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Capítulo 3


Kendra

—Kendra, ¿estás preparada para volverte a concentrar para visualizar tus recuerdos?

Me preguntó amablemente la psicóloga a la que me había enviado el neurólogo, después de dos días de cuidados para aplacar los ataques de pánico y las crisis nerviosas que padecía desde que supe que había perdido la memoria.

Por desgracia, a pesar de la psicóloga, mi estado no mejoraba nada. Cada vez que cerraba los ojos revivía la misma escena: yo cayendo por las escaleras mientras intentaba coger la mano de Alekséi.

La doctora me explicó que no se trataba de una alucinación, sino de una reminiscencia de lo que me había pasado, las circunstancias que me habían llevado al hospital, gravemente herida, con una fractura en la caja craneal, un tobillo dislocado, una fisura en el menisco, una lesión en el brazo derecho, un moratón en el rostro y una herida muy fea en el pecho cuya causa ignoraba.

Para los médicos yo era un milagro, porque tras aquella caída podría haberme quedado en el sitio o bien quedarme paralítica para el resto de mis días. Durante los dos últimos días me hicieron un montón de exámenes y finalmente la hemorragia cerebral desapareció, para satisfacción de todos.

Alekséi, sin embargo, no volvió a venir, y contra más pasaba el tiempo más me ponía nerviosa. Pedí noticias sobre él varias veces, si alguien conocía por qué estaba enfadado conmigo; pero todos eludieron mis preguntas con cierto malestar.

—¿Kendra? —me recordó la psicóloga, devolviéndome a la realidad.

—Ya se lo he dicho mil veces. No me acuerdo de nada. No sé ni mi nombre, ni dónde vivo, ni cómo he podido acabar aquí; y aunque ese hombre se llame Alekséi, en realidad no me acuerdo de él. Todo lo que sé de él es que me conoce y parece realmente enfadado conmigo… ¿Qué le he hecho? ¿Por qué me conoce?

—Volvamos a ti.

—No aguanto más todas estas preguntas a las que no puedo dar respuesta —estallé mientras sentía una fuerte migraña, como me ocurría cada vez que me ofuscaba o intentaba acordarme de algo.

—Sólo intento ayudarte.

—Pues si quiere ayudarme, llame a Alekséi. Estoy segura de que será capaz de responder a sus preguntas y yo podré…

—¿Tú podrás qué?

Susurré un “nada” un poco molesta. No quería confesarle lo sola que me sentía con mis miedos y mis interrogantes en esa cama de hospital, sola y rodeada de extraños.

Aunque me diese miedo, Alekséi era el único recuerdo que me quedaba. Era lo último que me hacía aferrarme a esa pizca de razón sin la cual caería en la locura.

—El señor Vasíliev no está disponible ahora.

—¿Está intentando hablar de Alekséi? Ese apellido no me suena.

—Sí.

Grité extenuada:

—Se lo ruego, lo necesito. No sé qué hecho que sea tan grave para que me odie así, si tan sólo lograra llamarlo… —y estallé en sollozos.

—Kendra.

—Sólo quiero hablar con él y obtener respuestas —dije sollozando, mientras mi mente volvía al último recuerdo que me quedaba, haciéndome desear estar con Alekséi para sentirme segura.

Alekséi

Cuando apareció en la pantalla de mi móvil el nombre del neurólogo de la clínica, sentí de repente un arrebato de irritación.

—Espero que tenga buenas noticias —empecé sin preámbulos.

—No las que usted esperaba, pero…

Corté bruscamente, irritado:

—Entonces no me interesa.

—Señor Vasíliev, se lo ruego, créame cuando le digo que hay una probabilidad real de que la paciente sufra amnesia retrógrada a causa del grave traumatismo que le afecta al cráneo. Sin embargo, sólo se trata de una laguna mnemónica, exclusivamente relacionada con los recuerdos, y no con los gestos o con los comportamientos. El lenguaje no parece haber sufrido ningún daño y la señora pasa del ruso al inglés sin ninguna dificultad. Eso sin contar que su memoria a corto plazo, o postraumática, está intacta.

—¡Me da igual! Quiero saber lo que ha hecho en estos últimos ocho meses —dije cabreado dando un puñetazo sobre la mesa.

—Hay posibilidades de que le vuelva la memoria —farfulló el médico, visiblemente incómodo.

—No me creo nada. Usted es uno de los mejores neurólogos que hay pero es tan estúpido que todavía no ha entendido que todo ese cuento de la amnesia es sólo una comedia.

El médico me respondió secamente:

—Todavía hay muchas cosas que se escapan de mi conocimiento. Pero le puedo asegurar que ha sufrido una lesión y que todavía la tiene. En su lugar, le sugiero que visite a esta mujer.

—Eso si todavía no se ha escapado.

—¿Escaparse? Eso es impensable. Su habitación está vigilada en todo momento, como usted lo pidió. Además, el estado de salud de la paciente es demasiado precario para que pueda desplazarse sola más de unos metros.

—¿Ya le ha pedido un teléfono móvil?

—Sí.

—¡Ve cómo tenía razón! Intenta engatusarlo.

—Simplemente nos ha pedido que le llamemos, y varias veces —contestó el médico.

—¿Llamarme, a mí?

—Así es. La psicóloga asegura que se ha creado una especie de dependencia con usted a causa del único recuerdo que le queda. Kendra Palmer está sufriendo muchísimo, está sola y abandonada. No tiene a nadie y sufre de esa amnesia que la ha golpeado. Nuestro consejo es que venga a verla, que le hable intentando dejar de banda el rencor que le guarda, a menos que no quiera decirle toda la verdad.

—No entraré en sus juegos enfermizos.

—No creo que esté jugando, pero si usted quiere respuestas, creo que es el único que puede obtenerlas. Usted le ha causado un primer recuerdo. Quién sabe si el estar cerca puede hacer surgir otros.

Estás En Mis Manos

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