Читать книгу El triunfo del cariño - Victoria Pade - Страница 5

Capítulo 2

Оглавление

ACOMPAÑÁNTES de Nina Crawford?

Dallas se puso de pie en cuanto oyó aquellas palabras. Estaba en la sala de espera de urgencias del hospital de Kalispell, donde permanecía desde que llegaron y se llevaron a Nina.

—Soy la doctora Axel —se presentó la mujer.

Dallas no sabía si admitir o no que no era de la familia, pero antes de que pudiera decir algo, la mujer continuó.

—Nina y el bebé están bien. Las punzadas que ha experimentado eran debidas al golpe contra el volante, no al parto. Nada indica que vaya a dar ya a luz. Hemos hecho una ecografía y el bebé parece estar bien. Además, le hemos puesto a Nina un monitor fetal y no parece haber signos de estrés.

—Estupendo —aseguró Dallas sintiendo un gran alivio.

—Como seguro ya sabe —continuó la doctora—, Nina está de treinta y cinco semanas así que un parto a estas alturas, aunque no sea lo más deseable, no supondría tampoco mayor problema para la madre ni para el bebé en caso de que algo cambiara de pronto. Pero con esta tormenta y las dificultades que hay en las carreteras, volver a traerla aquí rápidamente podría suponer un problema, y prefiero pasarme que quedarme corta. Así que vamos a dejarla aquí esta noche. Así podremos tener monitorizados a madre y a hijo.

—Por supuesto.

—La van a llevar ahora a la habitación. Si pregunta en el mostrador, le dirán el número.

Dallas le dio las gracias a la doctora y luego se acercó al mostrador, dio el nombre de Nina y le dijeron dónde estaba.

Al recibir aquella información, se preguntó si debería quedarse.

Después de todo, no era de la familia.

Pero aunque Gage Christensen había prometido notificarles a los Crawford lo del accidente y decirles dónde estaba Nina, ninguno de ellos había aparecido todavía. A pesar de que la tormenta había cesado y solo caía una nieve ligera, las carreteras seguían en mal estado, así que no le sorprendía. Y a Dallas no le gustaba la idea de que Nina se quedara sola aunque todo estuviera bien.

Así que optó por quedarse. Igual que había decidido seguir allí a pesar de que el sheriff le dijo que ya había hecho bastante, que Nina ya estaba en manos de profesionales y que podía irse a su casa con su familia.

Su familia, sus hijos, estaban en buenas manos con sus padres. Había hablado con todos mientras esperaba en la sala. Todo iba bien. Pero por el momento, Nina no tenía a nadie más.

Y no se veía capaz de dejarla.

Así que entró en el ascensor y apretó la tecla de su planta.

La planta de maternidad.

La conocía bien. Había estado allí en el parto de todos sus hijos. Con Laurel…

El recuerdo le provocó un nudo en el estómago, como habían hecho otros recuerdos durante el pasado año. Un año infernal.

Sencillamente, no era fácil.

No fue fácil despertarse un día y ver que su mujer le había dejado.

No era fácil criar a tres hijos solo.

No era fácil lidiar con su propia rabia, su dolor, y a veces la rabia y la desesperación.

No era fácil lidiar con las emociones de sus hijos, que a veces las manifestaban claramente y otras veces sus muestras eran tan sutiles que se las perdía hasta que ya era demasiado tarde.

No era fácil seguir adelante en el mismo pueblo en el que ambos habían crecido, estar en sitios como aquel hospital en el que habían sucedido hechos que al parecer no eran tan importantes para su exmujer como para él.

Sí, «infernal» era la mejor palabra para describirlo. Y él estaba tratando de abrirse camino en medio del desastre emocional, como Rust Creek Falls estaba todavía tratando de superar la inundación.

Pero tenía confianza en que el pueblo superaría aquel bache y llevaría su reconstrucción a buen puerto. No estaba tan seguro respecto a él mismo. Ni respecto a Ryder, Jake y Robbie.

Cuando el ascensor llegó a la planta de maternidad, encontró la habitación de Nina sin problemas y suspiró aliviado. Era una habitación privada, situada en un pasillo distinto al de las demás madres.

Si hubiera tenido que entrar en una de las habitaciones en las que había estado Laurel cuando dio a luz, no sabía si hubiera sido capaz de soportarlo. Tenía un límite, aunque estaba haciendo todo lo posible para salir del infierno en el que vivía desde que Laurel se marchó.

Pero había decidido fingir que todo estaba bien aunque no fuera así. Si fingía que no estaba deprimido, tal vez empezara a ver por fin la luz del sol.

Había hecho un propósito de año nuevo: estaba decidido a no seguir machacando a su familia y sus amigos con lo que le había pasado. Ya no iba a decirle a nadie que tuviera cuidado con el amor, que evitara las relaciones. Mantendría la boca cerrada al ver cómo se formaban nuevas parejas.

La puerta de la habitación estaba abierta, y la cortina que rodeaba la cama, parcialmente echada. Así que vio que Nina estaba dormida y volvió a considerar una vez más quedarse o no. Después del día que había tenido, seguramente estaría agotada y seguramente dormiría hasta que su familia apareciera, o seguramente hasta por la mañana.

Pero lo cierto era que no quería irse todavía. Por si acaso.

Así que se sentó sin hacer ruido en la silla de visitante y se centró en observar a Nina en lugar de pensar en las otras ocasiones en las que había estado en la planta de maternidad o en el horror del año anterior.

Nina Crawford…

Dios, era muy guapa.

Tenía el cabello largo y brillante color castaño que le enmarcaba el rostro sobre la almohada.

La piel era porcelana pura.

La nariz perfecta, fina y delgada, y un poco respingona en la punta.

La boca era como de un rosa pálido, con los labios carnosos y deseables.

Tenía un rostro de rasgos finos y la barbilla bien definida, los pómulos altos y esculpidos y la frente lisa.

Y aunque tenía los ojos cerrados, Dallas recordaba perfectamente su tono marrón oscuro como el café.

Sí, era preciosa. Exquisita y delicadamente bella.

Si la doctora no se lo hubiera dicho, no habría pensado que estaba de tanto. A aquellas alturas del embarazo, en los tres casos, Laurel no tenía el mismo aspecto que Nina. No es que pensara que Laurel no era guapa.

Pero cuanto más peso ganaba, más se entristecía. Más todavía de lo que estaba durante el resto del tiempo, en el que tampoco era realmente feliz.

Pero Laurel era lo último en lo que quería pensar, así que selló aquel recuerdo y se centró en Nina, quien hacía real la frase de que las embarazadas desprendían un brillo especial.

O tal vez tuviera siempre aquel halo. Como no se había fijado en ella con anterioridad, no podía saberlo.

Pero al estar allí sentado, observándola, se preguntó por qué no se había fijado en ella antes. ¿Cómo era posible que alguien la mirara y no se fijara?

Solo tenía veinticinco años, seguramente aquello influía, porque era demasiado joven para que le hubiera prestado atención. Además, estaba tan centrado en su matrimonio, primero disfrutando del amor y luego intentando salvarlo, que no había prestado atención a las demás mujeres. Y además, Nina estaba en el paquete del resto de la familia Crawford, a la que los Traub despreciaban. Por lo tanto, Dallas había estado ciego a ella.

Pero ya no estaba ciego.

En aquel momento lamentó no estar tan cerca de ella como en el asiento trasero de la camioneta compartiendo manta. Rodeándola con el brazo, como había hecho sin siquiera pensar en ello.

Del mismo modo que la había besado sin pensar.

Había besado a una Crawford.

Una Crawford embarazada.

Pero aunque no fuera una Crawford, seguía teniendo solo veinticinco años y estaba embarazada. Él tenía treinta y cuatro y tres hijos. No tenían nada que ver el uno con el otro. Y la gente que no tenía nada en común no debía estar junta. Lo había aprendido del modo más duro con Laurel.

—¿Dallas Traub? ¿Qué estás haciendo aquí?

A aquel Traub sí que lo conocía bien.

—Nathan —murmuró Dallas alzando la vista para mirar al hermano de Nina, que estaba en la puerta con sus padres, Todd y Laura. Nathan había perdido recientemente las elecciones a la alcadía, cuyo vencedor había sido el hermano de Dallas, Collin Traub.

Dallas se puso de pie al instante.

—¿No os ha contado Gage lo que ha pasado? —susurró en voz baja para no despertar a Nina.

—Dijo que Nina se salió de la carretera y que hubo que traerla aquí. No dijo nada sobre ti —la matriarca de la familia Crawford respondió en tono áspero pero en voz baja.

Pero ya era demasiado tarde, porque Nina dijo desde la cama:

—Basta. Dallas no tiene la culpa de nada. Fue culpa mía. No vi venir su camioneta hasta que ya fue demasiado tarde. Los dos tuvimos que dar un volantazo para evitar chocar.

—Qué lástima. Pero, ¿qué estás haciendo aquí ahora? —inquirió Todd Crawford.

—¡Papá, Dallas se ha portado de maravilla! —le informó Nina a su padre—. Me ha cuidado hasta que llegó el sheriff y luego tampoco dejó que Gage me moviera, así que le dijo que nos siguiera para asegurarse de que llegáramos aquí sanos y salvos. ¡Y todavía está aquí!

La doctora Axel se unió al grupo entonces y Nina aprovechó su presencia para utilizarla como mediadora.

—Hola, doctora Axel. ¿Podría llevarse a mi familia al pasillo y contarles cómo está el bebé?

La doctora hizo lo que le pedía y sacó a los Crawford de la habitación.

—Has pensado que necesitaba que me rescataran, ¿verdad? —dijo Dallas riéndose y dirigiéndose a los pies de la cama.

—Tres contra uno, eso no es justo —respondió Nina, que sonaba cansada y adormilada.

—No quería dejarte sola —aseguró Dallas para explicar su presencia allí.

—Eso es muy amable por tu parte —Nina señaló la dirección por la que había salido su familia—. Siento que esta haya sido la recompensa a tu amabilidad.

—No pasa nada. Me alegro de que el bebé y tú estéis bien.

—¿Sigue nevando? —preguntó ella entonces.

—Sí, pero el viento ha amainado y el tiempo ya no es tan malo.

—Entonces deberías irte a casa. Volver con tus hijos.

Dallas asintió. Tenía que volver a casa. No entendía por qué se mostraba tan reacio a dejar a Nina. Nina Crawford, se recordó, como si aquello ayudara.

—Supongo que tu familia se ocupará a partir de ahora de ti.

—Lo harán. Y todo está bien, así que tampoco hay que ocuparse de nada.

La familia de Nina volvió a aparecer en la puerta con la doctora, y Dallas tuvo claro que tenía que irse tanto si quería como si no.

—Estás en buenas manos, así que me voy.

—Gracias —murmuró Nina con un tono que encerraba algo de intimidad—. Ten cuidado al volver.

—Lo tendré —prometió él mirándola una última vez.

Los ojos marrones de Nina se clavaron en los suyos y le dirigió una sonrisa que hablaba de la conexión que habían hecho, aunque solo fuera durante un instante. Entonces, él se despidió con la mano y consiguió finalmente salir de allí.

Deseando, sin entender por qué, que las cosas fueran de otro modo.

Y mientras bajaba en el ascensor, se dio cuenta de que durante el tiempo que había estado con Nina no se había sentido tan mal como de costumbre…

El viernes, Nina estaba en casa, en el pequeño apartamento situado encima de la tienda, y se sentía bien otra vez. Mejor que nunca, de hecho. Pero siguiendo las instrucciones de la doctora, no iba a volver a trabajar hasta el sábado.

Su madre estaba muy encima de ella. Laura Crawford había pasado la noche del jueves con ella. Pero el viernes a la hora de comer, al ver que seguía allí y no hacía amago de marcharse, Nina la convenció de que todo estaba bien y que podía irse a casa.

Cuando se quedó a solas, los pensamientos de Nina se dirigieron hacia Dallas Traub.

Desde el accidente del miércoles, le había resultado casi imposible no pensar en él, y había utilizado la presencia de la familia para distraerse. Pero cuando se quedó sola, no parecía capaz de pensar en otra cosa que no fuera aquel Traub de ojos azules y sexys que la había tratado con tanto cariño.

Quería darle las gracias otra vez por todo lo que había hecho por ella el miércoles.

Aquella era la razón por la que pensaba tanto en él, se dijo. Era razonable que quisiera expresarle su gratitud. ¿Y qué si sentía además la necesidad de oír su voz otra vez y de tener contacto con él? Tal vez fuera un fenómeno normal entre rescatado y rescatador. Eso le parecía más posible que cualquier otra alternativa, como que quería tener contacto con Dallas porque se sentía atraída hacia él.

Eso sería una locura. ¿Cómo se iba a sentir atraída por alguien si estaba embarazada de ocho meses?

¿Atraída hacia un Traub?

Aquello de por sí ya era una locura, pero además Dallas era nueve años mayor que ella. Leo tenía diez años más que Nina, y ya había sufrido bastante las desventajas de una relación con aquella diferencia de edad. Ya se había cansado de acomodarse, adaptarse y hacer todo tipo de ajustes porque ser mayor parecía llevar implícito privilegios.

Y Leo no tenía hijos.

Dallas Traub sí, tres.

Los niños implicaban que cualquier mujer que saliera con él tendría que acomodarse todavía más.

¿Salir con él?

Ella no quería salir con él, solo hablarle. Y tal vez encontrar un modo de demostrarle su agradecimiento. Como llevarle una cesta de fruta o algo así.

Para darle las gracias de nuevo. Para disculparse por el modo en que le había tratado su familia.

Era lo correcto, teniendo en cuenta lo que había hecho por ella. Nada más.

Y si se trataban con cordialidad, tal vez podría ser el principio de una especie de tregua entre las dos familias. Así su hijo y los hijos de Dallas no tendrían que odiarse por alguna razón que nadie podía explicar.

Seguramente era una quimera. La mala sangre entre los Traub y los Crawford llevaba presente varias generaciones, y era poco probable que el mero acto de reiterarle su agradecimiento fuera a cambiar aquello.

Pero de todas maneras, se sintió impelida a hacer esa llamada de teléfono.

Necesitó de varias llamadas anteriores a algunos amigos para conseguir el móvil de Dallas, pero finalmente lo obtuvo. Y cuando marcó, Dallas respondió al instante.

Al oír el sonido de aquella voz profunda, sintió algo que no pudo explicar. Algo cálido y satisfactorio.

Pero Nina ignoró aquella respuesta y dijo:

—¿Dallas? Soy Nina Crawford.

Él se rio.

—Eres la única Nina que conozco. Hola —añadió. Parecía contento de saber de ella—. He estado pensando mucho en ti. ¿Cómo estás? —le preguntó con tono amistoso.

—Muy bien —respondió ella—. Volví a casa ayer y no puedo trabajar hasta mañana. Pero me encuentro de maravilla, y si no fuera por las indicaciones del médico, estaría abajo en la tienda.

—Yo estoy justo ahí.

¿Dallas estaba justo bajando las escaleras? Saber que lo tenía tan cerca le provocó una sensación de alegría.

—Yo vivo en el apartamento de arriba —le informó Nina—. ¿Quieres subir y comprobar por ti mismo que gracias a ti estoy muy bien?

Nina no supo de dónde había salido aquella idea. Fue un impulso.

Pero Dallas no vaciló y dijo:

—¡Me encantaría! ¿Cómo subo?

—Vete a la parte de atrás de la tienda, hay una escalera detrás de la zona de lencería femenina.

—A los niños les va a encantar —comentó con picardía—. Ah, no había pensado en eso —añadió—. Tengo a los niños conmigo. Tal vez no deberíamos subir.

—Me gustan los niños —aseguró Nina. Y luego volvió a reírse—. Más me vale.

—¿Seguro que no te importa?

—Seguro. Subid.

Nina colgó. Sabía que era absurdo estar tan emocionada al pensar que iba a volver a ver a Dallas.

Pero lo estaba.

Tanto como para acercarse al espejo más cercano y asegurarse de que estaba peinada y ponerse un poco de rímel y de colorete.

Llevaba vaqueros y un suéter rojo de cuello vuelto suficientemente grande como para acomodarse a su vientre. Estaba descalza, pero tenía puestos unos calcetines rojos y verdes que pegaban con la época navideña.

Nina abrió la puerta justo cuando Dallas iba a llamar con los nudillos.

No pudo evitar sonreír al verle. Era alto, de pecho ancho, y llevaba botas, vaqueros y la misma cazadora de ante sobre una camisa de cuadros.

Así que su mente no le había idealizado. Era masculino, un tipo duro y guapísimo.

—Adelante, quitaros el abrigo —les invitó echándose a un lado.

Dallas cruzó el umbral seguido por tres niños de distintas alturas, todos una versión infantil de él, con los mismos ojos azul grisáceo, el mismo cabello castaño oscuro y la misma estructura ósea.

—Este es Ryder —les presentó mientras los niños se quitaban el abrigo—. Este es Jake, y este Robbie.

—Acabo de cumplir seis años —anunció Robbie.

—Entonces apuesto a que tu profesora es Willa Christensen —dijo Nina.

—No. Es mi tía Willa, pero en clase tengo que llamarla señorita Traub. Como yo, Robbie Traub. Pero no es mi madre, porque es mí tía, porque está casada con mi tío Collin.

—Ah, es cierto. Se me había olvidado que Willa se ha casado con tu hermano —le dijo Nina a Dallas.

—¡Mira cuántas cosas de Navidad! ¡Mira el árbol! —dijo entonces Robbie, entrando en el apartamento y observando la decoración navideña.

—Cuántos adornos —comentó Dallas.

—Me encantan las Navidades —reconoció Nina centrándose en los otros dos niños, que se habían quedado cerca de su padre—. Así que Robbie tiene seis años. Jake, tú tienes ocho y Ryder diez, ¿verdad?

—Sí —confirmó Jake. Ryder no dijo nada.

—Bueno, pasad. Allí hay un plato con bastones de caramelo y otros dulces. ¿Os gustaría tomar un chocolate caliente con galletas navideñas?

—¡Sí! —dijeron Robbie y Jake al unísono.

Ryder se limitó a encogerse de hombros.

Nina abrió camino hacia la cocina, que incluía una zona amplia de comedor separada del enorme salón por una isla.

—Qué sitio tan agradable. Ni siquiera sabía que hubiera una parte de arriba —comentó Dallas mientras ella calentaba la leche y le añadía cacao y barritas de chocolate partidas.

—Aquí es donde vivían los primeros Crawford de Rust Creek Falls cuando abrieron la tienda. Muchos nos hemos aprovechado de su ubicación. Está muy cerca del trabajo —bromeó.

—¿Vas a vivir aquí con tu hijo?

—Sí. Hay dos dormitorios, solo me faltan los últimos toques del cuarto del niño.

Cuando el chocolate estuvo listo, Dallas se llevó dos tazas en cada mano y dejó que Nina llevara la quinta con el plato de galletas al salón. Lo dejaron todo sobre la mesa oval del centro y los niños se sentaron en el suelo mientras Nina y Dallas ocupaban el sofá blanco y gris lleno de cojines.

Cuando los niños hubieron probado el chocolate con galletas, Robbie miró a su padre y dijo:

—¿Cuándo vamos a poner nosotros el árbol?

—¿Todavía no lo habéis puesto? —preguntó Nina sorprendida.

—Papá ha estado muy ocupado —respondió Jake con tono desilusionado.

Entonces los tres niños agarraron las galletas y el chocolate y se fueron a jugar con el tren que daba vueltas alrededor de la base del árbol de Navidad.

—Ocupado y sin muchas ganas —reconoció Dallas en voz baja para que sus hijos no lo oyeran.

—Ogro —bromeó ella en el mismo tono.

—Normalmente no lo soy tanto —admitió él—. Pero este año… no lo sé. Siento como que esta familia ha estado todo el año hecha jirones, y no sé cómo recomponer el tejido. Ni si puedo hacerlo.

—Los niños necesitan que haya Navidad pase lo que pase —insistió Nina.

Pero no podía ser demasiado dura con él teniendo en cuenta que ahora se cumplía un año del final de su matrimonio. Para él no debía haber sido fácil.

Así que en lugar de seguir criticándole, decidió volver al motivo por el que se había puesto en contacto con él.

—Te he llamado porque quería volver a darte las gracias por tu ayuda —dijo dejando su taza de chocolate en la mesa—. También quería disculparme por el modo en que te trató mi familia en el hospital.

—Seguro que estaban preocupados por el bebé y por ti.

Robbie, que había escuchado aquello, giró la cabeza para mirarles.

—¿Vas a tener un bebé? Creí que tenías tripa por beber mucha cerveza.

Nina miró confundida al hijo menor de Dallas y luego al padre, que sonreía.

—Antes hemos visto a un amigo mío que estaba bastante más grueso que la última vez que le vimos, y he bromeado con él sobre la ingesta de cerveza. Pero tú no pareces haber ganado casi peso —aseguró—. Estás… bueno, muy guapa…

Parecía que lo decía de verdad, y aquello la complació. Y cuando sus miradas volvieron a cruzarse, Nina sintió como si no hubiera nadie más en el mundo aparte de ellos dos.

Pero sí había más gente en el mundo, y en aquel salón. Sus hijos.

Y, justo entonces, Ryder dijo:

—Tengo que ir a casa de Tyler.

Dallas pareció sobresaltarse, como si él también hubiera estado perdido por un momento.

—Se va a quedar a dormir en casa de su amigo Tyler —explicó Dallas—. Y todavía tengo que comprar algunas cosas abajo en la tienda. Nuestros caballos y las cuadras principales se libraron de la inundación, pero algunas construcciones han sufrido daños menores y necesitan reparación, así que he venido a comprar tablones y algunos clavos.

Hizo una pausa y sonrió tímidamente.

—Y pensé que si venía aquí en lugar de bajar a Kalispell, tendría la oportunidad de preguntarte cómo estabas…

—Estoy de maravilla —respondió Nina.

La tímida sonrisa de Dallas se hizo más grande, iluminándole toda la cara.

—Le dije a Tyler que estaría en su casa sobre esta hora —insistió Ryder.

Dallas puso los ojos en blanco.

—De acuerdo, las tazas a la cocina —ordenó con tono reacio.

—Yo me ocupo —se ofreció Nina.

—Ni hablar —Dallas se llevó también su taza.

Cuando hubieron lavado las tazas en el fregadero y se pusieron los abrigos, Nina les abrió la puerta del apartamento.

Los niños salieron corriendo por la puerta y se dirigieron escaleras abajo.

—Esperadme ahí —les advirtió Dallas quedándose un instante con Nina.

Pero, en ese momento, él le dirigió una mirada parecida a la de antes, cuando le dijo que estaba muy guapa.

—Me alegra ver que estás bien. Mejor que bien.

—Todo gracias a ti —aseguró Nina.

—Me alegro de haberte ayudado —dijo Dallas.

—Estoy en deuda contigo —afirmó ella sonriendo—. Me alegro de que hayas venido hoy.

—Yo también.

—¡Papá! —gritó Ryder desde el pie de las escaleras.

—Un momento —respondió Dallas sin apartar la mirada de Nina. Estaba claro que no quería marcharse—. Será mejor que me vaya. Cuídate.

—Lo haré.

Entonces Dallas se marchó porque no le quedaba más remedio, y Nina se apoyó en la puerta del apartamento para poder ver cómo se reunía con sus hijos al bajar las escaleras.

Y no dejó de sonreír en ningún momento.

Porque había pensado en un regalo de agradecimiento mucho mejor que una cesta de frutas.

Un regalo que le permitiría disfrutar de la compañía de Dallas Traub una vez más.

El triunfo del cariño

Подняться наверх