Читать книгу El camino del duelo. 2ª ed - Xavier Munoz - Страница 8

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Prólogo

Hace ya 13 años comenzaba mi andadura por ese kafkiano camino llamado “Duelo”. Sabía que iba a ser duro, pero estaba lejos de imaginar hasta qué punto lo sería, como lejos estaba también de saber cuál sería el final tras tanto sufrimiento.

La vida me había robado a quien más quería. Aquella dulce mujer con la que todo tomaba sentido y con quien compartí hogar, trabajo, hijos, sueños, ilusiones, frustraciones, proyectos,… Me había quedado desnudo y aterrorizado ante la vida.

Sin Marta a mi lado sentí que lo había perdido todo. Los primeros días fueron un deambular por la vida cual un autómata sin rumbo ni sentido. Hasta mis propias percepciones me resultaban extrañas y desconocidas casi en su totalidad, observándome a mí mismo consciente de que aquel no era yo.

¿A qué me enfrentaba?, ¿cómo podía haber un final feliz en aquel pozo de desesperación y sin sentido en el que me hallaba, si con su pérdida también me había perdido yo?

La primera noche, la primera semana, el primer mes, el primer año,… y, con ellos, el primer aniversario, las primeras Navidades, los primeros Reyes, Semana Santa, Verano,… Un sinfín de fechas cargadas de dramatismo y dolor inhumanos, a los que enfrentarte sin más ayuda que tu propio ser interior. Un ser maltrecho que parecía no encontrar salida alguna, ni respuesta capaz de dar aliento a quien, desesperado, buscaba cualquier cosa a la que agarrarse, cualquier consejo, libro, palabra, … con tal de saber qué hacer y por donde tirar.

Desde entonces para acá ya han transcurrido 13 años. Hoy parecen muchos, y no sabría decirte si largos o cortos, quizás sólo esto, años hasta llegar a este momento en concreto, al hoy, un presente en el que el camino realizado te da aquella perspectiva y serenidad que nunca imaginaste llegar a conseguir jamás.

Parece mentira la enorme capacidad que llegamos a tener escondida en nuestro interior más profundo. Si en aquellos momentos hubiera imaginado o intuido su existencia, quizás hubiera sido todo un poco más llevadero, pero parece ser que sólo con el sufrimiento llegamos a aprender y crecer de verdad. Recorriendo este sendero nació mi libro “El Camino del Duelo. Aprendiendo a vivir después de una pérdida”, con la única intención de aportar mi experiencia a quienes se encontraran dando sus primeros pasos por semejante trayecto infernal. Sólo deseaba ser útil.

En su momento, y a pesar de mi formación académica, nada sabía acerca del Duelo. Había leído a la Dra. Elisabeth Kübler-Ross en su libro “La Muerte un Amanecer”, pero parecía no recordar ni estar en disposición de creer nada, a pesar de andar como loco buscando lecturas serias sobre la muerte y el duelo.

Poco a poco fui descubriendo más autores, así como la existencia de algunos centros especializados en el soporte a personas que estuvieran pasando por una pérdida, cosa que me hizo ver lo poco informados que llegamos a estar ante el reto de tener que afrontar una situación tan inevitable como dramática.

Como he dicho al comienzo de esta sección, han transcurrido ya 13 años, por lo que me veo en disposición de seguir contando lo sucedido, dado que estoy plenamente convencido de que puede ser de gran ayuda.

Lejos de intentar que nadie tenga que comprar el primer libro, he querido rehacerlo y ampliarlo con toda la experiencia acumulada durante estos años. Eso puede significar ofrecer una perspectiva bastante rica, a la vez que veraz, por lo que creo firmemente en su utilidad.

Espero y deseo de todo corazón que mi experiencia te sirva, y ojalá te ofrezca un poco de aire y esperanza.

Hoja de ruta

Si alguna vez alguien me hubiera dicho que un día como hoy estaría sentado frente al ordenador, dispuesto a escribir acerca del proceso del duelo, y que el contenido de este libro hablaría sobre mi propio discurrir por semejante senda, sencillamente no me lo habría creído.

Pero…, como suele ocurrir, no soy distinto al resto de la humanidad y, contra todo pronóstico, aquí me encuentro.

A pesar de todo, no quisiera que éstas fueran unas páginas de muerte y desasosiego, sino de amor y esperanza, porque a la muerte le ha salido un rival imbatible capaz de luchar hasta la extenuación. Ella quizás podrá acabar con todo, pero nunca con el amor. Al contrario que muchos otros sentimientos, éste no tiene fecha de caducidad, sino que vas a descubrirlo renovándose y creciendo a diario.

Este es, sin duda, el legado más precioso que me ha dejado la mujer de mi vida, a quien sigo amando más allá de la muerte física y a quien intento devolver, a través de mi evolución personal, solo una pequeña parte de todo lo que me ha dado y sigue entregándome a diario.

Hoy puede parecerte del todo imposible, pero te aseguro que, de la misma forma en que resulta inevitable recorrer este dantesco camino, también resulta inevitable llegar a un final en el que verás al amor vencer al dolor, tardes lo que tardes.

Introducción

Marta, mi queridísima esposa, falleció y, al morir ella, también lo hizo una buena parte de mí.

Como tantos otros, de la noche a la mañana me encontré abocado a una situación dantesca a la que “sobrevivir”. Sin disponer de recursos ni preparación alguna, fuera de mi propia capacidad de reacción, me hallaba frente a una realidad vertiginosa e inevitable. Para colmo, por si no hubiera suficiente con todo el dolor que rasgaba mis entrañas, pronto descubriría que incluso yo mismo me había convertido en un completo extraño para mí.

Con estas páginas desearía poder llegar a cualquier persona que, habiendo pasado o no por la pérdida de un ser querido, estuviera verdaderamente interesada en ahondar más en el verdadero significado de la vida y, ¿por qué no?, de la muerte. Esta vida tan valiosa que demasiado a menudo se nos escapa de las manos, sin que lleguemos a apreciar su grandeza, extrema belleza y significado.

Curiosamente, siendo unos seres cuya vida nos viene delimitada por dos acontecimientos cruciales, nacimiento y muerte, inconscientemente nos aventuramos a vivirla totalmente de espaldas a lo que ello pueda significar. Solemos andar totalmente a ciegas, y muchas cuestiones que podrían resultar básicas en nuestra forma de manejarnos por este laberinto al que llamamos vida, no acostumbran a formar parte de nuestros conocimientos y prioridades más absolutos.

La vida en sí es un regalo, y todo lo que acontece en ella debería ser foco de nuestra atención más intensa. Ella es lo más parecido a un árbol único e incomparable, un árbol de cuyas ramas cae una hoja a diario, una hoja inevitablemente irrecuperable. Caída ésta, nada ni nadie va a poder modificarlo, rectificar, o volver atrás para vivirlo de otra manera. Sencillamente ya no existe, y es de suma importancia no olvidar este detalle, puesto que solemos vivir centrados en “valores” y “obligaciones” que, muy a menudo, ocupan la casi totalidad de eso a lo que llamamos “día”. Trabajo, desplazamientos y obligaciones diversas suelen mantenernos ajenos a los verdaderos valores de lo que significa vivir plenamente.

Como muchos, yo tenía una vida “normal”. Me sentía felizmente casado, intentando aprender, crecer y ser mejor cada día. Apasionado por mi trabajo, buscaba encontrar aquello que, tanto en lo laboral, como en lo personal, pudiera permitirme alcanzar una vida de estabilidad y felicidad interiores.

Fallé estrepitosamente una y otra vez pero, a pesar de todos mis errores y limitaciones, que no han sido pocos, siempre fue intentando avanzar y ser honesto. Finalmente, después de muchas y grandes equivocaciones, apareció ella, un ser maravilloso con quien conocería muy de cerca el verdadero significado de las palabras amor y plenitud.

Mi esposa fue mucho más que esto. Se transformó en inspiración, soporte incondicional, confidente, amante, amiga, cómplice,…, participando plenamente de mi vida en todas y cada una de sus facetas. Compartíamos familia, trabajo, aficiones, proyectos, sueños… Aquello que para tanta gente resulta imposible, en casa fluía a diario, enriqueciéndonos incluso con las discusiones que, en más de una ocasión, también podían surgir.

Nuestros hijos vivían ya independizados y nos encontrábamos en un momento muy dulce y especial de nuestras vidas, ¡estábamos a punto de trasladarnos a vivir cerca del mar!, uno de nuestros grandes y anhelados sueños.

Pero…, un buen día, y sin previo aviso, como suele acaecer casi siempre en estos casos, algo empezó a ir mal. Sin tiempo a reaccionar, unas molestias en el abdomen nos pusieron frente a un hecho inesperado, increíble e irreversible. El cáncer había hecho mella en ella, invadiendo la totalidad de su precioso cuerpo.

En un abrir y cerrar de ojos, a sus 45 años pasó de ser una persona llena de vida, proyectos e ilusiones, a que una traidora metástasis le diera, como máximo, dos meses escasos de vida. Aquellos dos meses, tras luchar por vivir como nunca hubiera imaginado que nadie fuera capaz de resistir, terminaron por convertirse en dos años y cuatro meses, hasta que un 22 de octubre nos dejó definitivamente.

Con o sin tiempo para reaccionar, cuando la vida te pone frente a semejante situación, parece del todo imposible que nunca más puedas llegar a recuperarte mínimamente y volver a sentirte vivo. Todos tus esquemas interiores se van al traste. Lo que creías ser tu razón de vivir, y por lo que luchabas a diario, deja de tener ninguna validez, entrando en una fase de desconcierto y soledad fulminantes, donde te ahogas y desesperas hasta límites inconfesables. Nada va a volver a ser lo que era, nada va a tener el mismo significado, nada parece tener el más mínimo sentido, nada te interesa ni motiva y, a pesar de todo, tú sigues vivo y frente al peor de los retos, un día a día repleto de una profunda y salvaje dureza como nunca hubieras podido sospechar.

¿Qué hacer con tu vida?, ¿”vida…”, qué vida? ¿Cómo hacerle frente al nuevo día, si ya nada tiene sentido?, ¿existe alguna salida digna para ti?, ¿de qué manera encarar lo que te está por llegar, y cuyo contenido empiezas a intuir y a temer profundamente?

Desesperación y soledad extremas; desconcierto, enfado y angustia en dosis espantosas; miles de preguntas sin respuesta, llanto descontrolado,… no son sino parte de lo que se te avecina y, en mi más absoluta modestia, deseo que este libro sea capaz de ayudarte en el duro camino que empiezas a recorrer, a la vez que reconfortarte en la esperanza, puesto que, por mucho que hoy puedas creer como imposible e inalcanzable el que nunca más vuelvas a sentir la paz asentada en tu interior, te aseguro que estás lejos de imaginar en qué grado esto puede llegar a ser así.

Pero vas a tener que pasar por lo inevitable, pues parece ser que sólo así pueden ir creándose en tu interior las piezas de un nuevo puzle que, una vez terminadas, empezarán a encajar hasta dar forma a ese nuevo ser en el que vas camino de transformarte.

Para que sepas un poco más acerca de mí te diré que, en el momento de empezar a reescribir este libro, ya han transcurrido más de trece años desde la muerte de Marta. Tengo 65 años de edad y me jubilo en pocos días, lo estaré ya cuando leas estas líneas. He trabajado como psicólogo y asesor personal, y a fecha de hoy estoy involucrado en el acompañamiento al duelo, así como en la dirección de múltiples talleres de los que más adelante hablaré. A día de hoy sigo llevando a mi esposa incorporada en lo más profundo de mi ser, y su presencia constante me aporta una paz y una serenidad que nunca hasta el momento había conocido.

Siempre he sido una persona cargada de curiosidad y necesidad por ahondar en pos de respuestas que me permitieran conocer más a fondo la verdadera realidad del ser humano. Me había especializado en herramientas y técnicas de “auto control” y esto me había permitido observar centenares de experiencias en las que, a todas luces, mis semejantes me mostraron que somos mucho más de lo que pensamos.

Aquello que en la escuela fueron incapaces de hacerme entender, el trabajo me lo servía con todo lujo de detalles, y pronto llegaría a convencerme de que la frase “hechos a imagen y semejanza de Dios”, era mucho más cierta y palpable de lo que nunca hubiera imaginado. Evidentemente este se convertiría en uno de los principales contenidos en todas mis charlas y cursos, así como uno de los temas favoritos en nuestras largas conversaciones diarias.

El hecho de vivir y trabajar juntos motivó que a toda hora estuviéramos uno al lado del otro. Disfrutábamos una barbaridad hablando de nuestras cosas, paseando, jugando, bromeando, planeando cualquier actividad a desarrollar,… Pero aquello se había acabado para siempre, nada de lo que llenaba mi vida a diario iba a repetirse nunca jamás. Ella lo había sido todo para mí y, ya desde el primer momento, vi muy claro que no podría soportar su ausencia.

Estaban los hijos, esto es cierto, pero nuestra vida siempre estuvo marcada por una conciencia plena de que la familia era lo más parecido a un nido de golondrinas. Nuestra función era cuidar el uno del otro, disfrutarnos mientras manteníamos el nido en perfectas condiciones para así, entre los dos, criar a nuestros hijos preparándolos para que un día volaran libres y pudieran encontrar con quien crear su propia familia, mientras nosotros dos seguíamos compartiendo nuestra vida regresando año tras año al mismo lugar.

Esto significaba que vivíamos el uno para el otro, amando y disfrutando de ver crecer a nuestros hijos, a la vez que deseando que llegara ese día en el pudiéramos recobrar otra vez la libertad y, sin obligación alguna, más allá de las que nosotros dos consideráramos necesarias, reemprender un camino nuevo en el que disfrutar de una segunda juventud. Pero la vida no siempre parece dispuesta a darte lo que deseas o pides, y aquel cuento de hadas se acabó bruscamente, sin la posibilidad de más páginas para escribir.

Una de las primeras decisiones que tomé, y que más adelante iré detallándote, fue la de atreverme a asumir y respetar todas mis reacciones, fueran estas de la índole que fueran. Desde el primer momento acepté sin complejos la extrema necesidad que sentía por seguir contándole todas mis cosas, en cualquier lugar y a cualquier hora del día, como antes hacíamos, o de lo contrario iba a volverme loco. Por ello, y sin contárselo a nadie, no se me ocurrió nada mejor que, después de encontrar un bloc por estrenar, salir corriendo a la calle para comprar unos cuantos más, con la clara intención de empezar a escribirle a diario. Algo tenía que hacer si o si; o esto ¡o moría de desesperación!

He de confesar que en aquellos momentos ignoraba si ello iba a ayudarme, o sería una verdadera locura y del todo contraproducente. ¿Me estaría arriesgando a iniciar un proceso patológico grave? Pero decidí seguir pasara lo que pasara. Mi ser interior lo pedía a gritos. Estaba decidido a aceptar plenamente sus consecuencias aunque, en verdad, sentía que tampoco me importaba para nada lo que pudiera ocurrirme.

Quizás aquello fue, sin darme cuenta de su importancia, la primera decisión que tomé ya metido de lleno en ese nuevo camino al que llamaban “duelo”. Sin necesidad de consultar con nadie que no fuera yo mismo, y desde aquella soledad tan sentida y real para mi, sentí que quería seguir mis propios pasos, aceptando cualquier consecuencia y pasando de cualquier comentario o explicación. Había dejado de importarme cualquier cosa que no fuera ser fiel a mi propio sentir.

Por otro lado estaba totalmente convencido de que, de alguna u otra forma, ella seguía con vida y, ¿quién podía negármelo? quizás incluso podría verme y escucharme. Aquello me ofrecía la posibilidad de “sentirla”, o “imaginarla”, muy cerca de mí, y resultó lo más parecido a una bocanada de aire fresco en medio de un ahogo mortal. Una forma muy íntima y personal de mantener el diálogo y “contacto” con ella, escribiéndola al empezar y terminar el día, así como tantas veces como se me antojara. De esa forma, mientras daba salida a todo lo que iba ocurriendo en mi interior, me permitía seguir expresándole mis sentimientos y pensar.

Me dije también, y esa fue otra decisión importante tomada sin saber en aquel momento su gran trascendencia, que si ella seguía viva lo sería en otro estado distinto al que mis sentidos eran capaces de percibirla. Y por ello me prometí a mi mismo aprender a “despertar”, a “estar atento” y usar “otros sentidos” que me permitieran decirle lo mucho que la amaba y, de ser posible, llegar a percibir ni que fuera un atisbo de su presencia y amor hacia mí.

Hoy, a la vez que la paz se ha consolidado como compañera inseparable de viaje, agradezco en lo más profundo de mí ser aquella genial decisión. Por un lado me proporcionó una forma distinta de relacionarme con ella, suavizando un poco la terrible soledad y desesperación en la que quedé sumido. Poco a poco y día tras día me ayudó a comprender que la muerte no significaba ausencia, sino una presencia distinta. Por otro lado, al repasar y ver el camino recorrido, estoy plenamente convencido de que mi proceso puede ayudarte a comprender la situación por la que estás pasando en estos momentos, convirtiendo aquellos años de dolor en el calor de una mano amiga, o quizás en la tenue pero real luz de un faro muy lejano que te indica la certeza de un puerto esperando tu llegada.

También reconozco que, para mí, el hecho de que llegue este libro a tus manos, viene a ser una expresión más de mi amor a mi esposa, a la vez que reconocimiento y devoción pura por la inmensa riqueza que me ha aportado, y sigue aportando.

Encontrarás, junto a experiencias personales, un resumen de todas y cada una de las “fases” por las que habitualmente se suele pasar en el proceso del duelo, esperando que, al facilitarte esta información detallada, puedas disponer de suficientes datos como para entender que:

1.- Es absolutamente normal lo que sientes y te sucede en estos momentos.

2.- Existe un proceso lógico, unas “etapas” por las que vas a pasar. Éstas no son ni fijas ni inevitables, dado que el camino del duelo es algo muy personal e intransferible. Cada persona evoluciona a su ritmo, sin que pueda hacerse comparación ni valoración alguna entre quienes están transitando por semejante “viaje”. Pero sí pueden darte una idea aproximada acerca del momento en el que te encuentras.

3.- Aunque hoy pueda parecerte del todo imposible y, quizás, incluso insultante, es necesario que sepas que un día encontrarás la paz otra vez acomodada en tu interior. Es verdad, nada volverá a ser lo mismo, y en esto llevas toda la razón pero, a la larga, y después de mucho trabajo y sufrimiento, tu crecimiento personal te llevará al equilibrio. Vas a convertirte en alguien con unos valores que, hoy, pueden resultarte del todo inimaginables. Pero es lo que espera al final del camino que acabas de empezar, si perseveras. Te lo aseguro. Puedes convertirte en una expresión viva de la belleza de tu ser querido.

4.- En el caso de que no puedas llevarlo solo/a, debes saber que existen centros y grupos de ayuda especializados, donde hallarás el apoyo y soporte que precises. Úsalos sin dudar ni un instante. Ellos sí saben por lo que estás pasando, “hablan tu mismo idioma”, comprenden sin juzgar y serán un punto de referencia de valor incalculable.

5.- Ahora no es el momento de heroicidades ni grandes decisiones, necesitas tiempo. Tiempo para sentir, tiempo para llorar, tiempo para el silencio, tiempo para preguntas, tiempo para reflexionar, tiempo para... Date tanto tiempo como necesites y no tomes ninguna decisión importante en estos momentos. Para nada te estoy diciendo aquella típica frase de que “el tiempo lo cura todo”, porque no sé quien la inventó, pero lo que te puedo asegurar es que en su vida había pasado por una pérdida.

El tiempo NO cura nada, va a ser lo que hagas con ese tiempo lo que te va a permitir prestar atención a tus heridas. Identificarlas, darles nombre, buscar la cura, aplicarla y saber que le das su tiempo para que dé los resultados deseados. Y si se infecta, porque suele ocurrir, volver a ello tantas veces como haga falta, pues el único objetivo es llegar a su completa sanación, con cicatriz incluida, pero sin que por ello quede rastro de dolor. A eso, y no a otra cosa, es a lo que nos referimos cuando hablamos de darnos tiempo. Aprende a respetar y amar tus tiempos.

6.- No reprimas el llanto, ¡llora cuanto te apetezca!, es muy importante aceptar tu dolor y dejarlo salir a flor de piel. Cuando estés sólo/a, deja que las lágrimas lo expresen en la más absoluta intimidad, no las reprimas, no temas, te harán un bien inimaginable. No niegues ningún sentimiento, déjalos aflorar sin miedo, te ayudará a avanzar en tu dolor.

7.- No sufras en absoluto por si algún día puedes llegar a olvidar, eso no va a suceder NUNCA. No olvidamos, transformamos. El dolor poco a poco, muy lentamente, irá dando paso a la gratitud, reconocimiento y orgullo más profundos que puedas imaginar, viviendo e incorporando su “presencia” de forma muy limpia, clara y enriquecedora.

8.- Es importante que no olvides que en estos momentos no hay palabras de consuelo, y muy poca gente va a estar a la altura de lo que precisas, aunque no por falta de interés y buena voluntad por su parte. Nada nos preocupa más que ver sufrir a un ser querido, deseando su recuperación casi de forma milagrosa, y esto lleva a muchos a cometer errores de gran calibre, pero intenta no juzgar, no saben más.

Tu camino va a ser largo, y no siempre vas a encontrarte rodeado/a de personas capaces de entender y saber estar. Por mucho que te amen y deseen estar a tu lado, pocos van a ser con quienes sientas aquel espacio de cálido silencio, tan necesario como difícil de definir y explicar. No se trata de que tengan más o menos calidad, sólo que tu interior precisa de momentos imposibles de describir, y te irá llevando de la mano si le dejas fluir sin juzgar ni juzgarte. Simplemente sigue esas sensaciones internas, respétalas. Lo entenderás más adelante.

9.- Atrévete a pedir respeto a tu círculo más cercano. Vas a ver reacciones de todo tipo, te encontrarás con quienes creen saber lo que necesitas en cada momento, aquellos que, con toda la buena voluntad del mundo, imaginan que conocen tu situación a pies juntillas y, sin previo aviso ni consulta, llaman a tu puerta dispuestos a pasar el día haciéndote compañía. Tu vida se ha desmoronado por completo y necesitas tiempo y espacio para volver a darle forma. Pídeles que respeten tu llanto y tu soledad, si así lo deseas, sin intentar distraerte o animarte, a no ser que se lo pidas explícitamente. Puedes incluso disculparte por anticipado, por todas aquellas posibles salidas de tono provocadas por tu estado de shock; explícales que tal vez no reconozcan algunas de tus reacciones, simplemente porque ya no eres la misma persona…, has muerto junto con el ser que daba sentido a tu vida y vas a necesitar tiempo.

Y por tu parte, si puedes, intenta aprender a dejarte querer por aquellos que están deseando ayudarte, aunque no sepan exactamente cómo. Dales tiempo también y dátelo también a ti.

Te esperan muchísimas preguntas sin respuesta; arrepentimiento por errores cometidos; rabia por todo aquello que hubieras deseado decirle y no dijiste; soledad y desconcierto absoluto, ya no frente al futuro, sino ante la vida misma y el día que acaba de empezar,… Nada va a volver a ser lo que era, y encontrar un pilar donde poder aferrarte, por pequeño que este pueda ser, resulta vital para intentar llevar, o soportar, la lucha interior a la que, sin previo aviso ni autorización por tu parte, te has visto abocado/a. Pero difícilmente des con ello los primeros días, semanas, o incluso meses, puesto que éste sólo existe en tu interior, y va a ser el último lugar donde se te ocurrirá buscar. Pero no te preocupes, nos ocurre a todos/as.

No hay vuelta atrás y nada ni nadie van a cambiar lo sucedido. Tampoco eres el único ser del mundo que se encuentra en esta dantesca situación, no estás solo/a en medio de una humanidad insensible a tu dolor. Sois muchos los que os encontráis en estos precisos momentos hundidos en la más completa desesperación, y resulta importantísimo tomar consciencia de ello, aunque no por esto pierda ningún valor ni vaya a aligerar en lo más mínimo lo que estás viviendo. Pero tomar consciencia de ello resulta de una importancia crucial. Para un momento, reflexiónalo con cariño y, cuando veas que eres capaz de comprenderlo habrás dado un paso de gigante. Imperceptible en estos momentos, pero capaz de marcar una ruta distinta en tu proceso de duelo.

Solos, y sin capacidad ni para pensar, debemos empezar a tomar decisiones cuando todo se nos antoja infinitamente vacío y absurdo. Levantarse o morir, no hay término medio, pero… ¿hacia dónde?, ¿cómo?, ¿por qué a mí?, ¿resistiré?, ¿qué ha ocurrido?, ¿tiene algún sentido?, ¿porqué?, ¿Dónde estás amor?,...

Con estas páginas espero poder ser capaz de ofrecerte ni que sea un pequeño atisbo de luz a la que aferrarte, y puedas encontrar la fuerza que necesitas para seguir adelante.

Aunque hoy se te antoje imposible, al final del camino se encuentra la Luz. Y recuerda algo muy importante, el tiempo NO cura nada, es lo que harás con el tiempo lo que va a poder ayudarte.

“Todos estamos de visita

en este momento y lugar.

Sólo estamos de paso.

Hemos venido a observar,

aprender, crecer, amar

y volver a casa”

-Dicho aborigen australiano-

El camino del duelo. 2ª ed

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