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Prólogo Un salto hacia las llamas azules de la poesía

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«Toda bandera es un río de sangre».

Stella Díaz Varín

«Ahora el fuego» reúne poemas que son entradas a ciertos espacios interiores donde la libertad se vuelva evidente y los espacios públicos sean liberados, tomados por quien lee, como si la poeta lanzara al horizonte un puñado de cartas marcadas que, al incendiarse, definen el único orden posible para salir o volver al laberinto sobre la tumba cuando ya todo aconteció en este decidido salto hacia las llamas azules de la poesía donde todo lo vivido se contiene y quema.

el bosque necesita incendio para cobrar fuerza

el piñón necesita fuego para cobrar fuerza

y expandirse

(«Ahora el fuego», pag. 16)

Chile debe abrir todas sus puertas y ventanas para airearse, permitirse cambiar y liberarse de paradigmas añosos, autoritarios, y dejar que el pensamiento colectivo cambie, pero, con la memoria de lo sucedido siempre resguardada, fresca, presente. El poema, al emitir poesía, puede ser esa entrada. Sería maravilloso en ese proceso que las ideas ancestrales volvieran a rugir como un coro de pueblos originarios danzando para que germinen los tiernos brotes del suelo con palabras y agua, anteriores a toda codicia, respetando la intuición del artista y sus creaciones como resultados de la naturaleza. ¡Qué importante labor! imaginar que vivimos la experiencia del territorio, la dicha y desdicha de los desplazamientos, el lugar irrepetible, las miradas que aún están y no, la memoria en la mitad del camino, el bote regresando a puerto, la sombra tragándose el mar, la alegría y el llanto de la juventud en las mesas y los vasos llenos con el poema en la punta de la lengua camino al trabajo, los años de constancia en la piel de los párpados y los dedos, el aprendizaje del esfuerzo, la sonrisa de algodón del conejo blanco llamando a la razón, el vaivén entre el bien y el mal como parte de la carne, ajustar el reloj o avivar el fuego, mantener el focus de las casas, el esfuerzo por un hogar en la maldita avenida y la escritura como deseo para vencer, con los afectos atravesando cuerpos y ciudades, valles y bocas al mar, logrando amarse y ser amada, con la neblina entrando entre las rocas que cantan a coro frente a las olas, la contemplación en la descendencia y la esperanza en las manos pequeñas que van creciendo y socializando, como si por cada latido fuese recuperado lo que nos fue negado, lo que no se podía decir y sentir en el fluir de la imaginación como parte de lo que viene.

Volver a la entrada, a la invitación salvaje del lenguaje y observar la llama azul en estos poemas para hallar la profundidad de los afectos como parte del cuerpo social que pide a gritos un desenlace. «Ahora el fuego» es clamor valiente de cara a la tragedia y una entrada posible al rincón que pudo quedar en secreto.

Pese a lo anterior, tras el umbral, la experiencia de lo cotidiano persiste, intenta, añora, quiere volverse algo más que filosofía, pero los ecos de las ciudades que atraviesa la poeta-hablante van cayendo y la sujeta vuelve a quedar cara a cara con la irreductible soledad, alegoría de una validación injusta pero desde donde agrupa fuerzas como parte del colectivo, porque los femicidios no se cometen a una sola mujer, el dolor es compartido, la sumisión repudiada, hay un quiebre en la calma de quien habita, educa y transita, pero en su recorrido el pasado como el texto se fragmenta de dolor, entonces, la anciana en sueños le devela una entrada para salir de la atractiva oscuridad. Porque por momentos todo es más difícil, todo se vuelve mucho más complejo de lo que se imaginó, entonces, el amor distrae sus preocupaciones por el territorio repartido entre celeridad y pausa, capital y litoral, contención y desenfreno, costa y cordillera, erotismo y complicidad, quizás porque sabe que desde ese fuego todo lo aniquilador de la ciudad puede dominarse, enfrentarse, como la falta de agua y de voz. A veces, incluso el miedo yace ausente. Y el deseo arremete a través de los sentidos en desorden para observar por dónde respira cada lugar que visita. Nos dice, poseo una fiesta interminable en mis ojos.

La sinestesia es una de las fórmulas para abrir esa puerta, ya no una metáfora, el poema embriaga, une recuerdos, culpas y compromisos, imágenes de ciudades que se contrastan, el discurso a veces es un testimonio, otras una conversación cual eco, los enunciados arremeten de forma caótica cercanos al fluir de la conciencia, de vez en vez la capital es ruidosa con el fuego como parte de las calles. En San Antonio, en cambio, la claridad se articula en la música que le es familiar como el amanecer en la ribera, las primeras amistades, la cadencia es el timón de quien conoce las corrientes marinas en la tempestad, el arraigo con la otra orilla, los bares que ya no están, la pequeña ciudad de la mano de un puerto aplastado por la sombra, la ruina de las tabernas, el largo tránsito de la juventud a la adultez, las segundas alcobas, el litoral como territorio propio y la nación como el espacio a recuperar. El desajuste de la modernidad a medias está en ese contraste, del que también nace el poema como profecía de la toma del metro de Santiago, escrito veinte años antes del hecho, cuando «Profilaxis» era un libro disperso entre lecturas, performance, plaquettes y revistas como «Torbellino poético», poemas de la noche incendiada entre lecturas y trances que se tomaban el vértigo entre las rocas de Santo Domingo y la barricada gigante cuando los botes de los pescadores del sindicato ardían a los pies de Barrancas. «Ahora el fuego» posee parte de esa identidad híbrida de lugares silenciados de provincia y la modernidad capitalina donde no hay espacio para imaginar, desdibujando así la cartografía nacional, ampliando e iluminando el rostro sacudido del pueblo que falta.

mi lugar está donde no estoy

mi lugar no lo encuentro

mi lugar soy yo

y yo estoy en ninguna

y todas las partes

(«Ahora el fuego», pag. 71)

Palabra fuera del tiempo, palpando su corazón que sabe: tras la escritura puede que nada exista, salvo las huellas de quien se construye y deconstruye en el poema. La atmósfera posee un elixir propio, seductor y, aunque ella se ausente, le pertenece, pues su identidad se extiende en lo profundo y lo devela como su aroma en el lugar de todas las partes. Así, primero hay desplazamientos por la ciudad donde entra y sale de los espacios paratópicos, su carácter de paseante está des-inhibido de las normas patriarcales impuestas, las mismas que sumadas a la violencia de Estado atropellaron por la espalda a la poeta Stella Díaz Varín, por eso sabe que todas las calles de la ciudad no son rectas y el misterio merece ser explorado, descrito, navegado, resuelto. Por ello en este poemario están presentes San Antonio y Santiago, tensionados como partes de las llamas que se extendieron por estaciones, poblaciones y ramales un 18 de octubre, fuegos que aúnan el tiempo en los ojos rojos de la inmanente mirada en fiesta, fuegos superpuestos como un palimpsesto en “clave” bukowskiana a la huella de un Zapata imborrable en la memoria del(a) paseante. Figura que rescata como residuo del legado urbano-portuario y que develan al sujeto popular y el sentir revolucionario latinoamericano en los recuerdos y pasajes de la bohemia cultural de Llolleo. Imágenes y sensaciones cruzadas entre poema y gesto visual, canción protesta, música del mundo y resistencia. Y va reinterpretando la noche en los ojos luminosos que toman aliento en la desembocadura del río Maipo, que peligra como todos nuestros ríos a causa del “progreso”.

La poeta Ximena Ramírez sabe que el poema es esa entrada, con la que se involucra en cuerpo y afectos, intentando plasmar incluso lo inasible a menos de “20 centímetros” del éxtasis poético donde todo se quema. En aquel espacio representacional, la mujer liberada de la tradición patriarcal de represiones, manejos y silencios cuestiona el amor y la “vida feliz” de una sociedad que no se escudriña a sí misma. Y así, cercana al amanecer de los días, obviando prohibiciones arcaicas, asume generar ese encuentro con su felicidad y se reencuentra con la palabra que la cruza como una tormenta y la perfila conscientemente a la deriva para surcar con estas páginas las huellas de aquel romance mortal con la llamarada azul en su interior siempre encendida.

Alejandro Banda

Ahora el fuego

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