Читать книгу 90 millas hasta el paraíso - Vladímir Eranosián - Страница 1

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¡El secuestro que conmovió al mundo!


En los momentos transcendentales de la historia de un pueblo la actitud de una persona puede compensar la ignominia, con la que han cubierto a este pueblo todos sus traidores tomados en conjunto

                                                Fidel Castro


Se lo dedico a mi mamá, a mi hijo Máximo, y a todos los padres.


El tema está basado en sucesos reales, en la cronología histórica y fuentes fidedignas. Lo imaginario solamente figura para darle una mayor veracidad a la narración.



Realmente, esta isla es el lugar más hermoso de los que haya podido ver el hombre.

Cristóbal Colón


* * *

2 de diciembre de 1999.

La Habana, Cuba. Palacio de la Revolución, Residencia del Presidente del Consejo de Estado de la República de Cuba Fidel Castro Ruz


Ellos no se han olvidado de qué fecha es hoy. Este día, hace 43 años, él junto con ochenta y dos rebeldes, entre los cuales figuraba el Che, contraído por el asma y fatigado por el mareo, desembarcaron del yate “Granma”, para vencer o morir…

La mesa fue servida en la sala de descanso, adyacente al despacho.

Había bogavantes, langostas, langostinos tigres en una salsa agridulce, un delicioso pescado panga, frito en crema a la plancha. A la par con todo eso a Fidel le sirvieron su vino español preferido, con 50 años de solera, así como una botella de champaña “Dom Pérignon”. Toda esta abundancia provocadora podría desorientar y desanimar a cualquiera, pero de ninguna manera al líder. El Comandante estaba a la espera de una reunión importante. El hermano Raúl trajo a la capital a Juan Miguel González Quintana, oriundo de la provincia de Cárdenas. Era un empleado ordinario, cajero en uno de los hoteles de Varadero. Por él, mejor dicho, por el hijo de 6 años de edad, se desencadenó un escándalo internacional.

Un día antes, los compañeros de lucha desaconsejaban seguir en el motivo de la juez americana, con un típico apellido latinoamericano Rodríguez, e intentaban convencerle de que no se debía permitir al cándido Juan Miguel presentarse ante el juzgado en los EE.UU. Raúl aseguraba que a este jovencito en América le estaba esperando un refinado tratamiento psicológico y un soborno directo.

– No podrá resistir – así lo declaró el hermano un día antes, y, a pesar de todo, en el fondo del alma quisiera que hubiera un milagro. Él personalmente se dirigió a Cárdenas, para traer a La Habana al padre inconsolable.

– ¿Qué te parece, no fallará? – por debajo de las espesas pestañas negras miraban a Raúl aquellas mismas pupilas fogosas, que podían hacer quemar a cualquiera en los agudos instantes del asalto al cuartel Moncada, pero cuyas llamas se han empañado desde los días de la victoria de la Revolución. No por la desilusión de los ideales, sino de la traición humana.

– Ya no estoy seguro– pronunció pensativamente Raúl. – Es demasiado joven y demasiado categórico en sus reflexiones.

– Nosotros también éramos jóvenes, éramos maximalistas.

– Pero nosotros luchábamos en nuestra tierra, mientras que él deberá enfrentarse con el enemigo, cabe decir, en la misma guarida de ellos, en Miami, donde han arraigado estos canallas, “gusanos”.

– ¡A la voluntad de Dios!

Los ojos de Raúl se entornaron involuntariamente. ¡Quién hubiera podido pensar que a fines de los años noventa el ateísmo de Fidel empezara a retroceder bajo el empuje de las dudas que surgieron en su alma impetuosa! No retornará a sus manantiales de adolescente… En su infancia se consideraba ser uno de los más aplicados novicios en el colegio de jesuitas. Transcurridos unos años debido a los dogmáticos retrógrados y a los pedantes atrasados del ambiente de los superiores, de manera impredecible se hizo ateo. La muy creyente madre católica nada pudo hacer con la pérdida de la fe del hijo. La mente curiosa de este exigía pruebas, mientras que Lina Ruz – hija de una bruja autodidacta – no disponía de una formación sólida. Cabe decir, a Stalin los estudios en el seminario espiritual no le impidieron gobernar a los ateístas. Esto es un hecho. A lo largo de toda la vida él citaba el Evangelio, y en lo que se refiere a la Iglesia Ortodoxa, destruida por Lenin, esta aumentó la cantidad de parroquias precisamente durante el culto a la personalidad de Stalin.

¿De qué manera amenaza a la Cuba socialista tal regeneración? ¿En qué se volcó el permiso de Fidel de admitir a los creyentes al Partido Comunista? ¡No olvidemos el coqueteo con el Pontífice y la Congregación de la Santa Sede! El sacerdote brasileño Fray Betto hasta publicó un libro sobre este quisquilloso tema entre los marxistas. La obra “Fidel y la religión” simultáneamente sumió en un shock al Vaticano, y a la élite ateísta del partido.

¡Eso no vale! ¡Confiar en la Providencia es el máximo grado de descuido! Solo Fidel sería capaz de actuar así.

Nadie en Cuba dudaba que el absoluto “recordman” mundial en sobrevivir a atentados, y hubo más de setecientos treinta, que el “embrujado” Fidel moriría por su propia muerte. ¿Pero qué ocurrirá con ellos? Los que han servido al Comandante en cuerpo y en alma.

Los yanquis y la inmigración solamente desean la muerte de Castro. Sueñan con una revancha desde los tiempos de aquella derrota vergonzosa en la Bahía de Cochinos. La juventud, que ha crecido en las condiciones de un déficit total y depravada por la permanente y continua propaganda del consumo, es poco probable que se ponga a defender las conquistas de la Revolución. Naturalmente, entre los vástagos jóvenes habrá patriotas también. Pero Raúl solamente tenía fe en “la vieja guardia”, en los veteranos de las guerras de liberación nacional en África y América Latina. En total son 400 mil personas. Justamente ellos les darán una vez más a los yanquis y a los mercenarios una patada en el culo. Es verdad que será mucho más difícil hacerlo sin el carisma de Fidel…

Ellos llaman dictador a Fidel. ¿Que sabrá esa gente de eso? ¿Qué es lo que comprenden bajo la palabra “dictador”? Es más que risible si aceptamos las conclusiones de médicos expertos, los cuales afirman que todos los dictadores, sin excepción, padecen de descomposición. Los estreñimientos de Hitler y los problemas intestinales de Mao Zedong no tenían relación alguna con el neurasténico Benito Amelgara Andrea Mussolini y el diabético Josip Broz Tito. Cada uno de ellos tenía sus propias enfermedades. Sería extraño si el viejo Fidel no tuviera problemas con el intestino. ¡A fin de cuentas no es un robot! Lo común en todo esto era completamente otra cosa, el carisma y la afición al uniforme militar. Por ejemplo, Tito, el séptimo hijo en una numerosa familia croata, desde la más tierna infancia soñaba con tener una camisa blanca y zapatos de charol de camarero. Pero una vez cumplido el sueño, se probó el vestido de camarero de restaurante. Muy pronto entendió que esta ropa de gala no valía las humillaciones que tuvo que soportar. Quizás por eso Tito haya llegado a ser militar. Hasta en los minutos de ocio en su famosa residencia, en la isla Brioni, donde en más de una ocasión se bañaba en la piscina con la bellísima Sofía Loren, llevaba puesto el uniforme de gala de mariscal, hecho a medida. ¿Qué hay de sedicioso si uno siente la pasión por los uniformes militares y las mujeres hermosas? Es natural que así se comporte un varón verdadero. El país ha de ser gobernado por personas mentalmente sanas. Fidel, un gran admirador del sexo débil, también prefiere la guerrera militar al traje de paisano, no le son ajenas tales debilidades, así como el vino español de solera. En ese aspecto no hay nada censurable. Cabe decir, Raúl da preferencia al whisky “Chivas”, de doce años de añejamiento.

Cuando el asceta y romántico Che visitó al líder yugoslavo en Brioni, no pudo entender la afición al lujo de Tito. Posiblemente, el garaje con coches Jaguar, Rolls-Royce y Bentley, así como el safari, parque de cebras, avestruces y leopardos, regalados por el rey de Etiopía era el colmo. En este caso nadie siquiera discutía con el Che. Pero las mujeres y el whisky de malta, traído en un vuelo especial del estado norteamericano de Kentucky, había alegrado hasta a Guevara, y Fidel estaba muy arrebatado.

Convertirse en el líder del Movimiento de Países No Alineados, siendo comunista, en el ajedrez tales jugadores llevan el título de Gran Maestro. Yugoslavia durante el régimen de Tito florecía. La muerte del mariscal, ya al cabo de un año, conllevó la ruina del país y el desmoronamiento de la unidad internacional. ¿Acaso la muerte de Fidel provocará esa misma situación? No, Tito no tenía a tal hermano como él, Raúl. Los dos disponen de cierto tiempo. Mientras que todo siga sin cambios.

El líder yugoslavo sabía manipular a los omnipotentes. Ordeñaba a todos los que le rodeaban. Tal es la suerte de un dirigente de un país grande o pequeño, pero no potente. Él se encuentra en el filo de la navaja, en la punta del cuchillo, en el borde del abismo. Uno debe aprender a obtener provecho de su situación poco envidiable. Fidel, sí, mejor que otros sabía cómo hacerlo.

¿Quién en la China acomodada de hoy día, recuerda los muy reales cuentos acerca del Gran Timonel Mao, que hasta en los últimos días de su vida no se limpiaba los dientes y se vaciaba en el foso? ¿Que él obligaba a los campesinos a aniquilar los gorriones, con lo que atrajo a los campos a insectos e hizo morir de hambre a millones de personas? ¿Homenajearían los chinos a Mao Zedong porque el revestimiento de terciopelo de su tren especial estaba remachado con clavos de oro? Entonces al dictador rumano Ceaucescu no lo habría linchado la multitud, aunque él usaba un inodoro de oro. ¡No, naturalmente! El respeto a Mao está ligado con un momento de su historia: empezaron a respetarle aún más porque supo hallar la forma de cómo obtener del “perspicaz campesino”, así Fidel llamaba a Jruschev, la bomba nuclear y levantó el país que estaba de rodillas, convirtiéndolo de una China retrasada, en una gran potencia nuclear.

Fidel también hizo de los ex esclavos una nación orgullosa. Los cubanos han de quedarse así para siempre. ¡Su suerte es la de conservar la independencia del país o morir! “¿Les ayudará en esto Dios? Sería bueno” – pensó Raúl. En tales casos, parece, se supone rezar. Para sus 74 años, Fidel aún no ha venido al altar con la oración. ¿Quién sabe, quizás lo haga para su jubileo a los ochenta años?

– Sí, naturalmente – aprobó Raúl la fatalidad en la conducta del hermano mayor, pero para sí pensó que, si se deja correr el asunto de González, sería un descuido imperdonable. En el caso de que al joven cubano, seducido con las promesas de una vida paradisíaca, se le ocurra traicionar a su patria, habrá que neutralizarlo. Sea como sea. Física o moralmente. No tiene importancia. Lo principal es que el pueblo de Cuba vea el castigo inevitable por la traición…

– ¿Pues, este joven está aquí? – preguntó, al fin, Fidel.

El hermano menor lo confirmó con un gesto afirmativo.

– Hazlo pasar aquí – le ordenó a Raúl.

– Inviten a Juan Miguel González – ordenó a los comisionados del Ministro de Defensa.      Juan Miguel, de mediana estatura, un joven con una figura bien formada con unas orejas un poquito alargadas, estaba sentado en la sala de recepción en una silla trenzada indonesia con un espaldar afiligranado – Como un escolar, esperaba amedrentado la entrevista con un gran hombre, el líder de Cuba. No podía imaginar que todo esto le ocurriera a él. Su esposa Nersy, con motivo de una visita a La Habana, obligó a Juan Miguel a que se pusiera una nueva camisa blanca, cuyo cuello le apretaba ahora la garganta, como si fuera un estirado collar de perro.

– Pase Ud. – le susurró al oído un negro robusto de la escolta presidencial de Fidel.

Juan Miguel entró en el “Sancta Sanctorum”, un modesto despacho del líder de la República. En la pared estaba colgado un retrato hecho a óleo del héroe de la revolución, de un barbudo sonriente, Camilo Cienfuegos, cuya muerte originó en los círculos de la inmigración en Miami todo tipo de versiones acerca de las causas de su fallecimiento en un accidente aéreo fatal. Junto al retrato había un cuadro con la imagen del trabajo voluntario de los niños cubanos en la cosecha de la caña de azúcar, la zafra. Los muebles en el espacioso gabinete de Fidel no parecían ser lujosos. En el amueblado no había alusión alguna al estilo “kitsch” de palacio. Al contrario, algo hacía recordar el mal gusto, el burocratismo y el ascetismo del morador de este espacio.

Apareció Fidel. ¡Ahí está él! El hombre leyenda. El “Barbudo” con una barba ya enralecida. Un orador genial, capaz con su discurso fogoso, en el transcurso de muchas horas, de captar la atención de cualquier auditorio. Ni una sola vez perdió el hilo de sus comentarios, seguía la lógica de la narración, sin que confundiera las fechas, cifras y detalles históricos. Una persona que dispone de una memoria increíble y una voluntad inquebrantable. El héroe y “El Caballo”, el potro que pudo dar vida a la última criatura, siendo un viejo de 65 años…

Fidel apretó su mano. No permitió que fuera largo el apretón de manos, sino muy breve. Hubo una contracción muscular en la palma de la mano y Juan Miguel sintió en ese instante la potencia de una gran personalidad. El joven se turbó de la mirada fija de la persona №1 en Cuba, y así mismo sentía como lo taladraban los ojos de Raúl, del hombre №2.

– Juan Miguel, deberás emprender un viaje al juzgado a los EE.UU. Eso lo requieren las circunstancias, el derecho internacional y la Temis americana. En esto insisten el Ministerio de Justicia y los subordinados a este, el Servicio de Inmigración y Naturalización. La presencia del padre en el juzgado relacionado al asunto del retorno de su hijo Elián, lo desea también el pueblo norteamericano. Allí están seguros de que, en cuanto te liberes de mi vigilancia, naturalmente, pedirás refugio político en los EE.UU. Esto significa que el problema de la reunión del padre y el hijo se soluciona automáticamente, y para qué se armó ese escándalo ruidoso.

– Yo no voy a rendirme. Me han robado al niño, y yo quiero solamente una cosa: que sea devuelto Elián a su padre, a su país natal, donde se sentía feliz.

Las palabras del joven conmovieron a Castro, pero el Comandante no quiso mostrárselo.

– En 41 años transcurridos después de la victoria de nuestra revolución, la legislación americana no hizo a Cuba ni una sola concesión – continuó Castro – los recursos de los que disponen tus oponentes son ilimitados. Tanto en el aspecto jurídico, como en el financiero.

– ¿Y lo que se refiere a lo moral? – el joven cortó involuntariamente a Fidel. ¿Y el aspecto moral?

Fidel se cruzó la mirada con el hermano. A los dos les agradó la réplica del simple muchacho de Cárdenas, el cual no tomó en consideración las palabras de los oponentes, insistía en lo suyo.

– La parte moral de nosotros, de los cubanos, siempre se encuentra en el primer plano. Todo el pueblo, y cada uno de por sí, se incorporará a la lucha por su pequeño ciudadano. Iniciando este enfrentamiento, debemos tener sólidos motivos, no solo en lo jurídico, sino en lo moral también. Pero ten en cuenta, te esperan grandes pruebas.

– Estoy listo a enfrentarlas.

– Tu ímpetu es digno de elogio. Pero deberás llevar contigo a tu nueva esposa y a tu nene, así como a las dos abuelas de Elián.

– ¿Para qué han de estar ellos allí? Yo podría ir solo para traer a Elián.

– Entonces ellos dirán que Castro dejó como rehenes en Cuba a la nueva familia de Juan Miguel y a su madre. El joven está acorralado, en una situación sin salida. No puede ser libre en la toma de sus decisiones. Es inflexible en sus intentos de hacer volver al hijo a Cuba solo porque a los familiares les amenaza la represión física. ¿Es eso lo que quieres?

Juan Miguel, el padre del niño, por un instante quedó pensativo. Luego exclamó:

– Lo he comprendido.

– Te van a ofrecer mucho dinero y una vida paradisíaca…

– En el Edén no se necesita dinero – de manera segura lo expresó tajantemente Juan Miguel – Por lo tanto, América no puede ser paraíso para el cubano. Esto es una cuestión de honor.

– Para nosotros esto es aún una cuestión de confianza – intervino su palabra Raúl.

– No solamente para nosotros – confirmó Fidel – Todo el pueblo confiará a ti, Juan Miguel. Para once millones de cubanos de diferentes edades y sexos, naciones y grupos étnicos, católicos y “santeros”1, tú y Elián se convertirán en símbolos de nuestro país. No hay pecado más terrible que el de engañar a la gente que haya confiado en ti… ¿Cómo se llamaba tu primera esposa, la madre de Elián? – de repente preguntó Fidel, como lo hacía habitualmente si le interesaban algunos detalles.

– Elizabeth Brotons – lo dijo muy despacio el joven cubano – No me dijo nada acerca

de sus planes…

– ¿Le eras fiel en el período de la vida conjunta?

Juan Miguel agachó la cabeza

– La respetaba mucho – expresó este, justificándose.

– Como varón yo te comprendo – Fidel se rascó la barba.

Y yo, siendo comunista, te recomiendo que pienses muy bien acerca de tu actual situación – expresó su opinión Raúl – No te exhorto a que mientas y te pongas a justificar tu conducta. Ten en cuenta, simplemente, que sus juristas van a engancharse a cualquier hilo posible, para denigrarte, desacreditar ante millones de norteamericanos la imagen de los comunistas, y como resultado, humillar a Cuba. El valor de cada palabra, pronunciada por ti en los EE.UU., crecerá de manera increíble. Nadie te obliga a confesar que habías sido infiel a tu cónyuge.Pueden aprovechar tu honradez, como instrumento contra tu patria. No les concedas a nuestros enemigos una información adicional. No les entregues personalmente un triunfo complementario.

– Hay una historia en la Sagrada Escritura – recordó a propósito el Castro mayor– Cuando José, queriendo aleccionar, y luego perdonar a los hermanos ruines, aprovechó un engaño pequeño. ¿No se necesitó el engaño, si este no se utiliza en aras de la bondad?

Este argumento debería ser el último que aprovecharía el hermano menor. Acaso

Fidel se ha olvidado de que todos estos cuarenta años de ataques contra Cuba, los yanquis llamaban a los cubanos “herejes”, y atraían a su lado el nombre de Dios. Los Conquistadores también aniquilaban a los indios bajo las banderas Santas. Fidel no pudo olvidar esto. Poseyendo tal memoria, probablemente cree que Dios está a favor de Cuba…

La conversación no finalizó así. Fidel le pidió a Juan Miguel que saliera por un rato, este tenía varias preguntas confidenciales a su hermano.

– ¿Qué está emitiendo la hostil radio enemiga, a la cual no pudiste silenciar completamente? – se interesó Fidel.

– Están demasiado cerca… Siguen el ruidoso escándalo histérico en torno al niño – informó Raúl. – Están transmitiendo también que has adquirido en Francia un yate tipo “flybridge” con un bar, una barbacoa y una bañera de mármol.

– Sería mejor dar a conocer que en este se hayan instalado giroscópicos estabilizadores de balanceo y un sistema que mantiene inmóvil el yate, sin usar el ancla. Ahora nuestros buzos podrán filmar para el pueblo los buques hundidos y la fauna del mar del Caribe, sin dañar con el ancla echada los arrecifes de coral.

– Siguen comentando que tú, a la manera de Gorbi, el cual devoró una pizza italiana para hacer publicidad, permitiste que te fotografiaran por dinero en zapatillas deportivas españolas.

– ¿Los niños recibieron las zapatillas?

– La primera partida de calzado ya la distribuyeron en dos escuelas de Sancti Spíritus y en un orfanato en Agramonte.

– Ellos prometían dar muchas zapatillas, y a Gorbachov, seguramente, le habían prometido mucha, mucha pizza…

– Creo que no le engañaron… para que él engañara a su pueblo. Además, Gorbi lo pedía, no para el pueblo, sino para sí, y eso significa que él no pedía tanto.

– El líder de tal pueblo de ninguna manera debía pedirlo… – expresó pensativamente Fidel – Sea como sea, yo no comprendo quién les dio el derecho de llamar a su vil radio con el nombre de nuestro héroe nacional, José Martí. Siléncialos.

– Están demasiado cerca…

– ¿Qué opinas sobre este muchachito de Cárdenas?

– Es que tú sabes mi opinión. Hasta el fin confiaba solamente en dos personas, en el hermano, que es cinco años mayor que yo, y en el Che. Ahora, solo en mi hermano.

– Quiero charlar cara a cara con este muchacho. Vete a hacer tus asuntos – ordenó Fidel y pidió que llamaran a su despacho al señor González…

– Eres incorregible – así se expresó Raúl, yéndose del despacho – Aún sigues creyendo en la gente…

Al volver Juan Miguel al despacho del Comandante, este comprendió que el líder cubano quería hablar francamente con él.

– Cuéntame sobre tu Elizabeth y Elián – pidió Fidel.

Juan Miguel le narró su historia. Quedo muy sorprendido. Era increíble que, a pesar de estar tan atareado, el líder del país hubiera escuchado todo hasta el final, apenas de vez en cuando interrumpiendo al narrador y exigiendo de este pormenores para concentrarse en los detalles…


Municipio Varadero, Cuba

Días antes de la tragedia


Lázaro Muñero, gamberro menudo, que soñaba con ser un gran contrabandista, al fin se decidió a infiltrarse en la habitación de un entrado en años burgués de Fráncfort. Vino a descansar con su nieta veinteañera. El cómplice del efractor, Julio César, ayudante del barman del hotel “Siboney”, prometió entretener al alemán un rato, deteniéndole en la barra del bar.

Lázaro entró sin ninguna dificultad en la habitación. Le han servido para esto los hábitos de cómo usar la ganzúa, adquiridos en los años de su juventud. Entonces, realizó su primer hurto con fractura, extrayendo del despacho del director de la escuela los medios recolectados por los alumnos para comprar medicamentos destinados a los niños de Chernóbil.

En aquella época el gobierno de Cuba aprobó una decisión sin precedente: sanar gratuitamente a los niños irradiados ucranianos. Si a Lázaro lo hubieran pillado en aquel momento, el asunto habría adquirido más bien un carácter político que penal. Pero la sospecha recayó en otro alumno, cuyos parientes denigraban a Castro, aún en los años de la dictadura de Fulgencio Batista, y ahora residían en Florida. Al muchachito inocente lo expulsaron de la escuela, lo que Lázaro acompañó con una sonrisita, jactándose ante una nueva amiguita: “¡Lo torpe que son!”

“¡Qué hermosura!” – por un instante, Lázaro quedó maravillado del lujo de la habitación del hotel y, mirando nerviosamente en torno suyo, se puso a buscar dinero y objetos de valor que pondría en su sombrero de paja. Después de revisar las mesitas de noche, él descubrió un frasco de agua de colonia “Carolina Herrera”, que ya estaba casi vacío. Se perfumó con mucha abundancia y se dirigió al tremó. En la caja había varios billetes arrugados de diez pesos. No era tan grande el botín… ¡Pero en la otomana azul, al lado de la cama, él tropezó con una videocámara! El ladronzuelo la empaquetó cuidadosamente en el sombrero.

Al ver en el sillón junto a la mesita de noche una chaqueta de lino, examinó con mucho esmero los bolsillos y extrajo un portamonedas con tarjetas bancarias. “¡Fritzes de mierda! ¿Qué hay de malo en el dinero en efectivo?” – Lázaro se puso rabioso. No era posible poder utilizar una tarjeta de crédito en Cárdenas, así como en cualquier otra ciudad. No porque el dueño al enterarse de la pérdida, inmediatamente la bloqueará. Simplemente, en Cuba usaban las tarjetas exclusivamente los extranjeros, mientras que Lázaro solo soñaba con ser uno de ellos.

Sí, tenía planeado recibir la ciudadanía estadounidense, y sin duda alguna así logrará alcanzar su meta, en cuanto gane un gran dineral en el contrabando. En su mente, en ese período, no había una distinción clara entre los términos “contrabandista” y “americano”. El dinero, todo lo solucionan los deseosos billetes de cien dólares, desde los cuales contempla con altivez el inmortalizado Franklin.

“¡Por fin hay algo de valor!” – se alegró Lázaro, habiendo tropezado contra una jarra de cristal. En el fondo de esta había un brazalete muy pesado, decorado con un capullo de pétalos de oro de una orquídea. Automáticamente lo metió en el calcetín, enrollándolo al tobillo, y se precipitó al cuarto de baño. Hace tiempo soñaba con un cepillo de dientes “Oral-B” con un motorcito. ¡Quién sabe, puede ser que el alemán use justamente uno de estos! “¡Tendré suerte alguna vez!” La puerta del baño resultó estar cerrada.

Al cabo de un segundo esta se abrió y ante Lázaro apareció en toda su belleza la pelirroja Magda von Trippe, nieta del entrado en años Miljelen Calan.

Poseyendo una cantidad de “atributos”, Magda no era famosa por su belleza. La ropa interior de color turquesa, que llevaba puesta después de tomar el baño espumoso, no podía ocultar los matices de su constitución idiosincrásica. No se puede decir que ella sea fea… Desprovista de gracia femenina, sí. Más bien deportiva que hombruna. Y de ninguna manera era repugnante, lo que debía probar Lázaro ahora mismo.

Justamente así, ya que Magda midió al malhechor con una mirada inequívoca, cuyo significado Lázaro pudo evaluar estando ya en la habitación, en la cama. La muchacha alemana tomó la única decisión justa para sí, prefiriendo a la resistencia total a ese cubano de alta estatura y muy simpático, una capitulación activa…

Como se habría alegrado por la nieta Miljelen, que en el declive de la vida se aficionó seriamente a Sigmund Freud y sospechaba en Magda inclinaciones lesbianas. Lo que se refiere a la niña todo estaba en orden, y este resultado se hizo el resumen de todos sus esfuerzos titánicos en la rehabilitación psicológica, no demandada ni siquiera entre los alemanes turcos, Magda von Trippe.

Cuba es un país maravilloso donde la gente es jovial, sociable. Ellos bailan por doquier la salsa, el merengue y el reggaetón, siempre están contentos para ti. No les eres indiferente. Siempre quedan agradecidos por una propina. Y si no les ofreciste mucho dinero, sus sonrisas francas no se hacían menos deslumbrantes. Y esto, en realidad, está estrechamente ligado con la avaricia de Miljelen respecto a los criados.

En comparación con el Marmarís turco, donde Miljelen Calan pasaba todas sus vacaciones con la difunta Greta, los balnearios cubanos podían darles a los turcos cien puntos de ventaja. Las mulatas y mestizas, atractivas física y sexualmente, iban y venían por todos lados, y las autoridades y, lo más importante, los varones locales, de manera demostrativa, se tapaban los ojos contemplando sus cortos amores con los extranjeros. La verdad es que la policía se los tapaba con pequeños billetes en pesos convertibles. Una nadería en comparación con las costumbres de la Porta aliada.

Los turcos no son tan hospitalarios. Se portan sin ceremonia en sus pretensiones importunas a los turistas, y su religión es demasiado severa respecto a las mujeres. La cuestión es otra si hablamos de la santería cubana con su panteón de dioses, con collares de diminutas conchas marinas y semillas de árboles “sagrados”.

La admiración de Miljelen por los dioses paganos, que se asentaron en un país de católicos merced a los descendientes de los esclavos, traídos de la costa occidental de África, se explicaba fácilmente… En la época del régimen de Hitler, siendo joven Miljelen, ingresó en las Juventudes Hitlerianas, donde entre los niños se cultivaba la lealtad incondicional al Führer del Reich Germánico, la fe en la superioridad racial de los arios y el respeto piadoso al culto nórdico de Odín, el que encabeza el panteón de los dioses paganos.

Desde aquel entonces transcurrieron años y años, pero pocos son los individuos que pueden cambiar radicalmente su propia cosmovisión. Hasta bajo el influjo permanente de los golpes del destino. En cuanto a Miljelen, su nacimiento en la patria del gran teólogo Martín Lutero no le impedía amar abnegadamente al señor del país de los Nibelungos, al Rey Sigfrido, decantado por los “escaldas” a la guerrera Krimilda2 y Odín3, como ahora lo veía tan parecido al Ayaguno cubano, el dios de la guerra.

Valiéndose de los rumores que llegaron a oídos del señor Calan, el propio Fidel se encontraba bajo la protección del dios más fuerte de las dieciséis encarnaciones de Obatalá, ídolo supremo de la santería. Justamente por eso a él no le dañaban las balas, ni los complots, ni las maldiciones, el pueblo lo idolatraba, a pesar de la indignante pobreza. No es extraño, Miljelen Calan no era el primero que imaginaba a Castro, ateísta dubitativo, como adepto de su culto.

La necesidad en la mistificación se ha unido en el alma del alemán con el abecé del análisis psicológico, después de ser leídas las primeras diez páginas del grueso tomo de Freud. La obra completa “Interpretación de las visiones” él no pudo “tragársela”, aunque lo leído resultó ser suficiente para que Miljelen se creyera ser un innato psiquiatra, al descifrar los deseos escondidos de la propia nieta.

En Cuba el alemán podía ayudar a Magda y el riesgo apenas serían cincuenta euros. En la playa don Calan contrató a uno de los gigolós locales, con zarcillos en los dos lóbulos. El muchacho se llamaba Guillermo y le ordenó que al atardecer se presentara en la habitación de su chica como si fuera un masajista para demostrarle de manera convincente todas las ventajas de la esencia masculina. Miljelen le suministró con aversión un condón, y así Guillermo adquirió un especial artículo de goma.

El abuelo avisó a Magda acerca de la visita de un mago–relajador. Debido a eso, se preparó minuciosamente, literalmente dicho, se lavó con fragancias. El abuelo era tan delicado que previamente comunicó sobre su intención de ir a una excursión a La Habana nocturna. Eso significaba que ella se quedaría con el mago Guillermo tête-à-tête. ¿Quería ella aprovechar la situación? Naturalmente…

Antes de que llevara al cubano a la cama, Magda le quitó al huésped, enmudecido y tomado por sorpresa, el sombrero de paja, de donde comenzaron a caer ciertas prendas, entre estas, el agua de Colonia y el portamonedas del abuelo. Y la videocámara… “El macho” la pudo coger al vuelo y cuidadosamente la volvió a colocar en el puf con las palabras:

– Bitte, danke schön. Hard life und I am sorry… Das ist total en mobilizationen4            A lo que Magda le contestó:

– “¡Cuba libre! ¡Hasta la victoria siempre!”, dejó a Lázaro en calcetines, de paso se quitó la ropa interior, y como por encanto, por la ironía del destino, la tiró directamente en el cilindro del sombrero.

Una vez desnuda completamente la alemana, Lázaro concibió que el ser, que apareció de repente del cuarto de baño, era del género femenino. En primer lugar. En segundo lugar, no tenía la intención de armar un escándalo por su incursión delictiva. Tercero, es que lo quería claramente…

De parte del muchacho no había ni deseo siquiera, pero el miedo a veces hace maravillas…

Acabado el asunto, se vistió apresuradamente, se cubrió la cabeza con el sombrero y se precipitó por el pasillo a la escalera, maldiciendo al cómplice de Julio César y a la ninfa pecosa, tan ávida al amor.

No pasó un minuto siquiera y, ante la extendida y desnuda, llena de gozo y placer, Magda von Trippe, se presentó en las puertas abiertas el verdadero Guillermo. Se puso a cumplir de manera imperturbable sus compromisos pagados, lo que de ninguna manera desalentó a Magda. Todo lo contrario, la obligó a creer en la existencia del paraíso en la Tierra y la convenció de que este se extendía en el territorio de la Isla de la Libertad.

Guillermo quedó contento de sí mismo y del condón ahorrado…

El abuelo volvió tarde, cuando los dos pseudomasajistas ya habían hecho los servicios a la nieta. La puerta abierta con una ganzúa le hizo originar malas ideas y pensamientos, los cuales los compartió con su niña. Solamente ahora Magda pudo recordar la extrañeza en la conducta del primer “masajista”. Le narró al abuelo sobre su torpe intento de robar la videocámara y, habiendo examinado sus prendas, declaró sobre la desaparición de un brazalete de oro, el regalo de sus padres con motivo de la mayoría de edad.

– ¿Qué apariencia tenía este joven? – Miljelen preguntó severamente.

– Magnífica… – respondió Magda, y se puso a gimotear como una niña.

El abuelo escupió con rabia en el piso y, habiendo descolgado el teléfono, pidió al guardia en la recepción que llamara a la policía para declarar el hecho de un robo con allanamiento.

Los inspectores de policía, acompañados de los funcionarios del servicio de seguridad del hotel y un traductor, llegaron al cabo de treinta minutos. Ni hablar de operatividad en el caso citado.

Las declaraciones de Magda eran confusas y disparatadas. En estas no había lógica alguna. Ella reaccionaba de una manera no adecuada a las preguntas estándares de los investigadores, como si leyera en ellas un subtexto no explícito sexual. Miljelen Calan, contemplando tal actitud de la nieta, estaba dispuesto a cambiar su opinión negativa respecto a las lesbianas desde el último tiempo, rechazar al dios Odín a favor del cristianismo tradicional y quemar todos los libros de Freud, salvo aquellas diez páginas que había leído con tanta dificultad. Por fin, le llegó el turno y el alemán cabeceó de manera positiva, cuando le preguntaron si tenía algunas sospechas.

– Un barman con demasiado ahínco intentaba detenerme hablando por hablar. Su nombre… Parece que se llamaba Julio… Julio César. ¡Precisamente así! – Miljelen tomó la iniciativa de la investigación en sus manos – Él se irritaba artificiosamente cuando yo intentaba apartarme de la barra, se ofendía por la falta de atención a su palabrería. Y aún más, el barman hablaba mal de Fidel Castro y pedía con insistencia propina.

La suerte de Julio César estaba echada…


* * *


El botín de Lázaro constaba de un brazalete de oro y una ropa interior de color turquesa – una lencería con bordadura de encaje. Venía volando en su “Lada”, viejita, sexto modelo a la cita con Elizabeth      , camarera-vanguardista del hotel “Paraíso-Punta Arenas”, una feúcha de veinte y seis años, que sufría por la falta de atención de su ex marido.

Cárdenas es un pequeño pueblito. Decían que Juan Miguel se buscó una amante mucho antes de haberse divorciado de Elizabeth. ¡Se separaron y todo! ¿Para qué compartir un techo? La mujer dijo que él nunca la quería, simplemente se compadecía de ella. Siempre sentía el complejo de inferioridad de su misericordia. Hasta reconoció que él, Lázaro, le regaló la felicidad… Elizabeth realmente por primera vez sintió lo que era una pasión, sentir que era deseada, sentir ser una mujer, de la cual no se compadecen, sino que la quieren sinceramente…

Lázaro deseaba únicamente solo una cosa – lo más rápido posible conocer a los familiares de Elizabeth, que estaban residiendo en Miami. El tío de Eliz, su tocayo Lázaro le ayudaría en los primeros días de estancia allí, luego él solo se las arreglaría. La meta estratégica que era hacerse millonario, ya no parecía ser una quimera.

En lo que se refiere a Eliz, dicho sea de paso, su cuerpo no era tan malo. Cabe decir, Lázaro disponía de un pelotón entero de chicas como ella. Pero precisamente ahora Eliz lo excitaba mucho más que todas ellas juntas. En ese aspecto, Lázaro se asemejaba ser una ramera, la que goza del orgasmo viendo solamente los grifos de oro en el jacuzzi.

En opinión de Lázaro, el apego a su ex marido Juan Miguel y al hijo Elián llegaba al absurdo. En sus proyectos a Elizabeth se le destinaba el punto clave, y él, como una persona con instinto hipertrofiado de propietario, aguantaba a duras penas tal bifurcación. Sin embargo, él estaba más que seguro de que quedaba poco tiempo para compartir a Elizabeth con su ex familia. ¡Lo viejo será destruido para satisfacer lo nuevo!

El ladroncillo no podía concebir que el pasado estuviera formando el futuro, y a menudo lo estaba conduciendo. Los individuos de tipo aventurero menosprecian sus viejos pecados, no desean analizar sus erróneos modos de actuar. Creen que, al enajenarse del pasado, llegarán más rápido a la meta. Cuál es su sorpresa cuando al final del trayecto se encuentran con el pasado, esta inesperada cita conlleva habitualmente a resultados infortunados.

Yendo camino a la “amada”, Lázaro hizo una parada imprevista. Pudo ver una vaga silueta conocida en el senderito empedrado, al lado de la parte transitable.

– ¡Quién lo hubiera dicho, Dayana! – lo dijo en voz alta y apretó el pedal del freno. El coche se detuvo chirriando al lado de la chica, en el pecho de la cual colgaba una mochila con un pituso. El “Lada” traqueteó unos segundos y se paró espontáneamente. El chófer con dificultades hizo bajar el vidrio, se atrancaba la manecilla.

– ¿Y en esta chatarra llevas a turistas? – expresó con ironía la muchacha.

– Es que tú sabes – esto es provisional – sin salir del coche, Lázaro lo comentó entre dientes, estando irritado con su ruidosa chatarra, la cual no arrancaba de ninguna manera.

– En tu vida todo es provisional – continuó riéndose del ex coinquilino la chulona – Aunque una sola vez hubieras venido a visitar a Xavier… – suavizando un poco el tono lo pronunció Dayana con reproche. El pituso, al oír su nombre, balbuceó algo ininteligible.

– Para qué visitarle, si acabo de verle – lanzó esta réplica Lázaro despidiéndose, estaba contento de que el coche hubiera arrancado. Apretó el pedal del acelerador, sin lamentarse dejó atrás a su antiguo amor y no deseaba pensar en el destino del ser, en cuyas venas fluía su sangre.

Al llegar al hotel “Paradisus Punta Arena”, se reaseguró por si acaso – no hizo parar el motor. Quién sabe… Con odio iba recordando sus intentos infructuosos al fallarle la llave de encendido hasta que no hubo concebido el olor de una fragancia agradable y no hubo oído la tierna voz de Elizabeth. Ella ya había saltado al asiento delantero de su coche y cerró así la portezuela.

– Llegaste con diez minutos de demora – le susurró en su oído.

– Para eso hubo causas muy sólidas – murmuró Lázaro, cubriéndola con besos. Hasta en este momento, después de las “simultáneas”, que organizó la alemana llena de amor en el hotel “Siboney”, él la besaba con gran placer. Su afición venía impulsada por la comprensión de su completa superioridad sobre la criolla crédula, la que debería convertirse en un trampolín para su ascensión. Después le dirá “Adiós”, y no se pondrá a fingir su piedad hacia ella, asemejándose de tal forma a su ex prometido. Además, ella misma reconoció que la piedad solo humillaba a uno. La dejaría abandonada sin mínima compasión, en cuanto llegue la hora. Los millonarios deben tener un montón de criollas, mulatas y “chicas” de piel negra.

– Espera, aquí no – Eliz hizo parar a su héroe-amante. – La mucama Lourdes trabó un lío amoroso con un huésped – petrolero de Rusia. Alquiló un jeep y se fue con ella a las playas del Caribe, a Trinidad. Sin dificultad alguna podemos penetrar en su bungaló… – lo pronunció ella de una manera conspirativa, desapretando la palma de la mano y mostrando una llave magnética.

– Vamos – no había que persuadir a Lázaro, si se hablaba del sexo en apartamentos lujosos. De adueñarse de algo allí, él tampoco rechazaba esa idea. Verdad es que, yendo por el camino, Elizabeth pudo convencerlo de que no lo hiciera. Además, Lourdes le hizo un gran favor y ella no estaba acostumbrada a recompensar la bondad con una negra ingratitud. Él, a su vez, aceptó lo expuesto por la amante con pocas ganas.

Un rato después, ellos ya estaban en el lugar de destino. Realmente, sin ninguna dificultad, por el caminito secreto de su amiga pudieron pasar de largo la guardia por el senderito que llevaba al bungaló del hotel “Meliá Las Américas”.

Al entrar en la casa y viendo los enseres lujosos de sus habitaciones, Lázaro exclamó con amargura:

– ¿Por qué todo eso no es para nosotros?

– Es para nosotros, pero solo hasta las dos de la madrugada. Debo volver a Cárdenas para las dos, de otra manera, Juan Miguel no estará tranquilo – se puso a arrullar Elizabeth, acariciando con su mano las sobrecamas de seda de una enorme cama de dos plazas y echando una mirada “coquetona” a Lázaro.

–Así siempre ocurre lo mismo. En este país del diablo nos limitan en todo – en el tiempo y en la libertad de circulación – Lázaro se puso a cantar su vieja canción, arrimándose a Eliz.

– Esta “isla del diablo”, como te expresas tú – es nuestra Patria – repuso Elizabeth.

– Y yo voy a hacer el amor con un miembro activo de la Unión de Jóvenes Comunistas – observó irónicamente

– Además, muy activo – añadió Elizabeth mientras iba quitándose la ropa.

– Espérate – recordó de improviso el amigo. Ahora quiso especialmente hallarse inmerso en el pellejo de un oligarca real. Te he preparado una sorpresa, mejor dicho, serían dos verdaderas sorpresas. Quiero ponértelas, sin que esto sea aplazado para después y tiró a la desnuda Elizabeth una ropa interior de encaje de increíble hermosura. El color turqués de esta dejó asombrada a la joven mujer, la cual podía ver prendas semejantes solo en los cuerpos de ricas turistas.

– ¡Qué hermosura! – exclamó apasionadamente la joven, que saltó de la cama en un instante y se pegó al espejo. Volvió irradiando alegría, la talla le quedaba bien.

– ¿De dónde es esto?

– Ven aquí – la tomó de la mano y le puso en su muñeca un brazalete grande de oro con un capullo en forma de pétalos de una orquídea.

En esta ocasión el corazón avaro del “donante” se estremeció en el pecho. Él mismo se asustó de la generosidad que se adueñó de sí. No obstante, se tranquilizó ya que estaba seguro de que había elegido una estrategia infalible. Ahora la chica le haría todo, pidiera lo que pidiese. ¡Ya tenía garantizada la vivienda y el estatuto de fugitivo político en los EE.UU.!

Eliz quedó atolondrada, enmudecida.

– ¿De dónde los sacaste? – por fin, volvió a pronunciar algo.

– Yo sé que lo que tienes tú es mío – respondió el “héroe”, atrayendo a la amante y se apoderó de ella en una enorme cama llena de una concupiscencia vergonzosa. Sus cuerpos se deslizaban por la seda fina, haciendo el amor vicioso, sin recordar nada – ni de la Dayana rechazada, ni del apacible Juan Miguel, ni de los dos peques, uno de los cuales aún no ha experimentado los sufrimientos por tener la edad de dos meses, y el otro muy pronto debería enfrentarse a toda la maldad del mundo…

Frenado el instinto animal, Lázaro se extendió en la cama y extrajo de la cajita de nácar un cigarro “Hoyo de Monterrey”. Se puso a fumar contemplando el techo y reflexionando en voz alta:

– Mi padre toda la vida está trabajando duro, extrayendo el petróleo del pozo, pero nunca podrá permitirse tener tal bungaló. Hasta los rusos comprendieron que el socialismo es una bazofia. Sus petroleros están haciendo amor con todas nuestras chicas.

– ¿Y a ti, te faltan chicas? – interpuso Eliz.

– No hablo de eso. Es que antes de la revolución besábamos el trasero a los yanquis y ahora lamemos los talones de los europeos, canadienses y rusos. ¿Hay diferencia alguna? Los cubanos eran y siguen siendo pobres.

– En vano lo dices ¿Y la medicina gratuita, la educación, la tierra, dada a los campesinos? Si no hubiera existido el embargo de los norteamericanos, ahora viviríamos prosperando solamente a expensas de nuestros balnearios – comentó Elizabeth – Realmente ellos nos impiden hacerlo.

– ¡Qué bien te ha instruido la educación gratuita! – decía intranquilo Lázaro y continuaba opinando, sin sacarse el cigarro de la boca – ¿Para qué diablo lo necesito? ¿Para trabajar de camarera? ¿O lavar los platos de esos burgueses?

– No, para poder diferenciar a los jóvenes inteligentes de los groseros – Eliz reparó ofendida.

– No deberías ofenderte – expresó Lázaro valiéndose de un tono de reconciliación – Mejor dime: ¿qué tal te pareció la ropa interior?

– Probablemente, algo de este estilo le pidió que le comprara el joven Che Guevara a Chichita Ferreiro, su primer amor, cuando el futuro Comandante emprendió un viaje por América Latina – Elizabeth en un instante se derritió y continuó – ¿Nunca has oído hablar de esta historia? ¿No? Ahí la tienes… Ella le dio quince dólares y pidió que él le comprara un juego hermoso de ropa interior en Miami. La travesía no resultó ser nada fácil, no se dejó convencer por su compañero de viaje Alberto Granado en gastar esos quince dólares. Hasta en el momento cuando se rompió la moto, hasta cuando pasaban hambre, hasta cuando el Che sintió la exacerbación del asma, y Alberto exigió este dinero para adquirir medicamentos para el Che enfermo.

– ¿Y luego qué? – sonrió Lázaro

– Y luego le escribió que se cansó de esperarle…

– ¡Eso significa, que el compañero Che no llegó siquiera hasta Miami, como yo ya he hecho en una ocasión, y volveré a hacerlo una vez más! ¡El Che no le compró la ropa interior a su Chichita! – se reía Lázaro – ¡Yo la conseguí para mi chica, sin abandonar los límites de Cuba! Piénsalo bien, qué puedo traerte cuando llegue a Miami por segunda vez. Mejor sería si yo te llevara allí. Solamente ahí mis capacidades serán apreciadas. En Cuba no tengo ningunas perspectivas, no hay amplios horizontes… A propósito, ¿dónde metió el Che aquellos quince dólares?

– Parece que se los dio a una familia necesitada de inmigrantes políticos peruanos.                   – ¡Qué más se puede esperar de un fanático! Quisieron construir un paraíso sin dinero, crear una nueva persona, tomando las viejas materias primas. ¿Dónde están ahora los huesos de Che Guevara? ¡Se pudrieron en la selva boliviana! ¡Su cuerpo no fue inhumado siquiera!

– ¡No hables así! ¡Encontraron sus restos en Vallegrande, Bolivia y con honor volvieron a ser enterrados en Santa Clara! ¡Los hallaron al cabo de treinta años! – se indignó Elizabeth.

– Sí, he oído hablar que los indios bolivianos adoran al Gran Comandante no menos que nuestros comunistas – se expresó Lázaro. – Los habitantes de Santa Cruz y Vallegrande hasta quedaron amargados, cuando les quitaron a ellos los huesos…

– ¡No te atrevas! – le gritó Eliz.

– Tu misma empezaste sobre el Che tuyo – le reprochó Lázaro – Sabes perfectamente que a mí me hacen rabiar los cuentitos acerca de las hazañas heroicas de los guerrilleros. Mejor bajemos a la tierra. Sea como sea, aquí todo es más interesante. Y más aún – en Miami. Es que tú tienes ahí parientes. ¡Hay que largarse en esa dirección!

– ¡Tonterías! – resopló Eliz. – En Cuba me conviene todo. Tengo un trabajo estupendo en Varadero. No estoy necesitada de nada. Mi ex marido gana bastante bien…

– ¡Esposo! –un ataque de ira se apoderó de Lázaro – ¡Parece que nunca podrás olvidar a tu Juan Miguel!

– Déjate de celos. Los dos somos como hermano y hermana – lo decía excusándose la joven mujer.

– ¡Abre los ojos! ¿Él gana? – hablaba con histeria – ¡Él es cero! ¡Estarás metida un siglo en este pozo, sin haber visto el mundo! ¡Tú no cambiarás estos céntimos por un paraíso verdadero! ¡Solamente en los Estados Unidos seremos felices, vamos a tenerlo todo!

– ¿Es qué no hay mendigos allí? ¿No hay guetos? – no lo aceptaba la testaruda – ¿Allí no hay que trabajar? ¿Allí todos son ricachones y no hay camareras y lavaplatos? ¿Ellos mismos se autoservirán? ¿Los niños de la población de color van a los colegios prestigiosos a la par con los hijos de los millonarios?

– ¡Estúpida! – comenzó a refunfuñar Lázaro – ¡Seremos ricachones! Ganaré tanto dinero, que ni en sueños lo ha visto tu torpe maridito. ¡Estando aquí, lo ganaré en Cuba! ¿Sabes cuántas personas inteligentes quieren trasladarse hacia allá? ¡Miles! Yo les ayudaré. ¡Contrabando! ¿Has oído hablar de eso? El contrabando de cubanos. Mil dólares por cada uno que ha sido trasladado a Miami. Ganaré millones, y tú y yo vamos a vivir como en un cuento. Y no en este país olvidado por Dios, sino en un verdadero paraíso. ¿Lo has concebido?

Elizabeth sin hablar se quitó la ropa interior de color azul turquesa, luego el brazalete y se vistió, lo que enfureció finalmente a Lázaro. Apenas conteniéndose, este vociferó:

– ¿Me quieres humillar no aceptando mis regalos?

– Simplemente no sé qué voy a decirle a Juan Miguel, si él me ve luciendo tal ropa interior y llevando este brazalete.

– Amor mío – haciendo de tripas corazón, se puso a gorgorear Lázaro – no me complace de ningún modo que sigas viviendo bajo un techo con tu ex maridito, y posiblemente, debería resignarme a que él, hasta en estos minutos, te pueda contemplar en la ropa interior. En doce años de matrimonio ha podido verte hasta en aspectos mucho más quisquillosos. Espero que ahora no tenga tal posibilidad… Recuerda que he hecho un regalo de todo corazón. ¿Acaso, no te ha gustado? Es que esa ropa interior te queda muy bien, y llevando el brazalete pareces ser una reina española.

– Qué tiene que ver la reina… – Eliz volvió a derretirse. Echó una mirada al brazalete, pensando si hay fuerzas en ella para superar la tentación de no ponerse otra vez la hermosa prenda. Uno podía estar admirándolo infinitamente. Qué obra fina y delicada…

– Puedo decirle a Juan Miguel que el petrolero ruso se lo regaló a Lourdes y ella necesitaba con urgencia dinero. – Venció la tentación, Eliz se rindió.

– Niña inteligente – la felicitó Lázaro – reconozco a mi chica. Así agarrarás al flamenco de las dos patas – podrás sin miedo llevar el brazalete y le sacarás a Juan Miguel unos trescientos dólares.

¿De Juan Miguel? ¿Trescientos dólares? Esto es casi todo su ahorro… Susurró como hipnotizada Eliz. Ya era la hora de volver a casa. Nunca se atrevería a cometer tal engaño… Si la joya no luciera de manera tan encantadora. No es una pieza de artesanía de conchas, ni siquiera de coral negro enmarcado en plata. Una verdadera obra maestra de joyería. Ella misma es como una reina española… En aras de tal maravilla uno puede acudir a un pequeño engaño.

Eliz se sentó en el coche de Lázaro para irse a Cárdenas. En su mano brillaba el brazalete, y en la bolsita llevaba la nueva ropa interior. En su cabeza se había ideado una leyenda precisa y muy verídica acerca de las imprevistas adquisiciones. La chica se disponía a exponer lo inventado al ex esposo, cuyo respeto era lo último que ella no quería perder.

Se perdonaba diciendo que Juan Miguel le había prometido comprar algo muy caro inmediatamente después de que naciera Eliancito, pero resultó que no había cumplido lo prometido. Él es bueno. Uno puede manejar a Juan Miguel como un guiñol. Lo simplón que es. ¡Oh, si en aquellos años no hubiera sido tan descuidado! Lázaro, sí, es otra cosa. Este hombre sabe lo que desea y qué es lo que quieren las mujeres. Cada uno cree en lo suyo y se traiciona siempre del mismo modo.


Cárdenas, municipio de Matanzas, Cuba


Juan Miguel dormía tranquilamente, abrazado a su pequeño Elián, envuelto cuidadosamente en una tierna manta de plumón, que le había regalado al nieto la abuela Raquel – la mamá de Elizabeth.

Todo el día el chiquillo estuvo jugando con los niños vecinos. Primero al béisbol y luego al fútbol. No, por ahora no le invitaban a jugar en el equipo. Todavía es pequeño. Pero corrió hasta hartarse y varias veces pudo chutar el balón cuando este salía fuera del campo.

Papá todo el tiempo estaba al lado suyo. Después de uno de los sucesivos “out”, cuando la pelota volvió a hallarse muy cerca de Eliancito, el niño, sin pensarlo siquiera, se lanzó hacia ella, y le dio con todas sus fuerzas y se precipitó a correr tras esta, apartándose así del campo de fútbol. Lo alcanzó el ochoañero Lorenzo, el capitán del equipo que iba perdiendo, contrariado de su propia incapacidad. Él gritó furiosamente a Eliancito, echando una sarta de exigencias, que le diera la pelota:

– ¡Dámela! ¡Esta es mi pelota! ¡No nos molestes cuando jugamos!

Al haber quitado el objeto anhelado, el fiñe5 ahí mismo lo puso en juego, haciéndolo sacar de la banda del campo.

Hubo un segundo de compasión entre los espectadores respecto al desanimado Eliancito, cuyos ojos se humedecieron de una amargura insoportable. Y luego todos, con admiración sincera, siguieron los momentos del juego. Solo el padre concibió la “gran tragedia” del pequeño Elián, el cual vino corriendo hacia él para compartir su ofensa.

– No hay nada de malo – le guiñó el ojo al hijo – Pasados dos años estarás crecidito y vas a jugar como el argentino Diego Armando Maradona, el rey del fútbol. Y entonces, querrá venir a Cárdenas6. Le será curioso contemplar a un niño, que se hizo tan mago en el juego, como el propio Maradona. Y cuando te vea, te entregará personalmente una verdadera pelota de fútbol con su autógrafo.

Eliancito, inmerso en el cuento de su padre, casi se olvidó de la humillación que acababa de sufrir. En su rostro de repente se manifestó una “perfidia infantil” – él se imaginaba cómo hacía gambetas con la pelota con rombos negros ante los ojos de su ofensor, del capitán de ocho años de la selección del barrio, después de lo cual el niño es admitido al equipo y Elián mete un gol.

– ¿Papá, Maradona no puede venir antes? – preguntó el chiquillo a su papá.

– No, ahora tiene problemas con el calzado – contestó rápido Juan Miguel – No tiene con qué jugar. Las botas de fútbol se rompieron después de un sucesivo partido, y es que él estaba muy acostumbrado a estas.

– ¿Cómo se rompieron? – se sorprendió el niño.

– Es que demasiado fuerte chutó la pelota…

– Que se ponga otras botas nuevas – continuó Eliancito.

– El asunto es que él más bien se verá frustrado, porque empezará usando otras botas. Sus piernas no se sentirán cómodas llevando un calzado nuevo. Esto es como tu casa natal. Alguien quizás pueda tener un apartamento más espacioso con hermosos muebles, pero estando de visitas en algún lado, sueñas solamente una cosa, hallarte en tu casa donde eres dueño de ti mismo, donde la limpieza y el orden dependen solo de ti, donde no están desparramados los juguetes. ¡Y estás contento! Te alegran los huéspedes, siempre y cuando no se comporten groseramente en tu casa, aprovechando tu hospitalidad. En este caso, naturalmente, pedirás de manera cortés a tus visitantes, muy exaltados, que vuelvan a casita.

– ¡Volver a casita! – repitió el niño estas palabras y no se sabe por qué empezó a reír a carcajadas.

– Y tú dices: “Botas nuevas” … – resumió Juan Miguel – cuando Maradona repare sus botas queridas, entonces él vendrá a verte.

– ¿Cuándo las reparará? – Elián quisiera saber eso.

– Habrá de ser dentro de dos años – con pleno conocimiento de la causa, respondió papá – Cuando seas ya un delantero conocido.

– ¡Ah! – exclamó Elián – ¡Es que hay tiempo todavía! ¡Podré entrenar!

El ánimo del niño mejoró considerablemente. Volvió a correr hacia el borde del campo esperando recibir un pase, aunque siendo por error este, y no era importante de quién.

No hubo tal pase. La causa no era la avaricia de los niños, sino un caso de fuerza mayor que interrumpió el partido de fútbol. Uno de los chicos, salvando la portería, golpeó con tanta fuerza la pelota que esta cayó exactamente en el camino carretero. Echó a rodar hacia abajo por el empedrado y acertó a dar bajo las ruedas de un “Škoda” de alquiler. El turista español que conducía el coche, al oír el estallido, en ese mismo momento se puso en guardia. El turismo de poca cilindrada continuaba moviéndose. Eso significaba que no había causas de preocupaciones.

El cuadro que se abría ante los ojos de los niños del barrio, no era nada agradable, era una arrugada pelota de cuero con dos agujeros y ya no era apta más para jugar. Un pillo del equipo de Lorenzo alzó los restos de la pelota y, metiendo la mano en el orificio, pudo calmar al capitán diciendo:

– ¡Si la pelota estuviera entera, los despedazaríamos como a gatitos ciegos!

– ¡Así es! – aprobaron la declaración los restantes miembros del equipo – ¡Como a cachorros mudos!

Lorenzo, el “propietario” de la pelota magnífica o, mejor dicho, de lo que quedó de esta, hasta el último momento seguía estando en completa postración, de repente concibió que la derrota del equipo del odioso Enrique, condiscípulo-pendenciero, podría ser disputada en tiempos mejores. Los amigos de Enrique jugaban mejor y en esos segundos llegó una salvación inesperada. Lamentaba mucho lo ocurrido, pero, como se expresa su abuela de Miami, la cual visita al nieto una vez al año, “no hay mal que por bien no venga”. Justamente ella envió de Estados Unidos esta muestra futbolística.

– ¡Pues, olvidemos lo de la pelota! – opinó sobre eso el fanfarrón pequeño – mi abuela querida me enviará una pelota como esa y hasta aún mejor. ¡Entonces jugaremos el partido! ¡Y eso no les saldrá bien! – dijo de manera amenazante, dirigiéndose a los contrincantes, tomó la pelota pinchada y, sin lamentarse, la tiró al contenedor de basura.

Habiendo contemplado esto, los rapaces se desbandaron. Una pareja entrada en años, la cual ya hace una hora estaba sin hacer nada en el balcón, de manera casual, había oído estas réplicas y opinó de lo ocurrido:

– ¡Que niño tan mimado es este Lorencito! Su abuela Lucía, cuando huía de Cuba, dejó su hija con un niño de teta y ahora hace penitencia de sus pecados ante ella y el nieto. Los colma de regalos y les hace zalamerías, víbora – no de buena manera se expresó de la abuela de Lorenzo la señora canosa.

– Todo lo que envían los yanquis a Cuba, hay que aplastarlo y echar a la basura – con odio refunfuñó el anciano, héroe de la batalla de Playa Girón. – Ese es el destino de esta limosna americana.

En esto la historia no ha acabado. Apenas hubo amanecido, Juan Miguel dejó a Eliancito dormido y se dirigió a buscar el fatídico atributo futbolístico. Sin dificultad alguna encontró en la acera aquel mismo contenedor de basura y extrajo de él el regalo tirado de la abuela Lucía de Miami.

Por la mañana llamó al aún semidormido Elián para ir al campo de fútbol. El chiquillo dio un grito, cuando el padre, como un mago circense, sacó de un paquete, una pelota de fútbol y la golpeó levemente con la pierna, haciendo un pase al hijo. Este inmediatamente se reanimó, y la somnolencia se esfumó. De manera incansable corría tras la pelota, tropezaba, cayó varias veces, pero al instante se levantaba, animado por las palabras del padre:

– ¡Maradona nunca lloraba si se caía! A él le pegaban de manera muy dura. Los hombres verdaderos no lloriquean como las niñas. Se levantan inmediatamente. Se ponen de rodillas solamente los lacayos…

Eliancito, sudado, ni siquiera notó que casi una hora entera estuvo jugando con su papá al fútbol. Él ganó. No sabía que su padre no jugaba con plena entrega. Es que Juan Miguel sinceramente se apenaba e indignaba cuando le metían goles en su portería.

Una hora después de iniciarse el juego, Juan Miguel se cansó. No hay nada extraño. No pegó ojo durante la noche, haciendo meter trapos en la cámara de la pelota rota. Pero la primera etapa de esta muy minuciosa labor para reanimar la propiedad del ochoañero Lorencito era apenas la mitad del asunto. Cuando la cámara de la pelota estaba llena hasta el tope con una cantidad numerosa de capas de trapos, por delante había que realizar una operación, cuyas herramientas serían una gruesa aguja de la abuela Raquel e hilos irrompibles de nilón y un dedal de estaño.

El dedal no pudo proteger a Juan Miguel de unos cuantos pinchazos, no obstante, el resultado de su labor abnegada ya adquirió formas concretas hacia la mañana. La pelota “restaurada” parecía ser nuevita, y en cuanto al peso no lo superaba en mucho a la de la original.

– ¡Papá, ataja! – gritó Eliancito al padre y asestó un fuerte golpe a la pelota con la punta del pie.

Esta pasó volando sin acertar en la portería y rodando llegó hasta los mismos pies de Lorenzo, cargado de rabia. Toda la banda futbolística del barrio se había amontonado tras la espalda de su capitán.

– ¡Ud. robó mi pelota! – expuso Lorenzo su acusación a Juan Miguel. – ¡Esta pelota es mía! ¡No es suya! ¡Ud. es un ladrón!

Juan Miguel tomó de la mano a Eliancito y se aproximó callado a los niños ahí reunidos.

El pie de Lorencito pisaba demostrativamente su propiedad. Sentía el respaldo tácito de los compañeritos de equipo parados detrás de él. Ellos quedaron admirados de que uno de sus líderes no se hubiera asustado siquiera. La confrontación desigual entre el audaz capitán y el adulto musculoso don Juan, que resultó ser ladrón, podría terminar quién sabe cómo…

– Nunca ansiaba poseer los bienes ajenos. Me sobra lo que tengo – se puso a hablar tranquilamente Juan Miguel – Eso se lo estoy enseñando a Eliancito. Es que ayer alguien echó a la basura un objeto inservible, no apto para nada. Tuve que trabajar con mucho ardor para volverlo a la vida. Primero hubo que rellenarlo hasta el tope, luego coserlo con una aguja muy gruesa. Además, varias veces me herí el dedo. No habría posibilidad de corregir la situación de otra manera., es sabido que en toda la barriada no hay ni una bomba para este tipo de pelotas. Sea como sea – la pelota es tuya, pues llévatela. Lo que nosotros con mi hijito la aprovechamos jugando, que sea eso el pago por la reparación…

Juan Miguel y Elián se encaminaron lentamente hacia su casa. Los acompañaban doce pares de ojitos infantiles.

– ¿Eliancito, no quisieras jugar con nosotros? – de improviso se oyó una tardía invitación de Lorenzo.

Elián se volvió asustado, luego esperanzado alzó los ojitos hacia el padre. Juan Miguel meneó la cabeza aprobativamente, y el hijo feliz se precipitó a correr apresuradamente hacia los niños mayores. Estos se desbandaron al instante por la cancha y con mucha seriedad iniciaron el sorteo. En esta ocasión Lorencito repartía a los niños en equipos. No permitirá más que el pendenciero Enrique ordene aquí. ¿Pero dónde habrá de jugar el chiquitín Elián, naturalmente, en mi equipo, y yo personalmente voy a proteger al hijo de Juan Miguel, si los chicos de Enrique se atreven a empujarle y jugar duro…

Satisfecho con el resultado del partido y la rica cena, que había preparado su papá, ya hacia la noche Elián se puso a bostezar. Juan Miguel lo tomó en sus brazos y lo trasladó a la cama. Cuidadosamente lo tendió de costado en ella y se acostó al lado, contemplando al chiquitín que se dormía.

– Duerme, querido mío, yo le dije a un ángel que te besara por mí, pero este volvió y dijo: “Los ángeles no besan a los ángeles” … Por eso yo mismo debo besarte.

Le dio un beso ruidoso en la mejilla y, mirando el reloj, comunicó:

– Son las dos. Pronto vendrá mamá.

Pero Elián ya no oía nada. Dormía dulcemente, inmerso en panoramas agradables y sueños dorados.


* * *


Elizabeth sorprendió al ex marido y al hijo durmiendo abrazados. Llegó por la mañana el insaciable Lázaro de improviso hizo un enroque, sin que se tomaran en consideración los planes de ella. Cabe decir, que Eliz no se reveló mucho cuando el amante la llevó, en vez de Cárdenas, a un lugarcito a la muy concurrida casa de trueno del Varadero nocturno. Allí se hallaba la discoteca “La Cueva del Pirata”, ubicada en una gruta natural.

…Los extranjeros y las extranjeras, que iban y venían en ansiosas búsquedas del amor cubano, fácilmente encontraban a muchachos y muchachas interesados en hacer zambullir a los turistas en, el poco acostumbrado para el ciudadano occidental, mundo de una sincera y despreocupada cordialidad, condimentada con un sexo excelente y bien ensayado.

Los descendientes de los conquistadores españoles y esclavos de Ruanda hacían salir del estado de depresión espiritual a las ninfas, desposeídas del mimo masculino, de la Europa, y las mulatas y mestizas cubrían de besos, derrotados por la emancipación, a los desdichados canadienses y, los que huyeron de las feministas al vedado cubano, a los papanatas alemanes.

Todo el mundo, salvo los veraneantes rusos, fácilmente pudieron evaluar la esencia que diferencia las civilizaciones. Estos turistas no pudieron notar la diferencia, se lo impedía hacer la enorme cantidad tomada de “daiquiris”, “mojitos” y “cubalibres”. La borrachera, que en ciertos momentos conllevaba al trastorno mental, no permitía plenamente concentrarse en lo mágico, lo que sucedía ante los ojos y gozar del sueño hecho realidad. Las cubanitas brincaban estando con los muchachos rusos, como delfines, que chapoteaban y se zambullían al lado de la orilla, en espera de exaltaciones infantiles. La reacción de los rusos, en el mejor caso, se asemejaba a la conducta de las iguanas desconfiadas, en el peor caso a la inmovilidad del cocodrilo.

Pero lo más inexplicable es el pago por el goce. En realidad, resultó ser más bien mísero en comparación con el equivalente de los gastos de servicios análogos en cualquier país de la viejecita Europa, sin hablar ya de Moscú. Enloquecida esta por el flujo de petrodólares, con sus prostíbulos, camuflados como clubes de striptease. Lo más extraño de la prostitución cubana consistía en que no era obligatorio el pago, si esto era por amor. Había de sobra voluntarios, tanto entre los turistas, como entre los locales, que estaban sedientos y ansiosos de compartir lo romántico. Aquí dominaba la sed de comunicación sobre el vergonzoso sentimiento de lucro. La causa es muy simple. Los cubanos no son solamente una nación. El cubano es el nombre del orgullo y de la independencia.

Pudieron liberarse del Imperio no solo de facto y de jure, muchos lograron alcanzar la independencia en sus propias cabezas. A esta cohorte numerosa los gobernadores ascetas en el transcurso de largos años de soberanía estatal le han inculcado el desaire hacia Su Majestad el Dólar, lo que, sin embargo, no repugnaba a la gente de ganancias casuales y ayudaba a considerar como temporal cualquier sindineritis. En Cuba pueden ser permanentes solo la temperatura del agua y el aire – de +21ºC a +27ºC el año entero. En tales condiciones del tiempo se fusiona precisamente la codicia. En lo que se refiere a Fidel… Él también es algo permanente. La amplitud de sus variaciones es insignificante. No permite que desaparezca el pueblo por el embargo económico. El genial longevo Fidel aparentaba ser una especie de corifeo ante los ojos de las masas. Se asemeja a los médicos cubanos, famosos en todo el mundo, que elaboraron un medicamento eficaz contra el SIDA. Solamente los esculapios cubanos pudieron hacer lo imposible e inventar un preparado, que mantiene el sistema inmune de los infectados por VIH. Solo Fidel fue capaz de realizar un milagro – una poción extraordinaria de vitalidad de un pueblo poco numeroso cercado por los enemigos. La fórmula del elixir se mantenía en absoluto y estricto secreto. Transcurridos los años lo misterioso se hizo evidente. Fidel no inventaba nada, él, llamándose ateísta, materializó en la práctica el postulado cristiano – no teman reproducirse. Dios no dejará sin sustento a sus hijos queridos…

Durante los cuarenta años de su gobierno la cantidad de habitantes del país se duplicó, mientras el incremento de la población del mundo occidental cuenta con unos mezquinos porcentajes. Las sanciones de Estados Unidos justamente así influyeron en los cubanos. La respuesta de Cuba fue la reproducción. A ésa contribuyeron aquellos mismos médicos. Y la educación cubana los hizo altamente cualificados, a lo expuesto no tenían nada que ver los proxenetas y criminales, lo que nos obliga a retornar la lógica y la continuidad de esta narración.

Pues, volvamos a nuestro héroe-amante. Jean-Baptiste Moliére, autor del inmortal “Tartufo”, cierta vez notó con aire de clarividencia: “Los envidiosos morirán, pero la avaricia – nunca…” Lázaro sufría de un malestar espiritual, viendo a una cubanita, paseando con algún extranjero a lo largo de la playa. Los dos se las daban de ser una pareja de amantes, arrullando como tortolitos.

Una cosa es el sexo inofensivo, lo que te da una posibilidad segura, al 100%, de conseguir divisas. No veía nada reprensible en tal tipo de “iniciativa empresarial”. Pero es completamente otra cosa entablar relaciones duraderas con estos acicalados dandis. ¡He aquí donde yace la verdadera traición! Así opinaba el mujeriego Lázaro, el Don Juan local, siendo antes barman, nunca desdeñaba arrancar sus intereses de las amiguitas, que fueron ofrecidas a los europeos. No le acusaba la conciencia cuando este vivía a expensas de las mujeres caídas. Otra cosa le sacaba de quicio – cuando las citas breves iban cobrando un carácter más serio. Entonces la indignación del ex barman se transformaba en ira y acababa en palizas y golpes contra las compañeras.

Justamente ahora, en “La Cueva del Pirata”, adonde trajo a Elizabeth la despreocupación rápidamente cambió por la irritación. Los nervios se rebelaron porque este lugarcito de moda estaba lleno de parejas de enamorados, donde desempeñaban el papel de machos los ricachones europeos y las hembras, conforme a la definición de sicología, eran sus compatriotas. ¡Tontas! ¡Están listas a entregarse por un ron con cola y bombones! ¡Qué beneficios se esfuman!

Su alma baja de proxeneta requería de él nuevas acciones y actividades. Pero ahora, cuando en el horizonte se vislumbraba la perspectiva de Miami, Lázaro no empezaría a ofrecer su mediación a unas mozas poco conocidas. Los “mastines” lo tenían fichado en una nómina especial. ¿Valía la pena arriesgarse en minucias, ya que un gran dineral estaba a la vuelta de la esquina, tras una bahía? Se hacía frenar con la idea de que su iniciativa empresarial, a la que en Cuba nadie toma en consideración, en plena medida será útil en realidad en una gran operación. Para este asuntito se necesitará no solo un fuerte y seguro barquito, sino una astucia increíble, de la cual él disponía indudablemente. La recompensa será el sueño americano hecho realidad. Por eso no se ha de cazar al zunzuncito7, cuando al pie de la catarata hay una bandada de flamencos rosados…

Se llevará lo que merece debido a su talento. ¡Vivir como toda esa gentuza, no es para él! Que crean en los cuentos de Castro sobre la vida modesta, pero llena de dignidad humana, los fanáticos de él. El mundo a nuestros pies, a eso debemos aspirar. Las doncellas prefieren a los señores adinerados. Ellas se lanzarán tras él, como lo está haciendo la feúcha Eliz – ella es su entrada al paraíso. Se ha de llevar adicionalmente a Miami a su mocoso. ¡Oh! Como se revelan los gastos de la afección maternal. ¡Qué bueno es que al tonto Juan Miguel lo haya alejado de ella!

– ¡Fíjate como este gordinflón está bailando la salsa! ¡Le tiembla la barriga como una bolsa de agua caliente! – Lázaro meneó la cabeza en dirección al marinero inglés. Este llevaba una barba artística y estaba danzando con torpeza al estilo “latino”.

A Elizabeth le hizo sonreír la apariencia del amante del mar, en especial, cuando aquel metió en la boca una pipa grande y empezó a echar humo como un tren blindado. El contenido de su barriga se vertía de la izquierda a la derecha como si fuera leche en la ubre de una vaca.

“Ella es igual como todas las otras – pensó Lázaro – ¡Plebe! Cómo les puede divertir ese deforme pretencioso ricachón, que había traído a Cuba su desmesurada figura, para que la rasparan con sus lenguas casi gratuitamente nuestras chicas tontas.”

– ¡Qué tío gracioso! – reía a carcajadas la joven mujer.

En torno al barbudo daban vueltas varias mulatas. Sin embargo, a Lázaro nadie podría convencerle de que las chicas solamente decidieron respaldar, al que se hizo recientemente el centro de la atención, bailador de poca valía, valiéndose realmente de sus “pasos” profesionales, aprovechando sus culos, que temblaban como tambores.

Las bailadoras no se disponían a galantear al gordinflón con la cara abofada, y por añadidura, bizco y chueco. Terminada la música, todos los miembros del show improvisado se incorporaron a algo suyo. El inglés no quedaría en soledad, pero estas dos compañeritas de la improvisación no estarían en compañía con él. En cuanto a Lázaro, él odiaba precisamente a estas, lo que le comunicó a Elizabeth:

– ¿Qué te parece, no le impedirá la grasa adueñarse de las dos?

– Yo creía que tienes celos solamente de mí – improvisó Eliz.

– ¿Hay motivo?

– Muéstrame a un macho, y siempre habrá motivo alguno – bromeó ella.

– Estoy seguro de que este gordinflón será aprovechado no como macho, sino como medio de traslado a Europa.

¿Puedes, aunque sea por un instante relajarte? ¡Aquí reina la alegría! ¿Para qué se ha de complicar todo? – se amargó la chica – Tú mismo me trajiste aquí. – Aunque te decía que no podía ir.

Ahora estás vertiendo la furia en aquellos que vemos por primera vez y quizás sea la última.

– No les tengo rabia a ellos, sino a mí mismo – de repente la besó y continuó – Porque no puedo comprarte a ti toda suerte de cosas, o sea lo que puede regalar a estas dos chicas el gordinflón con la barba de chivo.

– No me hace falta nada – aseguró Elizabeth.

– Yo sí, que lo necesito – soltó avinagradamente Lázaro.

– Quítate los complejos innecesarios – aconsejó Eliz – En el amor no sirven para nada. Lo más maravilloso del mundo está ya a tus pies. Soy tu esclava. ¿Qué más necesitas?

– Quiero ver el mundo y tirar la casa por la ventana en otros países, como lo hacían los yanquis en Cuba antes de la revolución.

– No es obligatorio ver todo el mundo para comprender que no hay otro país, que sea más hermoso que el nuestro – soltó con seguridad Eliz.

– ¿Estás segura? – se rio sin ganas Lázaro – Es que no disponemos de la posibilidad de comparar.

Elizabeth hizo una pausa antes de contestar a tal argumento fundamentado. Luego dijo:

– Para qué comparar lo nuestro y lo ajeno. Lo ajeno puede ser más grande y mejor, pero lo nuestro siempre es mucho más querido… Además, no todos los yanquis tienen la posibilidad de tirar el dinero. Y aún más… Ellos pagan por lo que aquí se nos ofrece gratuitamente y para siempre. Llévame a casa, ya está saliendo el sol…

Lázaro tuvo que obedecer a la patriota incorregible. Qué vas a hacer, habrá que aguantar su rebeldía. Sea como sea, en que yace este amor ilimitado hacia el pseudo paraíso socialista con su sistema de racionamiento y pesos diferentes para los turistas y la gente local. Por lo visto, el imbécil Juan Miguel le metió en la cabeza sus convicciones procastristas, quizás él solamente sepa argumentar ante las infames. Todo lo restante lo hacen para otras personas.

Ese día Lázaro supo apoderarse de la ex esposa de Juan Miguel en el salón de su chatarra directamente ante el portal de su casa. Al amante le excitaba la propia proximidad del ya ex marido de su cariño actual. Tal situación daba lugar a sentir su superioridad varonil. Su vecina, mujer entrada en años, doña Marta fue testigo de una conducta incalificable de Elizabeth. Esta decidió, que después de lo visto, no se saludaría con la ingrata Eliz. Y al mismo tiempo no contaría nada al pobre Juan Miguel. La mujer no quería hacer disgustar a este buen joven, que se pasaba el día entero con el pequeño Eliancito, dejando aparte su tiempo libre. Es claro, no era una persona impecable, como lo son realmente los varones, pero hasta ahora, por lo visto, está ciego de amor por una zorra indigna, ya que sigue viviendo tras el divorcio con ella bajo un mismo techo.

Todos creían que Juan Miguel y Eliz algún día volverían a unirse obligatoriamente. Ya que los dos querían apasionadamente a su hijito. La gente creerá de buena gana en un cuento, y no en el reportaje en directo de un testigo de vista. Doña Marta lamentó tener un insomnio progresivo, que hubiera armado un lavado a la madrugada y hubiera puesto a secar la ropa. Ahora la mujer sabe mucho más de lo que necesita y eso empeora el proceso del sueño. Es malo que te convenzas una vez más de la injusticia del mundo. Es bueno que esta provenga solo de la gente imperfecta.

Cansada Eliz se dejó caer al sofá y al instante se durmió, así pasó inadvertido un pintoresco amanecer increíble. Un ligero vientecito del océano ahuyentaba las bandadas de cirros, dando el camino al sol que se despertaba. Este resplandor polícromo se revelaba en las formas de colores lila, rosado o azul. Era, ni más ni menos, una auténtica obra maestra. Aquí uno contempla un milagro prosaico, el que no puede ser captado por los seres altivos, y que se abre tan fácilmente a los que pueden sentir el dolor ajeno como el suyo propio, y alegrarse tanto de los éxitos propios como de los demás…


* * *


Juan Miguel fue el primero en despertarse. Hoy era un día no laborable, lo que significaba que él debía cumplir la promesa dada al chiquillo Eliancito y dirigirse a Camagüey para mostrarle un pez exótico, un marlín azul, y tiburones amaestrados.

Los amigos-buceadores siempre lo recibían y atendían como al huésped más deseado. Ya hace mucho tiempo que no quería solo admirar los extravagantes palacios submarinos de arrecifes de coral.

Eliz trabajaba todo el tiempo. Completamente otra cosa era Elián, este recordará para siempre la primera odisea subacuática. Estando en la misma costa, uno puede contemplar los bancos de coral y los peces tropicales en la Playa Santa Lucía. Allí le enseñará a Elián cómo nadar a estilo braza, ya que su hijo hasta el momento solo asimiló su propio estilo de nadar, no aprobado por el Comité Olímpico Internacional. Allí le permitirá al hijo que se ponga el traje de buzo, le enseñara cómo se ha de ajustar la careta y usar el balón de oxígeno, le permitirá sumergirse unas veces bajo la vigilancia del instructor, el cual le relatará sobre la vida de los buceadores.

Los muchachos zambullistas se especializaban en entrenar a los pequeñitos. Decían que disponían de equipos de buceo de tallas pequeñas y sin riesgo alguno se podía sumergir a Elián, atado a un cable, de unos cinco metros. Juan Miguel rechazó rotundamente esta idea. Para qué acelerar los acontecimientos. Para la segunda ocasión del programa ideado esto era más que suficiente.

– ¿Papá, veremos los buques hundidos? – seguía preguntando el chiquillo acalorado antes de emprender una lejana travesía marítima en espera de un milagro.

– Esto será un día de entrenamiento. Los galeones, de los piratas y españoles, no desaparecerán hasta la próxima visita más profesional tuya. Cabe decir, para ese momento ya habrás aprendido a nadar a estilo braza. Te lo prometo.

– Comprendido – lo aceptó Elián.

Eliancito nadaba bastante bien, y para un niño de seis años eso sería algo excelente. Solamente se agitaba mucho, y por eso se cansaba pronto. Al tragar una considerable porción de agua salada, empezaba a entrar en pánico, pero era un tipo especial de pánico – taciturno, tesonero y lo paradójico era que eso fuera fundamentado.

Sí, tenía miedo, pero no de ahogarse. Temía reconocer a papá abiertamente su estado de insolvencia. Es que él ya es adulto, sabe nadar. Aún sabía que su papá estaba al lado, a unas diez yardas. El padre está observándole y controla la situación y en el caso de que su hijo de veras empiece a ahogarse siempre lo sacará del agua o le echará un salvavidas. Algo parecido ocurrió el otoño pasado. En la época de las lluvias en la playa Cayo-Sabinal…

Aquel día los amigos –buceadores los llevaron en una lancha pequeña de un embarcadero en Playa Santa Lucía hasta un lugarcillo maravilloso, declarado como reserva nacional. Aquí numerosas bandadas de flamencos competían exhibiendo su finura y elegancia con los ibis blancos y lindaban con legiones de tortugas marinas, pesadas y torpes tipo Chaelonidae, que tomaban el sol. A una de estas el chiquillo hasta pudo tocarle el caparazón de la tortuga.

Cuando Pedro el amigo de Juan Miguel, el instructor de buceo, le mostró al niño una pesadísima barracuda que acababan de capturar, Elián estaba loco de admiración y quiso tocarla. Apenas hubo rozado la aleta del pez, este bruscamente movió la cola y se contrajo, y un poco más se habría deslizado de las fuertes manos del tío Pedro.

Unánimemente se decidió que había que freír a la intratable moradora del océano en una fogata y comerla por complacer el apetito que se había desatado. Fue preparado un plato exquisito en el propio litoral. Una vez terminada la comida, el padre pidió a Eliancito que le ayudara a recoger la basura – ya que no se permitía dejarla en la blanca arena cubana.

Organizaron el festín en la misma lancha. Habiendo tomado un tentempié, los viajeros se dirigieron hacia la bahía de Nuevitas, a una cueva rocosa, un paraje muy elogiado solamente entre los conocedores de tales maravillosos lugares costeros. Aquí, probablemente, escondían sus botines los corsarios de Henri Morgan – filibustero inglés que horrorizaba la Corona española.

– Aquí tienes veinte y cinco centavos – entregando al hijito la moneda, Juan Miguel le advirtió en voz baja que Elián debía entrar solo en la cueva – tales son las reglas. De otra manera el Santo Cristóbal no cumpliría tu deseo. Lo debes pronunciar con susurro y solo una vez, tapando la boca con la palma de la mano. De este modo… Solamente a las paredes se les permite oír los deseos íntimos de los niños pequeños y hacerlos pasar a la consideración del Santo Cristóbal. En las paredes se puede confiar, ellas pueden guardar los secretos.

– ¿Se puede encargar solo un deseo? – Elián, con los ojos desorbitados, pronunció intimidado.

– Solamente uno, lo más importante – afirmó el padre – Por eso, míralo bien antes de que le pidas algo.

– ¿Puedo pedirle una patineta auténtica? Es que la mía, hecha de una tabla y cojinetes, la vienes reparando cada día.

– Ya no se puede, es que me has contado lo de tu deseo recóndito, y yo te advertí que lo guardaras en estricto secreto.

– ¡Es que tú eres mi papá! – se ofendió el niño resentido, intentando clasificar y ordenar en la mente sus innumerables deseos según el grado de importancia de estos.

– Tales son las reglas. Yo no las he ideado. Son como las normas de tráfico. Si no te guías por estas, entonces obligatoriamente sufrirás algún accidente. El hombre como tal debe subordinarse a ciertas normas. De otra manera, simplemente no podrá sobrevivir. ¿Lo has comprendido? Así que apresúrate, apúrate. Y no olvides echar la moneda en el hueco, en el centro de la cueva. Verás adonde tirarla – allí en el fondo hay cantidad de monedas.

– ¿Resulta que el Santo Cristóbal necesita dinero? – Preguntó desconfiadamente Elián.

– Todos necesitan dinero. Pero no lo aceptará de todos los deseosos. Solamente de aquellos que lo merecen. No le importa cuánto dinero has dejado – es que uno puede dar cien pesos y otra persona no juntará un centavo siquiera. Él tomará el dinero de los que de verdad quieren a su país y obedecen a los padres.

– ¿Y si yo quiero mucho a mi país, puedo encargar un solo deseo o varios? ¿Aunque sean tres? – Elián se puso a regatear el derecho de encargarse para sí una nueva bici china a cambio de la patineta, del machete de juguete, que brilla en la oscuridad en una funda de cuero, y un enorme Mickey Mouse de peluche. O, siquiera, un Batman mecánico, en el caso de que todos los Mickey Mouses se hayan agotado. Si no, por si acaso hasta podrá ser aprovechado un Mickey de plástico pequeño como el que tiene Lorencito.

– No, solo un deseo – se oyó una respuesta severa.

– ¿Puede ser que aquí en las cercanías haya otra cueva? – tal variante retorcida ofrecía Elián a su padre.

– En las cercanías había solo manglares intransitables – lo comunicó en manera implacable Juan Miguel.

Eliancito decaído de ánimo, pasaba pisando de una piedra a otra, se encaminó lentamente hacia la cueva. El padre que tenía el ceño fruncido y el tío Pedro sonriente quedaron al lado de la lancha.

Estando dentro de la cueva, Elián se quedó aturdido, mirando las paredes porosas de las cuales colgaban bloques de piedras. En el fondo del pequeñísimo hueco, en medio de la cueva, en el agua cristalina brillaban las monedas de diferentes países. Elián se sentó por un momento en la única piedra plana pulida por el agua, cubierta por algas y musgo. Quedó muy pensativo.

¿Qué hay que pedirle al Santo Cristóbal? ¿Por qué estableció tales reglas severas, permitiendo pedir un solo deseo, el más íntimo que haya? Eliancito reflexionaba calladamente hasta que no hubo sentido que de la humedad de la cueva empezó a acalorarse. Entonces, el chiquillo se levantó decididamente de la piedra plana, se arrimó a la pared y tapando la boca con la mano, susurró:

– Santo Cristóbal hasta el momento no puedo elegir de todos mis deseos lo más importante, y por eso quiero pedirte que hagas lo siguiente… Hazlo de tal manera, que yo vuelva aquí obligatoriamente. Para ese momento lo habré examinado minuciosa y debidamente lo que yo quiero más de todo en el mundo. Cuando vuelva a estar aquí, te pediré un solo deseo…

El niño salió de la cueva empapado de lágrimas.

– ¿Qué ha ocurrido? – sin entender algo, preguntó el padre. Dejé escapar mi deseo – sollozaba amargamente Elián – le pedí al Santo Cristóbal solamente poder volver aquí.

– ¿Volver? – Repitió tras el hijo el padre – un deseo excelente – poder volver. ¿Y qué te ha apesadumbrado así?

– ¿Cómo es que no lo entiendes? Resulta que no recibiré nada. Volveré simplemente y todo. No tendré ni la bici, ni a Mickey Mouse, ni el machete con una funda de cuero… Chorreaban las lágrimas de los ojos.

El padre estaba desconcertado. No sabía qué hacer para calmar al hijito.

– Espérate, espérate – intervino en la conversación el ingenioso tío Pedro – ¿Qué tienes en la mano?

Eliancito abrió el puño. Brilló una moneda de veinte y cinco centavos, que se la había dado su padre antes de visitar el refugio secreto de los corsarios.

– Conforme a las reglas, la petición entra en vigor solamente después de que se haya pagado el impuesto al Santo Cristóbal. Si el dinero no ha llegado al destino, quiere decir que tú no has pedido el deseo – el amigo del padre pronunciaba be por be, acariciando el bigote – Lo que tú has pedido acerca de volver aquí, el Santo Cristóbal lo considera obligatorio para cada uno que viene a visitarle.

– ¿Cómo es eso? – sin creer aún en su dicha, pero ya sin llorar graznó Elián.

– De este modo – continuaba don Pedro, encontrando nuevos argumentos – Pero si tú no volvieras para agradecerle por haber cumplido tu deseo – eso, sí, sería malo. Si la persona está muy agradecida, pues, esta puede volver hasta cien veces aquí. Y aún más, si no se ha definido qué es lo más importante para ella.

– ¡Hurra! – Gritó Elián, alegrando de tal forma a Juan Miguel – ¡Pues, volver – esto no es un deseo!

– Es tu derecho legal – afirmó Pedro.

…Antes de que pusiera rumbo al oeste, don Pedro echó el ancla cerca de un faro. El sol iba poniéndose, había una plena bonanza, y los amigos decidieron refrescarse. El tío Pedro tomó un salvavidas de la caseta de timón y lo tiró bastante lejos al agua.                  – Yo también quiero nadar – balbuceó lastimosamente Eliancito.

Ya había caído la noche.

– A los niños les está prohibido bañarse en alta mar – se lo prohibió el padre, y saltó al agua. El siguiente en lanzarse de a bordo fue el tío Pedro.

Este largo rato estuvo sumergido en el mar, solamente al cabo de unos minutos se vio aparecer su cabeza calva sobre la superficie del agua. Juan Miguel cubrió unas cincuenta yardas a estilo libre, y luego venía nadando atrás, valiéndose del estilo braza. Apoyó las manos en la lancha y quiso empujarse de ella para ver cómo sería su estilo mariposa, pero unos brotecitos de alarma surgieron en su subconsciencia. A bordo reinaba un silencio sospechoso. Eliancito no emitía ni un sonido. Es que no pudo ofenderse hasta tal grado…

– ¡Elián! – llamó el padre.

Silencio en respuesta.

– ¡Eliancito! – Gritó en voz alta Juan Miguel – ¡No bromees así!

Nada se oyó. Ni una palabra.

– ¡Juan Miguel! ¡Está a veinte yardas tras la popa! ¡Rápido! – las palabras provenían de atrás. Lo decía a grito pelado Pedro, el cual advirtió al niño en el agua y este se agitaba desesperadamente. El salvavidas ya iba volando en esa dirección y cayó unas diez yardas más lejos del chiquitín. Eliancito lo vio caer, pero ya no estaba en condiciones de seguir a nado hasta ese lugar. Se ahogaba y, además, no pronunciaba ni un sonido.

El padre se precipitó en ayuda del hijo. Entre él y el peque había unas treinta yardas y… el salvavidas. La distancia iba disminuyendo. Pero las fuerzas de Elián se agotaron completamente… El corazoncito traqueteaba como una ametralladora que ronca. La pierna derecha estaba acalambrada. Y papá no estaba a su lado…

En ese momento, de repente, no se sabe de dónde, emergió el salvavidas. Él llegó solo hasta allí. Quedaba solamente agarrarse a él. Así lo hizo Elián. Todo… Está fuera de peligro. Fue su padre el cual, con todas las fuerzas disponibles, hizo impulsar hacia el niño el salvavidas y este en unos instantes estaba al lado del niño. Luego se aproximó nadando Juan Miguel y lo llevó tirando con el salvavidas hacia la lancha. Estando ya a bordo, el padre lo abrazaba, lo besaba, lo secaba con una toalla, repitiendo:

– Querido mío, hijito mío…

El tío Pedro con gran aplicación se puso a arrancar el motor, gimiendo y blasfemando.

– Perdóname, por favor, tiíto – resoplaba por la nariz el chicuelo ya recobrado del choque.

Pero el padre, parece, no le guardaba rencor. A cambio, le acariciaba la cabeza y se reprochaba de lo ocurrido:

– ¿Por qué pasó eso? – No me lo habría perdonado… Si…

“Es extraño – pensó en ese momento el golfillo – Papá, posiblemente, me castigará después por la desobediencia.”

– ¡Travieso! – refunfuñó por entre los bigotes el tío Pedro, poniendo el rumbo al oeste. Elián ya echaba de menos a su mamá, a las abuelas Raquel y Mariel, a Cárdenas con sus casas de varios colores y las calles asfaltadas, llenas de carruajes con tracción equina, los ciclistas que giran las miradas despreocupadamente y la chiquillada intranquila.      Hacia la noche las olas crecieron mucho y, mirando la nube que se avecinaba, papá tomó la decisión de pernoctar en la casa de Pedro:

– No se puede bromear con el océano, especialmente, cuando te advierte la posibilidad de haber mal tiempo y la aproximación de una posible tormenta. Llegaremos a Cárdenas mañana.

“Qué día magnífico ha sido. Espero que papá no se haya ofendido y obligatoriamente volveremos juntos…”

…Habiendo salido al patio de su modesta vivienda, Juan Miguel aspiró a pleno pecho el aire fresco y, echando una mirada al embate de colores celestes, quedó entusiasmado de lo visto. Hoy es un día hermoso. Justamente como para volver a visitar inesperadamente al buceador Pedro.

Al otro lado de la calle él advirtió la figura corpulenta de doña Marta. Juan Miguel le gritó: “Buenos días”. La mujer casi no reaccionó al saludo del vecino, haciendo una leve inclinación de cabeza, pasó rápidamente a la puerta de su casucha. La señora ya antes no expresaba el deseo de conversar, por eso a Juan Miguel no le sorprendió nada esa rareza en su conducta. Él también volvió a casa para llevarle a la cama el café con bocadillos a Elizabeth. Se le olvidó que estaban oficialmente divorciados. Es que él tiene a Nersy, y Eliz también, seguramente, tiene a alguien. Que sea feliz con el otro, ya que entre ellos no hubo nada…

Ambos dormían – dos personas queridas por él. ¿Podrá haber algo más valioso en todo el mundo? Aquí está el hijo, su vida y felicidad para el padre. Y allí Eliz, la mejor mujer de Cárdenas. Mejor dicho, de todo el municipio de Varadero, y, quizás, de toda la provincia de Matanzas. Él la tiene a ella, una mujer con la cual está divorciado. Y nada podrás hacer. Nunca será como antes. En sus relaciones desapareció el sexo, pero quedó el amor. Eso ocurre entre las personas…

Él respeta sus opiniones. Cree en ella y por eso siempre fue fiel con Eliz. Cierta vez le confesó su adulterio. Probablemente, fue algo estúpido e injusto respecto a ella. Así se lo dijeron unánimemente los amigos… Se divorciaron, pero no se separaron. Puede ser que pronto y vivirán separadamente, pero, acaso, podrán estar largo tiempo sin verse el uno al otro. Sí, habrá que acostumbrarse a esta idea y aceptar lo inminente, no existe más una muy plena y completa familia. Hay solamente unos buenos recuerdos y un vacío. Este que ha de ser llenado con la vida futura. Solamente este nicho no debería ser ocupado por la vanidad, la que siempre está tirando a expulsar lo más valioso que hay en la vida, el amor verdadero.

No quisiera uno pensar en lo amargo. No podía encontrar una solución, creyendo que el tiempo se lo diría, cómo debía actuar. Todo se arreglaría. No pudo hacerla feliz. Sigue queriéndola, aunque tiene relación con otra mujer. Aquí está su contradicción. Su cruz que la lleva a cuestas. Ama a una, pero quiere con ardor a la otra. La ama, porque son almas gemelas; compartían sus sueños en una cama. La quiere, por el hecho de que ella dio a luz a Elián…

¡Eh, levántate, dormilón! Tú mismo me pediste que te despertara más temprano. ¿O te has olvidado que deberíamos ir a Camagüey?


* * *


A principios de los noventa, después de desmoronarse el campo socialista, Fidel Castro ordenó que debiera sobrevivir.

La brusca reducción en el intercambio de mercancías con los ex aliados impactó en Cuba mucho más fuerte que el embargo de los yanquis. El país donde dominaba el monocultivo, donde no crece nada, salvo la caña de azúcar, el café y el tabaco, perdió los mercados de suministro.

Fidel, amigo de las paradojas, encontró varios métodos capitalistas de ayuda al socialismo, gracias a los cuales Cuba pudo resistir. Introdujo la libre circulación de divisas, permitió funcionar a las pequeñas empresas y empezó a atraer a inversionistas extranjeros en el área del turismo. Además, el estado mantenía en sus manos las carteras de control de todos los hoteles. Hasta permitió a sus irreconciliables enemigos ideológicos, a la diáspora de Miami, enviar dinero a sus familiares a Cuba.

Pronto Castro creó una alianza política con Hugo Chávez, líder venezolano, que escapó de la tutoría de los EE.UU., después de sentir las crecientes ambiciones imperiales de Rusia, copiadas del modelo de la política internacional de la Unión Soviética, él concibió que los buenos viejos tiempos están retornando. Predecir esto no era tan fácil, pero los experimentados ajedrecistas deben tener a su alcance numerosas jugadas adelantadas. Los yanquis se precipitaron a dar por perdido al “Barbudo”. Pero no fue así.

Primero, Fidel ayudó a su amigo Chávez a comprar a los rusos una partida de cien mil fusiles de asalto “Kalashnikov”. A ninguna persona en el mundo le surgió duda alguna contra quien estarían apuntados esos cañones, la mitad del territorio de Colombia se hallaba bajo el control de los guerrilleros. Muchos de los Comandantes de los rebeldes se cubrieron de barro por las relaciones con los capos de la droga de Cali y Medellín. El peso y la influencia de Castro en la región disminuyeron en el período del principio de los noventa. Hay que decir, se reanimaron y con cada año, iban creciendo enormemente.

Fidel en este sentido parecía ser el ave Fénix, el que siempre está en vela y despejado. Hasta cuando todos en torno suyo duermen y están algo loqueados, y, puede ser, especialmente en momentos como estos…

Naturalmente, los fanáticos de los coches en Cuba se movían en carcachas y las amas de casa miraban los antiquísimos televisores. Sea como sea, la mayoría de la gente estaba dispuesta a sufrir las incomodidades domésticas y la muy larga parada en los años cincuenta, ya que Fidel personificaba la mentalidad de los propios cubanos. Eran pobres, pero una nación orgullosa. El guía se fusionó con el pueblo y se armó de su principal dignidad, el amor a la libertad. ¿Son palabras altivas? Probablemente. En especial, si tomamos el hecho de que la dignidad de los ciudadanos del gran y potente país de los Sóviets, que dejaban caer la lágrima al oír el himno nacional y ver como izaban la bandera con la hoz y el martillo, no pudieron resistir a un par de tejanos “Rifle” y a un trago de “Coca-Cola” de una botellita de relieve de vidrio.

Puede ser que los cubanos estén hechos con otra pasta, amasados en condiciones de un verano eterno y la esclavitud todavía fresca no se ha borrado en la memoria. Aunque, lo más probable sería, que son ellos las más corrientes personas como todos los pueblos que habitan el planeta.

Simplemente respetaban a su Fidel, es que ante él se inclinaban todos los enemigos. No se retiraba de él solamente la vejez, precursora de la muerte.

Todo el mundo solamente hablaba de una posible revancha, cuyos planes fraguaban los yanquis, los antiguos dueños de Cuba. ¿Pero querían los cubanos el retorno de la dictadura de títeres, latifundistas, oligarcas, mafiosos e inmigrantes, que se han achanchado, cebados por los norteamericanos? Claro que no. Lo que se refiere al debilitamiento de la opresión, el levantamiento del bloqueo y las sanciones económicas, eso es aceptable. Pero no ha de haber ninguna restauración de los viejos órdenes.

La muerte de Fidel, indudablemente, podrá servir de impulso a variar la rígida política de Estados Unidos respecto a Cuba a favor de una menor opresión. Sin embargo, no hay que engañarse respecto a lo dicho y enterrarse en ilusiones acerca de que la mayoría de los cubanos desea la muerte de la persona, a la que respeta. Sinceramente, sería el punto supremo del cinismo.

Tales ilusiones podían haber nacido solamente en las costas de Florida, en el balneario de Miami… en expectativa del desenlace de un espectáculo muy alargado, cuyo fin inevitablemente tendrá lugar con la pérdida de Fidel, de su capacidad de obrar, o, lo que saboreaba la inmigración política de Miami, con el pronto fallecimiento del líder de los comunistas.

A contrapeso el médico personal de Castro expidió solemnemente un veredicto prestigioso relacionado con su paciente de alto rango. Quitando sudor de la frente, el maestro aseguró a todo el mundo con esta conclusión: “¡Fidel llegará a vivir hasta los ciento veinte años!” El esculapio, probablemente, quedó pasmado de una declaración tan audaz, pero se la hizo pasar a él y pidió cortésmente que la leyera el propio jefe del más influyente servicio de investigación de Cuba – DI8 – José Méndez Cominches.

En cuanto a la medicina, en Cuba confiaban. Y no solamente porque es gratis y accesible para todos. Simplemente, en realidad, es la mejor en toda América latina y puede competir con los fabulosamente caros tratamientos en Occidente.

Todo lo positivo de la sanidad pública de Cuba Juan Miguel y Elizabeth lo pudieron apreciar en plena medida, cuando después de unos intentos infructuosos de tener un niño, al fin y al cabo, lograron alcanzar lo deseado, y con ayuda de los médicos de La Habana apareció el fruto de su amor y heredero del linaje, el pequeño Elián.

Esto tuvo lugar después de tener siete abortos, unas decenas de consultas, investigaciones en el servicio genético en el hospital “Ramón González Coro”. ¡El octavo embarazo condujo a alcanzar la meta deseada – el 6 de diciembre de 1993 entre Juan Miguel y Elizabeth, oficialmente divorciados, pero que vivían bajo un mismo techo, nació un niño sano!

Padre y madre… Por fin, se han hecho padres. No podían apartar la vista del pituso envuelto en pañales con las cejas pegadas. Era muy difícil creer que esta diminuta criatura hace poco se movía en la barriga de Eliz. Los dos estaban locos de alegría. El muñeco era la encarnación del sueño de ellos. Pertenecía de igual manera a los dos. Ambos se sacrificarían, si se necesitara algo para este ser indefenso.

– Eres una verdadera heroína – así alentaba Juan Miguel a la aún débil Eliz. Su cara después del parto estaba cubierta de pequeñísimas pintas – debido al parto, se reventaron numerosos vasos capilares. Se sentía cohibida de su apariencia impresentable y, además, de que hubiera engordado tanto. ¡Qué tonterías! Nunca antes Eliz había sido tan guapa. Así francamente lo creía su ex marido. Cuando ellos se conocieron, la chica apenas había cumplido catorce años. Quién sedujo a quién, es una pregunta problemática. Elizabeth, muchachita animada, siempre lograba alcanzar lo que quería. Juan Miguel era el primero y único varón en su vida. Para Cuba, donde los criterios de edad tienen sus específicos marco. Esa relación sexual tan temprana se consideraba, si no una norma, ya establecida, entonces habiendo un acuerdo mutuo y si no se manifiestan en contra los familiares, era algo habitual y común. Inicialmente sus relaciones se llenaron de pasiones irresistibles, que desembocaban en inolvidables placeres de la carne. Al correr los años, el ardor sexual se relajó, y los sentimientos se transformaban en algo más próximo serio y maduro.

Eliz quería tener una familia normal, quería ser verdaderamente una mujer adulta, ser madre. Juan Miguel soñaba de la misma manera que su esposa.

Se festejó un casamiento modesto, los dos sin demora se pusieron a cumplir las tareas planteadas – dar a luz a un niño. El tiempo pasaba volando, pero la criatura no quería nacer. El sexo de manera gradual adquirió un carácter de trabajo minucioso, cuya finalidad era tan noble y generosa que ya ni hablar de la concupiscencia.

La seriedad de las intenciones empeoraba la ilusión ligada a los permanentes fracasos. El miedo ante el sucesivo aborto conllevaba a los dos a un estado de desesperación. Cada intento de iniciar todo desde el principio finalizaba con un nuevo fiasco.

A Juan Miguel y Elizabeth transcurridos ocho años tensos y, siendo este un período poco feliz, ya no les hacía falta explicar qué significaba la imperfección y el sentimiento de perdición irremediable.

Muchas familias en todos los rincones de la tierra padecen de un ansia similar, repitiéndose esta de año en año en intentos fallados de tener un angelito. Algunos hallan el motivo para reñir y llevan el asunto hasta el divorcio, ocultando la causa verdadera con las habituales frases: “No nos llevábamos bien”. Otros caen en una depresión horrible y buscan formas de relajarse en ligues románticos fuera de la casa. Algunos, a semejanza de Juan Miguel y Elizabeth, al haber perdido la agudeza de la pasión carnal, siguen yendo hacia la meta, costara lo que costara. En el caso de que la alcancen, ellos serán los seres más dichosos del mundo.

Se concentraron en lo más importante. Juntos alcanzaron el fin. Su peque Eliancito – un ser vivo, su hijito querido – se hizo ciudadano del país, al cual los dos lo querían con locura.

En ellos había tanto de común. Si lo hubieran comprendido antes, no habría ocurrido lo que tuvo lugar seis años después de nacer su criatura…


* * *


La policía encontró rápidamente a Lázaro. Decidieron arrestarlo directamente a la salida de la discoteca “La Rumba” – meca de la reserva turística de Varadero.

La entrada aquí a las cubanas, que se dedicaban a la prostitución, se les estaba prohibida rotundamente. Se las arreglaban para pasar el cordón de seguridad, yendo tomadas del brazo de algún novio cubano…

Lázaro intervenía en esta ocasión como cortejador de Yoslaine, una mulata exuberante con colmillos de oro. Las lechuguinas habaneras no se olvidaron de adquirir este atributo de estilo, tomado de los videoclips puertorriqueños y de Miami, y difundir la moda de estas coronas de oro a todas las grandes ciudades, desde la capital tabacalera Pinar del Río hasta el carnavalesco Santiago y la colonial Trinidad.

La tarea de la parejita era simple. Primero, pasan a la discoteca, aparentando ser unos enamorados. Luego, la mulata encuentra a un extranjero y se pone de acuerdo en reunirse con el cliente en la calle. Lázaro se la lleva del club y la acomoda en el coche del turista. Ella le entrega diez pesos “convertibles” por el servicio, de los cuales dos llegarán al “pico” del guardia. Todos quedan satisfechos.

Lázaro Muñero García en más de una ocasión se vio realizando tales negocios. Los guardias de “La Rumba” le reconocieron y uno podía notar en estos una alegría prudente, ya que esperaban recibir una propina.

La parte principal del trayecto de la puta – que se extendía en torno a la pista de baile, llena de un público variado – ya se había superado. Lázaro hasta tuvo tiempo de apurar tres copas de “cubalibre”. Lo bueno es que la entrada la pagó la compañera.

No se puede decir que Lázaro haya agarrado una borrachera hasta la insania, pero su natura bronquinosa empezó a mostrar actividad en busca de cómo usar las maniobras de judo, aprendidas aún en el colegio. Sin embargo, la sed de dinero fácil y el miedo ante una docena de miembros de la seguridad apagó el inicio de un escándalo.

Pero se vertió hacia afuera la pasión del eterno discutidor respecto a las disputas. Dicen que en la discusión nace la verdad. ¿Y si ambos discutidores están seguros en que sus justificaciones son correctas y no toman en consideración los argumentos del oponente? Los expertos aseguran que en tales discusiones muere la verdad…

– ¡Actuando así vas a buscar largo tiempo a un cliente! – Lázaro vociferó con irritación a Yoslaine, pegada a la barra esperando a algún turista simpático. No quisiera entregarse a un bebedor, un gordinflón o un monstruo.

– Así no se hacen los asuntos – incitado a largas peroratas con el cóctel de turno de ron blanco y cola, continuó Lázaro – hay que buscarlo no entre los jóvenes juerguistas, los cuales arden por bailar. ¡Estos pueden bailar con frenesí un par de horas, sin pensar en una chica! Ahí hay dos. Están sentados con un fin muy concreto – enganchar a alguien. ¿Quieres yo mismo se lo explique a ellos? Solo el precio por mis servicios se duplicará. ¿De acuerdo? Un billete de veinte. ¿OK?

–Ponte de acuerdo mejor con tu Elizabeth. ¿Cómo es que te aguanta? – hizo pasar tras los dientes Yoslaine – ¿Sabe ella que tú eres un animal ordinario?

–Eres tan audaz porque aquí todo está lleno de vigilantes –dijo rabiosamente Lázaro –Y si no, te metería tu lengüita aguda en aquel único lugar, al cual está destinada.

–Sí, un animal ordinario –repitió Yoslaine, sonriendo al mismo tiempo a un italiano. Aquel de manera extraña reaccionó a la sonrisa y los gestos de llamada de la mulata, y eso bastó para concluir que era gay.

–Primero, no es ella la que me aguanta, sino yo la aguanto. Soy seis años menor que ella y yo soy un guapetón – continuó, haciéndose un reclamo con aplomo, el ex barman – Segundo, está loca por mí y está segura de que yo la amo.                                      – ¿Le has pegado ya alguna vez? – era una pregunta normal respecto a Lázaro.              – No – contestó él.

– Entonces, ella tiene dinero o algo imprescindible que tú necesitas tanto – la ramera hizo esta conclusión – claro, naturalmente, es camarera en Varadero. ¡Te alimentas a costa de ella!

– Estoy en condiciones de sustentarme – no lo aceptó Lázaro.

– Sí, pero solamente a expensas de las mujeres o asuntitos turbios.

– ¡Esto lo está diciendo una ramera ordinaria!

– Se lo está diciendo a un jinetero.

– ¡Muy pronto le meteré caña, chuchas vendibles!

– ¿Volverás a largarte a Miami y luego volverás a la cárcel? ¿Ella sabe que tú estuviste de manera ilegal en los EE.UU., que te agarraron y ahora te encuentras bajo la vigilancia de la policía?

–Lo sabe.

– Lo dudo mucho… Aunque las agujas en un costal no se pueden disimular, y tú eres una aguja verdadera, tratas de emplastarte en disgustos y arrastrar así a los que te rodean.       – ¡Tonta! ¡Soy el muchacho más perspectivo en toda la comarca! Cuatro meses me las pasé tomando el sol en las playas de Miami Beach. ¿Sabes lo que he comprendido yo? ¡Aquí no tengo nada que hacer! Aquí soy un elemento antisocial, eso soy yo. Escoria de la tierra. Criminal. Parásito. ¡Cómo los odio a todos!

– ¿Para qué has vuelto, entonces? ¿Para que los guardafronteras te “acogieran” y te encarcelaran? ¿Para que luego te rescataran con dinero de las rameras piadosas?

– He vuelto porque en aquel sistema es difícil lograr éxitos si no posees un capital inicial. Empezar siendo lavaplatos no es para mí. Esa profesión podrá quedarse contigo para siempre. El primer dinero puede ser ganado aquí. Mejor dicho, con ayuda de aquellos que residen aquí, pero allí tienen familiares ricos. Tú les ayudas a ellos – estos te ayudan a ti.

– Robar es lo más fácil y menos peligroso – como si lo estuviera viendo Yoslaine, la cual solía ratear a los clientes.

Esto son minucias – iba expansionándose el pobre hombre de negocios, estando ya bien mamado – voy a tener una flotilla entera que se dedicara al traslado ilegal de los cubanos a Miami. Ni siquiera voy a surcar las aguas del golfo de Florida. Solamente acancharé buques, contrataré equipos y recogeré dinero de los ricachones norteamericanos por el traslado desde Cuba de sus desdichados parientes.

– ¿No tienes miedo? Es que soy miembro del Comité de Defensa de la Revolución – la chica no se sorprendió ni un ápice al oír los grandiosos planes de Lázaro, pero, como de costumbre, no los tomó en serio…

… En realidad no había nada que pudiera asombrar a uno con tales proyectos. El embargo y las limitaciones de visas de Estados Unidos para los cubanos hacían imposible el tráfico legal al “paraíso” a tales personas como Lázaro Muñero.

En primer lugar, a tales tipos nunca les dejarían pasar “los suyos” – Fidel Castro disponía de su propia lista para casos de esta índole. En segundo lugar, no querían admitir a tal categoría de refugiados en el otro lado del mar – ¡a quien le hace falta un individuo con reputación de criminal!

Sin embargo, los norteamericanos no habían tomado en consideración algo muy importante. Hasta, mejor dicho, no contaron la cantidad de aspirantes, los cuales saltarían a chorros al “país de las mil maravillas”, si el tío Sam abre las compuertas. Aunque no sean oficiales. Pero, naturalmente, nadie en Norteamérica empanzada pudo prever la reacción del Comandante a la acogida cordial de los estadounidenses a los migrantes ilegales, provenientes de su Isla. En el año 80, se registró algo extraordinario – “como piedra caída del cielo”, – cuyo nombre es “Mariel” …

Actuando en el cauce de su política de descreditar el régimen dictatorial de Castro, y flirteando con la diáspora cubana de Florida, que iba cobrando fuerza, los yanquis recibían con los brazos abiertos a todos los fugitivos de Cuba. A todos, los que lograban alcanzar las costas ilegalmente, en barcazas robadas, pequeñas improvisadas embarcaciones, en balsas, botes, lanchas destartaladas y yates rechinantes, hasta en los aviones de pasajeros, tomados por la fuerza.

Aquellos, a los que antes les negaban las visas en los propios EE.UU., comprendieron que obtendrían lo deseado, si iban a empuñar las delincuencias so pretexto especioso de heterodoxia. A los que pisaron la costa disfrutable de Florida, ciudadanos de Cuba, inmediatamente los subían hasta las nubes como refugiados políticos, les concedían cartas de ciudadanía, trabajo y subvenciones.

Ahí es cuando sucedió un caso imprevisto. La finalidad de mostrar a todos los norteamericanos, que el socialismo es el mal más allá de los límites, que de este todos huyen, ligada a una idea fija de hacer una mala jugada a Fidel personalmente – todo esto en conjunto fracasó. Fidel abrió el puerto Mariel para todos los aspirantes a abandonar la isla. En total hubo 125 mil personas…

A Florida se precipitaron todos los que tomaban por asalto las embajadas extranjeras, abrigando la esperanza de acelerar su partida de la Isla de la Libertad al continente norteamericano, ya que este era el sueño de ellos. La mayoría de estos no sabía que tendría por delante soñar con una suerte mejor, fregando los pisos y lavando los platos a los nuevos dueños. Iban a hablar de la Libertad sin haberla conocido y perdiéndola para siempre. En efecto es libre solamente el que se siente libre dondequiera. No se sentían libres en su patria, los EE.UU., mientras tanto, te daban una oportunidad, pero no a todos. Pero difícilmente, en la categoría de selectos figuraban los que nunca habrían evaluado la libertad, ya que no la habrían comprendido. Los que de manera incondicional la aceptarían perdiendo la libertad por “un tarro de mermelada y una cesta de galletas”.

Junto con los disidentes, a los más escarceadores de ellos con motivo de este caso hasta los soltaron de los manicomios, Castro embarcó en las barcazas a miles de criminales, a los que se cansó de alimentar en sus cárceles.

Las autoridades de inmigración se llevaron las manos a la cabeza, pero ya era tarde. La descomunal marea que trajo la escoria inundó las calles de Miami, completó las filas de los pordioseros y los marginales, y al mismo tiempo las bandas callejeras, las corporaciones de asesinos y los sindicatos de narcotraficantes. Solo los hermanos Castro habrían podido meter en un puño a los gánsteres cubanos.

Miami se hizo el cielo en rejas para los bandidos ambiciosos de origen cubano en muchos casos, pero ya en una cárcel del Tío Sam, o una necrópolis. Para algunos este lugar se convirtió inicialmente en un trampolín para una rápida ascensión a los superiores eslabones de la jerarquía criminal, y solamente después se hizo necrópolis. El final, en esta ocasión, ya lo tienes diseñado y vaticinado, como el fin de la película hollywoodense “El precio del poder” con Al Pacino, siendo este el capo de la droga Tony Montana, que no reconoció bajo la influencia de la cocaína su mortalidad propia, hasta habiéndose ido al otro mundo.

Como resultado, los senadores y congresistas, los que cabildean los intereses de los oligarcas y latifundistas que perdieron sus bienes en Cuba, no pudieron hacer la mala jugada a Castro. Y, entonces, con pocas ganas, anunciaron un armisticio temporal, aumentando la cuota de visas. Se redujo la cantidad de migrantes ilegales. Pero hasta cierto tiempo. La paz entre la Cuba socialista y el pilar del mundo libre, Estados Unidos, como tal no podía existir.      El embargo no ha finalizado. Venían turnándose las generaciones de cubanos en condiciones de un embargo incesante. Las numerosas sanciones económicas hacían endurecer al pueblo, formaba en la gente la diligencia y la parsimonia, pero al mismo tiempo estas venían creando a nuevos aventureros, dispuestos a aprovechar el déficit reinante en el país. Lázaro Muñero García era uno de ellos. Su “business project”, desde el punto de vista de materializarlo en la vida, no parecería ser utopía ni a los residentes habitantes del lujoso Miami, ni a los ciudadanos de Cuba, cansados del realismo socialista, que están esperando el “transfer” prohibido a Florida.

Hay que destacar las décadas de la confrontación con la más poderosa potencia, reforzaron a Fidel en la tesis de Lenin sobre la posible victoria de una revolución socialista en un solo país. Su espíritu, desmoralizado por haberse desmoronado el país de los Soviets, se afianzó a fines de los años noventa al adquirir un nuevo aliado en la persona del formidable Chávez. Lo que significaba que la guerra continuaba.

Los norteamericanos se encontraban en un estado de euforia, después de ser destruida la segunda superpotencia, disfrutaban de plena impunidad, lo que significaba menospreciar a sus enemigos. Sí, ellos aprendieron a derrocar regímenes indeseables no solamente aplicando la fuerza de una intervención directa, sino hasta valiéndose de revoluciones de colores. Pero no tomaron en consideración que Fidel con el tiempo aprendió a adaptarse a nuevos y mejores cambios en el ámbito político. Para la revolución cubana, cualquier otra neoliberal era una contrarrevolución – como se ha de portar con “la contra” en Cuba lo sabían desde la derrota de los mercenarios, saboteadores y bandidos en la Playa Girón y en los macizos montañosos del Escambray…

… Lázaro midió a Yoslaine con una mirada furiosa, murmurando impulsado por una porción sucesiva de ron:

– ¿Estás hablando de que eres miembro del Comité? Yo también soy miembro.

– No lo dudo siquiera – sonrió la chica. Con el rabillo del ojo advirtió aproximarse a un gilipolla con una gorra vasca de color verde oliva con una estrellita roja, con bigotes y una barba a lo Che Guevara. En un concurso de dobles, siendo este un pueblecito cualquiera, no tendría ningunas posibilidades de ganar un premio. Pero aquí, el estado de embriaguez de “La Rumba”, lo identificaban como héroe.

Apenas hubo frotado un segundo el culo sobresaliente de Yoslaine, el imitador de Che le hizo soltar el humo del cigarro y le comunicó que ella le gustaba mucho:

– ¡Linda muchacha! ¡Magnífico! ¡Admirablemente buena! ¡Soy soltero, soy alegría!

De que ella era guapa, Yoslaine no lo dudaba. No necesitaba de los cumplidos de este “frico”, mientras, que el pseudo Che, que en el momento dado estaba solo, le convenía. Se pudo averiguar que él, como el ídolo favorito, es argentino, y está residiendo en un hotel de dos estrellas y eso no tiene nada que ver con que el portamonedas esté vacío, sino exclusivamente relacionado a la esencia del ascetismo de los guerrilleros.

– Entérate, solo de manera cuidadosa, si tiene dinero – susurró al oído de la puta el impaciente Lázaro.

–No es un consejo de un chico, sino de un adulto – dijo rabiosamente Yoslaine, preguntándole a quema ropa al argentino. – ¿Tienes dinero?

– Treinta pesos convertibles – le dio a conocer “El Che”.

– Es poco – la puta balanceó negativamente la cabeza – ¡Cuarenta!

– En el hotel hay aún – lo reconoció de pocas ganas el imitador.

– ¿Estás con carro? – ¡Que pregunta estúpida, cómo el huésped de un hotel de dos estrellas puede tener un coche! – Bien, habrá que tomar un taxi hasta el hotel. Te esperaré en el coche. En Cárdenas tengo una casa. Eso requerirá de ti quince pesos más. ¿De acuerdo?

El argentino se puso a fumar un “Cohíba”, imitando así un ataque de asma. Luego, mostrando una fila alineada de dientes blancos, expresó:

¡Forever!

– Hoy tendré que follar con un loco – comentó el caso la muchacha Yoslaine.

El proxeneta hizo salir a la chica, y a un viejo conocido, que estaba a la salida, le entregó un peso arrugado. El taxista taciturno con una impenetrable cara de confidente precisó la dirección del punto de destino. La verdad es que cuando el chófer vio al argentino con la imagen del Che comprendió que esta situación no huele a propina. Tales idiotas pagan de acuerdo a las indicaciones del taxímetro. La chica ya había empujado al Che en el salón y estaba dispuesta a zambullirse en él. Lázaro la paró.

– ¡¿Y mis diez?! – mantenía fuertemente el asa de la portezuela.

– Lo dejamos para después – intentó deslizarse la moza.

– ¡Eso no estaba así acordado! – estando ya a punto de gritar, refunfuñó Lázaro.

– OK. Dame, por favor, diez convertibles a cuenta de mi honorario – se dirigió ella al argentino. Aquel no pudo extraer inmediatamente del bolsillo trasero del pantalón el billete arrugado y se lo entregó a la doncella.

Yoslaine descontenta le alargó el dinero a su guía, y despidiéndose le regaló una mirada despreciativa.

Lázaro tomó lo suyo, echó una risita nerviosa con la esquina de la boca, e invitó a la señora al salón con un gesto de comediante con el fin de golpear demostrativamente la portezuela.

Todo fue así. Golpeó con la portezuela y arrimó el billete arrugado a la nariz. Por lo visto, quería una vez más cerciorarse de que el dinero, sin embargo, huele. En ese dulce momento una mano velluda, aplicando un brusco movimiento, arrancó el muy arrugadísimo billete debajo del órgano olfatorio de Lázaro.

“¡Diablo!” – maldijo a todo el mundo el jinetero desgraciado, concibiendo que le está tocando el brazo una mano fuerte y pesada, la del morrocotudo teniente Manuel Murillo. Este había sido puesto a vigilar al ex barman después de la prisión. Junto con el sargento Esteban de Mendoza los dos eran un par de policías conocidos en el distrito, a los cuales los llamaban Grande y Pequeño. Estos sobrenombres eran los más neutrales de todos los apodos y motes, los cuales servían para denominarlos a sus espaldas.

– ¡Hasta cuánto puede jugar uno! – soltó con amenaza el teniente corpulento.

A Yoslaine y al mariquita infortunado, haciendo la imagen de héroe, lo estaba sacudiendo fuertemente el colega del teniente, el paticorto sargento Mendoza, cuyo sobrenombre más injurioso era la palabra “baño”. Si pasaba a visitar a alguien, Mendoza ante todo preguntaba dónde se encuentra el cuarto de baño. Todos sin excepción comprendían que en el caso dado estaba buscando un retrete – el sargento padecía de los riñones, cargado con urocistitis y hemorroides, con añadidura. En cuanto a los detenidos siempre apuraba los asuntos, era una cosa hecha a la represión y muy concreto, dando el precio para obtener la indulgencia para esta.

– Veinte – no le cedía a la chica, al mismo tiempo convencía al argentino, que había usurpado la imagen del Che, que en lo que se refiere a él no tenía ningunas pretensiones y, además, no dudaba que los veinte convertibles tendría que darlos el turista. Si no, a la palomilla nocturna de largas pernas la ha de acompañar al departamento el pernicorto guardador de la ley.

Sea como sea, el pseudo Che se despidió del último billete que disponía de veinte pesos convertibles. Los dejaron libres. El taxi a toda velocidad se dirigía al hotel barato y la chica se prometió no tener nunca más relaciones con Lázaro Muñero. Este buitre desgraciado trae solo disgustos. Es como si atrajera desdichas. Donde está Lázaro, ahí siempre hay problemas…

¿Teniente, y yo qué tengo que ver? – Ahora, cuando soltaron a la puta, ya no había motivo de temer algo. ¡No hay testigo, – no hay delito! – No estoy bajo arresto domiciliario, sino solo estoy bajo la vigilancia. ¡Resulta que ya no puedo divertirme siquiera!

– He aquí lo que has conseguido, Lázaro – el teniente cerró las esposas en las muñecas del delincuente.

– “Helado”, ¿qué ha cometido este malvado? – muy rápido preguntó el sargento Mendoza dirigiéndose al compañero. La cuestión es que Murillo, como millones de otros golosos, no era indiferente al riquísimo helado cubano de “Coppelia” y no perdía la oportunidad de comprarse un helado sin ponerse en la cola, utilizando la posición oficial. A los pequeñuelos, que les indignaba la conducta de Murillo, este les explicaba que estaba muy apresurado porque debía arrestar a un delincuente muy peligroso. Dos chiquillos suyos le pidieron a papá que les trajera helados.

A las presuposiciones razonables de los adolescentes acerca de que el helado de igual manera se derretiría hasta que el policía lo llevara hasta sus niños, el sin prole Murillo contestaba que no habría tiempo para derretirse. Él no tacañeaba en este caso, ya que se ingeniaba a exterminar la golosina como si fuera un meteoro. Necesitaba pocos minutos para acabar con los helados. Sí, minutos porque, habitualmente, ya que él no se limitaba a dos-tres porciones. La cifra aceptable para Helado era “seis”.                                     El teniente conocía a fondo los problemas de la urinaria y otras evacuaciones, y ya un año entero intentaba obtener en el Departamento de Policía a un nuevo compañero de trabajo, que no sea tan listo como el favorito de la jefatura, el sargento Mendoza. En su labor ingrata, el apresuramiento solamente causa daño.

Este charanguero quedaba satisfecho con las menudencias y hasta no podía imaginar que en sus redes ahora quedó atrapado un “pez gordo”.

Solamente el teniente Murillo, el que decidió que no valía la pena dar a conocer el asunto a su socio, conocía de vista a Lázaro Muñero.

– Mendoza, pasa por “La Rumba” – ahí hay un magnífico cuarto de baño. Haz tus necesidades apremiantes, mientras tanto hablaré con un viejo conocido.

– Bien – sin pensarlo mucho, Baño se dirigió al club.

– Ahora escucha, guapetón – haciendo una mueca terrible y, además, empujando con el dedo índice en el pecho del sospechoso, rugió a Lázaro el policía – Tu amiguito Julio César ya no tendrá la oportunidad de ingresar en el “Club de Cantineros”. Aunque resultó ser un chivato de primera. Tu cómplice te entregó con los callos, y lo hizo como en la palma de la mano. Es así como arreglaron el asunto con el alemán. Lo de “Che Guevara” es una buena jugada tuya – hay que acostumbrarse, ya que estarás encarcelado en la ciudad de la guerrilla, en Santa Clara. Estarás tras las rejas unos veinte años, como político. Un robo con allanamiento en un hotel es un sabotaje ideal contra uno de los artículos fundamentales del presupuesto del estado. ¿Sabes qué instrucciones nos cursan antes de montar la patrulla? Nos advierten que soplemos el polvo de los turistas. ¿Y no ves eso? ¡La policía vial no los detiene por exceso de velocidad, y hasta no los multan en el caso de conducir en estado de embriaguez! Nos tapamos los ojos a todo eso. Solamente que vengan de turistas al país. ¡Que traigan esas divisas malditas! ¿¡Y tú qué estás haciendo?! Estás socavando. ¡Eso es! ¡Estás socavando! ¿Pero lo sabes que estás socavando?

Al haber concebido que de improviso llegó el apocalipsis, la frente de Lázaro se cubrió de sudor. Meneaba la cabeza de manera inadecuada, pero el teniente Murillo percibió esos gestos como respuesta negativa a su pregunta. ¡No lo sabes! Cómo puedes saberlo… Serán las bases… Estás socavándolas. ¿Crees dársela con queso a todos? Es que dispongo de información, que en aquella ocasión lograste alcanzar Miami. A todos les dijiste que habías ido de pesca. ¡Es sabido que varios meses estuviste fuera de aquí! ¿Crees que somos tontos? Simplemente nos compadecimos de ti y de tu madre. ¡Cómo nos agradeciste, bastardo! ¿Puede ser que los gusanos de Miami te hayan dado una misión – saquear a los turistas en Varadero y en Guardalavaca, para reducir el flujo de extranjeros y debilitar la economía de la Cuba Libre?

– Suéltame, Manuel… – imploró sollozando Lázaro – tengo trescientos dólares… Devolveré el brazalete y la videocámara. Y la ropa interior…

La conversación iba adquiriendo para el señor Murillo una forma específica, comercial. Continuando de esta manera la conversación se podría obtener un gran dineral… Si no hubieran partido los huéspedes alemanes de Cuba sin sus declaraciones, ya que el robo tuvo lugar un día antes del vuelo a Frankfurt, el teniente no se habría internado en las explicaciones del corriente momento político al proxeneta y alborotador incorregible, tal como era el detenido Lázaro Muñero. Pero las víctimas se esfumaron. El socio de Lázaro se derrumbó, el ayudante eterno del barman Julio César, pudo haber denigrado al amiguito. Quién lo sabe. Le dieron unos buenos garrotazos, y este desolló al primero, que le vino a la mente, solamente para poder justificarse así. Pues, había que llegar a un acuerdo hasta que volviese Mendoza.

– Hoy, de ti espero el brazalete y el dinero. La videocámara me la traerás mañana. Hasta la mañana ya te habré fabricado una coartada verosímil, lo que está balbuceando tu amigo Julio César no es admisible. No hay huellas dactilares tuyas, y solamente los alemanes podrán identificarte. A propósito, esto ha de ser lo más difícil. Cálmate, las declaraciones de los testigos son de mi incumbencia. Lo más importante es que hoy ya habrá que devolver a los burgueses aunque sea el brazalete y, tenlo bien claro, la lealtad del equipo de investigación no es algo gratuito. En el caso dado, trescientas divisas no serán bastante para cubrir el asunto – se rascó la barbilla “el bonachón simpatizante” Murillo.

– Esto es todo lo que pudo conseguir hoy… – juró el ladrón esperanzado – el brazalete y el dinero lo tiene mi chica. Habrá que pasar por su casa y traerlos. No está lejos, en Cárdenas.

– Vale, la pasta restante la devuelves luego. Tendrás que disponer aproximadamente de una suma como la de hoy. Hazlo sin apresurarte mucho. Me las devolverás al cabo de cinco días. ¿Qué te parece? Solamente no más tarde de los próximos días de descanso. Habrá que hacerlo a tiempo – el domingo es mi cumpleaños. De tu parte un regalo.

– Pues, me voy a buscar el brazalete y el dinero… ¿Manuel, puedes quitarme las esposas? – Lázaro, al tropezar con la habitual manera corrupta de los patrulleros, gradualmente, iba recuperándose.

– Mientras tanto permanecerás esposado. En el coche no despegues la boca acerca de la conversación sostenida. ¿Comprendiste? – le advirtió severamente Murillo.

Lázaro hizo un gesto aprobativo.

En la oscuridad se vio aparecer la silueta de Esteban Mendoza.

– ¿Qué decidiste hacer con este engendro? – preguntó muy interesado el sargento.

– Creo que no estarás en contra de que hoy yo tengo merecidamente mis veinte convertibles. Aunque sea por la muy amplia información dada por este canalla – balbuceó con refunfuño Murillo, haciendo empujar al detenido al coche de policía – ¡No tiene consigo ni un centavo! Tendremos que ir a la casa de su chica.

El coche emprendió la marcha hacia Cárdenas.

… Lázaro se alegró al haberse enterado de que Elizabeth estaba sola en casa.

– Y si Juan Miguel y Eliancito ya hubieran vuelto de Camagüey – lo recibió con manera descontenta la adormilada Eliz.

– ¡Vuelves a temblar de miedo ante el ex marido! Tengo problemas, cariño mío. ¿Ves el coche de policía? Esta es mi escolta. Necesito dinero con urgencia. ¡Lo devolveré! Si no me ayudas, repito, – aquí llegará mi fin…

– ¿Qué es lo que volviste a hacer de mala gana? – intimidada pronunció Elizabeth.

– Dejémoslo para después. Si no me ayudas, repito – aquí llegará mi fin. Me metí hasta los codos.

– ¿Cuánto dinero necesitas?

– Trescientos dólares.

– No dispongo de tal suma.

– Entonces, estoy perdido. Me meterán en cana. La única salida es untar las manos de estos bastardos… Hurté a unos extranjeros.

A Elizabeth, de improviso, se le ocurrió la idea de que el brazalete y la ropa interior, que le habían regalado el día anterior, todo estaba ligado de una manera muy estrecha. Lázaro sufrió por ella. Pobre chico…

– ¿El brazalete? – en este caso la intuición no le engañaba a ella. Y solamente la motivación de su héroe se extendía tras los límites de la compresión de la confiada mujer enamorada.

Lázaro refunfuñó algo ininteligible, confirmando con su barboteo las suposiciones de Elizabeth.

Su amado está en peligro y ella puede ayudarle. Es que hay dinero en casa. Juan Miguel repetía incansablemente que hasta en la actual situación, tras el divorcio, ellos disponían de un presupuesto común y ella podía tomar de allí hasta toda la suma, actuar a su propio parecer. Una buena mitad de los ahorros eran las propinas de Eliz, juntadas durante casi dos meses. En la “hucha secreta” se acumularon unos trescientos dólares y algunas moneditas. Y el brazalete… Eso simbolizaba ni más ni menos que un desgraciado atributo de un mundo ajeno, casi cósmico, quizás. Hasta al ponérselo en la muñeca, le parecía ser un cuerpo extraño, la mente se negaba a reconocer la propia mano, anillada con una cara bagatela. Habrá que devolvérselo…

Estaba extrayendo el contenido del jarro secreto y con tejemaneje recontaba el dinero. ¿Qué dirá Juan Miguel cuando descubra en el lugar secreto solo unos pesos cubanos? ¿Qué pensará? ¿Cómo explicarle la desaparición del dinero? ¿Inventar algo? ¿Decirle que les robaron, o dar a conocer lo ocurrido? ¿Y luego qué? ¿Y ahora qué? Los une solamente la criatura. Los dos lo comprenden bien. Nada puede volver a ser como antes, como no se puede reanimar un cadáver…

– He aquí el dinero y el brazalete – le tendió la suma necesaria a Lázaro y el objeto que le ardía en la mano.

– Allí se encuentra eso… Habrá que devolver esa ropa interior – le hizo recordar el amante.

– ¡Cómo no! – Soltó un grito Eliz y, un ratito después, regresó con un pequeño paquete – ahí lo tienes. Entrégales todo, que te dejen libre y todo.

Él, sin agradecerle siquiera, se largó con los regalos devueltos y el dinero de una familia ajena a sus escoltas. Elizabeth quedó sola compartiendo un pensamiento, no podía hacerlo de otra manera.

Habiendo entrado otra vez en su dormitorio, echó un vistazo a la mesita de noche abierta con el cajoncito extraído, de donde un minuto antes había sido sacado el brazalete robado. Allí había otra joya más, un abalorio de semillas y conchas, el primer regalo de Juan Miguel. Lo tomó en sus manos y la voz interna constató el hecho: “Eso me pertenece a mí y es solamente mío, y nadie me pedirá que sea devuelto” …

Pero la voz proveniente de la subconsciencia en ese mismo instante quedó callada. Eliz puso cuidadosamente el abalorio en su sitio y cerró el cajoncito.

… El teniente Murillo, que había dejado a Baño en el coche interceptó a Lázaro en la esquina y se llevó el dinero junto con el brazalete sin actas ni protocolos.

– ¿Aquí hay trescientos? – Frunció las cejas el policía largo de uñas – no voy a recontarlos. Dispones los cinco días para anular la parte restante. ¿Un brazalete y esto qué es? La ropa interior… Se los devolveré hoy mismo a los agredidos. Lo principal es que no te pongas a comentarlo. Lo de los alemanes, creo, que hasta mañana por la noche, todo estará arreglado, así como la coartada tuya también. Punto final, estás libre… Hasta mañana. ¿Espero que la videocámara esté en buen estado?

Murillo abrió las esposas y Lázaro se lanzó a correr de ese lugar.

– Ahora estamos pagados. Ambos hemos cortado dos de a veinte convertibles – hizo un guiño pícaro Manuel a Esteban.

– Tu ganancia será mayor que la mía, amigo – le insinuó el sargento a la picardía de su socio.

Murillo se salió de sus casillas:

– ¡¿Qué tienes en cuenta?!

– ¡Piénsalo! ¡Crees que no he visto como, aún estando en “¡La Rumba”, le arrancaste a él diez pesos convertibles! Eso sería que del ex barman recibiste treinta pesos y no veinte. ¡Me da igual, lo único que yo no quiero es que me tomes por un papanatas! ¡No soy un fracasado total!

– ¡Vete a…! – escupió por la ventanilla el teniente, ya estando tranquilo. Baño podía contemplar solamente la punta del “iceberg”, lo mínimo del asuntillo que hoy pudo arreglar Helado.

Los reveses de la vida. Lo que pudo ver Mendoza, resultó ser bastante para que en un futuro no lejano, cuando los agentes de seguridad empezaran la investigación acerca de un asunto completamente diferente, en el cual también figuraba Lázaro Muñero García, acusar al teniente Murillo en actos de corrupción:

– No conocía visualmente a Muñero. Mientras que el teniente Murillo lo conocía ya que efectuaba la instrucción. Él sabía que aquel sospechaba en el robo de los turistas alemanes y lo soltó por treinta pesos. Se vendió por treinta monedas de plata, Judá.       Los colegas del departamento no dudaban que Murillo y Mendoza valían el uno como el otro. Haciendo recordar una tarifa entera de apodos de los dos “compañeros inseparables”, definieron unánimemente para evaluar la situación de la manera más oportuna posible, echando una broma muy precisa y certera en el vestuario:

– Baño, por fin, defecó… ¡Era helado!


* * *


Huir… Huir. Y cuanto antes, mejor. En este país maldito desde la infancia lo único que hacían era humillarle, expulsándolo de una de las escuelas, o de otra mientras que él simplemente defendía su opinión, como podía…

No importa que el casco sea viejo y el motor estuviera en las últimas. Hasta Florida hay 90 millas. Las pasaremos cueste lo que cueste…

Para la travesía se alistaron siete clientes de pago. Dinero en vivo. Podemos llevarnos a la madre recién recuperada del infarto, al padre y el hermano. Sería bueno si lleváramos a la criatura. Magnífica idea. Correcto. Aunque sea para hacerle una faena a Dayana y a su madraza cizañera, a doña Regla. Nunca lo respetaba, no lo consideraba ser un digno partido para su hijita. Procuraba encontrar algún nomenclador alisado de la Unión de Jóvenes Comunistas. Le tildaba de ignorante y desafortunado. Por ella todo se fue al garete lo de Dayana, la muchacha terca, que nunca se escaparía de la tutela de su madraza.

La chica no estaba en casa. Su madre, vieja quisquillosa, no quiso dar a Lázaro el pequeñuelo Javier Alejandro. ¡Qué es lo que se está permitiendo! ¡Es su criatura! Oh, si en casa, en vez de la señora, hubiera estado solamente el padre de Dayana, don Oseguera, entonces, Lázaro habría podido realizar lo ideado, el viejo Lorenzo era un inocentón, y sería muy fácil engañar a tal dominguejo.

Ya no había tiempo para organizar el secuestro del bebé. Doña Regla sospechó algo. ¡Una bruja sagaz! No obstante, Lázaro no parecía estar muy disgustado, ya que hurtar a su propia criatura era para él una tarea secundaria. El hecho de que, al finalizar exitosamente la travesía, el pequeñuelo Javier podía ser para él en los EE.UU. un agobio, tranquilizó la flagelación de Lázaro por este intento fracasado de un engaño “justo”.

El teniente Manuel Murillo, su vigilante avaro, lo seguía persiguiendo. Lázaro no tenía la intención de volver a cruzarse con él en esta vida pecadora y, más aún, no tenía ni el menor deseo de pagarle un tributo eterno.

El aventurero quemaba las naves. Aquí no tenía nada que perder. Para él la isla de la Libertad podía convertirse solamente en una cárcel.

Desde la infancia él era el más fuerte entre todos sus coetáneos, pero ellos con su espíritu gregario y colectivismo siempre se unían contra él, o, en vista de su debilidad, se quejaban a los maestros. Y si él juntaba entorno suyo a muchachos, los cuales reconocían su liderazgo incondicional y su autoridad innegable – lo clasificaban como delincuente y casi siempre conllevaba acabar expulsado del colegio.

Siempre había motivo alguno para actuar así. Es que él era una persona de acciones. Si a algún escolar lo han herido con una lezna, si a alguna alumna de los grados superiores le rompían la nariz o han tirado por el patio del colegio latas con excrementos, ya no había que dudar que esto sería asunto de manos de Lázaro y sus amigos.

Tales como él conquistan América. Porque actúan sin volver la cabeza atrás. Prosperando en los EE.UU., se vengará del sistema que lo ha rechazado…

No le dejaba en paz el problema principal, había que persuadir a su amante. Sin ella, más exactamente dicho, sin sus parientes forrados serían muy penosos los primeros días de estancia allí.

– Lo tengo todo preparado. ¡Ya mañana tú y Eliancito estarán en el paraíso! – no admitía objeciones Lázaro, impidiendo a la mujer a tomar la decisión, su decisión, en la casa de los padres.

– No me dispongo a irme a ningún lado – no lo admitía Eliz.

La artillería pesada de argumentos a favor de partir inmediatamente de modo inesperado tronó los labios de la madre canosa de Lázaro, doña María Elena, mujer imperiosa y locuaz, la cual intervino en la conversación de los amantes muy a propósito para Lázaro, que iba perdiendo la paciencia.

– Chica mía – se puso a arrullar doña María Elena – mi hijo te ama a ti. Si no fuera así, no habría vuelto de Miami. Vino, arriesgando su vida y la libertad, solamente por ti. Te necesita…

– Fíjate – se enfureció Lázaro – si no les va a gustar, no será nada difícil para mí hacer volver a los dos. ¡Esto es coser y cantar!

– Qué significa que no te va a gustar – intercaló estas palabras la madre aliada – allí no puede ser que no te agrade. Eliz, mi chico sabe cómo ganar dinero. Ya consiguió siete mil dólares. Lo que aquí es ilegal en aquel país es normal y admisible. Podrás ayudar a tu familia como esta merece.

Elizabeth permanecía callada. De repente, al haber recordado a Juan Miguel, pronunció:

– Para Juan Miguel Elián es su hijo, como para mí también. Eso será injusto respecto a él.

– ¿Injusto? – Se erizó la doña entrada en años – he aquí un caso monstruoso de injusticia respecto a ti, chica. Por si fuera poco, toda la ciudad siempre sabía sobre sus andanzas, te difamaba, no veía en ti a una mujer, a diferencia de mi chico. Pues él, quiero decírtelo, se la pasa casi todo el tiempo libre con su hijito de pecho.

– ¿Eliancito no es el único niño? – no lo creyó Elizabeth.

– Llévatela a esta dirección – le ordenó al hijo la madre y le tendió un desgarrado papelito, en el cual con una letra ordenada y apretada estaban dados la dirección y el número de la casa – que lo vea con sus propios ojos, solo hay que ir ahora mismo – añadió esta susurrando al oído del hijo. Lázaro trajo a la mujer conforme a las señas dadas por la madre de él. Aparcó su coche, sin apagar el motor, al lado de un edificio pintado de color azul, en una callecita empedrada de guijas entre el puerto y la fábrica de ron. No esperaron mucho rato. A la casa venía aproximándose una pareja. El hombre sostenía en sus manos una criatura. Los dos entraron en la casa y desaparecieron tras una puerta de hierro. Este era Juan Miguel.

– ¡Vayámonos! – ordenó Eliz con un tono decidido.

– ¿Puede ser que pasemos y veamos a qué se están dedicando? – su contrincante saboreaba el desenmascaramiento de Juan Miguel, el cual hasta hace un rato poseía una imagen impecable. El plan de su madraza resultó ser exitoso. El padre de Elián quedó denigrado. Apareció ante Eliz con un aspecto de embustero o, digamos, semi mentiroso. ¡Da igual! El resultado es lo primordial. Eliz pidió dos días para los preparativos…


* * *

22 de noviembre de 1999.

Los suburbios de Cárdenas

El viento seguía soplando ya hace dos días, infundiendo la inquietud no solamente en las columnas desordenadas de las olas oceánicas, sino en los corazones de media docena de personas, que se decidieron a abandonar la patria y que habían confiado su suerte en el piloto diletante que se llamaba Lázaro Muñero.

– Allí está el paraíso – así hablaba un hombre que llevaba colgado un machete del cinturón, pero el pequeño Eliancito, no se sabe por qué, no creía en eso, mirando el cielo deslucido, y a un repugnante buitre negro con la cabeza roja, que planeaba sobre la barcaza miserable, en la cual se habían reunido los condenados para emprender una travesía peligrosa.

La gente portaba los baúles con las prendas, pisando la escalera oxidada, volviendo la cabeza hacia atrás y regañando al caudillo muy seguro de sí mismo. Se despedían muy de prisa y corriendo con los pocos familiares, cuyos ojos se humedecían por las lágrimas.

El buitre negro, conocido como aura o tragón de carroña, ahora estaba dando vueltas sobre la barcaza en compañía de otras aves, uniéndose en una bandada entera de compañeros de esta especie. Desplegando las alas ralas, ellos se lanzaban en picada a las rocas ribereñas, o se levantaban por las nubes, la trayectoria inconcebible podía ser emparentada al caos, en el ánimo que reina entre los refugiados. A las aves que volaban de acá por allá, sin ser capaces de determinar la altura requerida, algunos de los que vinieron a despedir a los suyos creían que era el presagio de una desgracia.

Una de las jóvenes mujeres, que se llamaba Ariana, se arriesgó a emprender un viaje tan peligroso con su hijita de cinco años, pero le fallaron los nervios. Una escaramuza violenta con Lázaro le hizo comprender que arrancar sus mil dólares pagados, en calidad de avance por el traslado, ella de ninguna manera podría obtenerlos de nuevo, ya que el dinero había sido gastado en la preparación de la expedición. Entonces, la mujer entregó forzosamente a su chicuela a la madre, que vino a despedirse de ellos, y mostrando su desdén hacia Lázaro, o al riesgo que ahora le amenazaba solamente a ella, iba portando el último bártulo al casco. Este era de una vitalidad dudosa. Para Ariana ahorrar tal suma era prácticamente algo irreal, por eso no le quedaba, a su parecer, otra salida. La travesía de la pequeña Estefanía y su madre anciana la aplazaba para organizarla después… Cuando estuviera bien plantada en los EE.UU.

– ¿Mamá, por qué papá no se va con nosotros? – pestañeaba con sus ojitos castaños Eliancito.

– ¡¿No estás harto de chacharear sobre tu padrazo?! – Lo cortó bruscamente Lázaro, estando acalorado de la disputa con la loca Ariana, – te las pasas callejeando de un lado a otro los días enteros. Ya es hora de hacerse mayorcito. Mañana estarás en un país donde hay todo lo que puedas soñar…

– ¿Y un Mickey Mouse grande? – la pregunta del pequeño desconfiado Lázaro mentalmente la clasificó como primitiva, pero de igual modo contestó:

– Mickey Mouse no será lo único que podrás ver allí.

– ¿Y una nueva patineta?

– En ella irás a ver a Mickey Mouse – lo expresó con mordacidad este, cansado del interrogatorio estúpido del niño.

– ¿Habrá un machete de juguete en un estuche de cuero con motivos indios y con el perfil de Hatuey9? – siguió preguntando el chico melindroso.

– ¿Para qué necesitas un machete de ese tipo? Fíjate, tengo uno verdadero. Con él se puede cortar tu lengüita desobediente, si no cesa de desembanastar… – La amenaza no parecía ser tan inofensiva, en especial para Eliancito, que se asustó no tanto del irritado tono del conocido de mamá, sino del aspecto amenazador de su machete con un mango macizo hecho de madera rosa.

– ¿Es obligatorio que te la pases asustando al niño? – intervino la madre.

– No te enojes con él, niña mía – como siempre surgió a tiempo doña María Elena, fumando un cigarro – Todo eso tiene lugar por las divisas malditas. Le hicieron perder la cabeza al pobre chico. Ahora lo está pagando con el propio trabajo. Está tan atareado que no le queda tiempo para elegir las adecuadas expresiones. Querida, deberás comprenderlo. Es que él también está esforzándose por ti. En primer término, es por ti, nena.

– Quiero ver a papá… – mirando con esperanza a su mamá, pidió Eliancito.

– Ahora él es tu papá, – la vieja anciana con el cigarro en la boca, parecía ser un babalao10, indicó al conocido de mamá.

– No hay dos papás. ¡Papá ha de ser solo uno! – rechazó esas palabras el niño, apretando los labios y buscando con los ojitos la afirmación de su conclusión, aunque fuera con una gesticulación mímica aprobatoria de su mamá. Pero esta no reaccionó siquiera a su réplica. Permanecía callada.

– ¿Es verdad, mamá? – lanzó un grito Elián, tirándola de la manga.

La mujer no contestaba al hijo, observando ensimismada al último viajero que subió a bordo, en cuya mirada pudo leer sus propios pensamientos.

A Don Ramón Rafael, se le podía oír gimiendo, era el padre de Lázaro. El hijo y la mujercita de él pudieron convencerle de trasladarse solamente mediante un ultimato directo, afirmando que si él continúa obstinándose – desamarrarán solos.

¿Cómo él, una persona solitaria y de edad avanzada, podrá vivir luego sin sus familiares? Sean como sean, pero son los más allegados. Si parara a estos “viajeros”, lo martirizarían luego con reproches, chantajes y cavilaciones. Le pondrían el gorro a él, acusándole de que por culpa suya no materializaron en la práctica su sueño y no llegaron hasta el paraíso en la Tierra.

¿Quién sabe dónde está ese paraíso? Puede ser que esté aquí, en Cuba… Si una persona habla constantemente, que está viviendo mal, el Señor puede mostrarle como es “realmente mala la vida”. Cuando un hombre ve lo bueno hasta en condiciones donde la

vida no es muy fácil, Dios mostrará lo que es “verdaderamente bueno”.

Puede ser que Fidel de verdad sea profeta, semejante a Moisés. Cuarenta años a partir de 1959 estuvo él indicando el camino limitándose a una isla, explicando que no hay nada que buscar, que en realidad se hallan en el paraíso. En su isla poblada por miles de animales excepcionales y no hay ninguno que sea venenoso. Donde los árboles sagrados e imponentes, la ceiba, que crece junto a Caesalpinias fogosas. Donde se abre la mariposa nívea, y gorjea la diminuta ave tocororo, cuyo plumaje azul-rojo-blanco se asemeja a la bandera cubana. Quizás transcurridos cuarenta años de andanza por la isla su tierra se haya convertido en un paraíso, además, llegó a ser el Edén con ayuda de sus manos cansadas, que con la misma obstinación saben manejar el arado y el fusil…

– Debes ir por tu hijo – así se expresaba María Elena, instruyendo a don Ramón para el lejano camino – aquí estará perdido, se pudrirá en las mazmorras de Raúl. Allí se abren inimaginables perspectivas… Tu hijo te necesita. No lo traiciones.

… Cuando el caudillo de la primera guerra por la independencia de Cuba, Carlos Manuel de Céspedes, fue puesto por los españoles ante la opción de salvar a su hijo natal o traicionar a la patria, el héroe prefirió sacrificar la vida del hijo a rescatarla mediante el precio de la traición.

Don Ramón Rafael se orientaba bien en la historia, pero no creía poder ser capaz de un acto de heroísmo. Por dentro se arrepentía por la bajeza de espíritu y con todo corazón sentía que estaba cometiendo un error, pero, acostumbrado a seguir la corriente, como si fuera un zombi, entraba en un río turbio lleno de ilusiones ajenas, sin saber a dónde lo llevaría la corriente tempestuosa.

– ¡Dame el extremo! ¡Tíramelo! – Vociferaba Lázaro a un torpe jovencito, el cual intentaba sacar la soga del bolardo – ¿Por qué eres tan lento?… ¡Apaga el motor, la soga se puso tensa! No lo podrá hacer este debilucho…

– ¿Puede ser que demos marcha atrás? – preguntó de manera insegura el duro de oído Bernardo, que se asumió voluntariamente el modesto papel de contramaestre, pero, poniéndose al timón, inmediatamente creyó ser Magallanes.

– ¡Apaga el motor y apártate del timón, idiota! – ordenó Lázaro, mientras acompañaba sus exigencias con gestos expresivos…

– ¿Estás seguro de que luego lo pondremos en marcha? – Lo dudó el contramaestre rechazado, aunque se sometió al cacique, paró el motor con pocas ganas, bajó del puente de mando y con aire sombrío se dirigió al escotillón que llevaba a la bodega. Mejor sería ir a comprobar el remiendo hecho con soldadura en caliente, ejecutado de prisa en la sala de máquinas, que oír todo tipo ofensas. Realmente, en esta embarcación oxidada de los días de Batista, que era tan caduca, como el submarino alemán, hundido en estas aguas a mediados de la Segunda Guerra Mundial, había más de un remiendo bajo la línea de flotación. Pero Lázaro y su “contramaestre” solamente sabían la existencia de un agujero remendado.

– ¡Tira la soga para sí, pachucho! – Vociferaba a todo grito Lázaro, – Ahí está, holgazán. ¡Tírala a bordo! Por fin. ¡Desamarramos! – Hacía todo lo posible para que lo vieran en acción – decía palabrotas, se agitaba, se acaloraba…

A duras penas al motor se le aclaró la voz a fondo. Este comenzó a traquetear con aire enfermizo y apenas podía arrastrar a los fugitivos hacia el horizonte tras el cual se extendía la deseada Florida – puesto avanzado del sueño americano.

– ¡Yo quiero ver a papá! – mirando el agua tempestuosa tras la popa, Eliancito les hizo recordar que estaba a bordo.

– ¡Cálmalo, o si no yo lo tranquilizo! – Enseñó los dientes como un lobo a Elizabeth, le advirtió groseramente Lázaro – llévalo al camarote.

– Ahí tampoco hay sitio – le contestó Eliz mostrando la cara de pocos amigos y apretó al niño contra el pecho.

“Este Lázaro tiene un machete afilado, como una cuchilla. De estar mi papá aquí, sabría cómo arreglárselas…” – pensó Elián, y este pensamiento grato, junto con la manta de lana, con la cual mamá tapó al niño, empezó poco a poco a adormecer al joven pasajero del yate maldito. El aspecto poco atrayente de esta barcaza del sueño de manera adecuada correspondía a lo que le estaba predestinado por la suerte, ser el último refugio para los doce ciudadanos de Cuba, que se iban en búsquedas de una vida mejor.

La mayoría de ellos, a semejanza de Lázaro, no apreciaba su ciudadanía. Algunos, como don Ramón, quedaron sometidos a la voluntad ajena y seguían yendo por el trayecto trazado. Otros, como Elizabeth, actuaban instintiva y espontáneamente, obedeciendo a la primera emoción y prestando oído solo a una amargura fugaz y una ofensa insoportable a primera vista. Esto es una bien marcada característica de las mujeres latinoamericanas. Pero había entre esos desdichados, afectados por el virus de la desesperación y otros que intentaban hallar el suero de la salvación, no en el lugar donde lo producían, un hombrecillo que vagamente se imaginaba a donde lo llevaba una fea y destartalada embarcación del miedo, a la cual no se sabe por qué la tomaron por un deslumbrante buque níveo de la Esperanza…

* * *


Las incansables olas se batían contra los bordes, haciendo aflojar el yate, como un río feroz lanza de un lado al otro la canoa de los descuidados “extrémales” – fanes del balsismo. El mareo, novia eterna de la tormenta, cubrió a todos con un velo inmovilizador.

La gente, no acostumbrada al balanceo, vomitaba ahí mismo, en el camarote, sin atenerse a las reglas de urbanidad, y, ahora ya en voz alta, maldecía a Lázaro. En efecto, él convenció a todos que, habiendo calma en el mar y siendo el tiempo despejado, las lanchas fronterizas estarían yendo y viniendo por todos lados, lo que significaba que no se podía evitar la desgracia. Mientras que, en un día nublado, acompañado de una tormenta leve, no podrían ser abordados. En condiciones de mala visibilidad podrían pasar inadvertidos… Sería mejor que los advirtieran.

Uno de los remiendos en el fondo, junto a la quilla, estaba despegándose, y por ahí dejaba pasar el agua…

El ingenioso plan del intrigante se volvió contra él mismo. Transcurridas seis horas, después de iniciarse la travesía a ciegas, el motor exprimió de sí todos los jugos y se puso a escupir con gasóleo de mala calidad. En definitiva, bramando dentro de sus límites de potencia, empezó a rugir como una fiera herida de muerte, y en un instante se paró, o se deterioró o simplemente murió, y al final despidió hollín.

Lázaro no habría podido comprender la causa de la rotura, y no lo intentaba siquiera. La barcaza venía inclinándose estrepitosamente al borde izquierdo, y al mismo tiempo se hundía en el mar por el lado de la toldilla. Parecía ser, que el agujero se formó atrás en el lugar de aquel remiendo de acero. La presión del agua lo hizo saltar, como si fuera un corcho de champaña.

Ahora nadie pensaba acerca de los hábitos náuticos del piloto-impostor. El pánico no deja lugar a las reflexiones cuando todos concibieron que el buque estuviera hundiéndose, el miedo ya había expulsado los últimos focos del raciocinio. Los ancianos fueron las primeras víctimas. No pudieron salir siquiera a la cubierta superior. El camarote quedó inundado en unos segundos. Entre ellos quedaron sepultados los padres de Lázaro, doña María Elena y don Ramón, y cinco desgraciados más.

Una enorme ola cubrió la cubierta sin que dejara la mínima posibilidad de encontrar allí un refugio. Ahora la gente estaba cara a cara contra el mar. La barcaza, mejor dicho, los restos que quedaron de esta, se despedía expidiendo los últimos gorgoteos y pompas efervescentes…

Hallándose fuera del yate, Elizabeth vio a unos pobretes que se ahogaban, los cuales uno tras otro iban hundiéndose. No gritaba como los mayores, no pedía ayuda. Allí, a unas veinte yardas de ella, estaba el pequeño Eliancito. Él combatía contra las olas, sintiendo que ya se le agotaban las últimas fuerzas, y bataneaba con sus pequeñas palmas el océano cruel. Tenía miedo. No podía ver sus salpicaduras, se lo impedían hacer las olas pesadas, de las cuales se hacía más y más difícil escurrirse.

Su padre todavía no aparecía… ¿Dónde está? Ahora aparecerá el salvavidas, y luego llegará a nado su taita. Obligatoriamente llegará hasta aquí, habrá que resistir un poquito. Es que su papá le enseño a nadar…

Juan Miguel en este momento realmente venía corriendo para socorrerle. Se aproximaba a la orilla inconsciente, la arena porosa le obligaba a desacelerar la velocidad, pero ya el agua le llegaba a la rodilla. Apartando con las manos las olas endiabladas, iba avanzando más y más. Estas le pegaban bofetadas, haciéndole borrar al mismo tiempo las lágrimas de su desesperación. Él gritó por su incapacidad y presintiendo algo muy horrible…

La nota, esa extraña nota de Elizabeth con una palabra alarmante “Perdóname”. Una súplica humana, expresada mediante un verbo en forma imperativa. “Perdóname” siempre lleva prácticamente un significado global, y casi nunca se refiere un deseo de ser indulgente por alguna culpa concreta. Por eso, probablemente, es más fácil implorar perdón por todo lo hecho. “¿Por qué perdonarle?… – Juan Miguel estaba atormentado por las dudas, – ¿Dónde está Eliancito? ¿Para qué Eliz se llevó todo el dinero? ¿Qué ocurrió?

Algo desconocido lo empujó afuera, a la calle, a la avenida, al océano… Iba guiado al encuentro por la inminencia.

Las olas le pegaban en el pecho, mientras que él solamente intentaba resistir y no cometer una locura. Quería moverse a nado y no pudo explicarse a sí mismo hacia adónde y para qué… Se sentía como una partícula de arena, impotente e inútil. Pero en este mundo había una persona, un hombrecito mucho más vulnerable, este era su Eliancito. Ya por eso no debía ser debilucho. Es que él es el padre…

– ¡Elián!… – gritaba Juan Miguel a la lejanía infinita, pero su voz iba perdiéndose en un ruido roncador de las hileras amenazadoras. Las falanges alineadas de las olas venían avanzando, y la presión iba creciendo. Ellas lo hacían revolotear con escarnio, intentando tragarlo con los molederos remolinos de espuma, pero el hombre permanecía parado, seguía llamando a su hijo:

– ¡Elián!…

Su niño permanecía callado. Sabía que su papá lo estaba mirando, que él de un instante a otro le tendería la mano y lo salvaría. Como en aquella ocasión… Su papá no dejará que él se ahogue…

Ya no había ninguna barcaza. Elizabeth pudo visualizar una figura más, estaba al lado, a unas diez yardas, agarrada a un neumático inflado. Lázaro se valía de él para desplazarse por el agua y era el único accesorio de salvamento que había en la embarcación ya hundida. Con la mano libre remaba en dirección opuesta al lugar donde Eliancito, con sus últimas fuerzas, pretendía mantenerse a flote.

– ¡Vuelve! ¡Atrás! – rogó Eliz, Lázaro se encontraba más cerca a su hijo. Pero su llamamiento condenado quedó sin respuesta. Él continuaba alejándose, sin poder imaginar que la desolación dio a Eliz un increíble coágulo de energía, la obligó a tomar una decisión drástica.

Ya no nadaba, sino que se empujaba del agua con las manos y los pies, avanzando precipitadamente. Parecía que las olas la estaban apretando. La distancia hasta su ex amante iba disminuyendo. En total eran cinco yardas, tres, dos, una y he ahí su pie… Ella ya lo agarró del tobillo y con fuerza dio un tirón hacia sí. Ella misma, habiendo alcanzado el neumático, como si fuera una martillista, lo hizo girar hacia el lugar donde supuestamente se encontraba Eliancito. Aplicando todas las fuerzas disponibles, hizo sacar del pecho la última posibilidad de salvar al más querido, que tenía ella, a su primogénito, al hijito suyo.

¿Dónde está? ¿Acaso es tarde? ¿Puede ser que todo ha acabado? La vida de ella no vale nada, solamente hacerlo a tiempo, solamente llegar al lugar donde está el pequeñuelo…

Algo la tiraba hacia atrás. Era la mano musculosa de Lázaro. Emergió del torbellino oceánico que le estuvo dando vueltas. Eliz se dio vuelta a él… y sintió un fuerte golpe. Un potente puñetazo en el entrecejo. No sentía dolor. La sangre brotó como un chorro y la ola se la lavó con un manotazo salado.

Por primera vez le pegó. Era más fuerte. Pero ella era más audaz. Este intentaba salvar su vida, y ella la de su niño. Esta era su principal superioridad. Perdió el sentido por un instante y al volver en sí reanudó la persecución.

Las olas parecían burlarse de Lázaro, organizando danzas delante de su nariz, e impidiéndole determinar el lugar donde se hallaba el neumático. ¿Y qué misterio es esto? ¡Otra vez la bruja! Había que asestarle un golpazo en la frente y así acabar para siempre con ella. La mujer lo agarró con las dos manos, ¿y qué está haciendo? ¿En qué está pensando? La pegaba en la cabeza, le pinchaba los ojos con los dedos, le arrancaba el pelo… Todo era inútil.

– ¡Suéltame! – vociferaba frenéticamente en un estado de pánico el desgraciado piloto anheloso. Ya tenía presa de muerte la nuez de la garganta y lo arrastraba al fondo, tras sí, ya que había decidido firmemente alcanzar las profundidades del océano en compañía de un varón. ¿Habría que enterarse si estaba allí el niño y si logró alcanzar el neumático?… Ella moría, liquidando la amenaza a Elián.


El cuerpo de Lázaro, al haberse desprendido de las manos de Eliz, encontró un refugio al lado de un enorme cornudo coral cerebro, rodeado de plumas de gorgonias. Esta caída inesperada de algo ajeno alarmó a una colonia de esas esponjas de dos metros. Se pegaron al cadáver como si fueran sanguijuelas, habiendo expulsado una cantidad inimaginable de tintura de color lila. Unos tiburones pronto advirtieron el cuerpo rojo, aunque no lo tocaron, creyendo que sería venenoso. Tampoco lo hicieron con Eliz, la que estaba durmiendo el sueño eterno. Se acomodó en una cavidad poco accesible para sus mandíbulas macizas entre los corales negros, en un campamento retirado de peces balistes y angelotes, nómadas del Atlántico.

Unos peces raros susurraban un no sé qué a la bella durmiente, imaginándose ser guardias, que desterraban el ajetreo y las dudas. Le aplicaban un maquillaje de tranquilidad en su semblante, intentando quitar de su cara el velo inmóvil de un temor incompresible. “No te molestes, princesa… un adepto habría podido leer los desahogos mudos, valiéndose de los labios – Esta es una de las más hermosas inhumaciones terrenales. Aquí reina la calma y la pacificación…”

Si no fuera el severo Epinephelus el que siempre sacude las aletas y menea la cola, como si supiera algo de importancia que solamente lo dará a conocer cuando los otros le abran el paso. Pues, por favor. Expón tu noticia, fanfarroncito. ¿Qué viste allí, estando arriba, en la superficie de las aguas maliciosas? Un niño desesperado que se ahogaba. Se valía de las últimas fuerzas para alcanzar un neumático de goma, se encaramó en este y pudo mantenerse hasta que se estableció la bonanza. Ahora está durmiendo en medio del centellante espejo del mar. El sol le hace cosquillas en la nariz…

¿Y nada más? ¿Esa es toda la novedad?… ¡Se hinchó como si supiera unos detalles súper importantes! “No quieren oírme hablar, como quieran” – Epinephelus salió a escape, advirtiendo una maravilla azul cielo, era un Acanthurus que se filtró por detrás del coral, dando a entender que el pececito sería un oyente mucho más agradecido. No obstante, apenas hubo desaparecido el Epinephelus, los sarcásticos balistes y los irónicos angelotes percibieron con sus escamas que la alarma en su oculta cavidad ya desapareció sin dejar rostro, y de la faz de la princesa se esfumó la mímica de un temor incomprensible y apareció una sonrisa misteriosa…


La mañana del 23 de noviembre de 1999

Alta mar, a 10 millas del puerto de Key West

Extremo meridional de Florida


– ¡Hombre al agua! – vocifero un pescador barbudo, haciendo bajar un bote de salvamento al agua.

Unas fuertes manos cargaron cuidadosamente al niño al bote y lo hicieron subir a bordo del buque pesquero que iba a la deriva, donde Elián inmediatamente volvió en sí.

– ¿Chiquillo, como es que has llegado aquí? – sin esperar la respuesta del chico sin fuerzas, completamente agotado. “Solamente Dios sabe lo que habrá sufrido”, barboteaba uno de sus salvadores.

– Me siento mareado – pronunció con una voz vibrante el pequeño tendido en la cubierta de madera.

– ¿Qué acaba de decir? – exigió la traducción el capitán irlandés.

– Se queja de que está mareado – sin volverse respondió un barbudo cubano, en un instante se convenció de que el chavalito era compatriota suyo.

En la tripulación había muchos cubanos. Se mudaron a Miami en la época de Camarioca, en el año ‘62 tras la crisis del Caribe, cuando Castro por primera vez declaró que la construcción del comunismo era un asunto voluntario y que a nadie le sujetaría de la mano. Del puerto cubano de Camarioca empezaron a circular centenares de lanchas y yates, transportando a miles de descontentos, a tales como este barbudo. Él era representante de una profesión libre y esperaba que la joyería lo sustentara en los EE.UU. Pero no fue así. Un ducho experto judío en orfebrería y diamantes, examinando con su mirada experta los hábitos y la manera del “Fabergé cubano”, como se imaginaba ser el inmigrante, con indulgencia no le ofrecían siquiera trabajo de aprendiz, temiendo que el refugiado del hambre pudiera hasta meterse al robo, sino un aprendizaje de pago. El instructor, disgustado al examinar su pieza, profirió en la primera clase: “Esto es algo de mal gusto y primitivo. Algo así nadie lo comprará.” Entonces, el joyero fallido golpeó la puerta y se hizo pescador.

Ardía por encontrarse allí, donde le admirarían, donde sería una persona respetable, pero como se suele decir, muy pronto en la vida es demasiado tarde… En la patria él ahora pertenecía a la “escoria”11 , es decir le estaba prohibido el camino a casa. En el barco, aunque sea un poquito, pero estaban más cerca a las costas natales, en comparación con aquellos para los cuales todo el mundo estaba limitado a los barrios de la Pequeña Habana.

– ¿Cuál es tu nombre? – pregunto al niño un buen pescador.

– Elián – pronunció el chicuelo.

– ¿Cuál es tu apellido?

– González… Tengo hambre, – interrumpió el interrogatorio Eliancito.

– Todo va estar en orden con él – reportó el pescador – Quiere comer. ¡Traigan arroz con frijoles! Allí en la cocina en la caldereta. Todavía no está frío.

Trajeron un plato con cangrejo. Nunca pensó que los ordinarios “moros y cristianos”, una comida que él probó cientos de veces, puede ser tan rica. Luego le ofrecieron tostones, bananas en rodajas fritas en aceite. Este postre era el plato especial de su querida mamá.

Debe de estar cerca de aquí, la encontrarán otros pescadores, y pronto ellos todos juntos, él, mamá y papá se sentarán a la mesa a comer. Habrá en esta todos tipos de manjares, tales sabrosos como les que acaban de convidar los generosos pescadores.

A ellos, naturalmente, papá y mamá deberán invitarles obligatoriamente hasta que queden rehartados. Mamá especialmente para ellos preparará un pollo asado y camarones. De postre servirá mermelada de guayaba. ¡Sabrosura! ¡Para chuparse los dedos! El mozalbete contento se entornó los ojos en espera de inevitables exaltaciones culinarias de sus nuevos amigos.

– Habrá que dar un anuncio en “El Nuevo Heraldo”. Creo que sus familiares darán señales de vida y nos contestarán. Es que no vamos a ahijarlo – reflexionaba el sombrío capitán, contemplando con curiosidad al lobato orejudo, el cual iba tragando uno tras otro los pedacitos de bananas, sin masticarlos.

– Yes, sir – gesticuló el pescador – estoy seguro de que los parientes se darán a conocer. De otra manera nos arruinaremos sustentándole aquí, este glotón traga la comida, como un depósito de cereales. Si lo incluimos, a este troglodita, en las listas de abastecimiento, toda la tripulación morirá de hambre.

Todos en la cubierta se pusieron a reír a carcajadas. Acababan de salvar a una persona y este hombrecito estaba sano y salvo…

Se reía Elián. Aunque no comprendió el significado del dicho, pero con todo el corazón sentía una atmósfera amistosa y estaba contento de su salvación. Los ojos de los pescadores, su temperamento alegre irradiaba la sinceridad. Esto bastaba para complacer al pequeñuelo. Todo era claro como la luz del día. En las miradas de ellos se reflejaba un dulce sosiego y una calma contagiosa. Aunque, dicen, que incluso no todos los adultos saben leer mirando los ojos. Pero en el caso arriba mencionado, todo era muy simple. “Quien no comprende una mirada, tampoco comprenderá una larga explicación…”


2 de diciembre de 1999.

La Habana, Cuba. Palacio de la Revolución, Residencia del Presidente del Consejo de Estado de la República de Cuba Fidel Castro Ruz


Ellos conversaban con el Comandante varias horas seguidas, como dos viejos amigos, lo único que uno de los dos era instructor por derecho. Una persona sabia, es decir, buena. Juan Miguel estaba impaciente por preguntarle algo.

– Fidel – susurró con un sentimiento de pérdida irremediable, – ¿Puede ser probable que los yanquis no me entreguen al niño?

El líder de Cuba con tristeza pasó la mano por la barba y meneó la cabeza.

– ¡Si no, ordena a un grupo especial de operaciones que saquen a mi Eliancito, o dame un arma para que yo mismo lo haga! – dijo decididamente el padre del chico.

– No, la estrategia ya está elaborada. Intervendré en directo por la televisión nacional. Te ayudaré. Cuba te ayudará. Libraremos la lucha aplicando medios legítimos. Nos valdremos de la opinión pública internacional. Sería bueno si lo hiciéramos de una manera civilizada, es decir, como debería actuar un estado soberano, enfocar este problema quisquilloso y vencer con ayuda de Dios. Sería ideal si se solucionara el litigio utilizando métodos procesales. Teniendo en cuenta que lo suyo no se roba. Lo suyo se ha de devolver…

La madre de Elián falleció. Eres el único, el cual tiene el derecho de educar al chico. Pero piensa lo que estás exigiendo. ¿A qué consecuencias conllevarán los actos de las Fuerzas Especiales cubanas en el territorio de un estado hostil? Tal decisión sería errónea.

Comprendo tus sentimientos, pero te lo pido, compadécete no solamente de ti, sino también de tus compatriotas. No debes imitar en todo al temerario Fidel, el cual hasta hoy está dispuesto, siendo ya una persona anciana, a volver otra vez a las montañas de la Sierra Maestra, habiendo un motivo insignificante, abriéndose paso por intransitables manglares y defenderse de las “hordas” de mosquitos, pensando que todos los cubanos sin excepción alguna son tales arrojados, como su guía.

Las provocaciones no acabarán nunca. Pero no somos aquellos, los de antes. No somos gatitos ciegos y terminamos los estudios de diplomacia, la táctica en enfrentamientos mediáticos. El pueblo ya hace tiempo que está cansado de esa tensión permanente y ansia una vida pacífica. Sueña con la buena vecindad con todos. Y con los EE.UU. en primer lugar. Pero allí me han alistado a la legión de diablos junto con Sadam, Bin Laden, Kim Jong–il y Lukashenko. No quieren llevar las conversaciones conmigo. Es un circuito cerrado. Pero lo romperemos con la fuerza de la verdad. Por su pequeño ciudadano no intercede Fidel, sino Cuba. ¿No quieren hablan con Castro? Entonces deberán llevar las conversaciones con todo       el pueblo cubano, y tú, un simple joven de Cárdenas, serás su representante plenipotenciario…

Tras estas palabras, Fidel respiró hondo y agregó de manera confidencial:

– En mi vida he cometido muchos errores. Debido a mi propia inexperiencia, influencia del ámbito que nos rodea. Te parecía imposible llevarlo a cabo de otra manera. Luego me arrepentía. A veces ya era tarde. Uno de estos casos es la invasión de las tropas soviéticas en Checoslovaquia. No supe encontrar fuerzas para condenarla. Otro caso aún peor, a partir de la segunda etapa de nacionalización, cuando nosotros según el modelo estereotipado soviético comenzamos a expropiar los bienes de los guajiros. Entonces ofendimos a la gente. Luego largo tiempo pagábamos el pato. Pero el error más grande de mi vida yo creo que es una historia muy antigua, que no figuró en ninguna de las crónicas. En aquella época yo era demasiado joven, era muy iracundo y egoísta. Te lo relataré. Ha de ser un gran secreto… A mi hijo Fidelito se lo llevaron a los EE.UU. sin autorización mía. Eso lo hizo su madre natal, mi primera esposa Mirta Balart. Era una buena mujer y una esposa fiel. Su tío, cómplice de Batista, la obligó a cometer tal tontería. Entonces enviamos a Miami a unos muchachos atrevidos. Ellos trajeron a Cuba a mi chico. Hasta hoy día estoy lamentando ese episodio. No se debía privar a la criatura del amor maternal. Ofendí a la mujer, la cual me quería sinceramente, pero al mismo tiempo estaba muy apegada a los suyos y se hallaba entre tenazas de su procedencia noble.

Creía que costara lo que costase me pondría en razón. Y siguiendo los consejos de su familia hizo una estupidez. ¿Y yo qué? Le contesté con una estupidez a la suya, lo que reconozco solamente hoy día, transcurridos muchos años. Estoy castigado por eso.

Cuando Fidelito creció, se hizo insoportable. Todo el tiempo me reprimía porque no tuve en cuenta la opinión de su madre. Pero el peor castigo fue que mi pequeña Mirta nunca, jamás, hasta la misma muerte, no se permitió decir ni una sola mala palabra en cuanto a mí. Nada malo acerca de la persona que le privó del hijo para siempre. Ella no hizo ninguna declaración sobre el secuestro a las autoridades. Hasta se enteraba de los éxitos de su criatura mediante personas ajenas, temiendo que de algún modo podría causar daño con su atención a su hijo natal. Por eso la historia no fue de dominio público.

Otros no podían perder una ocasión sin que se ganaran algún dinero, denigrando a Fidel Castro. En los Estados Unidos eso lo hizo Juana, mi hermana natal. De España se oía llegar acusaciones de la hija natal Alina. Me llamaba demente y difundía rumores increíbles. Permanecía callada solo Mirta, la única mujer ante la cual yo me siento culpable…


La Habana, Cuba,

Agosto del año 1947


El Malecón como había prometido el presidente Grau San Martín a sus protectores norteamericanos se llenó de gente apasionada justo para el mediodía. Hasta que expirasen sus plenos poderes quedaba un año, pero la suerte del “demagogo de las Antillas” ya estaba predestinada. Su trono ya se tambaleaba. Los “gringos” consideraban al “colega Grau” demasiado cobarde porque este intentaba ganarse los favores no solamente ante ellos, sino ante los jefes de las bandas locales. Los gánsteres intrusos no podían admitir la dualidad de poderes. Deberían entronizar una marioneta mucho más segura.

El acompañante del presidente, “el pequeño sargento”, llevaba hombreras de coronel, el ambicioso mestizo Fulgencio Batista, con todas sus entrañas arrastrantes presentía que los planes grandiosos de los “gringos” de convertir su país en un súper-prostíbulo no han de llegar a materializarse sin su muy activa participación. Por lo consiguiente, en Grau ya es hora de poner cruz y raya.

– Que empiece la marcha – San Martín dio la señal a los jefes del carnaval a través de su encargado.

El crucero níveo “Benjamín Franklin” con los influyentes yanquis a bordo se encontraba a doscientas yardas de los bolardos de amarre. En el amarre, en el lugar determinado donde bajarían los huéspedes de alto rango, por la escalerilla del buque tendieron una alfombra de pasillo, una copia alargada de la bandera nacional. A nadie se le habría ocurrido que, en una situación de tal índole se pisoteaba la bandera nacional, hubiera un subtexto político. Y cinismo, por añadidura. Sea como sea, el suceso prometía ser algo simbólico.

A todo lo largo de la alfombra de pasillo sobresalían palmas decorativas, asperjadas con un spray dorado. De estas estaban colgados, como si fueran arbolitos de Navidad, pájaros disecados como colibrís, pájaros carpinteros y tocororos, así como cajas con cigarros cubanos, bananas, caracoles y botellas de ron “Paticruzado” con moños en los golletes.

San Martín trajinaba en el muelle, como un escolar esperando a los severos y justos examinadores. Le presionaban las previstas salvas de bienvenida, la de dos cañones de grueso calibre. Estos habían sido fundidos en plena correspondencia con la época de Colón y transportados con tal motivo a la fortaleza Castillo del Morro, directamente de Madrid.

El evento, en realidad, una reunión a celebrarse en la cumbre, no tenía análogos hasta ahora en la historia universal. Era un encuentro entre un vendedor y un comprador. Cuba servía de mercancía…

El régimen corrupto de San Martín se hizo, aunque no del todo ideal, garante de blanqueo del dinero sin riesgo de la mafia estadounidense. Cuba en los próximos años tenía todo para convertirse en base de partida de un armisticio a largo plazo entre familias de gánsteres.

Dieron inicio a “la reunión cubana” el antiguo amigo de “Lucky” Luciano, rey del gambling12, el genio financiero de la mafia Meyer Lansky y el mafioso de Chicago Salvatore Giancana. Al haberse iniciado la conquista de Las Vegas y las inversiones millonarias en Nevada no impedían a los clanes seguir pensando en el desarrollo paralelo del business. El futuro de Cuba se vislumbraba aún más risueño, que las ganancias a obtener del casino en el desierto.

Los norteamericanos ricos, sin duda alguna, preferirían la isla de playas blancas, palmas reales y una fiesta eterna, al estado que tenía una reputación de polígono nuclear.       Estando alejados de la tutela de los omnipresentes federales y de la galantería servil del reyecillo local, esta situación real apresuraba a los mafiosos a tomar lo más pronto posible las principales decisiones tácticas, para que fuera aprobada la única tarea estratégica, Cuba se convertirá en un paraíso en la Tierra, con una sola reserva, que el paraíso es solamente para ellos.

Constantine "Cus" D'Amato, tesorero de Sam Giancana, seguía por todos lados a su patrón, llevando en las manos dos pesados maletines llenos de dinero en efectivo. Ese dinero se suponía que ha de ser gastado en asuntos de la política. La comisión, el consejo superior consultivo de la mafia de Sicilia, aprobó la iniciativa cubana.

Viniendo en calidad de pasajeros en el crucero “Benjamín Franklin”, la gente de “Lucky” Luciano, de Albert Anastasia, representantes de la familia de Banano, de los hermanos-extorsionistas Rocco y la estrella de “Columbia Records”, favorito de las jovencitas actrices hollywoodenses, Frank Sinatra, siempre actuando como titular de plantilla, eso mostraba la coordinación de todas las familias y una plena unanimidad en cuanto a la participación igual al repartir la torta cubana.

Había un “pero” … Al otro lado de la bahía de Florida, el de sobra conocido Vito Genovese, hacía su propio solitario. Él había traicionado a Mussolini y volvió de Italia como héroe del desembarco. Vito se sentía defraudado, y es que él también echó el ojo a Cuba con su potencial gigantesco de un contingente de trescientas mil rameras… Pero el principal motivo de Vito era la muy remota enemistad hacia Albert Anastasia y el deseo de ocupar la sólida posición en la jerarquía mafiosa, que él había cedido debido a la forzada “comisión de servicio”. A su ex patrón Lucky Vito no lo tomaba en serio. En primer lugar, porque a Luciano lo deportaron a Italia, y segundo, aquel bailaba al son que le tocaba el judío Lansky, el cual convenció al “capo de todos los capos”, que Vito apunta al puesto del rey… ¡Pues que sea así! Con qué satisfacción Vito le agujeraría la frente a este pícaro zorro Lansky. Pero este se ocultaba tras la espalda del matón «Bugsy» Siegel y se amparaba en la amistad con el indubitable “Lucky”, al cual hasta ahora le respetaban y temían.

En lo que se refiere a Lansky, Vito decidió no apresurarse. Pero, en cuanto a Anastasia, ya no se podía demorar más. De otra manera, el jefe del clan de asesinos profesionales personalmente se las arreglaría con él. Vito con anticipación entabló contacto con uno de los “capos” de la familia de Anastasia, Carlo Gambino, prometiéndole respaldo en el caso de que liquidara a su jefe. Pronto Alberto Anastasia desapareció. Encontró su muerte en una peluquería. Carlo Gambino encabezó su propia familia y Genovese podía tranquilamente dirigir la mirada a Cuba y así impedir que Meyer Lansky gobernara indivisiblemente la isla. El rey del “gambling” estaba en guardia. Luego regaló a Batista el hotel “Nacional”, en La Habana, y prometió pagar tres millones de dólares al año reservándose el derecho exclusivo de repartir los terrenos para edificar hoteles y casinos en el litoral cubano.

Pero hasta ese momento había aún tiempo de sobra. Casi cinco años. Mientras tanto, Lansky y los socios tuvieron que luchar contra Genovese. Menospreciaron su audacia. En 1948, Vito logró entablar amistad con el nuevo presidente de Cuba, Prío Socarrás. Sin embargo, las ambiciones de Vito de ninguna manera dominaban sobre su previsión. La victoria provisional sobre Lansky y otras familias neoyorquinas estaba dispuesta a cambiarla por un armisticio a largo plazo, con la condición de que se le concedieran iguales oportunidades para blanquear los beneficios en la isla de los prostíbulos y casinos.      El acuerdo para organizar la revuelta, encabezada por el “sargento de bolsillo” de Lansky, Fulgencio Batista, Genovese lo aprobó solamente en 1952 tras el exitoso atentado contra Albert Anastasia y las palabras de Joe Bonano, que aseguró que ni Lansky ni nadie más se pondría a obstaculizar el business hotelero y el negocio de apuestas de Vito en La Habana, así como también atentar contra la vida de su “amigo” cubano Prío Socarrás. Además, sabiendo las prioridades de la organización de Genovese, se declaró que la familia de Bonano no admitiría la venta de drogas: “Uno puede relajarse sin esta mierda cuando hay tantas “terneras” y ron.”

El “legítimo” presidente derrocado, aunque adquirió una imagen estable de ladrón, podía servir en el caso de que el dictador empezara a rebasar todos los límites. De tal modo, Vito convenció a los jefes de las otras familias que ellos necesitaban a Prío vivo. En eso quedaron de acuerdo. En la época de Batista, Vito edificó un hotel con un casino en La Habana. Transcurrían los años, y el dictador no lo irritaba, podemos decir, que luego, pasados los años, podía ser ofrecido Socarrás al feroz Fulgencio y a los colegas de la mafia. Echa un hueso al perro y se olvidará de la pechuga de pato.

Dejó de existir la necesidad de Vito de contactar con Socarrás, aún porque los competidores no se resistían a sus contactos directos con Fulgencio, sin la mediación de ellos. Este galgo resultó ser un buen chico. Espacio bajo el sol había para todos. Cuba era una “mina de oro”, cada año iba convirtiéndose en un auténtico “El Dorado”. La dictadura de Batista servía a todos los que tenía dinero.

No era casual que apostaran por él. A diferencia del ladrón-liberal Socarrás, el “mestizo rabioso” podía asegurar la entereza de las inversiones norteamericanas, aplastar cualquier heterodoxia y romper la oposición en el huevo. Para estos fines disponía de un ejército de cuarenta mil personas, armado con el dinero de la mafia.

Quien, en aquella época, en 1947, en el carnaval, cuyo motivo oficial era crear el Comité de Amistad Americano–cubana, pudo pensar que la vida del siguiente, a continuación, destronado presidente de Cuba, el aristócrata Prío Socarrás, sería salvada, en cierto grado, gracias a la revolución. En la multitud de miles de pazguatos estaba parado un altaricón forzudo con facciones correctas de la cara y con una mirada ojimorena ardiente, al cual le estaría predestinado encabezar la revolución. Mirando el aquelarre, organizado por los gánsteres y oligarcas, el muchacho dijo entre dientes con odio:

– Los yanquis ahora se limpiarán las botas con nuestra bandera. Para ellos nuestra bandera es solamente una toalla en una guarida, en la que están convirtiendo nuestra isla…       Pasados algunos años, bajo la dirección de este joven, los cubanos expulsarán a todos los que hoy han estado dirigiendo este carnaval ejemplar. Batista apenas se quitó de en medio, salvando su vida. Rockefeller perderá sus refinerías de petróleo, plantaciones de café y tabaco. Los latifundistas quedarán sin los inmensos campos de caña de azúcar. Meyer Lansky, yéndose precipitadamente, olvidará en la isla el maletín con quince millones de dólares en efectivo y se despedirá de la esperanza de recuperar sus inversiones. En Cuba, el que menos sufrió de toda dicha epopeya fue Vito Genovese, pero solamente debido a que, para el momento de la marcha triunfal de los rebeldes barbudos, en julio de 1958, él ya habrá sido acusado en la venta de drogas y encarcelado en los EE.UU. Hasta la victoria de la revolución quedaban doce años…

Mientras que a bordo del buque de seis cubiertas los yanquis examinaban con arrogancia la infinita hilera de faroleros, bailarines con molinetes de diferentes colores y banderines acoplados de Cuba y Estados Unidos. Así mostraban la hospitalidad del pueblo hacia los huéspedes forasteros. Es verdad que los visitantes inicialmente pretendían desempeñar el papel de anfitriones. Estaban dispuestos a dictar a los aborígenes las nuevas reglas de la vida, cuya universalidad se demostraba no mediante referendos, sin acudir a una civilización altamente desarrollada, sino valiéndose del dinero. ¡Perlas en enorme cantidad! Eso apestaba a cadáveres, pero ninguno de ellos lo notaba. En efecto también eran difuntos. Solo eran vivos nominalmente. Y no a largo plazo…

Los negros semidesnudos cuerpo arriba rompieron a golpear las congas africanas y las percusiones. Centenares de bailarinas casi desnudas, en exóticos trajes de plumas, se pusieron a agitar las nalgas al son de los tambores…

Los mafiosos, uno tras otro bajaban, por la escalerilla a la alfombra de pasillo. Tronaron los cañones. El jefe de la sección de la guardia honoraria, no se sabe por qué, asustado, hizo el saludo militar. Batista dio un taconazo. Aún siendo todavía presidente, San Martín llevó la mano a la visera por inercia e hizo entrega a los norteamericanos en una almohadilla la llave simbólica de La Habana, lo que sirvió de señal para hacer soltar fuegos artificiales y cometas. Las puertas de la ciudad, que durante toda su historia se consideraba ser una fortaleza invulnerable, en esta ocasión las abría voluntariamente a unos intrusos. La multitud alborozada sonreía a mandíbula batiente. Los que pierden el orgullo se convierten en lacayos de los que prefieren la altanería, al orgullo.

La única persona que no se regocijaba era un muchacho alto con pelo negro ondulado, cuya cabeza se elevaba como un pico inalcanzable sobre las coronillas de un bosque humano mixto. Acababa de cumplir 20 años, no se cohibía expresándose, y no intentaba siquiera contener su cólera.

– ¿Acaso ustedes son ciegos? ¡No ocultan su desdén hacia ese miserable payaso! – en voz alta declaró este, lo que asustó horriblemente a la gente parada al lado. Se echaron a un lado de él, como si fuera un leproso y se desvanecieron por los lados.

Transcurridos unos instantes, junto al mozalbete ya no había nadie. Los circundantes miraban con la boca abierta al hombre robusto, locuaz, estando a una considerable distancia, sin desear meterse en una discusión con el joven imprudente, ni aún más llamar a la policía que había inundado ese día El Malecón. Sin embargo, la curiosidad ya no es síntoma de indiferencia.

De repente, “el gigante” sintió el roce de una mano delicada de una chica. Le tiraba de la mano una hermosa rubia, parecida a un ángel bueno, pero muy frágil. Lo arrastraba tras sí, apartándole de los espectadores tuturutos.

– ¿Para qué te expones a tal riesgo? – preguntó ella tras haber alejado al orador de la multitud que le rodeaba a una distancia conveniente.

– ¡Te es grato ver cómo a los cubanos los están convirtiendo en gente de segunda, solamente por ser más pobres! – pronunció apasionadamente estas palabras el guapo joven cubano.

– No pareces ser pobre. Hablé con muchachos más pobres que tú – miró la chica evaluando su ropa y el calzado.

– Soy hijo de un latifundista, pero eso no cambia nada. Toda nuestra tierra pronto lo comprarán los yanquis a precios casi regalados. Y los que se negarán a venderla, ellos quedarán enterrados ahí.

– ¿Hijo de un latifundista? – volvió a preguntar la joven.

– Sí, soy hijo de Don Ángel Castro y Lina Ruz González. Me llamo Fidel Alejandro, ¿y cómo te llamas tú?

– Soy Mirta Díaz-Balart – se presentó la muchacha – Pero si eres hijo de un latifundista, entonces, probablemente tu familia recibió la invitación a la fiesta benéfica, que organiza el presidente San Martín en el hotel “Nacional” en honor de los gringos, amigos de Cuba.

– ¿Los amigos de Cuba? – Fidel frunció las espesas cejas y refunfuñó como una cobra – Cuba tiene solo dos amigos, el honor y la dignidad. Créeme, el demagogo que lame las botas del gringo, aunque él sea tres veces profesor, no podrá por mucho tiempo engañar al pueblo. Nuestro presidente es un muñeco de cartón piedra, el cual, de un momento a otro, ha de ser quitado de la muñeca y lo cambiarán por otro nuevo. Los marionetistas verdaderos le enseñarán al nuevo muñeco a asimilar varias cosas, ladrar lo más alto posible a su propio pueblo, saludar sonriendo a los dueños y sin piedad aniquilar a aquellos que atentan contra la propiedad de los norteamericanos.

– ¿Siempre estás tan furioso? ¿O solamente al ver a los gringos bien mimados, mejor vestidos que tú? – Mirta interrumpió las palabras del joven.

– ¿Y tú siempre eres una tonta o te convertiste en ella en el momento cuando tomaste otro color, el de pelirrubia? – se lo dijo groseramente Fidel e inmediatamente se largó lo más lejos posible de la procesión de carnaval, y yéndose decía irritado, – ¿Hay alguna diferencia si miramos lo que lleva puesto una persona? Se puede toda la vida llevar la misma ropa, lo principal es que esté limpia y planchada como una guerrera militar… La señorita ofendida quedó inmóvil unos instantes, como si estuviera inmersa en una orgullosa soledad, luego lanzó al vacío:

– ¡Grosero, soy rubia natural! ¡Vete al Diablo! Tengo que prepararme para la fiesta.

Habiendo tragado la injuria, Mirta se fue a casa. Allí la esperaba una manicura y la modista con nueva ropa hecha. La costura del muy caro ropaje se lo pagó generosamente su tío rico, futuro ministro del gobierno de Batista.


* * *


Aproximadamente para las ocho de la noche hacia el “Nacional” empezaron a arribar las limusinas. De la mano fácil del presidente titular toda la élite de cubanos, los grandes terratenientes, los políticos, los militares, la bohemia vino a presentar sus respetos a los inversionistas norteamericanos. A todos les ofrecían torta y café. Los camareros con lazos llevaban en las bandejas copas con champaña francés.

Las chicas con sombreros hongos y fraques puestos al cuerpo desnudo ofrecían whisky escocés. El tradicional ron cubano lo servían en el lobby-bar. Se suponía que los gringos que aún no tuvieron tiempo para probarlo, se juntarían en la barra. Mientras los locales preferirán beber bebidas extranjeras.

La banda de jazz ejecutaba a las mil maravillas “Sun Valley Serenade”. Frank Sinatra para el público de acá no era una gran estrella, pero como animador actuaba bastante bien.

Y si no fuera así, quién entonces aquí podría tomar en consideración a los reyecillos patrios.       Gradualmente, a eso de las doce de la noche, el papel de los cubanos se estrechó en infinitas aseveraciones y juramentos de fidelidad a las autoridades, así como mostrar la hospitalidad a los yanquis. Ciertas esposas de los nuevos ricos, aquellas que se veían arreglar sus vestidos, expresaron así su amabilidad en una muy original forma, directamente en los apartamentos del hotel. Los “gringos” estaban contentos.

Sinatra, no se sabe por qué, no invitó al micrófono al presidente, sino al coronel Batista. El efecto de tal sorpresa hizo desembriagar a la élite local, había quedado claro a quién los forasteros daban preferencia. La alusión explícita era igual a una humillación pública a San Martín.

– ¡Señoras y señores! – empezó de manera muy animada el futuro dictador con una copa en la mano. Batista no se sentía molesto en cuanto al presidente, que se había turbado. Tales minucias no le incomodaban nada. El brindis valía mucho. ¡Eso sí!… Todo ha de ser correcto. Es importante, – Me conocen a mí como un partidario acérrimo de la democracia y adepto devoto de la ley. Estoy orgulloso de que mis convicciones las forjé en el mismo lugar donde recibí mi educación. Era una academia militar que se extendía apenas a noventa millas de nuestro país, en un enorme estado amistoso, baluarte del mundo libre y un escudo seguro contra la peste comunista, nuestro gran vecino del norte, ¡Estados Unidos de América! ¡A la salud de nuestros amigos!

Él terminó muy inspirado, y la multitud se puso a aplaudir. Todos menos una persona…

Mirta se equivocó cuando supuso que el padre de Fidel, don Ángel Castro Argiz, recibiría las invitaciones para la velada en el “Nacional”. En primer lugar, don Ángel vivía en la lejana provincia de Oriente, en segundo lugar, era un terrateniente de recursos medios, poco destacado para el público capitalino, además, poseía una mísera instrucción, aunque de manera muy activa abordaba la política. Tercero, siendo villano de origen, inmigrante de la paupérrima provincia española de Galicia, Ángel llegó a alcanzar todo en la vida valiéndose de su listeza humana y las cansadas manos callosas. El ex campesino gallego se sentía incómodo, hallándose entre los altaneros herederos de enormes latifundios, a pesar de tener sus abundantes cosechas de caña de azúcar, las que se hicieron leyendas en las inmediaciones de Santiago.

Los chismosos solían decir que don Ángel estaba ganando hasta trescientos pesos al día. Esta información originaba una insana obsecuencia con relación a su hijo Fidel en las almas de los condiscípulos del niño en el Colegio de la Orden de los Jesuitas.

Hubo un período que, a este emprendedor hombre de negocios, que poseía la más lujosa y magnífica vivienda, lo frecuentaban los politicones de Santiago. Estas conversaciones y promesas fácilmente convencían al confiado don Ángel que este ofrendara considerables sumas a las campañas electorales. Como resultado el dinero, que logró alcanzar con sudor y noches sin sueño, desaparecía en la nada.

No hay mal que por bien no venga. Tras estos contactos absurdos don Ángel se puso, por fin, a prestar oído al raciocinio y a la exhortación de su cónyuge semianalfabeta, oriunda de la provincia de Pinar del Río, Lina Ruz González. La querida esposa consiguió alcanzar el fin deseado, deshabituó a los huéspedes chinchorros y pedigüeños y le quitó las ganas a su esposo de meterse en proyectos dudosos.

El miedo ante los engreídos alfabetizados don Ángel lo llevaba por dentro. Por eso doña Lina no tenía que persuadirle para que asignara dinero a la educación de los chicos. La ambición por el saber se hizo culto en la familia de Castro. Los niños agradecidos pagaban a los padres cuidadosos con su aplicación en los estudios.

El graduado del colegio católico “Belén”, el hijo de don Ángel Castro y doña Lina Ruz, Fidel, junto con el diploma de graduación de la institución docente jesuita recibió del rector monseñor Savatini un diploma de despedida, en el cual se decía: “Fidel Castro Ruz pudo ganarse en el colegio una plena admiración y el amor. Quiere dedicarse a las ciencias jurídicas, y no dudamos que en el libro de su vida inscribirá numerosas páginas maravillosas…”13

En 1945 Fidel se hizo estudiante de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana. Teniendo en cuenta el único defecto de su padre, al cual podían embrollar los granujas de vasta cultura, y, habiendo heredado de su madre la insaciable pasión por los conocimientos, Fidel muy temprano se aficionó a la lectura. Hasta emprendiendo viajes lejanos, por ejemplo, hallándose en la tempestuosa Colombia, insubordinada al régimen pro americano, en la mochila de uno de los líderes estudiantiles de La Habana, cuyo apellido era Castro, apenas cabían cuidadosamente encordeladas pequeñas pilas de libros de literatura e historia. Los amigos se reían del ascetismo y los cachivaches del joven, ya que en realidad creía que podría sustentarse por veinte centavos al día, sin que nada le faltara…

Risa con risa, pero en una celda solitaria, en un calabozo de la isla de Pinos – réplica funesta de la prisión estadounidense de Sin-Sin – precisamente el amor abnegado a sus acompañantes-libros, que embellecían la reclusión forzada y ayudaban a olvidar el completo aislamiento, en cierta ocasión ese amor le salvó la vida. El celador, que había recibido la orden de envenenar al caudillo de los rebeldes, se compenetró de gran respeto al preso audaz después de un caso increíble…

Aquel día en la isla se desató un huracán terrible. El cielo expelía truenos y ráfagas, sollozando con una incesante lluvia tropical. Pues, en ese momento del cataclismo, cuando el agua brotó de todas las redendijas y fisuras en las cámaras, el recluso Castro lo primero que hizo fue lanzarse a salvar sus libros. Fidel, habiendo sido advertido por el fallido asesino, rechazó el bodrio de Batista, y declaró el inicio de una huelga de hambre contra las condiciones inhumanas del mantenimiento de los detenidos.

Luego le permitirán verse con Mirta, y ella, como siempre, se pondrá a convencerle de que reniegue de esa “lucha desprovista de sentido” y reconozca la legitimidad de la junta a cambio de la amnistía. Fidel hizo para sí una observación muy notable a partir del lejano momento del encuentro entre ellos en el hotel “Nacional”, la apoliticidad de la chica no sufrió ningunos cambios visibles. Aquella fue la primera cita de los dos. La que se había dividido en dos encuentros en un solo día. Era un día de agosto de 1947. Fue muy fogoso, hasta demasiado fogoso…

– Eres tú de nuevo, y vuelves a destacarte de la multitud, no solo por la estatura, sino por un muy marcado desprecio hacia el orador – Fidel se alegró al oír una vez más la vocecita de la rubia “caquéctica” huesuda.

– Orador – eso no se refiere a él. Es simplemente un can, que brinca en las patitas traseras esperando recibir un huesito grasoso – saludó fríamente a la nueva conocida.

– ¿Tú viniste a contemplar una función de circo? ¿Es que tú en realidad eres indiferente a tales juergas, qué estás haciendo entonces aquí?

– ¿Puede ser que vine esperanzada de verte? – hizo pasar la conversación a otro plano el “macho” – estudiante de derecho de segundo año, que llevaba bigotes ralos – lo que desconcertó a la estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras.

– ¡Para qué necesitas a una tonta de nacimiento, es que nací rubia! – con desafío lo dijo la chica.

– No sé por dónde empezar. Se acumularon dos causas enteras para que yo acuda aquí invitado no invitado.

– ¿En qué sentido no invitado – no comprendió Mirta – acaso tu familia no recibió la invitación?

– No.

– ¿Cómo entraste sin ella?

– La robé.

La respuesta hizo sonreír a la guapa. Él no tergiversaba la verdad. La invitación ingresó en la Universidad de La Habana en un solo ejemplar y llegó a nombre de un líder formal de una organización juvenil que no gozaba de autoridad. Los estudiantes radicales no reflexionaron mucho rato, quién debía ir a la velada. Se había decidido aprovechar la tribuna para hacer una declaración política. No encontraron tiempo para organizar una acción, pero el ardor revolucionario acaloraba la sangre joven.

      Mientras tanto, Mirta ardía por enterarse de cuáles eran las dos causas que motivaron a este galán a visitar el hotel “Nacional”, donde se había reunido una tan desagradable compañía para él:

– Ahora relátame acerca de los dos motivos que te empujaron a venir a esta cloaca de aduladores y payasos. ¿Espero que la causa primordial sea yo? ¿Probablemente querías verme para disculparte por la grosería tuya?

No tuvo tiempo Mirta en recibir, aunque sea una mínima respuesta, y en ese instante entró con violencia en el hotel, aullando y ululando, una bandada de representantes de la vanguardia revolucionaria del estudiantado de La Habana. Unas cuarenta personas, principalmente jóvenes no mayores de veinte años, se precipitaron al vestíbulo, arrollando en su camino a los guardias, porteros y maestresalas, gritando consignas antigubernamentales, tirando contra los burgueses y plantadores tomates podridos.

– ¡Esta es… la causa principal! – gritó con furia Fidel, y, dispersando al público con los codos, se dirigió a la escena.

Le atajaron el camino mocetones robustos de la seguridad personal de Grau. Al lado de la tribuna se entabló una pelea. Los compañeros de Fidel llegaron a tiempo para prestarle ayuda.

La mímica no adecuada de los músicos de la banda de jazz y la confusión del animador contrastaban con el empuje seguro de los golfos. Se ofreció a aplastar el ataque de los rufianes desaforados el edecán de Batista, enfurecido del impacto directo del tomate a su nuevo uniforme de gala. Disparó hacia arriba con una pistola tipo “Beretta”, pero acertó desafortunadamente en una enorme araña de cristal. Una lluvia de trocitos empezó a caer sobre el público, que hace poco tiempo se veía muy pausado, lo que conllevó a un desenfrenado atropello lleno de pánico entre ellos. Varias damas cayeron desmayadas y sus esposos intentaban torpemente portarlas lo más lejos posible de la bacanal. El poco exitoso tirador, habiendo advertido que, a su patrón, al presidente, y a la delegación de los huespedes los apartaron muy lejos del pecado, concibió que no había ante quien hacerse el héroe, y se dirigió a pedir refuerzos.

Habiendo alcanzado la tribuna con el escudo de Cuba, uno de los jóvenes patriotas arrancó del mástil decorativo la bandera estrellada a rayas, la arrugó y la tiró a la multitud. Luego vociferó algo al micrófono, que no tenía nada que ver con el momento de la acción, sería algo sobre la flora y fauna. Solo comprendido por él, su lenguaje de metáforas profundas resulto ser inaccesible al auditorio, por su contenido como tal, y tampoco porque alguien ya había desconectado los micrófonos. La decepción no doblegó al joven, aspiró un metro cúbico del aire y vociferó a grito pelado:

– ¡Gringo! ¡Go home!

Esta réplica la comprendieron todos, periódicamente, o, aunque sea una vez en la vida, la pronunció cada uno, pero en total el “speech” no fue exitoso. Al fallido Cicerón lo hicieron bajar de la tribuna tres pares de manos velludas. El vestíbulo lo inundaron los policías y los militares con fisonomías sombrías y gente vestida de paisano con jetas de shar-pei. Los civiles daban órdenes a los que llevaban uniformes. A los alborotadores pronto los hicieron retroceder hacia la salida. Ahí les dieron una buena paliza aplicando las porras. A alguno de ellos le ataron las manos y los cargaron en los coches de la policía y en un camión militar.

Fidel de nuevo evitó el arresto. Es que los que intentaban doblegarle se hallaban tendidos en el parqué lacado, contrayéndose del dolor, como si fueran Bandar-logs, enganchados con la pata del temible oso Baloo.

¿Y Mirta qué?… Ni un solo paso se separó del héroe alocado. Apenas se hubo aclarado que la acción espontánea de los estudiantes fracasó estruendosamente, y el orden en el hotel poco a poco iba restableciéndose, ella, sin incomodarse, lo tomó del brazo y lo condujo a la salida.

Una dama de ciertos kilos encima, en un vestido de gala, de repente, refunfuñó a espaldas y luego lanzó un chillido, mostrando con un abanico plegado en dirección del fortachón:

– ¡Este es su dirigente! ¡Este es su guía! ¡Ese joven robusto con bigotes asquerosos!

Es bueno que las exclamaciones de la señora desaparecieran en ese griterío. La misma Mirta, como un gato salvaje, refunfuñó de manera amenazante a la delatora. Aquella, sin encontrar respaldo, desplegó el abanico y se puso a agitarlo, siguiendo resoplando de calor o de rabia.

El edecán de Batista arribó con un refuerzo, finalizando ya el espectáculo. No pudo interceptar a su ofensor, al lanzador de tomates despeluzado. Tuvo suerte el hooligan. Si lo hubieran agarrado, lo primero que habrían hecho con él, lo obligarían a lavar a mano el uniforme estropeado.

– ¡A rodear el hotel! ¡Dispérsense por el perímetro! – iba dando sus órdenes tardías a los soldados, mirando de un lado a otro en busca de su patrón…

En lo que se refiere a Fulgencio, esa insolente acometida de los desbocados radicales favoreció a su política. Meyer Lansky y Sam Giancana una vez más pudieron convencerse de la incapacidad del presidente Grau de evitar tales intervenciones por parte de los extremistas. Es que justamente la travesura proveniente de la juventud desarmada y de cara amarilla diríamos que son unas “florecitas” en comparación con las “bayas”, que representan una amenaza real de la oposición de izquierda.

– Él nunca pudo vaticinar un fenómeno y adelantarse a él – el ex escribano-parvenú del estado mayor a sus dueños norteamericanos.

– ¿Podrás hacerlo? – Lansky le miró como fiera carnívora.

– He sido creado para esto – le aseguró Fulgencio – haré pudrirse a esos holgazanes en las prisiones y voy a castigar a los incitadores de los desórdenes. Los fusilaré sin juicio alguno. Crearé una estructura especial destinada a cazarlos. Abriré la temporada de caza de los rojos.

– En este caso no te diferenciarás en nada del dictador Machado y te derrocarán también – expresó su opinión Sam Giancana.

– No te olvides que Machado en el año 1933 huyó a las Bahamas justamente gracias a nuestro amigo Fulgencio – le hizo recordar Lansky, satisfaciendo así a Batista y añadió – Está bien, te haremos presidente y te regalaremos este lujoso hotel “Nacional”. Pero recuerda que hemos gastado y aún gastaremos aquí cantidad de dinero. Hay que decir que de manera argumentada exigiremos la protección de nuestras inversiones en tales proyectos.

– El ejército de Cuba está a vuestra disposición – como si hubiera dado parte Fulgencio conmovido.

– Y a tu disposición tienes a la “Cosa Nostra” – se sonrió Sam. Esa réplica venía oliendo a intimidación. Pero Batista no temía enfrentarse a la responsabilidad. Él sabrá cómo ganarse los favores y ante la mafia, y ante la CIA, cuando reciba el poder ilimitado sobre su propio pueblo. Estaba dispuesto a santificar su juramento de lealtad a los que donan el poder con sangre. No con la suya, sino del altar de sacrificios humanos. Sus antepasados, indios de la tribu siboney, hallándose en un estado de éxtasis religioso, no registraban cuántos serían los sacrificados que deberían satisfacer a sus ídolos.

– ¡Capo, aquí hay alguien! – uno de los guardaespaldas informó eso al jefe. Giancana se apartó bruscamente de los arbustos, donde vio en ese lugar una visible agitación. Otros dos guardias ya habían sacado sus revólveres para rechazar el ataque y proteger a Lansky y Giancana. Fulgencio también sacó de la cañonera su pistola, con una empuñadura incrustada y un grabado con la imagen de una, única en su especie, mariposa cubana en el cañón y tomó la pose de guardaespaldas.

– ¡Jefe, aquí en los arbustos hay una dulce pareja! – se sonrió un gánster desdentado.       Mirta, en un abrir y cerrar de ojos se orientó debidamente en la situación y cubría de besos a Fidel. Sea como sea, no diríamos que él intentaba oponerse. Al contrario, a los oradores le gusta besarse con las chicas guapas.

– ¿Mirta Díaz? – Batista hizo grandes ojos de la sorpresa – La conozco. Es la sobrina de mi futuro Ministro del Interior. ¿Con quién estás?

– Es mi amigo, Fidel. Es el hijo de un latifundista de Birán – con un tono suplicante susurraba la chica – no se lo cuente, por favor, a mi tío y a mi padre.

      "Por favor" en sus labios sonó con aire suplicante y servicial. A Fulgencio eso le pareció la única y verdadera entonación en este caso concreto. Naturalmente, no se pondrá a desenmascarar a la jovencita ante el severo padrazo, otra vez exhibirá la condescendencia, la cual no le costará nada.

Giancana perdió el interés por la pareja descubierta y habiéndose despedido de Lansky y Batista, se dirigió a sus apartamentos. Mientras Lansky mostró una mayor curiosidad.

– Parece que el joven “perdió la palabra” – picó este a Fidel – ¿Do you have an invitation?14

El joven permanecía callado. Esto podía ser solamente entendido porque él no dominaba el inglés. La chica suplicaba a Dios que el muchacho no se descubriera. Pero, parecía, que de ella ya nada dependía. Se acercó a Batista corriendo su edecán jadeante. Probablemente, para reportar algo. Pero al ver a la persona bigotuda, a este le indicó con el cañón de la “beretta”, expresándose así:

– ¡Este es el caudillo de los rebeldes! – él quería arrestar a Fidel, pero Batista hizo parar con un gesto a su subordinado ardiente, se aproximó muy junto al joven Castro y le susurró al oído:

– Si es así, estoy muy contento de conocer al caudillo.

Fidel seguía guardando silencio. Batista una vez más lo perforó con su mirada, miró severamente a Mirta y guiñando a Lansky, que no comprendía ni una palabra en español, sentenció más bien para el edecán:

– Es poco probable que lo diga.

Meyer Lansky esperaba las explicaciones.

– Señor Lansky, mi edecán por todos lados ve a conspiradores ocultos – tomó del brazo a su protector, apartándole de Mirta y de su acompañante – los hijos de los ricos no son peligrosos para nosotros. En sus cabezas sopla el viento.

– El viento comunista – le corrigió Lansky, descontento de que el rebelde haya podido evitar el castigo merecido, como si lo presintiera – en un futuro no lejano habrá hechos desagradables ligados con este hombre callado. Como si mirara en el agua.

Fidel nunca se reputaba de ser una persona callada, pero Batista, muy seguro de sí mismo, ni esta vez, ni en las veces posteriores, no apreció debidamente al joven robusto, considerándole un advenedizo torpe, a semejanza de decenas de tales gritones del partido de “ortodoxos”, de la Federación de Estudiantes Universitarios, del así denominado “Directorio Revolucionario”. Además, el larguirucho estúpido, sin saberlo, le hizo un gran favor, poniendo de manifiesto a sus socios toda la incapacidad de los presidentes civiles.


* * *


El 10 de marzo de 1952, Batista, valiéndose del dinero de Lansky y Giancana, dio un golpe de estado. El pueblo estaba en shock, el presidente legítimo huyó a los EE.UU., aunque el putch venía revelándose en los medios. Pero Batista, justificando ante los norteamericanos la reputación de una persona de acción, de “mano fuerte”, cerró los periódicos “Hoy” y “La palabra”, las revistas “Mella” y “La última hora”. La gente de Fulgencio llevó a cabo un ataque al programa televisivo “Universidad en el aire”. Lo destruyeron y golpearon cruelmente a los corresponsales. Para que sea completo el acto, este suspendió una transmisión de TV – absolutamente inofensiva, que no sería clasificada como neutral, sino contemplativa – “Ante la prensa”. Fue hecho por si las moscas.

La prensa norteamericana, llevada de la mano de Lansky y las familias neoyorquinas, justificaba la actividad del dictador, ligándola a la necesidad de organizar una severa resistencia a la difusión de la peste comunista. La guerra fría      se hallaba en pleno apogeo y favorecía a la política de Batista y de la mafia. Se estableció una dictadura.

Fidel resultó que se hallaba en la cárcel tras el intento fracasado del asalto al cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, el 26 de julio de 1953. A ciento treinta y cinco sublevados se le oponían dos mil soldados del ejército regular. Decenas de compañeros de lucha de Fidel fueron asesinados cruelmente por la soldadesca. Quedó vivo milagrosamente, y tras las rejas esperaba el juicio. El líder rechazó al abogado. Decidió defenderse a sí mismo.

En las audiencias del asunto №37 de 1953 presidía la sesión un tribunal extraordinario. Precisamente aquí no nació un líder de una separada banda de insurgentes, sino un político a escala pancubana. “El Movimiento 26 de julio” se dio a conocer por la boca de su líder, como una fuerza real en Cuba. El discurso acusatorio en su defensa, lleno de un enojo justo, maravilló hasta a los lameculos de Batista y fue acogido con entusiasmo por el pueblo.

El 16 de octubre, en una pequeña sala de una escuela de enfermeras adjunta al hospital “Saturnino Lora”, se celebró una farsa judicial sobre Castro. Él ya había sobrevivido a dos atentados fallidos en la celda de arresto del municipio, donde lo colocaron en una cámara individual. Cuando se irguió en toda su estatura, llevando una toga descolorida, ante sus acusadores, aquellos comprendieron que en vano le permitieron hablar a Castro. Pero ya era tarde.

      Su discurso duró mucho más que el del procurador, que motivó la necesidad de encarcelar a Castro a 26 años de prisión, se limitó a hacerlo en dos minutos. En realidad, a la brevedad le da igual de quien hermana ser: del talento o de la dislalia. Fidel necesitó varias horas para exponer su opinión, y nadie se atrevería a interrumpirle, ya que él decía la verdad. No obstante, el procurador varias veces lo interrumpió con réplicas maliciosas, repugnantes comentarios y preguntas mordaces. Las respuestas del arrestado hicieron alzar a este ante los ojos de los soldados que lo escoltaban.

– Acudimos a la violencia de manera forzada, como lo hacían los héroes cubanos. José Martí, ideólogo inspirador de nuestro asalto.

Alzamos la mano a los que realizaron la revuelta militar contra la Constitución y el poder legítimo, porque no veíamos otro medio de luchar contra la junta criminal. Podemos justificar nuestro proceder no solo desde el punto de vista moral, sino en el plano jurídico. Siendo jurista, envié a la Corte Suprema del país una denuncia sobre la usurpación ilegal del poder por el general Batista. Mi queja fue ignorada por el juicio, aunque, si tomamos el total de los crímenes cometidos por Batista, a este se le debería condenar a cien años de prisión. Eso me convenció a mí y a mis partidarios en tomar las armas en las manos, ya que era imposible cambiar algo en el país recurriendo a otros medios.

Si los órganos del poder público no resultaron ser capaces de enfrentarse contra los rebeldes militares, y el ejército pasó al lado del dictador inmoral y bajo la dirección de este realizó un golpe de estado, eso significa que el pueblo no solamente puede, sino ha de armarse y conquistar la independencia con las armas en las manos. ¡El pueblo tiene derecho a sublevarse contra la tiranía!

1

"santeros" – descendientes de los esclavos, principalmente mulatos, seguidores del culto pagano “santería”, es de origen africano.

2

Krimilda es un personaje de la obra épica germánica el Cantar de los nibelungos

3

Odín (nórdico antiguo Óðinn), también llamado Wotan o Woden, es considerado el dios principal de la mitología nórdica, así como de algunas religiones etenas.

4

Algunas palabras tontas en alemán e inglés

5

Chico – se usa solamente en Cuba

6

A fines de los años noventa la estrella del fútbol Diego Armando Maradona realmente arribó a Cuba, invitado por Fidel Castro para pasar un curso de cuatro años de rehabilitación contra la drogadicción.

7

Zunzuncito – pájaro mosca, o elfo de las abejas (Mellisuga helenae) es la especie más pequeña de los colibríes y de las aves en general.

8

La Dirección de Inteligencia o DI, anteriormente conocida como Dirección General de Inteligencia o DGI es el principal organismo estatal de inteligencia del Gobierno de Cuba.

9

Hatuey – cacique de los indios. Encabezó la sublevación de 1511–1512 contra los colonizadores españoles. Fue hecho prisionero por la orden de Diego Velázquez de Cuellar fue quemado en la hoguera.

10

babalao – es título Yoruba que denota a los Sacerdotes de Santería materializaron en la práctica su sueño y no llegaron hasta el paraíso en la Tierra.

11

Las escorias son un subproducto de la fundición de la mena para purificar los metales.

12

Gambling – los juegos de apuestas implican arriesgar una determinada cantidad de dinero o bienes materiales en la creencia de que algo, como un juego, una contienda deportiva, etc., tendrá un resultado predecible.

13

La cita del libro de Moreno Rodríguez “Fidel Castro. La biografía”. Fue editado en 1959 en La Habana.

14

Do you have an invitation? – ¿Tiene Ud. una invitación? (ingl.)

90 millas hasta el paraíso

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