vivir una vida normal, cosa que yo lo dudaba.

La mama, la abuela y yo nos hacíamos la idea de llegar a Madrid con recelos, aunque él todavía estaba confirmando con la embajada los últimos arreglos. Ese día no dejé de pensar cómo sería la vida en ese país, pero con el pasar de los días comencé a acostumbrarme más a la idea, lo mismo que la abuela que, por un lado, estaba ya preparando sus vestidos de verano que había guardado desde la última vez que pisó tierra en Puerto Rico, esto fue hace muchos años atrás.

Europa

De la misma forma, mi madre se organizaba para que todos estuviéramos listos antes de salir del país, pero esa noche el cielo se cubrió de rojo para todos nosotros, totalmente desganados, en el medio del dolor, ninguno de nosotros pudo detener a la naturaleza.

Dos semanas antes, mi padre confirmó la fecha para irnos a España, pero durante la noche del viernes, como a las 11 de la noche, después de que Rick nos explicara los últimos detalles del viaje, nadie se dio cuenta, ni siquiera yo, cuando pensé que no iba a dormir esa noche por lo exaltado que estaba. Aunque el cansancio me derrotó hasta caer levemente dormido entre las 2 y 3 de la madrugada, la abuela fallece.

Mi padre estaba muy afligido, y el resto de la familia, pero, por una parte, sentía una sensación de júbilo al saber que estaba con Dios. Todos pensamos que ella había tenido suficiente tiempo para ordenar su vida y dejar esta con la cabeza en alto. Ninguno negó el gozo de tenerla y disfrutar de su humor, de las peleas y tribulaciones que pasamos juntos, todas esas fueron suficiente para reconocer el impacto que nos marcó al conocerla. Para mí fue duro, ya que me había apegado mucho a sus mañas, a la comida, a los juegos de cartas, todos esos recuerdos agradables que fueron los más grandes de mi vida.

Por la mañana, la iglesia comenzó a realizar los preparativos para el funeral, y algunas personas del barrio que la habían conocido la fueron a ver por última vez esa tarde. El lugar no estaba muy lleno, fue muy íntima la velada, ya que ni el señor Saavedra se enteró de lo ocurrido inmediatamente. A veces la gente estaba muy ocupada, ya que el país estaba pasando por una situación muy difícil, después de la guerra que causó al país caer en una recesión, la vida no era fácil en las calles, y menos en los sectores más vulnerables de la sociedad. Pero para los más pudientes, que eran los que más gritaban, todavía se quejaban.

El presidente Franklin Delano Roosevelt trató de recuperar la fe en la gente, afirmando que lo único que deberíamos de temer era al miedo a nosotros mismos. Por supuesto, esas palabras alentaron a la mayoría del país, en especial a Rick, que trabaja para el gobierno. De la misma forma, yo me sentí optimista a los cambios que el país estaba tomando, y estaba seguro de que mi padre también.

Después del funeral de la abuela, yo vi a mi padre bien, pensé que lo había tomado con madurez la muerte de su madre, pero desde a poco comenzó a caer en la oscuridad, en realidad no sabía qué estaba pasando en su cabeza, ya que cada día atrasaba el viaje a España, cosa que puso nerviosa a mi madre.

Sin decir ninguna palabra, volvió al trabajo, como si nada hubiera pasado, mi madre y yo nos extrañamos mucho, ya que él no había dicho nada al respecto. Hasta que un día, ella no pudo más y le gritó tan fuerte para que despertara de ese tardío que lo había dejado incapacitado después de que la abuela falleciera. Semanas más tarde, comenzó a reaccionar y a tratar de volver a la realidad, pero fue muy difícil para él, los días y meses pasaban muy rápido, pero desde a poco nos dábamos cuenta de que estaba volviendo su cordura. Por otro lado, la agencia lo había destinado a quedarse en New York, después de lo ocurrido, no querían mandarlo en esas condiciones.

Pasaron años antes de encontrarse a sí mismo y, a mediado de los treinta, no había retroceso, casi todos estaban hablando de una guerra civil en España por parte de los nacionales en contra de los republicanos. Por otra parte, las oscilaciones entre Francia y Alemania se sentían más fuertes, como si la guerra estuviera a nuestros pies.

Estábamos ya en 1935 y el plan que habíamos trazado con la familia, cuando la abuela aún estaba viva, no se retrasó más y, sin darnos cuenta, llegamos a Madrid, asombrados con la ciudad y su gente, pensamos que el cambio de vida nos iba a ayudar a los tres a superar la pérdida de la abuela. Mi padre comenzó a trabajar para la embajada de Estados Unidos cuando el gobierno de la República estaba instalado en ese lugar. Sus visitas y sus viajes fueron muy frecuentes, lo veíamos muy poco en casa, cosa que esperaba que pasara más tiempo con nosotros. Mi madre y yo buscábamos cosas que hacer, en especial aprender español, pero ella no tuvo necesidad, todavía recordaba la lengua que su madre le enseñó cuando vivió en Chicago. Esto nos facilitó movernos en la ciudad, comprar comida y hablar con los vecinos que de vez en cuando se preguntaban quiénes éramos.

Pero no pudimos aludir lo ocupado que Rick estaba, cada vez que el papa se distanciaba por el trabajo, el trecho entre él y nosotros era más grande. Esto comenzó a afectar a mi madre desde a poco, sentirse a solas, y yo también comenzaba a extrañarlo, en realidad ya no lo veíamos mucho. Esto se debía a que su situación era demasiado peligrosa, a veces lo escuchaba llegar a escondidas a la casa, tratando de no despertar a nadie, excepto cuando yo estaba con mis ojos abierto en la cama. Recuerdo perfectamente una noche cuando tuve que ir a la cocina por agua y, de la nada, mi padre entra por la puerta de atrás, con su camisa ensangrentada. Me miró algunos segundos para decirme que me fuera a la cama. De inmediato se dirigió al baño, me imaginé que fue para limpiarse antes de entrar a la recámara de la mama. En ese momento, cuando lo vi alejarse, mi cuerpo se paralizó por algunos segundos. También me di cuenta de que la situación en el país se estaba poniendo difícil, por su puesto, esto me preocupó mucho, en especial por la vida de él. Aunque con el tiempo pude acostumbre a esas escenas y desde a poco ese miedo comenzó a disminuir.

Después de un año y medio viviendo en Madrid, comenzamos a ver que la situación del país estaba cada vez agravándose más. Mi padre nos advirtió que deberíamos de salir del país, ya que había escuchado que los nacionales iban a atacar la ciudad desde el norte. Aunque no estábamos seguros de qué posición iba a adoptar Estados Unidos y decidimos quedarnos.

Pero a mediados de julio de 1936 tuvo lugar un hecho que fue muy trágico para la familia, ninguno había calculado qué iba a pasar, pensábamos que el país podría salir de ese problema entre los nacionales y los republicanos.

Las calles estaban llenas de gente, todas trataban de comprar comida, ya que no se sabía qué iba a suceder. La vecina de al lado también había mencionado que era necesario abastecerse, ya que el país no estaba yendo por buen camino. Mi madre no perdió el tiempo y rápidamente se fue a la ciudad, como lo hizo su vecina. Yo me quedé en la casa haciendo ruido para que no entrasen a robar, algo muy común en los barrios residenciales.

Angelina

—Señora Clotilde, acompáñeme a esta tienda —dijo Angelina cuando trataban de entrar ante que se desabastecieran de comida. La gente se había acumulado como ganado para comprar. Pero las dos patudas y a empujones daban cada paso para llegar al frente del mostrador y pedir sus meriendas.

Yo me vi en la necesidad de ayudar a mi vecina, tierna persona a la que había conocido el mismo día que me mudé a la casa junto con mi familia. Un poco celosa al comienzo, pero con el tiempo pude conocerla más, lo mismo que mi marido y mi hijo. En algunas ocasiones visitaba su casa para tomar el té a esas horas de la tarde, cuando la temperatura alcanza casi los cuarenta grados.

Con el tiempo nos encariñamos con ella y vino a hacer una compañía más en la familia después de que su marido fallecería meses atrás. Ahí, en sus paredes, tenía colgada su historia, una serie de fotografías de la familia y, cada vez que nos reuníamos, me contaba algo de ellos. Tenía dos nietos por parte de su hija que ya no vivían más en España, y que se habían ido a Francia por razones de trabajo. No fue una o dos veces que me di cuenta cuando la miraba a los ojos y el tono de su voz que delataban también su duelo, creo que la soledad la estaba matando de a poco. Sin embargo, yo la invité muchas veces a mi casa, ir de compras y entretenernos en la ciudad cuando se daba la oportunidad. Esta relación desde a poco nos ayudó a conocernos más, y a conocer sus amistades, que no eran muchas. Con el tiempo, cuando la confianza entre mi familia había crecido lo suficiente, comenzamos a verla con más frecuencia en la casa, era como una sensación de adopción.

En el centro de la ciudad, las dos nos dábamos cuenta de que estaba anocheciendo y alcanzamos a comprar una cantidad de latas de comida, polvos de hornear, harina y otras viandas para mantener a una familia por lo menos unos meses. Pusimos toda la comida en la parte trasera del auto de la embajada. Gracias a mi marido, que trabajaba para el Gobierno, privilegio que no muchos tenían.

Cuando estábamos en la última tienda buscando leche en polvo, me vi envuelta en una protesta, de inmediato me separé de Clotilde. La vi desde lejos tratando de ayudarme, gritaba y gritaba que me dejaran en paz, pero no pudo alcanzarme.

Cada paso que daba tratando de explicarle a los militares que yo no tenía nada que ver con la protesta, ninguno quiso dejarme ir, mis brazos en esos momentos estaban totalmente atrapados. Traté muchas veces de moverlos, inclusive mi cuerpo también, pero uno de ellos me pegó en la cara para no seguir moviéndome. Le grité una y otro vez que parara, que no estaba con ninguna revolución o cosa parecida. No hubo caso, todo se había nublado para mí hasta que terminé subiéndome a un camión con otras personas que estaban también detenidas.


Clotilde

«¡Angelina!», le grité muchas veces y traté de alcanzarla entre la multitud, cada paso que daba era muy difícil, a mi edad mis trancos ya no eran tan amplios y firmes como años atrás, ahora son muy débiles. A pesar de todo, traté de sacarla, pero la gente enfrente de mí no me dejaba, desde la distancia vi a algunos militares tomarla del brazo. En ese momento grité a los soldados que no se la llevaran, que no tenía nada que ver con la protesta. Volví a gritar, pero mis pulmones no pudieron más, me faltaba el aire, tuve que parar y, cansada en la calle, vi a Angelina alejarse. Entonces recordé que me había pasado las llaves del auto antes de poner la comida en la parte de atrás de este. De inmediato caminé rápido al coche, no recuerdo cuándo fue la última ves que manejé, puse las manos en el volante, el auto estaba en neutro, coloqué la llave y lo encendí, apreté el embrague, solté el embrague lentamente y aceleré. Manejé hasta una barricada hecha por los militares, le pedí al oficial que estaba de guardia que me dejara pasar, al principio no quiso, pero después de ver el pase de la embajada de los Estados Unidos en la ventanilla del auto, no se demoró en dar la orden a los otros soldados para que me escoltaran. Cuando llegamos a una de sus guarniciones, el pelotón de fusilamiento ya había ejecutado la orden para disparar y, entre la multitud de gente que estaba en contra del levantamiento militar, Angelina también recibió los tiros. La vi a ella en el piso, encima de las otras víctimas que fueron acribilladas ese atardecer.

El soldado que estaba a cargo me preguntó si conocía a una de las víctimas. «¡Víctimas!», respondí yo al hijo de puta. Mi voz se alteró tanto que le dije que ella estaba comprando conmigo cuando la arrestaron por error. Oh, no pude contener mi odio, la tristeza que comenzaba a apoderarse de mi cuerpo. El soldado no se inmutó por lo ocurrido y le volví a decir que en esta estúpida sublevación son puras tonteras, que por ese culo de los militares sublevados querían instaurar un régimen con la ayuda de la Alemania nazi y la Italia racista. «¿Qué me tienes que decir sobre ello?». No había caso, mis palabras le entraban por una oreja y se le salían por la otra. Al final le dije que tenía que llevarme el cuerpo conmigo. Un sargento, que estaba mirándome desde la distancia, como si fuera una persona extraña, se acercó para cancelar la orden. Yo le dije que la víctima era una persona protegida por la embajada de los Estados Unidos, el huevón miró el auto que manejaba y se dio cuenta del embrollo en que se habían metido. De inmediato dio la orden para que la fueran a dejar a la casa, con prisa cuatro soldados comenzaban a tomarla de los pies y de los hombros para ponerla en la parte de atrás del jeep, uno de ellos se dio cuenta de que todavía estaba vivía. Gritó que la mujer aún respiraba. No esperamos ni un segundo para llevarla al hospital más cercano. Más tarde, llamé a su hijo Victor explicándole que su madre estaba en el hospital.

—Señora Clotilde, ¿qué pasó? ¿Qué pasó? —preguntó una y otra vez el joven cuando corría en dirección a ella.

Yo estaba preparaba para contarle todo lo que había pasado, y cuando los doctores estaban en la sala de operaciones tratando de salvarla, Victor se puso a llorar delante de mí. Fue en esos instantes cuando vi en sus ojos lo que ya había visto antes en otros jóvenes de su edad: odio y un deseo de venganza por lo que le había pasado.

Yo no pude quedarme callada, tenía que contarle qué había ocurrido y lo que había tratado de hacer cuando la arrestaron. En silencio, Victor me escuchó, y por las lágrimas, que no paraban de caer en su cara, no pudo decir ninguna palabra. Fue como un silencio agudo, similar al que uno siente cuando estás a solas en el medio del bosque más oscuro de la zona. Y sus ojos que se encontraban extraviados después que le conté toda la historia.

Victor

Cuando estaba un poco más calmado, la Clotilde no se separó de mí, ya que estaba en estado de shock por lo que había ocurrido, entre lágrimas y un sentimiento de odio por estos pelotudos que dispararon a mi madre a quemarropa, corrían en mi cabeza esas imágenes de ella, y en cada escena la visualicé parada con las manos atadas enfrente de un pelotón de fusilamiento. Esas imágenes causaron en mí un sentimiento de venganza y, al mismo tiempo, detrimento.

Esperamos en la sala contigua mientras los médicos trataban de salvarla. Cada minuto que corría era crucial, y ella no salía, estaba completamente alarmado hasta que el doctor a cargo nos da la noticia.

—Traté muchas veces de revivirla, pero su cuerpo no pudo reaccionar, tuvimos que dejarla ir —dijo el médico.

En ese instante, los hombres de la embajada comenzaban a aparecer con mi padre detrás de él. Me abrazó tan fuerte que no me dejó ir, nunca lo había visto de esa forma.

En silencio, los dos nos quedamos abrazados por algunos segundos. No supe qué decir, el mundo se me había caído encima. Madrid no era lo mismo, y menos sin la mama, pensé en mi cabeza.

Cuando salimos del lugar, no podía dejar de sentir el olor a gladiolos, no sabía cómo sacarme de mis narices esa idea de que la mama había pasado al patio de los callados. Mi padre, sin dejarla en la morgue, realizó todos los preparativos del funeral lo mas rápido posible, pero decidió enviar el cuerpo de mi madre a California y realizar una pequeña ceremonia en España antes de que la pusieran en el cargo de la nave. Él insistió que fuera con él y me quedara, pero yo no quería, ya que estaba abrumado por todo lo que estaba pasando. Además, la abuela se había ido y mi padre era lo único que me quedaba, en realidad no tenía a dónde ir. Yo preferí quedarme en Madrid con las hijas del embajador. Eso tranquilizó a mi padre, pero con la muerte de mi madre lo distanció y lo destruyó por completo, tanto, que se olvidó de mí. En realidad, los dos nos alejamos, cosa que no quería que ocurriera, al contrario, quería que él estuviera conmigo o, por último, cambiar nuestras vidas, podría haber sido lo correcto. Pero nada, su vida estaba muy ocupada, había otros problemas más graves que él tenía que atender y que dificultó mantener una relación cerca conmigo.

Después de varios días sin verlo, decidió saber cómo estaba. En una sala de la embajada nos sentamos para conversar y, sin darle un descanso a lo que había pasado, obstinado de lo que quería hacer, me dijo que era necesario que me fuera del país, que las cosas en Madrid iban a explotar, drásticamente.

—No quiero ir a ninguna parte, quiero quedarme contigo —le dije. Aunque él insistió en lo difícil que sería estar sin la mama, especialmente cuando los rebeldes avanzaban hacia Madrid, que insistió en que era muy peligroso quedarse.

—Las cosas se pondrán más duras —afirmó mi padre.

—No me importa —volví a responder.

De inmediato nos dirigimos a ver el embajador estadounidense que estaba en la otra sala contigua para pedirle que yo me quedara con ellos. Woods, y sus hijas, casi de la misma edad que yo, pasaban la mayoría de mi tiempo con Sara y Jazmín. Íbamos al mismo colegio privado, pero con otros apellidos para que no los identificaran.

Minutos más tarde, mi padre terminó de hablar con John, aceptando en que yo debería de quedarme con ellos, pero si las cosas se ponían difíciles, tenía que tomar el primer avión a Estados Unidos. Ese fue el acuerdo que Rick concordó con él.

Al final de todo, estaba protegido, y eso fue lo que mi padre esperaba o, por lo menos, fue eso que lo tranquilizó. Con el tiempo, entendí que su decisión fue la correcta. Mi único deseo fue vivir una vida diferente a esa y compartirla con él, pero esto nunca pasó.

Todavía tengo recuerdos de California, él y yo jugando al fútbol americano. Esas hermosas imágenes de júbilo, que no las quería dejar ir, comenzaban a desaparecer en el ambiente donde estaba. Aunque deseaba que estuvieran siempre conmigo, pero no podía contenerlas por mucho tiempo, sabía que tenía que dejarlas ir tarde o temprano. Esto se debió al crecimiento de mi carácter personal, ya más maduro que antes, estaba tomando mis propias decisiones. Al parecer, mi padre lo presentía, y creo que por eso no insistió mucho en persuadirme para salir del país.

Sin duda, California fue mi cuna, ya que no era fanático de Nueva York. Otra vida, donde me enteré por primera vez del verdadero trabajo de mi padre y donde pasé momentos inolvidables con la familia, especialmente cuando la abuela estaba viva.

Meses más tarde, cuando su ausencia era más extensa por sus misiones que tenía que atender, comencé a olvidarme de su propia cara; solo podía visualizar algunos rasgos de su rostro o cómo me trataba. Esto generó en mí una angustia hasta que un día caí en una depresión, traté muchas veces de no pensar mucho en la muerte de mi madre, pero el desánimo que crecía en mí no paraba. John trató muchas veces de alentarme cuando estábamos en la mesa comiendo, pero el esfuerzo que hacía no era suficiente.

Pero, cuando tenía la oportunidad de sentarme en la mesa con mi padre, yo, desesperado, trataba de hablar con él a solas sobre las cosas que me estaban pasando, que para mí no eran fáciles de decir. Aunque, en otras ocasiones, yo trataba de actuar normal, pero la distancia nos había separado mucho, él estaba también muy cerrado a escucharme, al parecer lo que le pasó a la mama lo había bloqueado por completo y solo tenía oídos para escuchar sobre lo que estaba pasando en el país.

Trate de vez en cuando mirarlo a sus ojos para saber qué estaba pasando con él, pensaba lo difícil que era su vida. La pérdida de la mama, que todavía lo torturaba y que era la razón principal de su silencio. Al parecer continuaba culpándose de todo y todavía no me miraba a los ojos, creo que él no sabía en esos momentos, o no pensó, que yo estaba ahí, vivo, a su lado. En realidad, no estaba seguro si era eso lo que él estaba pensando, quizás fue algo diferente que yo no podía describir con exactitud qué estaba ocurriendo en su cabeza.

Entre justicia y tiempo

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