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III. Sobre los apellidos y los abuelos


El abuelo Guillermo Siguas

era un nómade como casi todos sus hijos, nietos y yo.


Era griego con quesos y cabras

(espero no recibir esa herencia que nos ha hecho tanto mal).

En tiempo de guerra le dio amor a una joven que después

sería su esposa.

Bajó como una araña y se refugió en tiendas y carpas,

se balanceó tanto en su hamaca

que vio a sus dos hijos en su cabeza.

Sacrificó cabras

(la carne seca era para las sequías)

y así vivió tristemente feliz

mientras su corazón vibró todo el tiempo

abrazando a cada hijo y también a su esposa.


Zacarías Siguas introdujo en sus libros

boletos y mucha lana.

Fue brujo del sol y de la luna

para una agricultura perfecta.

Su esposa era alta y con trenzas, se llamaba Juana.

Jamás la conocí

(me hubiera gustado)

—el gusto es mío, señora.

Solo la vi en un cuadro en blanco y negro,

tenía la mirada cansada, eso habrá sido en 1880.


Desde esa fecha recuerdo todo por intuición.

Como errante que no quiere nada

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